Argen­ti­na. «Hablar de refor­ma judi­cial femi­nis­ta es ir al hue­so del Poder Judicial»

Por Lud­mi­la Ferrer, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 28 de mar­zo de 2021. 

Doc­to­ra en Dere­cho, inves­ti­ga­do­ra en el Coni­cet e inte­gran­te del equi­po que redac­tó el Códi­go Civil y Comer­cial, Mari­sa Herre­ra habla sobre qué sig­ni­fi­ca una refor­ma judi­cial feminista. 


Mari­sa Herre­ra es una de las prin­ci­pa­les impul­so­ras de una refor­ma judi­cial femi­nis­ta. Doc­to­ra en Dere­cho, docen­te uni­ver­si­ta­ria, espe­cia­lis­ta en dere­cho de fami­lia, inves­ti­ga­do­ra en el Coni­cet, inte­gran­te del equi­po que redac­tó el Códi­go Civil y Comer­cial y femi­nis­ta popu­lar, Herre­ra tam­bién estu­vo entre les can­di­da­tes a enca­be­zar el Minis­te­rio de Jus­ti­cia de la Nación y par­ti­ci­pó en los deba­tes y la redac­ción de leyes que amplia­ron dere­chos en la Argen­ti­na. “Tener una jus­ti­cia femi­nis­ta debe con­ver­tir­se en una polí­ti­ca públi­ca y en una acción que invo­lu­cre a acto­res y actri­ces en muchos nive­les de la socie­dad”, dice a El Gri­to del Sur.

Este últi­mo 8 de mar­zo, los femi­nis­mos argen­ti­nos eli­gie­ron levan­tar la con­sig­na de una refor­ma judi­cial en cla­ve femi­nis­ta para esa jor­na­da de lucha. “Es una semi­lla que hemos logra­do sem­brar y que mar­ca el avan­ce del movi­mien­to de muje­res. Esta­mos tan empo­de­ra­das que nos ani­ma­mos a ir con­tra quie­nes tene­mos que ir sabien­do el cos­to que tie­ne ‑afir­ma la abo­ga­da-. Hablar de una refor­ma judi­cial femi­nis­ta es ir al hue­so de cómo está cons­trui­do ese sis­te­ma de pri­vi­le­gio que es el Poder Judicial”.

¿Por qué es nece­sa­ria una refor­ma judi­cial feminista?

Tie­ne que ver con una for­ma de enca­rar una revi­sión crí­ti­ca del Poder Judi­cial y tomar lo que tie­ne el movi­mien­to femi­nis­ta: las asam­bleas, la cons­truc­ción hori­zon­tal don­de pri­ma lo colec­ti­vo por sobre lo indi­vi­dual, la visión de soro­ri­dad. Todo eso es con­tra­rio a la idea ver­ti­ca­lis­ta del Poder Judi­cial, que tie­ne un dise­ño ins­ti­tu­cio­nal suje­to al pri­vi­le­gio, a la cor­po­ra­ción. El hecho de que una per­so­na pue­da ser juez o jue­za has­ta los 75 años, hacer un ampa­ro para que­dar­se más tiem­po y que no se lo ape­len… Se habla mucho del Esta­do de dere­cho, de cum­plir con la ley, pero eso no apli­ca para ellos, no rin­den cuen­tas. El Poder Judi­cial es el poder menos demo­crá­ti­co. Los gobier­nos duran cua­tro años, enton­ces ellos (los inte­gran­tes del Poder Judi­cial) dicen “me cui­do tres años, que des­pués vie­ne otro”. Los pre­si­den­tes, dipu­tados y sena­do­res pasan, pero ellos que­dan. Por eso (la vice­pre­si­den­ta) Cris­ti­na Fer­nán­dez de Kirch­ner en la audien­cia de dólar futu­ro seña­ló lo que dijo (el fis­cal Car­los) Stor­ne­lli al Pre­si­den­te (Alber­to Fer­nán­dez), ese “ten­dre­mos una char­la de hom­bre a hom­bre” cuan­do él ter­mi­ne su man­da­to. Ese es el poder. Noso­tras cons­trui­mos des­de una lógi­ca dife­ren­te, que­re­mos rom­per con esa estruc­tu­ra patriar­cal, eli­tis­ta, ver­ti­ca­lis­ta y de pri­vi­le­gios por­que el movi­mien­to femi­nis­ta es lo contrario.

