La lucha por las ocho horas de tra­ba­jo y la tra­di­ción socialista

En los últi­mos tiem­pos algu­nos par­ti­dos de izquier­da de Argen­ti­na han agi­ta­do con insis­ten­cia a favor de la reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo a seis horas por día, duran­te cin­co días a la sema­na (o sea, 30 horas sema­na­les). La deman­da se defien­de con dos argu­men­tos cen­tra­les: por un lado, redu­cir la jor­na­da de tra­ba­jo para dis­fru­tar de más tiem­po libre y repo­ner ener­gías. En segun­do tér­mino, para aca­bar con la des­ocu­pa­ción (jun­to al aumen­to de sala­rios). Con la cam­pa­ña elec­to­ral se ha inten­si­fi­ca­do esta agitación.

Con el fin de apor­tar ele­men­tos para el aná­li­sis y la dis­cu­sión en la izquier­da, en esta nota pre­sen­to algu­nas ideas sobre el sen­ti­do que tuvo para el mar­xis­mo la lucha por la reduc­ción de la jor­na­da de trabajo.

Para empe­zar, debe­mos decir que his­tó­ri­ca­men­te el mar­xis­mo apo­yó la deman­da de reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo por­que es cla­ve para pre­ser­var la fuer­za de tra­ba­jo. Como expli­ca Marx en El Capi­tal (cap. 8, t. 1), una vez adqui­ri­da la fuer­za de tra­ba­jo, el capi­tal bus­ca uti­li­zar­la el máxi­mo de tiem­po posi­ble, y el obre­ro inten­ta que no se ago­te pre­ma­tu­ra­men­te. Son dos dere­chos en con­flic­to, y enton­ces lo que deci­de has­ta dón­de se extien­de la jor­na­da labo­ral es la fuer­za, la lucha de cla­ses. Así, en sus orí­ge­nes el capi­tal pre­sio­na por alar­gar la jor­na­da de tra­ba­jo –la plus­va­lía debe enten­der­se como una pro­lon­ga­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo más allá del pun­to en que el obre­ro repo­ne el valor de su fuer­za de trabajo‑, y en una segun­da eta­pa el tra­ba­jo pone lími­tes y logra redu­cir los hora­rios de tra­ba­jo. Es una pelea del capi­tal por aumen­tar la plus­va­lía abso­lu­ta; y de la cla­se obre­ra por redu­cir­la. La plus­va­lía abso­lu­ta, recor­dé­mos­lo, siem­pre está vin­cu­la­da al des­gas­te físi­co de la fuer­za de tra­ba­jo. En con­se­cuen­cia, la reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo se ubi­ca­ba, en la ópti­ca del mar­xis­mo, en el terreno de la lucha por la dis­tri­bu­ción. No cues­tio­na­ba el sis­te­ma social basa­do en el tra­ba­jo asa­la­ria­do.

Por otra par­te, los auto­res clá­si­cos nun­ca con­si­de­ra­ron que la reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo pudie­ra aca­bar con el des­em­pleo. Marx y Engels nun­ca sugi­rie­ron seme­jan­te cosa. El pro­gra­ma del Par­ti­do Obre­ro de Fran­cia, redac­ta­do por Marx, no decía pala­bra sobre redu­cir la jor­na­da de tra­ba­jo para aca­bar con la des­ocu­pa­ción. Con­cre­ta­men­te pedía un día sema­nal de des­can­so, tra­ba­jo de ocho horas para los adul­tos, prohi­bi­ción del tra­ba­jo a meno­res de 14 años. En nin­gún momen­to se sugie­re siquie­ra que se pudie­ra aca­bar con el des­em­pleo median­te estas reduc­cio­nes. Tam­po­co los pro­gra­mas de la Segun­da Inter­na­cio­nal, ins­pi­ra­dos por Engels, hablan de aca­bar con el des­em­pleo redu­cien­do la jor­na­da labo­ral. Ni Marx pro­pu­so algo seme­jan­te a la Pri­me­ra Inter­na­cio­nal. La razón cen­tral es que el ejér­ci­to de des­ocu­pa­dos es ali­men­ta­do, de for­ma casi per­ma­nen­te, por la uti­li­za­ción capi­ta­lis­ta de la máqui­na (o de la auto­ma­ti­za­ción) para man­te­ner a raya a los obre­ros. Y en tan­to exis­ta la pro­pie­dad pri­va­da del capi­tal, esta pre­sión sobre el tra­ba­jo se renue­va una y otra vez. A ello se suman las cri­sis eco­nó­mi­cas perió­di­cas, que mul­ti­pli­can súbi­ta­men­te el núme­ro de des­em­plea­dos (véa­se, por ejem­plo, caps. 13 y 24, t. 1; cap. 15, t. 3. de El Capi­tal). Agre­gue­mos que la meca­ni­za­ción y las cri­sis perió­di­cas no pue­den eli­mi­nar­se del sis­te­ma capi­ta­lis­ta median­te la reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo. Marx era cons­cien­te de estas cues­tio­nes, y por esta razón no se le ocu­rrió suge­rir que el des­em­pleo pudie­ra eli­mi­nar­se median­te el inge­nio­so pro­ce­di­mien­to de redu­cir la jor­na­da laboral.

