Argen­ti­na. La noche de los lápi­ces y el libro de Emil­ce Moler: «Nun­ca fui joven»

Por Ailín Bullen­ti­ni, 15 de sep­tiem­bre de 2020.

Entre­vis­ta a la auto­ra en vís­pe­ras del 44 ani­ver­sa­rio de un hito del horror de la dictadura 

Deci­dió escri­bir por­que las entre­vis­tas no le daban el tiem­po para res­pon­der con pro­fun­di­dad, por­que nece­si­ta­ba con­tar ella su pro­pia su his­to­ria, por la nece­si­dad de des­mi­ti­fi­car el rol de «sobre­vi­vien­te» heroi­ca en el que que­dó cris­ta­li­za­da y agre­gar­le dudas, inse­gu­ri­da­des y dolo­res. Y por la «obli­ga­ción» de no olvi­dar que se impu­so des­de que salió de la cár­cel de Devoto.

Emilce Moler con su nieta Juanita.

Emil­ce Moler con su nie­ta Juanita. 

¿Cuán­tas veces habrá con­ta­do Emil­ce Moler que fue secues­tra­da el 17 de sep­tiem­bre de 1976? ¿Cuán­tas deta­lló que pasó un tiem­po en diver­sos cen­tros clan­des­ti­nos del Cir­cui­to Camps antes de ser “blan­quea­da” a car­go del Poder Eje­cu­ti­vo Nacio­nal en la cár­cel de Devo­to, de don­de salió bajo liber­tad vigi­la­da en 1979? ¿Cuán­tas veces se la pre­sen­tó, en entre­vis­tas o char­las, de ésas que da año tras año a estu­dian­tes secun­da­rios y uni­ver­si­ta­rios, como “sobre­vi­vien­te” de las Noche de los Lápi­ces? Ella se iden­ti­fi­ca más como “ex dete­ni­da des­apa­re­ci­da”, dice en esta entre­vis­ta con PáginaI12.En esta oca­sión, una entre­vis­ta que no tie­ne por obje­to el recor­da­to­rio de uno de los hechos que se con­vir­tie­ron en hito del horror del geno­ci­dio de la últi­ma dic­ta­du­ra cívi­co mili­tar, sino más bien revi­sar las razo­nes que la lle­va­ron a escri­bir, en pri­me­ra per­so­na, su ver­sión de la his­to­ria. Y sur­gió un libro: “La lar­ga noche de los lápi­ces” (lo pre­sen­tó a tra­vés de una char­la vía zoom, pero cir­cu­la des­de hace algu­nas sema­nas). Algo que ella cali­fi­có como “un acto de repa­ra­ción per­so­nal muy fuer­te

“Des­de el momen­to que me iden­ti­fi­qué, más que sobre­vi­vien­te, como ex dete­ni­da des­apa­re­ci­da y deci­dí con­tar lo que viví para que se sepa, tran­si­té mi vida con el dile­ma de avan­zar en lo coti­diano, de cons­truir mi futu­ro, pero tam­bién de no olvi­dar. Como todos los ex dete­ni­dos des­apa­re­ci­dos que eli­gie­ron con­tar. Un equi­li­brio que hemos tra­ta­do de sos­te­ner, por momen­tos más fáci­les y otros más com­ple­jos”, dice Moler sobre la “res­pon­sa­bi­li­dad del no olvi­dar” y del “con­tar” que sin­tió el momen­to en el que salió de Devo­to y miró hacia arri­ba y vio los árbo­les y el cie­lo y las nubes. Duran­te muchos años, todos has­ta aho­ra, con­tó lo que le ocu­rrió a ella, a sus com­pa­ñe­ros, a toda una gene­ra­ción, des­de la ora­li­dad: “Es decir, otros escri­bían lo que yo habla­ba. Y fui sin­tien­do, con el tiem­po, que había que expli­car muchas cosas más de las que salían impre­sas para que hubie­ra una com­pren­sión total de los hechos. Por otro lado sen­tía, que cada vez en las entre­vis­tas había menos tiem­po para expli­car. Sen­tía que se iba sim­pli­fi­can­do la his­to­ria cuan­do en reali­dad había que com­ple­ji­zar­la, pro­fun­di­zar­la, para que hubie­ra una com­pren­sión, un ver­da­de­ro lega­do”.

–¿Enton­ces ahí deci­dió sen­tar­se a escribir?

–Siem­pre le di mucho valor a la pala­bra escri­ta. Lo que nun­ca pen­sé es que sería yo quien escri­bie­ra mi his­to­ria. Siem­pre ima­gi­né con­tar­le a alguien y que otro escri­bie­ra. Tuve inten­tos, pero no lo sen­tía pro­pio. Duran­te el macris­mo, un tiem­po de intros­pec­ción que a todos nos reple­gó un poco, deci­dí hacer un taller de letras con el obje­ti­vo de bajar lo que me pasó a un escri­to. Pri­me­ro fue con la idea de gene­rar rela­tos para mi fami­lia y ami­gos. Des­pués devino en libro.