El año pasa­do la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia se negó a hacer la capa­ci­ta­ción en mate­ria de géne­ro que indi­ca la ley Micae­la. ¿Qué efec­to tie­ne esto en el res­to del Poder Judicial?

La capa­ci­ta­ción de la ley es una obli­ga­ción que tenés que asu­mir como fun­cio­na­rio públi­co, como par­te del Esta­do y el Poder Judi­cial es uno de los tres pode­res del Esta­do, no es un para­po­der por enci­ma del res­to y los jue­ces son fun­cio­na­rios públi­cos a quie­nes les paga­mos el suel­do. Que la Cor­te no haya hecho la capa­ci­ta­ción es la prue­ba más elo­cuen­te de la impu­ni­dad que tie­nen. Por­que podrían sen­tar­se, que les pasen un Power Point y les saquen una foto dicien­do que hicie­ron la capa­ci­ta­ción, pero no se pres­tan ni a eso. No pien­san si es peda­gó­gi­co o si tie­nen una res­pon­sa­bi­li­dad como la cabe­za del Poder Judi­cial de dar el ejem­plo. Per­so­nal­men­te, me pare­ce que todos los car­gos de arri­ba debe­rían ser tem­po­ra­les por­que se dis­tan­cian de la reali­dad. (Los jue­ces que inte­gran la Cor­te) están ence­rra­dos en el cuar­to piso de Tal­cahuano (en el Pala­cio de Jus­ti­cia) y nadie sabe de qué hablan cuan­do se reúnen, no rin­den cuen­tas, no tie­nen tiem­pos para dic­tar sen­ten­cia y no sabés qué temas se van a tra­tar en el año. El caos te da poder. Por eso pedi­mos una agen­da de cau­sas míni­mas, que digan qué temas van a tra­tar en un año para así pre­pa­rar a la socie­dad civil para que pue­dan pedir ami­cus curiae. El no capa­ci­tar­se (de acuer­do a la ley Micae­la) es el ejem­plo más cla­ro, más elo­cuen­te de este pri­vi­le­gio, de este poder irres­tric­to, sin con­di­cio­na­mien­tos, que no le rin­de cuen­tas a nadie.

Al momen­to de negar­se a hacer la capa­ci­ta­ción, la Cor­te dijo que se capa­ci­ta a sí mis­ma a tra­vés de la Ofi­ci­na de la Mujer, que diri­gía Car­men Argi­bay y aho­ra Ele­na High­ton de Nolas­co. ¿Esa Ofi­ci­na tuvo algún impac­to en mate­ria de géne­ro en la Corte?

Pri­me­ro hay que acla­rar que la ofi­ci­na no tie­ne com­pe­ten­cia juris­dic­cio­nal, sino que es de carác­ter admi­nis­tra­ti­va y lo que pue­de hacer son reco­men­da­cio­nes o pro­pues­tas. La gran pre­gun­ta siem­pre es quién está a car­go. En un prin­ci­pio, la Ofi­ci­na de la Mujer (OM) puso en la mesa los micro­ma­chis­mos, la vio­len­cia den­tro del Poder Judi­cial, habla­ba de las temá­ti­cas que inco­mo­da­ban, que es lo que vie­ne a hacer el femi­nis­mo: inco­mo­dar en el buen sen­ti­do. Pero la OM se ha con­ver­ti­do en una ofi­ci­na que hace datos. ¿Y qué hago con esos datos? ¿Un mapa de géne­ro para decir cuán­tas muje­res hay en car­gos jerár­qui­cos? Pode­mos caer en esta lógi­ca per­ver­sa de decir que tene­mos una ofi­ci­na de géne­ro, como si fue­ra “un cuar­to pro­pio” y ya está, cuan­do esto (la ofi­ci­na) debe ser­vir para poner el dedo en la lla­ga y hablar de cui­da­dos, de licen­cias, de por qué (los jue­ces Gus­ta­vo) Hor­nos y (Juan Car­los) Gemi­ni­ani están don­de están (cuan­do ambos ya fue­ron san­cio­na­dos por ejer­cer vio­len­cia de géne­ro). No hay un cole­gio de abo­ga­dos que no ten­ga una ofi­ci­na de géne­ro, pero des­pués los que ocu­pan car­gos jerár­qui­cos son todos varo­nes y nadie quie­re cam­biar­les el nom­bre a “cole­gios de abo­ga­cía”. Me preo­cu­pa que se haga una espe­cie de “gen­der­wa­shing” por­que pare­ce­ría como si se hicie­ran avan­ces, pero cuan­do se ras­ca un poco se ve que no es así.

