Migran­tes. La amar­ga reco­gi­da de la fru­ta de Lleida

Por Mar Cal­pe­na, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 27 de julio de 2020.

La voz de mi inter­lo­cu­tor sue­na can­sa­da. “Sen­ti­mos impo­ten­cia y frus­tra­ción. No les pode­mos dar más que algo ridícu­lo: media barra de pan del día ante­rior y una lata de sar­di­nas”. El sacer­do­te Roger Torres, de la Fun­da­ció Arrels-Sant Igna­si, pare­ce enfa­da­do y des­co­ra­zo­na­do. “Estoy muy har­to de cómo nos pasa­mos la pelo­ta y nos seña­la­mos mutua­men­te. Cada año es lo mis­mo, las admi­nis­tra­cio­nes se dedi­can a seña­lar­se unas a otras, solo que aho­ra es peor”. Tie­ne una cola de noven­ta per­so­nas delan­te de la Fun­da­ció, ade­más de las per­so­nas que atien­den en otras enti­da­des socia­les. En años “nor­ma­les” –las comi­llas hacen fal­ta, por­que la situa­ción actual nada tie­ne de nor­mal– sue­len acu­dir unas vein­te al día.

Los pro­ble­mas de la cam­pa­ña de la fru­ta de Llei­da son uno de esos come­tas esti­va­les que cada año sur­can el cie­lo de los medios cata­la­nes y que des­apa­re­cen al fina­li­zar el verano. Has­ta que vuel­va el calor y haya que reco­ger otra vez. “La reco­gi­da de la fru­ta no es otro hecho más en la socie­dad leri­da­na”, comen­ta Ven­tu­ra Cam­po, repre­sen­tan­te sin­di­cal de CC.OO.-Lleida. “Es un modo de vida. Lo es todo”.

El papel de las empre­sas de tra­ba­jo tem­po­ral ha sido fun­da­men­tal en los bro­tes de covid, y en todas las injus­ti­cias que se viven en el sis­te­ma de reco­gi­da de fru­ta en el Segrià

Has­ta un 40% del PIB comar­cal, que ascen­dió a 5.813,8 millo­nes de euros en 2017, pro­vie­ne de las acti­vi­da­des agro­pe­cua­rias, y un 15,40% del empleo está en el sec­tor, según un infor­me de este mis­mo sin­di­ca­to. Sin embar­go, poca de la fru­ta que se pro­du­ce en la comar­ca baña­da por el río Segre (el Segrià) lle­ga a los super­mer­ca­dos espa­ño­les; los gran­des gru­pos de dis­tri­bu­ción –agru­pa­dos en la patro­nal Afru­cat– la lle­van a las mesas de toda Euro­pa, aun­que uno de los prin­ci­pa­les com­pra­do­res es Israel, ade­más de Bra­sil y Ara­bia Sau­di­ta.

El 65% de las man­za­nas y el 57% de los melo­co­to­nes que se pro­du­cen en Espa­ña salen de empre­sas aso­cia­das a Afru­cat, que tam­bién aglu­ti­na a algu­nas hor­to­fru­tí­cu­las de Ara­gón y Giro­na. Sus aso­cia­dos dan empleo –según sus cifras– a unos 10.000 tra­ba­ja­do­res fijos, a los que suman los que se movi­li­zan en cada cam­pa­ña. En total, unos 35.000. En 2018 se expor­ta­ron 53.634 tone­la­das de fru­ta pro­ce­den­te de Cata­lu­ña al extran­je­ro, y en 2019 este con­cep­to supu­so unos ingre­sos por valor de 933 millo­nes para esta comu­ni­dad. En Llei­da los tem­po­re­ros son el últi­mo esla­bón de un nego­cio que fac­tu­ra casi 850 millo­nes de euros anua­les en exportaciones.

Pero el nego­cio solo es prós­pe­ro para algu­nos. El pre­cio de la fru­ta de hue­so que per­ci­ben los paye­ses en ori­gen ha caí­do un 65% en los últi­mos diez años. Estas pér­di­das se ven com­pen­sa­das en par­te por ayu­das euro­peas de la PAC, en espe­cial en las gran­des explo­ta­cio­nes. Algu­nas de estas empre­sas ope­ran como coope­ra­ti­vas de segun­do gra­do, y com­bi­nan las acti­vi­da­des agrí­co­las con otras líneas de nego­cio, como esta­cio­nes de ser­vi­cio, segu­ros o cen­tra­les de com­pra. Es el caso de Fruits de Ponent, que en 2017 fac­tu­ra­ba 50 millo­nes de euros anua­les y pro­du­ce 60 millo­nes de kilos de fru­ta al año, o de Actel, que agru­pa a 111 coope­ra­ti­vas de toda Espa­ña y que fac­tu­ró 191 millo­nes de euros en 2018.

