La liber­tad es atea

Pone­mos a dis­po­si­ción públi­ca el libro de recien­te publi­ca­ción en Boltxe Libu­ruak «La liber­tad es atea». Tam­bién está dis­po­ni­ble en nues­tra tien­da la ver­sión en papel y dos ver­sio­nes elec­tró­ni­cas, una con una peque­ña apor­ta­ción a Boltxe Libu­ruak para que poda­mos con­ti­nuar con nues­tra labor edi­to­rial y otra total­men­te gra­tui­ta.

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El faraón era el úni­co que podía rea­li­zar el ritual del sacri­fi­cio, y era hom­bre. Hubo sacer­do­ti­sas que sí inter­ve­nían en las cere­mo­nias sacri­fi­cia­les, pero como ayu­dan­tes. Por esto, antes de estu­diar la fun­ción del sacri­fi­cio y del cani­ba­lis­mo ritual en las reli­gio­nes, debe­mos ver cómo los hom­bres se apo­de­ra­ron de las reli­gio­nes y del poder social alie­na­dor de los sacri­fi­cios, y a la vez des­cu­bri­re­mos cómo la deno­mi­na­da «derro­ta de la dio­sa» está uni­da al poder mas­cu­lino de la reli­gión. Sin entrar en pre­ci­sio­nes que nos alar­ga­rían mucho, pode­mos recu­rrir aho­ra a S. Aslan cuan­do expli­ca que:

Pue­de que la caza nos hicie­ra huma­nos. Pero la agri­cul­tu­ra alte­ró para siem­pre lo que sig­ni­fi­ca ser humano. Si la pri­me­ra nos dio el domi­nio del espa­cio, la segun­da nos obli­gó a domi­nar el tiem­po, a sin­cro­ni­zar los movi­mien­tos de las estre­llas y el sol en el cie­lo agrí­co­la. La soli­da­ri­dad espi­ri­tual de la que dis­fru­tá­ba­mos con los ani­ma­les que com­par­tían con noso­tros la tie­rra se hizo exten­si­va a la tie­rra mis­ma. Deja­mos de rezar para que nos ayu­da­ran con la caza y ora­mos, en cam­bio, para que nos ayu­da­ran con la cose­cha. El cen­tro de nues­tra espi­ri­tua­li­dad se des­pla­zó del cie­lo –tra­di­cio­nal­men­te aso­cia­do con las dei­da­des pater­nas y mas­cu­li­nas– a la tie­rra como Dio­sa Madre, lo que ele­vó la posi­ción de las muje­res en la socie­dad. La fer­ti­li­dad de la tie­rra se vin­cu­ló con la fecun­di­dad de la mujer, que lle­va el mis­te­rio de la vida en su vien­tre, de modo que, como argu­men­tó el legen­da­rio his­to­ria­dor de las reli­gio­nes Mir­cea Elia­de, el tra­ba­jo físi­co de arar los cam­pos se con­vir­tió en una espe­cie de acto sexual1.

Según Xavier Musquera:

El naci­mien­to de los cul­tos feme­ni­nos gira alre­de­dor de las esta­cio­nes, las cose­chas y toda la natu­ra­le­za. Esta se divi­ni­za y se con­vier­te en madre y espo­sa. Ya des­de el perío­do del neo­lí­ti­co, la ima­gen de la Madre Tie­rra apa­re­ce repre­sen­ta­da por las lla­ma­das Venus, cuyos senos y vien­tres exa­ge­ra­da­men­te abul­ta­dos sim­bo­li­zan la fecun­di­dad de la tie­rra fér­til. Es impor­tan­te resal­tar que esta Madre Tie­rra es pre­sen­ta­da como una vir­gen. Sea cual sea el nom­bre que se le atri­bu­ya, siem­pre es la mis­ma. Repre­sen­ta las fuer­zas repro­duc­ti­vas, renue­va la vege­ta­ción, favo­re­ce las cose­chas y ofre­ce ali­men­tos al ser humano y a los ani­ma­les2.

Y pro­si­gue:

Tres mil años des­pués de que en Egip­to se ins­ti­tu­ye­ra el cul­to a Isis y a su hijo, los teó­lo­gos cris­tia­nos de Ale­jan­dría (Egip­to) die­ron títu­lo de «Madre de Dios» a la míti­ca Vir­gen María. Con ello no seguía nin­gu­na tra­di­ción o indi­ca­ción bíbli­ca, sino todo lo con­tra­rio: pro­se­guían con la muy arrai­ga­da tra­di­ción de la dio­sa paga­na del uni­ver­so. Res­pe­tar o vene­rar a la don­ce­lla judía María como madre del Mesías, según la natu­ra­le­za de la car­ne, sería correc­to y razo­na­ble, pero ado­rar­la como «Madre de Dios» es puro paga­nis­mo y supo­ne la acep­ta­ción de un dog­ma impues­to por la Igle­sia en uno de sus nume­ro­sos con­ci­lios. Isis con su hijo Horus y María con Jesús tie­nen un para­le­lis­mo más que evi­den­te (y sus res­pec­ti­vas teo­lo­gías en más de un aspec­to). Asi­ria tenía su pro­pia rei­na del cie­lo y al niño-dios, Ihs­tar-Tam­muz. Feni­cia, a Astar­té-Baal; Gre­cia, a Afro­di­ta-Eros, y Roma, a Venus-Cupi­do3.

Astar­té, Semí­ra­mis, Isis, María… dio­sas que parie­ron un hijo y que man­tu­vie­ron su vir­gi­ni­dad des­pués de su alum­bra­mien­to. Isis y la vir­gen María tie­nen al hijo en bra­zos, y fre­cuen­te­men­te esta últi­ma es pre­sen­ta­da con una mano en el pecho en signo de fer­ti­li­dad, como suce­día con Isis. Del mis­mo modo, en Egip­to y en Roma, estas dio­sas madres esta­ban ata­via­das con caras y orna­men­ta­das ves­ti­men­tas, como en la cos­tum­bre cató­li­ca de ves­tir a la vir­gen María con las mejo­res joyas: «Ase­ra, dio­sa cana­nea de la fer­ti­li­dad, apa­re­ce repre­sen­ta­da jun­to a un árbol, como suce­de con nume­ro­sas apa­ri­cio­nes de la vir­gen»4. El árbol sig­ni­fi­ca­ba –sig­ni­fi­ca– vida, fru­tos, calor o fres­cor, agua… o sea rique­za y bien­es­tar, y por eso los ejér­ci­tos inva­so­res tala­ban bos­ques ente­ros de los pue­blos inva­di­dos, para sumir­los en la extre­ma pobre­za duran­te déca­das. Pero debe­mos recor­dar que la ado­ra­ción a la fer­ti­li­dad tenía al menos tres obje­ti­vos cen­tra­les: crear fuer­za de tra­ba­jo explo­ta­ble, parir futu­ros sol­da­dos y pro­pi­ciar bue­nas cose­chas, reba­ños y pesca.

P. Rodrí­guez sos­tie­ne que en la Epo­pe­ya de la Crea­ción, escri­to alre­de­dor de ‑1750, se deta­lla el momen­to en el que los dio­ses derro­tan de mane­ra irre­ver­si­ble a las dio­sas, sim­bo­li­za­das en Tia­mat, la dio­sa ori­gi­na­ria «pre­sen­ta­da como mal­va­da y peli­gro­sa para dio­ses y huma­nos»5, dio­sa del mar, del des­or­den y del caos ori­gi­na­rio. Los dio­ses engen­dra­dos por Tia­mat quie­ren poner orden, pero le temen. Solo Mar­duk se atre­ve a luchar con­tra ella, con la con­di­ción de que si ven­ce deten­ta­rá el poder abso­lu­to y será obe­de­ci­do por los demás. Mata a Tia­mat, la par­te en dos y con la san­gre de Kin­gu, uno de los dio­ses que apo­ya­ban a Tia­mat, y el barro hace una masa con la que crea a la espe­cie huma­na. Según A. Woods:

El dios babi­ló­ni­co Mar­duk anun­ció su inten­ción de crear al hom­bre para que pres­ta­ra ser­vi­cio a los dio­ses, «para libe­rar­les» de las tareas más bajas rela­cio­na­das con el ritual del tem­plo y pro­por­cio­nar comi­da a los dio­ses. En este caso encon­tra­mos un refle­jo en la reli­gión de la reali­dad de la socie­dad de cla­ses, la huma­ni­dad esta­ba divi­di­da en dos cla­ses: arri­ba los dio­ses into­ca­bles (la cla­se domi­nan­te) y aba­jo los «can­te­ros y dibu­jan­tes de agua» (las cla­ses tra­ba­ja­do­ras). Su obje­ti­vo es dar una jus­ti­fi­ca­ción (reli­gio­sa) ideo­ló­gi­ca a la escla­vi­za­ción de la mayo­ría por par­te de la mino­ría. Y este era un hecho muy real en la vida de todas las socie­da­des anti­guas (y moder­nas): la cas­ta sacer­do­tal esta­ba libe­ra­da del tra­ba­jo y dis­fru­ta­ba de pri­vi­le­gios reales al eri­gir­se repre­sen­tan­tes físi­cos de dios sobre la tie­rra6.

La expan­sión del poder babi­ló­ni­co, la cen­tra­li­za­ción eco­nó­mi­ca y polí­ti­co-cul­tu­ral impues­ta a/​o nego­cia­da con las peque­ñas ciu­da­des-Esta­do, son los medios por los que la cla­se domi­nan­te en Babi­lo­nia impul­sa la con­cen­tra­ción reli­gio­sa alre­de­dor de un dios más pode­ro­so. V. Cher­ti­jin opi­na que:

De esta mane­ra Mar­duk se con­vier­te en el rey de los dio­ses, cuyo rei­no recuer­da mucho al orden que exis­tía enton­ces en la tie­rra. Jun­to con la divi­ni­dad supre­ma en la comu­ni­dad divi­na actúa el con­se­jo de los «gran­des dio­ses» ancia­nos que «deci­den los des­ti­nos». Entre los miem­bros de este con­se­jo encon­tra­mos a dio­ses ya cono­ci­dos: Anu, Enlil, Sin y otros.

No obs­tan­te, los sacer­do­tes y los gober­na­do­res de Babi­lo­nia no se con­ten­tan con decla­rar a Mar­duk el dios supre­mo, crea­dor del mun­do y de los hom­bres. Se lle­va a cabo una ulte­rior ela­bo­ra­ción mono­teís­ta de esta ima­gen. A media­dos del pri­mer mile­nio antes de Cris­to, duran­te el lla­ma­do rei­no neo­ba­bi­ló­ni­co, se da un paso sig­ni­fi­ca­ti­vo hacia el mono­teís­mo. A Mar­duk se le repre­sen­ta como la encar­na­ción de todos los demás dio­ses y dio­sas, como el por­ta­dor de sus cua­li­da­des y el eje­cu­tor de sus tareas7.

