Argen­ti­na. Murió Sara Solarz de Osa­tinsky, lucha­do­ra revo­lu­cio­na­ria y tes­ti­go cla­ve del robo de bebés duran­te la dictadura

Sara Solarz de Osa­tinsky murió este lunes en Sui­za de una embo­lia pul­mo­nar, a los 85 años. Tucu­ma­na, mili­tan­te revo­lu­cio­na­ria, que­re­llan­te en jui­cios de lesa huma­ni­dad y úni­ca sobre­vi­vien­te de una fami­lia diez­ma­da por la repre­sión del terro­ris­mo de Esta­do, la “Qui­ca” ‑tal como la lla­ma­ban- pasa a for­mar par­te de esa lar­ga lis­ta de impres­cin­di­bles que par­tie­ron físi­ca­men­te pero que dejan un lega­do de lucha para las gene­ra­cio­nes actua­les y venideras. 

«Era como una madre para todos noso­tros, yo tenía 20 y ella ten­dría 45, había per­di­do a sus dos hijos ado­les­cen­tes y habían mata­do a su mari­do, era una mujer tan mater­nal, cáli­da y soli­da­ria, con su toni­to tucu­mano», recor­dó Miriam Lewin, sobre­vi­vien­te tam­bién del cam­po de exter­mi­nio que fun­cio­nó en la ESMA. «Sufrió muchí­si­mo pero no per­dió su ter­nu­ra. Vivió su exi­lio en Sui­za y tra­ba­jó con refu­gia­dos, vol­vió para recu­pe­rar los res­tos de uno de sus hijos», agre­gó Lewin, perio­dis­ta y actual Defen­so­ra del Públi­co. En los últi­mos tiem­pos, Osa­tinsky tenía pro­ble­mas de memo­ria y cog­ni­ti­vos, un gru­po de com­pa­ñe­ras ex mili­tan­tes se hicie­ron car­go de cuidarla. 

De cabe­llos cas­ta­ños y lar­gos, con una son­ri­sa per­ma­nen­te detrás de la que se ocul­ta­ba una inmen­sa tris­te­za, era viu­da de Mar­cos, jefe de las Fuer­zas Arma­das Revo­lu­cio­na­rias (FAR), y madre de dos jóve­nes ase­si­na­dos por la dic­ta­du­ra, Mario y José. Solarz fue dete­ni­da en Bue­nos Aires en 1977 y man­te­ni­da cau­ti­va en la Escue­la de Mecá­ni­ca de la Arma­da. Allí fue tor­tu­ra­da y vio­la­da, lue­go denun­cia­ría al pre­fec­to Héc­tor Febres por abu­so sexual. Tam­bién fue obli­ga­da a rea­li­zar tra­ba­jo escla­vo, pun­tual­men­te en la sala don­de eran aten­di­das las cau­ti­vas emba­ra­za­das, a las que lue­go les roba­ban sus bebés, por eso sus com­pa­ñe­ras tam­bién la lla­ma­ban «la par­te­ra». Asis­tió al par­to de Patri­cia Roi­sin­blit y no menos de otras quin­ce muje­res, y por eso decla­ró en 1998 en la cau­sa por la apro­pia­ción de meno­res duran­te la dic­ta­du­ra, cuyo juez Adol­fo Bag­nas­co había via­ja­do para inte­rro­gar a ella y a otras sobre­vi­vien­tes exi­lia­das en Sui­za y España,

Sara Osa­tinsky y el docu­men­to que reve­ló la ESMA, los vue­los de la muer­te y el robo de bebés

Sara Solarz de Osa­tinsky, sobre­vi­vien­te de la ESMA, murió este lunes en Sui­za a los 85 años, Jun­to a Ali­cia Milia de Pir­les y Ana María Mar­tí brin­dó el his­tó­ri­co tes­ti­mo­nio ante la Asam­blea Nacio­nal fran­ce­sa que exhi­bió des­de aden­tro los crí­me­nes de la últi­ma dic­ta­du­ra. La increí­ble his­to­ria de cómo se ges­tó ese documento. 

