India. Mue­ren al menos 22 mili­ta­res indios por un enfren­ta­mien­to con gue­rri­lle­ros maoís­tas /​Lar­ga his­to­ria de lucha de la insur­gen­cia naxalita

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 4 de abril de 2021.

Al menos 22 mili­ta­res indios han muer­to por un enfren­ta­mien­to con rebel­des maoís­tas en el esta­do de Chhat­tis­garh, situa­do en el cen­tro del país y esce­na­rio de una macro ope­ra­ción con­tra la insur­gen­cia en la que han par­ti­ci­pa­do más de 2.000 miem­bros de las fuer­zas de seguridad.

La ope­ra­ción se lan­zó el sába­do des­de los dis­tri­tos de Suk­ma y Bija­pur, con­si­de­ra­dos bas­tio­nes rebel­des. En esta últi­ma zona, los maoís­tas ten­die­ron una embos­ca­da a un gru­po de mili­ta­res que se sal­dó con al menos 22 falle­ci­dos y un des­apa­re­ci­do, según fuen­tes ofi­cia­les cita­das este domin­go por el perió­di­co ‘Times of India’.

El pri­mer minis­tro, Naren­dra Modi, ya difun­dió el sába­do un men­sa­je en Twit­ter en el que daba el pésa­me por «los sacri­fi­cios de los valien­tes már­ti­res» caí­dos en com­ba­te, sin saber aún que se tra­ta­ba de uno de los ata­ques más mor­tí­fe­ros sufri­dos recien­te­men­te en la lucha con­tra la insurgencia.

El minis­tro del Inte­rior, Amit Shah, tam­bién ha expre­sa­do este domin­gos­sus con­do­len­cias, ala­ban­do igual­men­te el «valor» de los caí­dos. «Segui­re­mos con nues­tra lucha con­tra los enemi­gos de la paz y el pro­gre­so», ha adver­ti­do en su cuen­ta oficial.

El enfren­ta­mien­to ha teni­do lugar ape­nas unos días des­pués de que cin­co poli­cías murie­ran y otros 14 resul­ta­ran heri­dos en el dis­tri­to de Nar­yan­pur, tam­bién en Chhat­tis­garh, des­pués de que los gue­rri­lle­ros deto­na­ran un arte­fac­to al paso de un autobús.

Las fuer­zas de segu­ri­dad esta­rían inves­ti­gan­do el para­de­ro de uno de los prin­ci­pa­les líde­res del ile­ga­li­za­do Par­ti­do Comu­nis­ta de India (Maois­ta) Mad­vi Hid­ma, vin­cu­la­do a una serie de aten­ta­dos, infor­ma la cade­na NDTV.

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Los naxa­li­tas con­tra el Esta­do indio

Aun­que el Par­ti­do Comu­nis­ta Indio (Maoís­ta) se fun­dó for­mal­men­te en 2004 tras la con­fluen­cia de otros dos par­ti­dos comu­nis­tas del país, sus orí­ge­nes se remon­tan a fina­les de los años 60 del siglo XX, en el esta­do de Ben­ga­la Occi­den­tal. El levan­ta­mien­to comen­za­ría con­cre­ta­men­te el 25 de mayo de 1967 cuan­do una patru­lla de poli­cía en la aldea de Naxal­ba­ri —la que dio el nom­bre al movi­mien­to— fue ata­ca­da con arcos y fle­chas. A la vez, los insur­gen­tes se harían con el con­trol de las pro­pie­da­des de un terra­te­nien­te local.

La India, uno de los paí­ses más gran­des del mun­do por exten­sión, cuen­ta con varios fren­tes abier­tos. Las ten­sio­nes y los terri­to­rios en dispu­ta se acu­mu­lan en el nor­te fren­te a dos paí­ses alia­dos: Pakis­tán y China.

