Argen­ti­na. Ins­truc­cio­nes para pro­du­cir un desierto

Por Nata­lia Gelós, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 2 de enero de 2021. 

Duran­te 2020, los incen­dios pro­vo­ca­ron la muer­te masi­va de ani­ma­les. Los alcan­ces del sacri­fi­cio toda­vía no son cal­cu­la­bles, aun­que lo que sabe­mos sobre el pla­ne­ta pre­anun­cia un des­ca­la­bro: no se pue­den sacar tan­tas car­tas y pre­ten­der que el cas­ti­llo de nai­pes no se des­mo­ro­ne. Imá­ge­nes fede­ra­les del año en que ni el virus más letal del siglo pudo fre­nar la vora­ci­dad extractiva.

Es un agua­rá gua­zú pero ahí, al lado de esas rejas, pare­ce un fan­tas­ma. No sabe­mos cuán­to corrió pero está can­sa­do y se detu­vo: tres de sus lar­gas patas tie­sas y una dobla­da, como si pidie­ra ali­vio, las ore­jas hacia ade­lan­te, el cogo­te y la espal­da arquea­dos. Está des­hi­dra­ta­do. Gol­pea­do por el calor. Podría ser un cuen­to de Hora­cio Qui­ro­ga, alguno de esos dra­mas que viven los bichos en sus fic­cio­nes, pero la esce­na ocu­rre en el Cha­co mien­tras trans­cu­rre octu­bre de 2020. Qui­ro­ga escri­bió sobre estos lobos de crin, sí, en uno de sus cuen­tos –¿qué no escri­bió de esta zona de ver­de afie­bra­do?– y puso: “No hay en toda la sel­va sud­ame­ri­ca­na un ani­mal más aris­co, hura­ño y lige­ro para correr. Tie­ne la par­ti­cu­la­ri­dad de cami­nar movien­do al mis­mo tiem­po las patas del mis­mo lado, como lo hace tam­bién la jira­fa”. A ella sí la cono­ce­mos, a la jira­fa. For­ma par­te de la edu­ca­ción natu­ral de las pri­me­ras biblio­te­cas de la niñez: león, hipo­pó­ta­mo, cebra ¿Y qué sabe­mos del agua­rá gua­zú? De este en par­ti­cu­lar, el del shop­ping cha­que­ño, pode­mos decir que huía del fue­go, que fue lle­va­do a una reser­va has­ta que pue­da vol­ver a la liber­tad, aun­que a esta altu­ra no sabe­mos bien qué sig­ni­fi­ca­rá eso para él ni para los seis­cien­tos de su espe­cie que resis­ten en Argen­ti­na. No lo sabe­mos tam­po­co para el res­to de los ani­ma­les que tuvie­ron, por así decir­lo, algo de suer­te y esca­pa­ron de los incen­dios que avan­za­ron fero­ces como, ase­gu­ran muchos, hacía años que no pasa­ba. 1.080.846 hec­tá­reas que­ma­das des­de el 1 de enero al 15 de noviem­bre de acuer­do a los datos del Sis­te­ma Nacio­nal del Fue­go ¿Qué sig­ni­fi­ca­rá todo esto que aho­ra es tie­rra arra­sa­da? ¿Qué fichas de domi­nó empe­za­rán a cho­car­se por la fal­ta abrup­ta de ambien­tes completos?

Mache­ta­zo de negocios

El 2020 fue un gol­pe de gua­da­ña a la bio­di­ver­si­dad: la pala­bra eco­ci­dio se vol­vió hash­tag; Cha­co y tre­ce pro­vin­cias ardie­ron —y arden— en simul­tá­neo; y si había ani­ma­les que sobre­vi­vían a las lla­mas, los espe­ra­ban los caza­do­res para apro­ve­char la bolea­da. Y perros, y pos­tes elec­tri­fi­ca­dos, y todo eso que apa­re­ce como garra cuan­do se aban­do­na el terreno conocido.