El todo­po­de­ro­so Mar­duk des­apa­re­ció del pan­teón de los gran­des dio­ses de la Anti­güe­dad por razo­nes estric­ta­men­te mate­ria­les: la des­truc­ción del impe­rio que le había aupa­do. La his­to­ria es tedio­sa­men­te repe­ti­ti­va en esta lec­ción inne­ga­ble: dio­ses peque­ños, loca­les, son aupa­dos al ran­go supre­mo por las luchas socia­les, por las pre­sio­nes eco­nó­mi­cas, pero fun­da­men­tal­men­te por la vio­len­cia y la gue­rra, y lue­go, al cabo de los siglos, caen derro­ca­dos por otros dio­ses, o sub­su­mi­dos en otras reli­gio­nes como sub-dio­ses, como «san­tos» o como «dia­blos».

Pese a esta derro­ta de la dio­sa, la vic­to­ria del dios es incier­ta, inse­gu­ra. Tie­ne razón P. Rodrí­guez cuan­do tras deta­llar cómo el poder mas­cu­lino ha que­ri­do expul­sar a la dio­sa, sin embar­go, ocu­rre que:

La para­do­ja, de nue­vo, fue que el dios ofi­cial del poder mas­cu­lino jamás pudo eli­mi­nar del todo el cul­to a la Dio­sa, que ha per­vi­vi­do entre las capas popu­la­res del mun­do occi­den­tal aga­za­pa­do bajo las his­to­rias míti­cas de per­so­na­jes como la Vir­gen María y algu­nas san­tas cató­li­cas, o en las leyen­das de hadas y bru­jas de todas cla­ses. Unas y otras, tras el pro­ce­so de apro­pia­ción de las facul­ta­des mági­cas de lo feme­nino por el varón, que­da­ron atra­pa­das como som­bras ino­cuas, aun­que más o menos dig­nas, de lo que fue el pasa­do esplen­dor de la Dio­sa8.

La resis­ten­cia de la «dio­sa» no se rea­li­za solo en el mun­do occi­den­tal. Si las cin­co reli­gio­nes abru­ma­do­ra­men­te mayo­ri­ta­rias en cuan­to a adep­tos ata­can con fie­re­za a las muje­res, es por­que las reli­gio­nes ven que la «dio­sa» no se rin­de, y por eso redo­blan sus ata­ques con­tra ella. A raíz de su esplén­di­da crí­ti­ca cine­ma­to­grá­fi­ca a las per­se­cu­cio­nes de la sexua­li­dad feme­ni­na que rea­li­zan el hin­duis­mo, el budis­mo, el judaís­mo, el cris­tia­nis­mo y el isla­mis­mo, Bár­ba­ra Miller res­pon­de así a la pre­gun­ta de Bego­ña Piña:

Hay tex­tos en esas cin­co reli­gio­nes que deter­mi­nan que el cuer­po feme­nino es la razón de todos los peca­dos del mun­do. Son tex­tos que dicen que las muje­res somos las res­pon­sa­bles de todo lo malo que ocu­rre en el mun­do. No es solo Eva sedu­cien­do a Adán, pero ¡si solo le esta­ba dan­do a mor­der de una man­za­na! Es algo que está en reli­gio­nes de todo el mun­do […] Es ver­dad que las reli­gio­nes han abu­sa­do de la mujer y han dicho que las muje­res vale­mos menos que los hom­bres. En nom­bre de la reli­gión se han come­ti­do muchos crí­me­nes con­tra las muje­res. Y habría que hablar tam­bién del abor­to y de cómo se usa la reli­gión en con­tra y de muchas cosas más9.

Uno de los peo­res crí­me­nes que las reli­gio­nes han come­ti­do con­tra las muje­res es el de decla­rar­les «impu­ras» y exi­gir­les deter­mi­na­dos com­por­ta­mien­tos en su vida y en su par­ti­ci­pa­ción en los ritos reli­gio­sos, en espe­cial en los momen­tos cru­cia­les del sacri­fi­cio, exi­gen­cias mucho más duras que las impues­tas a los hom­bres. La «impu­re­za» de la mujer vie­ne des­de los pri­me­ros momen­tos del poder patriar­cal. Vic­to­ria Sau nos recuerda:

La mens­trua­ción como sím­bo­lo de «impu­re­za» y «sucie­dad» se encuen­tra en todas las cul­tu­ras y, como dice Mary Dou­glas, tie­ne por obje­ti­vo poner a la per­so­na en situa­ción mar­gi­nal. Los peli­gros que los hom­bres atri­bu­yen a la con­ta­mi­na­ción jus­ti­fi­can la seve­ri­dad con que se apar­ta a las muje­res de acti­vi­da­des eco­nó­mi­cas, polí­ti­cas y reli­gio­sas. La con­no­ta­ción malig­na o mal­sa­na de la san­gre mens­trual ha sido y es una bue­na excu­sa para el pue­blo judío y para tan­tas reli­gio­nes de Orien­te para apar­tar a las muje­res del sacer­do­cio, ya que no podría cum­plir debi­da­men­te sus fun­cio­nes pues­to que algu­nos días no pue­de entrar en el tem­plo. Los rabi­nos no obser­van el celi­ba­to, pero tie­nen otros medios para apar­tar a las muje­res del minis­te­rio de su igle­sia. Ya en la anti­gua Roma las muje­res mens­truan­tes no podían asis­tir a los ser­vi­cios reli­gio­sos ni a algu­nos espec­tácu­los públi­cos que tenían este carác­ter10.

Brian Morris ha resu­mi­do las tesis de Mary Dou­glas sobre las estric­tas regu­la­cio­nes del rito del sacri­fi­cio que impo­ne la Biblia hebrea par­tien­do de la tesis de que «la idea domi­nan­te en los sacri­fi­cios no era la de la ofren­da a Dios, más bien se tra­ta­ba de un acto de comu­nión en el que Dios y sus ado­ra­do­res se unían al par­ti­ci­par jun­tos del cuer­po y la san­gre de la víc­ti­ma sagra­da. Sin embar­go, hay que notar que la expre­sión más carac­te­rís­ti­ca que se usa en rela­ción con el sacri­fi­cio es la de –“expia­ción” – , reco­brar para las per­so­nas, por así decir­lo, el libre acce­so a Yah­weh»11.

Eran seis las exi­gen­cias que debían cum­plir­se para que el sacri­fi­cio fue­ra efec­ti­vo: una, que el ani­mal fue­ra puro y sin defec­tos; dos, que fue­ra el pri­me­ro de su cama­da, fue­se de hom­bre o de ani­mal; tres, que fue­ra ani­mal de gran­ja, por­que la caza era impu­ra; cua­tro, que la gra­sa y la car­ne del ani­mal sacri­fi­ca­do per­te­ne­ce a Yah­veh; cin­co, que la car­ne sacri­fi­ca­da era sagra­da y san­ta, solo apta para las per­so­nas puras; y seis, todos los ani­ma­les de gran­ja han de ser muer­tos en sacri­fi­cio y lle­va­dos al tem­plo, al taber­nácu­lo. Para los hebreos lo puro/​impuro deter­mi­na­ba toda la vida social: «Se con­si­de­ra­ba que una mujer era impu­ra duran­te sie­te días des­pués del naci­mien­to de un hijo y no le esta­ba per­mi­ti­do tocar “obje­tos sagra­dos” ni entrar en el san­tua­rio. La lepra y los perío­dos mens­trua­les eran igual­men­te obje­to de creen­cias y res­tric­cio­nes simi­la­res»12.

Des­de sus pri­me­ras prác­ti­cas his­tó­ri­cas, los ritos reli­gio­sos deben ser pre­ci­sos y siem­pre siguien­do un plan meticu­losa­men­te ela­bo­ra­do. Las muje­res, reli­gio­sa y social­men­te decla­ra­das como «impu­ras», pue­den malo­grar el éxi­to del ritual por­que pue­den con­ta­mi­nar todo el pro­ce­so de ofren­da a los dio­ses. La deter­mi­na­ción socio-reli­gio­sa es aquí fun­da­men­tal: «El sus­tra­to del sis­te­ma sim­bó­li­co son las rela­cio­nes socia­les […]. Los espí­ri­tus median entre el hom­bre y el mun­do ani­mal, pues solo si se prac­ti­ca el ritual correc­ta­men­te y las rela­cio­nes huma­nas son pací­fi­cas ten­drán los hom­bres éxi­to en la caza y las muje­res serán fecun­das como los ani­ma­les»13.

Se deba­te sobre si los pue­blos con eco­no­mías muy poco desa­rro­lla­das, con muy poco exce­den­te social, podían rea­li­zar sacri­fi­cios dila­pi­dan­do lo esca­so que tenían acu­mu­la­do. Se dice que las tri­bus nóma­das del nor­te y del sur de Amé­ri­ca no lo hacían, pero esta tesis olvi­da que hay una for­ma espe­cial­men­te dura, feroz, de mos­trar sumi­sión a lo sobre­na­tu­ral: el auto­sa­cri­fi­cio, la auto­fla­ge­la­ción, la auto tor­tu­ra que estos y otros pue­blos prac­ti­can, sean pobres o ricos. Toka­rev, autor al que aho­ra recu­rri­mos, sos­tie­ne que sí se rea­li­za­ban «sacri­fi­cios huma­nos, en que los indios ofren­da­ban a los ele­men­tos y fenó­me­nos de la natu­ra­le­za (sol, vien­to, estre­llas, etc.), no solo sus obje­tos, sino tam­bién vidas huma­nas»14.

Pero cuan­do los gru­pos huma­nos logran una deter­mi­na­da capa­ci­dad de pro­duc­ción de exce­den­te agrí­co­la, tien­de a apa­re­cer el sacri­fi­cio humano muy uni­do al cul­to agrario:

Ha lle­ga­do a nues­tras manos la des­crip­ción del sacri­fi­cio de una joven de la tri­bu nor­te­ame­ri­ca­na pani (paw­nee). Según el narra­dor, el cuer­po de la mucha­cha fue des­pe­da­za­do, los peda­zos dis­per­sa­dos por los cam­pos y ente­rra­dos, y la san­gre rocia­da en las semen­te­ras. Así pen­sa­ban los indios ase­gu­rar su cose­cha con la san­gre huma­na sacri­fi­ca­da15.

Toka­rev pro­si­gue deta­llan­do cómo la tri­bu de los man­dan (Nor­te­amé­ri­ca) ado­ra­ba a una mujer míti­ca pro­tec­to­ra de la agri­cul­tu­ra del maíz y de la caza del bison­te, a la que lle­va­ban semi­llas de maíz. El desa­rro­llo de la agri­cul­tu­ra en Euro­pa tam­bién aña­dió un con­te­ni­do sim­bó­li­co nue­vo al cani­ba­lis­mo que se prac­ti­ca­ba des­de hace al menos 900.000 años. En el ‑IV mile­nio los sacri­fi­cios fue­ron corrien­tes: dos niñas sacri­fi­ca­das en Sigers­dal (Dina­mar­ca) hacia ‑3500; cani­ba­lis­mo en el dol­men de Fosier, Sue­cia, con vein­ti­dós víc­ti­mas con sus crá­neos frac­tu­ra­dos y que­ma­dos deli­be­ra­da­men­te16.

