Femi­nis­mos. Más allá de Gre­ta Thun­berg, voces de muje­res indí­ge­nas en la lucha medioambiental

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 29 de junio de 2020

Para que se alce la voz de las muje­res indí­ge­nas el eco­fe­mi­nis­mo blan­co tie­ne que callar. Mati­zo: si no eres racia­li­za­da y no estás uni­da al terri­to­rio, pero quie­res que el men­sa­je de tus her­ma­nas se escu­che, no hables más. Haz­te a un lado. Sé un megá­fono, no otra mano en su garganta.

Empie­zo a escri­bir este artícu­lo sen­ta­da en el sofá de mi piso de Madrid, con los pies en alto y un cojín bajo la espal­da. He abier­to las ven­ta­nas. Estoy cómo­da. Empe­zar a escri­bir este artícu­lo sen­ta­da en el sofá de mi piso de Madrid, con las ven­ta­nas abier­tas, mien­tras el aire y la sen­sa­ción de espa­cio me dan toda la liber­tad que nece­si­to, es cómo­do. Pero no es jus­to. Por­que, en este momen­to, en otro lugar del mun­do, una mujer con más cosas que decir que yo no tie­ne nin­gu­na hoja en blan­co sobre la que res­pi­rar. Esa mujer no cuen­ta ni con las mis­mas opor­tu­ni­da­des ni con los mis­mos medios ni, en defi­ni­ti­va, con los mis­mos pri­vi­le­gios (la como­di­dad es una metá­fo­ra de todo aque­llo de lo que casi ni te ente­ras y a lo que, sin embar­go, no quie­res renun­ciar) que yo. Esa mujer es muchas muje­res a la vez, y posee tan­tas voces como mor­da­zas arrastra.

Para que se alce la voz de las muje­res indí­ge­nas, el eco­fe­mi­nis­mo blan­co tie­ne que callar. Mati­zo: si no eres racia­li­za­da y no estás uni­da al terri­to­rio, pero quie­res que el men­sa­je de tus her­ma­nas se escu­che, no hables más. Haz­te a un lado. Sé un megá­fono; no otra mano en su garganta.

Aho­ra, Nia Huay­ta­lla, con doble nacio­na­li­dad argentina/​peruana y de raí­ces apu­ri­me­ñas y chan­kas, Vio­le­ta Sil­ves­tre, chi­le­na, andi­na, alti­pla­ni­ka, y Nina­ri Chim­ba San­ti­llan, per­te­ne­cien­te a la nacio­na­li­dad Kich­wa de los pue­blos Coto­pa­xi y Ota­va­lo, las tres acti­vis­tas, las tres indí­ge­nas, expli­can lo que yo no ten­go dere­cho a con­tar por ellas.

Nia Huay­ta­lla, Argentina/​Perú (raí­ces apu­ri­me­ñas y chankas)

La cri­sis cli­má­ti­ca es una con­se­cuen­cia de un sis­te­ma extrac­ti­vis­ta y colo­nial. His­tó­ri­ca­men­te, un 47% de las emi­sio­nes de gases de efec­to inver­na­de­ro fue­ron cau­sa­das por Esta­dos Uni­dos y la Unión Euro­pea, mien­tras «Lati­noa­mé­ri­ca» ente­ro solo emi­tió un 3%, igual que Áfri­ca. Sin embar­go, los terri­to­rios explo­ta­dos para pro­duc­ción agrí­co­la, gana­de­ra, mine­ra o petro­le­ra casi siem­pre son del Sur Glo­bal y, par­ti­cu­lar­men­te, terri­to­rios indí­ge­nas. Tam­bién es impor­tan­te mar­car que las cla­ses pri­vi­le­gia­das (que sue­len ser blan­cas) de las ciu­da­des del sur Glo­bal son cóm­pli­ces de esta explotación.

Aho­ra, ¿quié­nes sufren más la cri­sis cli­má­ti­ca? Hay muchí­si­mos estu­dios que apun­tan a lo mis­mo: muje­res racia­li­za­das de terri­to­rio o de los barrios más pre­ca­ri­za­dos. Mi mamá me con­ta­ba cómo la pre­sen­cia de las mine­ras en un pue­blo cer­cano con­ta­mi­nó el río de su comu­ni­dad; eso hace que ten­gas que cami­nar dece­nas de kiló­me­tros solo para bus­car agua y ¿quién lo hace? Las muje­res. Suma­do a que con las sequías, desas­tres natu­ra­les, epi­de­mias o inun­da­cio­nes, las fami­lias sufren mayor pre­ca­ri­za­ción y las muje­res racia­li­za­das son for­za­das a dejar la escue­la para tra­ba­jar o casarse.

