Día inter­na­cio­nal de lucha de la cla­se obrera

Albert Par­sons
Pri­me­ro de Mayo
Cada año, el Pri­me­ro de Mayo con­me­mo­ra el ase­si­na­to de cin­co sin­di­ca­lis­tas esta­dou­ni­den­ses en 1886 en una de las mayo­res movi­li­za­cio­nes obre­ras cele­bra­das en aquel país en recla­ma­ción de la jor­na­da labo­ral de ocho horas.

En julio de 1889 el I Con­gre­so de la II Inter­na­cio­nal acor­dó cele­brar el Pri­me­ro de Mayo como jor­na­da de lucha del pro­le­ta­ria­do de todo el mun­do y adop­tó la siguien­te reso­lu­ción his­tó­ri­ca: “Debe orga­ni­zar­se una gran mani­fes­ta­ción inter­na­cio­nal en una mis­ma fecha de tal mane­ra que los tra­ba­ja­do­res de cada uno de los paí­ses y de cada una de las ciu­da­des exi­jan simul­tá­nea­men­te de las auto­ri­da­des públi­cas limi­tar la jor­na­da labo­ral a ocho horas y cum­plir las demás reso­lu­cio­nes de este Con­gre­so Inter­na­cio­nal de París”.

Como en otras par­tes del mun­do, la situa­ción de los tra­ba­ja­do­res en Esta­dos Uni­dos a fina­les del siglo XIX era muy difí­cil. Sin embar­go, emi­gran­tes de diver­sos paí­ses euro­peos acu­dían allá en bus­ca de una mejor situa­ción eco­nó­mi­ca. En 1886, un escri­tor extran­je­ro retra­tó así a Chica­go: “Un man­to abru­ma­dor de humo; calles lle­nas de gen­te ocu­pa­da, en rápi­do movi­mien­to; un gran con­glo­me­ra­do de vías ferro­via­rias, bar­cos y trá­fi­co de todo tipo; una dedi­ca­ción pri­mor­dial al Dólar Todo­po­de­ro­so”.

Era una ciu­dad con un pro­le­ta­ria­do inmi­gran­te, arras­tra­do por el capi­ta­lis­mo a la peri­fe­ria de una ciu­dad indus­trial. La gran mayo­ría de los pro­le­ta­rios, espe­cial­men­te en ciu­da­des como Chica­go, eran de Ale­ma­nia, Irlan­da, Bohe­mia, Fran­cia, Polo­nia o Rusia. Olea­das de obre­ros arro­ja­dos los unos con­tra otros, com­pri­mi­dos en tugu­rios y azu­za­dos por gue­rras étni­cas. Muchos eran cam­pe­si­nos anal­fa­be­tos pero otros ya esta­ban tem­pla­dos por la lucha de clases.

En el invierno de 1872, un año des­pués de la Comu­na de París, en Chica­go miles de obre­ros sin hogar y ham­brien­tos a cau­sa del gran incen­dio, hicie­ron mani­fes­ta­cio­nes pidien­do ayu­da. Muchos lle­va­ban en pan­car­tas ins­cri­tas la con­sig­na Pan o san­gre. Reci­bie­ron san­gre. La repre­sión poli­cial les obli­gó a refu­giar­se en el túnel bajo el río Chica­go, don­de fue­ron tiro­tea­dos y golpeados.

En 1877 otra gran ola de huel­gas se exten­dió por las redes ferro­via­rias y pren­dió huel­gas gene­ra­les en los cen­tros ferro­via­rios, entre ellos Chica­go don­de, las balas de la poli­cía dis­per­sa­ron las enor­mes con­cen­tra­cio­nes de huel­guis­tas de aquel año.

De aque­llas luchas nació una nue­va direc­ción sin­di­cal, espe­cial­men­te de inmi­gran­tes ale­ma­nes, conec­ta­dos con la I Inter­na­cio­nal de Marx y Engels. El pro­le­ta­ria­do ale­mán tenía una con­ta­gio­sa con­cien­cia de cla­se: apren­di­da, mol­dea­da por una expe­rien­cia com­ple­ja, pro­fun­da­men­te hos­til al capi­ta­lis­mo mun­dial. Como todos los revo­lu­cio­na­rios, eran odia­dos, temi­dos y difa­ma­dos al mis­mo tiem­po. A su lado esta­ba un lucha­dor oriun­do de Esta­dos Uni­dos, Albert Parsons.

