Eus­kal Herria: El rela­to que hay que hacer- Alfon­so Sastre

La Som­bra pare­ce satis­fe­cha). Som­bra.- ¿Y qué hay, jefe? ¿Está usted con­ten­to con la paz? Sas­tre.- ¿Y quién te ha dicho que haya paz? Som­bra.- ¿Pues no? ¿Cómo es eso, si todo el mun­do lo dice, has­ta la gen­te más burra y con­ser­va­do­ra? Sas­tre.- No, no, no todo el mun­do lo dice. Som­bra.- Bueno, los pesi­mis­tas, que siem­pre ven las cosas mal.

Sas­tre.- No, no, mira tú: una cosa es que no haya gue­rra y otra que haya paz, y tú ten­drías que saber­lo si te fija­ras mejor en tus debe­res como som­bra mía. ¡Ay! Que tú tam­po­co te ente­ras. ¿Tan difí­cil es ente­rar­se? ¿Tan difí­cil es pen­sar? ¿Tam­bién tú sigues con­fun­dien­do paz y pacificación?

Som­bra.- Ya sé que no es lo mismo.

Sas­tre.- Aquí sigue habien­do una gue­rra; una gue­rra que aho­ra dicen, por cier­to, que nun­ca ha habi­do. Para impe­dir que haya paz acu­den a la estu­pi­dez de decir que nun­ca ha habi­do guerra.

Som­bra.- Ah, sí. Lo que ha habi­do, dicen los bien­pen­san­tes, es una ban­da de san­gui­na­rios enfren­ta­da a una bene­mé­ri­ta Democracia.

Sas­tre.- Está cos­tan­do tra­ba­jo impo­ner una ver­dad obvia, que se había ido impo­nien­do y ya era espec­ta­cu­lar en la calle: la exis­ten­cia de un impor­tan­te con­flic­to polí­ti­co en Eus­kal Herria.

Som­bra.- Ah, pero eso aho­ra ya lo sabe todo el mun­do, ¿no es verdad?

Sas­tre.- Sí es ver­dad, des­pués de las últi­mas jor­na­das y con la cola­bo­ra­ción feliz de tan­tas ilus­tres ayu­das inter­na­cio­na­les, pero sobre todo con la tarea ingen­te de la izquier­da vas­ca y de su gran labor polí­ti­ca y patriótica.

Som­bra.- Enton­ces, si no hay paz, por lo menos esta­mos en este camino. ¿O tampoco?.

Sas­tre.- Sí, mujer, sí.

Som­bra.- O sea que pode­mos estar con­ten­tos en definitiva.

Sas­tre.- No sola­men­te con­ten­tos sino muy con­ten­tos, verás por qué: por­que aho­ra la paz empie­za a poner­se a la vis­ta de nues­tros ojos, y, por ello, a nues­tro alcance.

Som­bra.- Ya veo que están cam­bian­do mucho las cosas.

Sas­tre.- Están cam­bian­do muchas cosas, es ver­dad, pero otras siguen reite­rán­do­se, y una sobre todo me lla­ma mucho la aten­ción: la inquie­tud que ha esta­lla­do en gran­des medios de comu­ni­ca­ción sobre un tema con­cre­to, el del «rela­to». Mira, aho­ra esta­mos ante un caso de lo que Eva Forest lla­ma­ba «el revue­lo»: de pron­to se arma «un revue­lo» en los medios y todo el mun­do se pone a hablar, con aire crí­ti­co y preo­cu­pa­do, de lo mis­mo, como siguien­do una con­sig­na: aquí la gran inquie­tud sur­ge ante el temor de que lo que ha pasa­do y sigue pasan­do sea «narra­do» por los «enemi­gos de Espa­ña», y que enton­ces ETA apa­rez­ca en la His­to­ria no como esa ban­da de faci­ne­ro­sos ase­si­nos de la «demo­cra­cia espa­ño­la» sino como unos heroi­cos mucha­chos que fue­ron capa­ces de ases­tar duros gol­pes al fran­quis­mo y lue­go a sus segui­do­res, y con la vir­tua­li­dad, en defi­ni­ti­va, de ren­dir ‑o de haber ren­di­do- un gran ser­vi­cio a la sobe­ra­nía -¡Gora Eus­ka­di Aska­tu­ta!- del País Vas­co. Los «medios» se están ponien­do ver­des de angus­tia ante esta posi­bi­li­dad, y vier­ten sus ideas, en este «revue­lo», para evi­tar­la. «Tene­mos que con­tar la reali­dad noso­tros, noso­tros, noso­tros». Está muy ner­vio­sa esta bue­na gente.

