Gua­te­ma­la. Bus­can­do a Óscar (II): La cace­ría de los Kai­bi­les y un final inesperado

Por Sebas­tian Rote­lla y Ana Ara­na. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 7 de diciem­bre de 2020.

La hue­lla de Óscar se había des­va­ne­ci­do. Mien­tras inten­ta­ba lle­gar a él, la fis­cal Sara Rome­ro comen­zó una bús­que­da para ubi­car, inte­rro­gar y acu­sar a los Kai­bi­les que par­ti­ci­pa­ron en la masa­cre de Dos Erres. Dos muje­res movie­ron todos los hilos. Todos los mili­ta­res que encon­tra­ron en Gua­te­ma­la y EE.UU. hoy cum­plen con­de­na. Sie­te siguen pró­fu­gos. Esa mis­ma bús­que­da les entre­gó las pis­tas que las lle­va­ron a Óscar. Sara le escri­bió un mail que comen­za­ba dicien­do: “Usted no me cono­ce…”. Óscar dejó enton­ces de ser un tro­feo de gue­rra y vol­vió a ser el hijo de un vie­jo cam­pe­sino que nun­ca superó su pérdida.

Leer el pri­mer capí­tu­lo de la inves­ti­ga­ción rea­li­za­da en 2012

El verano del 2000, Óscar vivía cer­ca de Bos­ton cuan­do reci­bió una car­ta que lo dejó perplejo.

Un pri­mo suyo en Zaca­pa le había envia­do una copia de un artícu­lo publi­ca­do en un dia­rio de la Ciu­dad de Gua­te­ma­la. Des­cri­bía la inves­ti­ga­ción de Rome­ro en bus­ca de dos jóve­nes que habían sobre­vi­vi­do a la masa­cre y habían cre­ci­do en fami­lias de militares.

“El Minis­te­rio Publi­co bus­ca a rap­ta­dos en Las Dos Erres”, decía el enca­be­za­do. “Sobre­vi­vie­ron a la matan­za”.

La nota expli­ca­ba que los fis­ca­les habían iden­ti­fi­ca­do a ambos jóve­nes. Uno de ellos, Óscar Ramí­rez Cas­ta­ñe­da, vivía en algún lugar de los Esta­dos Uni­dos. Era posi­ble que por la cor­ta edad que tenía cuan­do todo suce­dió, no recor­da­se nada de la masa­cre o del secues­tro por par­te del tenien­te, men­cio­na­ban los fiscales.

El perió­di­co mos­tra­ba una foto de Óscar a los 8 años. El artícu­lo con­te­nía más infor­ma­ción sobre Rami­ro, ya que los fis­ca­les habían logra­do inte­rro­gar­le antes de que con­si­guie­ra asi­lo en Canadá.

La foto mos­tra­ba a Rami­ro como cade­te, sos­te­nien­do un rifle y ves­ti­do con el mis­mo uni­for­me del Ejér­ci­to que había ase­si­na­do a su fami­lia. El tex­to men­cio­na­ba que exis­tía la sos­pe­cha de que ambos chi­cos, que tenían ojos ver­des y piel cla­ra, eran hermanos.

“La orden era aca­bar con todos los habi­tan­tes de Dos Erres”, decía el artícu­lo. “Nadie pue­de expli­car por qué el tenien­te Ramí­rez Ramos y el sar­gen­to López Alon­zo toma­ron la deci­sión de lle­var­se a los dos niños”.

Óscar esta­ba des­con­cer­ta­do y lla­mó a una tía en Zacapa:

-¿De qué se tra­ta todo esto? ¿Por qué sale mi foto en el perió­di­co? –le preguntó.

Su tía había leí­do el artícu­lo y le dijo que no sabía qué pen­sar de las acu­sa­cio­nes, sal­vo que eran fal­sas. Insis­tió en que el tenien­te era su padre y que no pen­sa­se más en eso. Según ella, la his­to­ria era un inten­to de la izquier­da por man­char el nom­bre de un hono­ra­ble soldado.

En medio de los con­flic­tos ideo­ló­gi­cos de Gua­te­ma­la, era posi­ble. Muchas fami­lias afi­lia­das al Ejér­ci­to o a par­ti­dos polí­ti­cos de dere­cha sen­tían que la izquier­da había dis­tor­sio­na­do la his­to­ria de la gue­rra civil. Se que­ja­ban de que los gua­te­mal­te­cos y los crí­ti­cos extran­je­ros exa­ge­ra­ban los abu­sos de las Fuer­zas Arma­das mien­tras des­es­ti­ma­ban la vio­len­cia de la guerrilla.

La tía de Óscar le con­ven­ció de que las acu­sa­cio­nes eran dema­sia­do extra­ñas como para ser creíbles.

-Si de ver­dad ten­go un her­mano, como dicen, que me bus­que. Él sabrá si es mi her­mano o no ‑le dijo a su tía.

Las memo­rias de Óscar res­pec­to a su niñez más tem­pra­na eran borro­sas. Nun­ca había sabi­do nada de su madre y no tenía recuer­dos reales del tenien­te. El joven había cre­ci­do en una casa de dos cuar­tos, en una gran­ja de la región seca y calien­te de Zaca­pa. Su fami­lia cul­ti­va­ba taba­co y cui­da­ba el gana­do. La matriar­ca de la fami­lia era su abue­la Rosa­li­na, quien lo crió tras la muer­te del tenien­te Ramí­rez. Óscar la con­si­de­ra­ba como su madre.

Rosa­li­na era cari­ño­sa y estric­ta, Óscar siem­pre tenía tareas que hacer. Orde­ña­ba a las vacas a las cin­co de la maña­na, tra­ba­ja­ba el cam­po des­pués de la escue­la e inten­ta­ba hacer ciga­rri­llos, aun­que nun­ca fue su fuer­te. Ama­ba la vida en la gran­ja, mon­tar a caba­llo, cami­nar en el cam­po. Sus tías se ase­gu­ra­ban siem­pre de que fue­ra lim­pio y bien ves­ti­do a la escuela.

Los Ramí­rez eran per­so­nas tra­ba­ja­do­ras y esfor­za­das. Uno de los tíos de Óscar era un reco­no­ci­do doc­tor. Dos de sus tías eran enfer­me­ras. La fami­lia, sus veci­nos y ami­gos sen­tían mucha admi­ra­ción por el padre de Óscar, el tenien­te, por su gene­ro­si­dad y sus proezas en el cam­po de bata­lla. Había ayu­da­do a pagar la edu­ca­ción de sus her­ma­nos y había lle­va­do a sus com­pa­ñe­ros com­ba­tien­tes de Nica­ra­gua para esta­ble­cer­se en Zaca­pa. Un cam­po de fút­bol de una escue­la mili­tar lle­va­ba su nom­bre en su honor.

Sin embar­go, Óscar nun­ca mos­tró inte­rés en seguir los pasos del tenien­te. Sus tías le inten­ta­ron con­ven­cer de ir a un cole­gio mili­tar, pero a él no le gus­ta­ba reci­bir órde­nes. Tenía un espí­ri­tu independiente.

