Vene­zue­la. Otra eta­pa comien­za con la elec­ción de una nue­va Asam­blea Nacional

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 18 de noviem­bre de 2020.

Más allá de los impac­tos eco­nó­mi­cos, polí­ti­cos y lega­les de la ope­ra­ción de «cam­bio de régi­men» pro­pa­la­da por la Asam­blea Nacio­nal domi­na­da por el anti­cha­vis­mo, exis­te un efec­to que des­pun­ta en com­pa­ra­ción al res­to por su impor­tan­cia en el des­tino nacio­nal. Este efec­to radi­ca en el des­ga­rra­mien­to de los lazos socia­les y cul­tu­ra­les de los vene­zo­la­nos, quie­nes en tan­to comu­ni­dad polí­ti­ca e his­tó­ri­ca se han vis­to some­ti­dos a una estra­te­gia orien­ta­da a la fabri­ca­ción de dife­ren­cias y divi­sio­nes insalvables.

Des­de la toma de la Asam­blea Nacio­nal por las fuer­zas par­ti­dis­tas del G4, esta inten­ción ha que­da­do mani­fes­ta­da con suma cla­ri­dad, estruc­tu­ran­do la mayo­ría de sus manio­bras de desestabilización.

El dis­cur­so de exter­mi­nio polí­ti­co y cul­tu­ral hacia el cha­vis­mo, des­co­no­cien­do sus fuen­tes his­tó­ri­cas y su legi­ti­mi­dad como actor polí­ti­co, es qui­zás el aspec­to que lo sim­bo­li­za de la mane­ra más efectiva.

Bas­ta recor­dar al diri­gen­te del par­ti­do Acción Demo­crá­ti­ca, Henry Ramos Allup, advir­tien­do que al cha­vis­mo le que­da­ban seis meses al fren­te del poder polí­ti­co, al momen­to de asu­mir la pre­si­den­cia del Par­la­men­to en enero de 2016.

Esa decla­ra­ción de gue­rra le daría for­ma no solo a la ins­ti­ga­ción al odio polí­ti­co y de cla­se con­tra el cha­vis­mo, trans­for­ma­do en móvil polí­ti­co y par­la­men­ta­rio, sino que tam­bién con­fi­gu­ra­ría las líneas maes­tras de las ope­ra­cio­nes de gol­pe blan­do y revo­lu­ción de colo­res (las gua­rim­bas), abar­can­do en el mis­mo impul­so al inte­ri­na­to fake de Juan Guai­dó en 2019.

En tal sen­ti­do, las elec­cio­nes par­la­men­ta­rias son una opor­tu­ni­dad impos­ter­ga­ble para res­ti­tuir la paz y la recon­ci­lia­ción nacio­nal, fren­te a las frac­cio­nes polí­ti­cas que apues­tan por la guerra.

Diá­lo­go o guerra

El obje­ti­vo de some­ter a la socie­dad vene­zo­la­na a un cli­ma de divi­sio­nes y ren­ci­llas pro­fun­das ha per­mea­do la lógi­ca polí­ti­ca del anti­cha­vis­mo. Esta pra­xis se acen­tuó duran­te su domi­nio par­la­men­ta­rio, y mar­có todo el pro­ce­so de des­es­ta­bi­li­za­ción en gene­ral de los últi­mos años.

La retó­ri­ca diri­gi­da a fomen­tar una gue­rra entre vene­zo­la­nos esca­ló duran­te la ges­tión de Ramos Allup, pero lle­gó a lími­tes iné­di­tos duran­te la eta­pa de Julio Bor­ges y Juan Guaidó.

El uso del poder legis­la­ti­vo como una enti­dad que repre­sen­ta­ba solo a los votan­tes anti­cha­vis­tas ha pro­fun­di­za­do un cua­dro de des­con­fian­za que abar­ca todos los pla­nos de la socie­dad vene­zo­la­na. Poten­ció una atmós­fe­ra de divi­sión, de frac­tu­ra de los lazos socia­les, sus­ti­tu­yen­do a la polí­ti­ca como vehícu­lo de enten­di­mien­to por un enfo­que de ten­sión per­ma­nen­te que se ha trans­for­ma­do en un fin en sí mismo.

El diá­lo­go entre vene­zo­la­nos fue des­pla­za­do por la pri­ma­cía de la fuer­za y la con­tien­da generalizada.