–¿Qué nece­si­ta­ba expli­car más en pro­fun­di­dad para que se enten­die­ra su secues­tro y el secues­tro y des­apa­ri­ción de sus com­pa­ñe­ros de militancia?

Cada rela­to del libro res­pon­de a pre­gun­tas que me hicie­ron en entre­vis­tas a lo lar­go del tiem­po y que me resul­ta­ba impo­si­ble res­pon­der bre­ve­men­te. ¿Cómo era la mili­tan­cia de los ‘70?, por ejem­plo ¿Qué sen­tis­te cuan­do te detu­vie­ron? ¿Cómo era la rela­ción con tu fami­lia? ¿Vos sabías lo que te iba a pasar? Si tirás del pio­lín de esa pre­gun­ta, uf… Por otro lado, me pasa­ba que a par­tir de una cons­truc­ción que fue rea­li­zán­do­se de los hechos, los jóve­nes con los que ele­gí com­par­tir mi his­to­ria (sue­lo dar char­las en secun­da­rios, par­ti­ci­par de movi­li­za­cio­nes y actos vin­cu­la­dos a la juven­tud), tenían una ima­gen pre­con­ce­bi­da de mí en tan­to mili­tan­te secun­da­ria de aque­llos años, en tan­to ex dete­ni­da des­apa­re­ci­da de La Noche de los Lápi­ces, como si yo hubie­ra naci­do envuel­ta en una ban­de­ra revo­lu­cio­na­ria o que era la que iba al fren­te de todos. No tenía nada que ver con mi his­to­ria y no que­ría que me recor­da­ran con carac­te­rís­ti­cas que no eran las mías. Los rela­tos que inte­gran el libro inten­tan des­ar­mar todos los argu­men­tos que sir­ven para dar una res­pues­ta com­ple­ta y no sim­pli­fi­ca­da a esas pre­gun­tas, pero tam­bién des­an­dan las ver­da­de­ras carac­te­rís­ti­cas de mi vida, que no era rebel­de, que venía de una fami­lia anti­pe­ro­nis­ta en la que no se dis­cu­tía de polí­ti­ca, y las aris­tas que com­ple­tan a una per­so­na que a lo lar­go de tan­tos años fue sos­te­nien­do esta memo­ria y que insis­tió en trans­mi­tir­la. ¿Qué me pasó duran­te todo ese tiem­po? Hay un capí­tu­lo que se titu­la “Emil­ce Moler y yo”… ¿Quién fue Emil­ce Moler, quién es hoy? En el libro cuen­to cosas heroi­cas, que cele­bro, pero tam­bién todas las dudas, las inse­gu­ri­da­des, las con­tra­dic­cio­nes, los mie­dos. Las bron­cas y las dis­cul­pas. Los dolo­res. Todas cosas que ayu­dan a com­pren­der a los pro­ta­go­nis­tas de los pro­ce­sos his­tó­ri­cos para com­pren­der en pro­fun­di­dad esos procesos.

Entre res­pues­tas a pre­gun­tas públi­cas tam­bién hay res­pues­tas a inquie­tu­des ínti­mas, de sus hijos, como por ejem­plo lo vin­cu­la­do con su tiem­po ence­rra­da en Devo­to, algo que en gene­ral le pre­gun­ta­ron muy poco en entre­vis­tas o char­las. Va y vie­ne entre el pasa­do y el pre­sen­te. “Qui­sie­ra que se entien­da que todos tie­nen la posi­bi­li­dad de cons­truir un camino de mili­tan­cia, de hacer. No se nece­si­tan deter­mi­na­das cua­li­da­des”, sostiene.

–¿Qué sig­ni­fi­có la res­pon­sa­bli­dad de no olvi­dar y cuán­to le cos­tó ese equi­li­brio que men­cio­nó anteriormente?