—¿Impor­ta el núme­ro?— pre­gun­ta des­de Corrien­tes, Mar­tín Kowa­lews­ki, antro­pó­lo­go, pri­ma­tó­lo­go, inves­ti­ga­dor del Coni­cet en la reser­va San Caye­tano, don­de se per­dió lo que él lla­ma una isla ambien­tal. A eso va con su pre­gun­ta. Hace años que tra­ba­ja en esa zona y estu­dia a los monos cara­yá. Fue él quien com­par­tió en las redes socia­les imá­ge­nes de algu­nos de ellos que­ma­dos en el sue­lo, en posi­ción fetal. Más allá del impac­to per­so­nal que eso le pro­du­ce —cono­cía cada gru­po, las diná­mi­cas, sus com­por­ta­mien­tos — , hace una lec­tu­ra gene­ral: “Es difí­cil saber cuán­tos ani­ma­les se mue­ren por­que ten­drías que saber cuán­tos hay. Depen­de de que haya una inves­ti­ga­ción y no es muy común. Los inves­ti­ga­do­res tra­ba­jan en áreas más pro­te­gi­das, don­de hay menos impac­to del agro­ne­go­cio. San Caye­tano es una reser­va de 80 hec­tá­reas, y el 90% se per­dió”. Muchos murie­ron: víbo­ras, cule­bras, yaca­rés. Y cuen­ta esce­nas de monos muer­tos en la hui­da: “Mucho no se sabe. Si pudie­ras recrear la uni­dad de con­ser­va­ción de la noche a la maña­na, tam­po­co hay ani­ma­les que pue­dan vol­ver. Cuan­do des­truís un eco­sis­te­ma, des­truís lo que ves y lo que no ves. Por más que res­tau­res, no nece­sa­ria­men­te todo vol­ve­rá a ser igual”. En agos­to, ya habían sufri­do el ara­ña­zo del fue­go. En octu­bre, las lla­mas deja­ron un man­tón ceni­cien­to como todo paisaje.

Lejos de aque­llos pri­me­ros días de la pan­de­mia cuan­do otá­ba­mos en pos­teos del tipo “La natu­ra­le­za se abre camino” con fotos de medu­sas en los cana­les de Vene­cia, la reali­dad nacio­nal no tra­jo imá­ge­nes oní­ri­cas ni paraí­sos terre­na­les. “Cuan­do empe­zó la cua­ren­te­na estric­ta en Argen­ti­na se habla­ba de lo mal que usa­mos los recur­sos natu­ra­les —dice Kowa­lews­ki — . Empe­zó la dis­cu­sión. Y se des­vió para el lado de los con­ta­gios. Ese des­vío está pen­sa­do. Y en abril decla­ra­ron el des­mon­te y la mine­ría como acti­vi­da­des esen­cia­les. Aun­que enten­día­mos que es una pan­de­mia cau­sa­da por eso, no solo no paró sino que des­tru­ye­ron todo. No le quie­ro hacer el jue­go a la dere­cha por­que cuan­do ellos estu­vie­ron hicie­ron peor. Obvia­men­te el Esta­do está ausen­te pero entien­do que no hay un poder real a veces. El poder real está en otro lado. Cuan­do bajás la bio­di­ver­si­dad, homo­ge­nei­zás, aumen­tás la pro­ba­bi­li­dad de sal­tos zoo­nó­ti­cos. Aho­ra nos ente­ra­mos por­que se trans­for­mó en un virus de trans­mi­sión aérea y mató mucha gen­te. Pero venía pasan­do, con varie­da­des de pató­ge­nos que no tenían esta con­ta­gio­si­dad”. Sal­to zoo­nó­ti­co es el brin­co que da un virus des­de un ani­mal a un humano. Se pro­du­ce en lo que lla­man inter­fa­se, cuan­do lo sil­ves­tre y la civi­li­za­ción se cruzan.

