Argen­ti­na. 66 años des­pués: El mayor aten­ta­do terro­ris­ta ocu­rri­do en el país

Por Ernes­to Jauretche,Resumen Lati­no­ame­ri­cano, 16 de junio de 2021.

Este miér­co­les se cum­plen sesen­ta y seis años del acon­te­ci­mien­to fun­da­cio­nal de la bar­ba­rie oli­gár­qui­ca con­tem­po­rá­nea, cuyos suce­so­res y usu­fruc­tua­rios siguen ani­man­do a la opo­si­ción polí­ti­ca en el pre­sen­te. Por­que no era con­tra Perón: era con­tra los trabajadores.

A las 12.40 del medio­día del jue­ves 16 de junio de 1955 una escua­dri­lla de com­ba­te de 29 uni­da­des de la avia­ción naval con­du­ci­da por mili­ta­res sedi­cio­sos con apo­yo en tie­rra de infan­tes y «coman­dos civi­les» ame­tra­lló y bom­bar­deó por sor­pre­sa una ciu­dad des­pre­ve­ni­da y a sus inde­fen­sos ciudadanos.

Rei­na­ba la demo­cra­cia y no se podía adi­vi­nar un esta­do de beli­ge­ran­cia: bullía una Nación gran­de con un pue­blo feliz. No hubo decla­ra­ción de gue­rra ni ulti­má­tum ni adver­ten­cia algu­na. La elec­ción de los blan­cos no fue error ni con­fu­sión sino deli­be­ra­do des­atino: una de las pri­me­ras bom­bas de 50 kilos de trotyl esta­lló sobre el techo de la Casa Rosa­da; otra des­tru­yó un tro­le­bús reple­to de pasa­je­ros y mató a todos los pasa­je­ros; ame­tra­lla­ron la Pla­za de Mayo ates­ta­da de gen­te y en los alre­de­do­res a los que esca­pa­ban del horror; la resi­den­cia pre­si­den­cial (el pala­cio Alza­ga Unzué, en ave­ni­da del Liber­ta­dor don­de aho­ra se levan­ta la Biblio­te­ca Nacio­nal) y otras zonas de gran con­cu­rren­cia de tran­seún­tes en un día labo­ra­ble reci­bió la incon­ce­bi­ble car­ga letal de millo­nes de pro­yec­ti­les de gran cali­bre, la explo­sión y dis­per­sión de metra­lla de noven­ta mil qui­nien­tos kilos de bombas.

Un día común de tra­ba­jo se con­vir­tió en un infierno horro­ro­so. La fero­ci­dad reinó en la calle. De otras mane­ras, pero mien­tras el pero­nis­mo siga vivien­do en el espí­ri­tu del pue­blo argen­tino, el sal­va­jis­mo vol­ve­ría a rei­nar una y otra vez. Sus crí­me­nes fue­ron cre­cien­do en cruel­dad y saña. Y hoy ape­nas esta­mos bro­tan­do, pací­fi­ca y amo­ro­sa­men­te, con inde­ci­bles sacri­fi­cios y sobre­lle­van­do la ausen­cia irre­vo­ca­ble y fatal de los 30.000 que nos siguen fal­tan­do, deci­di­dos a reanu­dar el ciclo vir­tuo­so que expre­san nues­tras tres ban­de­ras, con la espe­ran­za como bandera.

Dos ter­cios de un siglo atrás los argen­ti­nos vivía­mos esa tra­ge­dia. Y per­se­ve­ra­mos en pro­cu­ra de la gran­de­za de la Patria y la feli­ci­dad del pue­blo. Mien­tras, la cría de aque­lla recua de ase­si­nos nos desa­fía des­de la impu­ni­dad que les pro­vee una jus­ti­cia que levan­ta patí­bu­los para los jus­tos y aga­sa­ja a los ban­di­dos y de un sis­te­ma de medios y recur­sos de edu­ca­ción y comu­ni­ca­ción que hace cul­to de la men­ti­ra y la doc­tri­na de la injus­ti­cia eco­nó­mi­ca y social.

¡Cómo será de tor­ci­do el futu­ro que nos pro­me­ten los heral­dos de aquel espan­to­so pasa­do que des­pués de acae­ci­do más de medio siglo de seme­jan­tes hechos de terror per­se­ve­ran en la pro­pa­ga­ción de su fal­sa lite­ra­tu­ra! Insis­ten y obtie­nen éxi­tos en ins­ta­lar en la memo­ria del ima­gi­na­rio colec­ti­vo que el incen­dio de algu­nas igle­sias (¡y has­ta el del Joc­key Club!), en los que hubo daños mate­ria­les pero nin­gu­na víc­ti­ma, ocu­pa el lugar prin­ci­pal en esa ator­men­ta­da y san­grien­ta his­to­ria, supe­rior al del atroz bom­bar­deo que ori­gi­nó la masa­cre fun­da­cio­nal de la bar­ba­rie oli­gár­qui­ca contemporánea.

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