Mira, voy a poner unas mues­tras de lo que estoy dicien­do: En la par­te espa­ño­la del «revue­lo» se hallan natu­ral­men­te sus per­so­na­li­da­des más des­ver­gon­za­das, como Feli­pe Gon­zá­lez o Rubal­ca­ba o Jáu­re­gui entre los polí­ti­cos; y perio­dis­tas tales como Iña­ki Gabi­lon­do o José María Calle­ja. Por la par­te del patrio­tis­mo vas­co (izquier­da aber­tza­le), halla­mos la pre­sen­cia de váli­dos tes­ti­mo­nios como el de Iña­ki Ega­ña y sus cola­bo­ra­do­res de Eus­kal Memo­ria Fun­da­zioa, para quie­nes «el rela­to del fran­quis­mo está por realizar».

En este con­tex­to, ellos «están de acuer­do en que hay que hacer el rela­to his­tó­ri­co, pero no un úni­co rela­to». «Ese otro rela­to está por hacer». Para ellos, «la tran­si­ción ha sido una cha­pu­za para escon­der un pro­ce­so gene­ral de impu­ni­dad». Otro tra­ba­jo nota­ble estos días sobre este asun­to es el artícu­lo de Mario Zubia­ga «Mar­cos de Gue­rra». Para este pro­fe­sor, el com­por­ta­mien­to beli­cis­ta de algu­nos medios («la his­to­ria no la escri­bi­rán los ver­du­gos; el ban­qui­llo espe­ra a un cen­te­nar de diri­gen­tes de la izquier­da aber­tza­le») «es la peor apor­ta­ción que un medio de comu­ni­ca­ción pue­de hacer en este momen­to (…) y que ese medio no sea un pan­fle­to mar­gi­nal de la extre­ma dere­cha sino el más difun­di­do de nues­tro país es, sim­ple­men­te, demencial».

La inquie­tud a que nos refe­ri­mos ‑esta «ven­to­le­ra»- indi­ca por otra par­te la fra­gi­li­dad de las actua­les posi­cio­nes «espa­ño­lis­tas» y el gran poder de las posi­cio­nes patrió­ti­cas vas­cas. Acos­tum­bra­dos a usar una fuer­za incon­tro­la­da, los patrio­tas espa­ño­les no se avie­nen a reci­bir algún con­trol y se remue­ven inquie­tos. No les lle­ga la cami­sa al cuer­po ante el temor de que aca­be publi­cán­do­se la ver­dad de lo que, sin embar­go, ha suce­di­do y está suce­dien­do, empe­zan­do, como digo, por que ha habi­do una gue­rra ‑aun­que en ella no se hayan vis­to sol­da­di­tos, como ha argu­men­ta­do un perio­dis­ta imbé­cil para negar­lo ‑y esa gue­rra ha ter­mi­na­do aun­que toda­vía no haya lle­ga­do la paz, ciertamente.

Repa­se­mos cosas que noso­tros ya sabía­mos ‑aun­que no haya­mos teni­do oca­sión de decir‑, como que la pri­me­ra men­ti­ra que en las gue­rras se oye es la de escon­der el mis­mo con­cep­to de gue­rra, que que­da ocul­to cuan­do se lla­ma gue­rra al terro­ris­mo del sis­te­ma vigen­te y terro­ris­mo a las gue­rras de quie­nes tra­tan de opo­ner­se y enfren­tar­se a él; o, dicho de otro modo, se lla­ma gue­rra y se legi­ti­ma el terro­ris­mo de los ricos (de los posee­do­res) y terro­ris­mo a las gue­rras de los pobres.