No eran enten­di­das como una panacea

Lo expli­ca­do más arri­ba nos ubi­ca en la pers­pec­ti­va con que la Segun­da Inter­na­cio­nal, bajo ins­pi­ra­ción de Engels, enca­ró la lucha por las ocho horas de tra­ba­jo, a fines del siglo XIX. Dos cues­tio­nes nos pare­cen rele­van­tes. La pri­me­ra, es que el mar­xis­mo agi­tó la con­sig­na de las ocho horas en un sen­ti­do dis­tin­to del que lo hacían los diri­gen­tes sin­di­ca­les refor­mis­tas (tra­deu­no­nis­tas). Estos bus­ca­ban limi­tar legal­men­te la jor­na­da de tra­ba­jo a ocho horas, a fin de recla­mar un pago extra por las horas que exce­die­ran ese lími­te. Engels y los socia­lis­tas, en cam­bio, abo­ga­ban por una limi­ta­ción efec­ti­va de la jor­na­da de tra­ba­jo a las ocho horas. El siguien­te pasa­je de una car­ta de Engels a Kautsky, con fecha del 20 de abril de 1892, sin­te­ti­za la diferencia:

Las ocho horas pro­pug­na­das por la mayo­ría del Con­se­jo de las tra­deu­nions mera­men­te impli­ca el pago del sala­rio ordi­na­rio por ocho horas, y que cual­quier tra­ba­jo por enci­ma de eso sea paga­do como sobre­tiem­po a una vez y media o dos veces la tasa ordi­na­ria; por lo tan­to, las ocho horas dia­rias deman­da­das por esta gen­te son muy dife­ren­tes de lo nues­tro, lo que sig­ni­fi­ca que en el cur­so del año, des­pués del día de mayo, el con­flic­to va a estallar…

Y en car­ta a Lau­ra Lafar­gue, del 11 de sep­tiem­bre 1892, lue­go de seña­lar la rapi­dez con que se había popu­la­ri­za­do la deman­da, dice: «[…] los tra­ba­ja­do­res ingle­ses están tan hon­da­men­te infec­ta­dos con el espí­ri­tu par­la­men­ta­rio del com­pro­mi­so que no pue­den avan­zar un paso sin al mis­mo tiem­po retro­ce­der 34 o 78 de paso hacia atrás. Por lo tan­to, el súbi­to des­per­tar del entu­sias­mo por las ocho horas (tres años atrás con­si­de­ra­da una impo­si­bi­li­dad por la mis­ma gen­te que aho­ra recla­man por ella con la voz más fuer­te) ha casi teni­do éxi­to en dar­le un carác­ter reac­cio­na­rio a ese gri­to. Es la pana­cea uni­ver­sal, la úni­ca cosa en la que pen­sar» (énfa­sis agregado).

En este res­pec­to, pare­ce cla­ro que las ocho horas de tra­ba­jo hoy rigen en el sen­ti­do en que lo pen­sa­ban los sin­di­ca­lis­tas refor­mis­tas. Actual­men­te los sin­di­ca­tos acep­tan el sobre­tra­ba­jo como nor­mal, y los tra­ba­ja­do­res, dados los bajos sala­rios que reci­ben por las ocho horas, inclu­so soli­ci­tan hacer horas extra. Más aún, en muchas empre­sas el repar­to de las horas extra es uti­li­za­do por los capa­ta­ces y direc­cio­nes de per­so­nal para divi­dir a los tra­ba­ja­do­res, o cas­ti­gar a los activistas.