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(Ima­gen: La tinta)

¿Pode­mos cui­dar lo que no cono­ce­mos? Argen­ti­na es uno de los paí­ses con mayor bio­di­ver­si­dad en el mun­do. Tam­bién es uno de los diez con mayor pér­di­da neta de bos­que des­de 2000 a 2015. Entre 2007 y 2018 el mayor daño fue en la región del Gran Cha­co: San­tia­go, Sal­ta, Cha­co, For­mo­sa. Son datos del infor­me La defo­res­ta­ción de nues­tros bos­ques nati­vos de la Aso­cia­ción para la Pro­mo­ción de la Cul­tu­ra y el Desa­rro­llo. En esas zonas viven cor­zue­las, peca­ríes, yuru­míes. Pero más allá de vol­ver a las lámi­nas esco­la­res para cono­cer sus for­mas, sus colo­res, sus modos de ali­men­ta­ción, más allá de reapren­der pala­bras como bio­ma, eco­sis­te­ma, pan­ta­nal, yun­ga, es pre­ci­so enten­der el hilo invi­si­ble que une todas las fichas. Al tapir, por ejem­plo, lo lla­man el arqui­tec­to de la sel­va por­que lle­va semi­llas de acá para allá. Es un mamí­fe­ro gran­de, el más gran­de de Suda­mé­ri­ca (las vacas, los caba­llos no son de acá, lle­ga­ron con la Con­quis­ta) y es her­bí­vo­ro. Los pája­ros hacen lo mis­mo: hacen cir­cu­lar las semi­llas, o sir­ven de ali­men­to a otros pre­da­do­res, y todo for­ma una orques­ta que arma un equi­li­brio que no se ve pero es crucial.

En 1860, Henry David Tho­reau leía un dis­cur­so ante una socie­dad agrí­co­la de Con­cord. Les habla­ba a los due­ños de los cam­pos, les decía que ni ellos cono­cían los reco­ve­cos de las tie­rras que poseían y los invi­ta­ba a mirar el bos­que, obser­var eso que la natu­ra­le­za tenía para ense­ñar, su lógi­ca. Adver­tía, oh casua­li­dad, sobre el mono­cul­ti­vo. El dis­cur­so se lla­ma La suce­sión de los bos­ques. Cuan­do se habla de la mano invi­si­ble del agro­ne­go­cio por estos días, de una mano que lim­pia sus pro­pias hue­llas, se habla por ejem­plo de que­mas que se ini­cian para dar­le lue­go más vigor a las pas­tu­ras de las que come­rán las vacas. En octu­bre, hubo un momen­to en el que cator­ce pro­vin­cias esta­ban en lla­mas. Toda­vía pue­de ver­se la man­cha roja en el mapa de la NASA. Has­ta el momen­to hay denun­cias, inves­ti­ga­cio­nes, impu­tados, pero no hay cul­pa­bles identificados.

Espe­cies en fuga

El Del­ta del Para­ná es un hume­dal que fun­cio­na como uno de los pul­mo­nes del pla­ne­ta. Está en nues­tra meso­po­ta­mia y es uno de los más gran­des del mun­do. Con el tiem­po su pai­sa­je se ha trans­for­ma­do. Una mues­tra: el par­ti­do de Tigre y el río que por ahí corre se lla­man así por los yagua­re­tés que supie­ron habi­tar la zona. Aho­ra, que­dan unos dos­cien­tos de esa espe­cie y del Tigre des­apa­re­cie­ron hace años. César Mas­si es natu­ra­lis­ta y for­ma par­te de la Aso­cia­ción Eco­lo­gis­tas de San­ta Fe. Cuan­do se hicie­ron expo­si­cio­nes por la Ley de Hume­da­les habló y dijo que los de este año, que ardie­ron como nun­ca, fue­ron los incen­dios más anun­cia­dos de la his­to­ria. Se espe­cia­li­za en plan­tas y sue­le andar con botas de goma en la zona, estu­dián­do­las, mien­tras ve a los visi­tan­tes en malla dis­fru­tar como si fue­ra la Bris­tol. Con los fue­gos de octu­bre y noviem­bre se que­mó el 70% del hume­dal habi­ta­do, dice, y si que­dan pocos focos es por­que tam­po­co que­da nada por que­mar. “La sequía era espan­to­sa –cuen­ta des­de Rosa­rio – . Había mucho mate­rial in ama­ble. Vege­ta­ción seca en la lagu­na agrie­ta­da, nada de cur­sos de agua que fun­cio­na­ran como cor­ta fuego.

