Maxi­mi­lien Robes­pie­rre: «La pri­me­ra ley social es aque­lla que garan­ti­za a todos los miem­bros de la socie­dad los medios para existir»

Maxi­mi­lien Robes­pie­rre /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano /​12 de abril de 2020

Sobre las sub­sis­ten­cias y el dere­cho a la existencia

«La pri­me­ra ley social es aque­lla que garan­ti­za a todos los miem­bros de la socie­dad los medios para existir»

2 de diciem­bre de 1792, en la Convención

Abor­da­mos aquí una de las apues­tas mayo­res del perio­do. La Revo­lu­ción del 10 de agos­to de 1792 había, entre otras cosas, pues­to en entre­di­cho la polí­ti­ca de la liber­tad ili­mi­ta­da del comer­cio y su medio de apli­ca­ción, la ley mar­cial. Las últi­mas jac­que­ries de pri­ma­ve­ra y del oto­ño de 1792, acom­pa­ña­das de «moti­nes de sub­sis­ten­cias» de una ampli­tud insó­li­ta, demos­tra­ban el fra­ca­so de esta polí­ti­ca. En rela­ción a este tema, se abrió un impor­tan­te deba­te a par­tir de sep­tiem­bre y Robes­pie­rre inter­vino en el mis­mo duran­te los últi­mos días. Par­tien­do del fin de la socie­dad que es «man­te­ner los dere­chos del hom­bre», defi­nió «el pri­me­ro de esos dere­chos» como el dere­cho a la exis­ten­cia y a los medios para con­ser­var­la: este dere­cho es una «pro­pie­dad común de la socie­dad», que debe ser­le garan­ti­za­da a sus miem­bros. Robes­pie­rre invier­te la prio­ri­dad acor­da­da exclu­si­va­men­te has­ta aquí a la pro­pie­dad pri­va­da de los bie­nes mate­ria­les (aris­to­cra­cia de los pro­pie­ta­rios).NT.1

Hablar a los repre­sen­tan­tes del pue­blo sobre los medios de sub­ve­nir a su sub­sis­ten­cia, no es sola­men­te hablar­les del más sagra­do de sus debe­res, sino del más pre­cio­so de sus intere­ses. Pues­to que, sin duda, ellos se con­fun­den con el pueblo.

No quie­ro defen­der sola­men­te la cau­sa de los ciu­da­da­nos indi­gen­tes, sino la de los pro­pios pro­pie­ta­rios y comerciantes.

Me limi­ta­ré a recor­dar prin­ci­pios evi­den­tes pero que pare­cen olvi­da­dos. Indi­ca­ré úni­ca­men­te medi­das sim­ples que ya han sido pro­pues­tas, pues­to que se tra­ta de retor­nar a las pri­me­ras nocio­nes del buen sen­ti­do, más que de crear bri­llan­tes teorías.

En todo país en que la natu­ra­le­za abas­te­ce con pro­di­ga­li­dad las nece­si­da­des de los hom­bres, la esca­sez sólo pue­de ser impu­tada a los vicios de la admi­nis­tra­ción o de las pro­pias leyes. Las malas leyes y la mala admi­nis­tra­ción tie­nen su fuen­te en los fal­sos prin­ci­pios y en las malas costumbres.