Así se dio una fusión de la expe­rien­cia polí­ti­ca de dos con­ti­nen­tes, del tumul­to de Euro­pa y el movi­mien­to con­tra la escla­vi­tud de Esta­dos Uni­dos. En los agi­ta­dos años de la eman­ci­pa­ción de los escla­vos, Par­sons era un repu­bli­cano radi­cal que había desa­fia­do a la socie­dad teja­na bur­gue­sa casán­do­se con una escla­va mes­ti­za liber­ta, Lucy Par­sons, que lle­gó a ser una figu­ra polí­ti­ca por sí mis­ma. Albert Par­sons mili­tó mucho tiem­po en las Ligas de Ocho Horas, pero has­ta diciem­bre de 1885 escri­bió en su perió­di­co Alar­ma: “A noso­tros, de la Inter­na­cio­nal [hacía refe­ren­cia a la anar­quis­ta IWPACOR] nos pre­gun­tan con fre­cuen­cia por qué no apo­ya­mos acti­va­men­te al movi­mien­to de la pro­pues­ta de ocho horas. Eche­mos mano de lo que poda­mos con­se­guir, dicen nues­tros ami­gos de las ocho horas, por­que si pedi­mos dema­sia­do podría­mos no reci­bir nada. Con­tes­ta­mos: Por­que no hace­mos com­pro­mi­sos. O nues­tra posi­ción de que los capi­ta­lis­tas no tie­nen nin­gún dere­cho a la pose­sión exclu­si­va de los medios de vida es ver­dad o no lo es. Si tene­mos razón, pues reco­no­cer que los capi­ta­lis­tas tie­nen dere­cho a las ocho horas de nues­tro tra­ba­jo es más que un com­pro­mi­so; es una vir­tual con­ce­sión de que el sis­te­ma de sala­rios es jus­to”.

Tras recu­pe­rar­se de los suce­sos de 1877, el movi­mien­to obre­ro se exten­dió como un incen­dio incon­tro­la­ble, espe­cial­men­te cuan­do se con­cen­tró en la deman­da de la jor­na­da de ocho horas.

En aque­lla épo­ca había dos gran­des orga­ni­za­cio­nes de tra­ba­ja­do­res en Esta­dos Uni­dos. La Noble Orden de los Caba­lle­ros del Tra­ba­jo (The Noble Orden of the Knights of Labor), mayo­ri­ta­ria, y la Fede­ra­ción de Gre­mios Orga­ni­za­dos y Tra­deu­nio­nes (Fede­ra­tion of Orga­ni­zed Tra­ders and Labor Union). En el IV Con­gre­so de esta últi­ma, cele­bra­do en 1884, Gabriel Edmons­ton pre­sen­tó una moción sobre la dura­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo, que decía: “Que la dura­ción legal de la jor­na­da de tra­ba­jo sea de ocho horas dia­rias a par­tir del Pri­me­ro de Mayo de 1886. La moción se apro­bó y se con­vir­tió en una rei­vin­di­ca­ción tam­bién para otras orga­ni­za­cio­nes no afi­lia­das al sin­di­ca­to”.

El Pri­me­ro de Mayo de 1886 los tra­ba­ja­do­res debían impo­ner la jor­na­da de ocho horas y cerrar las puer­tas de cual­quier fábri­ca que no acce­die­ra. La deman­da de ocho horas se iba a trans­for­mar de una rei­vin­di­ca­ción eco­nó­mi­ca de los tra­ba­ja­do­res con­tra sus patro­nos inme­dia­tos, en la rei­vin­di­ca­ción polí­ti­ca de una cla­se con­tra sus explotadores.

El plan reci­bió una tre­men­da y entu­sias­ta aco­gi­da. Un his­to­ria­dor escri­be: “Fue poco más que un ges­to que, debi­do a las nue­vas con­di­cio­nes de 1886, se con­vir­tió en una ame­na­za revo­lu­cio­na­ria. La efer­ves­cen­cia se exten­dió por todo el país. Por ejem­plo, el núme­ro de miem­bros de la Noble Orden de los Caba­lle­ros del Tra­ba­jo subió de 100.000 en el verano de 1885 a 700.000 al año siguiente”.