Sin embar­go, acá en la ciu­dad segui­mos lla­man­do «caras del eco­lo­gis­mo» a gen­te blan­ca euro­pea o de des­cen­den­cia euro­pea que jamás vivió una com­pli­ca­ción así en su vida, todo lo con­tra­rio: se bene­fi­cian cons­tan­te­men­te del saqueo al terri­to­rio mien­tras son entre­vis­ta­das en medios y asis­ten a con­fe­ren­cias (finan­cia­das por empre­sas) a llo­rar por un futu­ro cuan­do a miles de vidas racia­li­za­das les arran­ca­ron su pre­sen­te. Ese ambien­ta­lis­mo cae en el cinis­mo de inten­tar «ser diver­so», pero esta lucha no les per­te­ne­ce por­que fue­ron y son opresores.

Lo siguien­te va par­ti­cu­lar­men­te al ambien­ta­lis­mo blan­co, en su mayo­ría racis­ta, pri­vi­le­gia­do, que hace extrac­ti­vis­mo epis­te­mo­ló­gi­co y se apro­pia de una lucha his­tó­ri­ca: vivir en la ciu­dad no sig­ni­fi­ca que no te pue­da preo­cu­par el medioam­bien­te, pero sabé tu lugar, dejá de apro­piar espa­cios que no corres­pon­den, dejá de usar la lucha para lle­nar tu ego colo­nial, cedé espa­cios a quie­nes lo viven en pri­me­ra per­so­na y haz­te a un lado, acom­pa­ñá a las her­ma­nas pero vos no tenes que sal­var­las del desas­tre que vos y tus ances­tros crearon.

El eco­lo­gis­mo blan­co es un movi­mien­to apro­pia­do y bana­li­za­do. Es un chis­te que habien­do tan­ta can­ti­dad de acti­vis­tas indí­ge­nas murien­do todos los años recién la gen­te empie­ce a pen­sar la situa­ción crí­ti­ca de la cri­sis cli­má­ti­ca cuan­do una niña blan­ca euro­pea, pri­vi­le­gia­da, se sien­ta con un car­tel. Es insul­tan­te. Y ni siquie­ra les impor­tan las vidas negras e indí­ge­nas, solo les impor­ta no per­der su pri­vi­le­gio de ciu­dad en el futuro.

Jus­ti­cia cli­má­ti­ca es jus­ti­cia racial. Jus­ti­cia cli­má­ti­ca es la repa­ra­ción his­tó­ri­ca que las per­so­nas blan­cas pri­vi­le­gia­das de todo el mun­do le deben a las per­so­nas racia­li­za­das. Tras cien­tos y cien­tos de años de saqueo en nues­tros terri­to­rios, es hora de pagarlos.

Vio­le­ta Sil­ves­tre, Chi­le (vin­cu­la­da al terri­to­rio andino del Altiplano)

Una comien­za a luchar de diver­sas for­mas al ser cons­cien­te de todas las opre­sio­nes des­de el cuer­po, en lo coti­diano. Muchas de esas opre­sio­nes cam­bian tu modo de ver la vida jus­ta­men­te por­que se te ha vio­len­ta­do. En el camino, vas encon­tran­do a otras per­so­nas como tú, que han vivi­do situa­cio­nes simi­la­res de vio­len­cia por lo que son o cómo deci­den ser, y ahí te das cuen­ta de que no es solo un pro­ble­ma per­so­nal (ya que indi­vi­dual­men­te no tras­cien­de) sino colec­ti­vo, comu­ni­ta­rio, de plu­ra­li­da­des diver­sas. Y lo haces por ti, pero tam­bién por quie­nes te rodean, y con esto no solo me refie­ro a huma­nas, sino a la Madre Tie­rra, a los ani­ma­les, a las plan­tas, a las mon­ta­ñas, a todo.

