Argen­ti­na. La pan­de­mia y lo más áspe­ro de la con­di­ción humana

Por Sil­va­na Melo * /​Resu­men Latinoamericano/​16 de mar­zo 2020 . — -

El indi­vi­dua­lis­mo a ultran­za, la ali­men­ta­ción ultra­pro­tei­ca del gen­dar­me que ope­ra en cada suje­to social, la sal­va­ción per­so­nal a cos­ta del nau­fra­gio del res­to, el aso­mo de lo peor de todos, como aso­man las hor­mi­gas cuan­do hue­len la llu­via. Con esas male­tas lle­gó el virus, una pro­ba­ble arma bac­te­rio­ló­gi­ca que el capi­ta­lis­mo uti­li­za para la lim­pie­za de frá­gi­les. A los niños los matan de ham­bre, de vene­nos, de gati­llo fácil y de paco. A los vie­jos los dejan morir en el pri­mer mun­do sin aten­der­los: el virus los arra­sa y no vale la pena gas­tar. Es la cla­se domi­nan­te la que tie­ne la mani­ja de la super­vi­ven­cia. La que com­pra a rabiar, la que via­ja, trae el virus y no se pone en cua­ren­te­na, total el pro­ble­ma es para los demás. El virus des­nu­da el capi­ta­lis­mo en su peor revés. En el dor­so más cruel. En la nuca de un sis­te­ma que sue­le mos­trar el ros­tro de emo­ji son­rien­te para con­ce­der eso del capi­ta­lis­mo de ros­tro humano. Pero cuan­do se da vuel­ta está el levia­tán. Y están los due­ños del mun­do colo­can­do y sacan­do a gus­to y pla­cer para que los des­gra­cia­dos sean más des­gra­cia­dos y los pro­pie­ta­rios del pri­vi­le­gio lo escri­tu­ren para siempre.

Capi­ta­lis­mo de desas­tre, lo lla­ma Nao­mi Klein. Que es posi­ble por­que el basa­men­to humano de ese capi­ta­lis­mo es nume­ro­so. Muy nume­ro­so. Dema­sia­do. Y mane­ja los medios de pro­du­cir, de comu­ni­car, de sen­tir. De amar y de odiar. El res­to, con­su­me o resiste.

“El ham­bre inci­de cada año en la muer­te de 2.400.000 niños meno­res de 5 años. Pero, no sien­do con­ta­gio­sa, las cla­ses medias y altas mun­dia­les de nin­gún modo sien­ten que sus vidas estén ame­na­za­das. Por ende ‘el mun­do’ sigue su cur­so y no toma medi­das extra­or­di­na­rias para impe­dir seme­jan­te núme­ro anual de muer­tes evi­ta­bles”, dice Mar­ce­lo Giraud cita­do por Darío Aranda.

El ham­bre no es con­ta­gio­sa y la pobre­za tam­po­co. Sin embar­go, se esca­pa de ellas como de las peo­res pes­tes. Esca­pan las cla­ses domi­nan­tes y los veci­nos de los apes­ta­dos. De vez en cuan­do apa­re­cen los virus lim­pian­tes. Los tro­ya­nos de las ori­llas más débi­les de la huma­ni­dad. A veces son los mos­qui­tos. Y las enfer­me­da­des vie­jas que aso­man, feli­ces del regre­so en una tie­rra que cul­ti­va para ellas.

Sólo en Misio­nes hay dece­nas de miles de infec­ta­dos de den­gue (4.000 ofi­cia­les, núme­ro al que el pro­pio minis­tro de Salud pro­vin­cial le agre­ga un 0 a par­tir del noto­rio sub­diag­nós­ti­co).

Son 56 los infec­ta­dos de coronavirus.

Muchos podrán que­dar­se en su casa. Otros muchos podrán irse a su casa.

Los más de ocho mil que viven en la calle sólo en la ciu­dad de Bue­nos Aires, no. Ape­nas podrán ate­rri­zar con sus hue­sos en la vere­da oca­sio­nal. En el hall del ban­co que pin­tó esa noche. No hay cua­ren­te­na para la infan­cia que se refu­gia en Cons­ti­tu­ción ni para la doña que aguar­da que se des­ocu­pen las buta­cas de espe­ran en Reti­ro a las dos de la maña­na para dor­mir su sue­ño de duras penas. Su sue­ño de madrugada.

En cator­ce días sin cla­ses muchos chi­cos de ini­cial, pri­ma­ria y secun­da­ria esta­rán de cua­ren­te­na con madres y/​o padres que pue­den irse a casa. Que tie­nen casa. Que tie­nen tra­ba­jo. Y posi­bi­li­dad de hacer­lo des­de casa. Los chi­cos ten­drán conec­ti­vi­dad y posi­bi­li­dad de cubrir on line la ausen­cia de pre­sen­cia­li­dad escolar.

Otros tie­nen ape­nas madre, que no sabe cómo hará para salir a tra­ba­jar en negro con los pibes en casa. Por­que no pue­de lim­piar­le on line la casa a la seño­ra, que le paga por día y si no va no cobra. De conec­ti­vi­dad no tie­ne idea por­que en casa no hay wi fi ni ella tie­ne datos en el celular.

Suer­te que a las 12 podrán hacer a la cola en la escue­la, sepa­ra­dos por un metro vein­te, dis­tan­cia­dos social­men­te entre ellos mis­mos, para lle­var­se la vian­da y comer en casa. Solos y ais­la­dos por­que las pla­zas esta­rán cerradas.

Mien­tras tan­to, más olvi­da­dos que nun­ca, siguen murien­do los niños wichí en la Sal­ta de los con­fi­nes, allí don­de se cie­rran las fron­te­ras, en la San­ta Vic­to­ria Este don­de se mue­re de ham­bre y de sed, don­de se des­mon­tó la vida y los bor­des de la muer­te dibu­jan hue­si­tos como llu­vias ajenas.

Pero ya nadie los cono­ce más. Nadie los vuel­ve a ver. Por­que los que sí se ven arra­san con las gón­do­las de los super­mer­ca­dos y com­pran lo que no les hace fal­ta, lo que no come­rán, el alcohol que no usa­rán, el papel higié­ni­co con el que no se limpiarán.

Sacan su gen­dar­me y denun­cian al pri­me­ro que les estor­nu­de cerca.

Y cuan­do lle­gan a su casa cie­rran la puer­ta con lla­ve, pren­den el tele­vi­sor y se abra­zan a sus per­te­nen­cias. A su comi­da y a su papel higiénico.

Y los niños en la Sal­ta bella y feroz­men­te injus­ta se segui­rán murien­do. No pre­ci­sa­men­te de coro­na­vi­rus. Es el capi­ta­lis­mo del desas­tre que hace su tra­ba­jo en exqui­si­ta efi­cien­cia. Cor­ta, sepa­ra, dese­cha. Pro­fun­di­za la bre­cha. Anan­cha el dolor. Des­nu­da lo más áspe­ro de la con­di­ción huma­na. El virus como cau­sa de esta cala­mi­dad es una pobre cau­sa, pen­sa­ría Ramón Carri­llo.

Mien­tras Cuba pro­du­ce el inter­fe­rón beta, un anti­hé­roe que en Chi­na y en Espa­ña ya está ponien­do al virus de nal­gas al norte.

Y unos cuan­tos per­ti­na­ces insis­ten en creer que la úni­ca sali­da es colectiva.

De otra mane­ra, no hay cómo sos­te­ner esta obs­ti­na­ción en la esperanza.

  • Fuen­te: (APe).- 

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