Es un hecho gene­ral­men­te reco­no­ci­do que el sue­lo de Fran­cia pro­du­ce mucho más de lo que es pre­ci­so para ali­men­tar a sus habi­tan­tes, y la esca­sez actual es una ham­bru­na arti­fi­cial. La con­se­cuen­cia de este hecho y del prin­ci­pio antes esta­ble­ci­do qui­zás pue­da ser moles­ta, pero no es el momen­to de hala­gar­nos. Ciu­da­da­nos, os está reser­va­da a voso­tros la glo­ria de hacer triun­far los prin­ci­pios ver­da­de­ros y de dar leyes jus­tas al mun­do. No estáis hechos para arras­tra­ros ser­vil­men­te por el camino tri­lla­do de los pre­jui­cios tirá­ni­cos, tra­za­do por vues­tros ante­ce­so­res. O mejor dicho, voso­tros comen­záis un nue­vo cur­so en el que nadie os ha ante­ce­di­do. Debéis some­ter por lo menos a un examen seve­ro todas las leyes hechas bajo el des­po­tis­mo real, y bajo los aus­pi­cios de la aris­to­cra­cia nobi­lia­ria, ecle­siás­ti­ca o bur­gue­sa y has­ta aquí no exis­ten otras leyes. La auto­ri­dad más impor­tan­te que se nos cita es la de un minis­tro de Luis XVI, com­ba­ti­da por otro minis­tro del mis­mo tirano. NT.2 He vis­to nacer la legis­la­ción de la Asam­blea cons­ti­tu­yen­te sobre el comer­cio de gra­nos. Era la mis­ma que la del tiem­po que le pre­ce­día. No ha cam­bia­do has­ta aho­ra por­que los intere­ses y los pre­jui­cios que la sus­ten­ta­ban tam­po­co han cam­bia­do. He vis­to, duran­te el tiem­po de dicha Asam­blea, los mis­mos acon­te­ci­mien­tos que se renue­van en esta épo­ca. He vis­to a la aris­to­cra­cia acu­sar al pue­blo. He vis­to a los intri­gan­tes hipó­cri­tas impu­tar sus pro­pios crí­me­nes a los defen­so­res de la liber­tad, a los que lla­ma­ban agi­ta­do­res y anar­quis­tas. He vis­to a un minis­tro impú­di­co de cuya vir­tud esta­ba prohi­bi­do dudar, exi­gir ado­rar a Fran­cia, mien­tras la arrui­na­ba, y sur­gir a la tira­nía del seno de esas cri­mi­na­les intri­gas, arma­da con la ley mar­cial, para bañar­se legal­men­te en la san­gre de los ciu­da­da­nos ham­brien­tos. Millo­nes para el minis­tro al que esta­ba prohi­bi­do pedir cuen­tas, pri­mas que se con­ver­tían en pro­ve­cho para las san­gui­jue­las del pue­blo, la liber­tad inde­fi­ni­da de comer­cio, y bayo­ne­tas para cal­mar la alar­ma o para opri­mir el ham­bre. Tal fue la polí­ti­ca ala­ba­da por nues­tros pri­me­ros legisladores.

Las pri­mas pue­den ser dis­cu­ti­das. La liber­tad del comer­cio es nece­sa­ria has­ta el lími­te en que la codi­cia homi­ci­da empie­za a abu­sar de ella. El uso de las bayo­ne­tas es una atro­ci­dad. El sis­te­ma es esen­cial­men­te incom­ple­to por­que no aña­de nada al ver­da­de­ro principio.

Lo erro­res en que se ha caí­do a este res­pec­to pro­vie­nen, en mi opi­nión, de dos cau­sas principales.

1ª Los auto­res de la teo­ría no han con­si­de­ra­do los artícu­los de pri­me­ra nece­si­dad más que como una mer­can­cía ordi­na­ria, y no han esta­ble­ci­do dife­ren­cia algu­na entre el comer­cio del tri­go, por ejem­plo, y el del añil. Han diser­ta­do más sobre el comer­cio de gra­nos que sobre la sub­sis­ten­cia del pue­blo. Y al omi­tir este dato en sus cálcu­los, han hecho una fal­sa apli­ca­ción de prin­ci­pios evi­den­tes para la mayo­ría; esta mez­cla de ver­da­des y fal­se­da­des ha dado un aspec­to enga­ño­so a un sis­te­ma erróneo.

2ª Y aún menos lo han adap­ta­do a las cir­cuns­tan­cias tem­pes­tuo­sas que com­por­tan las revo­lu­cio­nes. En su vaga teo­ría, aun­que fue­ra bue­na para los tiem­pos ordi­na­rios, no se encon­tra­ría nin­gu­na apli­ca­ción ante las medi­das urgen­tes que los momen­tos de cri­sis pue­den exi­gir de noso­tros. Ellos se han preo­cu­pa­do mucho de los bene­fi­cios de los nego­cian­tes y de los pro­pie­ta­rios y casi nada de la vida de los hom­bres. ¡Y por qué! Por­que eran los gran­des, los minis­tros, los ricos quie­nes escri­bían, quie­nes gober­na­ban. ¡Si hubie­ra sido el pue­blo, es pro­ba­ble que este sis­te­ma hubie­ra sido modificado!

