Frantz Fanon: el bri­llo del metal

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Par­tes de la últi­ma obra de Fanon, Los con­de­na­dos de la tie­rra, fue­ron dic­ta­das mien­tras moría, des­de un col­chón en el sue­lo de un apar­ta­men­to en la ciu­dad de Túnez. El libro ofre­ce una apa­sio­na­da acu­sa­ción del colo­nia­lis­mo, un rela­to crí­ti­co de la lucha en su con­tra, un rela­to igual­men­te ardien­te del pan­tano pos­co­lo­nial, y una visión radi­cal­men­te demo­crá­ti­ca de la pra­xis eman­ci­pa­do­ra. Ter­mi­na con un recuen­to des­ga­rra­dor de los daños cau­sa­dos por la vio­len­cia de la gue­rra colonial.

La crí­ti­ca de la ciu­dad colo­nial en las pri­me­ras pági­nas del libro es par­ti­cu­lar­men­te pode­ro­sa y con­ti­núa reso­nan­do en el pre­sen­te. La ideo­lo­gía mani­quea que Fanon cri­ti­có en Fran­cia toma una for­ma mate­rial con­cre­ta en el mun­do colo­nial, de la cual el apartheid fue un caso para­dig­má­ti­co. El mun­do colo­nial está divi­di­do en zonas dife­ren­tes, des­ti­na­das a dife­ren­tes tipos de per­so­nas. Es un mun­do de «enre­dos de alam­bre de púas», «un mun­do en com­par­ti­men­tos», «un mun­do cor­ta­do en dos», «un mun­do estre­cho sem­bra­do de vio­len­cia». En la opi­nión de Fanon, la autén­ti­ca des­co­lo­ni­za­ción requie­re un final deci­si­vo para una situa­ción en la cual «ese mun­do en com­par­ti­mien­tos, ese mun­do cor­ta­do en dos está habi­ta­do por espe­cies diferentes».

La des­crip­ción de la lucha anti­co­lo­nial con­ti­núa la explo­ra­ción de los cam­bios colec­ti­vos desa­rro­lla­da en Socio­lo­gía de una revo­lu­ción. En la narra­ti­va de Fanon, la res­pues­ta ini­cial a la opre­sión colo­nial está mol­dea­da fun­da­men­tal­men­te por aque­llo a lo que se opo­ne: «el mani­queís­mo del colono pro­du­ce un mani­queís­mo del colo­ni­za­do». Fanon no pue­de ser más cla­ro acer­ca de los cos­tos de este con­tra-mani­queís­mo: «A la men­ti­ra de la situa­ción colo­nial, el colo­ni­za­do res­pon­de con una men­ti­ra equi­va­len­te». Den­tro de la lucha hay, dice él, una ini­cial «bru­ta­li­dad y un des­pre­cio de las sutilezas».

Pero, a medi­da que hay un movi­mien­to a lo lar­go de lo que Fanon lla­ma «la mar­cha labo­rio­sa hacia el cono­ci­mien­to racio­nal», los para­dig­mas colo­nia­les son tras­cen­di­dos más que sim­ple­men­te inver­ti­dos. El pue­blo comien­za a «pasar del nacio­na­lis­mo total e indis­cri­mi­na­do a una con­cien­cia social y eco­nó­mi­ca». Fanon tie­ne cla­ro que en este pro­ce­so «el pue­blo debe­rá, igual­men­te, aban­do­nar el sim­plis­mo que carac­te­ri­za­ba a su per­cep­ción del domi­na­dor», ya que «el nivel racial y racis­ta es supe­ra­do en los dos sentidos».

Sek­yi-Otu, seña­lan­do un pun­to que es cru­cial para per­mi­tir lec­tu­ras serias de la obra, mues­tra que un con­jun­to de decla­ra­cio­nes enfá­ti­cas ofre­ci­das como decla­ra­cio­nes defi­ni­ti­vas al comien­zo del libro son lue­go desa­fia­das a medi­da que la narra­ti­va de Fanon se desa­rro­lla. Para tomar solo un ejem­plo, al comien­zo afir­ma que «la con­duc­ta con los nacio­na­les es abier­ta; cris­pa­da e ile­gi­ble con los colo­nos. La ver­dad es lo que pre­ci­pi­ta la dis­lo­ca­ción del régi­men colo­nial y pier­de a los extran­je­ros». Más tar­de Fanon expli­ca que, en la medi­da en que se hace evi­den­te que «la explo­ta­ción pue­de pre­sen­tar una apa­rien­cia negra o ára­be», las cer­te­zas ini­cia­les se encuen­tran con lími­tes obvios.

Fanon escri­be que, a medi­da que las cer­te­zas mani­queas que mar­can el pri­mer momen­to de la lucha comien­zan a derrum­bar­se, «a la cla­ri­dad idí­li­ca e irreal del prin­ci­pio, la sus­ti­tu­ye una penum­bra que que­bran­ta la con­cien­cia». Con el tiem­po, a medi­da que se desa­rro­lla la lucha, «la con­cien­cia des­cu­bre labo­rio­sa­men­te ver­da­des par­cia­les, limi­ta­das, ines­ta­bles». Las cosas se repien­san a la luz de la expe­rien­cia de la lucha, del movi­mien­to colec­ti­vo con­tra el colo­nia­lis­mo. El pro­pó­si­to fun­da­men­tal del rela­to de Fanon de este movi­mien­to fue­ra de la lógi­ca mani­quea del colo­nia­lis­mo es, como argu­men­ta Sek­yi-Otu, «para esce­ni­fi­car el sur­gi­mien­to de modos más ricos de razo­nar, juz­gar y actuar» que aque­llos inme­dia­ta­men­te acce­si­bles den­tro de los lími­tes del pen­sa­mien­to colonial.