Yo lue­go de salir­me de la uni­ver­si­dad me sumer­gí en la dan­za, que tie­ne una memo­ria ances­tral y de lucha. Hoy en día, es lamen­ta­ble cómo es vis­ta como una acti­vi­dad blan­da y poco tras­cen­den­tal. Sin embar­go, dia­lo­gar des­de el cuer­po ha sido fun­da­men­tal para mí, y empe­cé a com­par­tir­lo con otras muje­res o disi­den­cias enten­dien­do estos cuer­pos como terri­to­rios que tam­bién están en dispu­ta y colo­ni­za­dos, patriar­ca­li­za­dos, capi­ta­li­za­dos. Conec­tar con ellos y vol­ver al pla­cer y a la ale­gría tam­bién son actos rebel­des con­tra el sistema.

El capi­ta­lis­mo y el patriar­ca­do se sos­tie­nen por las opre­sio­nes sobre otros cuer­pos, comu­ni­da­des o terri­to­rios. La natu­ra­le­za o la “gran madre” se rela­cio­na con el cuer­po sexua­do de las muje­res, sobre todo indí­ge­nas. Esta cons­truc­ción no es casual y jus­ti­fi­ca la explo­ta­ción, que ope­ra bajo la lógi­ca extrac­ti­vis­ta, enten­dien­do el cuer­po de muje­res racia­li­za­das como un terri­to­rio. Ambas terri­to­ria­li­da­des son opri­mi­das por cuer­pos o empre­sas hege­mó­ni­cas. Y ser mujer blan­ca, euro­cen­tra­da, de cla­se media-alta en una ciu­dad pue­de impli­car pri­vi­le­gios a cos­ta de la pre­ca­ri­za­ción del tra­ba­jo de las muje­res indí­ge­nas y de la depre­da­ción de la naturaleza.

Chi­le es un país que, des­de sus cimien­tos colo­nia­lis­tas, o des­de que comen­zó a lla­mar­se así, pro­mue­ve y solo visi­bi­li­za a cuer­pos blan­cos hege­mó­ni­cos. No reco­no­ce a los pue­blos ori­gi­na­rios de don­de actual­men­te se ubi­ca. Su edu­ca­ción, su medi­ci­na: todo yace bajo una pers­pec­ti­va euro­cen­tris­ta yan­ki hecha para que “Chi­le” sea blan­co. Si ni el pue­blo mes­ti­zo de Chi­le se reco­no­ce como suje­to de dere­chos y de vida dig­na, ¿qué que­da para los indí­ge­nas? Los apo­yos que se reci­ben son para ser fol­clo­ri­za­dos, pero nun­ca para alzar la voz, si la alzas te des­apa­re­cen, como a Maca­re­na Val­dés, Matías Catri­leo, Cami­lo Catri­llan­ca o el Machi Celes­tino Cór­do­ba, que se encuen­tra en huel­ga de ham­bre por ser con­de­na­do a 18 años de cár­cel por un caso con irre­gu­la­ri­da­des, sin prue­bas y con mon­ta­jes. Ten­go mucha rabia a veces con $hile, ese $hile que aspi­ra ser grin­go y «exi­to­so», pero tam­bién quie­ro mucho a ese Chi­le orga­ni­za­do y rebel­de que como pue­blo ha cons­trui­do su his­to­ria, y amo mon­to­nes tam­bién a quie­nes no se sien­ten par­te del nom­bre Chi­le, y tie­nen sus pro­pios nom­bres pre­vios a lla­mar­se así.

Es ahí en don­de nos mira­mos con nues­tros ojos negros, con el cabe­llo fuer­te y la memo­ria lar­ga. Las per­so­nas que por gene­ra­cio­nes hemos defen­di­do la Tie­rra aho­ra nos vemos mucho más ame­na­za­das y con difi­cul­tad para sub­sis­tir (per­se­cu­ción polí­ti­ca, des­pla­za­mien­to de nues­tro terri­to­rio, con­ta­mi­na­ción, etc.). Y a cam­bio solo somos suje­tos de estu­dio y/​o roman­ti­za­ción, no agen­tes que tie­nen voces y deman­das, con estu­dios, con sen­ti­pen­sa­res. Si des­de el femi­nis­mo ha cos­ta­do lle­gar a las tri­bu­nas y ser escu­cha­das, des­de el pro­nun­cia­mien­to de comu­ni­da­des indí­ge­nas para la defen­sa de la Tie­rra cues­ta mucho más. El eco­fe­mi­nis­mo ha sido un gran apor­te, aun­que exis­ten femi­nis­mos en el aya que que no se nom­bran como eco­fe­mi­nis­tas pues muchas de esas teo­rías nacen euro­cen­tra­das y de aca­de­mi­cis­tas blan­cas. El femi­nis­mo del Abya Yala es ese femi­nis­mo sin ola, pero que ha esta­do arrai­ga­do a su tie­rra en acuer­pa­mien­to por siglos.

