Femi­nis­mos. Vejez, revuel­ta, pan­de­mia: un chas­qui­do feminista

Por Gil­da Luon­go , Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 31 de mar­zo de 2020

Un chas­qui­do femi­nis­ta. Leer ansio­sa La vejez de Simo­ne de Beau­voir por ter­ce­ra vez. Tomar este libro den­so para sen­tir, enten­der pro­fun­do la vida, la muta­da, la meta­mor­fo­sea­da, la tras­tor­na­da de una mujer en pro­ce­so de enve­je­ci­mien­to. Julia Rojas, femi­nis­ta entra­ña­ble, lo puso en mis manos hace una déca­da atrás. El dete­rio­ro senil de mi madre en sus noven­ta, vol­vió mis ojos gran­des, entris­te­ci­dos, a sus pági­nas por pri­me­ra vez. La labor de inves­ti­ga­ción me obli­gó una segun­da lectura. 

Aho­ra, Alon­dra Cas­ti­llo, can­tau­to­ra femi­nis­ta de amar, con sus entre­vis­tas sobre mi expe­rien­cia de la vejez, me revol­vió a Simo­ne. Libros escri­tos por/​para las muje­res femi­nis­tas. Tra­yec­tos posi­bles para ima­gi­nar de modo inter­mi­na­ble nues­tras vidas. Com­pa­ñías bené­fi­cas, pro­vo­ca­do­ras del sen­ti­pen­sar. Por­que “vivir una vida femi­nis­ta” (Ahmed) nece­si­ta de sus­ten­tos pode­ro­sos, qué duda cabe, para no des­ca­la­brar, para no sucum­bir ante los muros exclu­yen­tes, o para caer y vol­ver a resis­tir en medio de las pre­gun­tas por la vida, “lan­zar la vida como una pre­gun­ta al aire” (Ahmed).

La agua­fies­tas femi­nis­ta nece­si­ta de un apa­ra­ta­je que le favo­rez­ca sobre­lle­var su ago­ta­do­ra mira­da crí­ti­ca del mun­do por­que rom­pe, res­que­bra­ja, hace esta­llar en peda­zos lo que se entien­de como sen­ti­do común, como lo nor­mal. “Morir pre­ma­tu­ra­men­te o enve­je­cer: no hay otra alter­na­ti­va”, dice Simo­ne. Sen­ten­cia bre­ve, cor­tan­te, defi­ni­ti­va. Esta expe­rien­cia vivi­da en el cuer­po, incar­di­na­da en su sin­gu­la­ri­dad por las muje­res en sus dife­ren­cias, resul­ta una labor ardua en socie­da­des capi­ta­lis­tas y patriar­ca­les vora­ces, expo­lia­do­ras de la sobre­vi­ven­cia huma­na. Un chas­qui­do feminista.

La revuel­ta del 18 de octu­bre del 2019 y la pan­de­mia de mar­zo 2020, en Chi­le, se dan la mano: dos epi­so­dios que me han movi­do a sen­tir, pen­sar, habi­tar la cues­tión de las dife­ren­cias gene­ra­cio­na­les como una ten­sa, cor­tan­te, filo­sa ‘casa de las dife­ren­cias’ (Lor­de). La revuel­ta social me lle­vó, de modo radi­cal, a recor­dar la expe­rien­cia de la Uni­dad Popu­lar, el gol­pe de esta­do y la dic­ta­du­ra en Chi­le. Creo que estas memo­rias que por­ta­mos las muje­res vie­jas, las trans­gre­so­ras y polí­ti­cas de la épo­ca, no han sido pues­tas a cir­cu­lar des­de su sin­gu­la­ri­dad en cru­ce con los femi­nis­mos, en su ancha com­ple­ji­dad psí­qui­ca y social. 

No estoy hablan­do solo de hacer aco­pio de los even­tos vivi­dos en con­tex­tos de poli­ti­za­ción y mili­tan­cias par­ti­dis­tas inten­sas de esos años. Tam­po­co estoy hablan­do de eri­gir monu­men­tos, auto­ri­da­des, ni museos, menos vic­ti­mi­za­ción. Estoy sen­ti­pen­san­do en las memo­rias múl­ti­ples en cru­ce con nues­tras sub­je­ti­vi­da­des, afec­tos, deseos, vul­ne­ra­bi­li­da­des, heri­das pro­fun­das que san­gran cada tan­to. La polí­ti­ca femi­nis­ta de los afec­tos. Un chas­qui­do femi­nis­ta. La fra­gi­li­dad expe­ri­men­ta­da con los mili­ta­res en las calles, la repre­sión de lxs pacxs, las vio­la­cio­nes a los dere­chos huma­nos otra vez, muer­tes, tor­tu­ras, abu­sos, gol­pi­zas, muti­la­cio­nes, deten­cio­nes, vuel­ven a abrir esas heri­das que nece­si­ta­mos curar. Sanar es resis­tir (Yolan­da Agui­lar). Cuer­pos vul­ne­ra­dos por com­ba­tir, ayer y hoy, la vio­len­cia estruc­tu­ral de un sis­te­ma perverso. 