El sen­ti­do común, por ejem­plo, indi­ca que la afir­ma­ción de que los artícu­los que no son de pri­me­ra nece­si­dad para la vida pue­den ser aban­do­na­dos a las espe­cu­la­cio­nes más ili­mi­ta­das del comer­cian­te. La esca­sez momen­tá­nea que pue­da sobre­ve­nir siem­pre es un incon­ve­nien­te sopor­ta­ble. Es sufi­cien­te que, en gene­ral, la liber­tad inde­fi­ni­da de ese nego­cio redun­de en el mayor bene­fi­cio del Esta­do y de los indi­vi­duos. Pero la vida de los hom­bres no pue­de ser some­ti­da a la mis­ma suer­te. No es indis­pen­sa­ble que yo pue­da com­prar teji­dos bri­llan­tes, pero es pre­ci­so que sea bas­tan­te rico para com­prar pan, para mí y para mis hijos. El comer­cian­te pue­de guar­dar, en sus alma­ce­nes, las mer­can­cías que el lujo y la vani­dad codi­cian, has­ta que encuen­tre el momen­to de ven­der­las al pre­cio más alto posi­ble. Pero nin­gún hom­bre tie­ne el dere­cho a amon­to­nar el tri­go al lado de su seme­jan­te que mue­re de hambre.

¿Cuál es el pri­mer obje­ti­vo de la socie­dad? Es man­te­ner los dere­chos impres­crip­ti­bles del hom­bre. ¿Cuál es el pri­me­ro de estos dere­chos? El dere­cho a la existencia.

La pri­me­ra ley social es pues la que garan­ti­za a todos los miem­bros de la socie­dad los medios de exis­tir. Todos los demás están subor­di­na­dos a este. La pro­pie­dad no ha sido ins­ti­tui­da o garan­ti­za­da para otra cosa que para cimen­tar­lo. Se tie­nen pro­pie­da­des, en pri­mer lugar, para vivir. No es cier­to que la pro­pie­dad pue­da opo­ner­se jamás a la sub­sis­ten­cia de los hombres.

Los ali­men­tos nece­sa­rios para el hom­bre son tan sagra­dos como la pro­pia vida. Todo cuan­to resul­te indis­pen­sa­ble para con­ser­var­la es pro­pie­dad común de la socie­dad ente­ra; tan sólo el exce­den­te pue­de ser pro­pie­dad indi­vi­dual, y pue­de ser aban­do­na­do a la indus­tria de los comer­cian­tes. Toda espe­cu­la­ción mer­can­til que hago a expen­sas de la vida de mi seme­jan­te no es trá­fi­co, es ban­di­da­je y fratricidio.

Según este prin­ci­pio, ¿cuál es el pro­ble­ma que hay que resol­ver en mate­ria de legis­la­ción sobre las sub­sis­ten­cias? Pues es este: ase­gu­rar a todos los miem­bros de la socie­dad el dis­fru­te de la par­te de los pro­duc­tos de la tie­rra que es nece­sa­ria para su exis­ten­cia; a los pro­pie­ta­rios o cul­ti­va­do­res el pre­cio de su indus­tria, y librar lo super­fluo a la liber­tad de comercio.

Desa­fío al más escru­pu­lo­so defen­sor de la pro­pie­dad a con­tra­de­cir estos prin­ci­pios, a menos que decla­re abier­ta­men­te que entien­de por esa pala­bra el dere­cho a des­po­jar y ase­si­nar a sus seme­jan­tes. ¿Cómo, pues, se ha podi­do pre­ten­der que toda espe­cie de moles­tia, o mejor dicho, que toda regla sobre la ven­ta del tri­go era un aten­ta­do a la pro­pie­dad, o dis­fra­zar este sis­te­ma bár­ba­ro bajo el nom­bre fal­sa­men­te enga­ño­so de liber­tad de comer­cio? ¿Los auto­res de este sis­te­ma no se per­ca­tan de que se con­tra­di­cen a sí mis­mos necesariamente?

