El pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio de Frantz Fanon

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Por cierto que la violencia desencadena ya este movimiento de diferenciación incluso durante la primera fase de la lucha de liberación. Este movimiento de diferenciación se inicia ya en su misma génesis social. Y Fanon nos aporta un análisis admirable de este proceso de profundización del sentido y de la naturaleza de la violencia en la segunda y la tercera partes de Los condenados de la Tierra, tituladas respectivamente Grandeza y flaquezas de la espontaneidad y Desventuras de la conciencia nacional. Fanon subraya en ellas un rasgo específico de la historia de los países llamados subdesarrollados, a saber: el papel eminentemente revolucionario que desempeña el campesinado en la constitución de la historia de estos países.

Un rasgo que, por cierto, también destacó, con respecto a la revolución cubana, Ernesto Che Guevara en su Guerra de guerrillas. Justificando esta especificidad del devenir de los países colonizados, Fanon constata que:

La historia de las revoluciones burguesas y la historia de las revoluciones proletarias han demostrado que las masas campesinas constituyen a menudo un freno para la revolución. Las masas campesinas en los países industrializados suelen ser los elementos menos conscientes, menos organizados y asimismo los más anarquistas. Presentan todo un conjunto de rasgos… que definen un comportamiento objetivamente reaccionario (p. 85).

Por otro lado, las masas campesinas «constituyen las únicas fuerzas espontáneamente revolucionarias en el país colonizado» (p. 93). ¿Por qué la historia privilegia al campesinado colonizado? Porque, como nos dice Fanon:

Todo es simple (para el campesinado): las masas rurales nunca han dejado de plantear el problema de su liberación en términos de violencia, de tierra que hay que recuperar de los extranjeros, de lucha nacional, de insurrección armada (p. 96).

Por consiguiente, para el campesinado la solución del problema pasa por la lucha armada. Es perfectamente consciente, a diferencia de la burguesía nacional, de que el cambio no se producirá mediante una reforma lenta y progresiva de la estructura colonial. Para liberarse hay que quebrar esta estructura, destruirla. Esto lo afirma en contra de la burguesía nacional, que como nos dice Fanon, por su propia naturaleza es propensa a soluciones de compromiso con el colonialismo, tanto antes como después de la independencia.

Todo es simple para el campesinado. ¿Y para la burguesía nacional? Veamos qué dice Fanon: «La insurrección desorienta a los partidos políticos. Su doctrina, en efecto, siempre ha afirmado la ineficacia de toda prueba de fuerza y su existencia misma es una condena continua de toda insurrección» (p. 96). Este rechazo por parte de la burguesía nacional de la violencia popular como único medio posible de autorrealización es legítimo si nos colocamos en la óptica de esta burguesía. Porque lo que determina el comportamiento social de esta última, según Fanon (p. 47), es que «en realidad teme perderlo todo en esta formidable marea revolucionaria». En el fondo, es prudente e hipócrita. Prevé el porvenir que el presente ya anuncia. Toma sus distancias y se encuentra, al retroceder, con la burguesía colonialista, a la que tiende la mano. Volveremos sobre ello. O será más bien Fanon quien vuelva sobre ello un poco más abajo.

Así, en el ejercicio de su violencia, incluso liberadora, el pueblo se diferencia, aunque, en un primer momento, de forma espontánea. Debido a que los partidos nacionalistas, núcleo de la organización popular en las ciudades, no incluyen en su programa la necesidad de la lucha armada, la historia privilegia la espontaneidad de las masas. En este nivel de espontaneidad, como primer momento del desarrollo de la conciencia revolucionaria, su forma inmediata e irreflexiva, hay que situar el juicio de Fanon con respecto a la condición social y al papel histórico del proletariado y del lumpenproletariado colonizados.

Contemplado en el interior del movimiento de formación histórica de la conciencia revolucionaria, el pensamiento fanoniano no presenta, en esta cuestión, ninguna contradicción con el devenir de esta realidad social, porque corresponde, en este punto concreto, a la inmediatez del movimiento histórico de esta, de la que es su formulación conceptual, y no a la totalidad de su movimiento, a su devenir en marcha. Así, en un primer momento, Fanon niega toda posibilidad revolucionaria del proletariado del país colonizado, puesto que en comparación con el campesinado, el proletariado urbano está privilegiado. Según Fanon, se trata de

[…] quienes, eventualmente, tienen todo que perder… Son el núcleo del pueblo colonizado más mimado por el régimen colonial… En efecto, representan la fracción del pueblo colonizado necesaria e insustituible para el buen funcionamiento de la máquina colonial: conductores de tranvías y taxis, mineros, estibadores, intérpretes, enfermeros, etc. Estos son los elementos que constituyen… la fracción burguesa del pueblo colonizado (p.84).