Fue muy fuer­te. No bien salí de Devo­to, toda­vía con liber­tad vigi­la­da, escri­bí deta­lles: nom­bres de per­so­nas que había vis­to, sobre­nom­bres, cosas que había vis­to. No sabía bien cuán­do lo iba a usar por­que toda­vía era dic­ta­du­ra, pero los escri­bí. Sabía que ser­vi­rían, de eso no podía olvi­dar­me. Pero recién tuve la noción de cuán impor­tan­te era, de para qué ser­vi­rían, cuan­do tuve la entre­vis­ta con el Equi­po Argen­tino de Antro­po­lo­gía Foren­se, en 1985. A par­tir de las pre­gun­tas que me hicie­ron: me con­sul­ta­ban por la ropa de algu­nas per­so­nas, si recor­da­ba… es que la ropa es una de las últi­mas cosas que se degra­da­ba y podía lle­gar a ser un ele­men­to de iden­ti­fi­ca­ción. Ahí tomé con­cien­cia de que lo que yo sabía era un lega­do valio­so para otros, ahí me dí cuen­ta de que no podía olvi­dar. A par­tir de ahí empe­cé un ejer­ci­cio de memo­ria de for­ma per­ma­nen­te…. Ya habían deja­do de vigi­lar­me, ya vivía en Mar del Pla­ta, ya tenía una hija, mi hija más gran­de es del ‘83.

–Era muy joven…

–Sí, pero no me sen­tí así nun­ca. Nun­ca fui joven. Decla­ré con­tra Camps (Ramón Camps, el jefe de la Poli­cía Bonae­ren­se duran­te la dic­ta­du­ra y quien tuvo a car­go los cen­tros clan­des­ti­nos que fun­cio­na­ron en la pro­vin­cia de Bue­nos Aires, entre ellos los que tran­si­tó Emil­ce) cuan­do tenía 25, 26 años, pero nadie titu­ló “decla­ró una joven de 26 años…” Nues­tra mili­tan­cia la lle­va­mos ade­lan­te con menos de 30 años, algu­nos menos de 20. Y nadie nos iden­ti­fi­ca­ba como “jóve­nes”. Así que nun­ca fui joven: pri­me­ro fui “imber­be”, lue­go “sub­ver­si­va”, des­pués “pre­sa polí­ti­ca”. Y des­pués ya fui “vie­ja”.

–¿Qué le pasó cuan­do empe­zó a com­par­tir su his­to­ria con chi­cos que son tan chi­cos como lo eras usted entonces?

–Fue arra­sa­dor. Yo tenía 17 años cuan­do me secues­tra­ron. Y cuan­do salí en liber­tad me sen­tía muy vie­ja. Al poco tiem­po tuve que empe­zar a decla­rar en jui­cios y des­pués nos con­ver­ti­mos en lucha­do­res por los dere­chos huma­nos, nun­ca jóve­nes. El con­cep­to de joven nun­ca lo expe­ri­men­té. Cuan­do irrum­pió la juven­tud en mi vida, a modo de espec­ta­do­ra, diga­mos, fue un quie­bre. Por­que yo veía las caras de esos chi­cos y en cada cara podía reco­no­cer a la de mis com­pa­ñe­ros de mili­tan­cia. Y al ver­los y ver­me, no podía creer cómo nos hicie­ron lo que nos hicie­ron. Más de una vez me que­bré en esas char­las. Aho­ra que les jóve­nes tie­nen su espa­cio, su ale­gría su liber­tad para mili­tar, me da mucha satis­fac­ción. Es como que pone las cosas en su lugar. Así debe­ría haber sido, así debe­ría­mos haber­lo vivi­do, no como la repre­sión y el terro­ris­mo de Esta­do qui­so. Nada jus­ti­fi­có el horror que pasa­mos, nada jus­ti­fi­có el horror de negar­les de dis­fru­tar la vida a mis com­pa­ñe­ros, a mí.

–¿Cree que el libro fue un acto de jus­ti­cia para con­si­go misma?

–Sien­to por un lado la satis­fac­ción de la tarea cum­pli­da. Me da mucha satis­fac­ción y curio­si­dad la recep­ción. En estos días me pasó que par­ti­ci­pé de char­las con estu­dian­tes en rela­ción con el libro, chi­cos y chi­cas que habían lo habían leí­do y que me devol­vie­ron inter­pre­ta­cio­nes bellí­si­mas. Me dije­ron que el libro se sien­te con­ta­do des­de una voz ado­les­cen­te, inti­mis­ta, se ven iden­ti­fi­ca­dos. Ayer, por ejem­plo, estu­dian­tes del Bellas Artes, un espa­cio que yo des­cri­bo mucho en el libro, me con­ta­ban que era como si nos estu­vie­ran vien­do por los pasi­llos. Haber logra­do esa voz creo que ayu­da a com­pren­der que era como ellos. Una piba más, en una cir­cuns­tan­cia polí­ti­ca por la que lle­gó a la mili­tan­cia y a la que le pasó la dic­ta­du­ra. Por otro, creo que escri­bir el libro tam­bién fue un acto de repa­ra­ción per­so­nal muy fuer­te. Fue un “acá hablo yo, ésta es mi his­to­ria con todas las com­ple­ji­da­des, ésta es la his­to­ria que yo sien­to que viví. Dejar­la escri­ta fue suma­men­te importante. 

Itu­rria /​Fuen­te

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