Crean­do la izquier­da aber­tza­le (II de IV)

Uno

En la primera entrega de esta serie insistimos en la importancia clave de la crítica filosófica del pragmatismo anglosajón, aceptado como método epistemológico por EH Bildu. En esta entrega, la segunda, vamos a analizar la aplicación del pragmatismo al problema del sujeto: ¿qué clase social, qué pueblo y nación, qué sujeto dirige el proceso hacia la independencia nacional y el socialismo? La respuesta que ofrece EH Bildu en el documento es la siguiente:

De la nación al pueblo. Sin minusvalorar en absoluto la importancia de la idea de comunidad nacional, la profundización democrática en nuestro país está ligada al sujeto popular, al conjunto de la ciudadanía de los territorios de Euskal Herria. El soberanismo de izquierdas es pionero en esta conceptualización universal de la ciudadanía: «son vascas todas las personas que viven y trabajan en Euskal Herria».

Estudiar esta respuesta es clave porque según qué conclusión extraigamos optaremos por una vía o por la contraria. Dicho de forma más directa: el pragmatismo se caracteriza también por elaborar sus justificaciones ideológicas después de sus hechos, de manera que esas justificaciones «confirmen» a toro pasado la corrección de las prácticas anteriores. Por esto, antes de estudiar en detalle la justificación posterior debemos ver las prácticas anteriores.

Veamos tres prácticas: una, felicitar a Trump por su victoria electoral, como ya había felicitado a Obama ocho años antes; dos, felicitar a las fuerzas represivas españolas por su comportamiento en agosto de 2017 tras los atentados islamistas en Barcelona mediante carta oficial del Congreso de los Diputados de España, junto con las firmas del PP, PSOE, Cs, Podemos…; y tres, invitar Michel Camdessus, exgobernador del Banco de Francia y exDirector Gerente del Fondo Monetario Internacional, al acto de Kanbo en el que se oficializaba la autodisolución de ETA posterior a su rendición de armas al Estado ocupante. ¿Por qué se hacen estos reconocimientos explícitos del peor imperialismo? ¿Cómo se explican a la militancia, a las bases simpatizantes y votantes, si es que se explican?

Se nos dirá que son necesidades «protocolarias» impuestas por la diplomacia internacional. No es cierto, de «protocolarias» nada. Son actos materiales con un claro mensaje político y simbólico: se acepta el poder del imperialismo estadounidense, se legitima a las fuerzas represivas españolas y a su «democracia», y se humilla ante el FMI, verdadera fábrica de dolor humano que bajo la dirección de Camdessus aplastó socialmente a México en 1994 y al sudeste asiático en 1997, por citar dos casos. Las bases de EH Bildu y del reformismo abertzale reciben así mensajes de aparente «normalización democrática» cuando en realidad son de sumisión sociopolítica.

Insistimos en el contenido social de la sumisión política porque es esencialmente de clase, nacional y patriarcal ante el imperialismo en su conjunto. Por ejemplo, las mujeres trabajadoras, la infancia y la tercera edad es la parte del pueblo obrero más golpeada por la devastación que impone el FMI bajo el patronazgo de Obama y Trump, y la protección de las fuerzas represivas españolas. Hablemos de realidades: una investigación de la OIT ha demostrado el imparable avance de la esclavitud moderna o neo esclavitud que, por su rigurosa veracidad, ha aparecido reflejado hasta en la prensa más derechista como es el diario ABC de 12 de mayo de 2018. Y es que la neo esclavitud nos remite de inmediato a la explotación de la fuerza de trabajo sea asalariada o no, sea doméstica, sexual, nacional, etcétera, y sobre todo nos remite a la dictadura del tiempo burgués.