Es nece­sa­rio, vital, el reco­no­ci­mien­to de las muje­res indí­ge­nas que escri­ben sus luchas. Es nece­sa­rio un cam­bio de sis­te­ma, la repa­ra­ción his­tó­ri­ca hacia los pue­blos ori­gi­na­rios que han defen­di­do los terri­to­rios, aca­bar con la impu­ni­dad de quie­nes fue­ron y son due­ños y/​o par­te de las empre­sas extrac­ti­vis­tas que alte­ran la cicli­ci­dad de la tie­rra sin nin­gún tipo de con­si­de­ra­ción hacia ella ni a quie­nes la viven. Es cues­tio­nar y hacer­nos car­go de nues­tros pri­vi­le­gios, es un cam­bio de para­dig­ma des­de lo macro has­ta lo micro (y me inclu­yo), ya que requie­re de res­pon­sa­bi­li­da­des y cam­bios radi­ca­les de los modos de ser, ver y sen­tir la vida.

Nina­ri Chim­ba San­ti­llan, Ecua­dor (nacio­na­li­dad Kich­wa de los pue­blos Coto­pa­xi y Otavalo)

Lucho por el retorno al res­pe­to de todas las for­mas de vida, huma­nas y no huma­nas. Lucho por la gene­ra­ción que aún no ha lle­ga­do, y por la que está, por su infan­cia, por que las pri­me­ras letras que apren­dan a leer y escri­bir sean pala­bras suyas, mile­na­rias, andi­nas, tan nues­tras que escri­ban su camino teji­do al del res­to; por que sepan que en la viven­cia ani­da la memo­ria, que les son­ríen, les abra­zan y les guían sus ances­tras y ances­tros, que la escue­la for­ma, pero que la cha­kra, los pai­sa­jes, crían. Quie­ro que, cuan­do apren­dan lo ajeno, sepan de dón­de vie­ne, qué trae, de qué des­po­ja, cómo apor­ta, cuán­do usar­lo. Lucho por el resur­gi­mien­to de escue­las ama­bles con el saber local, docen­tes des­co­lo­ni­za­dos con acti­tud de cari­ño y res­pe­to hacia los comu­ne­ros, comu­ne­ras y los wawas, a la len­gua nati­va y a las prác­ti­cas comu­ni­ta­rias de crian­za de agro­bio­di­ver­si­dad que cada comu­ni­dad andi­na-ama­zó­ni­ca tiene.

Lucho por que el espa­cio que ocu­po me cues­tio­ne, me recuer­de, me per­mi­ta, y me retor­ne a la cohe­ren­cia y a la cos­mo­exis­ten­cia de mis abue­los, de mi mamá y de mi papá. Lucho por saber usar bien los pri­vi­le­gios gana­dos con esfuer­zo, pero tam­bién aque­llos con los que nací. Lucho por­que la lucha femi­nis­ta sea inter­sec­cio­nal y no se sepa­re de la lucha eco­ló­gi­ca. Lucho por­que reco­noz­can, conoz­can, las más de 3000 varie­da­des de papa que se cul­ti­van en los Andes, o las varie­da­des de maíz, con tan­ta varia­bi­li­dad de colo­res como noso­tres sien­do LGBTQ indí­ge­nas: por­que exis­ti­mos y nos atra­vie­san todas las luchas y todos los dolo­res, pero tam­bién todas las resistencias.

Lucho para que nues­tra músi­ca andi­na no mue­ra, para que nues­tros teji­dos y colo­res no des­apa­rez­can, para que la memo­ria del cora­zón no deje de latir por­que aún hay mucha lucha que bom­bear, y el arte lo per­mi­te. Lucho para que nin­gu­na wawa se vea al espe­jo y no se sien­ta her­mo­sa con su piel y ras­gos mile­na­rios, color tie­rra, que guar­da más de 10000 años de anti­güe­dad. Lucho para que las muje­res indí­ge­nas apren­da­mos a sol­tar la rabia cuan­do lo nece­si­te­mos, y el afec­to fir­me y enca­ri­ña­dor cuan­do sea el momento.