Se gra­duó de la escue­la pre­pa­ra­to­ria con un titu­lo de con­ta­dor. Fue difí­cil con­se­guir empleo. Tras la muer­te de su abue­la, tuvo algu­na dispu­ta con fami­lia­res por la heren­cia. Deci­dió pro­bar su suer­te en Esta­dos Uni­dos. En 1998, Óscar via­jó al nor­te como muchos otros gua­te­mal­te­cos. Entró a Méxi­co y cru­zó ile­gal­men­te la fron­te­ra hacia Texas.

Tras una bre­ve estan­cia en Arling­ton, Óscar se esta­ble­ció en Fra­mingham, Mas­sa­chu­setts. El subur­bio al oes­te de Bos­ton alber­ga­ba una comu­ni­dad gran­de de cen­tro­ame­ri­ca­nos y bra­si­le­ños. Encon­tró empleo en un super­mer­ca­do. La paga y las pres­ta­cio­nes eran sóli­das y nadie lo moles­ta­ba por su situa­ción como inmi­gran­te indocumentado.

Pron­to su nue­va vida lo fue con­su­mien­do. Se reu­nió con Nidia, su novia de la ado­les­cen­cia, quien había lle­ga­do tam­bién de Gua­te­ma­la. En 2005 se muda­ron a una peque­ña casa de dos pisos en un com­ple­jo residencial.

Nidia dio a luz a dos niñas y un niño, inte­li­gen­tes y diná­mi­cos que habla­ban fácil­men­te tan­to el inglés como el espa­ñol. Su fami­lia man­te­nía ocu­pa­do a Óscar: la igle­sia, las lec­cio­nes de nata­ción, las bar­ba­coas. Ascen­dió como asis­ten­te del geren­te en el super­mer­ca­do, pero per­dió su tra­ba­jo duran­te una cam­pa­ña con­tra inmi­gran­tes en el 2009. Encon­tró dos empleos: como super­vi­sor en una com­pa­ñía de lim­pie­za en las maña­nas y en un res­tau­ran­te de comi­da rápi­da por las tardes.

Óscar era edu­ca­do y tran­qui­lo. Habla­ba bien inglés. Los clien­tes fre­cuen­tes del res­tau­ran­te mexi­cano don­de tra­ba­ja­ba lle­ga­ron a pen­sar que era el due­ño. A pesar de la pre­ca­ria vida como inmi­gran­te indo­cu­men­ta­do, Óscar goza­ba de bue­na salud y no le fal­ta­ba comi­da en su casa. Se con­si­de­ra­ba un hom­bre feliz.

El artícu­lo en el perió­di­co le había gene­ra­do dudas. Sin embar­go, cono­cía su país, un lugar don­de los mis­te­rios abun­dan y don­de las acu­sa­cio­nes y sos­pe­chas reba­san a los hechos.

Con el paso de los años, pen­sa­ba cada vez menos en ese epi­so­dio de su vida.

La cace­ría avan­za hacia el norte

Frus­tra­dos por el lim­bo en el que se encon­tra­ba el caso de Dos Erres, acti­vis­tas gua­te­mal­te­cos ini­cia­ron un pro­ce­so en con­tra de su pro­pio gobierno en un tri­bu­nal internacional.

La acción legal gene­ró la publi­ca­ción del lis­ta­do de Kai­bi­les sos­pe­cho­sos. Algu­nos habían muer­to, pero había otros fugi­ti­vos. De pron­to, una ayu­da de un lugar ines­pe­ra­do apa­re­ció: En Washing­ton, D.C. la uni­dad espe­cial del Ser­vi­cio de Inmi­gra­ción y Con­trol de Adua­nas de Esta­dos Uni­dos (U.S. Immi­gra­tion and Cus­toms Enfor­ce­ment, ICE), cuya misión es encon­trar a los cri­mi­na­les de gue­rra que lle­gan a los Esta­dos Uni­dos, se intere­só en el caso.

Jon Lon­go, un agen­te de ICE en West Palm Beach, Flo­ri­da, de esta­tu­ra baja y una bar­bi­ta en el men­tón, reci­bió el caso. Este esta­dou­ni­den­se de ascen­den­cia ita­lia­na y ori­gi­na­rio de la ciu­dad de Bos­ton, tenía 39 años y ape­nas dos en ese tra­ba­jo. Sin embar­go, con­ta­ba con una maes­tría en psi­co­lo­gía y había tra­ba­ja­do duran­te ocho años como tera­peu­ta en una pri­sión. Tenía expe­rien­cia para hacer hablar a los criminales.

Inves­ti­ga­do­res de ICE sos­pe­cha­ban que Gil­ber­to Jor­dán, uno de los Kai­bi­les inclui­dos en la lis­ta, vivía en la comu­ni­dad de Flo­ri­da de Pla­ya Del­ray, ubi­ca­da a media hora en auto des­de la ofi­ci­na de Lon­go. Jor­dán tra­ba­ja­ba como coci­ne­ro en dos country clubs de la zona. Lon­go reci­bió órde­nes de inves­ti­gar a Jor­dán. Si este par­ti­ci­pó en la masa­cre, Lon­go debía armar un expe­dien­te legal en su con­tra uti­li­zan­do las leyes estadounidenses.

Jor­dán no podía ser juz­ga­do por ase­si­na­to. Se había con­ver­ti­do en ciu­da­dano de Esta­dos Uni­dos y no podía ser depor­ta­do a Gua­te­ma­la para enfren­tar un pro­ce­so en ese país. Esta­dos Uni­dos tam­po­co lo podía juz­gar por un deli­to come­ti­do muchos años antes en un país extranjero.

Lon­go revi­só las leyes de inmi­gra­ción de los Esta­dos Uni­dos. Jor­dán, de 53 años, había decla­ra­do en sus for­mu­la­rios de natu­ra­li­za­ción que no fue miem­bro de las fuer­zas mili­ta­res ni come­tió deli­tos en Gua­te­ma­la. Si era cier­to que había sido miem­bro del Ejér­ci­to o había par­ti­ci­pa­do en el ata­que a Dos Erres, enton­ces había men­ti­do en su decla­ra­ción para con­se­guir la ciu­da­da­nía. Había vio­la­do la ley esta­dou­ni­den­se. Lon­go que­ría armar el caso de la mane­ra más sim­ple. Se pre­gun­tó a sí mis­mo: “¿Cómo prue­bo que come­tió esos delitos?”.

El agen­te Lon­go se metió a fon­do en los docu­men­tos del caso sin per­der de vis­ta su meta. Jor­dán dejó Gua­te­ma­la poco tiem­po des­pués de la masa­cre y entró por Ari­zo­na, sin docu­men­tos. En 1986 obtu­vo su resi­den­cia legal en el país, gra­cias a una amnis­tía migra­to­ria que se apro­bó en Esta­dos Uni­dos. Obtu­vo su ciu­da­da­nía en 1999. Tenia tres hijos gran­des, uno de ellos era miem­bro de los Mari­nes de Esta­dos Uni­dos y vete­rano de la gue­rra de Irak.