Sin entrar ahora al debate sobre qué métodos estadísticos se utilizan, estudios sobre la composición de clases en Europa muestran que la fracción con peores salarios de la clase trabajadora constituye el 43% de la población activa, también llamada de forma más genérica e imprecisa como «clases populares»; la fracción de la clase obrera con salarios más altos, mejores condiciones de vida y trabajo, erróneamente llamada «clase media», constituye el 38% de la población activa, mientras que el 19% restante es la burguesía con sus diversos niveles: entre la minoritaria porción de grandes propietarios de capital hasta los administrativos con salarios muy altos, con su correspondiente inserción en la estructura de poder. Como mínimo, el 81% de la población activa europea componen la clase trabajadora vista en su sentido total. Otro estudio calcula que en el Estado español la clase asalariada en su conjunto representa alrededor del 90% de la población.

Si de la población laboralmente activa que vive de la explotación asalariada nos extendemos a la población desempleada o subempleada, en paro de larga duración o estructural, y por último a la ya imposibilitada por su edad para sufrir explotación directa o que vive de una mísera pensión, de limosnas sociales sean privadas o públicas, etc., dispondremos de una visión muy real y crítica de la dinámica y estructura de clases antagónicas de una sociedad, de un pueblo o de una nación, sin mayores precisiones por ahora. Por ejemplo, la burguesía norteamericana vive 15 años más de promedio que el proletariado yanqui. Por ejemplo, el barrio burgués de Saint Gervasi en Barcelona tiene un promedio de edad de 81 años, pero el barrio proletario del Raval de 73 años. La burguesía vive más años y con mejor calidad de vida que el pueblo obrero: eso es una diferencia objetiva de clase. Los datos son aún más estremecedores al comparar la forma de vida de la mujer trabajadora en los pueblos empobrecidos y explotados: diferencia de clase, de nación y de sexo-género.

La teoría de las clases sociales en lucha, es imprescindible para entender, además de la historia del pensamiento en general, la compleja imbricación mutua entre conceptos en sí mismos complejos como son los de «comunidad», «identidad», «pueblo», «nación»… La teoría de la lucha de clases es necesaria para descubrir el movimiento permanente en la historia de estas realidades, sus contradicciones e interrelaciones continuas, y la acción en el interior de cada uno de ellas de los llamados «mundos subjetivos» como los valores referenciales, la carga afectiva del complejo lingüístico-cultural, las tradiciones populares, etc. Y desde luego sin olvidarnos de la existencia del «mundo objetivo» que es el patriarcado en cuanto existencia objetiva, es decir, de lo que está fuera y dentro de cada persona aunque no lo desee.

Desgraciada o muy significativamente en Euskal Herria no disponemos de un riguroso estudio de la composición de clases y de su lucha permanente, aunque sí de unos borradores muy avanzados elaborador por un pequeño colectivo marxista. Sin duda, esta desertización intelectual que venimos denunciando desde el primero de nuestros textos sobre la deriva de sectores del MLNV, facilita el avance de la ideología reformista. Es por esto por lo que hemos presentado algunos datos elementales relativos a la realidad clasista para, sobre ellos, analizar luego la inconsistencia de la definición de ciudadanía dada por EH Bildu.

Dos

A la luz de estos datos, releamos la definición ofrecida por EH Bildu:

De la nación al pueblo. Sin minusvalorar en absoluto la importancia de la idea de comunidad nacional, la profundización democrática en nuestro país está ligada al sujeto popular, al conjunto de la ciudadanía de los territorios de Euskal Herria. El soberanismo de izquierdas es pionero en esta conceptualización universal de la ciudadanía: «son vascas todas las personas que viven y trabajan en Euskal Herria».

La respuesta de EH Bildu está pensada desde la ideología pragmática que, como vimos en la primera entrega, rechaza contundentemente el método marxista. Es por esto que el término más usado en el documento es el ambiguo de «ciudadano» a secas, que ni siquiera el de «ciudadano-trabajador» empleado por algunos intelectuales progresistas para salvarse de las justas críticas.