Tenien­do en cuen­ta que por aquel enton­ces la pobla­ción rural de la India supe­ra­ba el 80% —hoy es cer­ca­na al 70%—, no es de extra­ñar que las ideas de Mao, que sus­ti­tui­ría al pro­le­ta­ria­do por el cam­pe­si­na­do como la cla­se des­ti­na­da a ser la van­guar­dia de la revo­lu­ción, encon­tra­ran su nicho en el país de Gandhi. Lo que los gober­nan­tes de Delhi tal vez no espe­ra­ban es que lo que comen­zó como una insu­rrec­ción cam­pe­si­na a casi 1.500 kiló­me­tros de la capi­tal se con­ver­ti­ría en la mayor ame­na­za para la esta­bi­li­dad del país, tan solo supe­ra­da por el con­flic­to en Cache­mi­ra. Los naxa­li­tas decla­ra­rían la gue­rra con­tra lo que con­si­de­ran un Esta­do bur­gués, semi­feu­dal y cla­sis­ta con el obje­ti­vo de lan­zar al cam­pe­si­na­do al lide­raz­go de la nación y alcan­zar la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca de tipo socia­lis­ta. El obje­ti­vo fun­da­men­tal de sus ata­ques serían los fun­cio­na­rios del Gobierno y los terra­te­nien­tes, de los que muchas veces extraen el dine­ro nece­sa­rio para finan­ciar y con­ti­nuar la lucha.

De las fle­chas a los fusiles

Los naxa­li­tas encon­tra­ron sus prin­ci­pa­les bases de apo­yo entre los alre­de­dor de 84 millo­nes de adi­va­sis, la pobla­ción indí­ge­na del sub­con­ti­nen­te y posi­ble­men­te sus pobla­do­res más anti­guos. Des­cas­ta­dos, empo­bre­ci­dos, sin posi­bi­li­dad de acce­der a la pro­pie­dad de la tie­rra, con tasas de alfa­be­ti­za­ción que no lle­gan al 15 % en el caso de las muje­res y sobre­vi­vien­do a base de un sis­te­ma de agri­cul­tu­ra de sub­sis­ten­cia, ale­ja­dos de la mayor par­te de los pro­yec­tos de desa­rro­llo de la India y caren­tes de ser­vi­cios bási­cos e infra­es­truc­tu­ras, el pue­blo adi­va­si encon­tra­ría en las ideas de Mao el com­bus­ti­ble per­fec­to para poner en mar­cha su lucha.

A los pro­ble­mas de sub­de­sa­rro­llo se uni­ría la vio­len­cia de las com­pa­ñías extrac­ti­vas, las cua­les ansían acce­der a los sucu­len­tos recur­sos mine­ra­les que aguar­dan bajo el sub­sue­lo de las tie­rras de los adi­va­sis. Con ello, como ocu­rre en otros tan­tos pun­tos del pla­ne­ta, la rique­za mine­ral se tor­na en una ame­na­za para gran­des exten­sio­nes de terri­to­rio vir­gen al poner en peli­gro los recur­sos de los que millo­nes de per­so­nas depen­den y des­pla­zar­los de mane­ra for­zo­sa, caren­tes de pro­tec­ción legal. Con todos estos ingre­dien­tes sobre el terreno, las lla­mas de la gue­rra pren­die­ron con fuer­za y has­ta nues­tros días no se han extinguido.

Des­de el inci­den­te en Naxal­ba­ri, el levan­ta­mien­to evo­lu­cio­na­ría en un com­ple­jo movi­mien­to que, de aldea en aldea y dis­tri­to a dis­tri­to, logra­ría atraer a miles de adi­va­sis, exten­der­se por has­ta 16 esta­dos —prác­ti­ca­men­te un cuar­to del gigan­tes­co país— y crear cone­xio­nes con los maoís­tas del país vecino —Nepal—, apro­ve­chán­do­se de las impe­ne­tra­bles sel­vas del cen­tro de la India para desa­rro­llar la lucha gue­rri­lle­ra y for­man­do lo que se deno­mi­na­ría el Corre­dor Rojo. El gru­po lle­ga­ría a con­gre­gar a más de 10.000 com­ba­tien­tes y más de 40.000 cua­dros polí­ti­cos y redes de apo­yo loca­les, que reco­rren más de 90.000 kiló­me­tros cua­dra­dos de pue­blo en pue­blo. En las entra­ñas del corre­dor, los maoís­tas esta­ble­cie­ron estruc­tu­ras de gobierno para­le­las e implan­ta­ron su pro­pio sis­te­ma impo­si­ti­vo, de edu­ca­ción, sani­dad y jus­ti­cia. Ini­cia­ron ade­más pro­gra­mas de ayu­da y for­ma­ción para los cam­pe­si­nos des­ti­na­dos a mejo­rar sus téc­ni­cas de cultivo.