“Somos tres muje­res argen­ti­nas, unas de las pocas sobre­vi­vien­tes de un cam­po de con­cen­tra­ción mili­tar de nues­tro país. Noso­tras veni­mos del infierno”, así comien­za el tes­ti­mo­nio brin­da­do en octu­bre de 1979 por Sara Solarz de Osa­tinsky, Ali­cia Milia de Pir­les y Ana María Mar­tí ante la Asam­blea Nacio­nal fran­ce­sa. Es uno de los tes­ti­mo­nios más impor­tan­tes de la cau­sa ESMA, ela­bo­ra­do duran­te meses y con­clui­do en un apart hotel de Madrid con máqui­nas de escri­bir alqui­la­das y un gru­po de sobre­vi­vien­tes más amplio. Un tex­to al que aque­llas muje­res le pusie­ron la voz y el cuer­po cuan­do esta­ban en liber­tad pero aún per­se­gui­das por la Arma­da. El tes­ti­mo­nio de París, como se lo cono­ce, recons­tru­yó con tan­ta pre­ci­sión la diná­mi­ca del cen­tro clan­des­tino que hoy se lo con­si­de­ra como el pri­mer inten­to nun­ca supe­ra­do de sis­te­ma­ti­zar la arqui­tec­tu­ra de la ESMA y con­tie­ne cier­to carác­ter anti­ci­pa­to­rio en su modo de orga­ni­zar la infor­ma­ción. El lis­ta­do de quin­ce muje­res que die­ron a luz en el cen­tro clan­des­tino no equi­vo­có has­ta aho­ra ni un solo sexo de los niños y niñas naci­dos y roba­dos de la ESMA, iden­ti­fi­ca­dos recién años más tar­de. Tam­po­co hay equí­vo­cos en lo que fue la pri­me­ra y muy dis­cu­ti­da recons­truc­ción de los “tras­la­dos”, el nom­bre que los mari­nos le pusie­ron a lo que más tar­de se cono­ció como vue­los de la muerte.

Pocos días antes de la sen­ten­cia del mega­jui­cio ESMA III de 2017, Página/​12 recons­tru­yó la his­to­ria de ese docu­men­to a par­tir de los tes­ti­mo­nios de las tres muje­res en oca­sión de los jui­cios y de un escri­to pre­pa­ra­do por una de ellas, al que acce­dió este dia­rio, que da cuen­ta de los mie­dos y las dis­cu­sio­nes que atra­ve­sa­ban la épo­ca. Para los inves­ti­ga­do­res, el lis­ta­do que se lee como uno de los orí­ge­nes del modo de recons­truc­ción de prue­bas que des­de enton­ces ela­bo­ran los sobre­vi­vien­tes adquie­re mayor enti­dad con el paso del tiem­po. En su ale­ga­to, los ex fis­ca­les del jui­cio Mer­ce­des Soi­za Reilly y Gui­ller­mo Frie­le suma­ron a este tes­ti­mo­nio otros 24 lis­ta­dos hechos en los pri­me­ros años de libe­ra­ción por quie­nes salie­ron del infierno. Tam­bién fue una for­ma de home­na­je. “El apor­te rea­li­za­do en el año 1979 por tres muje­res sobre­vi­vien­tes de la ESMA fue esen­cial en la recons­truc­ción pro­ba­to­ria: en él se da cuen­ta de los deta­lles, del modo en que ope­ra­ba el gru­po de tareas –seña­la­ron Soi­za Reilly y Frie­le – . Estas muje­res, en este docu­men­to, rela­tan lo vivi­do den­tro de la ESMA, lis­tan a sus com­pa­ñe­ros de cau­ti­ve­rio, men­cio­nan la exis­ten­cia de los vue­los de la muer­te, de los naci­mien­tos clan­des­ti­nos, del actuar repre­si­vo y has­ta del robo de bie­nes como par­te del entra­ma­do ile­gal des­ple­ga­do. Es a par­tir de la valo­ra­ción de estas hue­llas que la Jus­ti­cia jue­ga un rol impor­tan­te en la cons­truc­ción de la verdad.”

