Cuba. Car­los Lazo: his­to­ria de una pelea entre el odio y el amor

Por Rodol­fo Rome­ro Reyes, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 26 de agos­to de 2021. 

La his­to­ria de Car­los Lazo no empie­za en 1965, año de su naci­mien­to, sino que — como la de toda una gene­ra­ción de cuba­nos — ini­ció en 1959. Su niñez, su ado­les­cen­cia, sus deci­sio­nes de juven­tud no pue­den enten­der­se si no se com­pren­de el entra­ma­do de con­tra­dic­cio­nes que se entre­te­jen alre­de­dor de la Revo­lu­ción Cuba­na, de los pro­ce­sos migra­to­rios, del con­flic­to his­tó­ri­co entre Esta­dos Uni­dos y la nación caribeña.

Para con­tar­la no bas­ta­rá nun­ca la estre­chez de una entre­vis­ta. Habría que inda­gar en la vida coti­dia­na — déca­da de los sesen­ta y seten­ta — del repar­to Jai­ma­ni­tas, ubi­ca­do en la cos­ta nor­te haba­ne­ra, don­de nació y cre­ció. Sería nece­sa­rio, tam­bién, cono­cer qué impul­só a su her­mano a irrum­pir en la emba­ja­da de Perú en 1980 y soli­ci­tar asi­lo en el país andino; o qué moti­vó a su madre a via­jar a Esta­dos Uni­dos, esta­ble­cer­se en Mia­mi y des­de allí recla­mar a sus hijos; o qué idea­les tenía aquel padre que pre­fi­rió que­dar­se en Cuba apos­tan­do por el futu­ro del socialismo.

El rela­to que­da­ría incon­clu­so si no men­cio­na­mos que con ape­nas 23 años, en 1988, hizo su pri­mer y falli­do inten­to de sali­da ile­gal del país; o que con­cre­tó su sue­ño de lle­gar a Esta­dos Uni­dos, otra vez en bal­sa, tres años des­pués, dejan­do atrás a sus dos peque­ños hijos.

De toda esa his­to­ria, la más recien­te es qui­zás la más cono­ci­da. Sí, por­que des­pués que se hicie­ra viral el video de él y sus alum­nos can­tan­do «Cuba, Isla bella», de Orishas, en 2018, su nom­bre empe­zó a apa­re­cer con sis­te­ma­ti­ci­dad en los medios de comu­ni­ca­ción. Cuan­do sema­nas des­pués del tor­na­do que tras­to­có la noche haba­ne­ra el 27 de enero de 2019, lle­gó con dona­ti­vos a la barria­da de Law­ton, ya no era un desconocido.

Los que estu­vi­mos en noviem­bre de 2019 en el Tea­tro «Karl Marx», no ima­gi­ná­ba­mos que entre los invi­ta­dos al con­cier­to de Bue­na Fe esta­ría Fábri­ca de Sue­ños, el pro­yec­to pro­ta­go­ni­za­do por Car­los Lazo y sus alum­nos; ado­les­cen­tes nor­te­ame­ri­ca­nos que no solo apren­den espa­ñol, sino que des­cu­bren la músi­ca y la cul­tu­ra cuba­na gra­cias al esfuer­zo de un pro­fe­sor que se ha empe­ña­do en cons­truir «Puen­tes de amor» entre ambas orillas.

Y uno pudie­ra pen­sar que con tan­tos bue­nos sen­ti­mien­tos, en un cora­zón como el suyo no hay espa­cio para el odio. Sin embar­go, cuan­do al calor de esta entre­vis­ta recor­da­mos que no pudo con­cre­tar su sue­ño de estu­diar Medi­ci­na por los pre­jui­cios polí­ti­cos que sobre él pesa­ban y men­cio­na­mos el año que estu­vo en pri­sión — se habían lle­va­do de un cam­pis­mo imple­men­tos náu­ti­cos que usa­ron en su pri­mer inten­to de sali­da ile­gal — , des­cu­bri­mos que duran­te mucho tiem­po el odio se apo­de­ró de él.

«Pasé muchas situa­cio­nes des­agra­da­bles, que en par­te fue­ron fru­to de los tiem­pos que se vivían, de las diná­mi­cas de la socie­dad cuba­na de aquel momen­to. Y sí, sen­tí odio. No esca­pé de esas fuer­zas que tiran para un lado con fuer­za extre­ma. Ter­mi­né odian­do a este país, a este pue­blo; no me da pena decir­lo por­que hoy lo amo con tan­to cari­ño y lo lle­vo tan den­tro, que creo que el peso que puse en el amor, pul­ve­ri­zó has­ta el últi­mo cen­tí­me­tro de odio».

