Terro­ris­mo y civi­li­za­ción (Segun­da parte)

Terrorismo patriarcal

La mujer como instrumento de producción

Hemos iniciado esta investigación sobre el terrorismo exponiendo brevemente el método dialéctico tanto en lo estrictamente lógico, es decir, el funcionamiento coherente de los conceptos, como en lo estrictamente histórico, es decir, el funcionamiento material de las contradicciones reales. De hecho, en la praxis humana no existe separación definitiva y absoluta entre lo lógico y lo histórico sino una interacción permanente ante la que siempre ha fallado el idealismo y la metafísica. Zeleny, en otra de sus imprescindibles obras, ha resumido así la relación entre lo lógico y lo histórico mediante la elaboración del concepto teórico:

«La reproducción intelectual de la ordenación interna, de la estructura interna de un objeto, y concretamente de esta estructura interna en su evolución, en su génesis, en su existencia y en su decadencia» J. Zeleny: Dialéctica y conocimiento, Cátedra, Madrid 1982, p. 59..

La aplicación del método dialéctico Karl Korsch: «El método dialéctico en El Capital», Revista Dialéctica, México, año III, nº 4, 1978, pp. 191-200. que usó Marx para escribir El Capital consistió, como venimos diciendo, en el estudio de lo inmediato, de lo que nos rodea a diario, en todo momento, en la sociedad capitalista, que es la mercancía, mostrando su interior, la relación entre el valor, el valor de uso y el valor de cambio, y una vez realizado ese primer buceo, siguió hacia más profundas complejidades. Nosotros hemos analizado qué es el excedente social acumulado, qué relación guarda con el espacio material y simbólico, dónde se genera y qué importancia clave tiene la propiedad colectiva o privada, y todo ello desde el criterio de que el concepto de modo de producción es imprescindible para ubicar en la historia la concreción social de cada terrorismo.

A partir de aquí vamos a estudiar muy rápidamente lo esencial del terrorismo en su primera manifestación histórica, la del terror patriarcal. Después repasaremos la interacción entre violencias y terrorismo en cada uno de los modos de producción para, por fin, dedicarnos ya en extenso al terrorismo capitalista. Durante los larguísimos y decisivos siglos de la autogénesis humana no existió diferencia básica entre hombres y mujeres en cuanto a la obtención de comida, al ramoneo, al carroñeo y a la caza menor, y en cierta medida a la caza colectiva de las grandes manadas. Esta tesis ha sido confirmada por muchas investigaciones que han demostrado incluso que la aportación de la mujer a la supervivencia del grupo es superior a la del hombre al ser ella la que recoge vegetales, frutos, raíces, peces y moluscos, y caza pequeña que pasa cerca del campamento. Las aborígenes australianas llevan el peso de este trabajo de recolección y resulta que en la dieta colectiva los vegetales suponen del 70 al 80% de la alimentación total:

«El trabajo de la mujer es importante. La mayoría de los pueblos cazadores-recolectores no podrían mantenerse sin él, mientras que pueden sobrevivir y de hecho sobreviven durante largos períodos sin carne» Elman R. Service: Los cazadores, Labor, Barcelona 1973, p. 20..

Estos descubrimientos son de especial importancia para desautorizar los mitos patriarcales sobre la «debilidad biológica» de la mujer y sobre su supuesta incapacidad para la práctica de aquellas tareas que se suponen son exclusivas del hombre, como la creación intelectual y científica, el arte y especialmente la violencia.

Según B. Ehrenreich, la innegable aportación cualitativa de la mujer en las sociedades paleolíticas y comienzos de las neolíticas fue atacada cada vez con más dureza por el poder patriarcal en ascenso. La «derrota de la diosa» Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, op. cit., p. 167. comenzó a gestarse al ir desapareciendo las grandes manadas entre el final del Paleolítico y el Mesolítico, al imponerse la caza al acecho de cada animal y con el consiguiente desarrollo de nuevas armas. Definitivamente, en el Neolítico se culminó la derrota de la mujer a manos del patriarcado al imponerse la agricultura y el sedentarismo. Durante este período, la victoria sobre «la bestia» fue idealizada y el triunfo del hombre se transformó en victoria sobre la mujer. Con la agricultura como forma dominante, la autodefensa contra «la bestia» y su feminización dio paso a la guerra, a la violencia y al terror como un privilegio exclusivo de los hombres Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, op. cit., p. 179 y ss.. La transformación del panteón religioso politeísta en cuando al sexo-género victorioso, el masculino, los dioses varones, sobre la gran diosa vencida tras miles de años de ser la referente de la vida político-cultural y económica, esta transformación se produjo de forma irreversible en Oriente Medio entre el -3000 y el -1000, quedando registrada de forma directa o indirecta en toda la documentación existente Pepe Rodríguez: Dios nació mujer, Ediciones B, Barcelona 1999, p. 307 y ss..