Ana María Martí

“Antes de dejar­me salir, el Tigre Acos­ta me hizo fir­mar un papel. Decía que yo me había entre­ga­do volun­ta­ria­men­te. Nos dije­ron que ya sabía­mos lo que tenía­mos que hacer: que no olvi­de­mos que nues­tra fami­lia esta­ba en Argen­ti­na, que nos iban a con­tro­lar, que tenía­mos que lla­mar de tan­to en tan­to a la ESMA, cosa que hice cuan­do lle­gué a Madrid”, dijo Mar­tí en uno de los jui­cios. Ana María, casi dos años secues­tra­da, el últi­mo mes en com­pa­ñía de sus hijos de 7 y 9 años, cap­tu­ra­dos en un ope­ra­ti­vo del Ejér­ci­to. Cuan­do ella se ente­ró que ellos esta­ban secues­tra­dos “pedí, mejor dicho implo­ré, que mis hijos sean entre­ga­dos a mi padre, pero me res­pon­die­ron que el Ejér­ci­to que­ría rete­ner­los como anzue­lo para dete­ner a mi mari­do”. El 17 de noviem­bre la lle­va­ron a una quin­ta ope­ra­ti­va y al día siguien­te le entre­gan a sus hijos. Habían per­ma­ne­ci­do en una comi­sa­ría. “Los hacían tra­ba­jar en tareas tales como revi­sar los bol­sos de los fami­lia­res que visi­ta­ban a las dete­ni­das. Mi hija Car­me­la de 7 años sabía per­fec­ta­men­te qué cosas podían entrar y cuá­les no a la comi­sa­ría.” El 19 de noviem­bre de 1978 final­men­te se tomó un vue­lo a Madrid paga­do por la Arma­da. Via­jó con sus hijos pero tam­bién con Sara Solarz de Osatinsky.

Sara Solarz de Osatinsky

Sara decla­ró en innu­me­ra­bles oca­sio­nes. Su tes­ti­mo­nio sobre quin­ce naci­mien­tos a los que asis­tió en la ESMA fue una de las prue­bas fun­da­men­ta­les del jui­cio por la apro­pia­ción de bebés. Lo que vivió, sin embar­go, al salir del cen­tro clan­des­tino es uno de los rela­tos menos cono­ci­dos. Lue­go de ate­rri­zar en Madrid, via­jó a Valen­cia con Ana María y los niños y poco des­pués tuvo que vol­ver a la ESMA.

“Des­de el aero­puer­to en Madrid, tenía que enviar, y envié, una tar­je­ta a una casi­lla de correo: lle­ga­mos bien, decía. Nada más. Era la úni­ca indi­ca­ción que nos die­ron. Nos que­da­mos en Madrid has­ta las Navi­da­des, el 24 via­ja­mos a Valen­cia y des­pués del 25 con­se­gui­mos un depar­ta­men­to a unos 12 kiló­me­tros de ahí. Des­gra­cia­da­men­te, la direc­ción que había teni­do que dar era la de la per­so­na que con­si­guió el depar­ta­men­to.” El día 3 de enero de 1979, la per­so­na lle­vó a alguien de visi­ta a la casa de Valencia.

– Miren a quién les trai­go –les dijo – : es un ami­go de uste­des que no tenía la direc­ción, y bus­ca­ba a Valeria.

Sara era Vale­ria Lina­res. Los mari­nos le habían hecho un docu­men­to fal­so a nom­bre de una per­so­na falle­ci­da. Del otro lado de la puer­ta, esta­ba el pre­fec­to Héc­tor Febres, encar­ga­do de las emba­ra­za­das y por lo tan­to tam­bién par­te de la estruc­tu­ra para la apro­pia­ción de bebés, quien murió enve­ne­na­do con cia­nu­ro en la cár­cel, cuan­do con­cluía el pri­mer jui­cio a la ESMA, en el que el úni­co impu­tado era él. “Febres entró y se adue­ñó de la casa, de la mis­ma mane­ra que se adue­ña­ba de uno. Cami­na­ba, abría la hela­de­ra. Ade­más una de las cosas que nos con­tó, no delan­te de los chi­cos, era que venía por una ope­ra­ción que habían deci­di­do rea­li­zar en el exte­rior: habían con­se­gui­do la direc­ción para matar a Jai­me Dri, que se había esca­pa­do de la ESMA.” Lo que Febres decía, “todas las cosas que nos con­ta­ba ya des­de antes en la ESMA, era la mane­ra de ensu­ciar­nos, no sólo de ensu­ciar­nos, sino de com­pro­me­ter­nos”. Al día siguien­te, con los chi­cos muy albo­ro­ta­dos por­que sabían que ese hom­bre era par­te de los que habían secues­tra­do a su madre, Sara le dijo que se fuera.