La auto tor­tu­ra, el auto­sa­cri­fi­cio es par­te del cul­to sacri­fi­cial por­que la per­so­na se fla­ge­la así mis­ma que­rién­do­se infrin­gir dolor que sea gra­to al dios, al amo. En el cris­tia­nis­mo cató­li­co la auto­fla­ge­la­ción fue nor­ma­li­za­da en los con­ven­tos medie­va­les, jun­to con otras «dis­ci­pli­nas» que mor­ti­fi­ca­ban el «espí­ri­tu», algu­nas de las cua­les eran par­te de la «con­tem­pla­ción mís­ti­ca». Hacia 1260 sur­gió el movi­mien­to de los fla­ge­lan­tes17, que se expan­dió con la pes­te de 1348 y que empe­zó a decli­nar en una épo­ca tan tar­día como la mitad del siglo XV, des­pués de que fue­ra con­de­na­da en el con­ci­lio de Cons­tan­za de 1414 – 1418. El auto­sa­cri­fi­cio se prac­ti­ca de múl­ti­ples for­mas en todas las reli­gio­nes, des­de el sacri­fi­cio de no comer duran­te el rama­dán musul­mán, o no comer car­ne en sema­na san­ta, por no hablas de los cua­si infi­ni­tos tabúes judíos, has­ta las «dis­ci­pli­nas» de los mís­ti­cos y la mor­ti­fi­ca­ción del cuer­po, que es la «volun­tad de entre­ga por la cual las cosas son minus­va­lo­ra­das fren­te a Dios y que tie­ne como signo externo la renun­cia ascé­ti­ca a las cosas terre­na­les»18. La mor­ti­fi­ca­ción, que pue­de lle­gar al pla­cer sado­ma­so­quis­ta, se prac­ti­ca en la actua­li­dad19, para con­tro­lar las «ten­den­cias des­or­de­na­das»20.

Com­pren­di­do esto, debe­mos expli­car más en deta­lle qué es el sacri­fi­cio, sin caer en abso­lu­ti­za­cio­nes peli­gro­sa como la M. Onfray, que, rizan­do el rizo, sos­tie­ne que:

Las civi­li­za­cio­nes se cons­ti­tu­yen con la pul­sión de muer­te. La san­gre de los sacri­fi­cios, el chi­vo emi­sa­rio y la fun­da­ción de la socie­dad con un ase­si­na­to ritual son algu­nas de las sinies­tras inva­rian­tes socia­les. El exter­mi­nio judío de los cana­neos, la cru­ci­fi­xión cris­tia­na del Mesías, la jihad musul­ma­na del Pro­fe­ta, hicie­ron correr la san­gre que ben­di­ce y san­ti­fi­ca la cau­sa mono­teís­ta. Inmer­sio­nes pri­mi­ti­vas, mági­cas, degüe­llo de víc­ti­mas pro­pi­cia­to­rias, ya sea hom­bres, muje­res o niños, lo pri­mi­ti­vo sub­sis­te en lo pos­mo­derno, lo ani­mal per­du­ra en el hom­bre y la bes­tia aún vive en el homo sapiens21

Evi­tan­do por tan­to estos erro­res, empe­ce­mos por una defi­ni­ción asép­ti­ca que nos dice que el sacri­fi­cio «cons­ti­tu­ye una sig­ni­fi­ca­ción uni­ver­sal de la acti­tud reli­gio­sa. Con­sis­te en esta­ble­cer una comu­nión entre los seres huma­nos y un dios o dio­ses por medio de una ofren­da o víc­ti­ma. El ofre­ci­mien­to de algo sen­si­ble es algo esen­cial a la noción de sacri­fi­cio […] En la reli­gión cris­tia­na, sobre el ele­men­to cons­ti­tui­do por el hecho de la pasión y resu­rrec­ción de Jesu­cris­to se cons­tru­ye un con­cep­to de sacri­fi­cio que uti­li­za cate­go­rías judías y hele­nís­ti­cas, y según el cual el úni­co sacri­fi­cio cruen­to de la cruz se repro­du­ce en for­ma mis­te­rio­sa en el rito cere­mo­nial de la misa»22.

En este tex­to que cita­mos, se deta­llan cua­tro for­mas bási­cas y dos secun­da­rias de sacri­fi­cio: la ado­ra­ción, en el que se uti­li­za una pri­mi­cia natu­ral para pos­trar­se ante la «sobe­ra­nía de dios»; la impe­tra­ción, o peti­ción de favo­res que si se cree exi­to­so pue­de dar pie a la magia; la expia­ción, que bus­ca el per­dón y que para obte­ner­lo pue­den ofre­cer sacri­fi­cios cruen­tos, con san­gre y muer­te de la víc­ti­ma, y que tie­ne rela­ción con el ani­mis­mo; y la de acción de gra­cias, rito típi­co de las reli­gio­nes desa­rro­lla­das. Y las dos for­mas secun­da­rias: el con­vi­te sagra­do, en el que par­ti­ci­pan otros asis­ten­tes, y el memo­rial que recuer­da el sacri­fi­cio pri­mor­dial y sal­ví­fi­co, for­ma típi­ca de las reli­gio­nes mis­té­ri­cas del helenismo.

Debe­mos com­ple­tar la pobre­za de esta defi­ni­ción aca­dé­mi­ca, con apor­ta­cio­nes más ricas en con­te­ni­do. Por ejem­plo, con las tres citas que siguen y que, a nues­tro enten­der, sin­te­ti­zan lo esen­cial del sacri­fi­cio. Una es esta:

Antes que ofren­das mate­ria­les, los dio­ses exi­gen de los huma­nos la sumi­sión, el reco­no­ci­mien­to explí­ci­to de su inmen­so poder. Por ello, los sacri­fi­cios son prin­ci­pal­men­te una for­ma de humi­lla­ción. El donan­te, sea indi­vi­duo o con­gre­ga­ción, aca­ta el impe­rio sobre­na­tu­ral median­te la inmo­la­ción de una víc­ti­ma que es su repre­sen­ta­ción, es decir, se decla­ra dis­pues­to a entre­gar lo más valio­so que posee: la vida. Dicho de otra mane­ra, acep­ta el hecho de que su exis­ten­cia físi­ca la debe y per­te­ne­ce a los dio­ses. A cam­bio de este acto de humil­dad y por inter­me­dio del sacer­do­te sacri­fi­ca­dor, espe­ra obte­ner algo de la fuer­za y la pure­za que ema­nan de lo sagra­do23.

La segun­da dice así:

El sacri­fi­cio humano, como el de cual­quier otro ele­men­to inma­cu­la­do, devuel­ve a los dio­ses una par­te de sí mis­mos, los enri­que­ce y per­fec­cio­na, cie­rra el círcu­lo ini­cia­do con la incor­po­ra­ción del supre­mo hace­dor a sus cria­tu­ras en el ins­tan­te de la crea­ción. Los mitos afir­man que los dio­ses exter­mi­na­ron a los pri­me­ros hom­bres por sus des­afec­tos, es decir, por sus peca­dos; el sacri­fi­cio cobra des­de ese pun­to de vis­ta todo el sen­ti­do de la máxi­ma ofren­da expia­to­ria, satis­fa­ce la deu­da con­traí­da con la divi­ni­dad por infrin­gir las reglas mora­les median­te el pago subli­me de una por­ción de su obra24.

Y la tercera:

Por para­dó­ji­co que se vea, la cer­te­za de los sacri­fi­cios huma­nos era un antí­do­to con­tra la inse­gu­ri­dad y la angus­tia, y por eso no podía pro­du­cir más que feli­ci­dad y ale­gría, el mis­mo tipo de gozo men­tal que se ha aso­cia­do insis­ten­te­men­te con los már­ti­res cris­tia­nos […] La muer­te adqui­ría pues la mayor den­si­dad del sig­ni­fi­ca­do, era cier­ta­men­te morir por algo, inte­grar el más sinies­tro y pavo­ro­so de los fenó­me­nos en la inefa­ble cate­go­ría de lo sagra­do, afian­zan­do por su media­ción el sen­ti­mien­to de la vida en colec­ti­vi­dad25.

Un rigu­ro­so estu­dio colec­ti­vo sobre creen­cias y reli­gio­nes comien­za su expo­si­ción con unas pala­bras sobre los sacri­fi­cios que, por su valor, vamos a repro­du­cir al completo:

Un sacri­fi­cio vie­ne a ser la des­truc­ción de algo valio­so en favor de los dio­ses o el Dios, pero no tan­to su des­truc­ción, que a veces se rea­li­za de hecho, como la renun­cia a la uti­li­za­ción de la ofren­da. Des­truir algo es un home­na­je a los dio­ses o a las fuer­zas que domi­nan la Natu­ra­le­za, en el que se imi­ta su acción des­truc­ti­va y se le devuel­ve algo que se le había arre­ba­ta­do con­vir­tién­do­lo en útil, fue­ra como bien de uso, fue­ra como mer­can­cía. Pues bien, hay que sub­ra­yar que lo que lla­ma la aten­ción en los dio­ses es su terri­ble acti­vi­dad des­truc­ti­va, esto, mucho más que su bien­ha­cer, es lo que les caracteriza.

En el sacri­fi­cio, hay tam­bién mucho de inter­cam­bio o true­que: se entre­ga una espe­cie de tri­bu­to a cam­bio de la supre­sión de la vio­len­cia ani­qui­la­do­ra, se inten­ta apla­car las terri­bles fuer­zas des­truc­to­ras natu­ra­les o divi­nas. ¿Qué que­rrán –se dice– estas fuer­zas devas­ta­do­ras? Sin duda, lo más pre­cio­so de lo nues­tro, lo que todos desean: una joven vir­gen, un pri­mo­gé­ni­to o algo de gran valor.

Por otro lado, el pla­cer-horror, que la cere­mo­nia pro­du­ce en los asis­ten­tes, con­tri­bu­ye tam­bién a su man­te­ni­mien­to: el goce per­ver­so de ver morir a otros o de con­tem­plar la des­truc­ción de algo valio­so es el goce reser­va­do a los dio­ses y for­ma par­te de las fan­ta­sías naci­das de las frus­tra­cio­nes y repre­sio­nes que la socie­dad impone.

Por últi­mo, con­tem­plar la des­truc­ción de lo valio­so, celo­sa­men­te guar­da­do y tra­ba­jo­sa­men­te con­se­gui­do, pro­du­ce una libe­ra­ción catár­ti­ca del terri­ble peso que supo­ne la tarea cons­cien­te de con­se­guir­lo y pre­ser­var­lo. La víc­ti­ma es un sím­bo­lo: es siem­pre algo valio­so que actúa como sus­ti­tu­to de otras cosas valio­sas o de lo valio­so en general.

En sín­te­sis, tene­mos que el sacri­fi­cio no solo sir­ve para comer­ciar con el más allá, sino que el mis­mo acto de des­truir pro­du­ce pla­cer, sen­sa­ción de poder, pues equi­pa­ra o acer­ca a los dio­ses, cuya esen­cia es el poder des­truc­tor y, en últi­ma ins­tan­cia, satis­fa­ce oscu­ros deseos de agre­sión y des­truc­ción fuer­te­men­te repri­mi­dos por las nor­mas socia­les26.