A su vez, en las entra­ñas de la jun­gla se impon­dría un estric­to y espar­tano modo de vida: una man­ta por cada dos, una mis­ma ración de comi­da, un boti­quín bási­co. La vida comu­ni­ta­ria man­da: todo es colec­ti­vo y está mar­ca­do por la dis­ci­pli­na mili­tar y la for­ma­ción ideo­ló­gi­ca. Bajo el ampa­ro de los árbo­les, los lucha­do­res de Mao apren­die­ron tam­bién a mane­jar armas de fue­go y a dise­ñar sus pro­pios explo­si­vos. Con todo ello, los revo­lu­cio­na­rios ter­mi­na­ron desa­rro­llan­do una estruc­tu­ra orga­ni­za­ti­va muy com­ple­ja, con ramas mili­ta­res y polí­ti­cas cla­ra­men­te dife­ren­cia­das y divi­sio­nes terri­to­ria­les. Así, al ampa­ro del bos­que y finan­cián­do­se a tra­vés de dona­cio­nes, impues­tos, extor­sión y trá­fi­co de made­ra, fue cómo los maoís­tas con­si­guie­ron sobre­vi­vir has­ta nues­tros días.

El pre­cio de la revo­lu­ción se paga en sangre

El con­flic­to se ha cobra­do más de 10.000 vidas des­de 1980 y ha pro­vo­ca­do el des­pla­za­mien­to de millo­nes de per­so­nas. Des­gra­cia­da­men­te para los adi­va­sis, la lucha entre maoís­tas y el Gobierno esca­la­ría has­ta nive­les insos­pe­cha­dos y ter­mi­nó con­vir­tién­do­se en un fue­go cru­za­do sin hori­zon­te visi­ble don­de eran pre­ci­sa­men­te ellos, los indí­ge­nas en nom­bre de los cua­les se había ini­cia­do la gue­rra, los que se lle­va­rían la peor par­te, sufrien­do los abu­sos tan­to de la gue­rri­lla como de las fuer­zas que el Esta­do indio envia­ría para combatirla.

La estra­te­gia fun­da­men­tal del Gobierno para aca­bar con los revo­lu­cio­na­rios fue la mano de hie­rro de los mili­ta­res, lo que con­vir­tió defi­ni­ti­va­men­te el Corre­dor Rojo en una zona de gue­rra a la vez que ali­men­tó el apo­yo de la pobla­ción local a los maoís­tas, alzan­do así un movi­mien­to local en nacio­nal. Has­ta 40.000 sol­da­dos per­ma­ne­cen aún hoy en la zona, entre ellos varios bata­llo­nes de las fuer­zas espe­cia­les equi­pa­dos con la mejor tec­no­lo­gía del ejér­ci­to indio, a los que se suman las fuer­zas de la poli­cía. La cifra de muer­tos no ha cesa­do de cre­cer. Solo entre 2012 y 2015 se regis­tra­ron 500 com­ba­tes con­tra la gue­rri­lla, con has­ta 800 bajas entre las fuer­zas de segu­ri­dad, 111 rebel­des y más de 2.000 víc­ti­mas civi­les.