Así, los gran­des medios de comu­ni­ca­ción se ocu­pan de pre­sen­tar los gran­des actos de terro­ris­mo ‑con cen­te­na­res de miles de muer­tos- como «gran­dio­sas bata­llas» (por ejem­plo, los bom­bar­deos de Hiroshi­ma y Naga­sa­ki); y modes­tas bata­llas case­ras, por ejem­plo el aten­ta­do de ETA al Almi­ran­te Carre­ro Blan­co duran­te el fran­quis­mo, como gran­des e inhu­ma­nos actos de terro­ris­mo. (Es de recor­dar que en aque­lla oca­sión no hubo ni una sola víc­ti­ma colateral).

Así pues, la ver­dad que ha empe­za­do a impo­ner­se for­ma par­te de lo obvio ‑la exis­ten­cia de un con­flic­to político‑, pues hace ya muchos años que lle­na­ba nues­tras calles mul­ti­tu­di­na­ria­men­te (era muy evi­den­te, pues, que no se tra­ta­ba de «una ban­da»), y espe­ra­mos que sea así a par­tir de aho­ra, y es de espe­rar tam­bién que los espa­ño­lis­tas, que aplau­die­ron la suble­va­ción con­tra la Repú­bli­ca Espa­ño­la como una Cru­za­da no sigan exi­gien­do que quie­nes han com­ba­ti­do con las armas a los here­de­ros de aquel horror, dejen de exi­gir que aque­llos com­ba­tien­tes que hoy han dicho, con el bene­plá­ci­to de todos noso­tros, ¡adiós a las armas!, se arras­tren por los sue­los y pidan per­dón. Es muy peli­gro­so humi­llar a los pue­blos, y un ejem­plo cabal de ello es la humi­lla­ción que sufrió el pue­blo ale­mán en el tra­ta­do de Ver­sa­lles y que dio naci­mien­to a Hitler y a la Segun­da Gue­rra Mundial.

Está escri­bien­do este artícu­lo una per­so­na que es inca­paz de matar una mos­ca pero tam­bién un modes­to escri­tor que no es un paci­fis­ta a ultran­za y que, en suma, mira con admi­ra­ción una metra­lle­ta en las manos de Ernes­to Che Gue­va­ra. Yo vivo en lo que podría­mos lla­mar la «Para­do­ja Ber­ga­mín», y voy a ter­mi­nar con­tán­do­la que es la mejor for­ma de explicarlo.

He aquí el rela­to, divi­di­do en dos partes.

La pri­me­ra: 1936. Es en el Madrid ame­na­za­do por las tro­pas de Fran­co. Los obre­ros con­si­guen por fin una entre­ga de fusi­les por par­te de la Repú­bli­ca y Ber­ga­mín se pone a la cola para coger un arma, pero el últi­mo fusil le toca al com­pa­ñe­ro que está delan­te suyo. Enton­ces él inopi­na­da­men­te emi­te un sus­pi­ro de ali­vio por­que así se veía dis­pen­sa­do de matar. Ber­ga­mín me con­tó que des­pués se sin­tió muy aver­gon­za­do de su egoísmo.

La segun­da: pre­gun­té al gran escri­tor si era cier­to que él había dicho que esta­ría con los comu­nis­tas «has­ta la muer­te pero ni un momen­to más», y si esa fra­se incluía la bro­ma de pen­sar que des­pués de su muer­te, él, Ber­ga­mín, iría al cie­lo y los comu­nis­tas al infierno, y enton­ces él se rió abier­ta­men­te de mí. «No, muy al con­tra­rio ‑me respondió‑, por­que has de saber que todos los comu­nis­tas van al cielo».

Som­bra.- (con­mo­vi­da) Usted lo admi­ra­ba mucho, ¿ver­dad?

Sas­tre.- Sí, som­bra mía, y siem­pre lo ten­go en la memoria.

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