Lon­go pidió el expe­dien­te mili­tar de Jor­dán y con­fir­mó las sos­pe­chas acer­ca de su pasa­do como sol­da­do Kai­bil. En Hous­ton, agen­tes de ICE detu­vie­ron a López Alon­zo, otro de los sos­pe­cho­sos en el caso Dos Erres. López Alon­zo era el ex-pana­de­ro de la patru­lla que se lle­vó a Rami­ro, el niño de 5 años que fue roba­do. López Alon­zo ya había sido depor­ta­do de Esta­dos Uni­dos y vol­vió a entrar. ICE lo acu­só de regre­sar a Esta­dos Uni­dos sin docu­men­tos por segun­da vez.

Lon­go entre­vis­tó a López Alon­zo sobre Dos Erres a prin­ci­pios del 2010. Tam­bién inte­rro­gó a Pin­zón e Ibá­ñez, los Kai­bi­les arre­pen­ti­dos que eran tes­ti­gos. Le habla­ron de las accio­nes de Jor­dán duran­te la masa­cre. En mayo de ese año, Lon­go esta­ba lis­to para arres­tar a Jor­dán. Sin embar­go, los fis­ca­les esta­dou­ni­den­ses le indi­ca­ron que nece­si­ta­ba evi­den­cias más con­tun­den­tes que pro­ba­ran que Jor­dán había par­ti­ci­pa­do en la masa­cre y que había men­ti­do. Sin una evi­den­cia sóli­da, como una con­fe­sión, la fis­ca­lía no lo podría acusar.

Lon­go y sus supe­rio­res deci­die­ron que era tiem­po de visi­tar a Jor­dán en su casa. Era una medi­da arries­ga­da. Los ase­si­nos tien­den a con­fe­sar más fácil­men­te en las pelí­cu­las que en la vida real. Espe­cial­men­te aqué­llos con entre­na­mien­to en ope­ra­cio­nes clan­des­ti­nas y en gue­rra psicológica.

Lon­go pla­ni­fi­có su encuen­tro con mucho cui­da­do. Se enfren­ta­ría a un sol­da­do bien entre­na­do que podría estar arma­do. Reclu­tó a un agen­te de ascen­den­cia lati­no­ame­ri­ca­na, quien tam­bién era vete­rano de las fuer­zas espe­cia­les, para que el encuen­tro fue­ra más amigable.

Como per­mi­te la ley fede­ral, ICE armó una estra­te­gia para acer­car­se al fugi­ti­vo. Jor­dán había sido miem­bro de la guar­dia pre­si­den­cial en su país. Así que le pre­gun­ta­rían sobre el recien­te arres­to en Esta­dos Uni­dos del ex pre­si­den­te de Gua­te­ma­la, Alfon­so Por­ti­llo, por corrup­ción y lava­do de dine­ro. Des­pués, le pre­gun­ta­rían sobre Dos Erres. Si Jor­dán no que­ría hablar ten­drían que retirarse.

En la maña­na del día del encuen­tro, Lon­go orde­nó que agen­tes de ICE siguie­ran a la espo­sa de Jor­dán, quien tra­ba­ja­ba lim­pian­do casas en el área cer­ca­na. Los agen­tes de ICE, por su par­te, pen­sa­ban visi­tar a Jor­dán en su tra­ba­jo. Pero jus­to ese día deci­dió des­can­sar en casa por enfer­me­dad. Así que con sus cha­ma­rras con insig­nias de ICE, los agen­tes se pre­sen­ta­ron en la casa de Jor­dán en un barrio modes­to mul­ti­ét­ni­co de Flo­ri­da. La pick-up de Jor­dán esta­ba esta­cio­na­da fren­te a la entra­da de su coche­ra. Antes de bajar­se de sus vehícu­los, los agen­tes die­ron dos vuel­tas a la casa. La pri­me­ra vez la puer­ta de la coche­ra esta­ba abier­ta. En la segun­da, esta­ba cerrada.

Lon­go lla­mó a Jor­dán por telé­fono y se iden­ti­fi­có como un agen­te fede­ral. Jor­dán lo invi­tó ama­ble­men­te a su casa. Cuan­do el equi­po tocó a la puer­ta, nadie res­pon­dió. Lon­go vol­vió a lla­mar­le, pero esta vez no reci­bió res­pues­ta. El tiem­po avan­za­ba. Los agen­tes tenían las manos sobre sus revólveres.

“No tene­mos una orden de cateo”, pen­só Lon­go. “Qui­zás tie­ne un cañón allí aden­tro”.
Lon­go lla­mó a los agen­tes que vigi­la­ban a la espo­sa de Jor­dán. Les pidió que la abor­da­ran y le expli­ca­ran la situa­ción. La espo­sa acep­tó lla­mar­lo. Jor­dán res­pon­dió a la lla­ma­da como un hom­bre acorralado.

-Vinie­ron a matar­me ‑le dijo a su mujer por el teléfono.

-No. Son ame­ri­ca­nos –le expli­có la esposa.

-Están arma­dos ‑res­pon­dió Jordán.

Al final, la ten­sión se disi­pó y Jor­dán abrió la puer­ta e invi­tó a los agen­tes a entrar. Era bajo de esta­tu­ra. Su pelo cano­so tenía un cor­te mili­tar. Su cara era arru­ga­da. Ves­ti­do con una gorra de beis­bol, cami­se­ta y jeans, pare­cía estar des­can­san­do. Se sen­ta­ron en la coci­na alre­de­dor de una mesa de made­ra rús­ti­ca. Fotos de sus hijos col­ga­ban en la pared. Comen­za­ron hablan­do de tri­via­li­da­des en una mez­cla de inglés y espa­ñol. Pron­to lle­gó a casa su esposa.

Jor­dán acep­tó res­pon­der a las pre­gun­tas de los agen­tes y fir­mó un for­mu­la­rio de Dere­chos Miran­da, dejan­do cla­ro que sabía que tenía el dere­cho legal de no con­tes­tar si no que­ría. Admi­tió que fue un Kai­bil. En su casa no exhi­bía nin­gún recuer­do mili­tar por­que a su espo­sa le daba mie­do. Ella había escu­cha­do his­to­rias de ex sol­da­dos ata­ca­dos en los Esta­dos Uni­dos por gua­te­mal­te­cos que odia­ban a los militares.

Lon­go había entre­vis­ta­do a muchos ase­si­nos en su vida pro­fe­sio­nal. Jor­dán no tenía la facha de ser uno. Aun­que tran­qui­lo y reser­va­do, pare­cía que­rer hablar. “Nos está sol­tan­do peque­ños peda­zos de infor­ma­ción”, pen­só Longo.

-Tuve pro­ble­mas en Gua­te­ma­la. La gen­te dice que hice cosas. Hubo una masa­cre ‑dijo Jordán.

-¿Dón­de? –le pre­gun­tó Longo.

-En un lugar lla­ma­do Dos Erres.

Lon­go no lo apre­su­ró. La con­ver­sa­ción vol­vió al tema de la masa­cre. Jor­dán res­pi­ró pro­fun­do y enton­ces, con­tó la his­to­ria de Dos Erres. Les des­cri­bió la car­ni­ce­ría alre­de­dor del pozo.

“Todos”, dijo Jor­dán, y lue­go hizo ges­tos para indi­car que tira­ron a las vic­ti­mas den­tro del pozo. Comen­zó a llorar…

-Tiré a un bebe en ese pozo –dijo Jordán.