La avan­za­da gana­de­ra pela mon­tes, y la rege­ne­ra­ción está com­pro­me­ti­da. Las vacas son ani­ma­les intro­du­ci­dos y des­pla­za­ron al cier­vo de los pan­ta­nos. Esos bichos fue­ron retro­ce­dien­do. Com­pi­ten en ali­men­tos con otros her­bí­vo­ros: lagar­tos, tor­tu­gas, car­pin­chos. No se pue­de pen­sar esta zona como si fue­ra la pam­pa”. La Ley de Hume­da­les per­mi­ti­ría pro­tec­ción de este ambien­te y recur­sos para hacer­lo. Las resis­ten­cias más fuer­tes están, dicen quie­nes saben, en la comi­sión de agri­cul­tu­ra. La espe­ran­za es que no se sal­tee has­ta mar­zo por­que sin ley podría pasar lo mis­mo que este año en el que el calor y la sequía lo agra­va­ron todo.

A la cues­tión de agro­ne­go­cio se le suma un modo de vin­cu­lar­se con la natu­ra­le­za. En épo­cas de cri­sis, la caza aumen­ta. Todo se empas­ta, todo suma al albo­ro­to. Des­de el Minis­te­rio de Ambien­te y Desa­rro­llo Sos­te­ni­ble dicen que no hay una esta­dís­ti­ca de ani­ma­les muer­tos. ¿Nece­si­ta­mos el núme­ro? ¿Qué hay de lo que no vemos? Insec­tos, hue­vos, sapos, ara­ñas. En lo que va del año dos leyes empe­za­ron a mar­char y tuvie­ron su media san­ción: la del Fue­go, que limi­ta el uso pri­va­do de tie­rras incen­dia­das, y la Yolan­da, que esta­ble­ce la capa­ci­ta­ción obli­ga­to­ria en ambien­te para fun­cio­na­rios públicos.

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(Ima­gen: La tinta)

Al azo­ta­zo de las lla­mas res­pon­die­ron bom­be­ros volun­ta­rios, aso­cia­cio­nes pro­tec­cio­nis­tas y gen­te de las comu­ni­da­des cer­ca­nas a cada foco, que ayu­da­ron con ali­men­to y agua para las espe­cies que pudie­ron esca­par. En Cór­do­ba, Vete­ri­na­rios con­tra el fue­go es un gru­po de exalum­nos, docen­tes y vete­ri­na­rios de la Uni­ver­si­dad que ayu­dan en estos casos. Allá estu­vo en espe­cial voraz la situa­ción. Con las dona­cio­nes reci­bi­das acti­va­ron tres fases: boti­qui­nes para los bom­be­ros, para aten­der a los ani­ma­les las­ti­ma­dos; ali­men­tos para los que se que­da­ron sin pas­to, y ase­so­ra­mien­to para la rees­truc­tu­ra­ción. En lo que va de año se que­ma­ron alre­de­dor de 330.000 hec­tá­reas cor­do­be­sas. En la zona de Puni­lla, don­de hay mon­te y sie­rra, el fue­go lle­gó has­ta una reser­va de monos cara­yá, un lugar en el que el silen­cio se rom­pe con el aulli­do poten­te de esos ani­ma­les y en el que hay en el camino man­za­nos y fru­ti­llas sil­ves­tres. Se tra­ta de comu­ni­da­des de monos que fue­ron caza­dos en su hábi­tat, el lito­ral, y fue­ron res­ca­ta­dos ahí, don­de apren­den a vol­ver a ser sal­va­jes. En esta se sal­va­ron. Increí­ble­men­te, el fue­go que­dó solo en los tron­cos y ellos se res­guar­da­ron en la copa de los árboles.

