Cuba y los Esta­dos Uni­dos, otra eta­pa- Luis Toledo

Obama conversa por teléfono con Raúl. Foto: Casa Blanca.Oba­ma con­ver­sa por telé­fono con Raúl. Foto: Casa Blanca. 

El pasa­do 17 de diciem­bre ocu­rrió un acon­te­ci­mien­to que mere­ce seguir sus­ci­tan­do irres­tric­ta cele­bra­ción: regre­sa­ron a la patria los tres lucha­do­res anti­te­rro­ris­tas cuba­nos que aún per­ma­ne­cían injus­ta­men­te pre­sos en cár­ce­les de los Esta­dos Uni­dos. ¡Ya están en casa Los Cin­co! Y tam­bién en la mis­ma fecha se pro­du­jo un anun­cio que, si se quie­re enten­der rec­ta­men­te su sig­ni­fi­ca­do, deman­da poner en ten­sión lo más lúci­do del pen­sa­mien­to. El entu­sias­mo ante la pro­cla­ma­ción de algo extra­or­di­na­rio, en gran medi­da ines­pe­ra­do, no debe ser­vir para que cai­gan velos sobre la realidad.

Tres días des­pués de los dis­cur­sos simul­tá­neos, en La Haba­na y en Washing­ton, de los res­pec­ti­vos pre­si­den­tes de Cuba y los Esta­dos Uni­dos, dio indi­cios de nece­sa­ria preo­cu­pa­ción en ese sen­ti­do el acto de gra­dua­ción cele­bra­do en un cen­tro esco­lar haba­ne­ro. No ha sido el úni­co caso, pero cabe tomar­lo como refe­ren­cia, tra­tán­do­se de un plan­tel impor­tan­te en la for­ma­ción de jóve­nes para que reali­cen tareas téc­ni­cas, espe­cial­men­te en el área de la biblio­te­co­lo­gía. Ello habla de la influen­cia for­ma­do­ra que sus egre­sa­dos y egre­sa­das ten­drán la oca­sión y la res­pon­sa­bi­li­dad de ejercer.

Lo pri­me­ro que se oyó en el acto no fue la gra­ba­ción del Himno Nacio­nal, que, cuan­do se puso, estu­vo lejos de ser uná­ni­me­men­te aco­gi­da con la ade­cua­da acti­tud solem­ne. Antes lle­gó des­de la pre­si­den­cia una voz que, en repre­sen­ta­ción del cen­tro, con estas o muy pare­ci­das pala­bras, y de segu­ro con bue­nas inten­cio­nes, apun­tó entre otras cosas: este año “el día de san Láza­ro tuvo un medio­día espe­cial­men­te espe­ra­do”, se esco­gió para anun­ciar la nor­ma­li­za­ción de rela­cio­nes entre nues­tro país “y el vecino, así, sin ape­lli­dos”. Daba igual que hubie­ra dicho “sin adje­ti­vos”, o usa­do otros tér­mi­nos para expresarse.

Lo que el pasa­do 17 de diciem­bre anun­cia­ron los pre­si­den­tes de Cuba y de los Esta­dos Uni­dos fue el esta­ble­ci­mien­to, aún no for­ma­li­za­do, de rela­cio­nes diplo­má­ti­cas entre ambos paí­ses. Esas rela­cio­nes no habría que res­ta­ble­cer­las si la nación nor­te­ña no las hubie­ra roto, como par­te de una hos­ti­li­dad que ha inclui­do agre­sio­nes arma­das y sabo­ta­jes, para derro­car a una Revo­lu­ción que se plan­teó alcan­zar la sobe­ra­nía nacio­nal ple­na y, por tan­to, erra­di­car la domi­na­ción neo­co­lo­nial que se le había impues­to al país des­de 1898, año de la cono­ci­da inter­ven­ción con que la nacien­te poten­cia nor­te­ame­ri­ca­na frus­tró la inde­pen­den­cia que el pue­blo cubano había pro­ba­do mere­cer en su lucha con­tra la Coro­na española.

