Eco­no­mía. Un deto­na­dor de la cri­sis poten­cia­do por el lucro

Por Clau­dio Katz[1], Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 15 mar­zo 2020

La cri­sis eco­nó­mi­ca mun­dial se pro­fun­di­za a un rit­mo tan vertiginoso
como la pan­de­mia. Ya que­dó atrás la reduc­ción de la tasa
de cre­ci­mien­to y el brus­co freno del apa­ra­to pro­duc­ti­vo chino. Aho­ra se
derrum­bó el pre­cio del petró­leo, se des­plo­ma­ron las Bol­sas y se ins­ta­ló el pánico
en el mun­do financiero.

Muchos sugie­ren que
el desem­pe­ño acep­ta­ble de la eco­no­mía fue abrup­ta­men­te alte­ra­do por el
coro­na­vi­rus. Tam­bién esti­man que la pan­de­mia pue­de pro­vo­car el reini­cio de un
colap­so seme­jan­te al 2008. Pero en esa opor­tu­ni­dad fue inme­dia­ta­men­te visible
la cul­pa­bi­li­dad de los ban­que­ros, la codi­cia de los espe­cu­la­do­res y los efectos
de la des­re­gu­la­ción neo­li­be­ral. Aho­ra sólo se dis­cu­te el ori­gen y las
con­se­cuen­cias de un virus, como si eco­no­mía fue­ra otro pacien­te afec­ta­do por el
terre­mo­to sanitario.

En reali­dad, el coro­na­vi­rus deto­nó las fuer­tes ten­sio­nes pre­vias de los mer­ca­dos y los enor­mes des­equi­li­brios que acu­mu­la el capi­ta­lis­mo con­tem­po­rá­neo. Acen­tuó una des­ace­le­ra­ción de la eco­no­mía que ya había debi­li­ta­do a Euro­pa y jaquea­ba a Esta­dos Unidos. 

El divor­cio entre esa retrac­ción y la con­ti­nua­da eufo­ria de las Bol­sas anti­ci­pa­ba el esta­lli­do de la típi­ca bur­bu­ja, que perió­di­ca­men­te infla y pin­cha Wall Street. El coro­na­vi­rus ha pre­ci­pi­ta­do ese des­plo­me, que no obe­de­ce a nin­gu­na con­va­le­cen­cia impre­vis­ta. Sólo repi­te la cono­ci­da pato­lo­gía de la financiarización.

A dife­ren­cia del 2008, la nue­va la bur­bu­ja no se loca­li­za en el endeu­da­mien­to de las fami­lias o en la fra­gi­li­dad de los ban­cos. Se con­cen­tra en los pasi­vos de las gran­des empre­sas (deu­da cor­po­ra­ti­va) y en las obli­ga­cio­nes de muchos esta­dos (deu­da sobe­ra­na). Ade­más, hay serias sos­pe­chas sobre la salud de los fon­dos de inver­sión, que aumen­ta­ron su pre­pon­de­ran­cia en la com­pra-ven­ta de bonos.

La eco­no­mía capi­ta­lis­ta gene­ra esos tem­blo­res y nin­gu­na vacu­na pue­de atem­pe­rar las con­vul­sio­nes que des­ata la ambi­ción por el lucro. Pero la mise­ria, el des­em­pleo y los sufri­mien­tos popu­la­res que pro­vo­can esos terre­mo­tos han que­da­do aho­ra dilui­dos por el terror que sus­ci­ta la pandemia. 

Tam­bién la caí­da del pre­cio del petró­leo ante­ce­dió al tsu­na­mi sani­ta­rio. Dos gran­des pro­duc­to­res (Rusia y Ara­bia Sau­di­ta) y un juga­dor de peso (Esta­dos Uni­dos), dispu­tan la fija­ción del pre­cio de refe­ren­cia del com­bus­ti­ble. Esa riva­li­dad que­bran­tó el orga­nis­mo que con­te­nía la des­va­lo­ri­za­ción del cru­do (OPEP más 10).

La sobre­pro­duc­ción
que pre­ci­pi­ta ese aba­ra­ta­mien­to del petró­leo es otro des­equi­li­brio subyacente.
El exce­den­te de mer­can­cías ‑que se extien­de a los insu­mos y las materias
pri­mas- es la cau­sa de la gran bata­lla que enfren­ta a Esta­dos Uni­dos con China.

