El ata­que quí­mi­co de Idleb, enési­mo inten­to de mani­pu­la­ción masi­va con­tra Siria

Una vez más, tene­mos a la pren­sa y los gobier­nos de occi­den­te, al uní­sono, cla­man­do con­tra el gobierno sirio, res­pon­sa­bi­li­zán­do­lo —sin prue­bas— de un ata­que quí­mi­co en la loca­li­dad de Jan Shei­jun, al sur de la pro­vin­cia de Idleb. Las explo­sio­nes, acon­te­ci­das el pasa­do mar­tes 4 de abril, cos­ta­ron la vida a casi un cen­te­nar de per­so­nas, muchas de ellas niños, cuyas imá­ge­nes nos han meti­do con cal­za­dor has­ta en la sopa en todos los medios de comu­ni­ca­ción. De nue­vo, polí­ti­cos, comen­ta­ris­tas y ter­tu­lia­nos, han recu­pe­ra­do el tér­mino línea roja, acu­ña­do por Barack Oba­ma para seña­lar al defi­ni­ti­vo deto­nan­te con el que ini­cia­ría la tan ansia­da inva­sión de Siria. Pare­ce que muchos toda­vía no han teni­do sufi­cien­tes dosis de san­gre y des­truc­ción aje­na y siguen ávi­dos de más, de una gue­rra total que podría desem­bo­car en un con­flic­to de carác­ter mundial.

Lo ver­da­de­ra­men­te curio­so es que muchos fui­mos avi­sa­dos hace sema­nas de que algo se coci­na­ba y está­ba­mos espe­ran­do la enési­ma cam­pa­ña mediá­ti­ca con­tra la figu­ra de Bashar el Assad que habría de lan­zar­se en pri­ma­ve­ra. El obje­ti­vo mar­ca­do no era otro que seguir con la des­hu­ma­ni­za­ción del per­so­na­je para impe­dir que pue­da jugar un papel rele­van­te en el futu­ro de Siria al mar­gen de lo que deci­da sobe­ra­na­men­te su pro­pio pue­blo. Coin­ci­den­cia o pla­ni­fi­ca­ción, es inne­ga­ble que la maqui­na­ria de la pro­pa­gan­da se ha pues­to en mar­cha con toda su cru­de­za —otra vez.

Sin embar­go, aún no se dis­po­ne de datos fia­bles sobre qué ha suce­di­do real­men­te, por lo que es abso­lu­ta­men­te impo­si­ble emi­tir, como ha reco­no­ci­do Nacio­nes Uni­das y la Orga­ni­za­ción para la Prohi­bi­ción de Armas Quí­mi­cas (OPAQ), una hipó­te­sis veraz. Ni siquie­ra es posi­ble afir­mar si las explo­sio­nes se debie­ron a un ata­que aéreo, a un ata­que des­de tie­rra o a una explo­sión for­tui­ta. Todas las posi­bi­li­da­des son plau­si­bles. Cual­quier acu­sa­ción que se esté hacien­do en estos momen­tos se tra­ta­rá, inde­fec­ti­ble­men­te, de una intere­sa­da incri­mi­na­ción basa­da en cri­te­rios polí­ti­cos apriorísticos.

Como ya es tra­di­ción en la gue­rra con­tra Siria, las fuen­tes usa­das para la denun­cia del ata­que quí­mi­co par­ten de filia­les de al Qae­da, como los Cas­cos Blan­cos (una orga­ni­za­ción crea­da por Tur­quía con miem­bros del espio­na­je bri­tá­ni­co), o el Obser­va­to­rio Sirio de Dere­chos Huma­nos (otra supues­ta ONG que ope­ra des­de el Rei­no Uni­do). Ambas son pie­zas crea­das para pro­pi­ciar una inter­ven­ción mili­tar occi­den­tal más direc­ta con­tra Siria y para gene­rar pro­pa­gan­da en favor de los gru­pos terro­ris­tas que agre­den al país, dis­fra­za­dos de aso­cia­cio­nes huma­ni­ta­rias inde­pen­dien­tes y sin áni­mo de lucro.