Recién men­cio­na­bas a Gemi­ni­ani, que el 8M man­dó un men­sa­je misó­gino y fue denun­cia­do por el pre­si­den­te del Con­se­jo de la Magis­tra­tu­ra de la Nación y por la Aso­cia­ción de Muje­res Jue­ces. ¿Cómo es que con­vi­ven per­so­nas como Gemi­ni­ani en y con el Poder Judicial?

El caso de Gemi­ni­ani fue el que sal­tó a la vis­ta, pero el Poder Judi­cial está lle­ní­si­mo de mal­tra­ta­do­res. Siem­pre te dicen “dale, hace­me una denun­cia” por­que saben que no va a avan­zar. La cor­po­ra­ción se pro­te­ge a sí mis­ma y es difí­cil rom­per con ese círcu­lo per­ver­so. Recién a raíz del caso Úrsu­la (Bahi­llo), el Con­se­jo de la Magis­tra­tu­ra se ani­ma al pro­yec­to que tenía (la dipu­tada Vane­sa) Siley de crear un regis­tro públi­co de denun­cias a magis­tra­dos por vio­len­cia de géne­ro. Pero tuvo que pasar algo lamen­ta­ble para que se die­ran cuen­ta de que había que tocar este tema. Y lo mis­mo pasó con la ley Micae­la, que esta­ba guar­da­da en un cajón en el Congreso.

La ley se apro­bó casi un mes des­pués del fallo por el femi­ci­dio de Lucía Pérez.

Si vos ana­li­zás fallos, no solo los de vio­len­cia de géne­ro, vas a ver que hay pobre­za argu­men­tal, fal­ta de estu­dio, de com­pro­mi­so y de escu­cha. Hay un fallo sobre un tema tri­bu­ta­rio fis­cal don­de uno de los jue­ces, Juan Manuel Soria, se des­pa­cha en con­tra del len­gua­je inclu­si­vo. ¿Le impor­ta a esta gen­te qué quie­re una mujer víc­ti­ma de vio­len­cia? ¿Le dicen “en qué te pue­do ayu­dar”? Para cui­dar­se a sí mis­mos ponen medi­das de exclu­sión, ¿con qué fina­li­dad? Se nece­si­ta una inter­ven­ción más pro­fun­da por­que la vio­len­cia de géne­ro es mul­ti­cau­sal. Des­pués dicen que “ella le abrió la puer­ta al agre­sor”. Pero eso es por­que esa mujer no sabe a dón­de ir o cómo cons­truir otro víncu­lo. Pri­me­ro hay que des­es­truc­tu­rar la vio­len­cia. Vos vas a la jus­ti­cia cuan­do ya no das más, cuan­do la vio­len­cia vie­ne de años y tenés mie­do de que él se ente­re, de que le haga algo a tus hijos. Si pen­sás que con una medi­da de exclu­sión solu­cio­nas­te algo es que no enten­dis­te nada. Habría que escu­char a esa mujer, pre­gun­tar­le cómo se sen­ti­ría más segu­ra y eso te obli­ga a tener una for­ma­ción mucho más amplia. De ahí la impor­tan­cia de los con­cur­sos: yo te pue­do pre­gun­tar algo bien téc­ni­co en mate­ria patri­mo­nial o te pue­do pre­gun­tar algo que vaya al hue­so como es aho­ra el caso de Mimí para hablar sobre la adop­ción o no adop­ción o qué pen­sás sobre la vul­ne­ra­bi­li­dad y la pobreza.

En los casos de femi­ci­dio suce­de muchas veces que el agre­sor tie­ne denun­cias pre­vias, se dic­ta una peri­me­tral, pero eso no evi­ta el ase­si­na­to. ¿Qué medi­das o herra­mien­tas se pue­den tomar para pre­ve­nir estos casos si la medi­da de exclu­sión y el botón anti­pá­ni­co no son sufi­cien­tes? Des­pués del caso de Úrsu­la Bahi­llo se habló mucho del uso de tobilleras.

