El pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio de Frantz Fanon

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[El filósofo marxista de origen libanés Hassan Hamdan (1936-1987; más conocido por el alias Mahdi Amel) publicó este artículo en dos entregas en los números 71 y 72 de la revistaRévolution africaine, del 6 y 13 de junio de 1964.]

En su división del mundo en dos categorías fundamentales, los hombres y los subhombres, la historia de la humanidad lleva la marca de Occidente. Su movimiento es el mismo que el de esta dualidad, que apareció con su forma definitiva, sobre todo, en las últimas décadas del siglo XIX. Sea cual sea el vocablo utilizado para designarlos: atrasados, bárbaros, indígenas o subdesarrollados, esos subhombres siguen siendo, a través de su propia evolución, subproductos de la humanidad, y su determinación como tales constituye el fundamento mismo de la historia de Occidente como historia dominante de la humanidad. Los hombres hacían la historia, los subhombres la padecían. Era el reino de Occidente. El universo era su morada. Todo sucedía armoniosamente en el marco de esta estructura dual –pero simple– del mundo.

Ahora bien, los subhombres comienzan a despertar de su sueño secular y, al reivindicar su pertenencia a la humanidad, se esfuerzan por incorporarse a la historia, sembrando de este modo los primeros gérmenes de un profundo desconcierto que pone en peligro el desarrollo armonioso del orden occidental. Pero despiertan en medio de una miseria en la que se hallan instalados, de la que perciben la causa, que para ellos reside en esa misma estructura dual del mundo, que opone la miseria revoltosa de unos a la opulencia escandalosa de otros en un movimiento antagonista cuyo fundamento no es otro que la historia dominante y colonialista de Occidente.

Aislada de su sentido, esta miseria era ineficaz. No suponía ninguna amenaza, ningún peligro. Era absurda en su desnudez, asumida como un destino. Sin embargo, a partir del momento en que encontró su sentido en la conciencia de los subhombres que la vivían, se ha convertido en una fuerza amenazadora que choca con la historia dominante que la engendró. Al rechazarla, estos subhombres pretenden forjar su propia historia, pero este rechazo, que por fuerza tiene que adoptar la forma de la violencia, el Occidente colonialista lo percibe como una amenaza para su dominación de la historia, como un arma que le estremece en su ser. Para mantener su dominación pretende mantener esta división que ha instalado en el corazón del mundo, en el corazón del hombre. Entre él y los demás, que somos nosotros, se desarrolla un combate, aparentemente desigual, que confiere a los tiempos modernos su sentido histórico.

Esta es la realidad inhumana de la humanidad actual en la que se fija la mirada penetrante de Fanon, cuyo pensamiento, cuya erupción cálida y ardiente es la expresión profunda, a la vez poética y racional, de esta realidad. Poética porque, al sufrir como tantos otros el universo aplastante de la opresión colonial, se forjó en la lucha en el corazón mismo del combate épico liberador. No puede ser sino un grito, el grito de cólera, pero también de esperanza. Racional porque supo desgajar del movimiento tumultuoso y ambiguo de los actos cotidianos las líneas fundamentales de la historia.

Poniendo en perspectiva el acontecimiento, este pensamiento nos situó en el devenir de la revolución y nos reveló de este modo el sentido del porvenir revolucionario y su orientación. Relacionando el pasado con el presente en un único y mismo acto inteligible, nos desveló lo posible en la necesidad misma de su realización. Canto, pero para comprender y hacer comprender mejor, palabra, pero con vistas al acto, poesía, pero que se dirige a la razón y razón que se dirige al corazón, así es el pensamiento de Fanon. Para comprenderlo, hay que captarlo en su unidad. Separar la imagen del concepto, o el ritmo de la idea, o el grito de su sentido, no solo es traicionarlo, sino sobre todo traicionarlo para neutralizarlo, para ahogar en él el aliento revolucionario, en suma, para silenciarlo.

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