María Ahu­ma­da es vete­ri­na­ria y cuen­ta situa­cio­nes simi­la­res a las del res­to del país: “Hay que con­si­de­rar esto como la tra­ge­dia ambien­tal que ha sido. Los ani­ma­les han enfren­ta­do el fue­go otras veces pero esta vez por la rapi­dez muchos murie­ron que­ma­dos y aque­llos que, esca­pán­do­se del fue­go y de la fal­ta de ali­men­to, han ido a luga­res don­de viven per­so­nas, se enfren­tan al segun­do desa­fío: perros, gatos, que muchas veces ter­mi­nan las­ti­mán­do­los. Zorros, dos pumas cacho­rros des­hi­dra­ta­dos, y las aves en épo­ca repro­duc­ti­va. Sabe­mos que quie­nes los entram­pan, la tie­nen más fácil con agua y ali­men­to en tiem­pos de ani­ma­les ham­brea­dos. Yo creo que de acá a un año vamos a ver inclu­so aban­do­nos de cam­po, nue­vos com­pra­do­res o nue­vos usos. Creo que es una situa­ción difí­cil de pre­de­cir ahora”.

Nadie se sal­va solo

La tor­tu­ga y el yaca­ré podría ser otro cuen­to de Qui­ro­ga o una leyen­da wichí. Ahí, en el mon­te, está todo: la his­to­ria, la comi­da, la cul­tu­ra. Aun­que se achi­que como char­co con­traí­do por el calor, toda­vía algo que­da. La tor­tu­ga y el yaca­ré fue­ron dos cuer­pos secos en otra de las fotos que vimos. De fon­do, palos muer­tos de pie. Árbo­les cha­mus­ca­dos en el Para­je Techat 1, cer­ca de Mira­flo­res, en Cha­co. Andrea Var­gas com­par­tió las imá­ge­nes. Es perio­dis­ta, en Radio Los Ánge­les, y cuen­ta que fue­ron los inte­gran­tes de la guar­dia wichí los que ayu­da­ron a apa­gar el fue­go. “Son comu­nes los incen­dios –dice des­de allá, en una de las habi­tua­les tar­des de calor – . Algu­nos se denun­cian, pero es difí­cil encon­trar ras­tros entre las ceni­zas. Y es difí­cil denun­ciar por­que son todos veci­nos. Este año, más allá de los pri­me­ros ver­des de la pri­ma­ve­ra, las llu­vias no lle­ga­ban. Fue­ron ocho meses de fal­ta”. Cual­quier lla­ma era boca ham­brien­ta ense­gui­da. Alga­rro­bos, mis­to­les, más aden­tro, árbo­les más altos como que­bra­cho colo­ra­do, con su made­ra tan codi­cia­da, y plan­tas bajas y pen­cas en otros luga­res. Hubo fue­gos en para­jes como Techart, Cua­tro de Febre­ro, San Anto­nio. Unas 500 hec­tá­reas en total solo ahí, entre vien­tos fuer­tes, 43 gra­dos y la cache­ta­da que deja el impre­vis­to. “Se que­ma­ba mucho y morían así tan­tos ani­ma­li­tos sil­ves­tres y gana­do mayor y menor por­que la gen­te de aquí se dedi­ca a la gana­de­ría. Son comu­ni­da­des crio­llas y qom y wichí, fami­lias de muy pocos recur­sos que de un rato para otro vie­ron cómo el fue­go arra­só con todo su sacri­fi­cio de años”, cie­rra Andrea.

