Nica­ra­gua. A 40 años del aten­ta­do que ter­mi­nó con el dic­ta­dor Somoza

Por Gus­ta­vo Vei­ga. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 17 de sep­tiem­bre de 2020.

El 17 de sep­tiem­bre de 1980 Anas­ta­sio Somo­za Debay­le encon­tró la muer­te en el Para­guay de Alfre­do Stroess­ner sobre la ave­ni­da Gene­ra­lí­si­mo Fran­co. Los tres dic­ta­do­res que­da­ron uni­dos en el tiempo.

El 17 de sep­tiem­bre de 1980 el nica­ra­güen­se Anas­ta­sio Somo­za Debay­le encon­tró la muer­te en el Para­guay de Alfre­do Stroess­ner sobre la ave­ni­da Gene­ra­lí­si­mo Fran­co. Los tres dic­ta­do­res que­da­ron uni­dos en tiem­po y espa­cio por un aten­ta­do come­ti­do hace 40 años que sacu­dió al mundo. 

La ope­ra­ción Rep­til aca­bó con la vida del últi­mo tirano de una dinas­tía que había comen­za­do en 1937 su padre, Anas­ta­sio Somo­za Gar­cía, en la tie­rra de los poe­tas Rubén Darío y Ernes­to Car­de­nal. La autop­sia deter­mi­nó que tenía 25 ori­fi­cios de bala en el cuer­po, un cuer­po cal­ci­na­do por un lan­za­cohe­tes RPG‑2 que falló al pri­mer tiro pero no al segun­do arro­ja­do sobre el Mer­ce­des Benz blan­co don­de viajaba. 

Dos argen­ti­nos pro­ta­go­ni­za­ron la acción: Enri­que Gorria­rán Mer­lo vació el car­ga­dor de su fusil de asal­to M‑19 sobre el para­bri­sas y su com­pa­ñe­ro del ERP, Hugo Irur­zun, el capi­tán San­tia­go, com­ple­tó la fae­na con el dis­pa­ro que hizo explo­tar el auto. El pri­me­ro con­si­guió esca­par y con­tó años des­pués que el ase­si­na­to de Tachi­to – apo­do por el cual se cono­cía al menor de los Somo­za – se había empe­za­do a pla­ni­fi­car en el res­to­rán Los Gau­chos de Mana­gua, que toda­vía exis­te. La his­to­ria dice que cuan­do unos perio­dis­tas le pre­gun­ta­ron al coman­dan­te san­di­nis­ta Tomás Bor­ge si sabía quié­nes habían sido los auto­res del ata­que res­pon­dió: “Fuen­teo­ve­ju­na”.

Ese miér­co­les 17 a las 9.55 de la maña­na, el gru­po coman­do de sie­te gue­rri­lle­ros – cua­tro hom­bres y tres muje­res – fue por su obje­ti­vo. El plan para matar a Somo­za había lle­va­do casi un año de pre­pa­ra­ción. La pri­me­ra célu­la ingre­só a Para­guay des­de Bra­sil. Las armas se cru­za­ron en una embar­ca­ción des­de la Argen­ti­na. Ya en Asun­ción, se estu­dió cómo hacer la ope­ra­ción que cer­ca estu­vo de levan­tar­se por­que le per­die­ron el ras­tro al blan­co. El hués­ped de Stroess­ner había deja­do por un tiem­po de hacer su tra­yec­to habi­tual. No apa­re­cía en el radar de sus ejecutores.

Los inte­gran­tes del ERP lide­ra­dos por Gorria­rán pudie­ron seguir con pre­ci­sión los movi­mien­tos del dic­ta­dor cuan­do uno de ellos, camu­fla­do como cani­lli­ta, alqui­ló una para­da de dia­rios en la esqui­na de las ave­ni­das Gene­ra­lí­si­mo Fran­co y San­tí­si­mo Sacra­men­to. Muy cer­ca de la vivien­da des­de la que Somo­za, su cho­fer nica­ra­güen­se César Gallar­do y su ase­sor finan­cie­ro, el ita­lo-esta­dou­ni­den­se Joseph Jou Bait­ti­ner, salie­ron aquel día a bor­do del Mer­ce­des Benz cus­to­dia­dos por un auto de la poli­cía. Nin­guno de los tres sobre­vi­vi­ría al ata­que sincronizado.

En la logís­ti­ca del ope­ra­ti­vo tam­bién resul­tó cla­ve otra situa­ción. Los gue­rri­lle­ros alqui­la­ron una vivien­da veci­na a la de Tachi­to bajo un ardid de come­dia. Le expli­ca­ron al due­ño de la pro­pie­dad –un inge­nie­ro lla­ma­do Luis Alber­to Mon­te­ro – que eran repre­sen­tan­tes del can­tan­te Julio Igle­sias y que el ver­da­de­ro loca­dor era él. Adu­je­ron que el espa­ñol pla­nea­ba fil­mar una pelí­cu­la en Para­guay y hacer una serie de reci­ta­les y con esa zanaho­ria pidie­ron ano­ni­ma­to abso­lu­to para su repre­sen­ta­do. Una fic­ción que les dio resul­ta­do pero que man­dó al pro­pie­ta­rio a la cár­cel por un tiem­po. La his­to­ria fue inves­ti­ga­da por la perio­dis­ta nica­ra­güen­se Móni­ca Zub Cen­teno para su libro Somo­za en Para­guay. Vida y muer­te de un dic­ta­dor, publi­ca­do en 2016.