Cuan­do lle­gó a Esta­dos Uni­dos fue par­te de esa heren­cia anti­cu­ba­na que res­pi­ra la ultra­de­re­cha de la Flo­ri­da. Sería una sin­ce­ra y emo­ti­va con­ver­sa­ción con su papá, en 1994, la que remo­ve­ría sus pasiones.

«Mi padre me visi­tó en 1994. En medio de nues­tros aca­lo­ra­dos deba­tes le dije que esta­ba a favor de que apre­ta­ran las san­cio­nes con­tra Cuba. Recuer­do su res­pues­ta: “Mijo, tú no pue­des ser así, esa es tu fami­lia, esos son tus veci­nos”. Lo dijo de la mis­ma mane­ra que me habla­ba cuan­do esta­ba ense­ñán­do­me a nadar: “así no, mejor haz­lo así”, como cuan­do me daba un con­se­jo. Y aque­llo tocó mi conciencia».

Meses des­pués su padre enfer­mó. Momen­tos antes de su muer­te, Car­los pudo regre­sar a La Haba­na por pri­me­ra vez des­pués de su par­ti­da. «Entrar, estar en mi barrio… ya no pude regre­sar al camino del odio, no pude desear­le mal a esa gen­te que me habían cria­do, que habían esta­do con­mi­go toda la vida, y que me reci­bie­ron con tan­to cari­ño. De ahí en ade­lan­te aquel odio fue his­to­ria pasa­da. Deci­dí estar al lado de mi gen­te, y que la polí­ti­ca nun­ca iba a ser algo que me sepa­ra­ra de lo esen­cial: el amor, la familia».

Des­pués de unos cuan­tos años vivien­do en Mia­mi, y deci­di­do como esta­ba a sacar de su inte­rior cual­quier sen­ti­mien­to que no fue­ra de afec­to hacia los suyos, deci­dió mudar­se a Seattle. Que­ría mejo­rar en lo eco­nó­mi­co, alcan­zar su poten­cial como ser humano, estu­diar y ale­jar­se del odio, según sus pro­pias pala­bras. Lle­gó a esta ciu­dad en 1998. Por esos años allí lo mis­mo se pre­sen­ta­ba el Ballet Nacio­nal de Cuba, que ofre­cían un con­cier­to los músi­cos del Bue­na Vis­ta Social Club.

«Ocu­rría allí a tea­tro lleno, con las per­so­nas par­ti­ci­pan­do, divir­tién­do­se, tenien­do un momen­to de ale­gría sana. Sin embar­go, eso no pasa­ba en Mia­mi. Estar lejos de Cuba, pero al mis­mo tiem­po sen­tir­me cer­ca cul­tu­ral­men­te hablan­do, fue uno de los atrac­ti­vos de Seattle. Se vive un ambien­te soli­da­rio, pro­gre­sis­ta; son razo­nes por las que fui has­ta allí; don­de lle­vo vivien­do más de 20 años».

Trai­go oxi­da­do el cora­zón, me hace fal­ta cuerda,

mi alma nece­si­ta trans­fu­sión, san­gre de mi tierra.

Regre­so a la cuna que me vio nacer,

regre­so a ese barrio que me vio correr;

lo que fui, lo que soy y seré, por mi isla bella.

Orishas puso la letra y la músi­ca; Car­los Lazo tuvo la ini­cia­ti­va de can­tar­la con sus estu­dian­tes; inter­net y las redes socia­les hicie­ron lo suyo y el video del coro se hizo viral: un pro­fe­sor cubano-ame­ri­cano se valía de la músi­ca para pro­mo­ver sus mensajes.

«Des­pués de que se hicie­ra viral la can­ción, y de que vinié­ra­mos a La Haba­na a traer dona­cio­nes cuan­do el tor­na­do, me he vis­to envuel­to de mane­ra más gran­de en el afán por ten­der puen­tes de amor entre nues­tros paí­ses. Esos fue­ron los cimien­tos de lo que aho­ra hago; la can­ción fue la pun­ta del ice­berg. Des­de hacía varios años en mi aula la cul­tu­ra cuba­na era una par­te esen­cial del currí­cu­lum. Antes de eso, ya había­mos visi­ta­do Cuba, en un inter­cam­bio cul­tu­ral con niños cuba­nos, que no fue tan cono­ci­do en ese momento».

Iraq tam­bién influ­yó en su acti­vis­mo polí­ti­co. Sí, por­que Car­los se vio enro­la­do como enfer­me­ro en ese con­flic­to béli­co. Al regre­sar de la gue­rra, en 2005, no pudo via­jar a Cuba a visi­tar a sus dos hijos por­que la Admi­nis­tra­ción Bush había apro­ba­do nue­vas res­tric­cio­nes que per­mi­tían a los cuba­no­ame­ri­ca­nos visi­tar la Isla una sola vez cada tres años.