Pero tam­bién hay empre­sas fami­lia­res, como el Gru­po Cata­là, en La Por­te­lla, que pro­du­ce 155.000 tone­la­das de alba­ri­co­que, melo­co­tón, nec­ta­ri­na, para­gua­yo, pla­te­ri­na, cere­za, cirue­la, pera, man­za­na y caqui y expor­ta a todo el mun­do. Sobre esta empre­sa hay infor­mes sin­di­ca­les que seña­lan que ha pre­sio­na­do a los tra­ba­ja­do­res para que acu­die­ran al tra­ba­jo enfermos.

En La Por­te­lla se pro­du­jo uno de los pri­me­ros bro­tes de afec­ta­dos por covid. Otra com­pa­ñía fami­liar, que tam­bién ha sido denun­cia­da por los sin­di­ca­tos, es Her­ma­nos Espax, de Seròs. Esta empre­sa, que según su pági­na pro­du­ce 60.000 tone­la­das de fru­ta al año, ha sido acu­sa­da de incum­plir diver­sas regu­la­cio­nes en mate­ria labo­ral, como pagar por deba­jo del sala­rio míni­mo –median­te sub­con­tra­tas efec­tua­das a tra­vés de la ETT Aldia – , y en mate­ria de pre­ven­ción de ries­gos labo­ra­les –ausen­cia de agua y gel hidro­al­cohó­li­co, fal­ta de ven­ti­la­ción en los alo­ja­mien­tos y supe­rar los afo­ros per­mi­ti­dos. Final­men­te, se lle­gó a un acuer­do para que corri­gie­ra la situa­ción.

Fren­te a los gran­des gru­pos, las peque­ñas explo­ta­cio­nes fami­lia­res lan­gui­de­cen en un terri­to­rio enve­je­ci­do. Eso hizo temer por la reco­gi­da de este año. Gem­ma Casal, de la Pla­ta­for­ma per la frui­ta amb jus­tí­cia social, expli­ca que “la patro­nal Afru­cat hizo una serie de lla­ma­mien­tos al prin­ci­pio de la pan­de­mia: se nece­si­ta­rían 40.000 tem­po­re­ros. Lle­gó a pro­po­ner que se con­tra­ta­ra a gen­te pro­ce­den­te de los ERTEs. La Sub­de­le­ga­ción del Gobierno se opu­so, se hicie­ron con­tra­ta­cio­nes en ori­gen pese a estar las fron­te­ras cerra­das, con la excu­sa de que en reali­dad se repa­tria­ba a tem­po­re­ros del Este de Euro­pa que “esta­ban de vaca­cio­nes”. Cam­po aña­de que los ha vis­to “lle­gar con la male­ti­ta por la carre­te­ra, a pie. O con fal­sos cer­ti­fi­ca­dos expe­di­dos por ETTs, que les habían dicho que les per­mi­ti­rían des­pla­zar­se sin res­tric­cio­nes”. Los tem­po­re­ros lle­ga­ron pese al con­fi­na­mien­to, por­que, como dice el sin­di­ca­lis­ta, “la elec­ción era jugar­se la vida o comer”. Esta fra­se, repe­ti­da tam­bién por el repre­sen­tan­te sin­di­cal de UGT Xavier Pere­lló y por Gem­ma Casal expli­ca mejor que nada el dile­ma detrás del dra­ma del Segrià. La patro­nal y algu­nas aso­cia­cio­nes agra­rias, como Unió de Page­sos y Asa­ja, nie­gan que se estén pro­du­cien­do irre­gu­la­ri­da­des de modo sis­te­má­ti­co. Ale­gan que si los con­ta­gios se comen­za­ron a detec­tar en empre­sas agrí­co­las es pre­ci­sa­men­te por el rigor con el que con­tro­lan el esta­do de salud de sus tra­ba­ja­do­res, y denun­cian que se ha pro­du­ci­do una demo­ni­za­ción del cam­po por par­te de los medios de comunicación.