Y con­tó cómo llo­ró en el momen­to en que mató al bebe. Negó haber vio­la­do a muje­res o a niñas. Su mujer escu­cha­ba com­pun­gi­da. “Aho­ra ya sabe de Dos Erres”, expli­có Jordán.

“Sabía que este día iba a lle­gar”, les dijo. Lon­go pen­só que el hom­bre se había qui­ta­do un gran peso de encima.

Des­pués de 45 minu­tos de con­ver­sa­ción, Lon­go agra­de­ció a Jor­dán su fran­que­za. Su cora­zón latía fuer­te. Salió al lado de la coche­ra y lla­mó a una fis­cal fede­ral para infor­mar­la de la decla­ra­ción de Jor­dán. La fis­cal sabia que Lon­go que­ría meter pre­so a Jor­dan en el acto. Pero le dijo a Lon­go que no le arres­ta­ra. Que­ría dejar cons­tan­cia cla­ra que la con­fe­sión fue volun­ta­ria y sin nin­gu­na presión.

-Dile que se pre­sen­te en tu ofi­ci­na maña­na por la maña­na, para una entre­vis­ta for­mal ‑le dijo la fiscal.

Al día siguien­te, los agen­tes arres­ta­ron a Jor­dán cuan­do se pre­sen­tó con su abo­ga­do a la cita. En pocas sema­nas, deci­dió admi­tir su cul­pa­bi­li­dad del deli­to de haber ocul­ta­do infor­ma­ción y pro­por­cio­na­do decla­ra­cio­nes fal­sas en su for­ma migratoria.

La fis­ca­lía que­ría que reci­bie­ra la sen­ten­cia máxi­ma. En el jui­cio en una cor­te de Flo­ri­da, Rami­ro Cris­ta­les se pre­sen­tó como tes­ti­go. Via­jó des­de Cana­dá don­de vivía como refu­gia­do. Lon­go pen­só que encon­tra­ría a un hom­bre aca­ba­do, pero Rami­ro era un joven gua­te­mal­te­co de 33 años lleno de valen­tía y madurez.

En su tes­ti­mo­nio, Rami­ro deta­lló cómo los Kai­bi­les entra­ron en la casa don­de vivía con sus padres y sus seis her­ma­nos. Los gol­pea­ron y los aterrorizaron.

-Comen­za­mos a rezar por­que ellos nos dije­ron: “si creen en Dios recen, por­que nadie los va a sal­var” ‑ates­ti­guó.

No se sabe la pre­ci­sión de los recuer­dos que Rami­ro tie­ne de ese día. Con­tó ante la Cor­te que duran­te la masa­cre, se que­dó en la igle­sia con las muje­res y los niños. Los sol­da­dos tira­ron a sus her­ma­ni­tos al pozo.

La con­de­na por el cri­men de Jor­dán rara vez resul­ta en más de seis meses de cár­cel. Pero el juez del Dis­tri­to, William J. Zloch, esta­ba impac­ta­do por lo que escu­chó en el jui­cio. Cuan­do el abo­ga­do de Jor­dán argu­men­tó que su clien­te no era un peli­gro para la comu­ni­dad, el juez se enfa­dó aún más:

-¿Des­pués de todas estas acu­sa­cio­nes?, ¿cuán­to más tie­ne que come­ter des­pués de este inci­den­te? ¿Cuán­tas otras cabe­zas tie­ne que aplas­tar? ¿Cuán­tas otras muje­res tie­nen que ser vio­la­das? ¿A cuán­tas otras per­so­nas tie­nen que dis­pa­rar? ¿Cuán­tas? ‑deman­dó saber el juez Zloch.

En sep­tiem­bre 2010, Jor­dán reci­bió la sen­ten­cia máxi­ma por el cri­men: 10 años en una pri­sión federal.

Los inves­ti­ga­do­res de ICE vol­vie­ron a revi­sar la lis­ta de Kai­bi­les y los bus­ca­ron en todo Esta­dos Uni­dos. En el Con­da­do de Oran­ge en Cali­for­nia, agen­tes de ICE encon­tra­ron a Pimen­tel, el ex-sar­gen­to que días des­pués de las vio­la­cio­nes y ase­si­na­tos en Dos Erres había par­ti­do a la aca­de­mia mili­tar esta­dou­ni­den­se en Pana­má. Pimen­tel había reci­bi­do una con­de­co­ra­ción del Ejér­ci­to de Esta­dos Uni­dos por sus ser­vi­cios. Cuan­do lo encon­tra­ron, vivía sin docu­men­tos y tra­ba­ja­ba en man­te­ni­mien­to. Fue depor­ta­do a Gua­te­ma­la para enfren­tar­se a la justicia.

Inves­ti­ga­do­res fede­ra­les tam­bién ave­ri­gua­ron que Sosa, el sub-tenien­te que supues­ta­men­te tiró la gra­na­da en el pozo de Dos Erres, era ciu­da­dano esta­dou­ni­den­se y un reco­no­ci­do ins­truc­tor de artes mar­cia­les en el Con­da­do de Oran­ge. Sosa se había muda­do a Cana­dá, don­de lo detu­vie­ron y aho­ra está en pri­sión, espe­ran­do ser depor­ta­do para un jui­cio en Cali­for­nia por fal­si­fi­ca­ción de su for­ma migra­to­ria. López Alon­zo, el Kai­bil que rap­tó a Rami­ro, tam­bién se decla­ró cul­pa­ble en Hous­ton y acep­tó ates­ti­guar con­tra Sosa, su anti­guo ofi­cial superior.

COCORICO 2

Las deten­cio­nes en Esta­dos Uni­dos die­ron nue­vos aires a la inves­ti­ga­ción de la fis­cal Sara Romero.

El Ejér­ci­to de Gua­te­ma­la reci­bió con mejor acti­tud las inda­ga­cio­nes de auto­ri­da­des esta­dou­ni­den­ses que las de sus pro­pios fis­ca­les. Entre­ga­ron docu­men­tos sobre los coman­dos fugi­ti­vos dete­ni­dos por ICE. Los inves­ti­ga­do­res esta­dou­ni­den­ses, por su par­te, com­par­tie­ron los docu­men­tos con sus cole­gas en Gua­te­ma­la. La con­fe­sión de Jor­dán refor­zó el caso con­tra más de una doce­na de sos­pe­cho­sos fugitivos.

La atmós­fe­ra en Gua­te­ma­la había cam­bia­do. Para fina­les de 2010, el Pre­si­den­te Álva­ro Colom nom­bró un nue­vo fis­cal gene­ral. Clau­dia Paz y Paz era la pri­me­ra mujer del país en ese car­go. Paz y Paz comen­zó una cam­pa­ña sin pre­ce­den­tes con­tra los vio­la­do­res de dere­chos huma­nos. Acu­só al ex dic­ta­dor Ríos Montt de geno­ci­dio y de crí­me­nes de “lesa humanidad”.

Ade­más, la Cor­te Inter Ame­ri­ca­na de Dere­chos Huma­nos en Cos­ta Rica había falla­do a favor de los acti­vis­tas de dere­chos huma­nos gua­te­mal­te­cos. El edic­to for­za­ba a la Cor­te Supre­ma de Gua­te­ma­la a con­ti­nuar con el caso de Dos Erres.