Asi­mis­mo, el Gobierno del esta­do de Chhat­tis­garh, uno de los terri­to­rios don­de la gue­rri­lla es más acti­va, ini­ció en 2005 la crea­ción de un cuer­po para­mi­li­tar: la deno­mi­na­da Sal­wa Judum, for­ma­da por jóve­nes adi­va­sis reclu­ta­dos de entre la pobla­ción local, moti­va­dos por los incen­ti­vos eco­nó­mi­cos y por la opor­tu­ni­dad de tomar ven­gan­za con­tra los abu­sos de los maoís­tas. A pesar del nom­bre —‘Mar­cha por la Paz’ en gon­di — , el cuer­po se tor­na­ría en un mons­truo vio­len­to for­ma­do por más de 5.000 miem­bros que entró en las mis­mas diná­mi­cas de abu­sos y ame­na­zas de ambos ban­dos some­tien­do a los loca­les acu­sa­dos de cola­bo­rar con los maoís­tas a lin­cha­mien­tos, la des­truc­ción de sus hoga­res y vio­la­cio­nes —has­ta 99 en sola­men­te dos años—. Pos­te­rior­men­te, a raíz de las denun­cias que se les impon­drían des­de las orga­ni­za­cio­nes de dere­chos huma­nos, sus miem­bros se irían inte­gran­do pro­gre­si­va­men­te en las fuer­zas de segu­ri­dad esta­ta­les. En 2011 un tri­bu­nal los con­si­de­ra­ría ile­ga­les y decre­tó su inme­dia­to desar­me y diso­lu­ción. Sin embar­go, sim­ple­men­te se crea­ría un cuer­po ad hoc para absor­ber­los, la Fuer­za Auxi­liar de Poli­cía Arma­da del Chhat­tis­garh, con lo que sus crí­me­nes no dejan de aumen­tar de mane­ra impune.

Si no era sufi­cien­te con enfren­tar­se a la fuer­za bru­ta pro­ce­den­te de mil ban­dos, los adi­va­sis se verían tam­bién atra­pa­dos en la tela­ra­ña de la lega­li­dad india. Las auto­ri­da­des comen­za­ron a uti­li­zar la ley como arma de gue­rra para for­zar a los habi­tan­tes loca­les a cola­bo­rar en con­tra de los maoís­tas, obli­gán­do­les a dela­tar a otros. La poli­cía sim­ple­men­te incluía sus nom­bres en lis­tas negras de supues­tos maoís­tas, con lo que los ponían en ries­go de deten­ción cons­tan­te. Al cho­car de fren­te con­tra la corrup­ción y la impu­ni­dad de las fuer­zas de segu­ri­dad —que hin­chan las lis­tas de mane­ra arbi­tra­ria y con base en pis­tas fal­sas — , muchos adi­va­sis opta­rían por coope­rar, aun­que fue­ra con acu­sa­cio­nes fal­sas. Los acti­vis­tas que han inten­ta­do denun­ciar la situa­ción se han vis­to silen­cia­dos, en oca­sio­nes inclu­yén­do­los tam­bién en las lis­tas. Para salir de la lis­ta negra, los acu­sa­dos se rin­den de mane­ra volun­ta­ria y públi­ca; de esta for­ma, los perió­di­cos se lle­nan de titu­la­res sobre vic­to­rias poli­cia­les con­tra los insurgentes.

A la vez, los naxa­li­tas tam­bién han ter­mi­na­do lle­van­do a cabo abu­sos con­tra la pobla­ción en su lucha con­tra el Gobierno indio, afe­rrán­do­se a la extor­sión —a empre­sa­rios, fun­cio­na­rios loca­les y terra­te­nien­tes, prin­ci­pal­men­te— y a la vio­len­cia como garan­tía de super­vi­ven­cia. Asi­mis­mo, han crea­do un círcu­lo vicio­so de sub­de­sa­rro­llo para impe­dir el desa­rro­llo de infra­es­truc­tu­ras y difi­cul­tar así la pene­tra­ción del Esta­do, lo que garan­ti­za su con­trol sobre el terri­to­rio y per­pe­túa unas con­di­cio­nes mate­ria­les pre­ca­rias que son la cla­ve de su poder de reclu­ta­mien­to. Han sido acu­sa­dos ade­más de arbi­tra­rie­dad en sus obje­ti­vos, obse­sio­na­dos con el espio­na­je y los trai­do­res y for­zan­do a aldea­nos ino­cen­tes a actuar como infor­ma­do­res a cam­bio de sal­var la vida.