No, no es la mis­ma his­to­ria, pero quién sabe la dimen­sión de estas imá­ge­nes reite­ra­das al infi­ni­to en la ima­gi­na­ción de cada mujer vie­ja. La mujer vie­ja que sien­te, recrea, reme­mo­ra, expe­ri­men­ta en su cuer­po esa dimen­sión. “Tu cuer­po pue­de ser lo que te fre­na” (Ahmed). Ya no pue­des estar en pri­me­ra línea, aun­que lo desees con fer­vor; no pue­des huir de la repre, las rodi­llas gri­tan; no pue­des res­pi­rar en medio de las lacri­mó­ge­nas por­que el resue­llo no alcan­za. La cuer­pa no da, la ener­gía no da. Las emo­cio­nes en revuel­ta: mie­do, pena, rabia. 

Y qué decir de la pér­di­da de inge­nui­dad fren­te a los pode­res de la cla­se polí­ti­ca y su coci­na ins­ti­tu­cio­nal sucia. La nue­va cons­ti­tu­ción en el mar­co del pac­to por la paz como pesa­di­lla que reite­ra su eco­la­lia mez­qui­na: “en la medi­da de lo posi­ble”. No hay con­sue­lo. Un chas­qui­do femi­nis­ta. Y casi como en una pirue­ta de sal­to mor­tal nos damos de fren­te con la pan­de­mia. Coro­na­mos el rei­no de Chi­le con el coronavirus. 

Pare­cie­ra ser que la revuel­ta que­dó aplas­ta­da. Pero no. Otra vez la vejez es pro­ta­go­nis­ta silen­cio­sa. Apa­re­ce como pre­ca­ri­za­ción extre­ma del patriar­ca­do capi­ta­lis­ta. Cuer­pos que no impor­tan por­que no pro­du­cen ni engor­dan al mer­ca­do. Lábi­les, tie­nen menos defen­sas, están menos pre­pa­ra­dos para resis­tir la inva­sión a los pul­mo­nes, órga­nos dete­rio­ra­dos. No pue­den lidiar con los tér­mi­nos béli­cos que ron­dan el com­ba­te viral, su bata­lla. Cuer­pos pre­ca­rios que van a sucum­bir. Hacer vivir y dejar morir. 

La necro­po­lí­ti­ca (Achi­lle). Un chas­qui­do femi­nis­ta. Y las muje­res vie­jas, las pobres, las pen­sio­na­das de mise­ria, las abue­las sin acce­so a la salud decen­te, a la dig­ni­dad de un tra­to humano, las que hemos cui­da­do toda la vida por­que nos ense­ña­ron que ese era el lugar que nos corres­pon­día por natu­ra­le­za, aho­ra que­da­mos a expen­sas de las errá­ti­cas e injus­tas deci­sio­nes de un esta­do terro­ris­ta que ayer no más abu­sa­ba, repri­mía, vio­len­ta­ba, dete­nía, gol­pea­ba, some­tía al movi­mien­to social. Las auto­ri­da­des, que hacen aho­ra de sal­va­do­ras de la vida, no han hecho ni una sola men­ción a las vie­jas, ni siquie­ra como simu­la­da e hipó­cri­ta preo­cu­pa­ción. Un chas­qui­do feminista. 

Y los mili­ta­res vuel­ven a la esce­na, los que ayer repri­mían hoy son los ‘bue­ni­tos’ que cau­te­la­rán el orden social para ‘pro­te­ger­nos’ de nosotrxs mismxs en medio de la emer­gen­cia catas­tró­fi­ca, cala­mi­to­sa de la pan­de­mia viral. Un chas­qui­do femi­nis­ta. Simo­ne de Beau­voir, pro­vo­ca­do­ra como siem­pre, nos rega­la al final de La vejez lo que pul­sa como lati­do urgen­te en medio de la revuel­ta y la pan­de­mia: “Cuan­do se ha com­pren­di­do lo que es la con­di­ción de lxs viejxs no es posi­ble con­for­mar­se con recla­mar ‘una polí­ti­ca de la vejez’ más gene­ro­sa, un aumen­to de las pen­sio­nes, alo­ja­mien­tos sanos, ocios orga­ni­za­dos. Todo el sis­te­ma es lo que está en jue­go y la rei­vin­di­ca­ción no pue­de sino ser radi­cal: cam­biar la vida.” (650)

Gil­da Luon­go, femi­nis­ta escri­to­ra chi­le­na, par­ti­ci­pan­te de Auch!

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