Una lectura superficial de la cita nos haría caer en varios errores de prioridad al creer que lo fundamental es aclarar qué se entiende por tránsito «de la nación al pueblo», o por «comunidad nacional», o qué es eso de «profundización democrática» tal como está el capitalismo, o la definición del «sujeto popular» como «el conjunto de la ciudadanía», o qué es el «soberanismo de izquierdas»… Son debates importantes, desde luego, pero secundarios con respecto al nudo gordiano oculto el final de la cita: «[…] esta conceptualización universal de la ciudadanía: “son vascas todas las personas que viven y trabajan en Euskal Herria”».

Decimos que el nudo gordiano está oculto debajo de las palabras por dos razones: una, EH Bildu intenta protegerse en la supuesta «conceptualización universal de la ciudadanía» de modo que las bases crean que la definición que sigue es cierta porque es universalmente aceptada, pero no es verdad: hay tantas definiciones de «ciudadanía» como corrientes políticas e intelectuales existen, pero sobre todo hay dos grandes líneas totalmente contrarias, la que habla solo de «ciudadanos» y la que habla de «clases sociales» en lucha permanente entre ellas. Lo que dice EH Bildu sobre la universalidad del concepto de ciudadanía que presenta solo sería cierto negando la otra corriente, negando que exista, lo que es manifiestamente imposible.

Y dos, la otra razón que oculta la realidad es que la definición que ofrece EH Bildu –«son vascas todas las personas que viven y trabajan en Euskal Herria»– escamotea y elude precisamente el antagonismo inconciliable entre la «ciudadanía» abstracta y el de «clase social y lucha de clases» que gira alrededor de las relaciones de propiedad privada de las fuerzas productivas, de explotar o sufrir explotación asalariada, de oprimir o de sufrir opresión política, y de ser dominador o sufrir dominación cultural. Alrededor de la expectativa de vida incluso, como hemos visto. El concepto de clase social, además de estas relaciones, también inserta las relaciones de explotación u opresión patriarcal y nacional siempre dentro de una permanente unidad y lucha de contrarios.

En realidad, la izquierda abertzale propuso otro concepto muy diferente, tanto que es el que separa la visión reformista de la revolucionaria. Según la V Asamblea: «vasco es quien vende su fuerza de trabajo en Euskadi» y «pueblo trabajador» es el conjunto de clases, fracciones de clase y personas que solo tienen su fuerza de trabajo para sobrevivir, que no viven de la explotación de otras personas sino que ellas mismas son explotadas y que tienen conciencia nacional de clase, que saben que forman la «nación trabajadora» vasca. El núcleo decisivo del pueblo trabajador es la clase obrera que produce valor y plusvalía. Ambos conceptos, que forman uno, son el instrumento metodológico creado por la V Asamblea de ETA adaptando creativamente la teoría marxista a las condiciones del capitalismo vasco.

Fijémonos que la izquierda abertzale habla de «vender la fuerza de trabajo», algo que no aparece de modo alguno en la definición de EH Bildu que solo habla de «trabajo», a secas, sin concreción alguna. La economía política burguesa se sostiene, entre otras bases, en la ideología del trabajo, concepto que empieza a surgir alrededor del siglo XVII cuando va imponiéndose el capitalismo comercial. Hasta entonces, lo que ahora llamamos «trabajo» tenía varias acepciones, todas malas: tormento, condena y castigo para los esclavos y más tarde los campesinos; condena bíblica para «ganar el pan con el sudor de la frente», etcétera. El trabajo era una cosa mala que las clases dominantes despreciaban y evitaban, y que las clases explotadas odiaban a muerte, como ahora odian el trabajo asalariado una vez que se desalienan y toman conciencia mediante la lucha de clases. El arte y la cultura se desarrollaban fuera del trabajo porque este los contaminaba: la técnica apenas tenía que ver con el trabajo porque no existía aún el imperativo de la acumulación ampliada de capital, que empezó en el siglo XVI.

