Para­guay. El des­am­pa­ro se agra­vó y gol­pea fuer­te a muje­res y per­so­nas LGBT+

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 10 de junio de 2021. 

“¿Para qué seguir tra­yen­do gen­te al mun­do en esas con­di­cio­nes?”, le dijo una médi­ca a Pilar cuan­do esta­ba por parir en el Hos­pi­tal Dis­tri­tal de Caa­gua­zú. La his­to­ria de Pilar no es úni­ca. Antes de la pan­de­mia de Covid-19, las per­so­nas que viven con VIH en Para­guay tenían pro­ble­mas de acce­so al tra­ba­jo y a la salud por estig­ma­ti­za­ción y fal­ta de infor­ma­ción. La cri­sis sani­ta­ria agra­vó esto e hizo que aumen­ta­ra la vio­len­cia labo­ral, la dis­cri­mi­na­ción en los cen­tros de salud y la vio­len­cia de géne­ro por esta­do serológico. 


En ple­na cua­ren­te­na, el año pasa­do Pilar dio a luz a su hija en el Hos­pi­tal Dis­tri­tal de Caa­gua­zú. Ese día, fue a Urgen­cias Médi­cas con su mari­do por­que ya había entra­do en tra­ba­jo de par­to. Su bebé esta­ba por nacer pero des­de que lle­gó al hos­pi­tal puso en cono­ci­mien­to a todes les médi­ques que ella no podía tener par­to vagi­nal. En el apu­ro, la pasa­ron a sala y la pre­pa­ra­ron para un par­to vagi­nal. “Licen­cia­da, yo no pue­do tener a mi hija por par­to nor­mal por­que soy VIH posi­ti­va”, le dice Pilar a la enfermera.

“Esta es la lis­ta de medi­ca­men­tos que le tenés que pedir que com­pre a tu mari­do”, le dijo la médi­ca. Eran casi 300 dóla­res (2 millo­nes de gua­ra­níes) en medi­ca­ción. Y la deja­ron sola en una cami­lla, sin per­mi­tir­le el ingre­so a la sala a su mari­do. Ella sen­tía que su hija nacía en cual­quier momento.

Cuan­do ingre­só a la sala de ciru­gía la doc­to­ra le leyó la soli­ci­tud de liga­du­ra de trom­pas y le dijo: “La ver­dad que es la mejor deci­sión por­que ¿para qué seguir tra­yen­do gen­te al mun­do en esas con­di­cio­nes?”. Pilar esta­ba asus­ta­da por­que no era la pri­me­ra vez que la mal­tra­ta­ban en ese hos­pi­tal. Tres meses atrás, se había acer­ca­do por un san­gra­do y la mis­ma ciru­ja­na le dijo que si no aguan­ta­ba a su turno iba a tener que devol­ver­le a su bebé en una bolsita.

“Las cosas que dicen due­len mucho. Cuan­do uno está por dar a luz lo que menos quie­re escu­char uno son estu­pi­de­ces. Le pre­gun­té cómo me iba a cor­tar por­que era mi pri­me­ra ciru­gía y me dijo: ‘¿que­rés que te dibu­je tam­bién?’. Y sien­to que por eso mis­mo me cor­ta­ron de la mane­ra en que me cor­ta­ron. Si ves el tajo que me hicie­ron. Ver­ti­cal, a pro­pó­si­to, como en los años 70. Que­dó piel con piel y estu­ve des­tro­za­da por meses”, con­tó Pilar a Presentes.

La his­to­ria de Pilar es una en muchí­si­mas que que­dan invi­si­bles y natu­ra­li­za­das entre las al menos 15.888 per­so­nas vivien­do con VIH en Para­guay, según cifras publi­ca­das en 2019 por el Minis­te­rio de Salud Públi­ca.

Maria­na Iacono, femi­nis­ta, tra­ba­ja­do­ra social y par­te del secre­ta­ria­do de la Comu­ni­dad Inter­na­cio­nal de Muje­res vivien­do con VIH/​Sida (ICW Lati­na), con­si­de­ra que las vio­len­cias apa­re­cen des­de el momen­to en que una mujer o per­so­na ges­tan­te con VIH deci­de que quie­re parir.