En el 2011, des­pués de 15 años de inves­ti­ga­ción, la fis­cal auxi­liar Sara Rome­ro orde­nó nue­vos arres­tos. La poli­cía cap­tu­ró a tres de los Kai­bi­les impli­ca­dos en el caso y a Carías, el ex coman­dan­te de Las Cruces.

Los inves­ti­ga­do­res se enfren­ta­ban a situa­cio­nes hos­ti­les y peli­gro­sas. Un tes­ti­go fue ase­si­na­do. Fami­lias de mili­ta­res, en los barrios de Ciu­dad de Gua­te­ma­la don­de vivían los ex mili­ta­res sos­pe­cho­sos, ame­na­za­ban a la poli­cía cuan­do lle­ga­ba a bus­car cri­mi­na­les de gue­rra. El coro­nel Rober­to Aní­bal Rive­ra Mar­tí­nez, quien como tenien­te había sido coman­dan­te de la patru­lla de Dos Erres, pudo huir cuan­do las auto­ri­da­des lle­ga­ron a su casa ya que tenía un túnel conec­ta­do a otro inmue­ble. Los fis­ca­les sos­pe­cha­ban que algu­nos de los fugi­ti­vos de Dos Erres, y otros casos, vivían pro­te­gi­dos en bases mili­ta­res o en áreas domi­na­das por militares.

Uno de los Kai­bi­les dete­ni­dos habló de los dos niños roba­dos en su decla­ra­ción en Ciu­dad de Gua­te­ma­la. El juez super­vi­sor orde­nó a Rome­ro que redo­bla­ra sus esfuer­zos para encon­trar a Óscar. Años atrás, la renuen­cia de la fami­lia de Óscar en Zaca­pa había aca­ba­do con la espe­ran­za de encon­trar­lo. La his­to­ria que se publi­có en el perió­di­co tam­po­co ayu­dó al caso de la fiscalía.

Aho­ra, exis­tía otra opor­tu­ni­dad. En mayo del 2011, Sara Rome­ro regre­só a Zaca­pa, don­de Óscar cre­ció. Otra vez visi­tó a su tío, el reco­no­ci­do doc­tor en esa región. En la pri­me­ra visi­ta hacía unos años, el doc­tor la había acu­sa­do de difa­mar el nom­bre del tenien­te Ramí­rez con sus pre­gun­tas sobre el ori­gen de Óscar. Esta vez, el médi­co pare­cía algo más coope­ra­ti­vo. Le dijo que Óscar vivía en los Esta­dos Uni­dos con su espo­sa e hijos, pero que no tenía su núme­ro tele­fó­ni­co. Sin embar­go, le dio una pis­ta: “El apo­do de su mujer es La Fla­ca”.

Con ese deta­lle, Rome­ro y sus inves­ti­ga­do­res pre­gun­ta­ron al due­ño de una peque­ña tien­da, quien les ayu­dó a encon­trar a los fami­lia­res de la espo­sa de Óscar en un case­río cer­cano. La fis­cal entre­vis­tó a la fami­lia de la espo­sa y ellos le die­ron el correo elec­tró­ni­co de Óscar. La direc­ción tenía la pala­bra “Cocorico2”. Rome­ro enten­dió que Óscar uti­li­za­ba el mis­mo apo­do que el tenien­te Ramírez.

Unos días des­pués, el mis­mo Óscar lla­mó a Rome­ro al escu­char de su visi­ta a sus sue­gros. Ella no qui­so hablar­le mucho. No que­ría tirar­le una bom­ba así por teléfono.

Rome­ro se sen­tó fren­te a su compu­tado­ra a escri­bir­le un correo elec­tró­ni­co. Se esme­ró en encon­trar las pala­bras ade­cua­das que le expli­ca­ran a Óscar que su vida has­ta aho­ra había sido una men­ti­ra. Rome­ro sabía que Óscar vivía en Esta­dos Uni­dos sin docu­men­tos. Se ima­gi­nó su exis­ten­cia tan lejos de su patria. Pen­só en cómo lo impac­ta­ría el mensaje.

Sara Rome­ro con­ti­nuó con su men­sa­je. Y comen­zó así: “Usted no me cono­ce”. (Ver car­ta com­ple­ta)

Cuan­do Óscar ter­mi­nó de leer el men­sa­je en Fra­mingham, su cabe­za se vol­vió un tor­be­llino de pen­sa­mien­tos con­fu­sos. La fis­cal insi­nua­ba que había teni­do una vida com­ple­ta­men­te dife­ren­te has­ta los tres años. Lo encon­tra­ba difí­cil de creer. No podía recor­dar nin­gu­na ima­gen de Dos Erres. La fami­lia que cono­cía como la suya en Zaca­pa lo había tra­ta­do como uno de ellos.

Lue­go vol­vió a pen­sar en el artícu­lo en el perió­di­co sobre él y Rami­ro de hacía una déca­da. Ésa fue la his­to­ria que sus fami­lia­res de Zaca­pa le dije­ron que era impen­sa­ble. Sus dudas de aque­lla épo­ca sur­gie­ron de nuevo.

Óscar vol­vió a lla­mar a Rome­ro y acep­tó hacer­se una prue­ba de ADN. El 20 de junio del 2011, Fredy Pec­ce­re­lli, un inves­ti­ga­dor de dere­chos huma­nos gua­te­mal­te­co, lo visi­tó en Fra­mingham. Esta­ba allí para reco­ger la evi­den­cia que deter­mi­na­ría la iden­ti­dad ver­da­de­ra de Óscar para siempre.

Pec­ce­re­lli tenía la cabe­za rapa­da, el físi­co de un levan­ta­dor de pesas y un acen­to de Ben­sonhurst, el barrio ita­liano de Brooklyn, New York. Pare­cía más un héroe de acción que un cien­tí­fi­co y lucha­dor de dere­chos humanos.

Naci­do en Gua­te­ma­la y cria­do en Brooklyn, Nue­va York, Pece­re­lli, a sus 41 años es uno de los mejo­res antro­pó­lo­gos foren­ses en Lati­noa­mé­ri­ca. Su orga­ni­za­ción, la Fun­da­ción de Antro­po­lo­gía Foren­se de Gua­te­ma­la (FAFG), apo­ya en inves­ti­ga­cio­nes sobre vio­la­cio­nes de dere­chos huma­nos hacien­do exhu­ma­cio­nes en sitios don­de ocu­rrie­ron masa­cres y en cemen­te­rios clan­des­ti­nos. Las prue­bas de ADN se lle­van a cabo en un labo­ra­to­rio de alto nivel cien­tí­fi­co loca­li­za­do detrás de unas pare­des altas con con­cer­ti­na de segu­ri­dad, en la Ciu­dad de Guatemala.

En 2010, la Fun­da­ción de Pec­ce­re­lli ana­li­zó los res­tos de Dos Erres reco­lec­ta­dos por el equi­po argen­tino en 1995. El equi­po de Pec­ce­re­lli uti­li­zó nue­va tec­no­lo­gía sofis­ti­ca­da para extraer ADN de los fami­lia­res de las vic­ti­mas de Dos Erres y bus­car conexiones.