Hablamos del surgimiento del terrorismo patriarcal como el primer terrorismo histórico, como la primera gran revolución en la historia, por usar una expresión de Engels que ha dado pie a muchos debates, mediante la cual una parte de la población, la masculina, se apropia de la otra, la oprime y explota: «El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo» Engels: El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, Obras Escogidas, op. cit., tomo III, p. 246.. Ahora bien, es necesario evitar un equívoco peligroso consistente en creer que antes de esta «derrota histórica» de la mujer existió una fase caracterizada justo por lo contrario, por la dominación absoluta de la mujer sobre el hombre. Una interpretación del matriarcado en este sentido carece de veracidad científica, como indica, entre otras investigadoras, V. Sau al sostener que sería mejor hablar de matrilinealidad, aunque sí insiste en que el patriarcado se impuso definitivamente gracias a dos hechos: el conocimiento del papel del hombre en la reproducción y el desarrollo del arado Victoria Sau: Diccionario ideológico feminista, op. cit., pp. 187-190.. Veremos que hubo un tercer hecho inseparable de los dos citados, la guerra por la defensa del excedente social propio o por la conquista de la riqueza ajena, empezando por la esclavización de las mujeres de otros grupos humanos. Teniendo esto en cuenta, conviene finiquitar este tema diciendo que «los datos etnográficos demuestran que en todas las tribus primitivas tempranas y posteriores, sin excepción, en las cuales se conservó la gens materna, las mujeres no ocupaban, en ninguna de ellas, una posición dominante. Ni la determinación de la pertenencia a la gens por línea materna (matrilineal), ni la conservación de la célula tipo “familia materna” ni siquiera el establecimiento del marido en el grupo de la esposa (matrimonio matrilocal) ponía al hombre en una situación hasta cierto punto dependiente o subordinada» Abram Pershits: El matriarcado: ilusiones y realidad, AC URSS, Moscú 1987, nº 2, pp. 174-175.. Y la razón de que no existiera dependencia o subordinación radica en que la matrilinealidad no se basaba en la explotación del hombre por la mujer, sino en la dialéctica entre cooperación y división de las tareas. El patriarcado acabó con aquella democracia.

Como hemos dicho antes, la mujer fue rebajada a mero instrumento de producción propiedad de los hombres. Desde este momento la mujer es tratada como una cosa sujeta a un poder externo a ella, poder obsesionado en poseerla y controlarla porque ella es un instrumento de producción muy especial capaz de generar cuatro cosas esenciales para el sistema patriarcal: vida, fuerza de trabajo, placer y conocimiento. Dada su polivalencia y su alta y cualitativa productividad, este instrumento de producción debía y debe ser vigilado muy atentamente por su propietario individual y colectivo, por el sistema patriarcal, que bajo el modo de producción capitalista adquiere la forma de sistema patriarco-burgués. Es por esto que para todo lo relacionado con la explotación de la mujer hay que hablar de «violencias», en plural, antes que en singular, puesto que no es una única violencia.

Tiene por tanto razón C. Alemany cuando afirma que:

«Son multiformes las violencias ejercidas sobre las mujeres por razón de su sexo. Engloban todos los actos que, por medio de la amenaza, coacción o la fuerza, les infligen en la vida privada o pública, sufrimientos físicos, sexuales o psicológicos, con el fin de intimidarlas, castigarlas, humillarlas o que se vean afectadas en su integridad física y subjetiva. El sexismo corriente, la pornografía, el acoso sexual en el trabajo, forman parte de ello. Aquí trataremos de las violencias corporales que, en tanto que expresión de relaciones de poder masculino y sexualidad, forman parte de la virilidad y a menudo están legitimadas socialmente. Al herir directamente a muchas mujeres, privándolas de su libertad de ir y venir, de su sensación de seguridad, su confianza en sí mismas, sus aptitudes para trabar relaciones, su gusto por vivir, esas violencias conciernen y afectan a todas las mujeres que son potencialmente víctimas de ello. Constituyen una de las formas extremas de relaciones entre sexos» Carmen Alemany: «Violencias», en Diccionario Crítico del Feminismo, Editorial Síntesis, Madrid 2003, pp. 291-293..