Cada vez que suce­de un hecho de esta natu­ra­le­za, es con­ve­nien­te pre­gun­tar­se Quid pro­dest? (¿A quién bene­fi­cia?) para tener una idea cla­ra de a quién pue­de asig­nar­se la auto­ría. Es bien paten­te que el ejér­ci­to sirio y sus alia­dos no nece­si­tan usar armas quí­mi­cas, van ganan­do en todos los fren­tes de bata­lla y lo que menos nece­si­tan es des­atar una inter­ven­ción extran­je­ra. El fin de la gue­rra está cer­ca y, sal­vo una impli­ca­ción mayor de los paí­ses de la OTAN y sus alia­dos, todo el mun­do sabe qué lado ven­ce­rá. Lan­zar bom­bas quí­mi­cas sobre pobla­ción civil en un pue­blo peque­ño no tie­ne nin­gún sen­ti­do, ni mili­tar, ni polí­ti­co, ni estra­té­gi­co. Sería una com­ple­ta estupidez.

Pero es que Siria tam­po­co posee armas quí­mi­cas con las que ata­car a nadie. Sus arse­na­les fue­ron des­trui­dos com­ple­ta­men­te con veri­fi­ca­ción inter­na­cio­nal a par­tir de 2013. Obvia­men­te, su fun­ción no era usar­las con­tra su pue­blo, todo lo con­tra­rio, su pose­sión era para disua­dir a Israel de usar armas ató­mi­cas con­tra Damas­co; no en vano a las armas quí­mi­cas se las lla­ma popu­lar­men­te, las armas nuclea­res de los pobres. Pre­ci­sa­men­te, el arse­nal no con­ven­cio­nal sirio fue dado de baja tras un ata­que quí­mi­co en la Guta, cer­ca de Damas­co. Tras acu­sar per­so­nal­men­te a Bashar el Assad del que resul­tó ser, final­men­te, un bom­bar­deo rebel­de, se supo poco des­pués que los niños muer­tos mos­tra­dos por los medios de comu­ni­ca­ción habían sido pre­via­men­te secues­tra­dos en aldeas pro guber­na­men­ta­les sema­nas atrás y pues­tos en ese pre­ci­so lugar para mover las con­cien­cias occi­den­ta­les en una pura ope­ra­ción de mar­ke­ting y pro­pa­gan­da, como demos­tró la igle­sia cató­li­ca siria, que apor­tó los nom­bres y ape­lli­dos de muchas de las víc­ti­mas que logra­ron ser iden­ti­fi­ca­das con ple­na precisión.

Pero lo que es ver­da­de­ra­men­te inau­di­to es que los gru­pos terro­ris­tas, sus medios de pro­pa­gan­da y los quin­ta­co­lum­nis­tas de nues­tro país, tie­nen ya un lar­go his­to­rial de pro­pa­ga­ción de fal­se­da­des, de simu­la­cio­nes de ata­ques y vídeos fal­sos para mani­pu­lar con­cien­cias y, a pesar de ello, los medios occi­den­ta­les no dudan seguir otor­gan­do vera­ci­dad a sus cam­pa­ñas de fal­se­da­des una y otra vez. Lo mis­mo suce­de con los paí­ses patro­ci­na­do­res de los rebel­des, que fue­ron los inven­to­res de las armas de des­truc­ción masi­va de Irak, de las matan­zas de Gada­fi con­tra su pro­pio pue­blo, de las atro­ci­da­des ira­quíes en Kuwait o del pro­gra­ma nuclear mili­tar iraní.

Quien, a estas altu­ras, aún con­fíe en las fal­se­da­des ins­ti­tu­cio­na­les, en las de sus medios cor­po­ra­ti­vos o en las de sus voce­ros, es por­que real­men­te quie­re ser enga­ña­do. No es la bús­que­da de la ver­dad lo que los mue­ve, ni si quie­ra la bús­que­da de la pos­ver­dad. Cuan­do se abra­za la sim­ple y pura men­ti­ra a sabien­das, es por filias polí­ti­cas pre­vias que nublan la razón y cie­gan el entendimiento.

Juan­lu González

6 de abril de 2017

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