“Es dis­tin­ta que liga­du­ra de trom­pas o infer­ti­li­za­ción sea no con­sen­ti­da a que sea por coac­ción. Una cosa es que te des­pier­tes y ten­gas tus trom­pas liga­das y otra cosa es que te con­ven­zan y ter­mi­nes pidien­do que te las liguen y que vos creas que lo deci­dis­te”, con­tras­ta Maria­na. Las vio­len­cias que viven las muje­res y per­so­nas ges­tan­tes con VIH abar­ca un amplio espec­tro: va des­de la vio­la­ción de la con­fi­den­cia­li­dad de les pacien­tes y la vio­len­cia ver­bal (expre­sio­nes como: “te lo bus­cas­te”) has­ta la vio­len­cia físi­ca que ope­ra como un cas­ti­go sobre el cuer­po de las per­so­nas con VIH.

“La vio­len­cia ver­bal es súper fuer­te. Muchas veces no es direc­ta y explí­ci­ta sino tam­bién mucho más sim­bó­li­ca y sutil. Enton­ces, quien no está aten­to en este momen­to a esto tal vez no lo per­ci­be como tal y te cae la ficha des­pués. Como yo me bus­qué esto, yo estoy ponien­do en ries­go a la per­so­na que estoy parien­do, enton­ces la vio­len­cia como sacri­fi­cio y como pago del peca­do. Ahí es cuan­do inter­vie­ne la reli­gión y lo cul­tu­ral que nos meten las reli­gio­nes sin dar­nos cuen­ta”, refle­xio­na Mariana.

La mayo­ría de las per­so­nas diag­nos­ti­ca­das y en tra­ta­mien­to se encuen­tran en los depar­ta­men­tos de Amam­bay, Ita­púa, Alto Para­ná, Caa­gua­zú, Asun­ción y Cen­tral. Para muchos, su situa­ción de vul­ne­ra­bi­li­dad se vio agra­va­da: algu­nes per­die­ron el tra­ba­jo y ya no les alcan­za­ba ni para comer. Les usua­ries de los tra­ta­mien­tos anti­rre­tro­vi­ra­les (ARV) se pusie­ron en con­tac­to con Ven­cer para que les hicie­ra lle­gar los medi­ca­men­tos a domicilio.

Cuan­do ini­ció la pan­de­mia, tan­to el Pro­gra­ma Nacio­nal de Con­trol del VIH/​SIDA e ITS (Pro­na­si­da) como la Fun­da­ción Ven­cer (una ong que tra­ba­ja con per­so­nas que viven con VIH) imple­men­ta­ron un sis­te­ma de dis­tri­bu­ción a domi­ci­lio de medi­ca­men­tos para que las per­so­nas con­ti­núen acce­dien­do a su medi­ca­ción sin tener que acer­car­se a los ser­vi­cios de salud.

Juan Sebas­tián Cabral, coor­di­na­dor de Moni­to­reo y Eva­lua­ción de la Fun­da­ción Ven­cer, expli­ca que cru­za­ban infor­ma­ción con Pro­na­si­da para que nadie se que­da­ra sin tratamiento.

Andrea es con­se­je­ra de VIH/​Sida en el Hos­pi­tal Regio­nal de Coro­nel Ovie­do Dr. José A. Samu­dio. Ella vive en la ciu­dad de Caa­gua­zú y tenía que via­jar 46 kiló­me­tros has­ta Coro­nel Ovie­do todos los días para asis­tir a los pacien­tes. Según cuen­ta, son alre­de­dor de 60 per­so­nas las que viven con VIH en Caa­gua­zú. Muches tie­nen fami­lia, la mayo­ría tie­ne que seguir tra­ba­jan­do para sos­te­ner el hogar pero tenían mie­do de con­ta­giar­se en los cen­tros de salud y lle­var el virus a sus hoga­res. Así fue que, por más de 3 meses, Andrea les acer­có sus medi­ca­men­tos a 40 Caa­gua­ce­ños en la puer­ta de sus casas.

“Al prin­ci­pio se dijo que las per­so­nas que vivía­mos con VIH éra­mos las que más está­ba­mos expues­tas a que más rápi­do nos aga­rre el virus. Pero a medi­da que fui­mos infor­mán­do­nos más y más nos dimos cuen­ta de que era men­ti­ra. La mayo­ría ya tuvi­mos covid y no nos aga­rró mal, fue­ron casos leves. La des­in­for­ma­ción fue lo que más nos hizo tener mie­do al prin­ci­pio. Noso­tros no está­ba­mos más expues­tos que el res­to, como dije­ron en las noti­cias”, afir­ma Andrea.

Emi­lia per­dió su tra­ba­jo duran­te la pan­de­mia y aho­ra jun­to a otras com­pa­ñe­ras en una organización.