Las violencias practicadas contra la mujer, empero, nos remiten a determinadas constantes históricas que, en última instancia, se anclan en el problema de la posesión y control del excedente social colectivo en sus expresiones básicas, que no son otras que esa cuádruple capacitación productiva de la mujer. Para comprenderlo mejor debemos, antes que nada, recurrir a la ayuda de algunas definiciones que tienen la virtud de su radicalidad teórica, es decir, que van a la raíz del problema, en este caso, el de las relaciones entre las violencias y el terrorismo patriarcal y el proceso de producción social. La primera definición nos aporta una idea general de las condiciones de vida de aquellas comunidades en las que una de las razones que explican muchas de las «guerras primitivas» son los odios generacionales que se mantenían vivos entre las tribus, odios que también venían de raptos de mujeres y de niños, de ganado, o de comportamientos despectivos y chulescos de miembros de otras tribus con respecto a los propios y de otros comportamientos. Podemos decir que las «sociedades primitivas estaban permanentemente en guerra y permanentemente en paz» Antonio Martínez Teixidó (Dir.): Enciclopedia del Arte de la Guerra, Planeta, Barcelona 2001, p. 12., algo impensable para las mentalidades mercantil y capitalista porque ambas, aunque con sus diferencias, conocen la diferencia mínima pero decisiva que en lo económico separa la guerra de la paz, siempre dentro de un proceso en el que los preparativos para la guerra son parte de los gastos económicos, y en el que las guerras se hacen para aumentar esos beneficios. La lógica formal no entiende esta situación de permanente guerra y paz simultáneas, aunque no en el sentido burgués de los términos, pero desde la lógica dialéctica podemos entenderla como una situación en la que ambos extremos interactuaban en un contexto de propiedad colectiva, de alianzas tribales de reciprocidad y ayuda mutua, de encuentros comunitarios periódicos en los que se resolvían las tensiones mediante la violencia ritual muy controlada y muy limitada en la mayoría de los casos. Pero lo que ahora nos interesa es imaginar cómo repercutía esa situación de paz y guerra permanente en las condiciones de vida de las mujeres y de la infancia, también de la ancianidad.

La segunda es la realizada por G. Bouthoul en la que no aparece la palabra «terrorismo» pero que tiene la virtud de sintetizar la compleja historia de las guerras y de la violencia de forma comprensible para nuestros intereses. Según este autor existe una diferencia apreciable entre las guerras emprendidas en condiciones de miseria y las emprendidas en condiciones de abundancia. Pero una constante entre ambas es la mujer, aunque este autor no termina de desarrollar esta línea investigadora. En la primera clase de guerras, sobre todo en los pueblos llamados primitivos, se iba a la guerra «para procurarse esclavos, para llevarse a las mujeres, para vengar ofensas, por tradición de hostilidad hacia un determinado vecino o, sencillamente, por deporte»; mientras que en las condiciones de abundancia, en las sociedades «complejas» se va a la guerra por el beneficio económico, y las «guerras coloniales […] las hacen siempre los más ricos contra los más pobres» Gastón Bouthoul: La guerra, Oikps-Tau, Barcelona 1971, pp. 43-44..

Tendríamos que precisar mejor lo de la hostilidad y el «deporte» en las sociedades primitivas pero sería extendernos ahora demasiado, más adelante volveremos sobre el tema. Pensamos que el autor se refiere por «deporte» no a su sentido actual, mezcla de ocio e industria capitalista, sino a lo que J. Harmand analizó tan brillantemente como «el sentimiento lúdico» en la guerra antigua, sentimiento que se relaciona directamente con el papel clave de la «gloria personal» en las sociedades antiguas y con las necesidades sexuales y, sobre todo, de reproducción mediante el rapto de mujeres:

«probablemente una de las más antiguas incitaciones a la guerra, no sólo a partir del Paleolítico, sino también desde la hominización» Jacques Harmand: La guerra antigua. De Sumer a Roma, EDAF Universitaria, Madrid 1976, p. 86..