Los años de una rup­tu­ra de víncu­los diplo­má­ti­cos no deben favo­re­cer que la vuel­ta a ellos pro­pi­cie igno­rar que entre rela­cio­nes diplo­má­ti­cas y paz, entre rela­cio­nes diplo­má­ti­cas y res­pe­to a la sobe­ra­nía de cada nación, pue­den mediar y de hecho a menu­do median dis­tan­cias mayús­cu­las. Bas­ta obser­var con míni­ma aten­ción lo que ocu­rre entre los Esta­dos Uni­dos y paí­ses con los cua­les esa nación tie­ne rela­cio­nes diplo­má­ti­cas. Es, por ejem­plo, el caso de Rusia, a la que, si de algo pudie­ra acu­sar­se, no sería por cier­to de estar pla­nean­do la crea­ción de una nue­va Inter­na­cio­nal Comu­nis­ta. O el de Vene­zue­la, cuyos dig­nos rum­bos boli­va­ria­nos están sien­do tam­bién aho­ra mis­mo obje­to de san­cio­nes por par­te del gobierno de los Esta­dos Uni­dos, de cono­ci­da com­pli­ci­dad con la sub­ver­sión inter­na que se afa­na en des­es­ta­bi­li­zar al país sud­ame­ri­cano para que nue­va­men­te se entro­ni­ce allí un régi­men dócil a la oli­gar­quía ver­ná­cu­la y, sobre todo, a los intere­ses imperiales.

Ni de Cuba ni del vecino del Nor­te pue­de hablar­se apro­pia­da­men­te sin pen­sar en los ape­lli­dos, adje­ti­vos o epí­te­tos que de hecho les corres­pon­den. La pri­me­ra es un país que se ha pro­pues­to sal­var su pro­yec­to socia­lis­ta y con­ser­var su sobe­ra­nía nacio­nal, a la que solo podría renun­ciar si deser­ta­ra del camino tra­za­do, cuan­do menos, des­de el 10 de octu­bre de 1868, abo­na­do por la obra y el pen­sa­mien­to de José Mar­tí y cal­za­do des­de el poder revo­lu­cio­na­rio por la reali­dad ins­tau­ra­da a par­tir del 1 de enero de 1959, tras una nue­va eta­pa de lucha heroi­ca. Por su par­te, los Esta­dos Uni­dos son un poder al cual sería no menos que injus­to y des­cor­tés reta­cear­le el reco­no­ci­mien­to que se ha gana­do como poten­cia impe­ria­lis­ta, con todo lo que ello impli­ca his­tó­ri­ca­men­te, hecho sobre hecho. Si vamos a lla­mar­los “el vecino”, para la nación cuba­na y para nues­tra Amé­ri­ca en gene­ral sería sui­ci­da res­tar peso a la cir­cuns­tan­cia de que no ha deja­do de ser peli­gro­so y desdeñarnos.

No ha per­di­do ni un ápi­ce de impor­tan­cia, sino todo lo con­tra­rio, el lla­ma­mien­to de Mar­tí a cono­cer las razo­nes ocul­tas del país que nos invi­te a unión, y no es ni siquie­ra eso lo que ofre­ce hoy a Cuba el gobierno de los Esta­dos Uni­dos. No ha hecho más, ni menos, que reco­no­cer un dato rotun­do: el blo­queo y la hos­ti­li­dad explí­ci­ta no han dado el resul­ta­do que él aspi­ra­ba a con­se­guir con uno y con otra, y, por tan­to, debe cam­biar de tác­ti­ca para lograr sus pro­pó­si­tos, que siguen sien­do los mis­mos. Entre ellos figu­ra que Cuba cam­bie de rum­bo polí­ti­co y se des­ba­rran­que por otro en el cual le sea posi­ble some­ter­la a sus desig­nios, como el camino que le fue impues­to de 1898 a 1958.