El uso del Par­la­men­to nacio­nal para pro­mo­ver un con­flic­to exis­ten­cial ha gene­ra­do una mez­cla de des­gas­te, ago­ta­mien­to y cri­sis de con­fian­za en la polí­ti­ca como el úni­co meca­nis­mo civi­li­za­do que tie­nen las socie­da­des para la reso­lu­ción de sus disputas.

Lle­gar a este pun­to fue el pro­duc­to de un cálcu­lo rea­li­za­do con pre­me­di­ta­ción, pues para la éli­te del anti­cha­vis­mo y sus patro­ci­nan­tes, las coyun­tu­ras de ten­sión extre­ma y des­ga­rra­mien­to social, mani­fes­ta­das en gol­pes blan­dos, ope­ra­cio­nes terro­ris­tas y ame­na­zas de inter­ven­ción, repre­sen­tan ata­jos via­bles para la cap­tu­ra vio­len­ta del apa­ra­to del Esta­do venezolano.

En sín­te­sis, el anti­cha­vis­mo y las fuer­zas cor­po­ra­ti­vas y empre­sa­ria­les que le han dado impul­so his­tó­ri­ca­men­te, entien­den que un con­flic­to irre­so­lu­ble ofre­ce las con­di­cio­nes idó­neas para reto­mar el poder político.

Dicho enfo­que tie­ne mucha rela­ción con los obje­ti­vos estra­té­gi­cos del gol­pe en sí: el des­man­te­la­mien­to del Esta­do, la sus­pen­sión del mono­po­lio esta­tal sobre los recur­sos natu­ra­les, la aper­tu­ra comer­cial extre­ma y la ali­nea­ción del país a los prin­ci­pios rec­to­res del neoliberalismo.

La úni­ca for­ma de cris­ta­li­zar estos pro­pó­si­tos es median­te un shock colec­ti­vo, es decir, median­te una ope­ra­ción trau­má­ti­ca y vio­len­ta que replie­gue a las fuer­zas polí­ti­cas y socia­les que apues­tan por un des­tino diferente.

Se tra­ta de pro­du­cir la subor­di­na­ción colec­ti­va del país median­te la fuer­za, emplean­do una lógi­ca de ate­mo­ri­za­ción y per­se­cu­ción social y gene­ra­li­za­da en per­ma­nen­te esta­do de profundización.

Juan Guai­dó tie­ne los días con­ta­dos en la AN
Foto: Matías Dela­croix /​AP

Dicho de otro modo, prin­ci­pios como la paz y la recon­ci­lia­ción nacio­nal son poco ren­ta­bles, pues ahí tam­bién ope­ra la men­ta­li­dad neo­li­be­ral que per­si­gue la pro­duc­ción de ganan­cias sin mediar en sus efec­tos socia­les. Vis­to así, la retó­ri­ca de gue­rra, la ten­sión per­ma­nen­te y el ale­ja­mien­to del diá­lo­go es para el anti­cha­vis­mo una inver­sión a lar­go pla­zo que ofre­ce opor­tu­ni­da­des de para asal­tar el poder.

Por estas razo­nes, el esce­na­rio de las elec­cio­nes par­la­men­ta­rias es inter­pre­ta­do como una ame­na­za inte­lec­tual para los ope­ra­do­res de la guerra.

La res­ti­tu­ción de un cli­ma de paz, la ins­tau­ra­ción de un camino de diá­lo­go y la recon­ci­lia­ción nacio­nal impli­can un terreno polí­ti­co en el cual el anti­cha­vis­mo no sabe cómo ope­rar: su pro­pues­ta polí­ti­ca es el con­flic­to peren­ne, una opción poco atrac­ti­va cuan­do fun­cio­nan los cana­les regu­la­res de la política.

El dis­cur­so de la paz, la unión y el diá­lo­go entre los vene­zo­la­nos para recu­pe­rar el país es su prin­ci­pal enemi­go y el arma más efec­ti­va que ha for­ja­do el chavismo.

Fin de la estra­te­gia esta­dou­ni­den­se en el terreno

El 6 de diciem­bre es el pun­to de cie­rre del ciclo polí­ti­co ini­cia­do en 2016 con la vic­to­ria par­la­men­ta­ria del anti­cha­vis­mo en las elec­cio­nes de diciem­bre del año ante­rior. A par­tir de allí, el poder legis­la­ti­vo nacio­nal jugó un rol estra­té­gi­co como enti­dad de coor­di­na­ción ope­ra­ti­va del dis­po­si­ti­vo de «cam­bio de régi­men» impul­sa­do por el gobierno de los Esta­dos Uni­dos, pri­me­ro bajo la Admi­nis­tra­ción Oba­ma y lue­go pro­lon­ga­da auto­má­ti­ca­men­te con la Admi­nis­tra­ción Trump.