En los últi­mos años, algu­nos pue­blos del Segrià han ido que­dan­do des­po­bla­dos, mien­tras otros aumen­ta­ban su pobla­ción de gol­pe y eran inca­pa­ces de absor­ber el impac­to de una glo­ba­li­za­ción sal­va­je que dis­cu­rría para­le­la a la desidia de las admi­nis­tra­cio­nes. El escri­tor Fran­cesc Serés cuen­ta en su libro La piel de la fron­te­ra cómo se expul­sa­ba a los inmi­gran­tes sin pape­les des­de las anti­guas colo­nias afri­ca­nas hacia el Bajo Cin­ca y el Segrià. “(…) hubié­ra­mos podi­do seguir sus pasos exac­tos, des­de el pue­ble­ci­to de Mali, Sie­rra Leo­na o Gui­nea Conakry has­ta las pla­yas de Sene­gal, has­ta las Cana­rias y, de allí, a Madrid, a Alme­ría, y otra vez a Madrid y hacia Bar­ce­lo­na. Alca­rràs, Torres de Segre, Fra­ga, Zai­dín, últi­mas esta­cio­nes, aho­ra y aquí, jun­to al alma­cén del Ayun­ta­mien­to, bajo unos árboles”.

Pero cada vez más los tem­po­re­ros son tra­ba­ja­do­res con pape­les, muchos de ellos del espa­cio Schen­gen, que, según expli­ca Casal, hacen un cir­cui­to infor­mal que sigue el calen­da­rio para lle­nar la Espa­ña vacía en tiem­pos de cose­cha. “Aca­ban de la fru­ta roja en Huel­va, lue­go están aquí des­de fina­les abril para la cere­za has­ta aca­bar en agos­to con la man­za­na. Lue­go van a la ven­di­mia a la Rio­ja o al Pene­dés, al cítri­co en Levan­te y por fin al oli­vo en el sur”, expli­ca Casal.

Las ETTs

El papel de las empre­sas de tra­ba­jo tem­po­ral ha sido fun­da­men­tal en los bro­tes de covid, y en todas las injus­ti­cias que se viven en el sis­te­ma de la reco­gi­da de la fru­ta en el Segrià, al que no han sido aje­nos los intere­ses pri­va­dos de los repre­sen­tan­tes públi­cos. “Los alcal­des han actua­do a menu­do como patro­nal”, dice Cam­po, quien cuen­ta una anéc­do­ta reve­la­do­ra.: “CC.OO. pre­sen­tó una denun­cia a la ETT Aldia, encar­ga­da de la con­tra­ta­ción para la coope­ra­ti­va Espax, por gra­ves infrac­cio­nes labo­ra­les y de segu­ri­dad. Se paga­ba a los tem­po­re­ros menos de lo que esta­ble­ce el con­ve­nio, se pasa­ban de afo­ro y no tenían agua ni gel hidro­al­cohó­li­co. A los que se que­ja­ron, no se los vol­vió a con­tra­tar. Tuvi­mos una reu­nión con la ETT. Jun­to a los repre­sen­tan­tes vino un señor, al que pre­sen­ta­ron como com­pa­ñe­ro suyo, que no decía nada, has­ta que en un momen­to dado inter­vino para decir que iba a hablar como payés, como alcal­de, y como miem­bro del con­se­jo comar­cal. Me que­dé muerto”.

Las empre­sas están obli­ga­das a pro­por­cio­nar alo­ja­mien­to a sus con­tra­ta­dos si estos están empa­dro­na­dos a más de 75 kiló­me­tros del lugar de tra­ba­jo, pero la casuís­ti­ca es variada

Cam­po no da nom­bres, pero hay varios polí­ti­cos muni­ci­pa­les con empre­sas de tra­ba­jo tem­po­ral. Tie­ne una, por ejem­plo, el alcal­de de Seròs Josep Anto­ni Romia, el Grup Romia Llop, for­ma­do por dife­ren­tes empre­sas que abar­can los segu­ros, la ase­so­ría fis­cal y con­ta­ble y la “ges­tión de recur­sos huma­nos”. Es due­ña de una ase­so­ría jurí­di­ca la alcal­de­sa de Aito­na, Rosa Pujol (JxCat), vice­pre­si­den­ta de la dipu­tación de Llei­da y anti­gua mano dere­cha de Joan Reñé, pre­si­den­te de la Dipu­tación de Llei­da de 2011 a 2018 y que está sien­do inves­ti­ga­do por pre­sun­ta corrup­ción en este orga­nis­mo a tra­vés de la adju­di­ca­ción a dedo de obras a cam­bio de comi­sio­nes. En la cor­po­ra­ción muni­ci­pal de Llei­da se encuen­tra Car­me Valls Llars (PSC), quien tra­ba­jó en el depar­ta­men­to de recur­sos huma­nos de Afru­cat y cuya empre­sa actual, Gent a punt, se encar­ga de orga­ni­zar la con­tra­ta­ción de la mano de obra no espe­cia­li­za­da para Afrucat.