Entre lo que se le debe apre­ciar y reco­no­cer a Barack Oba­ma —pre­si­den­te de la mayor poten­cia impe­ria­lis­ta, no de una Socie­dad Filan­tró­pi­ca Inter­na­cio­nal — , figu­ra la cla­ri­dad con que se ha expre­sa­do. Si que­re­mos, no diga­mos des­fa­cha­tez, sino fran­que­za; pero no olvi­de­mos que fran­que­za es el para­de­ro ver­bal melio­ra­ti­vo adon­de ha lle­ga­do la aso­cia­ción con­cep­tual con las pre­rro­ga­ti­vas de los fran­cos para mover­se a su anto­jo por los terri­to­rios galos bajo su dominación.

Supo­ner gene­ro­si­dad soli­da­ria en el gobierno que —admi­nis­tra­ción tras admi­nis­tra­ción, inclui­da has­ta aho­ra, por seis años ya, la actual— ha inten­ta­do asfi­xiar por ham­bre al pue­blo cubano, sería un acto de gra­ve inge­nui­dad, por lo menos. Oba­ma ha deja­do pal­ma­ria­men­te expre­sa­das sus inten­cio­nes, y, si alguien no lo hubie­ra apre­cia­do así, solo ten­dría que echar una ojea­da a las decla­ra­cio­nes pro­gra­má­ti­cas con que, para no dejar som­bra de dudas, la Casa Blan­ca ha com­ple­men­ta­do las pala­bras del man­da­ta­rio. Tales decla­ra­cio­nes debe­rían publi­car­se en Cuba, para que nadie las ignore.

Hay que armar­se de pacien­cia para oír que Cuba esta­rá repre­sen­ta­da en la pró­xi­ma Cum­bre de las Amé­ri­cas por­que el gobierno de los Esta­dos Uni­dos lo desea para bien de la nación cari­be­ña. Esta asis­ti­rá a la cita por libre auto­de­ter­mi­na­ción, y por el recla­mo de los paí­ses del área, ante los cua­les el gobierno esta­dou­ni­den­se ha veni­do que­dán­do­se cada vez más ais­la­do, como han reco­no­ci­do sus más altos voce­ros, des­de el secre­ta­rio de Esta­do has­ta el pre­si­den­te. La pre­sen­cia de Cuba en la Cum­bre no será fru­to de una polí­ti­ca esti­mu­la­da por los Esta­dos Uni­dos, sino de un replan­tea­mien­to geo­po­lí­ti­co, revo­lu­cio­na­rio, que ha pues­to a la región en un camino que no alcan­za­ron a ver los más cla­ros pro­mo­to­res de la inte­gra­ción en el siglo XIX, díga­se Simón Bolí­var y José Mar­tí, ni sus con­ti­nua­do­res en el XX. CELAC, ALBA, UNASUR, CARICOM y otras evi­den­cias con­tun­den­tes hablan de esa realidad.

Tam­po­co idea­li­ce­mos las posi­bi­li­da­des revo­lu­cio­na­rias de nues­tra épo­ca, mina­da por una ofen­si­va ideo­ló­gi­ca dere­chis­ta que ha logra­do ven­der como cosa natu­ral las más sór­di­das manio­bras, por las cua­les el pen­sa­mien­to capi­ta­lis­ta pasa como ausen­cia de ideo­lo­gía, en vir­tud de con­cep­cio­nes por las que el pro­pio Bolí­var y Mar­tí serían hoy con­si­de­ra­dos terro­ris­tas, cla­si­fi­ca­ción que el impe­rio le ha endil­ga­do de mane­ra cri­mi­nal a Cuba. Mien­tras tan­to, las agre­sio­nes des­ata­das por los impe­ria­lis­tas y sus alia­dos, aun­que sean gue­rras y ope­ra­cio­nes geno­ci­das, pue­den pasar como garan­tes de la demo­cra­cia y los dere­chos huma­nos, con niñas y niños des­tri­pa­dos por bom­bas “huma­ni­ta­rias”, por­que has­ta el sen­ti­do de este voca­blo se ha adul­te­ra­do en fun­ción de tales planes.

