El fin de la impu­ni­dad- Car­lo Frabetti

A la poli­cía se le aca­ba el cho­llo de las men­ti­ras sin répli­ca, del ano­ni­ma­to, de las cloa­cas invi­si­bles. Duran­te más de seten­ta años, la tor­tu­ra, los malos tra­tos, las deten­cio­nes ile­ga­les, los abu­sos, las veja­cio­nes y las agre­sio­nes bru­ta­les a mani­fes­tan­tes pací­fi­cos han sido prác­ti­cas sis­te­má­ti­cas e impu­nes (es decir, sis­té­mi­cas) en el Esta­do espa­ñol, con la abyec­ta com­pli­ci­dad de jue­ces, polí­ti­cos y medios de comu­ni­ca­ción. Y esto no lo dicen los sim­pa­ti­zan­tes de ETA: lo dicen, entre otros, Amnis­tía Inter­na­cio­nal, los rela­to­res de la ONU y el medio cen­te­nar de orga­ni­za­cio­nes inte­gra­das en la Coor­di­na­do­ra para la Pre­ven­ción de la Tortura.

Pero se les aca­ba el cho­llo, se les ha aca­ba­do ya. Hace solo diez años, la mayo­ría de la pobla­ción creía que la tor­tu­ra se había ter­mi­na­do con la supues­ta tran­si­ción a la demo­cra­cia; hoy solo la nie­gan los necios y los cana­llas. Los medios alter­na­ti­vos y las redes socia­les difun­den en tiem­po real la infor­ma­ción veraz, esa que los dis­cí­pu­los de Goeb­bels inten­tan sus­ti­tuir por una gran men­ti­ra mil veces repe­ti­da. Es impo­si­ble evi­tar que cir­cu­len las foto­gra­fías y los vídeos de la bru­ta­li­dad poli­cial cuan­do en cada telé­fono móvil hay una cáma­ra y un trans­mi­sor, cuan­do cada orde­na­dor pue­de con­ver­tir­se en una poten­te uni­dad emi­so­ra-recep­to­ra. Dont’ hate the media, beco­me the media (no odies a los medios, con­viér­te­te en los medios), dicen los anti­sis­te­ma bri­tá­ni­cos, y la con­sig­na ya es un hecho.

Ansuá­te­gui era tan zafio como Carrión (por no hablar de Rubal­ca­ba, que, ¿alguien lo duda?, sigue sien­do el minis­tro de Inte­rior); pero aquel aún tenía algu­nas posi­bi­li­da­des de que sus men­ti­ras fue­ran creí­das, mien­tras que los peno­sos bal­bu­ceos de esta son ins­tan­tá­nea­men­te des­men­ti­dos por los cien­tos de imá­ge­nes y tes­ti­mo­nios que cir­cu­lan por la red.

Aho­ra todo el mun­do sabe que hace fal­ta una doce­na de anti­dis­tur­bios para redu­cir a un perio­dis­ta (lo cual da idea de la valía ‑y valen­tía- rela­ti­va de ambos ofi­cios). Todo el mun­do pue­de com­pro­bar en vivo, y a veces inclu­so en direc­to, la bra­vu­ra y efi­ca­cia de los agen­tes del orden. “Dos con­tra uno, mier­da para cada uno”, dic­ta la jus­ti­cia popu­lar. Cuan­do son doce con­tra uno, sobra la sen­ten­cia, pues los doce la mier­da ya la lle­van pues­ta. Y a la vis­ta de todos, aun­que inten­ten escon­der­la deba­jo de los cascos.

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