No hace falta decir que Harmand también insiste poco después en las razones económicas de la guerra antigua. Aclarado esto, sí debemos adelantar ahora dos cosas básicas: una, que el proceso de acumulación de violencias hasta estallar en la guerra como la forma máxima del terror, termina siempre girando alrededor del problema de la energía, de los recursos materiales de subsistencia, especialmente de la mujer en las sociedades antiguas aunque también en las actuales; y, otra, que las potencias más ricas, las colonialistas, atacan a las más pobres, a las que quieren colonizar, para utilizar el lenguaje del autor citado, porque al margen de que existan otras razones iniciales que aisladamente no tengan apenas o nada que ver con el problema de la posesión de los recursos y de la acumulación de capital, en realidad y visto el problema en su totalidad histórica, al final tales guerras agresivas e injustas buscan el saqueo, el botín, los mercados y las colonias, en palabras de Lenin.

La segunda definición nos la da M. Harris y es de una contundencia absoluta. «Impulsado por las mismas presiones internas que enviaron a la guerra a las jefaturas, el reino sumerio tenía a su favor una ventaja importante. Las jefaturas eran propensas a intentar exterminar a sus enemigos y a matar y comerse a sus prisioneros de guerra. Sólo los Estados poseían la capacidad de gestión y el poderío militar necesarios para arrancar trabajos forzados y recursos de los pueblos sometidos. Al integrar a las poblaciones derrotadas en la clase campesina, los Estados alimentaron una ola creciente de expansión territorial. Cuanto más populosos y productivos se hacían, tanto más aumentaba su capacidad de derrotar y explotar a otros pueblos y territorios. En varios momentos después del tercer milenio a.C. dominaba Sumer a uno u otro de los reinos sumerios. Pero no tardaron en formarse otros Estados en el curso del Éufrates. Durante el reino de Sargón I, en -2350, uno de estos Estados conquistó toda Mesopotamia, incluido Sumer, así como territorios que se extendían desde el Éufrates hasta el Mediterráneo. Durante los 4.300 años siguientes se sucedieron los imperios: babilónico, asirio, hicso, egipcio, persa, griego, romano, árabe, otomano y británico» Marvin Harris: Jefes, cabecillas, abusones, Alianza Cien, Madrid 1993, pp. 59-60..

Es cierto que Harris no cita la palabra «terrorismo» ni tampoco la opresión de las mujeres, su rapto, como una de las causas y objetivos de las violencias, pero Harris en su obra general insiste mucho en la dominación de las mujeres. Lo que tiene de bueno la cita de Harris es que, primero, plantea el tema tabú del canibalismo como uno de los recursos elementales de obtención de energías, recurso científicamente demostrado y que, aún así, es silenciado por la mala conciencia que provoca, especialmente en el cristianismo por su práctica del canibalismo ritual y simbólico en la eucaristía y, segundo, que plantea sin ambages el objetivo de «arrancar trabajos forzados y recursos a los pueblos sometidos» como una constante en aumento durante nada menos que 4.300 años, hasta ahora. Sin mayor precisión ahora, podemos decir que según S. Amin Samir Amin: Clases y naciones en el materialismo histórico, El Viejo Topo, Barcelona 1979, pp. 39-59, y El eurocentrismo, Siglo XXI, México 1989, pp. 17-72., el imperio babilónico, asirio, hicso, egipcio, persa, árabe y otomano entran de lleno, plenamente, en la definición de modo de producción tributario, es decir, que gira alrededor del cobro forzado militarmente o negociado bajo presión militar de un tributo al Estado dominante, mientras que el griego y el romano entran en el modo de producción esclavista variante del tributario; pero también podemos decir que según J. Chesnaux la primera tanda de imperios citados por Harris, más otros como el chino y el hindú, por no extendernos a los «incaicos» citados por Marx, todos ellos pertenecen al modo de producción asiático. Las diferencias entre el tributario y el asiático son secundarias porque lo decisivo es la afirmación de Chesnaux de que el asiático también se basa en la explotación consciente o forzada de los pueblos campesinos para que aporten su tributo en forma de cereales, de trabajo forzado, etcétera Jean Chesnaux: El modo de producción asiático, Grijalbo, Barcelona 1975, p. 45.. La explotación y el papel centralizador del Estado son aquí lo decisivo.