Cuan­do Pec­ce­re­lli se encon­tró con Óscar, inten­tó ima­gi­nar­se cómo había sobre­vi­vi­do cuan­do era un niño. ¿Había vis­to a toda su fami­lia ser ase­si­na­da? Pec­ce­re­lli que­ría pro­te­ger a Óscar. El joven se mos­tró pre­ca­vi­do. Pec­ce­re­lli le dijo que él sabía lo que sig­ni­fi­ca­ba ser un inmi­gran­te escon­di­do en las som­bras. Su padre había sido un abo­ga­do en Gua­te­ma­la. Cuan­do Pec­ce­re­lli era un niño, su fami­lia tuvo que huir por ame­na­zas de muer­te y se tras­la­dó a los Esta­dos Unidos.

Poco a poco, Oscar se sin­ce­ró. Le con­tó sobre su odi­sea de Gua­te­ma­la a Esta­dos Uni­dos. Pec­ce­re­lli tomó la mues­tra de ADN. Des­pués, Oscar y su espo­sa pre­pa­ra­ron una gran cena para todos los presentes.

Pec­ce­re­lli había pasa­do toda su vida pro­fe­sio­nal unien­do las pie­zas de esque­le­tos des­trui­dos. Hoy, por pri­me­ra vez, esta­ba fren­te a una evi­den­cia vivien­te. Tenía la rara opor­tu­ni­dad de hacer pre­gun­tas importantes.

En otros casos de robo de niños por sol­da­dos, los meno­res habían sufri­do abu­sos, como Rami­ro. Algu­nos habían sido for­za­dos a dor­mir con los ani­ma­les y a tra­ba­jar 20 horas al día. Pec­ce­re­lli esta­ba fas­ci­na­do al escu­char esta expe­rien­cia de pri­me­ra mano.

-¿Cómo te tra­ta­ron? ‑le pre­gun­tó a Oscar.

-Don­de yo cre­cí, cre­cí bien ‑le res­pon­dió Oscar de for­ma sere­na y lacó­ni­ca-. No fui tra­ta­do dife­ren­te de los otros niños.

Pec­ce­re­lli regre­só a Gua­te­ma­la para ter­mi­nar la prue­ba de ADN. Se que­dó con la impre­sión de que Óscar que­ría saber más, pero al mis­mo tiem­po tenía muchas dudas.
En algún lugar de su alma Pec­ce­re­lli pen­só: Oscar no quie­re que esto sea verdad.

Las penas nadan

Óscar espe­ró alre­de­dor de seis sema­nas los resul­ta­dos de la prue­ba de ADN. El 7 de agos­to, Pec­ce­re­lli le lla­mó des­de Ciu­dad de Gua­te­ma­la. Le expli­có que las prue­bas habían des­car­ta­do una de las teo­rías de la fis­ca­lía: que Óscar y Rami­ro podían ser hermanos.

-Gracias…No me sor­pren­de –le dijo Óscar.

Pec­ce­re­lli hizo una pau­sa. Por­que había más:

-Óscar, encon­tra­mos a tu padre bio­ló­gi­co. Es un señor lla­ma­do Tranquilino.

Óscar vol­teó para mirar a Nidia. Le dijo las pala­bras que aún le cos­ta­ba creer: “Encon­tra­ron a mi padre”.

Tran­qui­lino Cas­ta­ñe­da había sido un cam­pe­sino en Dos Erres. Había esca­pa­do de la masa­cre por­que se encon­tra­ba tra­ba­jan­do la tie­rra en otro pue­blo. Por casi 30 años, pen­só que los mili­ta­res habían ase­si­na­do a su espo­sa y a sus nue­ve hijos. Óscar era el más joven de ellos: Su nom­bre real era Alfre­do Castañeda.

Pec­ce­re­lli, Aura Ele­na Far­fán y otros inves­ti­ga­do­res arma­ron una con­ver­sa­ción en video entre los dos sobrevivientes.

Óscar pudo ver a su padre a tra­vés de la pan­ta­lla de la compu­tado­ra. Cas­ta­ñe­da era un hom­bre lar­gui­ru­cho de 70 años, con un som­bre­ro vaque­ro. Su ros­tro evi­den­cia­ba déca­das de tra­ba­jo, sole­dad y tristeza.

Los inves­ti­ga­do­res habían toma­do mues­tras del ADN de Cas­ta­ñe­da, pero nun­ca le con­ta­ron sus sos­pe­chas sobre quién era Óscar. Cuan­do tenían la cer­te­za y deci­die­ron con­tar­le, lle­va­ron a un médi­co por si las dudas. Una de las inves­ti­ga­do­ras de dere­chos huma­nos acer­có la silla del hom­bre a la suya y se inclinó:

-Le voy a con­tar algo… ¿Cono­ce a esta per­so­na? ¿Al tipo que apa­re­ce en la pan­ta­lla? –le dijo.

-No, no ten­go idea de quién es ‑con­tes­tó Castañeda.

-Es su hijo.

Cas­ta­ñe­da se que­dó pas­ma­do. Su reac­ción fue más bien tris­te y de des­con­cier­to que de ale­gría. El gru­po se jun­tó a su alre­de­dor mien­tras el vie­jo se toma­ba un tra­go de licor.

El padre mira­ba la pan­ta­lla sin dar cré­di­to. Inten­tó com­pa­rar el ros­tro del hom­bre a cua­tro mil kiló­me­tros de dis­tan­cia con el del niño regor­de­te y peque­ño que recor­da­ba. Mien­tras los demás mira­ban con lágri­mas en los ojos, Cas­ta­ñe­da lla­mó a su hijo por su ver­da­de­ro nombre.

-Alfre­di­to… ¿Cómo estás?

La con­ver­sa­ción era emo­ti­va e incó­mo­da. Óscar no sabía qué decir. Cas­ta­ñe­da le pre­gun­tó si recor­da­ba que le fal­ta­ban sus dien­tes delan­te­ros cuan­do era peque­ño. El joven le dijo que lo recor­da­ba. Pasa­ron tiem­po sólo mirán­do­se uno al otro.

Padre e hijo habla­ron de nue­vo por telé­fono y por Sky­pe. Pron­to se encon­tra­ron hablan­do cada día, cono­cién­do­se más, lle­nan­do las tres déca­das que pasa­ron separados.

La fami­lia del tenien­te esta­ba igual­men­te sor­pren­di­da, pero no tenían ren­cor apa­ren­te. Invi­ta­ron a Cas­ta­ñe­da a visi­tar­los a Zaca­pa y se mara­vi­lla­ron al ver la seme­jan­za entre el vie­jo y el hom­bre que cono­cían como Óscar. Cas­ta­ñe­da se unió a una bar­ba­coa que orga­ni­za­ron los Ramí­rez. En fotos que la fami­lia le envió a Óscar su padre lucía años más joven.

Cas­ta­ñe­da que­dó des­tro­za­do por la pér­di­da de su fami­lia. Tras la masa­cre, se refu­gió en una cho­za en la sel­va. Nun­ca se vol­vió a casar y bebió tan­to como una per­so­na pue­de lle­gar a beber.

-Pen­sé que podría aho­gar mis penas, pero no se pue­de: ¡Las penas nadan! –les dijo Castañeda.