Dis­cri­mi­na­ción laboral

El Cen­tro de Con­se­je­ría y denun­cias de VIH/​sida y Dere­chos Huma­nos de la Red de ONGs que tra­ba­jan en VIH en Para­guay ‑con­for­ma­da por orga­ni­za­cio­nes como la Fun­da­ción Ven­cer y Panam­bi– reci­bió 266 denun­cias por dis­cri­mi­na­ción entre el 2019 y el 2020

Entre las 51 per­so­nas que sufrie­ron dis­cri­mi­na­ción labo­ral, 9 casos son por des­pi­dos injus­ti­fi­ca­dos, 26 por exi­gen­cia de test de Eli­sa o examen de VIH, 14 por dis­cri­mi­na­ción por esta­do sero­ló­gi­co y 2 por vio­la­ción a la con­fi­den­cia­li­dad. Y, como no está apro­ba­da la Ley “Julio Fre­tes” Con­tra Toda For­ma de Dis­cri­mi­na­ción, no exis­te un meca­nis­mo de denun­cia esta­ble­ci­do. El pro­yec­to de ley está pen­dien­te de estu­dio en Sena­do­res. No se tra­ta des­de el 2014 aun­que cuen­ta con dos dic­tá­me­nes favo­ra­bles de dos comi­sio­nes asesoras.

Cabral expli­ca que en el ámbi­to labo­ral, a las per­so­nas se las echa de su tra­ba­jo al cono­cer su esta­do sero­ló­gi­co. Se les nie­ga el acce­so al tra­ba­jo, y se las exclu­ye en el ámbi­to aca­dé­mi­co y fami­liar. “Es el pan nues­tro de cada día. Muchas per­so­nas fue­ron apar­ta­das por sus fami­lia­res una vez que se ente­ra­ron que vivían con VIH. Ya no los invi­tan a los cum­plea­ños, ya no com­par­ten la mesa con ellos y has­ta tie­nen artícu­los per­so­na­les por sepa­ra­do”, expre­sa Cabral.

Entre las denun­cias de vio­len­cias labo­ra­les que recep­cio­na­ron el año pasa­do des­de Ven­cer, hubo un caso de dos aspi­ran­tes a la Aca­de­mia Mili­tar (Aca­de­mil), que es un ente guber­na­men­tal. Allí tenían como requi­si­to que les aspi­ran­tes sean some­ti­des a un diag­nós­ti­co de VIH. Esas dos per­so­nas con­fir­ma­ron que fue­ron des­vin­cu­la­das del pro­ce­so por haber dado posi­ti­vo a la prue­ba de VIH.

El artícu­lo 21 de la Ley 3.940÷09 VIH/​Sida prohí­be la rea­li­za­ción de “actos arbi­tra­rios, hos­ti­ga­mien­tos, vio­la­ción de la con­fi­den­cia­li­dad acer­ca del esta­do sero­ló­gi­co, des­pi­dos u otra for­ma de dis­cri­mi­na­ción en el empleo, así como ejer­cer sobre el mis­mo cual­quier tipo de pre­sión o coac­ción para que éste se reali­ce la prue­ba labo­ra­to­rial para el diag­nós­ti­co de infec­ción por VIH, y con­di­cio­nar a la rea­li­za­ción o al resul­ta­do de la prue­ba el acce­so, pro­mo­ción o per­ma­nen­cia en los pues­tos de trabajo”.

Tra­ba­ja­dorxs sexua­les y per­so­nas LGBT: estig­ma y resistencias 

De acuer­do al índi­ce de estig­ma y dis­cri­mi­na­ción en per­so­nas con VIH en el 2016 – 2017, la dis­cri­mi­na­ción no solo se debe al esta­do sero­ló­gi­co de la per­so­na sino por razo­nes como la iden­ti­dad de géne­ro o la orien­ta­ción sexual. Cer­ca del 45% de les diag­nos­ti­ca­des per­te­ne­cen a algu­na de estas 3 pobla­cio­nes más vul­ne­ra­bles afec­ta­das por el VIH: HSM (hom­bres que tie­nen sexo con hom­bres), per­so­nas trans y muje­res tra­ba­ja­do­ras sexua­les. Eso pro­vo­ca mucho pre­jui­cio y la nega­ción a bie­nes y ser­vi­cios, en espe­cial, la vivien­da, la edu­ca­ción, el tra­ba­jo y la salud.