El Par­la­men­to domi­na­do por el anti­cha­vis­mo des­ple­gó una estra­te­gia des­ti­tu­yen­te con­tra el apa­ra­to del Esta­do vene­zo­lano. Se esta­ble­ció como una trin­che­ra para el cho­que de pode­res con­ti­nua­do, en un inten­to de rom­per con los equi­li­brios ins­ti­tu­cio­na­les del país y ero­sio­nar, al mis­mo tiem­po, el orde­na­mien­to jurí­di­co cons­trui­do en 20 años de Revo­lu­ción Bolivariana.

La pos­tu­ra ofen­si­va y de soca­va­mien­to toma­da des­de el prin­ci­pio del año 2016, tenía una mar­ca­da inten­ción de trans­for­mar la Asam­blea Nacio­nal en el árbi­tro de la polí­ti­ca nacio­nal, con­fi­gu­ran­do dicha ins­tan­cia en un poder en con­tra­dic­ción per­ma­nen­te con el res­to que com­po­nen el orga­ni­gra­ma del Estado.

El camino tran­si­ta­do des­de 2016, enmar­ca­do en una gue­rra ins­ti­tu­cio­nal que com­bi­nó la ges­tión frau­du­len­ta de un refe­ren­do revo­ca­to­rio con accio­nes de des­ti­tu­ción con­tra la Pre­si­den­cia de la Repú­bli­ca y tra­mi­ta­ción de «san­cio­nes» y ope­ra­cio­nes de blo­queo eco­nó­mi­co-finan­cie­ro jun­to a Esta­dos Uni­dos, tuvo su pun­to clí­max en el año 2019, cuan­do el dipu­tado Juan Guai­dó inten­tó usur­par las fun­cio­nes de la pri­me­ra magis­tra­tu­ra del Esta­do, ampa­rán­do­se en la tor­ce­du­ra intere­sa­da de artícu­los espe­cí­fi­cos de la Cons­ti­tu­ción nacional.

Ese pun­to clí­max que fra­guó el inte­ri­na­to fake del dipu­tado por el esta­do La Guai­ra, con­fi­gu­ró a la Asam­blea Nacio­nal como un para-Esta­do al mar­gen de las leyes vene­zo­la­nas. Sin embar­go, fue su cur­so natu­ral: ese final venía anun­cián­do­se des­de 2016. La «ope­ra­ción Guai­dó» fue el sello y la con­clu­sión lógi­ca de todo el proceso.

Las elec­cio­nes par­la­men­ta­rias del 6 de diciem­bre, y la ins­ta­la­ción de una nue­va corre­la­ción de fuer­zas en la Asam­blea Nacio­nal, impli­can el des­pla­za­mien­to polí­ti­co y legal de la «ope­ra­ción Guai­dó», basa­da en la repre­sen­ta­ción par­la­men­ta­ria de la corrien­te más radi­cal de los par­ti­dos del G4 del antichavismo.

Los tiem­pos cons­ti­tu­cio­na­les plan­tean un nue­vo esce­na­rio don­de la opo­si­ción pro esta­dou­ni­den­se se que­da­rá vir­tual­men­te sin los espa­cios de poder que man­tu­vo bajo su con­trol en los últi­mos años, que­dan­do rele­ga­da al ostra­cis­mo y a los vai­ve­nes de los movi­mien­tos polí­ti­cos en Esta­dos Uni­dos.

Habrá per­di­do su influen­cia en la socie­dad vene­zo­la­na, su capa­ci­dad de movi­li­za­ción y repre­sen­ta­ción, y muy espe­cial­men­te la posi­bi­li­dad de dispu­tar el poder polí­ti­co den­tro de los pará­me­tros constitucionales.

El des­pla­za­mien­to de Guai­dó se tra­du­ce en el hun­di­mien­to defi­ni­ti­vo de la opción del blo­queo y la inter­ven­ción de las poten­cias extran­je­ras del mun­do occi­den­tal, un des­mo­ro­na­mien­to inte­gral de la ope­ra­ción de «cam­bio de régi­men» pro­pa­la­da por meca­nis­mos ins­ti­tu­cio­na­les y el cie­rre defi­ni­ti­vo de una Asam­blea Nacio­nal que con­tri­bu­yó, como nin­gu­na otra en la his­to­ria, a la frac­tu­ra de la Repú­bli­ca a bene­fi­cio de pode­res eco­nó­mi­cos trasnacionales.

Fuen­te: Misión Verdad

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