Los auto­res pro­si­guen expli­can­do que el sacri­fi­cio exi­gía una serie de ritos que debían ser diri­gi­dos por per­so­nas con una espe­cial capa­ci­ta­ción para esa tarea: las bru­jas y los sacer­do­te­se­ran los gru­pos más repre­sen­ta­ti­vos de entre los que hacían los sacri­fi­cios. Fue­ron en los gran­des Esta­dos como Egip­to y Meso­po­ta­mia en don­de pri­me­ro apa­re­ció la cas­ta sacer­do­tal: eran socie­da­des que nece­si­ta­ban una efec­ti­va orga­ni­za­ción para estu­diar el cli­ma, las mareas de los ríos, los rega­díos y las pre­sas de agua, las cose­chas, los gana­dos, el alma­ce­na­je del grano, los ejér­ci­tos y los impues­tos… y la com­ple­ja admi­nis­tra­ción que todo ello exi­gía. Nada de eso se logra­ba sin:

Un poder cen­tra­li­za­do, con gran capa­ci­dad de con­vo­ca­to­ria o coer­ción y con una mino­ría inte­lec­tual, libe­ra­da de los tra­ba­jos agrí­co­las y domés­ti­cos, para su con­sa­gra­ción al estu­dio y con­trol de las fuer­zas natu­ra­les y sobre­na­tu­ra­les. Estos pri­me­ros sacer­do­tes goza­ban de una ele­va­da posi­ción social en la que se entre­mez­cla­ban fun­cio­nes reli­gio­sas, cien­tí­fi­cas, téc­ni­cas y polí­ti­cas. Este gru­po social, estre­cha­men­te vin­cu­la­do al poder y a unos obje­ti­vos polí­ti­co-eco­nó­mi­cos, vivía, por nece­si­da­des de su for­ma­ción y ocu­pa­cio­nes, sepa­ra­do de la pobla­ción y con una orga­ni­za­ción inter­na y unas nor­mas de vida dife­ren­tes al res­to de la socie­dad27.

La correc­ción de estas pala­bras vie­ne demos­tra­da por los sacri­fi­cios huma­nos que se rea­li­za­ban en Meso­amé­ri­ca, don­de las ofren­das de san­gre huma­na a los dio­ses eran prac­ti­ca­das en Meso­amé­ri­ca al menos des­de los olme­cas, des­de el ‑1200, y lue­go por todos los pue­blos de la zona, estan­do pro­fun­da­men­te incrus­ta­das en la reli­gión maya. Para estos cultos:

La san­gre es la sus­tan­cia vital por exce­len­cia, gene­ra­do­ra o sus­ten­ta­do­ra de vida, y por tan­to es la ofren­da mejor, la que sir­ve de ali­men­to a los dio­ses. La vida de las divi­ni­da­des cues­ta un poco de la vida de los huma­nos, así se pro­du­ce el víncu­lo que impul­sa la armo­nía cós­mi­ca, los pode­res que for­man el uni­ver­so nece­si­tan de los hom­bres para for­ta­le­cer­se y sobrevivir

[…]

Los ritos de san­gre tie­nen un nota­ble com­po­nen­te mís­ti­co-maso­quis­ta, de entre­ga y unión-comu­ni­ca­ción con el dios. Y eran pre­fe­ren­te­men­te los miem­bros de la reale­za, los nobles y sacer­do­tes, los que se entre­ga­ban con mayor pasión a la dolo­ro­sa tor­tu­ra, sin duda por­que su sacri­fi­cio resul­ta­ba mucho más efi­caz y valio­so, y tam­bién por el deseo de alcan­zar situa­cio­nes de éxta­sis en las que poder ave­ri­guar los desig­nios divi­nos, dan­do legi­ti­ma­ción simul­tá­nea­men­te a las posi­cio­nes y car­gos que desem­pe­ña­ban en el entra­ma­do social28.

Ofren­dar a los dio­ses «algo valio­so» a cos­ta de su dis­fru­te por la comu­ni­dad cuan­do eso valio­so pue­de resol­ver pro­ble­mas bási­cos como la ali­men­ta­ción, o a cos­ta de dolo­res psi­co­fí­si­cos, es una iden­ti­dad del sacri­fi­cio que mues­tra el con­te­ni­do nega­ti­vo de las reli­gio­nes. Por ejem­plo, nos hace­mos una idea del ingen­te gas­to impro­duc­ti­vo de bie­nes cuan­do nos ente­ra­mos que apro­xi­ma­da­men­te hacia ‑2500, como refe­ren­cia, en Meso­po­ta­mia se ado­ra­ban a unos 3.600 dio­ses y dio­sas29, con sus gas­tos de cul­to corres­pon­dien­tes. Un dre­na­je de bie­nes esca­sos, y por ello vita­les para paliar en algo las con­di­cio­nes muy incier­tas de super­vi­ven­cia, en bene­fi­cio de la mino­ría domi­nan­te solo podía garan­ti­zar­se median­te el palo, la vio­len­cia y la zanaho­ria, la creen­cia en algo que com­pen­sa­ba tan­ta renuncia.

Los 3.600 dio­ses y dio­sas ni apa­re­cie­ron todos a la vez en un solo día, ni tam­po­co des­apa­re­cie­ron del mis­mo modo. Fue un lar­go pro­ce­so: en la tum­ba de la rei­na Shub-ad o Pu-abi, de la épo­ca de Ur entre ‑2850 y ‑2340, se encon­tra­ron cin­cuen­ta y nue­ve cuer­pos casi todos de mujer, unos pocos hom­bres y dos carros tira­dos por bue­yes, todos sacri­fi­ca­dos30. Pero a la lar­ga, tan­to mal­gas­to irra­cio­nal e impro­duc­ti­vo ter­mi­na­ba por gene­rar dudas sobre si no era mejor ir redu­cien­do el valor eco­nó­mi­co y sen­ti­men­tal de los bie­nes esca­sos sacri­fi­ca­dos; al fin y al cabo, los dio­ses podían con­ten­tar­se con menos y como dice el refra­ne­ro cató­li­co: «el muer­to al hoyo y el vivo al bollo».

Nos hace­mos una idea muy cla­ra de cómo el desa­rro­llo socio­eco­nó­mi­co empe­za­ba a exi­gir un aho­rro en el dis­pen­dio de bie­nes en los actos reli­gio­sos, cuan­do des­cu­bri­mos que para comien­zos del ‑I mile­nio, la cla­se domi­nan­te egip­cia ya emplea­ba los medios de comu­ni­ca­ción enton­ces dis­po­ni­bles para cap­tu­rar a los escla­vos hui­dos. En el Museo Bri­tá­ni­co «se con­ser­va el pri­mer anun­cio que hace 3.000 años se ori­gi­nó en Tebas para bus­car a un escla­vo per­di­do o hui­do»31. El valor eco­nó­mi­co del escla­vo acon­se­ja­ba gas­tar algo de dine­ro en el avi­so para su cap­tu­ra. Pero en otra socie­dad enton­ces más atra­sa­da que la teba­na, la grie­ga, se sacri­fi­ca­ban ado­les­cen­tes en el altar de Zeus hace 3.000 años32. En la mis­ma épo­ca, en Israel, país en que el sacri­fi­cio de niños fue una prác­ti­ca muy fre­cuen­te, por razo­nes obvias –con­ser­va­ción de la fuer­za de tra­ba­jo, nece­si­dad de sol­da­dos, etc. – , se pasó a sacri­fi­car ani­ma­les, cos­tum­bre que solo des­apa­re­ció con la des­truc­ción de Jeru­sa­lén en el año ‑70: la cere­mo­nia per­vi­vió, pero ya com­ple­ta­men­te mer­can­ti­li­za­da, pues des­de enton­ces el «sacri­fi­cio» con­sis­tía en pagar cin­co siclos al sacer­do­te33.

La mer­can­ti­li­za­ción del sacri­fi­cio, o mejor dicho la reduc­ción de cos­tos, pero man­te­nien­do los bene­fi­cios o inclu­so aumen­tán­do­los, se ins­cri­bía en el ascen­so de la eco­no­mía mer­can­til y dine­ra­ria, por tan­to, en el len­to des­pla­za­mien­to de la eco­no­mía del true­que por la eco­no­mía cen­tra­da en la ley del valor, ya esta­ble­ci­da en el siglo ‑I, aun­que no domi­nan­te en sen­ti­do abso­lu­to. La evo­lu­ción del sacri­fi­cio judío mues­tra per­fec­ta­men­te cómo la reali­dad socio­eco­nó­mi­ca deter­mi­na siem­pre la volun­tad de los dio­ses: como ter­mi­nó sien­do impro­duc­ti­vo sacri­fi­car niños y niñas ya que sur­gían nece­si­da­des peren­to­rias que exi­gían hacer­los pro­duc­ti­vos, se pasó a sacri­fi­car ani­ma­les no huma­nos, has­ta que las cla­ses domi­nan­tes com­pren­die­ron que, en el con­tex­to del ‑70, les era mucho más ren­ta­ble cobrar cin­co siclos y seguir explo­tan­do a los ani­ma­les no huma­nos y humanos.

La mer­can­ti­li­za­ción de los ritos no fue una adap­ta­ción de la lla­ma­da «super­es­truc­tu­ra» ideo­ló­gi­ca a la «estruc­tu­ra» eco­nó­mi­ca, sino una pura dia­léc­ti­ca de la tota­li­dad social, tal como lo expli­ca G. Bueno:

La apa­ri­ción de los tem­plos, por ejem­plo, la apa­ri­ción de los espe­cia­lis­tas reli­gio­sos, de cere­mo­nia­les y dog­má­ti­cas que irán incor­po­ran­do, cada vez más den­sa­men­te, con­te­ni­dos mora­les y cos­mo­ló­gi­cos (mapas del mun­do mito­ló­gi­cos, pero fun­da­men­tal­men­te adap­ta­dos a las nue­vas situa­cio­nes) e inter­vi­nien­do en la vida fami­liar y polí­ti­ca, no pue­den redu­cir­se a la con­di­ción de «meras super­es­truc­tu­ras» de los nue­vos modos de pro­duc­ción. For­man par­te del pro­pio pro­ce­so real de la evo­lu­ción huma­na y a par­tir de este pro­ce­so evo­lu­ti­vo, los «mapas del mun­do» gra­cias a los cua­les las mis­mas for­mas de pro­duc­ción mate­rial pudie­ron desa­rro­llar­se tal como lo hicie­ron, y no de otro modo34.