Pero en segun­do lugar, y más impor­tan­te, Engels obser­va, crí­ti­ca­men­te, que los sin­di­ca­lis­tas refor­mis­tas habían con­ver­ti­do la deman­da de las ocho horas «en la pana­cea uni­ver­sal». Por eso, y en opo­si­ción a los sin­di­ca­lis­tas, los socia­lis­tas expli­ca­ban a los tra­ba­ja­do­res que las ocho horas eran solo una con­di­ción en la lucha por aca­bar la explo­ta­ción.

Esta idea está mag­ní­fi­ca­men­te expre­sa­da por Cla­ra Zet­kin en el siguien­te pasaje:

Cier­ta­men­te, la demos­tra­ción de mayo [se refie­re al pri­me­ro de mayo] fue deci­di­da por el Con­gre­so Inter­na­cio­nal en París con el fin de man­te­ner enér­gi­ca­men­te la rei­vin­di­ca­ción de la ocho horas dia­rias, y la legis­la­ción pro­tec­to­ra del tra­ba­jo en gene­ral. Pero el carác­ter del Con­gre­so y las dis­cu­sio­nes que pre­ce­die­ron a la deci­sión indu­da­ble­men­te afir­man que las refor­mas recla­ma­das no cons­ti­tu­yen el obje­ti­vo final del movi­mien­to obre­ro, sino solo medios para ser­vir a esos obje­ti­vos. Son ali­men­to en el camino de la cla­se obre­ra revo­lu­cio­na­ria, en mar­cha a la con­quis­ta del poder polí­ti­co, y por medio de este, de la liber­tad eco­nó­mi­ca y social: no son nada menos, pero tam­po­co nada más. Impor­tan­tes como lo son –con­di­cio­nes nece­sa­rias para el desa­rro­llo pode­ro­so del movi­mien­to obre­ro- la cla­se tra­ba­ja­do­ra nun­ca ven­de­rá por un pla­to de len­te­jas de refor­mas su dere­cho pri­mo­gé­ni­to a la revo­lu­ción social. Las refor­mas mejo­ran la situa­ción de la cla­se obre­ra, ali­vian el peso de las cade­nas con que el tra­ba­jo está car­ga­do por el capi­ta­lis­mo, pero no son sufi­cien­tes para aplas­tar al capi­ta­lis­mo y eman­ci­par a los tra­ba­ja­do­res de su tira­nía (The Worker’s Inter­na­tio­nal Fes­ti­val, 1899, https://​www​.mar​xists​.org/​a​r​c​h​i​v​e​/​z​e​t​k​i​n​/​1​8​9​9​/​0​5​/​f​e​s​t​i​v​a​l​.​htm).

Tex­tos de Rosa Luxem­burg tam­bién van en el mis­mo sen­ti­do. Lo fun­da­men­tal es que los socia­lis­tas no ilu­sio­na­ban a los tra­ba­ja­do­res con fal­sas pro­me­sas. Como deci­mos hoy popu­lar­men­te, «no ven­dían humo». Es que si la reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo se pre­sen­ta como una pana­cea –la «solu­ción mági­ca» de los pade­ci­mien­tos de las masas explo­ta­das y opri­mi­das- el men­sa­je pasa a tener un carác­ter apo­lo­gé­ti­co del capi­ta­lis­mo, y se con­vier­te inclu­so en reac­cio­na­rio. Por eso, en la tra­di­ción del socia­lis­mo revo­lu­cio­na­rio, la deman­da de reduc­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo era con­ce­bi­da solo como un paso ade­lan­te por gene­rar con­di­cio­nes para luchar por aca­bar con la explo­ta­ción. La base del aná­li­sis de aque­llos socia­lis­tas, por supues­to, era la teo­ría de la plus­va­lía y de la acu­mu­la­ción desa­rro­lla­da en El Capi­tal.

Rolan­do Astarita

4 de julio de 2017

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