Por Red Roja, Resumen Latinoamericano, 2 marzo 2020
Ante un nuevo 8 de marzo, y tal como hemos hecho en años anteriores,
queremos poner por delante nuestro más firme apoyo a las
reivindicaciones específicas del movimiento de la mujer
trabajadora en materia laboral, pero también en lo que se refiere a la igualdad real de género en todos sus aspectos.
En esta ocasión hemos querido, sobre todo, aportar un elemento de
análisis que tenga en cuenta que la cuestión de la mujer ha terminado
por generar un debate que no es estrictamente teórico, sino que afecta a
la línea de actuación concreta en los marcos de lucha surgidos en la
última década al calor de la crisis social. Un debate que no ha estado
exento de fuerte polémica afectando a la misma intervención de
proyección revolucionaria. Y, por tanto, no cabe negar esa polémica,
sino que hay que afrontarla.
Desde luego, estamos ante un tema
complicado que no podemos pretender resolver de un plumazo; y menos ante
la inmediatez de la cita que nos espera, donde se exige arrimar el
hombro en el planteamiento y avance en la solución de las
reivindicaciones propias de la mujer trabajadora, doblemente afectada
por su condición de clase y de género. En el marco de nuestra
organización hemos dado pasos adelante para abordar ese debate al que
aludimos y tenemos documentación al respecto. Pero sabemos que hay que
seguir avanzando en su tratamiento con el rigor que requiere una
cuestión que no solo posee gran calado histórico, sino también
importantes implicaciones político-prácticas. Y es que hablamos de un
asunto que –como se ha comprobado– cada vez más está atravesado por las
asperezas de la lucha de clases, aunque también por las oportunidades
que esta ofrece para su justa resolución.
Partimos de la base de
que la opresión de la mujer, la contradicción de género, no comenzó con
el sistema capitalista ni morirá con él. Esto, que es tan importante
pero a menudo se olvida desde posiciones militantes incluso distantes en
el activismo realmente existente, va más allá de su mera formulación
teórica y tiene en realidad mucho más contenido político del que
inicialmente pudiera pa- recer. No vale negar ni simplificar las cosas.
El patriarcado ni comenzó con el sistema capitalista, ni sólo tiene
relación con este sistema, ni se va a resolver completamente solo porque
este caiga. Creemos que es en la incomprensión de esta idea –y en sus
implicaciones– don- de está en buena parte la fuente de los problemas en
un sentido y en otro.
No hay que olvidar que la mujer –cualquier
mujer, incluso de la burguesía– tiene contradicciones con el hombre.
Insistimos: toda mujer, y no solo la mujer trabajadora (como de un
tiempo a esta parte se ha oído decir desde posturas políticas más
cercanas a la nuestra, como reacción equivocada frente a la
contaminación burguesa de la cuestión de la mujer). Ahora bien, es
crucial señalar que, por ello mismo, hay una disputa entre la mujer
burguesa y la mujer obrera por liderar una lucha que en muchos aspectos,
como indicamos, abarca al conjunto de ellas.
Bueno es recordar
que precisamente fue en el II Encuentro Internacional de Mujeres
Socialistas que se celebró en 1910 en Copenhague donde Clara Zetkin
(junto a Käte Duncker) presentó la propuesta de conmemorar en Euro- pa
un “Día de la Mujer Trabajadora”, siguiendo los pasos que ya en ese
sentido se comenzaron a dar en Estados Unidos. No obstante, en la
historia han sido las mujeres burguesas las que han terminado por pesar
sobremanera ideológicamente en este movimiento; un movimiento que, en
cualquier caso, no ha dejado de conllevar avances históricos
progresistas. En consecuencia, en esa lucha por
los derechos
políticos, sociales o culturales del conjunto de las mujeres, en gran
medida las que proceden de las clases dominantes han liderado el
movimiento, imprimiendo en él su línea política y sus aspiraciones (que,
en última instancia, no pueden sustraerse a su condición de clase),
como cuando hablan del famoso “techo de cristal”. Y, en toda lógica, era
inevitable que esto generara un elemento de conflicto con la teoría
proletaria, con el marxismo.
Sin embargo, para este, superar no
es negar y partir de cero. Por eso el marxismo hace suyos los mejores
elementos aportados por la burguesía para, a partir de ahí, añadir otros
pisoteados por esta en el ejercicio de su explotación de clase. Esto
incluye llenar de contenido real y material avances que tienen mucho de
meramente formales en la consecución de derechos democráticos, de
igualdad ante la ley, etc. Por tanto, no es problema para nosotros
empezar por reconocer que, efectivamente, esa justa lucha por la
igualdad de derechos, aun conducida por mujeres de la burguesía, ha
traído avances positivos para todas las mujeres, como pueda ser por
ejemplo el derecho al voto o los adelantos jurídicos en pro de la
igualdad y la libertad de decisión en la propia familia. Ahora bien, una
vez reconocido esto, ponemos el acento en afirmar que esta lucha a
menudo se ha solapado de forma improcedente con la lucha proletaria en
su conjunto, que es la que garantiza la verdadera liberación social más
allá de logros formales. Y ese solapamiento improcedente del feminismo
con la teoría proletaria es una fuente de problemas que especialmente es
necesario afrontar desde la línea revolucionaria de intervención.