¿Por qué os veis for­za­dos a apro­bar la prohi­bi­ción de la expor­ta­ción de gra­nos al extran­je­ro cada vez que la abun­dan­cia no está ase­gu­ra­da en el inte­rior? Fijáis voso­tros mis­mos el pre­cio del pan, ¿Fijáis el de las espe­cies, o el de las bri­llan­tes pro­duc­cio­nes de la India? ¿Cuál es la cau­sa de todas esas excep­cio­nes, sino la evi­den­cia mis­ma de los prin­ci­pios que aca­bo de desa­rro­llar? ¿Qué digo? El gobierno inclu­so some­te a veces el pro­pio comer­cio de obje­tos de lujo a modi­fi­ca­cio­nes que la sana polí­ti­ca acon­se­ja. ¿Por qué aque­llo que intere­sa a la sub­sis­ten­cia del pue­blo habría de estar nece­sa­ria­men­te exen­to de limitaciones?

Sin duda si todos los hom­bres fue­ran jus­tos y vir­tuo­sos; si jamás la codi­cia estu­vie­ra ten­ta­da a devo­rar la subs­tan­cia del pue­blo; si dóci­les a la voz de la razón y de la natu­ra­le­za, todos los ricos se con­si­de­ra­sen los ecó­no­mos de la socie­dad, o los her­ma­nos del pobre, no se podría reco­no­cer otra ley que la liber­tad más ili­mi­ta­da. Pero si es cier­to que la ava­ri­cia pue­de espe­cu­lar con la mise­ria, y la tira­nía mis­ma pue­de hacer­lo con el deses­pe­ro del pue­blo; si es cier­to que todas estas pasio­nes decla­ran la gue­rra a la huma­ni­dad sufrien­te, ¿por qué no deben repri­mir las leyes estos abu­sos? ¿Por qué no deben las leyes dete­ner la mano homi­ci­da del mono­po­lis­ta, del mis­mo modo que lo hacen con el ase­sino ordi­na­rio? ¿Por qué no deben ocu­par­se de la exis­ten­cia del pue­blo, tras haber­se ocu­pa­do duran­te tan­to tiem­po de los gozos de los gran­des, y de la poten­cia de los déspotas?

Pero, ¿cuá­les son los medios para repri­mir estos abu­sos? Se pre­ten­de que son imprac­ti­ca­bles. Yo sos­ten­go que son tan sim­ples como infa­li­bles. Se pre­ten­de que plan­tean un pro­ble­ma inso­lu­ble, inclu­so para un genio. Yo sos­ten­go que no pre­sen­tan nin­gu­na difi­cul­tad al menos para el buen sen­ti­do y para la bue­na fe. Sos­ten­go que no hie­ren ni el inte­rés del comer­cio, ni los dere­chos de pro­pie­dad. Que la cir­cu­la­ción a lo lar­go de toda la exten­sión de la repú­bli­ca sea pro­te­gi­da, pero tome­mos las pre­cau­cio­nes nece­sa­rias para que la cir­cu­la­ción ten­ga lugar. Pre­ci­sa­men­te me que­jo de una fal­ta de cir­cu­la­ción. Pues el azo­te del pue­blo, la fuen­te de la esca­sez, son los obs­tácu­los pues­tos a la cir­cu­la­ción, con el pre­tex­to de hacer­la ili­mi­ta­da. ¿Cir­cu­lan las sub­sis­ten­cias públi­cas cuan­do los ávi­dos espe­cu­la­do­res las retie­nen amon­to­na­das en sus gra­ne­ros? ¿Cir­cu­lan cuan­do se acu­mu­lan en las manos de un peque­ño núme­ro de millo­na­rios que las sus­traen al comer­cio, para hacer­las más pre­cio­sas y más raras; que cal­cu­lan fría­men­te cuán­tas fami­lias deben pere­cer antes de que el ali­men­to haya espe­ra­do el tiem­po fija­do por su atroz ava­ri­cia? ¿Cir­cu­lan cuan­do no hacen sino atra­ve­sar las comar­cas en que han sido pro­du­ci­das, ante los ojos de los ciu­da­da­nos indi­gen­tes some­ti­dos al supli­cio de Tán­ta­lo, para ser engu­lli­das en algún des­co­no­ci­do pozo sin fon­do de algún empre­sa­rio de la esca­sez públi­ca? ¿Cir­cu­lan cuan­do al lado de las más abun­dan­tes cose­chas lan­gui­de­ce el ciu­da­dano nece­si­ta­do, a fal­ta de poder entre­gar una pie­za de oro, o un tro­zo de papel sufi­cien­te­men­te pre­cio­so como para obte­ner una parcela?