Este juicio constituye, aparentemente, una condena histórica del proletariado de los países colonizados, pues, como nos dice Fanon (p. 46), «en los países coloniales, solo el campesinado es revolucionario», y esta realidad revolucionaria del campesinado se caracteriza fundamentalmente por la espontaneidad (p. 93). La afirmación del carácter fundamentalmente campesino de la revolución solo es legítima en virtud de esta espontaneidad, que define, en un primer momento, el nivel en que se mueve el devenir revolucionario de los países colonizados. Pero este, como totalidad, no puede realizarse efectivamente si no engloba, en su desarrollo, a las ciudades al mismo tiempo que a la población rural, o sea, al campesinado y al proletariado. En su movimiento tiende necesariamente hacia este último como al término de su cumplimiento. Por cierto que Fanon era plenamente consciente de ello y lo afirma explícitamente:

Los dirigentes de la insurrección toman conciencia… de la necesidad de extender esta insurrección a las ciudades. Esta toma de conciencia… consagra la dialéctica que preside el desarrollo de una lucha armada de liberación nacional (p. 96).

De este modo, en el planteamiento típico de su devenir, la revolución en los países colonizados, para alcanzar su objetivo, implica necesariamente la superación de su carácter puramente campesino y su elevación a un nivel superior, que resulta más complejo a causa de la unificación del sentido histórico del combate del campesinado y del proletariado. Es instructivo constatar aquí el encuentro de dos pensamientos, el de Fanon y el del Che Guevara, que reflexionan sobre el movimiento histórico de dos realidades revolucionarias similares y desgajan una misma verdad, a saber: en los países colonizados, la revolución parte del medio rural para extenderse acto seguido a las ciudades, del campesinado que incorpora después al proletariado y no a la inversa, como es el caso en los países capitalistas e incluso en los países socialistas europeo.

Es el lumpenproletariado, concentrado en los arrabales, y no el proletariado, nos dice Fanon, quien llevó la revolución al corazón de las ciudades. Porque «el lumpenproletariado, esta cohorte de hambrientos destribalizados, desclanizados, constituye una de las fuerzas más espontánea y más radicalmente revolucionarias de un país colonizado» (p. 97). Pero constituye asimismo la base más sólida de la peor reacción. Porque no hay nada que vincule sólidamente con la historia a esta masa de desclasados que no mantiene ningún lazo con el circuito de producción o con la estructura social. El propio Fanon nos dice que:

el colonialismo encontró… en el lumpenproletariado una masa de maniobra importante… Esa reserva humana disponible, si la insurrección no la organiza de inmediato, se volverá mercenaria junto a las tropas colonialistas. En Argelia los harkis y los messalistas surgieron del lumpenproletariado (p. 102).

Aparentemente, esta última frase está en contradicción con la anterior. ¿Cómo se puede afirmar que el lumpenproletariado es al mismo tiempo la fuerza «más espontánea y más radicalmente revolucionaria de un país colonizado» y la fuerza más reaccionaria, la más inconsciente y la más ignorante de este pueblo? La contradicción en este punto es mucho más real que lógica. Es propia de esta realidad social, no del pensamiento de Fanon. Además, solo aparece como algo real en la medida en que se la separa de su devenir, que operará su superación, su resolución. Porque solo cabe considerar que el lumpenproletariado y el campesinado son las únicas fuerzas verdaderamente revolucionarias en un país colonizado si de entrada se determina la realidad revolucionaria de una clase social esencialmente por su carácter espontáneo. Sucede que la espontaneidad corresponde ante todo a la inmediatez del movimiento de la historia, no a su totalidad. El lumpenproletariado y al mismo tiempo el campesinado no son revolucionarios porque lo sean espontáneamente, sino porque se vuelven revolucionarios históricamente.

absoluto es reducirlo a un puro estatismo llano y perder de vista la dinámica interna de su dialéctica que, por ser real, reabsorbe sus contradicciones, en el interior mismo del movimiento histórico de la formación de la conciencia revolucionaria. Existe por tanto una génesis y un desarrollo de la conciencia revolucionaria que no puede reducirse en modo alguno a su momento de espontaneidad. Visto bajo esta luz, el pensamiento de Fanon se sitúa en el corazón mismo del devenir histórico del país colonizado, a la sazón Argelia, cuya estructura analiza admirablemente.