Los colonialistas europeos se sorprendían porque los pueblos «atrasados» se negaban a trabajar más allá de lo necesario para mantener un nivel de vida tranquilo. La burguesía europea tuvo que recurrir a métodos terroristas para imponer a los pueblos el trabajo asalariado. Las y los campesinos, artesanos, etc., se aferraban a las formas de trabajo precapitalistas que, en mayor o menor medida, se basaba en que ellas y ellos tenían alguna forma de propiedad sobre sus instrumentos de producción, es decir, podían garantizar una supervivencia autónoma elemental. También solían tener una especie de «seguridad social colectiva» basada en la existencia de tierras y bienes comunales, de costumbres de reciprocidad y apoyo mutuo, de leyes que exigían a la Iglesia y a la nobleza un asistencialismo en momentos de hambruna y crisis, o sino el pueblo podía aplicar el derecho al tiranicidio, a ejecutar al rey si no cumplía sus obligaciones con respecto al pueblo.

El capitalismo barrió con sangre, hambre y deportaciones a otros continentes de la población rebelde, este mundo precapitalista e impuso la neo esclavitud, la esclavitud asalariada sobre la que hemos dado algunas cifras arriba. Lo que EH Bildu y la ideología burguesa llaman «trabajo» no es sino la condena de por vida, la cadena perpetua que sufre la inmensa mayoría de la población porque, para sobrevivir, debe aceptar la explotación asalariada ya que no tiene ningún otro recurso que su fuerza de trabajo. Y lo que llaman «vender» su trabajo no es sino aceptar esa explotación perpetua.

La ideología burguesa del trabajo se fue creando en medio de la lucha de clases, de las invasiones coloniales y de la imposición del patriarcado burgués en los siglos XVI-XVIII, cuando la burguesía define el trabajo como una virtud que le enriquece porque «crea puestos de trabajo y riqueza», le hace vivir bien y «triunfar en la vida» según sus valores dominantes, capitalistas, que le distancian y enfrentan a la molicie de la nobleza y a la vagancia del pueblo llano que se resiste por todos los medios a sufrir la nueva esclavitud del salario. A partir de aquí el trabajo será definido como una capacidad psicofísica neutra que intercambiamos por una «remuneración económica» previa negociación «entre ciudadanos iguales en derechos». Incluso lo que podría entenderse como la ideología decisiva en los momentos de crisis del capitalismo, la fascista, sostiene que el trabajo nos hace libres.

El fascismo puede decir esto porque la ideología del trabajo se lo permite. Pero la realidad es mucho más complicada; por eso los marxistas, hablamos de «trabajo explotado», que es el que queda en manos de la burguesía, ya sea en los campos de exterminio, en las fábricas, en los domicilios…, que debe desaparecer cuanto antes; hablamos del «trabajo socialmente necesario», que es el imprescindible para sobrevivir en cada modo de producción y que debe ir reduciéndose al mínimo objetivamente imprescindible con el desarrollo técnico y científico según criterios socioecológicos; hablamos de «trabajo concreto», que es el que se plasma en cosas específicas como una mesa o un acelerador de neutrinos.

Y sobre todo hablamos de «trabajo abstracto», uno de los principales descubrimientos de Marx, que designa en la sociedad capitalista a la identidad abstracta medida en valor que recorre a todos los trabajos concretos: una de las prioridades liberadoras a lograr en el tránsito al socialismo es acabar con el trabajo abstracto y a la vez con el valor, que son una de las esencias del capitalismo. Más concretamente, el «trabajo» a secas es un término burgués que oculta la explotación social y la lucha de clases; la «fuerza de trabajo» es uno de los conceptos marxistas que ayudan a intervenir en la lucha de clases, por ejemplo, en la lucha sindical ya que la teoría de la plusvalía y del salario exigen el concepto de «fuerza de trabajo», de «valor de la fuerza de trabajo», de «trabajo abstracto», etcétera. La explicación de estos conceptos desborda este escrito, pero los enunciamos para mostrar la contraposición irreconciliable del método marxista con el simplismo ideológico del pragmatismo.