«Regre­so y me encuen­tro que por esas medi­das no podía ver a mis dos hijos. Enton­ces me con­ver­tí en una voz de las tan­tas que pidie­ron el levan­ta­mien­to de aque­llas san­cio­nes. Inclu­so, ter­mi­né tes­ti­fi­can­do en el sena­do esta­dou­ni­den­se, pidién­do­les a los polí­ti­cos, al pre­si­den­te, que levan­ta­ra las res­tric­cio­nes. Des­de ese momen­to, y en estos últi­mos casi 20 años he sido lo que soy hoy, solo que, a raíz de la can­ción en 2018, se ha cono­ci­do más mi tra­ba­jo. Por eso, a par­tir de que Donald Trump arre­cia­ra las medi­das con­tra la fami­lia cuba­na, he teni­do un rol más públi­co. De cier­ta for­ma me he con­ver­ti­do, y me han con­ver­ti­do, para bien o para mal, en una ban­de­ra de la gen­te que lucha por puen­tes de amor».

Cuen­ta Lazo que mien­tras veía un docu­men­tal de Michael Moo­re, el año pasa­do — el cineas­ta argu­men­ta­ba cómo ocu­rrían even­tos sin­gu­la­res que hacían que la gen­te empe­za­ra a ver las cosas dife­ren­tes, como chis­pas en la oscu­ri­dad que pren­dían un fue­go — , se levan­tó del sofá y le dijo a sus hijos que corre­ría des­de Seattle has­ta Washing­ton, unos cin­co mil kiló­me­tros — tipo Forrest Gump, me dice — . Des­pués de que sus hijos apun­ta­sen que aque­lla idea era una locu­ra, deci­die­ron hacer el tra­yec­to en bicicleta.

«Cuan­do supi­mos que el pre­si­den­te Biden, seis meses des­pués de su toma de pose­sión, aún no levan­ta­ría las medi­das impues­tas por Trump, deci­di­mos hacer algo que lla­ma­ra la aten­ción de la opi­nión públi­ca, que nos conec­ta­ra con el pue­blo ame­ri­cano. Tenía­mos como ante­ce­den­te la ante­rior bici­cle­ta­da, pero esta vez debía que ser algo mucho más dra­má­ti­co. Enton­ces dije: «Pues vamos a cami­nar des­de la cuna don­de radi­ca la mayo­ría de los cuba­nos que viven en el exte­rior has­ta Washing­ton DC para lle­var el men­sa­je de que los cuba­no­ame­ri­ca­nos y el pue­blo nor­te­ame­ri­cano quie­ren que se levan­ten esas san­cio­nes que pesan sobre Cuba».

Y lle­ga­ron has­ta la mis­mí­si­ma Casa Blanca

«Allí hici­mos un acto mul­ti­tu­di­na­rio en el que par­ti­ci­pa­ron 400 o 500 per­so­nas. Fue muy boni­to, sim­bó­li­co. Lle­va­mos con noso­tros 27.000 fir­mas que se entre­ga­ron en el Depar­ta­men­to de Esta­do y que lle­ga­ron a la Casa Blan­ca. Aun­que siguen las medi­das ahí, fue una acción impor­tan­te. Segui­mos como el piti­rre: pin­chan­do, pin­chan­do, pinchando…y tan­to va el cán­ta­ro a la fuen­te has­ta que se levan­ten las san­cio­nes; no me cabe duda de que lo vamos a lograr».

Sobre ese tema, Car­los ha con­ver­sa­do con varios con­gre­sis­tas que están a favor de su levan­ta­mien­to. Sin embar­go, cali­fi­ca como un diá­lo­go impo­si­ble, y casi inexis­ten­te, el que ha inten­ta­do sos­te­ner con las per­so­nas que las apoyan.

«El modus viven­di de algu­nos de estos con­gre­sis­tas es gra­cias a las san­cio­nes. Recuer­do que en una oca­sión inten­té con­ver­sar con el sena­dor Ted Cruz. Son per­so­nas que están por el odio, por la mano dura, no tie­nen inten­ción de dia­lo­gar. Viven en una indus­tria que gana dine­ro gra­cias a la ene­mis­tad entre nues­tros pue­blos, son par­te de pro­gra­mas que dedi­can millo­nes de dóla­res todos los años a tra­tar de tum­bar al gobierno cubano; todo eso se tra­du­ce en dine­ro para pro­gra­mas fede­ra­les que ter­mi­na muchas veces en Mia­mi, y ayu­da a la reelec­ción de los polí­ti­cos. Es un círcu­lo vicio­so terri­ble que hace impo­si­ble el cam­bio de la polí­ti­ca hacia Cuba».