Se exige para ello hilar fino: aunque reconocemos que la plena
superación de la opresión sobre la mujer trabajado- ra no se materializa
automáticamente con la destrucción del capitalismo, sí consideramos que
el sistema capitalista –como con tantas otras cuestiones– es ahora
mismo el principal obstáculo no solo para la liberación del
proletariado, sino también para la igualdad de facto de la mujer
trabajadora dentro de su clase.
Lo que no nos parece riguroso es
equiparar la lucha contra el capitalismo con la que hay que mantener
contra el patriarcado. Como decimos, es cierto que la lucha por la
liberación de la mujer tiene en el actual periodo histórico como
obstáculo principal a la sociedad capitalista que se aprovecha de su
opresión tanto en el plano nacional como en el plano imperialista
exterior e “interior”. Nos referimos con esto último a las condiciones
de nuestras compañeras hiperexplotadas en el llamado Tercer Mundo por
las multinacionales, pero también a las mujeres inmigrantes en los
“países avanzados”, como las temporeras y jornaleras en el campo, las
del trabajo doméstico y de cuidados, etc.
Desde Red Roja
defendemos que la batalla por la liberación de la mujer trabajadora se
haga en el interior de la propia clase, implicando al conjunto de esta
con todas las dificultades que ello pueda suponer. Hacemos nuestro el
lema: una sola clase, una sola lucha. Así, haremos todo lo posible para
que esta necesaria lucha que afecta específicamente a la mujer –que no
hay que aplazar y que se impone en el día a día– no entre en
contradicción con el combate global y fundamental de la clase obrera
contra el sistema capitalista en el actual periodo histórico.
Efectivamente, necesitamos que la lucha de la mujer se desarrolle dentro
de nuestra clase para que no sea instrumentalizada por la burguesía.
Pero eso no puede hacerse negando la que debe darse para lograr la
igualdad de la mujer con respecto al hombre de la clase obrera.
Sí: en el seno de esta tiene que haber una lucha por la igualdad de
género, y no solamente animamos a que el movimiento de la mujer
trabajadora se agregue a la lucha de la clase obrera, sino a que
progresivamente tome posiciones de vanguardia, en las que hoy por hoy
dicho movimiento adolece aún de mucho retraso. Sumado a ese reto,
especialmente para la mujer obrera está (aunque no solo para ella) el
desafío de relacionar correctamente, dialécticamente, la lucha por la
igualdad con su compañero de clase y nuestro combate conjunto respecto a
la burguesía.
Insistimos en que la existencia del patriarcado
implica que no solo es el empresario el que abusa, sino que en nuestra
misma clase hay que “ajustar cuentas” en términos de opresiones.
Teniendo en cuenta que, como hemos mencionado anteriormente, la caída
del sistema capitalista no acaba automáticamente con el patriarcado, no
po- demos esperar a que el problema se solucione solo. Muy al contrario,
nuestra organización debe hacer todo lo posible por que se garantice la
igualdad de género en el mismo interior de la militancia y de la clase
sin caer en etapismos del tipo “ya lo haremos en el futuro”. Al tomar el
poder político y sacar al capital de ahí (aunque no aún del conjunto de
la sociedad) se tienen mejores herramientas para la liberación
intelectual y cultural; pero las contradicciones más arraigadas
requieren más dosis de pedagogía, como se ha visto en los propios países
que se han adentrado en la construcción socialista. Por eso, lle-amos a
decir que, aunque la contradicción fundamental es la de
capital-trabajo, la de género es superior y requiere más elevación de
conciencia en la humanidad, al comprender un periodo mayor de la
historia.
La mejor manera para que la mujer avance posiciones
hacia la verdadera liberación no está en los platós televisivos ni en
los consejos de administración de la oligarquía. Por nuestra parte, ya
hemos comprobado que hay determinados campos donde la mujer está tomando
un protagonismo de primer orden; por ejemplo, ha sido así en lo que
respecta al trabajo de barrio, que se convierte con ello en uno de los
ámbitos que facilita su toma de posiciones de vanguardia dentro de la
clase.