La nue­va y pro­fun­da rela­ción de Óscar con su padre lo lle­vó a otro mun­do. Tuvo mucho que pen­sar. Aun­que habla­ba fácil­men­te de algu­nos temas –el tra­ba­jo, el fút­bol, la vida como un inmi­gran­te indo­cu­men­ta­do- le tomó un gran esfuer­zo abrir­se a las mara­vi­llas y trau­mas de su pasado.

La per­so­na con la que pudo hablar sobre el tema fue Rami­ro, el otro sobre­vi­vien­te rap­ta­do. Tuvie­ron lar­gas char­las por el telé­fono. Se hacían pre­gun­tas sin respuesta.

¿Por qué los sol­da­dos les habían per­do­na­do la vida? ¿Qué cla­se de hom­bre ase­si­na fami­lias pero deci­de sal­var y criar a un niño?

Duran­te las dic­ta­du­ras en Argen­ti­na y El Sal­va­dor, el robo de infan­tes de fami­lias de izquier­da se vol­vió un trá­fi­co orga­ni­za­do y a veces ren­ta­ble. Por su ideo­lo­gía, los secues­tra­do­res que­rían eli­mi­nar otra gene­ra­ción de futu­ros sub­ver­si­vos, rap­tán­do­los y ven­dién­do­los a fami­lias de derecha.

En Gua­te­ma­la esos crí­me­nes eran más opor­tu­nis­tas y menos sis­te­má­ti­cos. Los inves­ti­ga­do­res ofi­cia­les esti­ma­ban que los mili­ta­res habían secues­tra­do a más de 300 niños duran­te la gue­rra civil. En una socie­dad pobre y rural, la his­to­ria de Rami­ro, de mal­tra­tos y abu­sos, era algo común.

La expe­rien­cia de Óscar resal­ta­ba por­que su fami­lia lo había tra­ta­do bien. Los inves­ti­ga­do­res pien­san que el tenien­te lo lle­vó a su casa para dar­le el gus­to a su madre, quien se que­ja­ba de no tener un nieto.

Óscar final­men­te enten­dió que su padre “adop­ti­vo” super­vi­só los ase­si­na­tos de sus her­ma­nos y de su madre. Leyó sobre los horro­res de la masa­cre. Se dio cuen­ta de que una foto en el álbum del tenien­te –con sol­da­dos posan­do con un apa­ren­te pri­sio­ne­ro ata­do — mos­tra­ba una esce­na que pudo ser igual que la del “guía” ase­si­na­do des­pués de Dos Erres.

Sen­ta­do en la mesa de la coci­na, exa­mi­nó tran­qui­la­men­te el álbum de fotos. Pen­só en dos hechos: El tenien­te lo había sal­va­do y la fami­lia Ramí­rez lo había tra­ta­do como uno de los suyos.

-Aún es un héroe para mí. Lo veo de la mis­ma for­ma como lo hacía antes… Él esta­ba en el Ejér­ci­to, allí te dicen cosas y tie­nes que hacer­las. Espe­cial­men­te en tiem­pos de gue­rra, aun­que no quie­ras ‑dijo Óscar

Para los inves­ti­ga­do­res, Óscar se había con­ver­ti­do en un pode­ro­so tes­ti­go al que había que pro­te­ger. Pec­ce­re­lli lo ayu­dó a encon­trar a un impor­tan­te abo­ga­do esta­dou­ni­den­se. Scott Greathead, un socio de la fir­ma Wig­gin and Dana, en Nue­va York, tenía una tra­yec­to­ria de acti­vis­mo en dere­chos huma­nos en Lati­noa­mé­ri­ca por las ulti­mas tres déca­das. Entre sus casos más impor­tan­tes, Greathead repre­sen­tó a fami­lias de mon­jas de Esta­dos Uni­dos que fue­ron vio­la­das y ase­si­na­das por sol­da­dos sal­va­do­re­ños en 1980.

Greathead y sus cole­gas en Bos­ton com­pi­la­ron una deman­da en bus­ca de asi­lo polí­ti­co para Óscar bajo los argu­men­tos de que sería un obje­ti­vo poten­cial si vol­vía a Guatemala.

Dos Gua­te­ma­las

En agos­to de 2011, una cor­te gua­te­mal­te­ca decla­ró cul­pa­bles de ase­si­na­to y vio­la­ción de los dere­chos huma­nos a tres ex sol­da­dos del escua­drón de Dos Erres. Reci­bie­ron sen­ten­cias de 6,060 años de pri­sión, equi­va­len­te a 30 años por cada una de las 201 vic­ti­mas, más trein­ta por “crí­me­nes de lesa humanidad”.

La cor­te con­de­nó y sen­ten­ció al coro­nel Carías, el ex tenien­te y coman­dan­te local que ayu­dó a pla­near y encu­brir el asal­to, por los mis­mos crí­me­nes. Tam­bién reci­bió seis años adi­cio­na­les por el saqueo a la aldea.

Hace dos meses otra cor­te de Gua­te­ma­la sen­ten­ció a 6,060 años de cár­cel a Pimen­tel, el ex-ins­truc­tor de la Escue­la de las Amé­ri­cas, quien fue arres­ta­do y depor­ta­do por agen­tes de ICE en Cali­for­nia. Duran­te el jui­cio, los fis­ca­les inclu­ye­ron la his­to­ria de Óscar por pri­me­ra vez, aña­dien­do la prue­ba de ADN como evidencia.

La fis­cal gene­ral Paz y Paz dijo que las con­de­nas sen­ta­ron un men­sa­je sin precedentes.

“Es muy impor­tan­te por la gra­ve­dad de los hechos”, dijo en una entre­vis­ta. “Antes, pare­cía imposible”.

El caso de nin­gu­na mane­ra que­da cerra­do. Sie­te sos­pe­cho­sos con­ti­núan pró­fu­gos, inclu­yen­do dos altos man­dos del escua­drón. Las auto­ri­da­des pien­san que pue­den estar en los Esta­dos Uni­dos o en Gua­te­ma­la, pro­te­gi­dos por pode­ro­sos nexos con el Ejér­ci­to y el cri­men organizado.

Las con­de­nas han pro­vo­ca­do resen­ti­mien­tos. Los crí­ti­cos ale­gan que el enfo­que de la izquier­da en casos de dere­chos huma­nos está lejos de la reali­dad. La mayo­ría de los gua­te­mal­te­cos meno­res de 30 años están más preo­cu­pa­dos por la inse­gu­ri­dad, la pobre­za y el des­em­pleo, según el recien­te Pre­si­den­te elec­to Otto Pérez Moli­na, un ex gene­ral y miem­bro, en un momen­to, de la escue­la Kaibil.

Cuan­do se tra­ta de per­se­guir las atro­ci­da­des, el Pre­si­den­te sigue una estre­cha línea. El hom­bre de 61 años hizo su cam­pa­ña elec­to­ral con una pla­ta­for­ma de mano dura con­tra el cri­men. Pérez Moli­na jugó un papel impor­tan­te duran­te las nego­cia­cio­nes de paz en los años 90. Des­de enton­ces ha tra­ta­do de man­te­ner el per­fil de un mili­tar mode­ra­do. Tras una incer­ti­dum­bre ini­cial acer­ca de sus inten­cio­nes, expre­só su apo­yo a la fis­cal gene­ral Paz y Paz, y al equi­po espe­cial de la ONU encar­ga­do de inves­ti­gar la corrupción.

