Frantz Fanon: el bri­llo del metal

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Antes de ir a Fran­cia a fina­les de 1946 para estu­diar medi­ci­na, y lue­go espe­cia­li­zar­se en psi­quia­tría, Fanon fue sol­da­do de las For­ces fra­nçai­ses libres luchan­do con­tra el fas­cis­mo en Euro­pa, a la vez que con­fron­ta­ba el racis­mo cons­tan­te den­tro del ejér­ci­to fran­cés. En 1944 fue heri­do en la bata­lla por Col­mar, un pue­blo fran­cés cer­ca de la fron­te­ra con Ale­ma­nia y reci­bió la Cruz de Gue­rra por su valen­tía. En 1945 regre­só a casa en Mar­ti­ni­ca, don­de tra­ba­jó en la exi­to­sa cam­pa­ña de Césai­re para ser ele­gi­do alcal­de de Fort de Fran­ce con una pla­ta­for­ma comunista.

Des­de el prin­ci­pio, los escri­tos de Fanon en Fran­cia se preo­cu­pa­ron de cómo el racis­mo pro­du­cía lo que Michel-Rolph Troui­llot deno­mi­na­ría más tar­de como «una onto­lo­gía, una orga­ni­za­ción implí­ci­ta del mun­do y sus habi­tan­tes». En un ensa­yo que publi­có a los 26 años titu­la­do El sín­dro­me nor­te­afri­cano, Fanon exa­mi­nó cómo la cien­cia médi­ca fran­ce­sa se apro­xi­ma­ba al migran­te nor­te­afri­cano con «una acti­tud a prio­ri» que, sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te, no se deri­va «expe­ri­men­tal­men­te», sino más bien «sobre la base de una tra­di­ción oral». Obser­vó que «el nor­te­afri­cano no vie­ne con un sus­tra­to común a su raza, sino con una base cons­trui­da por los euro­peos. En otras pala­bras, el nor­te­afri­cano, espon­tá­nea­men­te, por el hecho mis­mo de apa­re­cer en esce­na, entra en un mar­co pre­exis­ten­te». En este mar­co, el nor­te­afri­cano apa­re­ce para el médi­co fran­cés como «un simu­la­dor, un men­ti­ro­so, un enfer­mo fin­gi­do, un hara­gán, un ladrón».

Fanon mues­tra que en la cons­cien­cia del racis­ta y en el inte­lec­to gene­ral de for­ma­cio­nes socia­les racis­tas, la divi­sión onto­ló­gi­ca ima­gi­na­da de la que depen­de la ideo­lo­gía racis­ta es par­te de lo que Imma­nuel Kant lla­mó el a prio­ri, las cate­go­rías a tra­vés de las cua­les se da sen­ti­do a la expe­rien­cia. Este enga­ño de la razón —lo que Gor­don deno­mi­na «racio­na­li­dad racis­ta»— tie­ne como resul­ta­do socie­da­des racis­tas que pro­du­cen for­mas de cono­ci­mien­to que, aun­que auto­ri­za­das como las ins­tan­cias más for­ma­das de la razón en fun­cio­na­mien­to, son fun­da­men­tal­men­te irracionales.

El pri­mer libro de Fanon, Peau noi­re, mas­ques blancs (tra­du­ci­do al espa­ñol como Piel negra, más­ca­ras blan­cas en 1968), se publi­có en el verano fran­cés de 1952, unos pocos meses des­pués de El sín­dro­me nor­te­afri­cano y en el mis­mo año de Invi­si­ble Man de Richard Wright, con el cual se lee a menu­do. Mag­ní­fi­ca­men­te ana­li­za­do por Gor­don, es una decla­ra­ción de com­pro­mi­so radi­cal y afir­ma­ti­vo con la liber­tad huma­na a la vez que una bri­llan­te crí­ti­ca al racis­mo en el Cari­be y la metró­po­li que tra­ta asun­tos que van des­de el idio­ma has­ta la cul­tu­ra popu­lar, pasan­do por el roman­ce y el sexo, des­de la antro­po­lo­gía has­ta la psi­co­lo­gía. Has­ta el día de hoy sigue sien­do un tex­to fun­da­cio­nal para los estu­dios crí­ti­cos sobre las razas.

Fanon dic­tó Piel negra, más­ca­ras blan­cas a Josie Dublé, com­pa­ñe­ra y aman­te con quien des­pués se casa­ría, mien­tras se pasea­ba arri­ba y aba­jo en su cuar­to de estu­dian­te en Lyon. La pro­sa tie­ne la caden­cia de ese movi­mien­to y está escul­pi­da por una poé­ti­ca con­vin­cen­te con influen­cias dis­cer­ni­bles de su lec­tu­ra de poe­tas como Aimé Césai­re y Jac­ques Rou­main. Par­tes del libro se pue­den leer de mane­ra simi­lar a cier­tos pasa­jes de Walt Whit­man, como si estu­vie­ran des­ti­na­dos a ser declamados.

