Perú. Las ban­de­ras blan­cas del ham­bre en los cerros de Villa María del Triunfo

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 23 de abril de 2020

“Esta­mos en gue­rra con­tra el coro­na­vi­rus”, dicen des­de el gobierno, pero hay otra bata­lla que se vive en los cerros de Villa María del Triun­fo don­de se han iza­do ban­de­ras blan­cas; no como emble­ma de paz sino como sím­bo­lo de hambre.

Tere­sa y su fami­lia han enar­bo­la­do este sím­bo­lo. No teme reco­no­cer que el COVID-19 le asus­ta menos que no tener la cer­te­za de que su hija recién naci­da resis­ta el ham­bre has­ta el final del esta­do de emergencia.

Tere­sa tie­ne 19 años y vive en el asen­ta­mien­to humano Bri­lla El Sol, en la zona de José Car­los Mariá­te­gui, San Gabriel Alto, en Villa María del Triun­fo. Su casa se levan­tó con este­ras, cala­mi­nas y algu­nas pare­des de made­ra pre­fa­bri­ca­da. Lle­gar has­ta allí, es como subir once pisos de un edi­fi­cio por las esca­le­ras, solo que en vez de pel­da­ños hay tie­rra y piedras.

Des­de que empe­zó la cua­ren­te­na, Tere­sa y su fami­lia no tie­nen dine­ro para comer. Foto: Gra­cie­la Tibur­cio Loayza

En la segun­da sema­na del esta­do de emer­gen­cia, el padre de Tere­sa murió por las secue­las de un acci­den­te que tuvo meses atrás. No pudie­ron des­pe­dir­se de él por las res­tric­cio­nes de la pan­de­mia, tam­po­co tenían sufi­cien­te dine­ro para cos­tear su velo­rio. Una sema­na des­pués, nació su hija y pron­to cum­pli­rá un mes. 

Antes del COVID-19, ella y su espo­so aten­dían en res­tau­ran­tes del barrio. Des­de que se decre­tó el ais­la­mien­to social, nin­gún inte­gran­te de su fami­lia tra­ba­ja. Los loca­les de comi­da cerra­ron por tiem­po inde­fi­ni­do. Aho­ra no tie­nen ingre­sos ni sub­si­dio del Esta­do. Su fami­lia no ha sido bene­fi­cia­da con el bono S/​380. La Muni­ci­pa­li­dad de Villa María ni apa­re­ce por su casa. El repar­to de víve­res es una fantasía. 

“Pasa­mos el día a día con un poco de comi­da que nos da la parro­quia. A veces los veci­nos tam­bién nos ayu­dan. Si no fue­ra por eso, no ten­dría­mos nada para comer. Hoy podre­mos tomar un poco de sopa. No sé si ten­dre­mos para maña­na”, cuen­ta hacien­do un esfuer­zo para man­te­ner la voz cal­ma­da a pesar de la angustia. 

Entre este­ras y cala­mi­nas, Tere­sa pro­te­ge a su hija que nació duran­te el esta­do de emer­gen­cia. Foto: Gra­cie­la Tibur­cio Loayza

Sin ser­vi­cios básicos

Nona es veci­na de Tere­sa. Es madre de seis hijos, cuyas eda­des van des­de los 5 has­ta los 13 años. De vez en cuan­do, tra­ba­ja­ba lim­pian­do casas. Aho­ra sobre­vi­ven con lo que gana el padre de sus hijos hacien­do moto­ta­xi. Pese a que está prohi­bi­da la cir­cu­la­ción de estos vehícu­los, no hay otra más que salir para traer algo de dine­ro a casa y poder comer. 

La fami­lia de Nona nece­si­ta un míni­mo de S/​60 dia­rios para comer tres veces al día. El día que lle­ga­mos a su casa ape­nas reco­lec­ta­ron S/​30. Esa can­ti­dad ten­drán que repar­tir­la en varios días de manutención. 

“Noso­tros como adul­tos pode­mos resis­tir unos días sin comer, pero lo niños no. Sabe­mos que Car­los (su pare­ja) se arries­ga al virus cada vez que sale, pero es eso o morir de ham­bre. A veces solo logra­mos hacer un poco de papa con hue­vo revuel­to”, dice Nona. 