Natu­ral­men­te, dios se adap­ta­ba a estos cam­bios por­que aho­ra inclu­so salía ganan­do, ya que el nue­vo feti­che, el dine­ro, los cin­co siclos, tenían mucha más efi­ca­cia alie­na­do­ra mate­rial y sim­bó­li­ca. Mien­tras el dios judío se vol­vía finan­cie­ro, den­tro de su casa se ges­ta­ba una esci­sión de la que, tras múl­ti­ples pug­nas, sur­gi­ría el dios ofi­cial cris­tiano, tam­bién mar­ca­do por la inhu­ma­ni­dad sacrificial:

Hay muchas prue­bas de que la his­to­ria de Jesu­cris­to se con­for­ma a con­cep­tos «tra­di­cio­na­les» rela­cio­na­dos con el sacri­fi­cio […] En los muchos cul­tos del sal­va­dor que mue­re prac­ti­ca­dos en el anti­guo Orien­te Pró­xi­mo, la deses­pe­ra­ción de la gran Dio­sa Madre que llo­ra a su aman­te per­di­do, seña­la­ba el decli­nar esta­cio­nal de la natu­ra­le­za y la nue­va ger­mi­na­ción de las semi­llas […] No solo la pasión de Jesu­cris­to está rela­cio­na­da con estas tra­di­cio­nes, sino que la pro­pia euca­ris­tía se pres­ta a dos inter­pre­ta­cio­nes. La comi­da cere­mo­nial que se cele­bra­ba por la noche era un ritual judío y en los pri­me­ros tiem­pos la nue­va repre­sen­ta­ción de la Últi­ma Cena era pro­ba­ble­men­te más una fies­ta fami­liar y amis­to­sa entre los cris­tia­nos que un acto rela­cio­na­do con el sacri­fi­cio. Pero otros aspec­tos de la euca­ris­tía pro­vie­nen direc­ta­men­te del paga­nis­mo. Este acto cen­tral de la litur­gia cris­tia­na lle­va el sello de los sacri­fi­cios que seña­la­ban el eterno retorno del ser divino, inmo­la­do al prin­ci­pio de los tiem­pos y con­ver­ti­do en ali­men­to antes de resur­gir del mun­do infe­rior. El pan tro­cea­do recuer­da a la víc­ti­ma des­cuar­ti­za­da, ya sea Osi­ris, ya sea un toro que se des­pe­da­za­ba y comía en los fre­né­ti­cos ritos de Dionisos.

Has­ta cier­to pun­to Jesús es el cor­de­ro pas­cual y el hijo sal­va­dor de la Dio­sa Madre, ya como Osi­ris, Tamuz o Atis […] Toma­do en su con­jun­to, el rela­to cris­tiano tie­ne más en común con el Pró­xi­mo Orien­te que con los judíos de Pales­ti­na, pese a todos los ele­men­tos indí­ge­nas que poda­mos hallar en cuan­to a la crian­za y ante­ce­den­tes judíos de Jesu­cris­to. El sal­va­dor sacri­fi­ca­do nada tie­ne que ver con el mili­tan­te Mesías, cuyo des­tino no era la muer­te en la cruz, sino el triun­fo en el cam­po de bata­lla35.

Como hemos vis­to, el cris­tia­nis­mo repro­du­jo bar­ba­ri­da­des sacri­fi­cia­les, la auto tor­tu­ra, la fla­ge­la­ción y las dis­ci­pli­nas, y sobre todo el cani­ba­lis­mo ritual. Pero tam­bién acep­tó la lec­ción judía de mer­can­ti­li­zar a dios, a la que vol­ve­re­mos des­pués de res­pon­der a la pre­gun­ta: ¿Y el islam? La reli­gión musul­ma­na tam­bién uti­li­za el sacri­fi­cio humano como arma de poder y aun­que haya recha­za­do el sig­ni­fi­ca­do de la últi­ma cena y de la euca­ris­tía, sigue ape­ga­da a su base primera:

La ver­sión corá­ni­ca de la Ake­dah es que Abrahán inten­tó sacri­fi­car a otro hijo, lla­ma­do Ismael, jun­to a La Meca. Pues­to que Ismael se con­vir­tió en padre de los pue­blos ará­bi­gos tan­to en la Biblia hebrea como en el Corán, Maho­ma se apro­pió del sacri­fi­cio fun­da­cio­nal judai­co para sus tri­bus del desier­to y para su pro­pio lugar ances­tral de pere­gri­na­ción, La Meca.

El deseo casi deses­pe­ra­do de judíos, cris­tia­nos y musul­ma­nes de afir­mar el poder sal­ví­fi­co de un lejano acon­te­ci­mien­to acae­ci­do en el mon­te Moriah mues­tra con qué fuer­za está arrai­ga­da en los sub­cons­cien­tes reli­gio­sos la idea de un sacri­fi­cio humano como fun­da­ción del orden social36.

Patrick Tier­ney tam­bién enu­me­ra los dio­ses, semi­dio­ses y héroes de muchas cul­tu­ras y reli­gio­nes rela­cio­na­dos con el sacri­fi­cio humano: el gue­rre­ro hebreo Jef­té, el rey Mesa de Moab, los grie­gos Aga­me­nón y Mean­dro, el inca Caque Poma… sacri­fi­ca­ban niñas a los dio­ses para ganar bata­llas y para obte­ner al menos cua­tro obje­ti­vos bene­fi­cio­sos que el autor sin­te­ti­za en base a dos sacri­fi­cios sufi­cien­te­men­te deta­lla­dos, el de la hija de Jef­té y el de Tan­ta Carhua, hija del inca Caque Poma:

1) El sacri­fi­cio humano era un esca­lón en la pro­mo­ción polí­ti­ca de los hom­bres […] Si quie­res ser diri­gen­te, se espe­ra de ti que en los momen­tos de cri­sis sacri­fi­ques a tu des­cen­den­cia. 2) Ambas víc­ti­mas eran jóve­nes mucha­chas vír­ge­nes. 3) Ambas mucha­chas murie­ron heroi­ca­men­te […] 4) Ambas mucha­chas sacri­fi­ca­das se con­vier­ten en san­tas cuyas tum­bas atraen a pere­gri­nos des­de muy lejos. La tum­ba de Tan­ta Carhua en el cerro Aixa ha ser­vi­do como foco de adi­vi­na­ción de cha­ma­nes, ritos de fer­ti­li­dad para las cose­chas e invo­ca­cio­nes salu­trí­fe­ras. En el caso de la hija de Jef­té, «de ahí vie­ne la cos­tum­bre en Israel de que cada año se reúnen las hijas de Israel para llo­rar a la hija de Jef­té, Gala­di­ta, duran­te cua­tro días»37.

Al final del aná­li­sis rigu­ro­so siem­pre salen a la super­fi­cie las nece­si­da­des del poder, en este caso en su natu­ra­le­za direc­ta­men­te eco­nó­mi­ca como se expo­ne en el parén­te­sis 4 de la cita, pero tam­bién con otras expre­sio­nes: poder patriar­cal, socio­po­lí­ti­co, de pres­ti­gio y de honor, etc. Recor­de­mos aho­ra cómo en el Corán el sacri­fi­cio abor­ta­do de Ismael se reali­zó cer­ca de La Meca, prin­ci­pal lugar de pere­gri­na­je y por ello mis­mo cen­tro mer­can­til pri­vi­le­gia­do, como Roma con los sacri­fi­cios de cris­tia­nos y así una lis­ta casi inago­ta­ble de ciu­da­des reli­gio­so-comer­cia­les, que por ello mis­mo eran –y son– codi­cio­sos empo­rios desea­dos por las poten­cias enemi­gas. Las fies­tas patro­na­les, las ferias y mer­ca­dos con algu­na advo­ca­ción reli­gio­sa del pasa­do, las eco­no­mías que giran alre­de­dor de con­ven­tos y ceno­bios en los que mon­jas y frai­les «escla­vas y sier­vos del señor» man­tie­nen apa­ren­te­men­te su vir­gi­ni­dad y castidad.

Una prác­ti­ca de la creen­cia cris­tia­na en la efec­ti­vi­dad del feti­chis­mo sacri­fi­cial inhe­ren­te al valor de la mer­can­cía, la pode­mos tener en los hallaz­gos de los ente­rra­mien­tos de El Boa­lo, Gua­da­rra­ma, que en base a lo estu­dia­do has­ta aho­ra datan del siglo VII en ade­lan­te. Han apa­re­ci­do per­so­nas adul­tas y nue­ve neo­na­tos con vasi­jas que con­te­nían vino y acei­te, y óbo­los, mone­das. La hipó­te­sis más plau­si­ble es que sean valo­res mer­can­ti­les des­ti­na­dos a sobor­nar y a com­prar la entra­da en el cie­lo, como ya se hacía antes del cris­tia­nis­mo en Gre­cia y Roma38.

Esta hipó­te­sis es cohe­ren­te con la lógi­ca del sacri­fi­cio, ritual por el que, como hemos vis­to, un colec­ti­vo o per­so­na se des­pren­de de algo muy valio­so para ofre­cér­se­lo a las divi­ni­da­des a cam­bio de un bene­fi­cio: en este caso, la entra­da en el cie­lo. Un sacri­fi­cio rea­li­za­do por quie­nes viven aún como si fue­ra una espe­cie de «inver­sión a futu­ro» que bus­ca, en este caso, al menos una tri­ple ganan­cia: pri­me­ro, ase­gu­rar el cie­lo a los muer­tos; segun­do, que ya en el cie­lo, estos inter­ce­dan por los vivos tan­to en esta tie­rra como en su muer­te; y ter­ce­ro, que cuan­do los vivos mue­ran, los que aún siguen en la tie­rra sacri­fi­quen algo de su bien­es­tar –dine­ro, bie­nes valio­sos con vino y acei­te, etc.– por ellos, de modo que es la comu­ni­dad la que man­tie­ne esa «inver­sión a futuro».

Pero, dicho como acla­ra­ción, no sola­men­te grie­gos y roma­nos prac­ti­ca­ron la mer­can­ti­li­za­ción feti­chis­ta del cul­to sacri­fi­cial, tam­bién, según cuen­ta Ch. Hit­chens39, el Tal­mud prohí­be tra­ba­jar en sába­do, pero no prohí­be pagar a otro para que tra­ba­je por noso­tros. El Dalai Lama jus­ti­fi­ca la pros­ti­tu­ción siem­pre que sea otro el que la pague. Los musul­ma­nes chiíes rea­li­zan con­tra­tos matri­mo­nia­les de poco tiem­po para poder estar con una mujer, evi­tan­do el peca­do. La mitad de la gran­dio­si­dad de la Roma cris­tia­na se ha paga­do con indul­gen­cias, has­ta la basí­li­ca de San Pedro fue cos­tea­da por un úni­co peca­dor. El car­de­nal Ratzin­ger, antes de ser Bene­dic­to XVI, orga­ni­zó una fies­ta juve­nil para recau­dar fon­dos ofre­cien­do cier­ta «remi­sión del pecado».

