Nues­tra­me­ri­ca en los pla­nes del imperialismo

Ponen­cia reela­bo­ra­da des­pués del deba­te onli­ne del pasa­do 25 de julio en este evento.

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Al poco de la crisis de 1929 dentro de una parte del poder yanqui surgió la idea de que el capitalismo había entrado en un estancamiento secular, pero otro sector decidió lanzarse a la preparación de una guerra contra Japón –que terminaría siendo mundial–- que, junto con inversiones masivas, reactivasen la economía. La tesis burguesa del estancamiento secular volvió a parecer hace poco pero ahora apoyada en ilusiones reformistas sobre la necesidad de gastos sociales para acortar la «injusticia social» al estilo de las de Piketty o de las del fin del trabajo, etc. Frente a estas creencias, la propaganda de que la crisis se solucionará gracias a la magia de las nuevas tecnologías, de la inteligencia artificial, del misterioso poder de la computación cuántica y de la biotecnología… Esta propaganda insiste en la necesidad de una tecnocracia de sabios neutrales que, desde la oscuridad, lleven al mundo a la luz de la «nueva ciencia». Por debajo de estas fantasías, el imperialismo se rearmaba al máximo.

A comienzos de 2017 un reputado intelectual de izquierdas se preguntaba en voz alta si no sería que el capitalismo había topado por fin con sus propios límites, pero desde otra perspectiva contraria a las vistas arriba. Al agotamiento de los recursos y la crisis socioecológica, la acción lenta pero imparable a medio y largo plazo de la tecnología sobre la reducción tendencial de la tasa y de la masa de ganancia, hay que sumarle el hecho de la sobreacumulación del capital excedentario y la sobreproducción de bienes que no se venden, que fueron una de las causas básicas de la hecatombe de 2007, seguían lastrando como anclas de plomo el decreciente desarrollo de esos años, como ya no tenían más remedio que reconocer el FMI y otros aparatos imperialistas, y todo ello a pesar de la expansión intergaláctica del capital ficticio, de la especulación de alto riesgo, de la deuda mundial. ¿Si el capitalismo había llegado a sus límites, qué salida había?

Para entonces ya se hablaba de la alianza que se estaba gestando entre, al menos y de entrada, China, Rusia e Irán en un contexto en el que, ya en marzo de ese año, China advertía que Estados Unidos estaba diseñando una guerra comercial más dura que las que aplicaban contra otros pueblos a lo largo de su historia. Esta forma de guerra es solo una parte de otra mayor que le determina, como se demostraba en ese momento en las agresiones contra Siria y contra tantos pueblos, por ejemplo, también contra Palestina por parte de Israel-Estados Unidos. Sin ir muy lejos, en 2017 Venezuela fue atacada por grupos terroristas que asesinaron a 120 personas, algunas quemadas vivas, con miles de heridos y gastos millonarios, en medio de un cerco económico y una guerra propagandística destinada a justificar atrocidades peores como el intento de asesinato del presidente Maduro en 2018, la guerra electrónica y energética en 2019 unida a un intento de invasión ese mismo año, el robo descarado de empresas, bienes y oro, hasta llegar al boicoteo de medicamentos antes y durante el inicio de la pandemia del Covid-19.

La doctrina yanqui de defensa nacional de finales de 2017 define a China y Rusia como el peligro a derrotar y, además de otros objetivos, da un paso que acarreará enormes sufrimientos a la humanidad si no es contradicho en un futuro: la crisis socioecológica, ambiental, el calentamiento climático, la desertización, la acidificación del agua, el agotamiento de la tierra, la pérdida de biodiversidad, la polución atmosférica, etcétera, dejan de ser calificados como un peligro. Estados Unidos necesita todos sus recursos para las nuevas formas de guerra y la crisis socioecológica, convenientemente manipulada con la guerra climática, es otra arna imperialista por lo que no hay que gastar ni un céntimo de dólar en atajarla, sino al contrario.

El deshielo y desertización de amplias zonas de la cordillera andina como efecto del calentamiento global puede debilitar a las primeras naciones que en ella viven, lo cual facilitará la explotación de sus recursos por el imperialismo y reducirá el gasto militar consiguiente. No importa que esos pueblos mueran de sed, lo fundamental es que Walt Street se enriquezca. ¿Que esas naciones logran controlar la sequía? Entonces se organiza un golpe de Estado, por ejemplo, en Bolivia en 2019, que instaure un sistema de terror que imposibilite luchar contra la sequía y facilite el expolio del litio, el oro blanco que sostiene gran parte del «nuevo capitalismo». Tampoco importa la tala masiva de bosques primarios impulsada por el neofascista de Bolsonaro en Brasil porque al no ser un problema de seguridad nacional para Estados Unidos, tampoco lo es para sus lacayos en la Amazonía, aunque sí para la humanidad.

La subida del nivel de los mares por efecto del deshielo empieza a mermar la producción de diez alimentos básicos para la humanidad, lo que facilitará las ganancias de la agroindustria imperialista si los países afectados no aplican medidas de soberanía alimentaria lo que, más temprano que tarde, puede llevarlos a choques con el imperialismo. Y por no extendernos, es sabido que una de las causas de la zoonosis del Covid-19 radica en la ruptura del metabolismo socionatural. La estructura imperialista de los tratados bilaterales de inversión (TBI) que firman y acatan las burguesías autóctonas con las grandes transnacionales no tienen en cuenta estas cuestiones, y las contadas veces que los citan se desentienden porque es sabido ya que, para Estados Unidos, es decir, para el imperialismo occidental, no son un «problema»: en 2018 seguía aplicándose el 55% de los TBI firmados desde 1960.

Pues bien, a finales de 2019 el conjunto de agresiones que padece Nuestramérica, incluida la socioecológica, se fusionaban en un empobrecimiento masivo que ya alcanzaba al 31% de su población, unos 191 millones de personas de los cuales 25 millones ya sufrían la pobreza extrema: un salvajismo impuesto por las burguesías autóctonas, el imperialismo incluido el europeo que logró grandes ventajas en el acuerdo con Mercosur de junio de 2019 y el capital financiero transnacional. La pandemia y el hundimiento del capitalismo mundial han empeorado este infierno. Según estudios de junio de 2020, para finales de este año se calcula que la pobreza afectará a 230 millones de personas, de los que 96 millones no tendrán recursos suficientes para la alimentación básica y, además, 44 millones estarán en el desempleo. En todas partes, el pueblo trabajador es el más golpeado con mucho por el empobrecimiento y el Covid-19, mientras que la minoría explotadora se enriquece más allá de todo lo imaginable: las setenta y tres personas más enriquecidas de Nuestramérica aumentaron su fortuna desde el inicio de la pandemia en 48.200 millones de dólares.

¿Cómo sobreviven y sobrevivirán estas masas crecientes de explotadas y explotados? La decisiva acción de las mujeres trabajadoras, concienciadas, autoorganizadas, es una de las fuerzas centrales, seguramente la fundamental. La pregunta a ¿Cómo se sostiene la vida en América Latina? –(Fundación Rosa Luxemburg-Abya Yala Quito, 2019, disponible en internet) – está respondida con las luchas de las mujeres, por ejemplo, de las brasileñas empobrecidas que con sus iniciativas están reactivando el rechazo popular al régimen de Bolsonaro que, recordemos, proviene en lo fundamental de un golpe de Estado en su forma judicial y parlamentaria. Por toda Nuestramérica, las mujeres del pueblo se levantan frecuentemente a la cabeza de muchas resistencias, y siempre en su base organizativa.

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