Lucho por­que la gen­te blan­ca y mes­ti­za no nos cues­tio­ne el dolor ni la muer­te. Con­tra su igno­ran­cia, fal­ta de empa­tía y sen­si­bi­li­dad, caren­cia afec­ti­va cul­tu­ral, arro­gan­cia, poder, odio, cono­ci­mien­to «uni­ver­sal» que no es de todos. Lucho para que no cues­tio­nen nues­tros sabe­res por­que su cien­cia no logró com­pro­bar­los. Y, aun­que digan que hay que cui­dar la tie­rra, no saben hablar­le, no saben llo­rar­la, no saben amar­la como a sí mis­mos; pero, sobre todo, no saben defen­der a los defen­so­res de siem­pre, los pue­blos indí­ge­nas cam­pe­si­nos. Lucho para que sea posi­ble la inter­cul­tu­ra­li­dad cons­cien­te y crítica.

Lucho para que en la lucha medioam­bien­tal el pri­vi­le­gio blan­co sea una herra­mien­ta más de tan­tas, pero no de poder, no de pro­ta­go­nis­mo. Por que sea empu­je, alia­do, pero no el color ofi­cial tenien­do a lado a alguien indí­ge­na, de terri­to­rio, al que se pue­da ceder o dar espa­cio. Lucho por que el eco­fe­mi­nis­mo regre­se a ver a las muje­res que, aun antes de que se tor­na­ra en con­cep­to, en movi­mien­to, sien­do anal­fa­be­tas lo han veni­do cono­cien­do, gri­tan­do, vivien­do, tejien­do; por que las escu­che y apren­da de ellas. Por que las eco­fe­mi­nis­tas sean recí­pro­cas en la coti­dia­ni­dad y encien­dan cohe­ren­cia por don­de cami­nan.
Ser mujer indí­ge­na en Ecua­dor sig­ni­fi­ca vivir con los con­flic­tos socio­cul­tu­ra­les, reli­gio­sos, racia­les, homo­fó­bi­cos o coci­das en la cotidianidad.

Sig­ni­fi­ca saber con­ju­gar la ciu­dad y el cam­po en noso­tras. Pero tam­bién es tener raíz, tener comu­ni­dad, tener ampa­ro, cre­cer con bio­di­ver­si­dad, vivir una inter­cul­tu­ra­li­dad a medias o en camino, pero no impo­si­ble. Sig­ni­fi­ca lle­gar a ocu­par espa­cios y luchar para que estos no te absor­ban, no te con­ta­mi­nen, no te des­po­jen y te hagan olvi­dar. Sig­ni­fi­ca tener la suer­te de comer varia­bi­li­dad local, sig­ni­fi­ca que en algún momen­to de tu vida pue­das cono­cer algu­na de las 14 nacio­na­li­da­des y 18 pue­blos que habi­tan en este terri­to­rio lla­ma­do Ecua­dor. Sig­ni­fi­ca tener la opción de apren­der, de des­apren­der, de vol­ver a tus raí­ces. Por­que aún hay teso­ros vivientes.

Yo tam­bién he vivi­do en Espa­ña. Vivir en Espa­ña sig­ni­fi­ca sobre­vi­vir sola, ten­gas fami­lia o no, vivir sin abra­zos ines­pe­ra­dos y lle­nos, sin un tono de voz que no te haga sen­tir peque­ña o ton­ta, callar o hablar pero casi siem­pre callar, levan­tar­te con el sus­pi­ro de “un día más”, por­que otra vez vas a aguan­tar la inco­mo­di­dad en los metros, las mira­das por­que no enca­jas y nun­ca lo harás aun­que te com­pres algo de ropa en Pri­mark. Por­que nues­tra belle­za es dife­ren­te, nues­tros cuer­pos son dife­ren­tes y nues­tras ropas como muje­res indí­ge­nas son otras. Sig­ni­fi­ca angus­tia en las calles por­que no cono­ces los luga­res y, como no sabes, te gri­tan o te hablan duro (nor­mal) por­que no saben que nues­tra for­ma de expre­sar es siem­pre más cáli­da y su tra­to las­ti­ma. Y bus­cas algu­na fami­lia o colec­ti­vo de per­so­nas racia­li­za­das para sanar, para sen­tir­te abra­za­da, que­ri­da, ampa­ra­da, impor­tan­te, para que sobre­vi­vir sea llevadero.