Si las gran­des obras en Roma e Ita­lia pudie­ron ser sufra­ga­das, en bue­na medi­da por dona­cio­nes peni­ten­cia­rias des­ti­na­das a redu­cir los cos­tos mate­ria­les y psi­co­ló­gi­cos del sacri­fi­cio para redi­mir el peca­do, fue por­que la expan­sión del feti­chis­mo de la mer­can­cía empe­zó a tener bases sóli­das des­de el siglo X con la «resu­rrec­ción de la vida urba­na» en la que «los ser­vi­cios en tra­ba­jo se esta­ban empe­zan­do a sus­ti­tuir por ren­tas mone­ta­rias»40. Los gran­des bene­fi­cios que se obte­nían con la fero­ci­dad de las lla­ma­das «Cru­za­das», lan­za­das des­de fina­les del siglo XI con el apo­yo fun­da­men­tal de la Igle­sia, ayu­da­ron a la «revo­lu­ción comer­cial y urba­na»41 que, con el tiem­po, des­trui­ría al cato­li­cis­mo medie­val. Así, según se expan­día la eco­no­mía mer­can­til, se agu­di­za­ba su con­tra­dic­ción con la «eco­no­mía de dios». La Igle­sia con­de­na­ba la usu­ra des­de el con­ci­lio de Arlés en 314, reafir­mán­do­se en Nicea en 325, en Car­ta­go en 345, en Aix en 789 y en Letrán en 1139. Ten­dría que lle­gar­se a 1830 para que la Igle­sia ablan­da­se su pos­tu­ra subien­do mucho la tasa de inte­rés del prés­ta­mo42 para poder ser cali­fi­ca­do de usu­ra. Las razo­nes del por qué lo hizo tan tar­de, las vere­mos en su momento.

La ven­ta de reli­quias y las peni­ten­cias cum­pli­das pagan­do un dine­ro o un tra­ba­jo fue­ron los dos méto­dos más ren­ta­bles y segu­ros para obte­ner dine­ro sin tener que sacár­se­lo a los cam­pe­si­nos, arte­sa­nos y comer­cia­les bajo ame­na­za de exco­mu­nión si no paga­ban los diez­mos e impues­tos o por la fuer­za arma­da, y sin tener que pedir­lo pres­ta­do a la noble­za y gran­des comer­cian­tes. Ello era debi­do a la fuer­za irra­cio­nal del feti­chis­mo como el secre­to de la alie­na­ción reli­gio­sa, según vamos vien­do. Un ejem­plo muy ilus­tra­ti­vo de cómo se fusio­na­ban creen­cias feti­chis­tas con mie­dos a pode­res sobre­na­tu­ra­les de cier­tos obje­tos extre­ma­da­men­te difí­ci­les de obte­ner lo tene­mos en la ado­ra­ción a las espa­das des­de su apa­ri­ción, pri­me­ro en la edad de bron­ce y lue­go su per­fec­cio­na­mien­to en la del hie­rro: «vene­ra­ción […] res­pe­to sobre­na­tu­ral»43. Según P. Johnson:

Gui­ller­mo I entró en acción en Has­ting lle­van­do alre­de­dor del cue­llo una serie de reli­quias entre­ga­das por el Papa, en la con­di­ción de cam­peón de la orto­do­xia y la refor­ma; una gene­ra­ción más tar­de, el des­cu­bri­mien­to de la San­ta Lan­za impri­mió un pode­ro­so ímpe­tu a la pri­me­ra Cru­za­da. La pere­gri­na­ción a los luga­res en que se guar­da­ban reli­quias impor­tan­tes, comu­nes a par­tir del siglo IV, se con­vir­tió en el moti­vo prin­ci­pal de los via­jes rea­li­za­dos duran­te más de mil años y deter­mi­na­ron la estruc­tu­ra de las comu­ni­ca­cio­nes y a menu­do la for­ma de la eco­no­mía inter­na­cio­nal. No era solo que las ciu­da­des se desa­rro­lla­ban alre­de­dor de las reli­quias, tam­bién se orga­ni­za­ban ferias regio­na­les, nacio­na­les e inclu­so inter­na­cio­na­les, en fechas que coin­ci­dían con el des­fi­le anual de las reli­quias impor­tan­tes. Por ejem­plo, un fac­tor prin­ci­pal de la pros­pe­ri­dad de Fran­cia sep­ten­trio­nal fue la gran feria que se ori­gi­nó en una pro­ce­sión con­jun­ta de las reli­quias de Saint Denis y Notre Dame44.

Los feti­ches tenían un valor cre­cien­te en todos los sen­ti­dos, aun­que el cre­ma­tís­ti­co se iba impo­nien­do sobre los demás con­for­me el dine­ro demos­tra­ba ser el equi­va­len­te uni­ver­sal de todos los valo­res de uso, del mis­mo valor, y por tan­to de los cos­tos que las per­so­nas debían inver­tir en los ritos sacri­fi­cia­les para «lim­piar» sus peca­dos. No pode­mos saber si la mis­ma evo­lu­ción se hubie­se pro­du­ci­do con los sacri­fi­cios que se rea­li­za­ban en Nues­tra­mé­ri­ca, Áfri­ca u otros con­ti­nen­tes por­que la inva­sión espa­ño­la y euro­pea cor­tó de raíz esa posi­bi­li­dad, impo­nien­do en muchos luga­res un sin­cre­tis­mo sacri­fi­cial y en otros, don­de se des­tru­yó cual­quier reli­gión pre­via, solo sobre­vi­vie­ron las prác­ti­cas cris­tia­nas. El sin­cre­tis­mo venía faci­li­ta­do, entre otras razo­nes, por­que el cani­ba­lis­mo ritual que se escon­de en la cere­mo­nia del sacri­fi­cio apa­re­ce aquí sin tapu­jos en el caso cris­tiano y sobre todo cató­li­co median­te el «sacri­fi­cio de Jesús» que es devo­ra­do sim­bó­li­ca­men­te por sus fie­les, que como ansio­sos vam­pi­ros lle­gan a «beber su san­gre» es el ejem­plo más espeluznante.

El vino de la euca­ris­tía tie­ne raí­ces paga­nas muy ante­rio­res al cris­tia­nis­mo, raí­ces que se extien­den al cul­to a la dio­sa Maha Man­di­ra en la India en don­de se bebía el vino «Amri­ta»; y en las islas Hawai la dio­sa Kana-Kav-Hina ofre­cía Kava y kava-kava, embria­ga­do­ra una y psi­co­tró­pi­ca la otra. En el cul­to a Osi­ris se comía pan y se bebía vino, y el ritual cató­li­co es una copia muy apro­xi­ma­da de los cul­tos mitrai­cos del pan y del vino. En el cul­to a Dio­ni­sos y Baco ade­más de vino se con­su­mían opiá­ceos para aumen­tar los «deli­rios mís­ti­cos», sin hablar de la Ambro­sía ya cita­da por Home­ro. La inges­ta del «vino sagra­do», tran­subs­tan­cia­ción de la «san­gre divi­na», debía ser tan devo­ta­men­te popu­lar en la Edad Media que en el Con­ci­lio de Cons­tan­za de 1415 se deci­dió que sola­men­te los curas45 podían dis­fru­tar de ese don divino. Por lo demás, en el judaís­mo y el islam la fero­ci­dad catár­ti­ca del «mis­te­rio de la euca­ris­tía» está más sua­vi­za­da por­que el cani­ba­lis­mo ritual no se ejer­ci­ta abier­ta­men­te, sino que el «mis­te­rio del sacri­fi­cio» apa­re­ce envuel­to en los ritos de la matan­za, las prohi­bi­cio­nes de cier­tos ali­men­tos «impu­ros», en la dic­ta­du­ra sexual y patriar­cal, etc.

Ade­más de esto, en el caso de Nues­tra­mé­ri­ca, el sin­cre­tis­mo esta­ba faci­li­ta­do por lo que P. Tier­ney con­fir­ma sobre la iden­ti­dad sus­tan­ti­va de los sacri­fi­cios en los Andes y los deta­lla­dos en la Biblia para luchar con­tra las sequías46 en ambos extre­mos del mun­do. Lue­go deta­lla los obje­ti­vos polí­ti­cos que bus­ca­ba David al sacri­fi­car a sie­te varo­nes de la casa de Saúl, del mis­mo modo que «los inter­cam­bios de víc­ti­mas nobles entre los pue­blos andi­nos eran tam­bién una for­ma de diplo­ma­cia. Así, la ciu­dad perua­na de Ocros envió niños al sacri­fi­cio del lago Titica­ca, a Chi­le y a Cuz­co, al pare­cer para ase­gu­rar­se sus bue­nos deseos. Los gabao­ni­tas debie­ron de agra­de­cer el extra­va­gan­te holo­caus­to de David»47.

Los obje­ti­vos polí­ti­cos que se escon­den detrás de los sacri­fi­cios, a los que ya nos hemos refe­ri­do ante­rior­men­te al ver la impor­tan­cia de la indus­tria de los feti­ches, amu­le­tos, reli­quias, ofren­das, etc., en el cris­tia­nis­mo y el islam, tam­bién son cru­cia­les en Nues­tra­mé­ri­ca. Muchos datos sugie­ren la idea de que pudie­ron exis­tir fuer­tes rela­cio­nes entre la cul­tu­ra de los sacri­fi­cios huma­nos y la prác­ti­ca de la gue­rra entre las ciu­da­des-Esta­do mayas. Se sabe que los azte­cas hacían una for­ma de gue­rra espe­cial­men­te pla­ni­fi­ca­da para coger pri­sio­ne­ros que lue­go sacrificaban:

En todas las gue­rras, la cap­tu­ra de pri­sio­ne­ros para los sacri­fi­cios huma­nos era prue­ba de exce­len­cia en el com­ba­te y de pres­ti­gio social y, a la lar­ga, resul­ta­ba esen­cial para la salud reli­gio­sa de la comu­ni­dad. Con fre­cuen­cia, los sacri­fi­cios hacían las veces de espec­tácu­los inti­mi­da­to­rios y terro­rí­fi­cos don­de el derra­ma­mien­to de san­gre ser­vía para adver­tir a cual­quier adver­sa­rio poten­cial de las con­se­cuen­cias de una pos­tu­ra resis­ten­te48.

Es pro­ba­ble que los mayas hicie­ran algo muy pare­ci­do, pero con varios siglos de ante­la­ción. Los res­tos encon­tra­dos en Pac­bi­tun49 abren esta posibilidad.

En sus estu­dios sobre el este de Áfri­ca y la amplia zona indoi­ra­nia, Bru­ce Lin­coln lle­ga a una con­clu­sión que con­fir­ma lo vis­to has­ta aquí:

Si bien el rito del sacri­fi­cio cons­ti­tu­ye una prác­ti­ca sim­ple, con­lle­va una ideo­lo­gía extre­ma­da­men­te sutil y com­ple­ja. En el nivel más ele­men­tal un buey o un sus­ti­tu­to más apro­pia­do se inmo­lan como ofren­da diri­gi­da al sobe­rano celes­te. Pero a este acto sen­ci­llo se aña­den nume­ro­sos nive­les de sig­ni­fi­ca­ción: en cier­to sen­ti­do la víc­ti­ma es un sus­ti­tu­to de la vida de un hom­bre; la divi­sión de la car­ne entre los pre­sen­tes sir­ve para res­ta­ble­cer el orden social, pues­to que las par­tes de su cuer­po se dis­tri­bu­yen de acuer­do con líneas de pre­fe­ren­cia estan­da­ri­za­das; por últi­mo, la matan­za del ani­mal tam­bién impli­ca una san­ti­fi­ca­ción de su car­ne para el con­su­mo, y aun­que este es el ali­men­to favo­ri­to de los nilo­tas, no se pue­de comer a no ser que se haya mata­do al ani­mal de acuer­do con el rito. Todos estos ele­men­tos for­man par­te del sacri­fi­cio, del mis­mo modo que lo hacen otros dos que pare­cen más impor­tan­tes: el sacri­fi­cio es un don inter­cam­bia­do con el sobe­rano celes­te por medio del cual se obtie­ne nue­va rique­za en for­ma de gana­do vacuno, ade­más el sacri­fi­cio repi­te una par­te impor­tan­te del mito de la crea­ción50.