Los recien­tes suce­sos del 11 y 12 de julio en la Isla han evi­den­cia­do cuán poli­ti­za­da vive par­te de la emi­gra­ción cuba­na en la Flo­ri­da. Algu­nos lle­ga­ron a soli­ci­tar la inter­ven­ción mili­tar de Esta­dos Uni­dos. Para quien fue tes­ti­go de los bom­bar­deos en Fallu­jah, esta soli­ci­tud está total­men­te fue­ra de lugar.

«Las per­so­nas que soli­ci­ta­ron inter­ven­ción en Cuba no saben de lo que están hablan­do. Yo vi las bom­bas caer, estu­ve en la gue­rra, he vis­to niños muer­tos en las calles. Es muy fácil, y muy irres­pon­sa­ble, hablar des­de un telé­fono o des­de la como­di­dad de tu casa, y pedir dolor, ham­bre, nece­si­dad, y bom­bas para otros. Cuan­do uno ha vis­to la gue­rra, el desas­tre que deja en una nación, y en las per­so­nas que logran sobre­vi­vir, uno no desea eso para nadie, y menos aún para su pue­blo. Hay mucha gen­te bue­na que está atra­pa­da en una pro­pa­gan­da de odio. Y los entien­do, por­que yo tam­bién lo viví, pero tam­bién sé que es posi­ble regre­sar de ahí. Quie­ro creer que esos cuba­nos están con­fun­di­dos en este mun­do de pos­ver­dad, don­de se pone tan­ta basu­ra en las redes, don­de se inci­ta al odio; van a regre­sar de ahí, de la mis­ma mane­ra en que yo regre­sé del odio, por­que en algún lugar les habi­ta la ternura».

A pesar de este hos­til esce­na­rio, Car­los Lazo es opti­mis­ta, pien­sa que en un futu­ro podrían dis­mi­nuir los ren­co­res y la migra­ción sería enten­di­da y asu­mi­da des­de ambas ori­llas como un pro­ce­so natu­ral, sin tan­ta car­ga polí­ti­ca de por medio.

Imá­ge­nes de la más recien­te visi­ta de Car­los Lazo a Cuba.

«Creo que even­tual­men­te la migra­ción cuba­na, el pue­blo y el gobierno en la Isla se van a enten­der. Ese es el úni­co camino, 60 años de con­fron­ta­cio­nes han pro­ba­do que eso no lle­va a nada pro­ve­cho­so para los pue­blos. En el caso de los cuba­nos que vivi­mos fue­ra de Cuba, hay un mar de odio, de des­in­for­ma­ción, de pro­pa­gan­da que demo­ni­za al que vive den­tro, que lla­ma a la vio­len­cia. Eso requie­re que exis­tan polí­ti­cas, lo mis­mo en Esta­dos Uni­dos como en Cuba, que bene­fi­cien esos con­tac­tos y que incen­ti­ven las rela­cio­nes entre los cuba­nos de afue­ra y los cuba­nos de adentro».

¿Tie­nes espe­ran­zas de que Biden reto­me la agen­da de inter­cam­bio y enten­di­mien­to tra­za­da duran­te la Admi­nis­tra­ción Oba­ma?, le pre­gun­to casi al cie­rre de nues­tro diálogo.

«Si no la tuvie­ra, no esta­ría hacien­do esto. En algún momen­to van a ser tan­tas las voces, que Biden va a hacer lo que pro­me­tió: reto­mar la polí­ti­ca de Oba­ma hacia Cuba. Sé tam­bién que estos son pro­ce­sos que no se toman un día, ni dos. Recuer­do cuan­do empe­za­mos nues­tra lucha para qui­tar las medi­das que había impues­to Bush en 2004 y que no se qui­ta­ron has­ta el 2009 cuan­do lle­gó Oba­ma, algo que no fue casual, sino fru­to del tra­ba­jo de muchos acti­vis­tas que levan­ta­ron las voces y pro­tes­ta­ron. No sé el tiem­po que nos tome, pero sé que al final, el amor, la fami­lia, lo correc­to, el sen­ti­do común, se van a imponer».

Y así con­clui­mos esta con­ver­sa­ción a dis­tan­cia con un cuba­no­ame­ri­cano a quien el opti­mis­mo lo lle­va a soñar un futu­ro de cola­bo­ra­ción médi­ca, eco­nó­mi­ca, social entre los dos paí­ses; no solo como veci­nos sino como ami­gos, basa­do en un mutuo res­pe­to don­de no se vio­le la sobe­ra­nía de nin­gu­na nación. «Un peda­ci­to de eso que anhe­lo, lo vivi­mos cuan­do Oba­ma inau­gu­ró una nue­va polí­ti­ca hacia Cuba. Oja­lá vuel­va a ocu­rrir. Es un futu­ro que deseo, no solo para Cuba y Esta­dos Uni­dos, sino para toda la huma­ni­dad. Ese es el futu­ro por el que vale la pena luchar para nues­tros hijos».

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