Esa es la épo­ca en la cual se plan­tea el ini­cio de la nor­ma­li­za­ción de las rela­cio­nes diplo­má­ti­cas entre dos paí­ses con sis­te­mas polí­ti­cos y con­cep­cio­nes socia­les y cul­tu­ra­les dife­ren­tes, y, por tan­to, con ape­lli­dos tam­bién dis­tin­tos. A nadie en su sano jui­cio debe pare­cer­le mal que esa nor­ma­li­za­ción se pon­ga en mar­cha; pero tam­po­co se debe igno­rar la dife­ren­cia de inten­cio­nes con que se pue­de pro­mo­ver, o se pro­mue­ve, des­de ambos lados de una con­tra­dic­ción esen­cial, que no cesa­rá de la noche a la maña­na, y que, vis­ta a la luz de la his­to­ria, solo podría des­pa­re­cer por com­ple­to si uno de los dos paí­ses renun­cia­ra al camino que ha segui­do has­ta hoy. El gobierno de los Esta­dos Uni­dos no da nin­gún indi­cio de que­rer aban­do­nar el suyo, y tam­po­co lo da, ni ha de dar­lo, la Cuba don­de una Revo­lu­ción ver­da­de­ra vino a defen­der los idea­les de Mar­tí, y a pro­po­ner­se hacer­los realidad.

Cla­ro que la eli­mi­na­ción del blo­queo pue­de repre­sen­tar para Cuba un ambien­te más pro­pi­cio para sus pla­nes de lograr un cre­cien­te bien­es­tar para el pue­blo. Pero son muchas las con­tra­dic­cio­nes inter­nas en los Esta­dos Uni­dos, muchos allí los rejue­gos y las pug­nas en torno al poder, y aún está por ver­se si el blo­queo se levan­ta­rá, y, de levan­tar­se, no será para favo­re­cer que Cuba se desa­rro­lle y man­ten­ga su rum­bo jus­ti­cie­ro. No será para eso que lo dero­guen quie­nes has­ta aho­ra lo han impues­to bur­lán­do­se de un cate­gó­ri­co cla­mor inter­na­cio­nal, que inclu­ye suce­si­vas y con­tun­den­tes vota­cio­nes con­tra él en la Asam­blea Gene­ral de la ONU.

El blo­queo tam­bién ha ais­la­do a los Esta­dos Uni­dos, que se ganan la oje­ri­za inclu­so de socios que ven cómo sus ins­ti­tu­cio­nes ban­ca­rias y navie­ras son mul­ta­das, en nom­bre de leyes inmo­ra­les que se impo­nen sin dete­ner­se ante una extra­te­rri­to­ria­li­dad asi­mis­mo inmo­ral, e ile­gal, con­tra­ria a los códi­gos inter­na­cio­na­les. Tam­po­co pare­ce la nación nor­te­ña dis­pues­ta a resig­nar­se ante la com­bi­na­ción que apun­ta a dar­se entre los replan­teos geo­po­lí­ti­cos ya alu­di­dos que vie­nen dán­do­se en nues­tra Amé­ri­ca, y la expan­sión inter­na­cio­nal de los mer­ca­dos ruso y chino, sobre todo de este últi­mo, que tan­to se ha cola­do inclu­so en el seno de los Esta­dos Unidos.