Un pro­ble­ma de desa­rro­llo y democracia

Más allá de a quién se quie­ran car­gar las cul­pas y los crí­me­nes de gue­rra, lo cier­to es que sus raí­ces no han sido arran­ca­das y son los adi­va­sis los que car­gan con los muer­tos, el ham­bre y el sufri­mien­to. Así pues, la fal­ta de opor­tu­ni­da­des eco­nó­mi­cas y de desa­rro­llo sigue sien­do la cau­sa fun­da­men­tal del con­flic­to. Prue­ba de ello es que en aque­llos luga­res don­de se han cons­trui­do carre­te­ras la vio­len­cia ha dis­mi­nui­do. No obs­tan­te, el 41% del terri­to­rio sigue cubier­to por una impe­ne­tra­ble sel­va en cuya espe­su­ra las comu­ni­da­des per­ma­ne­cen ais­la­das. Saber com­bi­nar la comu­ni­ca­ción entre las comu­ni­da­des —faci­li­tan­do con ello el acce­so a hos­pi­ta­les, escue­las, fuen­tes de ener­gía eléc­tri­ca y agua corrien­te— y el desa­rro­llo de la indus­tria y redes comer­cia­les —con el res­pe­to al eco­sis­te­ma, del cual sus vidas y sus ingre­sos depen­den— es por ello la cla­ve para ter­mi­nar con el con­flic­to. Se nece­si­ta ade­más un mode­lo de gober­na­bi­li­dad que haga a los aldea­nos par­tí­ci­pes de las deci­sio­nes polí­ti­cas y de los pro­yec­tos de desa­rro­llo, tan­to de su ges­tión como de sus beneficios.

Para ello, por supues­to, será nece­sa­rio que el Gobierno indio inno­ve en sus estra­te­gias de con­tra­in­sur­gen­cia y dis­mi­nu­ya el uso de la fuer­za bru­ta en favor de la nego­cia­ción con los gue­rri­lle­ros y las inver­sio­nes en desa­rro­llo a la vez que desa­rro­lla los ins­tru­men­tos lega­les nece­sa­rios para ase­gu­rar la ren­di­ción de cuen­tas, la com­pen­sa­ción a las víc­ti­mas, la rein­ser­ción de com­ba­tien­tes y el fin de la corrup­ción. Igual­men­te, será nece­sa­rio crear una úni­ca estra­te­gia para resol­ver el con­flic­to, pues, al estar la segu­ri­dad en manos de los dife­ren­tes esta­dos, no se ha desa­rro­lla­do has­ta aho­ra una ver­da­de­ra y uni­fi­ca­da hoja de ruta y, mien­tras unas auto­ri­da­des nego­cia­ban, otras com­ba­tían sin mesu­ra.

Los com­ba­tien­tes se mue­ven por la sel­va con dis­cre­ción, trans­por­tan­do todo lo que tie­nen: su arma, su peta­te y unas pocas pro­vi­sio­nes. Fuen­te: Al Jazee­ra

Solo con ello se con­se­gui­rá la esta­bi­li­dad nece­sa­ria como para que las empre­sas pri­va­das ini­cien tam­bién pro­yec­tos en el Corre­dor Rojo sin que ello vaya en per­jui­cio de los dere­chos de los adi­va­sis. Mien­tras tan­to, la cifra de muer­tos sigue aumen­tan­do y tam­bién la de deser­to­res entre las filas naxa­li­tas, debi­li­ta­das por el decli­ve en su popu­la­ri­dad tras 53 años de gue­rra y los pro­ble­mas de finan­cia­ción y moti­va­das por las polí­ti­cas de desar­me del Gobierno, que faci­li­ta indem­ni­za­cio­nes e inclu­so ofre­ce peque­ños tra­ba­jos a cam­bio de dejar las armas. Con ello se da la opor­tu­ni­dad de aban­do­nar la cru­de­za de la vida en la sel­va y el sufri­mien­to de la guerra.

La reco­no­ci­da escri­to­ra Arun­dathi Roy y su via­je al cora­zón de la guerrilla

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