Los dos prin­ci­pa­les deter­mi­nan­tes de la cri­sis actual ‑finan­cia­ri­za­ción y sobre­pro­duc­ción- afec­tan a todas las fir­mas, que empa­pe­la­ron con títu­los los mer­ca­dos o se endeu­da­ron, para ges­tio­nar los exce­den­tes inven­di­bles. El coro­na­vi­rus es total­men­te ajeno a esos des­equi­li­brios, pero su apa­ri­ción encen­dió la mecha de un arse­nal satu­ra­do de mer­can­cías y dinero.

Varios espe­cia­lis­tas
han des­ta­ca­do tam­bién cómo las trans­for­ma­cio­nes capi­ta­lis­tas de las últimas
cua­tro déca­das inci­den sobre la mag­ni­tud de la pan­de­mia. Obser­van que las
con­ta­mi­na­cio­nes ante­rio­res- sepa­ra­das por lap­sos pro­lon­ga­dos- irrum­pen ahora
con mayor fre­cuen­cia. Ocu­rrió con el SARS (2002−03), la gri­pe por­ci­na H1N1 (2009),
el MERS (2012), el Ébo­la (2014−16), el zika (2015) y el den­gue (2016).

Es muy visi­ble la conexión
de esos bro­tes con la urba­ni­za­ción. El haci­na­mien­to de la pobla­ción y su
for­za­da pro­xi­mi­dad mul­ti­pli­ca la dise­mi­na­ción de los gér­me­nes. Tam­bién resulta
evi­den­te el efec­to de la glo­ba­li­za­ción, que incre­men­tó en for­ma expo­nen­cial el
núme­ro de via­je­ros y la con­si­guien­te expan­sión de los con­ta­gios a todos los
rin­co­nes del pla­ne­ta. La for­ma en que el coro­na­vi­rus ha pro­vo­ca­do en pocas
sema­nas el colap­so de la avia­ción, el turis­mo y los cru­ce­ros es un con­tun­den­te retrato
de ese impacto.

El capi­ta­lis­mo ha glo­ba­li­za­do en for­ma ver­ti­gi­no­sa muchas acti­vi­da­des lucra­ti­vas, sin exten­der esa remo­de­la­ción de las fron­te­ras al sis­te­ma sani­ta­rio. Al con­tra­rio, con las pri­va­ti­za­cio­nes y los ajus­tes fis­ca­les se afian­zó la des­pro­tec­ción en todos los paí­ses, fren­te a enfer­me­da­des que se mun­dia­li­zan con inusi­ta­da velocidad.

Algu­nos estu­dio­sos tam­bién recuer­dan, que luego
SARS fue­ron dese­cha­dos varios pro­gra­mas de inves­ti­ga­ción para cono­cer y
pre­ve­nir los nue­vos virus. Pre­va­le­cie­ron los intere­ses de los conglomerados
far­ma­céu­ti­cos, que prio­ri­zan la ven­ta de medi­ca­men­tos a los enfer­mos solventes.
Un ejem­plo paté­ti­co de esta pri­ma­cía del lucro se obser­vó en Esta­dos Uni­dos al
comien­zo de la pan­de­mia con el cobro del test de detec­ción del coro­na­vi­rus. Esa
ausen­cia de gra­tui­dad redu­jo el cono­ci­mien­to de los casos, en un momen­to clave
para el diagnóstico. 

Otros exper­tos
des­ta­can cómo se ha des­trui­do el hábi­tat de muchas espe­cies sil­ves­tres, para forzar
la indus­tria­li­za­ción de acti­vi­da­des agro­pe­cua­rias. Esa devas­ta­ción del medio
ambien­te ha crea­do las con­di­cio­nes para la muta­ción ace­le­ra­da o la fabricación
nue­vos virus.

Chi­na ha sido un epi­cen­tro de esos cam­bios. En nin­gún otro país con­ver­gió en for­ma tan ver­ti­gi­no­sa la urba­ni­za­ción, con la inte­gra­ción a las cade­nas glo­ba­les de valor y la adop­ción de nue­vas nor­mas de alimentación.

En la cre­ma del esta­blish­ment, el coro­na­vi­rus ya recreó el mis­mo temor que inva­dió a todos los gobier­nos, duran­te el colap­so finan­cie­ro del 2008. Por eso se repi­ten las con­duc­tas y se prio­ri­za el soco­rro de las gran­des empre­sas. Pero exis­ten muchas dudas sobre la efi­ca­cia actual de ese libreto.

Con meno­res tasas
de inte­rés se inten­ta con­tra­rres­tar el des­plo­me del nivel de acti­vi­dad. Pero el
cos­to del dine­ro ya se ubi­ca en un piso que tor­na incier­to el efecto
reac­ti­va­dor del nue­vo aba­ra­ta­mien­to. Las mis­mas incóg­ni­tas gene­ran la inyección
masi­va de dine­ro y la reduc­ción de impuestos. 