Para mí, vivir y estu­diar en Espa­ña sig­ni­fi­ca que aca­dé­mi­ca­men­te ten­gas que sobre­vi­vir, que apren­das a pelear, que due­la, que te igno­ren, que cues­tio­nen tus sabe­res y cono­ci­mien­tos por­que no cono­cen o no quie­ren cono­cer. Pero tam­bién es encon­trar a per­so­nas blan­cas como docen­tes o estu­dian­tes (jóve­nes, pocas) si tie­nes suer­te; que pre­gun­ten, que se cues­tio­nen, que escu­chen, que pidan per­dón, que agra­dez­can, que abra­cen, que quie­ran ser her­ma­nas, que lo inten­ten y que, en medio de todo lo dolo­ro­so que resul­ta esa metró­po­li para las muje­res indí­ge­nas racia­li­za­das, sean des­can­so y ampa­ro. Vivir en Espa­ña tam­bién es bus­car los espa­cios ver­des y sen­tir­te en casa por un segun­do, o con­ver­sar con una per­so­na migran­te, sen­tir­te en casa por otros segun­dos y pal­par ya no sobre­vi­ven­cia sino resistencias.

Si Gre­ta Thun­berg ha con­se­gui­do con­ver­tir la cues­tión medioam­bien­tal – esa por la que tan­tas niñas y muje­res como Nia, Vio­le­ta y Nina­ri han sido des­po­ja­das de sus tie­rras, de sus dere­chos y has­ta de sus vidas – en un movi­mien­to glo­bal, es por­que lo ha hecho des­de una posi­ción cómo­da, de pri­vi­le­gio; más pare­ci­da a mi esce­na de sofá y ven­ta­na que a las iden­ti­da­des indí­ge­nas opri­mi­das que luchan, día a día, gol­pe a gol­pe, por lo suyo. La ven­ta­ja estruc­tu­ral y sis­té­mi­ca con que la líder de Fri­days for futu­re cuen­ta por el sim­ple hecho de haber naci­do blan­ca y en el Nor­te mun­dial con res­pec­to a las femi­nei­da­des racia­li­za­das del terri­to­rio se tra­du­ce, del otro lado, en opre­sión. Por cada pri­vi­le­gio siem­pre hay una opresión.

En el caso de Gre­ta, se conec­tan las opre­sio­nes machis­ta (por ser mujer), eda­dis­ta (por ser una per­so­na joven en un con­tex­to adul­to) y capa­ci­tis­ta (por ser Sín­dro­me de Asper­ger), pero ella en nin­gún caso sufri­rá nun­ca opre­sión racis­ta o terri­to­rial, vin­cu­la­das en tal medi­da a la explo­ta­ción capi­ta­lis­ta y colo­nial de la natu­ra­le­za que, si no se viven, tam­po­co el víncu­lo con ésta se pue­de lle­gar a enten­der o más bien a sen­tir en toda su dimen­sión, en toda su honestidad.

Esto deja un gran hue­co vacío en su rela­to: el gran hue­co vacío de su rela­to. Al mis­mo tiem­po, apo­ya el acti­vis­mo inter­sec­cio­nal y la idea de que, den­tro del femi­nis­mo, no se da una situa­ción de des­igual­dad úni­ca sino muchas dife­ren­tes, con más o menos opre­sio­nes rela­cio­na­das entre sí, con mayor o menor núme­ro de pri­vi­le­gios inter­co­nec­ta­dos, y que cada una de estas reali­da­des mere­ce una habi­ta­ción pro­pia den­tro del femi­nis­mo. El pro­ble­ma lle­ga, y pre­va­le­ce, cuan­do la fal­ta de empa­tía de unas favo­re­ce la tira­nía que se ejer­ce sobre las otras; cuan­do las más pri­vi­le­gia­das dis­fru­ta­mos de varios cuar­tos en pro­pie­dad y las que lo son menos sola­men­te pue­den exis­tir de puer­tas para afue­ra por­que les hemos arre­ba­ta­do su lugar.

Fuen­te: Rebe­lion

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