Toda polí­ti­ca se basa, cons­cien­te­men­te o no, en una onto­lo­gía, en una teo­ría del ser humano. Para Fanon hay dos hechos cla­ve sobre el ser humano, ambos media­dos por una dis­po­si­ción afir­ma­ti­va. El pri­me­ro es que el ser humano es «movi­mien­to hacia el mun­do». En la tra­di­ción de la filo­so­fía fran­ce­sa que va de Sar­tre a Badiou, la pers­pec­ti­va de lo que Fanon lla­mó la «muta­ción» de la con­cien­cia, la capa­ci­dad del ser humano para cam­biar, será un tema cen­tral de su pen­sa­mien­to has­ta el final. En su tra­ba­jo pro­du­ci­do duran­te su inmer­sión en la Revo­lu­ción arge­li­na, la muta­ción de la con­cien­cia sería explo­ra­da en el con­tex­to de la lucha colectiva.

Para Fanon, la con­cien­cia no es solo diná­mi­ca. El segun­do hecho sobre el ser humano es que la con­cien­cia es libre en la for­ma en que lo es para el exis­ten­cia­lis­mo de Sar­tre. Para Fanon, «en el mun­do al que me enca­mino, me creo inter­mi­na­ble­men­te. Soy soli­da­rio del ser en la medi­da en que lo supero». Pero Fanon no com­par­te el pesi­mis­mo de la visión de Sar­tre de que lo humano es «una pasión inú­til». El huma­nis­mo de Fanon lle­va un opti­mis­mo fun­da­men­tal, que pue­de ser ubi­ca­do en una tra­di­ción de huma­nis­mo cari­be­ño con ante­ce­den­tes afri­ca­nos y para­le­los que van de Tous­saint Lou­ver­tu­re a Aimé Césai­re y has­ta Syl­via Wyn­ter y Jean-Ber­trand Aris­ti­de. Fanon comien­za y ter­mi­na su libro insis­tien­do que «el hom­bre es un sí».

Su huma­nis­mo tam­bién tie­ne una dimen­sión uni­ver­sal: «el anti­se­mi­tis­mo me afec­ta en ple­na car­ne, me amo­tino, una con­tes­ta­ción horri­ble me hace pali­de­cer, se me nie­ga la posi­bi­li­dad de ser un hom­bre». Fanon afir­ma que «Cada vez que un hom­bre ha con­se­gui­do que triun­fe la dig­ni­dad del espí­ri­tu, cada vez que un hom­bre ha dicho no ante un inten­to de some­ti­mien­to de su seme­jan­te, me he sen­ti­do soli­da­rio de su acción». Por supues­to, el uso de len­gua­je con géne­ro, que a veces (pero no siem­pre) se intro­du­ce en la tra­duc­ción al inglés, es des­afor­tu­na­do para un inte­lec­tual que insis­tía en que «debe­mos guar­dar­nos con­tra el peli­gro de per­pe­tuar las tra­di­cio­nes feu­da­les que con­sa­gran la prio­ri­dad del ele­men­to mas­cu­lino sobre el ele­men­to femenino».

Para Fanon, el impe­ra­ti­vo de reco­no­cer cada cons­cien­cia como autó­no­ma y en pose­sión de capa­ci­dad de razo­nar y de ejer­cer la liber­tad es éti­co y empí­ri­co. Ter­mi­na su pri­mer libro, Piel negra, más­ca­ras blan­cas, insis­tien­do en que «al final de esta obra me gus­ta­ría que sin­tie­ran, como noso­tros, la dimen­sión abier­ta de toda con­cien­cia». El com­pro­mi­so de Fanon con el reco­no­ci­mien­to de toda con­cien­cia como una puer­ta abier­ta es un prin­ci­pio uni­ver­sal, un axio­ma mili­tan­te, total­men­te opues­to a la con­cep­ción aris­to­crá­ti­ca de la filo­so­fía que, de Pla­tón a Nietz­sche y has­ta sus des­cen­dien­tes con­tem­po­rá­neos, reser­va la razón para una cas­ta pri­vi­le­gia­da. Antes en el libro, Fanon escri­be como clí­ni­co y en la inti­ma­ción de la teo­ría de la pra­xis que lue­go se ela­bo­ra­ría en el vór­ti­ce de la gue­rra de Argelia:

Fren­te a esa vie­ja cam­pe­si­na de 73 años, débil men­tal, en pleno pro­ce­so de demen­cia, de gol­pe sien­to que se hun­den las ante­nas con las que toco y con las que soy toca­do. El hecho para mí de adop­tar un len­gua­je apro­pia­do a la demen­cia, a la debi­li­dad men­tal, el hecho para mí de «aga­char­me» ante esta pobre vie­ja de 73 años; el hecho para mí de ir hacia ella, en bús­que­da de un diag­nós­ti­co, es el estig­ma de un some­ti­mien­to en mis rela­cio­nes humanas.

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