Cuan­do el Mer­ce­des Benz paten­te 177561 iba por la ave­ni­da Gene­ra­lí­si­mo Fran­co – hoy Espa­ña – un Jeep Che­ro­kee que con­du­cía Rober­to Sán­chez, uno de los gue­rri­lle­ros, se le cru­zó de gol­pe a una com­bi que ante­ce­día al auto don­de iba Somo­za. Arman­do, tal su nom­bre de gue­rra, mori­ría en el ata­que al cuar­tel de La Tabla­da en febre­ro de 1989. Su manio­bra fue sufi­cien­te para que el obje­ti­vo fre­na­ra y que­da­ra en la línea de fue­go del lan­za­cohe­tes de Irur­zun. El pri­mer dis­pa­ro no salió. Pero sí todos los tiros con los que Gorria­rán eje­cu­tó a Somo­za y su redu­ci­da comi­ti­va antes de que reac­cio­na­ra la cus­to­dia que venía detrás. El segun­do pro­yec­til del RPG‑2 que por­ta­ba el capi­tán San­tia­go sobre uno de sus hom­bros com­ple­tó la tarea. El cho­fer voló fue­ra del vehícu­lo y cayó a varios metros sobre el asfal­to según las cró­ni­cas periodísticas.

Angel Boga­do, repor­te­ro grá­fi­co del des­apa­re­ci­do dia­rio para­gua­yo Hoy, fue uno de los pri­me­ros en lle­gar al lugar. En aquel momen­to con­tó: “Recuer­do que toda­vía salía humo del cuer­po de Somo­za, tipo vapor, por el tema de las balas que reci­bió. Él y su acom­pa­ñan­te esta­ban como aga­cha­dos, como metien­do la cabe­za entre las pier­nas”. Años más tar­de, Gorria­rán comen­tó el epi­so­dio en un pro­gra­ma de TV: “La explo­sión fue impre­sio­nan­te. Pudi­mos ver el auto total­men­te des­tro­za­do y la cus­to­dia escon­di­da detrás de un muri­to de la casa de al lado. Ya no tira­ban más”.

El úni­co gue­rri­lle­ro que no pudo esca­par al ope­ra­ti­vo cerro­jo mon­ta­do minu­tos des­pués para dar con el coman­do fue el san­tia­gue­ño Irur­zun. Fla­co, muy alto – medía más de 1,90- no pasa­ba inad­ver­ti­do. Había com­ba­ti­do en el mon­te tucu­mano duran­te el Ope­ra­ti­vo Inde­pen­den­cia y en Nica­ra­gua con los san­di­nis­tas. Des­pués del ata­que regre­só a un depar­ta­men­to en el popu­lar barrio San Vicen­te. La ver­sión ofi­cial sobre su des­tino fue que murió enfren­tán­do­se a la poli­cía. Con los años se com­pro­bó que había sido tor­tu­ra­do y su cuer­po des­apa­re­ci­do. En 2007 se reali­zó una exhu­ma­ción de res­tos en el cemen­te­rio de Asun­ción que no arro­jó resul­ta­dos posi­ti­vos. En su ciu­dad natal de La Ban­da, en San­tia­go del Este­ro, se lo recuer­da des­de 2015 con un peque­ño monu­men­to en una plaza.

El cuer­po irre­co­no­ci­ble de Somo­za no fue fácil de iden­ti­fi­car. Su aman­te nica­ra­guen­se, Dino­rah Sam­pson Moga­nam, lo había acom­pa­ña­do has­ta Para­guay y no podía creer lo que veía. Esta mujer de 73 años que lle­vó una vida fas­tuo­sa duran­te su rela­ción con el dic­ta­dor se ins­ta­ló en Mia­mi en 1981. Lo había cono­ci­do en un velo­rio en 1962 y des­de enton­ces nun­ca vol­vió a sepa­rar­se de él has­ta su muerte.

La heren­cia que dejó el últi­mo de los Somo­za en Nica­ra­gua fue demo­le­do­ra: unos 50 mil muer­tos, la mayo­ría entre la pobla­ción civil, casi el doble de heri­dos, unos 40 mil huér­fa­nos y alre­de­dor de 150 mil des­pla­za­dos hacia los paí­ses veci­nos de Hon­du­ras y Cos­ta Rica. Stroess­ner le con­ce­dió el sta­tus de resi­den­te tem­po­ral cuan­do huyó. Los dos tira­nos coin­ci­die­ron ape­nas casi un año en Asun­ción y se vie­ron muy poco. Tachi­to alcan­zó a inver­tir una par­te de su for­tu­na – esti­ma­da en 6 mil millo­nes de dóla­res ‑en el Cha­co para­gua­yo a don­de lle­gó el 19 de agos­to de 1979. Un mes antes se había pro­du­ci­do la entra­da triun­fan­te en Mana­gua de los revo­lu­cio­na­rios san­di­nis­tas. El dic­ta­dor bus­có refu­gio en varios paí­ses has­ta que lo encon­tró en Asunción. 

Diez años des­pués de la huí­da de Somo­za de su país, del que se esca­pó lle­ván­do­se has­ta sus loros, al dic­ta­dor que lo reci­bió le lle­ga­ría su pro­pio final. Stroess­ner fue derro­ca­do por uno de sus gene­ra­les, su con­sue­gro Andrés Rodrí­guez. A dife­ren­cia del nica­ra­güen­se lle­gó a la vejez, se mudó a Bra­sil y murió a los 93 años en 2006 sin que nadie lo molestara.

Fuen­te: Pági­na 12

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