Su crí­ti­ca a la bur­gue­sía nacio­nal, «la bur­gue­sía rapaz», a su uso del Esta­do como un ins­tru­men­to para aco­sar a la socie­dad y su mal uso de la his­to­ria de la lucha colec­ti­va para apun­ta­lar su pro­pia auto­ri­dad, es impla­ca­ble. Para Fanon está cla­ro que hay for­mas de mili­tan­cia nacio­na­lis­ta que man­tie­nen los mis­mos «jui­cios peyo­ra­ti­vos» sobre los más opri­mi­dos entre los colo­ni­za­dos que «recuer­dan en más de un con­cep­to la doc­tri­na racis­ta de los anti­guos repre­sen­tan­tes de la poten­cia colo­nial». Insis­te en que la con­cien­cia nacio­nal, «ese can­to mag­ní­fi­co que suble­vó a las masas con­tra el opre­sor», debe ser com­ple­men­ta­da con la con­cien­cia polí­ti­ca y social.

Fanon lan­za una adver­ten­cia cla­ra res­pec­to a los par­ti­dos que pre­ten­den «encua­drar a las masas según un esque­ma a prio­ri» y a los inte­lec­tua­les que deci­den «reen­con­trar el camino de la coti­dia­ni­dad» con fór­mu­las que son «esté­ri­les en extre­mo». Para Fanon, la voca­ción del inte­lec­tual mili­tan­te es lle­gar «a este sitio de ocul­to des­equi­li­brio don­de se encuen­tra el pue­blo», al «núcleo en ebu­lli­ción don­de se pre­fi­gu­ra el saber» y, allí, «cola­bo­rar en el plano físi­co». Está cla­ro que el inte­lec­tual for­ma­do en la uni­ver­si­dad debe evi­tar tan­to la «inep­ti­tud del inte­lec­tual colo­ni­za­do para dia­lo­gar», como su anver­so, con­vir­tién­do­se en «una espe­cie de ben­di­to sí-sí que asien­te ante cada fra­se del pue­blo». En con­tra de esto, reco­mien­da «la inser­ción del inte­lec­tual colo­ni­za­do en la marea popu­lar» con el obje­ti­vo de lograr, como se ha seña­la­do ante­rior­men­te, «una corrien­te de edi­fi­ca­ción y enri­que­ci­mien­to recíproco».

Fanon afir­ma la prác­ti­ca de la mutua­li­dad arrai­ga­da en un com­pro­mi­so inme­dia­to con la igual­dad radi­cal, algo como la visión de juven­tud de Marx de «una aso­cia­ción de seres huma­nos libres que se edu­can unos a otros». Su com­pro­mi­so con­sis­ten­te con el reco­no­ci­mien­to de «la dimen­sión abier­ta de toda con­cien­cia» lo lle­va a una com­pren­sión radi­cal­men­te demo­crá­ti­ca de la lucha arrai­ga­da en prác­ti­cas loca­les, en las que se afir­ma la dig­ni­dad, se lle­van a cabo dis­cu­sio­nes y se toman deci­sio­nes. Para Fanon, la tarea prin­ci­pal de la for­ma­ción polí­ti­ca es mos­trar que «no hay demiur­go, que no hay hom­bre ilus­tre y res­pon­sa­ble de todo, que el demiur­go es el pue­blo y que las manos mági­cas no son en defi­ni­ti­va sino las manos del pue­blo». Afir­ma la impor­tan­cia de «la libre cir­cu­la­ción de un pen­sa­mien­to ela­bo­ra­do con las nece­si­da­des reales de las masas». Hay cla­ras reso­nan­cias de la famo­sa afir­ma­ción de C.L.R. James, en una fra­se que toma pres­ta­da de Vla­di­mir Lenin, «cual­quier coci­ne­ro pue­de gober­nar». Fanon, com­pro­me­ti­do has­ta el final con la eman­ci­pa­ción de la razón, con su eman­ci­pa­ción en y a tra­vés de la lucha, ter­mi­nó su últi­mo libro con el impe­ra­ti­vo de «desa­rro­llar un pen­sa­mien­to nuevo».

Para ser digno de su nom­bre, el pen­sa­mien­to comu­nis­ta debe ser una expre­sión del inte­lec­to en movi­mien­to, del inte­lec­to arrai­ga­do en un movi­mien­to real y, por eso, en diá­lo­go per­ma­nen­te con otros en lucha. Debe lle­var el deseo mili­tan­te por —en la bre­ve sín­te­sis de Étien­ne Bali­bar de un eje cen­tral de la Éti­ca de Baruch Spi­no­za— «tan­tos como sea posi­ble, pen­san­do tan­to como sea posi­ble». Esta es la for­ma de mili­tan­cia des­de la cual Fanon nos habla hoy, con un poder tan con­vin­cen­te, con el bri­llo del metal.

Tri­con­ti­nen­tal, dos­sier nº 26

2 de mar­zo de 2020

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