La cir­cu­la­ción es lo que pone los artícu­los de pri­me­ra nece­si­dad al alcan­ce de todos los hom­bres y que lle­va la abun­dan­cia y la vida a las caba­ñas. ¿Aca­so cir­cu­la la san­gre cuan­do está obs­trui­da en el cere­bro o en el pecho? Cir­cu­la cuan­do flu­ye libre­men­te por todo el cuer­po. Las sub­sis­ten­cias son la san­gre del pue­blo, y su libre cir­cu­la­ción no es menos nece­sa­ria para la salud del cuer­po social, que la de la san­gre para el cuer­po humano. Favo­re­ced pues la libre cir­cu­la­ción de gra­nos, impi­dien­do todas las obs­truc­cio­nes funes­tas. ¿Cuál es el medio para con­se­guir este obje­ti­vo? Sus­traer a la codi­cia el inte­rés y la faci­li­dad de crear estas obs­truc­cio­nes. Aho­ra bien, tres cau­sas las favo­re­cen: el secre­to, la liber­tad desen­fre­na­da y la cer­te­za de la impunidad.

El secre­to, ya que cual­quie­ra pue­de escon­der la can­ti­dad de sub­sis­ten­cias públi­cas de que pri­va a la socie­dad ente­ra, ya que cual­quie­ra pue­de hacer­las des­apa­re­cer frau­du­len­ta­men­te y trans­por­tar­las, sea a paí­ses extran­je­ros, sea a alma­ce­nes del inte­rior. Aho­ra bien, se pro­po­nen dos medios sim­ples: el pri­me­ro es tomar todas las pre­cau­cio­nes para com­pro­bar la can­ti­dad de grano que ha pro­du­ci­do cada región, y la que cada pro­pie­ta­rio o cul­ti­va­dor ha cose­cha­do. El segun­do con­sis­te en for­zar a los comer­cian­tes de grano a ven­der­lo en el mer­ca­do y en prohi­bir todo trans­por­te de mer­can­cías por la no che. No es la posi­bi­li­dad ni la uti­li­dad de esas pre­cau­cio­nes lo que hay que pro­bar, pues­to que están todas fue­ra de dis­cu­sión. ¿Es legí­ti­mo hacer esto? Pero, ¿cómo se pue­den enten­der como un aten­ta­do a la pro­pie­dad unas reglas de poli­cía gene­ral, orde­na­das por el inte­rés gene­ral de la socie­dad? ¿Qué buen ciu­da­dano pue­de que­jar­se de ser obli­ga­do a actuar con leal­tad y a la luz del día? ¿Quién pre­ci­sa de las tinie­blas si no son los cons­pi­ra­do­res y los bri­bo­nes? Por otra par­te, ¿no os he pro­ba­do que la socie­dad tenía el dere­cho de recla­mar la por­ción nece­sa­ria para la sub­sis­ten­cia de sus ciu­da­da­nos? ¿Qué digo? Es el más sagra­do de los debe­res. ¿Cómo pue­den ser injus­tas las leyes nece­sa­rias para asegurarla?