Sien­do esto fun­da­men­tal en el orden sim­bó­li­co, en el deci­si­vo orden mate­rial el autor nos advier­te que lo más impor­tan­te es la cau­sa­li­dad socio­eco­nó­mi­ca en la uni­dad de su doble ver­tien­te: ase­gu­rar los ali­men­tos y actua­li­zar el sis­te­ma de domi­na­ción que sub­ya­ce en el mito de la crea­ción. Ambos nos lle­van a los cam­bios en la estruc­tu­ra de cas­tas en la tran­si­ción de los modos comu­na­les de pro­duc­ción al modo de pro­duc­ción tri­bu­ta­rio. Aun­que el autor no emplea estos con­cep­tos deci­si­vos sí ofre­ce un bri­llan­te estu­dio de la lucha entre la cas­ta sacer­do­tal y la cas­ta gue­rre­ra, con intere­ses opues­tos den­tro de la prio­ri­dad del gana­do para la super­vi­ven­cia colec­ti­va, prio­ri­dad casi siem­pre admi­ti­da por las dos cas­tas pero que en algu­nas situa­cio­nes se ha podi­do crear una esci­sión y cho­que entre sacer­do­tes y gue­rre­ros, como en el pue­blo nuer del este de Áfri­ca en don­de se lle­gó a la «hos­ti­li­dad abier­ta»51.

Sobre las luchas entre gue­rre­ros y sacer­do­tes en la región indoi­ra­nia, el autor recu­rre indis­tin­ta­men­te a los con­cep­tos de cla­se y de cas­ta, dife­ren­cia en la que aho­ra no vamos a exten­der­nos. Es muy intere­san­te su lar­ga refe­ren­cia a los drui­das galos en la épo­ca de Julio César por­que con­fir­ma la gran exten­sión geo­grá­fi­ca y de cul­tu­ras en las que exis­tían prác­ti­cas –sacri­fi­cio ritual– y con­flic­tos socia­les que podría­mos deno­mi­nar como lucha de cla­ses al enfren­tar­se los «ple­be­yos» con­tra la cla­se domi­nan­te en paí­ses tan dis­tan­tes como Norue­ga, la India o Roma52. El autor se cen­tra en los con­flic­tos vio­len­tos entre sacer­do­tes y gue­rre­ros en la zona indoi­ra­nia por la pro­pie­dad del gana­do53 ya que este tie­ne, ade­más del valor mate­rial de su car­ne, tam­bién un valor sim­bó­li­co bási­co en el sacri­fi­cio ritual como legi­ti­ma­ción del poder54. Con el tiem­po, esa lucha de cla­ses pre­sio­na para que, al menos en la India55, se bus­quen solu­cio­nes entre las dos cla­ses domi­nan­tes en pug­na median­te la refor­ma del mito fun­da­cio­nal; pero en Irán fue impo­si­ble: al final la cas­ta o cla­se sacer­do­tal, ideo­ló­gi­ca­men­te cen­tra­li­za­da alre­de­dor del dios Zoroas­tro, logró atraer­se a su ban­do a las cla­ses opri­mi­das, derro­tan­do así a la cla­se o cas­ta gue­rre­ra, que fue acu­sa­da de todos los deli­tos, abu­sos y fal­tas posibles:

Algu­nos de estos actos eran per­fec­ta­men­te ade­cua­dos para los gue­rre­ros de las anti­guas tra­di­cio­nes indo­euro­peas e indoi­ra­nias. Pero los dos últi­mos, comer car­ne para enfu­re­cer­se y dejar de pagar los esti­pen­dios ade­cua­dos, cons­ti­tuían una vio­la­ción de los prin­ci­pios bási­cos que man­te­nían uni­da a la socie­dad. El con­flic­to des­en­ca­de­na­do por estos exce­sos lle­vó a su fin al vie­jo sis­te­ma indoi­ra­nio en el Irán, mien­tras que en la India el cam­bio se pro­du­jo de una for­ma más len­ta y gra­dual56.

B. Morris resu­me la seria inves­ti­ga­ción del pue­blo nuer rea­li­za­da por Evans-Prit­chard dicien­do que eran dos las cau­sas que los lle­va­ban al ritual del sacri­fi­cio: la enfer­me­dad, la este­ri­li­dad, la aflic­ción y la ini­cia­ción; el matri­mo­nio o la muer­te. El sacri­fi­cio ha de cum­plir cua­tro actos ritua­les: uno, la pre­sen­ta­ción del ani­mal al espí­ri­tu; dos, la con­sa­gra­ción del ani­mal; tres, la invo­ca­ción del sacer­do­te; y cua­tro, su muer­te. Median­te el sacri­fi­cio: «los nuer creen que la vida y la san­gre de la víc­ti­ma per­te­ne­cen al espí­ri­tu, mien­tras que la car­ne del ani­mal se repar­te entre los asis­ten­tes»57.

Reba­tien­do a los antro­pó­lo­gos Tylor y Spen­cer que redu­cían el sacri­fi­cio a un inter­cam­bio de pre­sen­tes, Evans-Prit­chard demues­tra que la «reden­ción, obla­ción, expia­ción y puri­fi­ca­ción son cen­tra­les para la con­cep­ción nuer del sacri­fi­cio. Seña­la que el ani­mal es, ante todo, el sus­ti­tu­to de una per­so­na que cum­ple el papel de cabe­za de tur­co y que los nuer solo matan el gana­do para cele­brar sacri­fi­cios en tiem­pos de ver­da­de­ra nece­si­dad»58. Evans-Prit­chard sigue expo­nien­do el poder indi­rec­to de los sacer­do­tes en la vida ordi­na­ria de los nuer, poder que lle­ga a ser muy impor­tan­te en los momen­tos que hay que mediar, bus­car la solu­ción en los con­flic­tos que ame­na­zan a la colec­ti­vi­dad. Pre­ci­sa las dife­ren­cias entre los sacer­do­tes y los pro­fe­tas nuer: «El pri­me­ro es un fun­cio­na­rio tra­di­cio­nal, al que no se ren­día cul­to, y cuya vir­tud radi­ca­ba en su ofi­cio; el otro obtie­ne su poder per­so­nal a tra­vés de la ins­ti­tu­ción caris­má­ti­ca y posee cier­tos ele­men­tos de cul­to»59.

Otros estu­dio­sos sos­tie­nen que las fron­te­ras entre ambas cas­tas eran poro­sas y que los sacer­do­tes inten­ta­ban ampliar su poder median­te la mani­pu­la­ción polí­ti­ca, lo que en cier­ta for­ma coin­ci­de con luchas entre las cas­tas sacer­do­tal y gue­rre­ra en la amplia zona indoi­ra­nia y del este de Áfri­ca que hemos vis­to. Es muy ilus­tra­ti­vo saber que el inva­sor bri­tá­ni­co repri­mió dura­men­te al movi­mien­to pro­fé­ti­co de los nuer. Para ter­mi­nar, debe­mos decir que, como siem­pre, las muje­res se enfren­ta­ban a un lími­te insu­pe­ra­ble por­que: «Muchas muje­res lle­gan a ser pro­fe­tas meno­res, pero solo los hom­bres rea­li­zan los sacri­fi­cios o tie­nen una “fun­ción her­me­néu­ti­ca en perío­dos de gue­rra”»60.

Otra expre­sión muy estu­dia­da por Evans-Prit­chard, a comien­zos del siglo XX sobre el poder interno, psi­co­so­cial y sim­bó­li­co, de las creen­cias sobre­na­tu­ra­les, poder que es refle­jo y a la vez sos­tén de la estruc­tu­ra mate­rial de poder polí­ti­co y eco­nó­mi­co, fue la de la bru­je­ría en el pue­blo azan­de. Aquí, la bru­je­ría es muy com­ple­ja y con múl­ti­ples for­mas posi­ti­vas o nega­ti­vas, e índi­ce con­ti­nua­men­te en la vida coti­dia­na. La cul­tu­ra azan­de ha desa­rro­lla­do un sis­te­ma de defen­sa y has­ta de per­se­cu­ción de la bru­je­ría mala, la que sir­ve para hacer daño a las per­so­nas y a sus seres que­ri­dos, a sus bie­nes. Los bru­jos que pro­vo­can daño y dolor con sus hechi­zos pue­den ser acu­sa­dos y cas­ti­ga­dos. Pero ¿todos? No: «Los miem­bros de los cla­nes aris­to­crá­ti­cos no son acu­sa­dos de bru­je­ría», lo que les otor­ga impu­ni­dad para man­te­ner al pue­blo en una posi­ble situa­ción de incer­ti­dum­bre o mie­do al no poder saber este con exac­ti­tud quien es el cau­san­te de sus aflic­cio­nes. Por otra par­te, las muje­res tie­nen más difí­cil ejer­cer de bru­jas o inclu­so no pue­den hacer­lo en abso­lu­to en el nivel de la bru­je­ría medi­ci­nal tenien­do con con­ten­tar­se con el nivel más bajo de her­bo­ris­tas61.

El pue­blo azan­de no era ton­to, no se deja­ba enga­ñar fácil­men­te por los bru­jos ni por los cla­nes aris­to­crá­ti­cos ya que sabía que «nor­mal­men­te, un bru­jo-médi­co cuen­ta con la pro­tec­ción de un miem­bro de la aris­to­cra­cia […] “La adi­vi­na­ción de un curan­de­ro tie­ne éxi­to cuan­do este tie­ne tac­to y dice lo que el deman­dan­te quie­re que diga”»62. Vemos, así como las rela­cio­nes de poder están inser­tas en las rela­cio­nes mági­cas: la aris­to­cra­cia ade­más de ser impu­ne, con­tro­la y pro­te­ge el nivel deci­si­vo de la bru­je­ría, el de los médi­cos mani­pu­la­do­res y fal­sa­rios, nivel prohi­bi­do a las muje­res. No debe sor­pren­der­nos enton­ces, como tam­po­co sor­pren­dió a Evans-Prit­chard, que gen­te gra­ve­men­te afec­ta­da por las men­ti­ras de un bru­jo recu­rrie­ra en el pasa­do al «ase­si­na­to» del bru­jo cul­pa­ble –eje­cu­ción– para obte­ner justicia.