–Bueno –res­pon­dió él – , pero te vas con­mi­go y vamos a Roma.

La obli­gó a via­jar a Roma, por tie­rra, a bor­do del auto que era de ellas. Ana María que­da­ba de algu­na for­ma de rehén. “Había­mos que­da­do que yo habla­ba por telé­fono a Valen­cia y avi­sa­ba que había lle­ga­do bien. Y enton­ces cuan­do pasa­mos por una tele­fó­ni­ca, estoy que­rien­do hablar y le digo a Febres ‘hay alguien que conoz­co’, para irme. Y enton­ces él, por supues­to, tam­bién quie­re irse. Febres era cagón, no sé si esta­ba sólo, ni si iba a que­rer que­dar­se solo. Nos fui­mos. Empe­za­mos a cami­nar y bas­tan­te lejos en una calle oscu­ra se apa­re­ce la per­so­na que vi en la tele­fó­ni­ca.” Esa per­so­na era Arman­do Croat­to, un mili­tan­te per­se­gui­do por la dic­ta­du­ra, la Mari­na había inten­ta­do secues­trar­lo en Madrid a media­dos de 1978. Final­men­te lo mata­ron en sep­tiem­bre de 1979. Cuan­do los vio en esa calle oscu­ra, le dijo a Febres: “Lar­ga­la, dejá­la libre, lar­ga­la”. Febres le pre­gun­tó quién era, inten­tó mato­near­lo y Croat­to insis­tió: “Tenés que lar­gar­la, dejar­la en liber­tad. ¿Que es lo que que­rés?” Vol­vie­ron al hotel. Y una vez que levan­tó la ope­ra­ción, Febres lle­vó a Sara de nue­vo a Valencia.

Poco des­pués, ella vol­vió a Madrid, tam­bién obli­ga­da por la Arma­da. Y al inten­tar regre­sar a Valen­cia, le roba­ron todo lo que tenía en el aero­puer­to. Entre todo, su pasa­por­te. Y ahí comen­zó una odi­sea para con­se­guir sus pape­les. Ade­más del pasa­por­te fal­so, ella tenía uno argen­tino con otro nom­bre pero sin sellos de entra­da al país. Nece­si­ta­ba sellar­lo. Así que le hicie­ron tomar con­tac­to con un agen­te de la ESMA en el Museo del Pra­do para poner­le los sellos. Via­jó a Bue­nos Aires. La lle­va­ron a la Poli­cía Fede­ral para hacer­le un pasa­por­te nue­vo en el día y cuan­do vol­vió al avión para irse, la nave vol­vió a ate­rri­zar en Ezei­za por un pro­ble­ma en las tur­bi­nas. “En Ezei­za, real­men­te no salía de nue­vo el avión ya ese día. Salió al día siguien­te. Pero yo no tenía posi­bi­li­dad de que­dar­me en Ezei­za, me iba a secues­trar cual­quier otra fuer­za. Esta­ba en manos de ellos. Seguía en manos de ellos. Fue algo terri­ble. Tuve que hablar a la ESMA para decir lo que me había pasa­do. Y no sé si fue un guar­dia o un sub­ofi­cial, alguien, me vie­ne a bus­car y me lle­va a la ESMA. Y me lle­van delan­te de Acos­ta, y me hacen espe­rar. No vi. Creo que me lle­van al sec­tor del Dora­do. Me hacen espe­rar un rato y lue­go Febres me lle­va nue­va­men­te a un hotel y al otro día pue­do salir a la maña­na y vuel­vo a Valen­cia. Esta es una de las par­tes que, bueno, no pue­do decir que le sen­tí con­fian­za, no pue­do decir que sen­tí des­con­fian­za. Creo que, no sé qué es lo que sen­tí. Sí pue­do decir que fue algo muy terrible”.