A la vista de ello, al igual que tenemos que ir a la clase
para elevarla políticamente, debemos ir al barrio para ayudar a una
mayor incorporación de la mujer trabajadora, tanto a la lucha de su
clase contra la burguesía, como a la de dentro de su clase por la
igualdad. Y porque, además, yendo directamente adonde se encuentran las
familias obreras es como se puede evitar mejor que la burguesía se
aproveche de esta insoslayable tarea por la igualdad en el seno de la
propia clase obrera, al tiempo que se garantiza que esa lucha por la
igualdad potencie la del conjunto de la clase obrera contra la burguesía
y su capital.
Los fundadores del marxismo declaraban que el
socialismo libera a toda la humanidad, incluso a la burguesía, no
dejando por ello de señalar como fundamental la contradicción antagónica
entre esta y el proletariado. De la misma manera, y aun siendo
conscientes de que la liberación de la mujer abarca más que la de la
mujer trabajadora, debemos fomentar que el movimiento femenino obrero
tome claramente distancia respecto al movimiento burgués por “la
igualdad en general”.
*Decía Lenin que salvo el poder todo es
ilusión. Para aprovechar las “ventanas de oportunidad” que ofrecen las
crisis, es necesario que una organización de vanguardia sepa construir a
su alrededor el máximo de unidad popular mejorando en cualquier caso la
correlación de fuerzas a fin de avanzar en la toma del poder político.
Se ha demostrado históricamente que la toma del poder político es el
resultado de una línea elevada que, aun desde la minoría, sabe movilizar
al máximo posible de masas populares contra el enemigo principal de
cada coyuntura.
En ese sentido, cada vez hay más militancia que
se da cuenta de que en los últimos tiempos el enemigo ha hecho un uso
interesado del feminismo, obstaculizando la línea de actuación que
sostenemos en este texto. Ahora bien, si se trabaja correctamente, la
lucha de la mujer no solo no dificulta nuestra estrategia, sino que la
potencia. Pero cuando (como hace un año) hay quien defiende “piquetes no
mixtos”, se está rompiendo la unidad de la clase obrera. Y ello es aún
más grave en tanto que entorpece el trabajo en pos de la más amplia
acumulación de fuerzas populares aprovechando las ventanas de
oportunidad históricas abiertas con la brutal crisis social provocada
por los rescates bancarios y el pago de la deuda exigida por la Troika
criminal oligárquico-financiera.
Especialmente en tiempos de
crisis sistémicas, ello con- lleva no caer en desviacionismos que
impidan identificar al enemigo principal a batir cuanto antes. Reciente-
mente, hemos visto cómo hasta la banquera Ana Patricia Botín se ha
convertido en la mejor abanderada del feminismo (¡y, por cierto, también
de la lucha por el clima!). ¿Y qué decir de esos modélicos “Estados del
bienestar” que, aparentemente, tienen muy liberadas a sus mujeres, al
tiempo que mantienen explotados a innumerables pueblos? Pero las
contorsiones de la banquera no son mala noticia: clarifican bastante las
cosas. Cuando desde el enemigo se esgrimen constantemente postureos
feministas, el movimiento femenino que se construye dentro de
nuestra clase no puede dejar de tener presente este riesgo.
En
estos momentos, en que no solamente no se ha salido de la crisis, sino
que se avecina otra arremetida con la consabida secuela de austeridad y
recortes, hay que tener especial cuidado para que no nos marquen la
agenda de lucha. Y tampoco los debates.
Como ya se ha mencionado, la
lucha contra el patriarcado en el interior de nuestra clase ha de
conllevar bastante pedagogía. Así, es inaceptable que se efectúe,
como en ocasiones se ha pretendido, un “examen de género” previo ante
una determinada lucha sindical. Una opresión iniciada mucho antes del
advenimiento del sis- tema capitalista no se superará con semejantes
“herramientas” y requiere efectivamente unos mecanismos pedagógicos, al
menos entre nuestra gente. Pero esto no entra en contradicción con la
necesidad de erradicar el patriarcado también en la clase obrera, con la
ma- yor urgencia en sus manifestaciones más graves como es el caso de
la violencia machista.
Será el movimiento organizado de la clase
el que más eficazmente traiga los avances históricos, y por eso es
necesaria la incorporación de la mujer trabajadora: para igualmente
hacer lo posible en el interior de nuestra clase por retirar todos los
obstáculos que dificultan esa incorporación. Así, igual que decimos que
no podemos dejar que la extrema derecha canalice las desgracias de los
sectores populares en su contradicción con el sector monopolista y
bancario que rige la UE, no permitamos injerencias ex- ternas dentro de
la clase con respecto a las reivindicaciones de la mujer. Pongámonos
manos a la obra todas y todos y, sin dejarnos confundir por
desviacionismos, trabajemos en las entrañas de nuestra clase la
verdadera liberación de la mujer.