Sin duda, la tercera definición, que es mucho más completa que las dos anteriores, sirve para explicar la esencia del terrorismo desde su surgimiento histórico. Varias veces nos hemos referido al concepto de «terror calculado» de los asirios, al que volveremos en su momento, que tenían la larga experiencia adquirida por toda la cultura sumeria. Pues bien, muchos siglos después y en otro contexto geográfico y cultural totalmente diferente en comparación a las cálidas y fértiles tierras de Mesopotamia, los pueblos mongoles desarrollaron inicialmente el mismo terrorismo inhumano y después lo perfeccionaron con el «terror calculado», aprendido de culturas más desarrolladas. E. Wanty nos cita una parte de la Yassa o ley que Gengis-Khan hizo esculpir en grandes piedras colocadas en los puntos decisivos de caminos, aldeas y ciudades: «El deber de los mongoles es venir cuando lo mando, ir cuando lo ordeno, matar cuando lo indico». Desobedecer la ley suponía la muerte. Con semejante disciplina de acero, los mongoles arrasaron todo lo que encontraban por delante, todo lo que atacaban, sufriendo muy pocas derrotas, ninguna de ellas irreversible.

El historiador militar en el que nos basamos ahora, que por otra parte usa una terminología muy eurocéntrica que no reproducimos, dice que:

«El terrorismo era para ellos una necesidad militar. Lo llevaron a tal extremo que paralizó la voluntad de defensa y preparó eficazmente las conquistas. Bajo la influencia de consejeros más civilizados, chinos y persas, Gengis-Khan llegará más tarde a dulcificar sus métodos respecto a los pueblos de la periferia: chinos, armenios, rusos».

Y acaba con estas palabras atribuidas a Gengis-Khan:

«El mayor placer es el de vencer al enemigo, expulsarle, sustraerle sus bienes, ver bañados en lágrimas a los seres que le son queridos, montar sus caballos, apretar en vuestros propios brazos a sus mujeres y sus hijas» Emile Wanty: La Historia de la Humanidad a través de la guerras, Alfaguara, Madrid 1972, tomo I, p. 69..

Esta definición resume las constantes presentes en todas las formas de terrorismo en los diversos modos de producción. Al comienzo, los mongoles vivían en una fase social en la que la tecnología del hierro se había impuesto a la del cobre, en la que las relaciones sociales seguían en el nivel de las inciertas y cortas alianzas de clanes y tribus dentro de un modo de producción tributario en el que la economía mercantil se reducía al trueque directo sin apenas circulación de dinero. Las extremas condiciones ambientales imponían severos límites al desarrollo de las fuerzas productivas de la época por lo que la guerra aparecía como uno de los métodos fundamentales para solucionar el problema de los recursos energéticos, problema que se volvía acuciante y vital según los azares sociales y los cambios climáticos súbitos e irregulares. Solamente el terrorismo sistemático y atroz contra otros pueblos podía asegurar una llegada creciente de recursos energéticos. Una vez que la violencia militar garantizó una cantidad extra apreciable, los mongoles pudieron aprender la utilidad de la dosificación del terrorismo masivo o, en palabras de Wanty, la dulcificación de la violencia extrema para obtener así más recursos logrando la colaboración de las clases dominantes en China, Armenia y Rusia. Las palabras que Wanty pone en boca de Gengis-Khan resume de igual modo el contenido lúdico y sexual de la guerra con su contenido económico, sin olvidar el componente de gloria y fama para el vencedor y la dosis imprescindible de sadismo y maldad necesaria para que el terrorismo militar borre todas las barreras del sentimiento humano de compasión y misericordia. Y sobre todo resume el terrorismo patriarcal en su estado puro.

Violación, rapto y explotación

La explotación de la fuerza de trabajo de la mujer, el rapto de mujeres, robarlas a otra comunidad, es una práctica histórica constatada inequívocamente, y la violación de la mujer por el hombre, en cualquiera de sus formas, es una práctica que define la esencia del primer terrorismo histórico. V. Sau ha dicho que:

«La historia de la violación es tan antigua como el patriarcado. El rapto y la posterior violación fueron durante muchos años la forma primitiva de matrimonio. Desde que la mujer se convirtió en objeto de intercambio entre los hombres, la violación como primer acto de apropiación por parte del varón fue posible. Esta idea de apropiación puede verse todavía en nuestros días en las violaciones por causas raciales y en las de origen político […] En las guerras antiguas el conquistador tenía el derecho de matar al marido y violar a la mujer» Victoria Sau: Diccionario ideológico feminista, Icaria, Barcelona 1990, p. 276..