Mar­zo de 1979. Las chi­cas ya habían deci­di­do orga­ni­zar una con­fe­ren­cia de pren­sa con un gru­po de com­pa­ñe­ros para cuan­do estu­vie­sen en liber­tad. Febres toda­vía las con­tro­la­ba. Sara debía escri­bir car­tas pero en abril no escri­bió más. “Por eso, reci­bo una car­ta de Febres lle­na de pala­bras obs­ce­nas, como gri­tan­do, como si lo sin­tie­ra gri­tar. ¿Qué se pien­san? ¿Qué creen? Estoy preo­cu­pa­do. Que­ría saber qué esta­ba pasan­do.” Sara con­tes­tó. Le dijo que tra­ta­ba de reha­cer su vida. “Que por favor no me moles­ten más, que ten­go nece­si­dad de eso, que habían pasa­do bas­tan­tes cosas y nece­si­ta­ba paz.” En junio, enton­ces, comen­zó a reu­nir­se con un gru­po de com­pa­ñe­ros. Entre ellos, Ana María Mar­tí y Ali­cia Milia de Pirles.

Ali­cia Milia de Pirles

Ali­cia dejó la ESMA el 19 de enero de 1979 con otro pasa­je que pagó la Arma­da. “No reci­bo nin­gún tipo de dine­ro –dijo en el jui­cio – , la Arma­da solo me paga el bille­te. Escri­bo una tar­je­ta pos­tal y nun­ca ten­go con­tac­to con nin­gún marino, nun­ca vi a nadie, nun­ca me con­tac­té con nadie, sé que lla­ma­ban a la casa de mis padres, pero yo nun­ca vol­ví a ver a nin­guno has­ta el día que los vi acá en la lec­tu­ra de los cargos.”

Hacia el final del invierno euro­peo de 1979, los que habían sali­do de la ESMA con des­tino a Euro­pa des­de fines de 1978 se fue­ron encon­tran­do en Madrid o en algu­na ciu­dad de Espa­ña, con­tó en unas notas pre­pa­ra­das en oca­sión del jui­cio ESMA III. “Nece­si­tá­ba­mos ver­nos, hablar, tra­tar de com­ple­tar, con­fir­mar los datos que cada uno había saca­do, guar­dar­los en la memo­ria. Nece­si­tá­ba­mos bus­car expli­ca­cio­nes. Repen­sar lo vivi­do. Hallar la for­ma de trans­mi­tir­lo, hacer cono­cer la expe­rien­cia. Hacer apa­re­cer los nom­bres de los com­pa­ñe­ros con los que había­mos com­par­ti­do el cau­ti­ve­rio para orien­tar la bús­que­da. Que se supie­se dón­de habían esta­do.” Hubo inter­cam­bios que iban y venían por correo con quie­nes habían sali­do a Vene­zue­la. “Una volun­tad com­par­ti­da –expli­có – : cómo comu­ni­car no lo que sabía cada uno en for­ma ais­la­da sino tra­mar los pri­me­ros nudos de una reco­pi­la­ción colec­ti­va de los datos de lo atra­ve­sa­do en la ESMA.”

Lue­go de dis­cu­tir si via­jar a decla­rar a Esta­dos Uni­dos sur­gió la alter­na­ti­va de hacer­lo ante la Asam­blea Nacio­nal fran­ce­sa. En ese con­tex­to, madu­ró la idea de orga­ni­zar una con­fe­ren­cia de pren­sa en París.