Aun­que a lo lar­go del tex­to debe­re­mos vol­ver una y otra vez al feti­chis­mo sacri­fi­cial en cual­quie­ra de sus expre­sio­nes, para con­cluir­lo con la expo­si­ción del ateís­mo mar­xis­ta, aho­ra desea­mos fina­li­zar este capí­tu­lo dejan­do cons­tan­cia de que, toda­vía has­ta una fecha tan recien­te como 1910, se cele­bra­ba en Pekín el sacri­fi­cio del sols­ti­cio de invierno en el Pala­cio Real, con el empe­ra­dor y la cor­te al com­ple­to «para ofre­cer al Cie­lo Impe­rial sacri­fi­cios en favor del pue­blo, con­for­me a un cere­mo­nial trans­mi­ti­do des­de la Anti­güe­dad»63 que debía ser rigu­ro­sa­men­te cum­pli­do: los ani­ma­les se mata­ban la tar­de ante­rior, el empe­ra­dor debía pasar la noche en el Pala­cio de la Abs­ti­nen­cia pre­pa­rán­do­se para el ritual, etc. La pre­pa­ra­ción del ofi­cian­te median­te la abs­ti­nen­cia y la puri­fi­ca­ción es común en los ritos sacri­fi­cia­les: en el cris­tia­nis­mo el bru­jo, el sacer­do­te, debe estar «libre de peca­do». Fue la revo­lu­ción de 1911, que ins­tau­ró la repú­bli­ca y la demo­cra­cia bur­gue­sa aún muy res­trin­gi­da, la que aca­bó con esa y otras super­che­rías que legi­ti­ma­ban la explo­ta­ción milenaria.

  1. Reza Aslan: Dios, Tau­rus, Madrid 2019, p. 82.
  2. Xavier Mus­que­ra: El triun­fo del paga­nis­mo, Espe­jo de Tin­ta, Madrid 2007, p. 153.
  3. Xavier Mus­que­ra: Idem., pp.156 – 157.
  4. Xavier Mus­que­ra: Idem., p. 163.
  5. Pepe Rodrí­guez: Dios nació mujer, op. cit., p. 311.
  6. Alan Woods: El mar­xis­mo y la reli­gión, FFE, Madrid febre­ro 2002, pp. 8 – 9.
  7. V. Cher­ti­jin: Las fuen­tes de la reli­gión des­de una crí­ti­ca mar­xis­ta, Júcar, Madrid 1983, pp. 108 – 109. 
  8. Pepe Rodrí­guez: Dios nació mujer, op. cit., pp. 369 – 370. 
  9. Bego­ña Piña: Bar­ba­ra Miller: Si des­apa­re­cie­ra el coro mun­dial de fal­sos orgas­mos, la sexua­li­dad de todos sería mejor, 24 de mayo de 2019 (https://​www​.publi​co​.es/​c​u​l​t​u​r​a​s​/​p​l​a​c​e​r​-​f​e​m​e​n​i​n​o​-​b​a​r​b​a​r​a​-​m​i​l​l​e​r​-​d​e​s​a​p​a​r​e​c​i​e​r​a​-​c​o​r​o​-​m​u​n​d​i​a​l​-​f​a​l​s​o​s​-​o​r​g​a​s​m​o​s​-​s​e​x​u​a​l​i​d​a​d​-​s​e​r​i​a​-​m​e​j​o​r​.​h​tml).
  10. Vic­to­ria Sau: «Mens­trua­ción», Dic­cio­na­rio ideo­ló­gi­co femi­nis­ta, Ica­ria, Bar­ce­lo­na 1990, pp. 199 – 200. 
  11. Boris Morris: Intro­duc­ción al estu­dio antro­po­ló­gi­co de la reli­gión, Pai­dós, Bar­ce­lo­na 1995, p. 258.
  12. Boris Morris: Idem., p. 259.
  13. Boris Morris: Idem., pp.261 – 263.
  14. S. A. Toka­rev: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., p. 127.
  15. S. A. Toka­rev: Idem., p. 127.
  16. Pepe Rodrí­guez: Dios nació mujer, op. cit., p. 179.
  17. AA.VV.: «Fla­ge­lan­te», La Enci­clo­pe­dia, Sal­vat-El País, Madrid 2003, t. 8, p. 6190.
  18. AA.VV.: «Mor­ti­fi­ca­ción», La Enci­clo­pe­dia, op. cit., t. 14, p. 10525.
  19. Dani­lo Albín: El Obis­po Muni­lla sobre las mor­ti­fi­ca­cio­nes cor­po­ra­les: «Lo que no tie­ne sen­ti­do es uti­li­zar el cili­cio con el aire acon­di­cio­na­do pues­to», 1 de julio de 2019 (https://​www​.publi​co​.es/​p​o​l​i​t​i​c​a​/​o​b​i​s​p​o​-​m​u​n​i​l​l​a​-​m​o​r​t​i​f​i​c​a​c​i​o​n​e​s​-​c​o​r​p​o​r​a​l​e​s​-​n​o​-​s​e​n​t​i​d​o​-​c​i​l​i​c​i​o​-​a​i​r​e​-​a​c​o​n​d​i​c​i​o​n​a​d​o​-​p​u​e​s​t​o​.​h​tml).
  20. Dani­lo Albín: El Opus defien­de las mor­ti­fi­ca­cio­nes cor­po­ra­les para lograr el «embe­lle­ci­mien­to del cuer­po», 3 de julio de 2019 (https://​www​.publi​co​.es/​p​o​l​i​t​i​c​a​/​o​p​u​s​-​d​e​i​-​d​e​f​i​e​n​d​e​-​m​o​r​t​i​f​i​c​a​c​i​o​n​e​s​-​c​o​r​p​o​r​a​l​e​s​-​l​o​g​r​a​r​-​e​m​b​e​l​l​e​c​i​m​i​e​n​t​o​-​c​u​e​r​p​o​.​h​tml).
  21. Michel Onfray: Tra­ta­do de ateo­lo­gía, Ana­gra­ma, Bar­ce­lo­na 2006, p. 205.
  22. AA.VV.: «Sacri­fi­cio», La Enci­clo­pe­dia, op. cit., tomo 13, p. 13719.
  23. Miguel Rive­ra Dora­do: La reli­gión maya, Alian­za Uni­ver­sal, Madrid 1986, p. 172.
  24. Miguel Rive­ra Dora­do: Idem., p. 173.
  25. Miguel Rive­ra Dora­do: Idem., p. 174.
  26. C. Gol­da­ra­ce­na del Valle, Cha­ro Gue­rre­ro Pérez y A. C. San­tos Sedano: Cin­co teo­rías sobre la reli­gión, Eris, La Coru­ña 1994, pp. 16 – 17.
  27. C. Gol­da­ra­ce­na del Valle, Cha­ro Gue­rre­ro Pérez y A. C. San­tos Sedano: Idem., pp. 17 – 18.
  28. Miguel Rive­ra Dora­do: La reli­gión maya, op. cit., p. 168.
  29. Pepe Rodrí­guez: Dios nació mujer, op. cit., p. 310.
  30. Pepe Rodrí­guez: Idem., p. 177.
  31. Eula­lio Ferrer Rodrí­guez: De la lucha de cla­ses a la lucha de fra­ses, Tau­rus, Méxi­co 1995, p. 317.
  32. «Hallan la pri­me­ra prue­ba de sacri­fi­cios huma­nos a Zeus en la anti­gua Gre­cia», 11 de agos­to de 2016 (https://​www​.abc​.es/​c​i​e​n​c​i​a​/​a​b​c​i​-​h​a​l​l​a​n​-​p​r​i​m​e​r​a​-​p​r​u​e​b​a​-​s​a​c​r​i​f​i​c​i​o​s​-​h​u​m​a​n​o​s​-​z​e​u​s​-​a​n​t​i​g​u​a​-​g​r​e​c​i​a​-​2​0​1​6​0​8​1​1​1​4​2​3​_​n​o​t​i​c​i​a​.​h​tml).
  33. Nigel Davies: Sacri­fi­cios huma­nos, Gri­jal­bo, Bar­ce­lo­na 1983, pp. 67 – 73.
  34. Gus­ta­vo Bueno: «La reli­gión en la evo­lu­ción huma­na», Cien­cia y socie­dad, Nobel, Ovie­do 2001, p. 100.
  35. Nigel Davies: Sacri­fi­cios huma­nos, op. cit., pp. 74 – 76.
  36. Patrick Tier­ney: Un altar en las cum­bres, Much­nik Edi­to­res, Bar­ce­lo­na 1991, p. 419.
  37. Patrick Tier­ney: Idem., pp. 433 – 434.
  38. Vicen­te G. Ola­ya: Los bebés que sobor­na­ron a San Pedro, 7 de junio de 2019 (https://​elpais​.com/​c​u​l​t​u​r​a​/​2​0​1​9​/​0​7​/​0​3​/​a​c​t​u​a​l​i​d​a​d​/​1​5​6​2​1​4​7​9​7​7​_​2​4​8​2​1​1​.​h​tml).
  39. Chris­topher Hit­chens: Dios no es bueno, op. cit., p. 234.
  40. Ron­do Came­ron: His­to­ria eco­nó­mi­ca mun­dial, op. cit., p. 86.
  41. AA.VV.: «Baja Edad Media y Rena­ci­mien­to», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 11, p. 350.
  42. David A. Yallop: En nom­bre de Dios, Pla­ne­ta, Bar­ce­lo­na 1984, p. 104.
  43. AA.VV.: «La difu­sión de la meta­lur­gia del bron­ce en Euro­pa», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo I, pp. 330 – 332.
  44. Paul John­son: La his­to­ria del cris­tia­nis­mo, Ver­ga­ra Edi­tor, Bue­nos Aires 1989, pp. 190 – 191.
  45. Xavier Mus­que­ra: El triun­fo del paga­nis­mo, op. cit., pp. 210 – 211.
  46. Patrick Tier­ney: Un altar en las cum­bres, op. cit., pp. 434 – 436.
  47. Patrick Tier­ney: Idem., pp. 436 – 437.
  48. Víc­tor Davis Han­son: Matan­za y cul­tu­ra, FCE, Madrid 2004, p. 223. 
  49. Gabriel D. Wro­bell: Los maca­bros tro­feos que podrían expli­can el decli­ve de los mayas, 19 de junio de 2019 (https://​elpais​.com/​e​l​p​a​i​s​/​2​0​1​9​/​0​6​/​1​3​/​c​i​e​n​c​i​a​/​1​5​6​0​4​1​8​3​0​7​_​7​5​4​4​9​6​.​h​tml).
  50. Bru­ce Lin­coln: Sacer­do­tes, gue­rre­ros y gana­do, Akal, Madrid 1991, pp. 190 – 191.
  51. Bru­ce Lin­coln: Idem., pp. 62 – 65. 
  52. Bru­ce Lin­coln: Idem., p. 163.
  53. Bru­ce Lin­coln: Idem., pp. 176 – 177.
  54. Bru­ce Lin­coln: Idem., pp. 178 – 182.
  55. Bru­ce Lin­coln: Idem., p. 186.
  56. Bru­ce Lin­coln: Idem., p. 187.
  57. Boris Morris: Intro­duc­ción al estu­dio antro­po­ló­gi­co de la reli­gión, Pai­dós, Bar­ce­lo­na 1995, p. 246.
  58. Boris Morris: Idem., p. 247.
  59. Boris Morris: Idem., p. 248.
  60. Boris Morris: Idem., p. 247.
  61. Boris Morris: Idem., p. 237.
  62. Boris Morris: Idem., p. 238.
  63. E. O. James: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., p. 106.

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