He dicho que las otras cau­sas de las ope­ra­cio­nes desas­tro­sas del mono­po­lio eran la liber­tad inde­fi­ni­da y la impu­ni­dad. ¿Qué otro medio sería más segu­ro para ani­mar la codi­cia y para des­pren­der­la de todo tipo de freno, que acep­tar como prin­ci­pio que la ley no tie­ne el dere­cho de vigi­lar­la, de impo­ner­le las más míni­mas tra­bas? ¿Que la úni­ca regla que se le pres­cri­ba sea la poder osar­lo todo impu­ne­men­te? ¿Qué digo? El gra­do de per­fec­ción al que ha lle­ga­do esta teo­ría es tal que casi está esta­ble­ci­do que los aca­pa­ra­do­res son inta­cha­bles; que los mono­po­lis­tas son los bene­fac­to­res de la huma­ni­dad; que en las que­re­llas que sur­gen entre ellos y el pue­blo, siem­pre se equi­vo­ca el pue­blo. O bien el cri­men del mono­po­lio es impo­si­ble o bien es real. Si es una qui­me­ra, ¿cómo pue­de ser que siem­pre se haya creí­do en esa qui­me­ra? ¿Por qué hemos expe­ri­men­ta­do sus estra­gos des­de el ini­cio de nues­tra revo­lu­ción? ¿Por qué infor­mes libres de toda sos­pe­cha y hechos incon­tes­ta­bles nos denun­cian sus cul­pa­bles manio­bras? ¿Si es real, por qué extra­ño pri­vi­le­gio sólo él obtie­ne el dere­cho a estar pro­te­gi­do? ¿Qué lími­tes pon­drían a sus aten­ta­dos los vam­pi­ros des­pia­da­dos que espe­cu­la­sen con la mise­ria públi­ca, si a toda espe­cie de recla­ma­ción se opu­sie­ran siem­pre las bayo­ne­tas y la orden abso­lu­ta de creer en la pure­za y la bon­dad de todos los aca­pa­ra­do­res? La liber­tad inde­fi­ni­da no es otra cosa que la excu­sa, la sal­va­guar­dia y la cau­sa de este abu­so. ¿Cómo pue­de con­si­de­rar­se enton­ces su reme­dio? ¿De que nos que­ja­mos? Pre­ci­sa­men­te de los males que ha pro­du­ci­do el sis­te­ma actual, o al menos de los males que no ha podi­do pre­ve­nir. ¿Y qué reme­dio se nos pro­po­ne? El mis­mo sis­te­ma. Yo os denun­cio a los enemi­gos del pue­blo y me res­pon­déis: dejad­los hacer. NT.3 En este sis­te­ma todo está con­tra la socie­dad. Todo está a favor de los comer­cian­tes de granos.

Es aquí don­de se hace nece­sa­ria toda vues­tra sabi­du­ría y cir­cuns­pec­ción, legis­la­do­res. Un tema de este esti­lo siem­pre es difí­cil de tra­tar. Es peli­gro­so redo­blar las alar­mas del pue­blo, y dar a en ten­der que se auto­ri­za su des­con­ten­to. Aún más peli­gro­so es callar la ver­dad y disi­mu­lar los prin­ci­pios. Pero si que­réis seguir­los, todos los incon­ve­nien­tes des­apa­re­cen. Sólo los prin­ci­pios pue­den ago­tar la fuen­te del mal.

Sé bien que cuan­do se exa­mi­nan las cir­cuns­tan­cias de un deter­mi­na­do motín, pro­vo­ca­do por la esca­sez real o fic­ti­cia del tri­go, sue­le seña­lar­se muchas veces la influen­cia de cau­sas extra­ñas. La ambi­ción y la intri­ga tie­nen nece­si­dad de pro­vo­car dis­tur­bios. Algu­nas veces son estos mis­mos hom­bres los que exci­tan al pue­blo para encon­trar el pre­tex­to de dego­llar­lo, y para hacer terri­ble la liber­tad ante los ojos de los hom­bres débi­les y egoís­tas. Pero no es menos ver­da­de­ro que el pue­blo es natu­ral­men­te rec­to y apa­ci­ble. Siem­pre está guia­do por una inten­ción pura. Los mal­va­dos no pue­den albo­ro­tar­lo a menos que le pre­sen­ten un moti­vo pode­ro­so y legí­ti­mo ante su vis­ta. Ellos apro­ve­chan su des­con­ten­to, no lo crean. Y cuan­do lo indu­cen a come­ter exce­sos so pre­tex­to del abas­te­ci­mien­to, es por­que está pre­dis­pues­to por la opre­sión y por la mise­ria. Jamás un pue­blo feliz fue un pue­blo tur­bu­len­to. Quien conoz­ca a los hom­bres, quien cono­ce sobre todo al pue­blo fran­cés, sabe que no es posi­ble para un insen­sa­to o para un mal ciu­da­dano suble­var­lo sin razón con­tra las leyes que ama y aún menos con­tra los man­da­ta­rios que ha ele­gi­do y con­tra la liber­tad que ha con­quis­ta­do. Es tarea de sus repre­sen­tan­tes devol­ver­le la con­fian­za que él mis­mo les ha otor­ga­do y des­con­cer­tar la male­vo­len­cia aris­to­crá­ti­ca, satis­fa­cien­do sus nece­si­da­des y cal­man­do sus alarmas.