María Euge­nia Suá­rez es etno­bió­lo­ga y cono­ce toda esa región como la pal­ma de su mano. Aun­que su ofi­ci­na está en Ciu­dad Uni­ver­si­ta­ria, en Bue­nos Aires, hace años que via­ja para estu­diar los víncu­los entre botá­ni­ca y cul­tu­ra. En ese cru­ce entran los ani­ma­les que inter­ac­túan con el ambien­te. Una carre­ra en el mon­te cha­que­ño, acom­pa­ñan­do a gen­te de la zona que le ense­ña­ba el secre­to de las plan­tas. Así armó el vade­me­cum wichí, en el que hay sabi­du­ría medi­ci­nal pero tam­bién ances­tral, vin­cu­la­da a una cul­tu­ra que le pelea al olvi­do. Ella dice: “¿Qué se pier­de? Lo pri­me­ro que sur­ge cuan­do se pien­sa en incen­dio fores­tal es la pér­di­da de bio­di­ver­si­dad. Segu­ra­men­te se ven los ani­ma­les, las plan­tas, cómo se devas­ta eso y lo menos evi­den­te es que se pier­de diver­si­dad bio­cul­tu­ral. Para cono­cer algo es nece­sa­rio pal­par­lo, oler­lo, todos los sen­ti­dos que se te ocu­rran. No bas­ta solo con la teo­ría. A los cono­ci­mien­tos aso­cia­dos va a ser muy difí­cil adqui­rir­los. La devas­ta­ción es muy rápi­da, la recu­pe­ra­ción es muy len­ta y los mayo­res se van yen­do”. Aho­ra el pai­sa­je es simi­lar en todos lados, un terri­to­rio negruz­co con árbo­les negros como fós­fo­ros usa­dos. “Jus­to en medio de la pan­de­mia, que apa­rez­can incen­dios de esta mag­ni­tud es una mues­tra cla­ra de la devas­ta­ción y las moti­va­cio­nes que hay detrás”, dice Suárez.

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En 1997, Van­da­na Shi­va y María Mies publi­ca­ron un tra­ba­jo que hoy man­tie­ne rever­be­ran­cia: Eco­fe­mi­nis­mo se lla­mó y entre otras cosas, pen­sa­ba el víncu­lo entre capi­ta­lis­mo, explo­ta­ción de los recur­sos y patriar­ca­do y decía: “Las refor­mas eco­nó­mi­cas basa­das en la idea del cre­ci­mien­to ili­mi­ta­do en un mun­do limi­ta­do solo se pue­den man­te­ner si los pode­ro­sos se apro­pian de los recur­sos de los vul­ne­ra­bles. La apro­pia­ción de recur­sos, esen­cial para el “cre­ci­mien­to” crea una cul­tu­ra de la vio­la­ción —vio­la­ción de la Tie­rra, de las eco­no­mías loca­les auto­su­fi­cien­tes, de las muje­res. Este “cre­ci­mien­to” solo pue­de ser “inclu­si­vo” si inclu­ye cada vez a más gen­te en su círcu­lo de vio­len­cia”. La dis­cu­sión empie­za a abrir­se y se vuel­ve más rica cuan­do tras­cien­de las fron­te­ras el ambien­ta­lis­mo y el uni­ver­so oene­gés y char­las TED ¿Quién más levan­ta­rá ese guan­te? “Esta­mos como per­di­dos. Enten­dés lo que pasa: el lobby, el agro­ne­go­cio. Enten­dés que es difí­cil y tenés que ape­lar a un cam­bio colec­ti­vo a nivel socie­dad. No lo logra­mos. Hablo de la socie­dad de con­su­mo, eh —dice Kowa­lews­ki — . Si real­men­te que­rés hacer un cam­bio en la bio­di­ver­si­dad, no pue­de haber un sis­te­ma en el que no haya jus­ti­cia social. Si no hay una dis­tri­bu­ción igual de recur­sos, tam­po­co podés empe­zar a hablar igual de con­ser­va­ción. Por­que, ¿qué es con­ser­va­ción? ¿Poner un par­que en el medio de un mon­tón de gen­te que está cazan­do para comer? El otro día un cole­ga lo com­pa­ró con lo que pasó en Áfri­ca: ponés un par­que natu­ral, vie­nen los blan­cos a pasear y si entrás a cazar te pegan un tiro. Cla­ro, quie­nes que­da­ron afue­ra des­pués entran, matan monos, no entien­den el pro­ce­so, no par­ti­ci­pan de las ganan­cias. Los dejas­te afue­ra de la con­ser­va­ción. Tenés que incluir. No podés pen­sar un mun­do así. Es com­ple­jo pero es político”.