El dólar y los bonos del teso­ro de Esta­do­sU­ni­dos se han con­ver­ti­do nue­va­men­te en el prin­ci­pal refu­gio de los capi­ta­les, que bus­can pro­tec­ción fren­te a la cri­sis. Pero la pri­me­ra poten­cia está coman­da­da en la actua­li­dad por un man­da­ta­rio bru­tal, que uti­li­za­rá esos recur­sos para el pro­yec­to impe­rial de res­tau­rar la hege­mo­nía norteamericana. 

Por esa razón, a dife­ren­cia del 2008 pre­va­le­ce una total ausen­cia de coor­di­na­ción fren­te al colap­so que sobre­vue­la a la eco­no­mía. La sin­to­nía que exhi­bía el G 20 ha sido reem­pla­za­da por las deci­sio­nes uni­la­te­ra­les que adop­tan las poten­cias. Se ha impues­to un prin­ci­pio defen­si­vo de sal­va­ción a cos­ta del vecino.

No sólo Estados
Uni­dos defi­ne medi­das sin con­sul­tar a Euro­pa (sus­pen­sión de vue­los), sino que
los pro­pios paí­ses del vie­jo con­ti­nen­te actúan por su pro­pia cuen­ta, olvidando
la per­te­nen­cia a una aso­cia­ción común. Todas las con­se­cuen­cias de una
glo­ba­li­za­ción de la eco­no­mía ‑en el vie­jo mar­co de los esta­dos nacionales-
aflo­ran en el tem­blor actual. Nadie sabe
cómo lidia­rá el capi­ta­lis­mo con este escenario.

Las terri­bles con­se­cuen­cias de la cri­sis para la eco­no­mía lati­no­ame­ri­ca­na están a la vis­ta. El des­plo­me de los pre­cios de las mate­rias pri­mas es com­ple­men­ta­do por masi­vas sali­das de capi­tal y gran­des deva­lua­cio­nes de la mone­da en Bra­sil, Chi­le o Méxi­co. El colap­so que pade­ce Argen­ti­na comien­za a trans­for­mar­se en un espe­jo de pade­ci­mien­tos para toda la región.

Es evi­den­te que el coro­na­vi­rus gol­pea­rá a los más empo­bre­ci­dos y pro­du­ci­rá tra­ge­dias inima­gi­na­bles, si lle­ga a los paí­ses con sis­te­mas de salud inexis­ten­tes, dete­rio­ra­dos o demo­li­dos. Por la ele­va­da con­ta­gio­si­dad de la pan­de­mia y su fuer­te impac­to sobre las per­so­nas mayo­res, la estruc­tu­ra hos­pi­ta­la­ria ya tras­ta­bi­lla en las eco­no­mías avanzadas.

En el debut del coro­na­vi­rus se mul­ti­pli­ca­ron los cues­tio­na­mien­tos al com­por­ta­mien­to de los dis­tin­tos gobier­nos. Hubo fuer­tes indi­cios de irres­pon­sa­bi­li­dad, ocul­ta­mien­to de datos o demo­ras en la pre­ven­ción, para no afec­tar los nego­cios. Pero la drás­ti­ca reac­ción pos­te­rior comien­za a apro­xi­mar­se a un mane­jo de eco­no­mía de gue­rra. En ese vira­je ha inci­di­do el con­ta­gio sufri­do por varios miem­bros de la eli­te de minis­tros, geren­tes y figu­ras del espectáculo.

Tam­bién los medios
de comu­ni­ca­ción osci­lan entre el ocul­ta­mien­to de los pro­ble­mas y el estimulo
del terror colec­ti­vo. Algu­nos extre­man ese mie­do para pro­pa­gar alegatos
racis­tas, hos­ti­li­zar a Chi­na o deni­grar a los inmi­gran­tes. Pero todos achacan
al coro­na­vi­rus la res­pon­sa­bi­li­dad de la cri­sis, como si el capi­ta­lis­mo fuera
ajeno a la con­vul­sión en curso.

Los pode­ro­sos
bus­can chi­vos emi­sa­rios para excul­par­se de los dra­mas que ori­gi­nan, poten­cian o
enmas­ca­ran. El coro­na­vi­rus es el gran peli­gro del momen­to, pero el capitalismo
es la enfer­me­dad per­du­ra­ble de la socie­dad actual.


[1] Eco­no­mis­ta, inves­ti­ga­dor del CONICET,
pro­fe­sor de la UBA, miem­bro del EDI. Su pági­na web es: www​.lahai​ne​.org/​k​atz

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