Las pro­pias alar­mas de los ciu­da­da­nos deben ser res­pe­ta­das. ¿Cómo cal­mar­las si per­ma­ne­céis inac­ti­vos? Si las medi­das que os pro­po­ne­mos no fue­ran tan nece­sa­rias como pen­sa­mos, bas­ta­ría que él las desea­se, es sufi­cien­te que éstas pro­ba­ran ante sus ojos vues­tra adhe­sión a sus intere­ses, para deter­mi­na­ros a adop­tar­las. Ya he indi­ca­do cuál era la natu­ra­le­za y el espí­ri­tu de estas leyes. Me con­ten­ta­ré aquí con exi­gir la prio­ri­dad para los pro­yec­tos de decre­to que pro­po­nen pre­cau­cio­nes con­tra el mono­po­lio, reser­ván­do­me el dere­cho de pro­po­ner modi­fi­ca­cio­nes, si es adop­ta­da. Ya he pro­ba­do que estas medi­das y los prin­ci­pios sobre los que se fun­dan eran nece­sa­rias para el pue­blo. Voy a pro­bar que son úti­les para los ricos y todos los propietarios.

No quie­ro arre­ba­tar­les nin­gún bene­fi­cio hones­to, nin­gu­na pro­pie­dad legí­ti­ma. Sólo les qui­to el dere­cho de aten­tar con­tra el de otro. No des­tru­yo el comer­cio sino el ban­di­da­je del mono­po­lis­ta. Sólo les con­deno a la pena de dejar vivir a sus seme­jan­tes. Sin embar­go, nada podría ser­les más ven­ta­jo­so. El mayor ser­vi­cio que el legis­la­dor pue­de ren­dir a los hom­bres es el de for­zar­los a ser gen te hones­ta. El mayor inte­rés del hom­bre no es ama­sar teso­ros y la más dul­ce pro­pie­dad no es devo­rar la sub­sis­ten­cia de cien fami­lias infor­tu­na­das. El pla­cer de ali­viar a sus seme­jan­tes y la glo­ria de ser­vir a su patria, bien valen esta deplo­ra­ble ven­ta­ja. ¿Para qué les sir­ve a los espe­cu­la­do­res más ávi­dos la liber­tad inde­fi­ni­da de su odio­so trá­fi­co? Para ser opri­mi­dos u opre­so­res. Este últi­mo des­tino, sobre todo, es horro­ro­so. Ricos egoís­tas, sabed pre­ver y pre­ve­nir por ade­lan­ta­do los resul­ta­dos terri­bles de la lucha del orgu­llo y de las cobar­des pasio­nes con­tra la jus­ti­cia y la huma­ni­dad. Que el ejem­plo de los nobles y de los reyes os ins­tru­ya. Apren­ded a dis­fru­tar de los encan­tos de la igual­dad y de las deli­cias de la vir­tud. O, al menos, con­ten­taos con las ven­ta­jas que la for­tu­na os da, y dejad­le al pue­blo pan, tra­ba­jo y sus cos­tum­bres. Se agi­tan en vano los enemi­gos de la liber­tad, para des­ga­rrar el seno de su patria. Ellos no para­rán el cur­so de la razón huma­na, como no pue­den parar el cur­so del sol. La cobar­día no triun­fa­rá sobre el valor. Es pro­pio de la intri­ga huir ante la liber­tad. Y voso­tros, legis­la­do­res, ¿os acor­dáis de que no sois los repre­sen­tan­tes de una cas­ta pri­vi­le­gia­da sino los del pue­blo fran­cés? No olvi­déis que la fuen­te del orden es la jus­ti­cia. Que la garan­tía más segu­ra de la tran­qui­li­dad públi­ca es la feli­ci­dad de los ciu­da­da­nos, y que las lar­gas con­vul­sio­nes que des­ga­rran los esta­dos no son otra cosa que el com­ba­te de los pre­jui­cios con­tra los prin­ci­pios, del egoís­mo con­tra el inte­rés gene­ral, del orgu­llo y de las pasio­nes de los hom­bres pode­ro­sos con­tra los dere­chos y con­tra las nece­si­da­des de los más débiles.