El movi­mien­to de las ocho horas reci­bió un apo­yo tan fer­vien­te por­que la jor­na­da de tra­ba­jo típi­ca era de 18 horas. Los tra­ba­ja­do­res debían entrar a la fábri­ca a las 5 de la maña­na y retor­na­ban a las 8 ó 9 de la noche; así, muchos tra­ba­ja­do­res no veían a su mujer e hijos a la luz del día. Los obre­ros, lite­ral­men­te, tra­ba­ja­ban has­ta morir­se; su vida la con­for­ma­ba el tra­ba­jo, un peque­ño des­can­so y el ham­bre. Antes de que los tra­ba­ja­do­res como cla­se pudie­ran alzar la cabe­za hacia hori­zon­tes más leja­nos, nece­si­ta­ban momen­tos libres para pen­sar y for­mar­se. En las calles, tra­ba­ja­do­res alza­dos cantaban:

Nos pro­po­ne­mos reha­cer las cosas.
Esta­mos har­tos de tra­ba­jar para nada,
esca­sa­men­te para vivir,
jamás una hora para pensar.

Antes de la pri­ma­ve­ra de 1886 comen­zó una ola de huel­gas a esca­la nacio­nal. Dos meses antes del Pri­me­ro de Mayo, escri­be un his­to­ria­dor, “ocu­rrie­ron repe­ti­dos dis­tur­bios [en Chica­go] y se veían con fre­cuen­cia vehícu­los lle­nos de poli­cías arma­dos que corrían por la ciu­dad”. El direc­tor del Chica­go Daily News escri­bió: “Se pre­de­cía una repe­ti­ción de los moti­nes de la Comu­na de París”.

En febre­ro de 1886 la empre­sa McCor­mick, de Chica­go, des­pi­dió a 1.400 tra­ba­ja­do­res, en repre­sa­lia a una huel­ga que los tra­ba­ja­do­res de la empre­sa, dedi­ca­da a la fábri­ca de maqui­na­ria agrí­co­la, habían rea­li­za­do el año ante­rior. Los Pin­ker­ton, una espe­cie de poli­cía pri­va­da empre­sa­rial, vigi­la­ban todos los pasos de los huel­guis­tas, fue­ron con­tra­ta­dos muchos esqui­ro­les, pero la huel­ga duró has­ta el Pri­me­ro de Mayo. Al man­te­ner­se la huel­ga y al apro­xi­mar­se la fecha del día cla­ve que el IV Con­gre­so había seña­la­do, se iba aso­cian­do la idea de coor­di­nar esas dos acciones.

Ese día se para­li­za­ron 20.000 tra­ba­ja­do­res en dis­tin­tos Esta­dos, en deman­da de la jor­na­da de ocho horas de tra­ba­jo. Los tra­ba­ja­do­res en huel­ga de la empre­sa McCor­mick tam­bién se unie­ron a la protesta.

El Pri­me­ro de Mayo era el día cla­ve para exi­gir el nue­vo hora­rio; todos los comen­ta­rios y expec­ta­ti­vas eran cen­tra­li­za­das en aque­lla fecha, más aún, se apro­ve­chó el des­con­ten­to de los tra­ba­ja­do­res y la huel­ga de Chicago.

Aquel día los obre­ros de los mayo­res com­ple­jos indus­tria­les de Esta­dos Uni­dos decla­ra­ron una huel­ga gene­ral. Exi­gían la jor­na­da labo­ral de ocho horas y mejo­res con­di­cio­nes de trabajo.

La pren­sa bur­gue­sa reac­cio­nó en con­tra de las pro­tes­tas de los tra­ba­ja­do­res; por ejem­plo, ese mis­mo día el perió­di­co New York Times decía: “Las huel­gas para obli­gar el cum­pli­mien­to de la jor­na­da de ocho horas pue­den hacer mucho para para­li­zar la indus­tria, dis­mi­nuir el comer­cio y fre­nar la rena­cien­te pros­pe­ri­dad del país, pero no podrán lograr su obje­ti­vo”. Otro perió­di­co, el Phi­la­delphia Tele­gram dijo: “El ele­men­to labo­ral ha sido pica­do por una espe­cie de tarán­tu­la uni­ver­sal, se ha vuel­to loco de rema­te. Pen­sar en estos momen­tos pre­ci­sa­men­te en ini­ciar una huel­ga por el logro del sis­te­ma de ocho horas”.

Ese Pri­me­ro de Mayo de 1886 fue tan agi­ta­do como se había pro­nos­ti­ca­do. Se reali­zó una huel­ga gene­ral en Wil­ka­wee, don­de la poli­cía mató a 9 tra­ba­ja­do­res. En Louis­vi­lle, Fila­del­fia, San Luis, Bal­ti­mo­re y Chica­go, se pro­du­je­ron enfren­ta­mien­tos entre poli­cías y tra­ba­ja­do­res, sien­do el acto de ésta últi­ma ciu­dad el de mayor reper­cu­sión. Chica­go, don­de tam­bién esta­ba la huel­ga de los tra­ba­ja­do­res de la empre­sa McCor­mick, fue el sím­bo­lo de la lucha y el sacri­fi­cio de los tra­ba­ja­do­res. Allí los suce­sos fue­ron espe­cial­men­te trá­gi­cos. Para repri­mir a los huel­guis­tas, la bur­gue­sía urdió una pro­vo­ca­ción: el 4 de mayo en la pla­za de Hay­mar­ket, don­de se esta­ba cele­bran­do una masi­va asam­blea obre­ra, esta­lló una bom­ba. Era la señal para que los poli­cías de la ciu­dad y los sol­da­dos de la guar­ni­ción local abrie­sen fue­go con­tra los huelguistas.