Es impor­tan­te que el con­trol esté sobre él, no sobre ella por­que si no eso es vio­len­cia ins­ti­tu­cio­nal. La tobi­lle­ra sir­ve si for­ma par­te de una estra­te­gia, ¿cuán­to tiem­po podés vivir con una tobi­lle­ra? La medi­da tie­ne que ver con cómo la jus­ti­cia pue­de hacer una herra­mien­ta fuer­te para que esa mujer recons­tru­ya su auto­no­mía, que es lo que te qui­ta la vio­len­cia. Una idea pue­de ser la crea­ción de una agen­cia de redes de acom­pa­ña­mien­to ins­ti­tu­cio­nal por­que muchas veces las muje­res hacen denun­cias y no las sos­tie­nen, enton­ces es impor­tan­te que cuen­ten con alguien que las pre­pa­re, que las sos­ten­ga, que se moni­to­ree si esas medi­das se cum­plen o no. Todas las medi­das que se tomen tie­nen que tener­la a ella en el cen­tro. Tam­bién se pue­de pen­sar en una audien­cia públi­ca en la que (el agre­sor) pida per­dón de for­ma social y expre­sa fren­te a las per­so­nas que son impor­tan­tes para él, que haga tra­ba­jo comu­ni­ta­rio, que si es hin­cha de un club no pue­da ir a la can­cha. Hay que pen­sar for­mas crea­ti­vas por­que ele­var las penas no sir­ve de nada y la per­se­cu­ción penal es selec­ti­va: va pre­so el pobre, pero el vio­len­to de cla­se media no.

Vos hacés una dis­tin­ción entre refor­ma judi­cial femi­nis­ta y jus­ti­cia femi­nis­ta, que abar­ca­ría a las uni­ver­si­da­des, cole­gios de abo­ga­des y aso­cia­cio­nes, entre otros. ¿Hay una for­ma­ción femi­nis­ta en las uni­ver­si­da­des con­tem­pla­da en los pro­gra­mas de las mate­rias o toda­vía depen­de de cier­to volun­ta­ris­mo de les alum­nes y les docentes?

Creo que hay una rela­ción de géne­ro y espe­cie entre ambos con­cep­tos. El géne­ro sería la jus­ti­cia femi­nis­ta. Para tener un Poder Judi­cial femi­nis­ta tenés que replan­tear las uni­ver­si­da­des. Siem­pre se cri­ti­có ser femi­nis­ta en esos espa­cios por­que decían que era estar ideo­lo­gi­za­da, poli­ti­za­da, como si fue­ra algo malo. Recién aho­ra pode­mos decir que somos femi­nis­tas sin bajar la voz, pero segui­mos estan­do en esta idea del volun­ta­ria­do aun­que sea­mos más. Las uni­ver­si­da­des tie­nen una estruc­tu­ra simi­lar al Poder Judi­cial, don­de lo nue­vo y lo vie­jo están en ten­sión. Las ins­ti­tu­cio­nes tie­nen una estruc­tu­ra que está atra­ve­sa­da por el patriar­ca­do de mane­ra feroz, ya sea la uni­ver­si­dad, las facul­ta­des, el rec­to­ra­do, el Poder Judi­cial o el sin­di­ca­lis­mo. Y a noso­tras todo nos cues­ta el tri­ple. Tene­mos que hacer que la socie­dad entien­da que una jus­ti­cia femi­nis­ta mejo­ra la vida por­que así como la infla­ción es un pro­ble­ma que nos atra­vie­sa día a día, tam­bién una mala jus­ti­cia hace una dife­ren­cia sus­tan­cial en la vida coti­dia­na y no me refie­ro solo en casos de femi­ci­dios. Para las per­so­nas más vul­ne­ra­bles la jus­ti­cia es el últi­mo esla­bón cuan­do hay un des­alo­jo o cuan­do la pre­pa­ga no te cubre un tra­ta­mien­to. No es poco que la jus­ti­cia pue­da ser con­te­ne­do­ra en lugar de expulsiva.

Fuen­te: ANRed

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