S. de Beauvoir ya puso en claro, en base a los conocimientos entonces disponibles, que el matrimonio primitivo se fundaba, a veces, sobre el rapto real o simbólico: «al conquistar a su mujer por la fuerza el guerrero prueba que ha sabido anexarse una riqueza extraña», y sostiene que la compra de la esposa expresa el mismo significado pero con menos brillo Simone de Beauvoir: El Segundo Sexo, Edit. Siglo Veinte, Buenos Aires 1972, vol. I, p. 100..

Un historiador militar de innegable prestigio científico como J. F. C. Fuller, reconoce explícitamente que las violaciones de mujeres han sido «consideradas en casi todas las épocas como legítimo botín del soldado» J. F. C. Muller: Batallas decisivas, RBA, Barcelona 2006, tomo 1, p. 114.. En el Deuteronomio (20,10-16) se dice textualmente que los hebreos han de dar muerte a todos los adultos que han sobrevivido a la derrota, pero que hay que dejar con vida como esclavas a las mujeres e impúberes Juan Vernet Ginés: Los Orígenes del Islam, Albor, Madrid 2005, p. 70.. S. I. Kovaliov expone la leyenda de la virtuosa Lucrecia, según la cual fue violada por Sexto Tarquinio, miembro de la clase monárquica rica y aliada con Etruria, potencia entonces ocupante de Roma. Al día siguiente, Lucrecia narró a su padre, esposo, amigos y familiares la violación sufrida y a continuación se dio muerte con un puñal para lavar su honor, el de su familia y el de Roma. Las masas romanas, furibundas y ansiosas de justicia, se sublevaron contra la monarquía que desbordada pidió ayuda militar a los etruscos. Estalló una guerra que dio paso a la independencia republicana de Roma. Y Kovaliov concluye:

«El motivo de la ofensa a la virtud de una mujer como causa de una rebelión contra un tirano es un tema típico de toda la literatura universal» S. I. Kovaliov: Historia de Roma, Sarpe, Madrid 1986, tomo 1, p. 88..

E. Reed ha realizado una exhaustiva síntesis de una masa ingente de datos y teorías sobre la evolución de la mujer, y no duda en afirmar lo siguiente:

«El infanticidio femenino se encuentra en el período de transición de la propiedad comunal a la propiedad privada. Bajo el antiguo sistema, la propiedad se había transmitido de madres a hijas, con la participación de los hermanos. Con el surgimiento del patriarcado y de la propiedad, esta línea de descendencia y de herencia materna y fraterna creó problemas; hasta que entraron en funcionamiento las leyes patriarcales y el poder del Estado reforzó una línea de descendencia y de herencia permanente de padres a hijos. El patriarcado requería algo más que padres individuales que procuraran a sus “propios” hijos una línea continua de padres y de hijos por generaciones para asegurar tanto la familia patriarcal como la transmisión de la propiedad a través de la línea paterna. Por lo tanto, los hombres recurrieron incluso al asesinato de la hija para eliminar todo litigante materno […] Los hombres, que siempre habían sido guerreros, tenían ahora las armas no sólo para apoderarse de la propiedad de otros hombres como botín, sino para dejar de lado a la herederas mujeres […] Los términos “precio de boda” y “matrimonio por compra” se refieren a la práctica de intercambio de propiedades por una mujer en matrimonio» Evelyn Reed: La evolución de la mujer, Edit. Fontamara, Barcelona 1980, pp. 291-292..

Los registros históricos de finales del tercer milenio mencionan situaciones en las que los ciudadanos libres se convirtieron en esclavos, ya sea por impago de deudas o porque eran vendidos por sus familiares. Parece ser que para estos esclavos era posible volver a comprar su libertad y que la mayoría eran mujeres. Fueron empleados principalmente en los talleres controlados por el templo para el hilado y la confección de artículos textiles. Por esto, durante el dinástico antiguo, la esclavitud constituía un incentivo adicional para la realización de nuevas campañas militares» Charles L. Redman: Los orígenes de la civilización, Crítica, Barcelona 1990, p. 387.. Tampoco nos extraña que en un documento tan decisivo como el Código de Hammurabi de alrededor del -1750, nada menos que 73 de las 282 leyes dictadas se centren en la regulación del matrimonio y de las prácticas sexuales; tampoco debe sorprendernos que con el incremento del poder patriarcal, en las leyes mesoasirias de aproximadamente el -1500 y el -1100, la proporción de leyes reguladoras de la vida completa de la mujer llegaran a ser algo más de la mitad del total Pepe Rodríguez: Dios nació mujer, Ediciones B, Barcelona 1999, p. 298..