Los suce­sos acae­ci­dos en Esta­dos Uni­dos en mayo de 1886 tuvie­ron una inmen­sa reper­cu­sión mun­dial. Al año siguien­te, en muchos paí­ses los obre­ros se decla­ra­ron en huel­ga simul­tá­nea­men­te, sím­bo­lo de su uni­dad y fra­ter­ni­dad, por enci­ma de fron­te­ras y nacio­nes en defen­sa de una mis­ma causa.

Como resul­ta­do de la huel­ga los patro­nos cerra­ron las fábri­cas. Más de 40.000 tra­ba­ja­do­res se pusie­ron en pie de lucha. Comen­zó una repre­sión masi­va no sólo en Chica­go, prin­ci­pal cen­tro del movi­mien­to huel­guís­ti­co, sino tam­bién por todo Esta­dos Uni­dos. La bur­gue­sía des­ató una de sus típi­cas cam­pa­ñas de pro­pa­gan­da de odio hacia la cla­se obre­ra y los sin­di­ca­tos. A los obre­ros, los encar­ce­la­ban a cen­te­na­res y ocho diri­gen­tes del pro­le­ta­ria­do de Chica­go resul­ta­ron pro­ce­sa­dos: Albert Par­sons, August Spies, Samuel Fiel­den, Michael Sch­wab, Adolph Fis­cher, Geor­ge Engel, Luis Lingg y Óscar Nee­be.

El sis­te­ma judi­cial hizo el res­to: pasó por alto su pro­pia lega­li­dad y, sin prue­ba algu­na de que los acu­sa­dos tenían algo que ver con la explo­sión en Hay­mar­ket, dic­tó una sen­ten­cia cruel e infa­me: sie­te de los pro­ce­sa­dos fue­ron con­de­na­dos a la pena de muer­te, todos excep­to Óscar Nee­be, que fue con­de­na­do a 15 años de pri­sión. Y eso que se había demos­tra­do ple­na­men­te que sólo dos de los pro­ce­sa­dos esta­ban en el mitin cuan­do esta­lló la bomba.

Aquel cri­men legal tenía un solo obje­ti­vo: no per­mi­tir que se exten­die­sen las pro­tes­tas obre­ras y ate­mo­ri­zar por mucho tiem­po a los obre­ros. Un capi­ta­lis­ta de Chica­go reco­no­ció: “No con­si­de­ro que esta gen­te sea cul­pa­ble de deli­to alguno, pero deben ser ahor­ca­dos. No temo la anar­quía en abso­lu­to, pues­to que se tra­ta de un esque­ma utó­pi­co de unos pocos, muy pocos chi­fla­dos filo­so­fan­tes y, ade­más, ino­fen­si­vos; pero con­si­de­ro que el movi­mien­to obre­ro debe ser des­trui­do”.

¡Un día de rebe­lión, no de des­can­so! ¡Un día no orde­na­do por los por­ta­vo­ces chu­les­cos de las ins­ti­tu­cio­nes, que tie­nen enca­de­na­dos a los tra­ba­ja­do­res! ¡Un día en que el tra­ba­ja­dor haga sus pro­pias leyes y ten­ga el poder de eje­cu­tar­las! Todo sin el con­sen­ti­mien­to ni apro­ba­ción de los que opri­men y gobier­nan. Un día en que con tre­men­da fuer­za, el ejér­ci­to uni­do de los tra­ba­ja­do­res se movi­li­ce con­tra los que hoy domi­nan el des­tino de los pue­blos de todas las nacio­nes. Un día de pro­tes­ta con­tra la opre­sión y la tira­nía, con­tra la igno­ran­cia y las gue­rras de todo tipo. Un día para comen­zar a dis­fru­tar de ocho horas de tra­ba­jo, ocho horas de des­can­so y ocho horas para lo que nos dé la gana.

(Octa­vi­lla que cir­cu­la­ba en Chica­go en 1885)

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