Los fue­gos des­ata­dos y el modo de pro­duc­ción y de explo­ta­ción de los recur­sos son glo­ba­les. Pasó y pasa en Bra­sil, Para­guay, Aus­tra­lia, Boli­via. En todo el mun­do se habla de que el 90 % de los fue­gos son inten­cio­na­les. Un víncu­lo vam­pí­ri­co con el pla­ne­ta que ¿has­ta cuán­do podrá aguan­tar? Un comu­ni­ca­do de la Unión de Tra­ba­ja­do­res de la Tie­rra resu­me: “No pode­mos atri­buir las cau­sas úni­ca­men­te a la fal­ta de llu­via o la cru­de­za de la sequía, sino que esta­mos fren­te a un fenó­meno estruc­tu­ral que vie­ne de la mano de la mala pla­ni­fi­ca­ción urba­na, la pro­li­fe­ra­ción de basu­ra­les a cie­lo abier­to, la espe­cu­la­ción inmo­bi­lia­ria, el des­mon­te ile­gal, el agro­ne­go­cio y el extractivismo”.

En Yellows­to­ne, Esta­dos Uni­dos, duran­te seten­ta años los lobos fue­ron corri­dos de la zona. Por “sal­va­jes”, los echa­ron de su pro­pio terri­to­rio. Des­de su par­ti­da, las cosas habían cam­bia­do. Ale­ja­dos ellos, los pre­da­do­res, los cier­vos habían aumen­ta­do su pobla­ción, se habían des­pa­rra­ma­do por el terreno y la hier­ba había empe­za­do a esca­sear. El pai­sa­je había muta­do en un col­chón rese­co. Has­ta que vol­vie­ron, rein­tro­du­ci­dos, y los cier­vos comen­za­ron a cam­biar sus prác­ti­cas, a ron­dar por otras zonas, para evi­tar­los, y el pas­to vol­vió a cre­cer y otras espe­cies vol­vie­ron, en bus­ca de ese ali­men­to que duran­te tan­tos años había fal­ta­do. En algu­nas regio­nes, los árbo­les cre­cie­ron tres veces más alto en pocos años. Los lobos tam­bién fue­ron un lími­te para los coyo­tes, y eso atra­jo a los cone­jos, los rato­nes, que a su vez lla­ma­ron la aten­ción de más águi­las, más zorros, y vol­vie­ron los osos y otros ani­ma­les que se ali­men­ta­ban de las fru­tas sil­ves­tres que antes habían deja­do de cre­cer. Todo vol­vió a recu­pe­rar su cur­so, has­ta los ríos, que aho­ra corrían por una tie­rra recu­pe­ra­da, rena­ci­da. Fue en 1995 y se toma como un caso emble­má­ti­co de rein­ser­ción. Ahí pue­de ver­se ese enca­de­na­mien­to invisible.

Los inves­ti­ga­do­res argen­ti­nos seña­lan algo: en mate­ria natu­ral nada se pue­de pre­ver. ¿Qué hacer ante la tie­rra arra­sa­da? ¿Se la ayu­da, se la deja sanar? En 1803, el natu­ra­lis­ta Ale­xan­der von Hum­boldt des­cu­bría mara­vi­lla­do Suda­mé­ri­ca, sus espe­cies, su fron­do­si­dad. Veía, tam­bién, cómo los mon­jes saquea­ban de las cos­tas los hue­vos de las tor­tu­gas y cómo la pes­ca de ostras ago­ta­ba sus ban­cos. Apun­ta­ba en su dia­rio que todo era una reac­ción en cade­na. “Todo es —escri­bió— inter­ac­ción y reciprocidad”.

Fuen­te: La Tinta

Itu­rria /​Fuen­te

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