La violencia mortal contra las recién nacidas destinada a fortalecer el papel de los recién nacidos era una de las primeras medidas represivas, terroristas, que iba tomando el sistema patriarcal. Sobre ella se desarrollaban otras como la de descargar sobre las mujeres los peores trabajos, los más agotadores, mientras que los hombres se quedaban con los mejores o con los menos malos. E. Sanahuja ha estudiado las muy diferentes condiciones de vida cotidiana entre las mujeres y los hombres ya en la prehistoria. Se hace eco de los descubrimientos realizados a pie de campo por otras investigaciones, como las realizadas a finales de los años ochenta en el yacimiento neolítico de Abu Hureya en el norte de Siria. La paleopatología ósea demuestra que las mujeres de ese yacimiento trabajaban más y en peores condiciones que los hombres, que las mujeres habían desarrollado desgastes óseos por efecto de la dureza de su trabajo mientras que los hombres no los habían desarrollado ni en tal cantidad ni de tal gravedad, por lo que «resulta posible plantear que nos hallamos ante la existencia de una división del trabajo en función del sexo que implicó probablemente un germen de desigualdad social» Encarna Sanahuja Yll: La cotidianeidad en la prehistoria, Icaria, Barcelona 2007, pp. 117-118.. Rita P. Wright ha investigado este proceso opresivo y explotador en la aparición de las divisiones de género, clase y etnicidad u opresión nacional en nuestra expresión, tomando como nudo argumentativo la evolución de algo tan material y a la vez de estatus simbólico de poder como la posesión de los telares y la producción textil Rita P. Wright: «Tecnología, género y clase: mundos de diferencia en Mesopotamia durante el período de Ur III», en Arqueología y teoría feminista, Icaria, Barcelona 1999, pp. 173-214..

Otra investigadora, P. M. Rice, muestra cómo los hombres van desplazando a las mujeres en la producción de cerámica solamente cuando ésta empieza a venderse en el mercado en expansión, y cuando con esa mercantilización de la cerámica sus productores empiezan a adquirir un poder económico y un prestigio social que no podían obtener antes porque la cerámica producida por las mujeres quedaba limitada al uso inmediato, no mercantil Prudence M. Rice: «Mujeres y producción cerámica en la prehistoria», en Arqueología y teoría feminista, op. cit., p. 225 y ss.. Si un trabajo no generaba riqueza y poder, o prestigio, si ese trabajo era considerado socialmente como infame o bajo, era entregado a las mujeres para que lo realizasen ellas, como E. Sullerot ha señalado que ocurría en el Egipto antiguo. Esta misma autora indica que en Babilonia y en la Grecia aquea el marido tenía el derecho a entregar como esclava a su mujer para pagar una deuda contraída por él, mientras que la mujer así esclavizada tenía que cumplir todas las órdenes de su nuevo amo, incluidas las sexuales Evelyne Sullerot: Historia y sociología del trabajo femenino, Edic. Península, Barcelona 1988, pp. 43-47..

Según P. Rodríguez:

«En Mesopotamia, las primeras noticias de la existencia de trabajadores forzados proceden del dinástico antiguo (c. -2850 a -2340) y, en realidad, se refieren a esclavas destinadas a trabajar en la pujante industria textil de la época. El signo sumerio para indicar “esclava” representa a una “mujer de la montaña”, lo que indica que desde finales del -III se hacían incursiones militares en las zonas montañosas para capturar mujeres para los talleres de hilado y confección textil controlados por los templos –junto a esta actividad militar brutal se generalizó también la costumbre de violar a las cautivas, punto de partida del que posteriormente surgirían la prostitución comercial y los harenes (en tanto que manifestación de estatus de los poderosos). En Egipto la situación no es diferente y, tal como ya citamos, el sustantivo mr(y)t, que denominaba “prisionero de guerra” y “sirvientes del templo”, también significaba “la rueca de la tejedora”, el instrumento que empleaban las esclavas al servicio de los templos. En la Grecia Antigua, tal como atestiguó Héctor de Troya en la Ilíada, el destino de las prisioneras era acabar como tejedoras en un templo» Pepe Rodríguez: Dios nació mujer, Edic. Sinequanon, Barcelona 1999, p. 293..