Las denun­cias sobre las malas prác­ti­cas de las ETTs son cons­tan­tes. Nómi­nas inco­rrec­tas en las que, un euri­to de aquí y otro de allí, se esquil­ma sis­te­má­ti­ca­men­te a los tem­po­re­ros. Fal­ta de cum­pli­mien­to de la obli­ga­ción de pro­por­cio­nar alo­ja­mien­to. Horas extra que se omi­ten. Coti­za­cio­nes muy infe­rio­res al núme­ro de días tra­ba­ja­dos. Arbi­tra­rie­da­des en los des­pi­dos. Mas­ca­ri­llas que se cam­bian cada quin­ce días… Cam­po cuen­ta otra anéc­do­ta deso­la­do­ra: “Duran­te el con­fi­na­mien­to duro hubo una denun­cia en la empre­sa don­de yo tra­ba­jo. Todas las com­pro­ba­cio­nes se hicie­ron por telé­fono, sin que por allí pasa­ra un ins­pec­tor”. CTXT con­tac­tó con el Depar­ta­ment de Tre­ball para con­tras­tar este hecho; la úni­ca expli­ca­ción fue que la ins­pec­ción había tra­ba­ja­do par­cial­men­te en remo­to duran­te el confinamiento.

“No pode­mos alquilar”

Casal aña­de que “la cam­pa­ña tie­ne picos y valles, y el acce­so a los alber­gues no se les da a los tem­po­re­ros, sino a las empre­sas que los con­tra­tan, que son quie­nes piden las pla­zas. En los momen­tos en que hay menos con­tra­ta­ción, hay gen­te, la más vul­ne­ra­ble, que se que­da en la calle has­ta que los vuel­ven a con­tra­tar en el pico”.

Un ejem­plo de ello es Ali Joseph, tem­po­re­ro came­ru­nés que vive habi­tual­men­te en Valen­cia, y que ha veni­do este año por pri­me­ra vez a la cam­pa­ña. “Nos hacen con­tra­tos por unos pocos días y lue­go nos dicen que nos vaya­mos. No pode­mos alqui­lar, así que está­ba­mos en la calle has­ta que nos lle­va­ron al pabe­llón”. Joseph lle­gó a Llei­da al prin­ci­pio de la cam­pa­ña de la fru­ta y aun­que inten­tó alqui­lar un piso con varios com­pa­ñe­ros, no lo logró, por lo que tuvo que vivir en la calle has­ta que fue realo­ja­do en el pabe­llón que habi­li­tó el ayun­ta­mien­to a prin­ci­pios de junio, cuan­do la covid había supe­ra­do ya su pri­mer pico.

Asen­ta­mien­to en la Gran­ja d’Escarp, derri­ba­do en 2019. | Pla­ta­for­ma Frui­ta amb Jus­tí­cia Social 

Cuen­ta que sólo ha podi­do tra­ba­jar de for­ma inter­mi­ten­te: uno o dos días aquí, y lue­go “a casa”, has­ta que vol­vían a lla­mar­lo al cabo de una sema­na. Joseph tra­ba­ja a tra­vés de una ETT, que le paga 6,80 euros la hora, y le obli­ga a lle­var sus pro­pias mas­ca­ri­llas al tra­ba­jo, “aun­que nos revi­san la tem­pe­ra­tu­ra en el cam­po”. Expli­ca tam­bién que aún no ha fir­ma­do el con­tra­to de las peo­na­das que está tra­ba­jan­do aho­ra, que le han dicho que no se lo darán has­ta des­pués de ter­mi­nar la tarea. A él le han paga­do has­ta aho­ra pun­tual­men­te, pero comen­ta que para varios de sus com­pa­ñe­ros “ha sido una gue­rra cobrar. Se fue­ron a Madrid y les dije­ron que si no vol­vían a Léri­da a fir­mar no les pagaban”.