Los vue­los de la muerte

Las tres muje­res y otros com­pa­ñe­ros se reu­nie­ron en un apart de Madrid con máqui­nas de escri­bir alqui­la­das. Escri­bie­ron y tacha­ron un docu­men­to “dis­cu­tien­do como pose­sos”, con­tó Ali­cia, pero con el deseo de que el tes­ti­mo­nio reco­gie­ra todas las memo­rias acu­mu­la­das. “Cada uno fue eva­luan­do en qué con­di­cio­nes esta­ba para afron­tar el momen­to y si bien por dis­tin­tas cues­tio­nes per­so­na­les varios fue­ron desis­tien­do, todos con­tri­bu­ye­ron con sus expe­rien­cias, sus datos, sus sugerencias.”

En la mesa estu­vie­ron muchos otros. Nil­da Ora­zi, sobre­vi­vien­te de la ESMA que había pasa­do por el cam­po clan­des­tino del Atlé­ti­co y había hecho su pri­me­ra denun­cia públi­ca poco antes en Gine­bra. Estu­vie­ron Lila Pas­to­ri­za, Pilar Cal­vei­ro, Alber­to Giron­do, Andrés Cas­ti­llo, Nor­ma Bur­gos, Mar­tín Gras y Gra­cie­la Daleo. Los sobre­vi­vien­tes escri­bie­ron el docu­men­to, duran­te un perío­do en el que fue­ron hablan­do con la Comi­sión Argen­ti­na de Dere­chos Huma­nos (Cadhu), es decir con Eduar­do Luis Duhal­de y Gus­ta­vo Roca, entre otros. Con ellos se orga­ni­zó la pre­sen­ta­ción en París.

“Había tan­tas cosas por decir –con­ti­nuó Ali­cia – : indi­vi­dua­li­zar a los com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras: sus nom­bres lega­les, sus apo­dos cuan­do no cono­cía­mos otro, la fecha de caí­da, has­ta cuán­do los vimos o supi­mos de ellos. Y si no tenía­mos ni nom­bre ni apo­do ponía­mos datos sig­ni­fi­ca­ti­vos que apa­re­cían en el recuer­do de alguien: ‘tenía tri­lli­zos’; ‘era colec­ti­ve­ro’; ‘ella nació en Jujuy’. Denun­ciar lo que suce­día con las com­pa­ñe­ras emba­ra­za­das y con las cria­tu­ras que daban a luz en la ESMA, las sos­pe­chas y las cer­te­zas que fui­mos tenien­do de que esos niños nun­ca eran entre­ga­dos a sus fami­lia­res. Tes­ti­mo­niar sobre Nor­ma Arros­ti­to, la fuga de Hora­cio Mag­gio, el Nariz; el secues­tro de Oscar Degre­go­rio, el Sor­do Ser­gio, en Uru­guay y su ase­si­na­to en la ESMA; el ope­ra­ti­vo que logró la caza de Rodol­fo Walsh; los secues­tros de madres, fami­lia­res y las mon­jas fran­ce­sas. Y uno de los pun­tos más dis­cu­ti­dos y difí­ci­les: hablar del des­tino final de los com­pa­ñe­ros con casi una total cer­te­za: la muer­te, que los repre­so­res lla­ma­ban traslados”.

Ese es uno de los pun­tos que, a 38 años de aquel docu­men­to, cobró mayor rele­van­cia en el jui­cio. Bajo el títu­lo de “Tras­la­dos”, escribieron:

“Los días miér­co­les, excep­cio­nal­men­te los jue­ves, se rea­li­za­ban los tras­la­dos. En un prin­ci­pio se nos decía que a los secues­tra­dos se los lle­va­ban a otras depen­den­cias o cam­pos de tra­ba­jo que decían estar cer­ca del penal de Raw­son. Nos cos­tó con­ven­cer­nos de que, en reali­dad, el tras­la­do con­du­cía a la muer­te. El día del tras­la­do rei­na­ba un cli­ma muy ten­so. Los secues­tra­dos no sabía­mos si ese día nos iba a tocar o no. Los guar­dias toma­ban medi­das mucho más seve­ras que de cos­tum­bre. No podía­mos ir al baño. Cada uno de noso­tros debía per­ma­ne­cer rigu­ro­sa­men­te en su sitio, enca­pu­cha­do y con los gri­lle­tes pues­tos, sin hacer nin­gún ges­to para poder mirar lo que pasa­ba. Tam­po­co podía­mos hablar ni lla­mar a los guar­dias. Todo eso ocu­rría en Capu­cha o Capu­chi­ta. El sótano era des­alo­ja­do rigu­ro­sa­men­te a las 15.30. Si algún secues­tra­do esta­ba sien­do tor­tu­ra­do, se lo subía al ter­cer piso. Apro­xi­ma­da­men­te a las 17 horas, en Capu­cha se comen­za­ba a lla­mar a los dete­ni­dos por un núme­ro de caso. Se los for­ma­ba en fila india toma­dos uno del otro por los hom­bros, ya que iban enca­pu­cha­dos y con gri­lle­tes. Los baja­ban de a uno. Sen­tía­mos el rui­do que hacían los gri­lle­tes al cami­nar acer­cán­do­se a la puer­ta, que se abría inme­dia­ta­men­te y se vol­vía a cerrar. Cada uno lle­va­ba con­si­go solo la ropa que tenía pues­ta (…) Eran lle­va­dos a la enfer­me­ría del sótano don­de los espe­ra­ba un enfer­me­ro, que les apli­ca­ba una inyec­ción para ador­me­cer­los, pero que no los mata­ba. Así vivos eran saca­dos por la puer­ta late­ral del sótano e intro­du­ci­dos en un camión. Bas­tan­te ador­me­ci­dos eran lle­va­dos a aero­par­que, intro­du­ci­dos en un avión que vola­ba hacia el sur mar aden­tro, don­de eran tira­dos vivos (…) De los miles de dete­ni­dos que se fue­ron en los tras­la­dos colec­ti­vos nun­ca supi­mos más. Muchas veces encon­tra­mos la ves­ti­men­ta que tenían los com­pa­ñe­ros el día del tras­la­do en una pie­ci­ta –pañol – , don­de se ponían la ropa que usa­ban los secuestrados.”

En las notas, Ali­cia expli­ca que se divi­die­ron los temas por gru­pos y des­pués vol­vían a leer­los. Que, con “espe­cial empe­ño”, deci­die­ron “expo­ner los nom­bres y ape­lli­dos de los (mari­nos) que lle­ga­mos a cono­cer, a veces exac­tos, otros por foné­ti­ca. Y si no, sus apo­dos, algu­na señal que los indi­vi­dua­li­za­ra: la voz, la tona­da, un ras­go físi­co, gus­tos, for­mas de cami­nar. Su ubi­ca­ción en la estruc­tu­ra del gru­po de tareas, el gra­do, las accio­nes en las que par­ti­ci­pa­ron (…) Un docu­men­to colec­ti­vo que se había comen­za­do, tal vez sin expre­sar­lo, a pen­sar y mur­mu­rar den­tro de la ESMA”, expli­có. Y que el 12 de octu­bre de 1979, en París, salió a la luz.

A Sui­za

Lue­go de la con­fe­ren­cia de pren­sa salie­ron en tren a Sui­za con todo lo que sig­ni­fi­ca­ba el mie­do a lo que podía pasar. “En esa con­fe­ren­cia nos hacían pre­gun­tas gen­te de revis­tas como Somos y otras de Argen­ti­na, pre­gun­tas com­pro­me­te­do­ras –expli­có Sara en la decla­ra­ción – . Unos hom­bres inmen­sos que eran de la cus­to­dia de Mit­te­rrand nos saca­ron en autos y motos y nos lle­va­ron has­ta un lugar don­de nos deja­ron. Ahí fir­ma­mos cada hoja de las decla­ra­cio­nes de las tres”.

Y enton­ces Ana María y Sara lle­ga­ron a Suiza.

En la ESMA, los mari­nos se pusie­ron como locos. Car­los Muñoz, uno de los tes­ti­gos de esa furia, con­tó que dis­cu­tie­ron la posi­bi­li­dad de matar­los a todos. 

*La pri­me­ra ver­sión de esta nota, rea­li­za­da por Ale­jan­dra Dan­dán. se publi­có en Página/​12 del 20 de noviem­bre de 2017.

Itu­rria /​Fuen­te

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