El 8 de diciem­bre, la Con­ven­ción, siguien­do a la Giron­da, pro­rro­ga­ba la polí­ti­ca de liber­tad ili­mi­ta­da del comer­cio, de defen­sa de los pro­pie­ta­rios y de la ley mar­cial: en con­se­cuen­cia, los moti­nes de sub­sis­ten­cias pro­si­guie­ron. Esta fue una de las cau­sas que con­du­je­ron a la Revo­lu­ción de los días 31 de mayo a 2 de junio de 1793. El 24 de junio, la ley mar­cial fue por fin abro­ga­da, des­pués, el 4 de sep­tiem­bre la liber­tad ili­mi­ta­da de comer­cio dejó sitio a la polí­ti­ca del Maxi­mum general.

Notas:

  • 1. La opo­si­ción entre «eco­no­mía polí­ti­ca tirá­ni­ca» y «eco­no­mía polí­ti­ca popu­lar» ha sido expre­sa­da por Rous­seau en «Eco­no­mía Polí­ti­ca», artícu­lo de l’Enciclopédie, apa­re­ci­do en 1755. Robes­pie­rre cono­cía bien tam­bién la crí­ti­ca de la eco­no­mía polí­ti­ca de Tur­got hecha por Mably, Du com­mer­ce des grains, escri­to en 1775, publi­ca­ción pós­tu­ma, París, 1790. Sobre la crí­ti­ca de la eco­no­mía polí­ti­ca en el siglo XVIII ver F. Gauthier, GR. Ikni (ed.) La Gue­rre du blé au XVIIIè siè­cle, París, Édi­tions de la Pas­sion, 1988.
  • 2. Se tra­ta del minis­tro Tur­got, cuya expe­rien­cia de liber­tad ili­mi­ta­da del comer­cio de gra­nos, acom­pa­ña­da por vez pri­me­ra por la ley mar­cial, pro­du­jo la gue­rra de las hari­nas de 1775. La acción de Tur­got fue cri­ti­ca­da por Nec­ker que le suce­dió de 1777 a 1781, antes de que fue­ra vuel­to a lla­mar en 1788. Ver la inter­ven­ción de Robes­pie­rre con­tra la ley mar­cial, el 21 de octu­bre de 1789, en este mis­mo volumen.
  • 3. Lais­sez fai­re, lais­sez pas­ser (dejad hacer, dejad pasar) era con­sig­na de los fisió­cra­tas. O sea de la eco­no­mía polí­ti­ca a la que Robes­pie­rre opon­drá la eco­no­mía popu­lar. Esa men­ción al «dejar hacer» adquie­re en este tex­to un tin­te muy cargado.

Maxi­mi­lien Robes­pie­rre (1758−1794), fue uno de los más pro­mi­nen­tes líde­res de la Revo­lu­ción fran­ce­sa, dipu­tado, pre­si­den­te de la Con­ven­ción Nacio­nal en dos opor­tu­ni­da­des, jefe indis­cu­ti­ble de la fac­ción más radi­cal de los jaco­bi­nos y miem­bro del Comi­té de Sal­va­ción Pública.

Fuen­te: Robes­pie­rre, Maxi­mi­lien (2005) Por la feli­ci­dad y la liber­tad, Dis­cur­sos. Bosc, Yan­nick,; Gauthier, Flo­ren­ce; Wah­nich, Sophie (eds), El Vie­jo Topo, Barcelona 

SP*

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