El devenir prima sobre el ser y constituye su fundamento. Privilegiar un momento elevándolo a lo absoluto es reducirlo a un puro estatismo llano y perder de vista la dinámica interna de su dialéctica que, por ser real, reabsorbe sus contradicciones, en el interior mismo del movimiento histórico de la formación de la conciencia revolucionaria. Existe por tanto una génesis y un desarrollo de la conciencia revolucionaria que no puede reducirse en modo alguno a su momento de espontaneidad. Visto bajo esta luz, el pensamiento de Fanon se sitúa en el corazón mismo del devenir histórico del país colonizado, a la sazón Argelia, cuya estructura analiza admirablemente.

Por tanto, si el proletariado de los países subdesarrollados no se presenta efectivamente, en la inmediatez de la historia, como espontáneamente revolucionario, no por ello se puede concluir que sea de naturaleza no revolucionaria. El proletariado subdesarrollado deviene revolucionario y no puede no hacerlo, pues su devenir es el devenir de la revolución. Este problema se plantea al mismo tiempo en términos de realidad y de conciencia. Fue el proletariado urbano –a pesar de su condición social relativamente privilegiada, que determina aparentemente su comportamiento revolucionario–, y no únicamente el lumpenproletariado, quien protagonizó las manifestaciones de diciembre de 1960 y de octubre de 1961. Fueron él y el campesinado quienes, al fundar los comités de autogestión, abrieron la vía al socialismo.

La revolución no se lleva a cabo nunca de forma espontánea. A la realidad revolucionaria, cuya estructura temporal integra lo posible como una de sus dimensiones, se une la conciencia revolucionaria, que a su vez, en su formación histórica, convierte en necesaria la realización misma de eso que es posible. El devenir histórico, incluso y sobre todo de la revolución, no puede ser un proceso del que se excluya la conciencia, pues esta es el sentido sin el cual toda historia es aventura en que se niega la razón. Realidad cuya estructura se revela a través del proyecto revolucionario que la atraviesa, y conciencia que, como acto a la vez práctico y teórico, se identifica justamente con dicho proyecto; estos son los dos términos del movimiento dialéctico de la historia cuya mediación es la violencia.

En este nivel es donde hay que situar el núcleo propiamente dicho del pensamiento fanoniano. La violencia, como negación absoluta, se materializaba, al comienzo del movimiento revolucionario, como ideología en acto, como pura conciencia práctica, únicamente porque era violencia espontánea, unidad indiferenciada de todo el pueblo colonizado. Sin embargo, con el desarrollo de la lucha de liberación, la profundización de la violencia como praxis revolucionaria se convirtió en una necesidad imperiosa. Era señal de que se había rebasado la fase de la espontaneidad. Como acto constitutivo de la historia, la violencia exigía a partir de entonces un sentido que no podía darse más que situándose en el interior de una perspectiva ideológica neta y precisa. Mientras que en el primer momento de su génesis se contentaba con ser pura conciencia práctica, ahora tiende a volverse realmente operativa, a hallar en la conciencia teórica un fundamento indispensable. De este modo,

[…] este voluntarismo espectacular, que pretendía llevar de golpe al pueblo colonizado a la soberanía absoluta… resulta ser en la experiencia una enorme flaqueza… Mientras se aferraba al milagro de la inmediatez de sus músculos, el colonizado no realizaba verdaderos avances en el vía del conocimiento. Su conciencia no dejó de ser rudimentaria (p. 103).

Una conciencia despolitizada y puramente práctica o, mejor dicho, empírica, no es en modo alguno revolucionaria.

Esta gran pasión de las primeras horas se desintegra si pretende nutrirse de su propia sustancia… el odio no puede constituir un programa (p. 104).

Por tanto, la fuerza de la violencia, su función primordial en la constitución de la historia, residen esencialmente en su sentido ideológico. Quienes piensan encontrar en Fanon una mística de la violencia no han comprendido para nada su obra. O mejor dicho, la han comprendido demasiado bien. Porque al privilegiar deliberadamente la espontaneidad de las masas y al subestimar la necesidad histórica de una ideología revolucionaria, mistifican el pensamiento de Fanon para destruir en él el potente fermento revolucionario. Este es el objetivo político que subyace tras esta gran y erudita mistificación del pensamiento fanoniano.

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