Por otro lado, Pérez Moli­na acu­sa a la izquier­da de exa­ge­rar los abu­sos por par­te del Ejér­ci­to y de per­der de vis­ta el con­tex­to his­tó­ri­co de las atro­ci­da­des. Sos­tie­ne que Gua­te­ma­la, como el res­to de Cen­troa­mé­ri­ca, tie­ne retos más inmediatos.

“Hay casos emble­má­ti­cos, como Dos Erres”, men­cio­nó Pérez Moli­na en una entre­vis­ta. “Creo que las cor­tes son las que se deben encar­gar de dar res­pues­tas. Los casos emble­má­ti­cos deben cono­cer­se, pero no es el camino o la ruta que debe seguir Gua­te­ma­la al estan­car­se en estas peleas en los tribunales”.

Cen­troa­mé­ri­ca se ha con­ver­ti­do en la pri­me­ra línea en la gue­rra con­tra el nar­co­trá­fi­co al sur de Méxi­co. La admi­nis­tra­ción de Oba­ma está luchan­do con­tra el cre­ci­mien­to de las mafias en Gua­te­ma­la, Hon­du­ras y El Sal­va­dor por el trá­fi­co de cocaí­na y de migran­tes. Los ata­ques ame­na­zan con reba­sar la región. La taza de 38 homi­ci­dios por cada 100 mil habi­tan­tes en Gua­te­ma­la es casi diez veces la de Esta­dos Uni­dos. Se com­bi­na con una tasa de impu­ni­dad de 96 %. Los núme­ros en Hon­du­ras y El Sal­va­dor son peores.

En res­pues­ta, Pérez Moli­na bus­ca una coope­ra­ción regio­nal y apo­yo de EE.UU., así como una mayor par­ti­ci­pa­ción del Ejér­ci­to. Cree que se deben des­ple­gar fuer­zas Kai­bi­les en misio­nes qui­rúr­gi­cas con­tra el cri­men, algo opues­to al com­ba­te fron­tal que lle­va a cabo Méxi­co con­tra los cárteles.

Los legis­la­do­res nor­te­ame­ri­ca­nos y acti­vis­tas de dere­chos huma­nos están preo­cu­pa­dos por la entra­da de mili­ta­res en la gue­rra con­tra las dro­gas, espe­cial­men­te los Kai­bi­les. Podría sig­ni­fi­car nue­vos abu­sos con­tra civi­les. Sin embar­go, Pérez Moli­na dice que las crí­ti­cas se que­da­ron ata­das al pasado.

-Pen­sar que el Ejér­ci­to en el 2012 es el mis­mo que exis­tió en los ’70 u ‘80, es un gran error –dice el Presidente.

Los mili­ta­res insis­ten en que las Fuer­zas Arma­das se han refor­ma­do. Nie­ga acu­sa­cio­nes de que altos man­dos han inter­fe­ri­do en las inves­ti­ga­cio­nes, como el caso de Dos Erres.
Los inves­ti­ga­do­res siguen cre­yen­do que el Ejér­ci­to –o fac­cio­nes del mis­mo — aún están jugan­do un rol siniestro.

Días des­pués del vere­dic­to del caso Dos Erres, un auto se acer­có a Pec­ce­re­lli mien­tras con­du­cía con un antro­pó­lo­go nor­te­ame­ri­cano en Ciu­dad de Gua­te­ma­la. Un hom­bre en el otro coche se aso­mó por la ven­ta­na y acu­chi­lló un neu­má­ti­co de Pec­ce­re­lli. Temien­do una embos­ca­da, este huyó a toda velocidad.

Algu­nos días más tar­de, una car­ta ame­na­zan­te lle­gó a casa de su her­ma­na. Des­cri­bía los movi­mien­tos recien­tes de Pec­ce­re­lli cuyo tra­ba­jo como foren­se dio evi­den­cia cla­ve duran­te el pro­ce­so de Dos Erres. Pro­me­tía ven­gan­za por las sen­ten­cias dictadas.

“Por tu cul­pa, los nues­tros van a sufrir”, decía la nota. “El neu­má­ti­co no fue nada. La pró­xi­ma vez será tu cara. Hijo de puta, los tene­mos vigi­la­dos a todos, a tus hijos, tus coches, tu casa, escuelas…Cuando menos te lo espe­res, mori­rás. Enton­ces, revo­lu­cio­na­rios, tu ADN no ser­vi­rá para nada”.

La fis­ca­lía dice que las ame­na­zas no los detendrán.

-Esta­mos hacien­do esto, jus­ta­men­te para que no haya dos Gua­te­ma­las. Para que no haya una Gua­te­ma­la con acce­so a la jus­ti­cia y otra don­de los ciu­da­da­nos no ten­gan ese acce­so –afir­mó la fis­cal Paz y Paz.

Óscar cono­ce hoy las dos Gua­te­ma­las. Aún inten­ta enten­der qué sig­ni­fi­ca todo esto. Dos Erres fue una de las 600 masa­cres duran­te la gue­rra. El patrón recu­rren­te en el mapa: Muje­res vio­la­das, niños masa­cra­dos, pobla­cio­nes ente­ras borra­das. Óscar está lis­to para tes­ti­fi­car en futu­ros juicios.

-Para mí sí es impor­tan­te inves­ti­gar Dos Erres por­que estoy conec­ta­do a esto. Pro­ba­ble­men­te si no me hubie­ra suce­di­do a mí, habría dicho “mira la vio­len­cia en Gua­te­ma­la hoy, esos otros temas ya son algo pasa­do. Antes pen­sa­ba que la gue­rri­lla y el Ejér­ci­to se mata­ban entre sí duran­te la gue­rra. Pero no sabía que masa­cra­ban a gen­te ino­cen­te. Ima­gino que hay una cone­xión entre la vio­len­cia del pasa­do y la del pre­sen­te. Si no aga­rran a esta gen­te, segui­rá exten­dién­do­se. La gen­te hace lo que quie­re –dice Óscar.

El padre de Óscar no hace mucha intros­pec­ción polí­ti­ca. Su nue­va misión es cono­cer a su hijo en per­so­na. Pec­ce­re­lli y la acti­vis­ta Far­fán pla­nean lle­var­lo a los Esta­dos Uni­dos pron­to. La espe­ra lo tie­ne ansio­so. Aún sufre pro­ble­mas con el alcohol y a veces tam­bién con su memoria.

Hay cosas que no ha olvi­da­do. Duran­te una con­ver­sa­ción en Ciu­dad de Gua­te­ma­la, Cas­ta­ñe­da hizo una peti­ción repentina:

-¿Pue­do dar los nom­bres de mis hijos? –pre­gun­tó.

Y reci­tó la lis­ta: Esther, Etel­vi­na, Enma, Mari­bel, Luz Anto­nio, César, Odi­lia, Rosalba…Y Alfre­do, el menor, aho­ra cono­ci­do como Óscar. “Creo que es mi deber men­cio­nar­los por­que eran mis hijos. De los nue­ve, uno sigue vivo. Todos los demás han muerto”.

Itu­rria /​Fuen­te

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