El pro­ble­ma del alo­ja­mien­to, sin embar­go, no afec­ta sólo a los tem­po­re­ros que no tra­ba­jan, ni es una nove­dad. “Este año no es dife­ren­te a los demás”, cuen­ta Casal, “sólo que todo se ha hecho más evi­den­te con la covid. Aho­ra hay mucha más gen­te con pape­les, aun­que con la Ley de Extran­je­ría pen­dan de un hilo, pero no se cons­tru­yen albergues”.

Casal cuen­ta tam­bién que algu­nos pue­blos han recha­za­do cons­truir estos alber­gues. “Cuan­do comen­zó la cam­pa­ña, en el con­tex­to de la covid, algu­nos anun­cia­ron que habi­li­ta­rían pabe­llo­nes. Nues­tra decep­ción vino al dar­nos cuen­ta de que los pabe­llo­nes seguían vacíos, por­que se reser­va­ban para un even­tual ais­la­mien­to”. Llei­da capi­tal, por no tener, no tie­ne un alber­gue ni para los sin techo. Y si los tem­po­re­ros no pue­den vivir cer­ca de don­de tra­ba­jan, sur­gen nego­cie­tes infor­ma­les de trans­por­te de los pue­blos a los cam­pos, de una cen­tral fru­tí­co­la a otra. No hay dis­tan­cia social, por­que no pue­de haberla.

Racis­mo, ins­ti­tu­cio­nal y del otro

Casal advier­te sobre todas estas malas prác­ti­cas: “Nadie va a denun­ciar a su vecino, pero los paye­ses que lo hacen bien y cum­plen con las con­di­cio­nes correc­tas debe­rían dar­se cuen­ta que quie­nes se las sal­tan les están hacien­do com­pe­ten­cia des­leal. Debe­rían ser los pri­me­ros en que­rer ata­jar­lo”. Y lue­go está el racis­mo, que es otro ele­men­to más de la explo­ta­ción. SOS Racis­me ha denun­cia­do que en una reu­nión del día 12 de mayo los alcal­des de Alca­rràs, Aito­na, Torres de Segre, Mas­sal­co­reig, la Gran­ja d’Escarp, Soses y Seròs habían pedi­do al sub­de­le­ga­do del gobierno, José Escar­pín, que incre­men­ta­ra la vigi­lan­cia a fin de evi­tar que los jor­na­le­ros sin pape­les se des­pla­za­ran. Según Sos Racis­me, a raíz de la reu­nión, los Mos­sos incre­men­ta­ron sus bati­das en los luga­res en los que se reúnen o refu­gian estos tra­ba­ja­do­res. UGT ha seña­la­do que en Aito­na un ban­do muni­ci­pal con­mi­na­ba a todos los tra­ba­ja­do­res de la fru­ta a ence­rrar­se en sus casas ter­mi­na­da la jor­na­da de tra­ba­jo. “Hay un racis­mo sutil”, dice Casal, “de gen­te que habla de more­ni­tos, que nun­ca les alqui­la alo­ja­mien­tos, y otro más cla­ro, que es el del seña­la­mien­to por los bro­tes, cuan­do ellos son las víc­ti­mas. Cuan­do se inau­gu­ró la amplia­ción pro­vi­sio­nal para el Hos­pi­tal Arnau de Vila­no­va, la Gene­ra­li­tat con­vo­có una rue­da de pren­sa con la inten­ción de que los medios foto­gra­fia­ran a los tem­po­re­ros afri­ca­nos hacién­do­se la prue­ba. No fue casi nadie, por­que era muy vio­len­to para ellos y ade­más tenían mie­do a per­der el trabajo”.

Con­cen­tra­ción anti­rra­cis­ta en Llei­da el pasa­do 7 de junio tras la muer­te de Geor­ge Floyd. | Anna Sans

Coin­ci­de con ella el padre Torres, el cape­llán con el que abría­mos estas líneas. “Me aver­güen­za como ciu­da­dano que sis­te­má­ti­ca­men­te no pode­mos aco­ger a los que lle­gan”, dice con un tono de amar­gu­ra, y aña­de: “No bas­ta con que nos due­la, tene­mos que ser más proac­ti­vos. Nos hemos lle­na­do la boca con el ‘que­re­mos aco­ger’ y lue­go no lo hemos hecho. Qui­zás las enti­da­des socia­les debe­ría­mos ser más rei­vin­di­ca­ti­vas, por­que las medi­das palia­ti­vas no han solu­cio­na­do nada”.

Fuen­te: Kaosenlared.

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