La úni­ca aten­ción que reci­bie­ron del Esta­do las per­so­nas VIH posi­ti­vas fue la medi­ca­ción ges­tio­na­da por Pro­na­si­da, en con­jun­to con la Fun­da­ción Ven­cer. Sin embar­go, a la situa­ción de emer­gen­cia ali­men­ta­ria, la expo­si­ción al virus a tra­vés del tra­ba­jo sexual y la fal­ta de ele­men­tos de bio­se­gu­ri­dad la resol­vie­ron las orga­ni­za­cio­nes sociales.

La aso­cia­ción de tra­ba­ja­do­ras sexua­les de Para­guay Uni­das por la Espe­ran­za (UNES), Panam­bi, Ven­cer, Casa Diver­sa y muchas otras se orga­ni­za­ron para acer­car­les ali­men­tos. En oca­sio­nes, ges­tio­na­ban colec­tas para pagar los insu­mos o ingre­dien­tes para que se hagan las ollas popu­la­res. A esas ini­cia­ti­vas lle­ga­ron a dis­tin­tos pun­tos del país, y tra­ta­ban de que a nin­gu­na per­so­na que vivie­ra con VIH ni a sus fami­lias le fal­ta­ra un pla­to de comida.

Las per­so­nas trans no fue­ron bene­fi­cia­das con nin­guno de los pro­gra­mas del Gobierno: Ñan­ga­re­ko y Pyty­võ, esto se rela­cio­na con el hecho de que la cédu­la tie­ne los datos de la par­ti­da de naci­mien­to y se per­ci­ben como “no coin­ci­den­tes” con la ima­gen de la per­so­na trans soli­ci­tan­te. Con esfuer­zo pro­pio y cola­bo­ra­cio­nes pri­va­das, las orga­ni­za­cio­nes trans pudie­ron rea­li­zar entre­gas de bol­sas de ali­men­tos no pere­ce­de­ros y pro­duc­tos de higiene.

Tan­to Emi­lia como Car­la per­die­ron su tra­ba­jo al ini­cio de la pan­de­mia. Tra­ba­ja­ban como pro­mo­to­ras de salud en una orga­ni­za­ción de defen­sa de dere­chos de per­so­nas trans. De a poco, comen­za­ron a ver que sus com­pa­ñe­ras en las dis­tin­tas ciu­da­des ya no reque­rían pro­fi­lác­ti­cos ni ele­men­tos de higie­ne por­que había caí­do la ofer­ta del tra­ba­jo sexual. Ellas mis­mas tuvie­ron que aban­do­nar las calles.

“Tene­mos que comer, pagar nues­tras deu­das, y no nos alcan­za­ba. Noso­tras varias veces tuvi­mos que irnos muy lejos por tra­ba­jo: Are­guá, Ypa­né y noso­tras vivía­mos en San Loren­zo. Me movía en colec­ti­vo siem­pre y eso era inse­gu­ro siem­pre por­que es don­de está el prin­ci­pal foco del con­ta­gio”, dice Car­la y cuen­ta que a veces espe­ra­ba has­ta tres horas en la para­da del colec­ti­vo la maña­na siguiente.

“Para noso­tras, las per­so­nas trans que vivi­mos con VIH, lo que más nos afec­ta es la salud, la vivien­da, el tra­ba­jo. El Esta­do estu­vo ausen­te y se notó más aho­ra en la pan­de­mia. Pero el Esta­do tie­ne que pro­veer al pue­blo para­gua­yo, en gene­ral. No que por ser gay, trans, les­bia­na se nos tie­ne que excluir. Eso siem­pre pasa, por­que somos raras no nos toca a noso­tras. La gen­te nor­mal, entre comi­llas, tie­ne salud, edu­ca­ción y vivien­da y noso­tras cero”, agre­ga Emilia.

En el caso de las muje­res cis que viven con sus pare­jas varo­nes (tam­bién cis), la vio­len­cia está atra­ve­sa­da por una matriz de géne­ro y, a su vez, se agra­va en el caso de que una de las par­tes ten­ga un diag­nós­ti­co posi­ti­vo. No siem­pre las pare­jas asu­men un gra­do de res­pon­sa­bi­li­dad ahí. En muchos casos, el varón no cono­ce su esta­do sero­ló­gi­co por temor al resul­ta­do y cuan­do se ente­ra, auto­má­ti­ca­men­te trans­fie­re la res­pon­sa­bi­li­dad a la mujer. Este fue otro aspec­to que se mul­ti­pli­có en pandemia.

Fuen­te: ANRed

Itu­rria /​Fuen­te

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