La fami­lia de Nona no tie­ne ni luz ni agua. Foto: Gra­cie­la Tibur­cio Loayza

Es medio­día y toca la hora del estu­dio. Nona repar­te a sus hijos los libros del cole­gio y se con­vier­te en su pro­fe­so­ra. En unos minu­tos tam­bién ten­drá que coci­nar, mien­tras vigi­la a sus niños que estu­dian fren­te al tele­vi­sor anti­guo que des­ta­ca entre las pare­des de estera. 

La veci­na del cos­ta­do, le ha com­par­ti­do corrien­te eléc­tri­ca a tra­vés de una exten­sión que ser­vi­rá por algu­nas horas. Así como la luz, el agua tam­bién se con­vier­te en un pri­vi­le­gio que no tie­nen Nona y su fami­lia. Su veci­na le ven­de agua en bal­des para que pue­dan asear­se y cocinar. 

Cada uno de los niños está en dife­ren­te gra­do. Sin luz ni inter­net para ver las cla­ses digi­ta­les, pro­ba­ble­men­te pier­dan el año esco­lar. Las cala­mi­nas del techo, a pesar de estar un poco rotas, los pro­te­gen del sol y de los vien­tos fuer­tes que ya se sien­ten por las noches. Ade­más del COVID-19, la fal­ta de dine­ro y comi­da, les preo­cu­pa cómo pasa­rán el invierno. Sin tra­ba­jo y dine­ro, no ten­drán para com­prar cala­mi­nas nuevas.

Todos los días, Nona inten­ta que sus hijos no pier­dan horas de estu­dio. Foto: Gra­cie­la Tibur­cio Loayza

“Ayu­da” que no llega

Las his­to­rias de Tere­sa y Nona son las de muchas otras fami­lias en Villa María del Triun­fo, que se han que­da­do sin tra­ba­jo y sin ali­men­to. En el asen­ta­mien­to humano Bri­lla El Sol, hay al menos 12 hoga­res en la mis­ma situa­ción. Al igual que ellos, otras zonas de San Gabriel han empe­za­do a izar ban­de­ras blan­cas. La soli­da­ri­dad veci­nal es lo úni­co que los sos­tie­ne en estos días de emer­gen­cia nacional. 

El pasa­do 27 de mar­zo, median­te el Decre­to de Urgen­cia N° 033‑2020, el Esta­do des­ti­nó un millón de soles al muni­ci­pio de Villa María del Triun­fo para la com­pra y dis­tri­bu­ción de canas­tas bási­cas fami­lia­res. Sin embar­go, según el Por­tal del Minis­te­rio de Eco­no­mía y Finan­zas y un infor­me de la Defen­so­ría del Pue­blo, has­ta el 17 de abril, la Muni­ci­pa­li­dad del dis­tri­to seguía sin eje­cu­tar el presupuesto.

En los asen­ta­mien­tos huma­nos del dis­tri­to se han iza­do ban­de­ras blan­cas para pedir comi­da. Fotos: Gru­po de Face­book Veci­nos de San Gabriel

Es pro­ba­ble que la cua­ren­te­na se extien­da y la situa­ción de miles de per­so­nas se agra­ve. Afec­tan­do espe­cial­men­te a ese 45% de perua­nos que se ha que­da­do sin tra­ba­jo por el esta­do de emer­gen­cia. Algu­nas fuer­zas polí­ti­cas han pro­pues­to un bono uni­ver­sal de mil soles, pero el Eje­cu­ti­vo aún no se pronuncia.

Entre la espe­ra de los víve­res pro­me­ti­dos y el recur­seo de cada día, las fami­lias de Villa María del Triun­fo sien­ten más lejos que nun­ca a ese gobierno que dice cui­dar­los de un enemi­go des­co­no­ci­do. Mien­tras ellas, fla­mean­do sus ban­de­ras, bata­llan con­tra un enemi­go cono­ci­do que vacía sus estó­ma­gos y debi­li­ta sus esperanzas.

Fuen­te: Wayka

Itu­rria /​Fuen­te

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