Debe dar­se la bien­ve­ni­da a todo lo que favo­rez­ca el nor­mal fun­cio­na­mien­to de las nacio­nes, y el bien­es­tar de los pue­blos. Pero no cabe supo­ner que ese sea el pro­pó­si­to con que, al pare­cer, empie­za a abrir­se paso en los Esta­dos Uni­dos el sen­ti­do prác­ti­co y de con­ve­nien­cia, para el pro­pio impe­rio, que otros voce­ros suyos han defen­di­do, y que cier­ta­men­te pudie­ra dar mejo­res resul­ta­dos con­cre­tos para la aspi­ra­ción de no per­der cami­nos por don­de seguir ejer­cien­do su influen­cia. A Cuba, a cuba­nas y cuba­nos patrio­tas, no ha de tomar­los por sor­pre­sa nin­gu­na manio­bra. Las mis­mas que el impe­rio pue­de ver­se lle­va­do a poner en prác­ti­ca, como reto­mar las rela­cio­nes diplo­má­ti­cas y anun­ciar el posi­ble cese del blo­queo, serían impen­sa­bles sin la resis­ten­cia con que el pue­blo cubano ha defen­di­do su sobe­ra­nía y su dig­ni­dad de 1959 para acá, en una sen­da ini­cia­da mucho antes.

A la pren­sa, a la docen­cia, a los recur­sos todos de infor­ma­ción y for­ma­ción, en las nue­vas cir­cuns­tan­cias que pare­cen adve­nir les toca un papel aún más inte­li­gen­te y cala­dor que en tiem­pos en los cua­les todo se haya plan­tea­do más en blan­co y negro, por el efec­to direc­to de la con­fron­ta­ción sin amba­ges. Espe­re­mos que a nadie se le ocu­rra que debe­mos andar ocul­tan­do los ape­lli­dos, cali­fi­ca­ti­vos o epí­te­tos que corres­pon­da usar en cada caso. Nin­gún sen­ti­do de opor­tu­ni­dad —que pue­de con­fun­dir­se con el opor­tu­nis­mo, cuan­do no con la idio­tez— ha de lle­var­nos a supo­ner que pode­mos andar con rodeos cuan­do se tra­ta de defen­der nues­tra sobe­ra­nía nacio­nal y la jus­te­za de nues­tras ideas, o que es per­ti­nen­te suplan­tar con tafe­ta­nes “diplo­má­ti­cos” la cla­ri­dad meri­dia­na con que debe­mos defen­der, sin vaci­la­cio­nes ni disi­mu­los de nin­gún tipo, nues­tra nación y nues­tro proyecto.

Urge igual­men­te garan­ti­zar por noso­tros mis­mos nues­tra efi­cien­cia eco­nó­mi­ca, que no es ni ha de ser un fin en sí, sino requi­si­to indis­pen­sa­ble para ase­gu­rar la feli­ci­dad del pue­blo. No vaya a ocu­rrir que la coin­ci­den­cia, en el tiem­po, del desea­do logro de esa efi­cien­cia —y de meca­nis­mos y con­cep­tos nece­sa­rios en cuan­to a polí­ti­ca sala­rial y de pre­cios — , y el posi­ble levan­ta­mien­to del blo­queo, ven­ga a sem­brar en algu­nos la pere­gri­na idea de que lo alcan­za­do se debe­rá a la gene­ro­si­dad del impe­rio. Mien­tras este lo sea, no habrá dere­cho a inge­nui­da­des, como la de creer que ya la lucha ideo­ló­gi­ca es cosa del pasado.

Tran­qui­li­za en tal sen­ti­do, y no cau­sa asom­bro, el dis­cur­so del gene­ral de ejér­ci­to Raúl Cas­tro Ruz en la clau­su­ra —con la cual coin­ci­dió en el tiem­po la gra­dua­ción esco­lar men­cio­na­da al ini­cio— de las recien­tes sesio­nes de la Asam­blea Nacio­nal del Poder Popu­lar. Pero no bas­ta que la van­guar­dia del país esté cla­rí­si­ma en cuan­to a qué está en jue­go y qué se deci­de. Es nece­sa­rio que la cla­ri­dad siga expan­dién­do­se y pro­fun­di­zán­do­se en la gene­ra­li­dad del pue­blo, sin cuyo apo­yo, deci­si­vo, no hay obra revo­lu­cio­na­ria que val­ga. Esa es tarea de toda la socie­dad, que no es ni debe supo­ner­se homogénea.

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