La izquierda abertzale, a diferencia de EH Bildu, asume el concepto marxista de «fuerza de trabajo» que es la capacidad psicofísica y cultural de transformar algo en otra cosa mediante un gasto de esa fuerza de trabajo. La nueva cosa creada se materializa en el trabajo concreto. Por tanto la diferencia fundamental que separa por un lado a la fuerza de trabajo y por otro lado al trabajo producido es que la primera, la fuerza de trabajo, es una cualidad animal y humana que tiene un potencial creativo que en determinadas circunstancias históricas se denomina trabajo y que en el capitalismo se denomina mercancía; mientras que la segunda, el trabajo en cuanto tal, depende del contexto sociohistórico para materializarse.

La crítica marxista del capitalismo se basa entre otras cosas en esta diferencia entre la fuerza de trabajo y el trabajo a secas. La explotación de la fuerza de trabajo crea más o menos mercancías según sea mayor o menor la intensidad y el tiempo de trabajo, según la tecnología, etc., porque la fuerza de trabajo tiene la cualidad de producir más o menos según se la estruje. Un contrato estipula que sean 8 las horas al día de trabajo, pero respetando ese tiempo el patrón puede hacer trabajar más a la clase obrera aumentando la intensidad, productividad y ritmo, y con ello el cansancio psicosomático de la fuerza de trabajo: pero así el empresario aumenta su plusvalía, que es la diferencia entre los gastos totales invertidos en el negocio y la ganancia obtenida con la venta de lo producido.

Si espoleamos a un asno puede que termine arrastrando mil kilos en condiciones normales, pero si le ponemos una zanahoria delante y le golpeamos por detrás arrastrará dos mil kilos. En esto consiste la explotación del animal humano, en que el amo nos promete una zanahoria, el salario, y luego nos explota intensamente para que arrastremos las dos toneladas, o más incluso. Después de nuestro esfuerzo de asnos, el amo ha conseguido la ganancia que buscaba, la plusvalía, que ha obtenido exprimiendo como un limón nuestra fuerza de trabajo. Jugando con la zanahoria y el palo, la burguesía logra que la clase trabajadora sea lo más parecido a un asno feliz en su ignorancia, tanto que llega a creer que ha dejado de ser un asno para ser un «ciudadano» con los mismos derechos reales que su amo, que la burguesía.

La ciudadanía vasca que propone EH Bildu es la del pueblo feliz en su esclavitud alienada, inconsciente y sumisa. Un pueblo trabajador que desconoce la implacable lógica burguesa de la ganancia máxima a cualquier precio, sin reparar en sus efectos destructivos. Ignora esa férrea lógica, aunque la sufre a diario durante toda su vida, porque la clase dominante dispone de medios de coerción y consentimiento muy efectivos, destacando entre ellos el fetichismo de la democracia, de la legalidad y del pacifismo. También ignora el funcionamiento real de la sociedad que le machaca porque la izquierda no hace la pedagogía revolucionaria suficiente y, sobre todo, porque el reformismo inocula la ideología burguesa del trabajo en la nación obrera.

En las dos entregas hemos analizado el pragmatismo y la ideología del trabajo en EH Bildu. Era necesario empezar por estas cuestiones porque nos permitirán avanzar en las dos entregas restantes: la tercera sobre concepto de «nación trabajadora» empleado por Marx y sobre los medios políticos que debe practicar para la toma del poder, sobre las interrelaciones entre la lucha de clases económica, antipatriarcal, popular, democrática, lingüística y cultura, socioecológica… e institucional, es decir, una crítica de la vía institucional de EH Bildu. Y la cuarta y última, sobre el pacifismo.

Petri Rekabarren

18 de mayo de 2018

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