El surgimiento de la explotación sexo-económica de la mujer fue unido al ascenso del poder patriarcal y su monopolio de los instrumentos bélicos de violencia militar durante un proceso en el que se creó el mito del cazador activo y de la madre pasiva, de la virilidad belicista y agresiva dominante sobre la feminidad sumisa y obediente J. Guilaine y J. Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, Ariel, 2002, pp. 176-191.. Está claro que la dominación masculina sobre las mujeres para mantenerlas como propiedad exclusiva de los hombres de un colectivo, para canjearlas e intercambiarlas con otro colectivo, para donárselas como alianza o como pago de tributo, o las estrategias y tácticas empleadas para quitárselas a otros grupos de hombres, toda esta práctica histórica tiene su causa en que son un «instrumento de producción» con cualidades únicas y definitorias. El instrumento de producción llamado mujer era –y es– decisivo en estos casos porque es el único que asegura, por un lado, la efectividad de las alianzas políticas entre poderes. Esta práctica era común ya con los hititas en la Edad del Bronce, que obligaban a los reyes vasallos a casarse con princesas hititas, quienes acaparaban más poder que las esposas anteriores Trevor Bryce: El reino de los hititas, Cátedra, Barcelona 1998, p. 77..

Nos interesa ahora dejar constancia de que estos cambios multiplicaban los peligros para las mujeres porque, como dice Norma Ferro:

«al ser productoras en lugar de compañeras, pasan a ser núcleo de producción. Son una propiedad constante, se las puede asociar a los medios de producción de las empresas. En sentido económico se las puede utilizar como mercancía, pero en sentido ideológico no. Son un bien de consumo temporal, como lo es una mercancía, son, pues, una propiedad productiva».

Esto hace que sean robadas por los colectivos que necesitan esas fuerzas productivas y protegidas por los colectivos propietarios. Con el tiempo, una minoría de hombres acaparan la propiedad de la mayoría de las mujeres:

«En Persia los únicos hombres que podían entrar en el harén eran los eunucos, de esta manera el tirano se aseguraba la paternidad de la descendencia» Norma Ferro: El instinto maternal o la necesidad de un mito, Siglo XXI, 1991, p. 69..

Estudios recientes constatan que cuanto más aumenta la diferencia económica y estratificación social dentro de un colectivo, más se concentra en los hombres ricos y poderosos la propiedad de mujeres D. P. Barash y Judith Eve Lipton: El mito de la monogamia, Siglo XXI, 2003, p. 258 y ss.. El Antiguo Testamento establece que la palabra de la mujer tiene valor sólo en la medida en que no es contradicha por su padre o marido, de ser así prevalecen las ideas masculinas. Una estimación crematística de mujeres y hombres establece tres siclos para una recién nacida pero cinco para un recién nacido, treinta siclos para una mujer pero cincuenta siclos para un hombre. Según la costumbre romana, sólo los niños recibían nombres propios, mientras que las niñas sólo apellidos y un apodo Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres, Crítica, Barcelona 1991, tomo I, p. 43..

Al ser un instrumento de producción, la mujer es usada como tal, buscando la rentabilidad que se le puede obtener pero abandonándolo y desechándolo cuando no sirve ya. Leamos la narración que hace Herodoto de la segunda sublevación de Babilonia contra la dominación persa:

«Hacia el tiempo que partía la expedición naval contra Samo, se sublevaron los babilonios […] juntaron a todas las mujeres y las estrangularon, exceptuando a sus madres, y a una sola mujer de la casa, a elección, que debía prepararles la comida. Estrangularon a las mujeres para que no consumieran alimento» Herodoto: Los nueve libros de la historia, Euroliber, 1990, p. 192..

Estamos ante una fría decisión aplicada sin piedad contra unas personas del propio pueblo que son consideradas como meros instrumentos de trabajo, instrumentos que producen vida y trabajo doméstico, pero que tienen el defecto de consumir energía para poder seguir trabajando. En una situación de escasez y de guerra el colectivo masculino no puede permitirse el lujo de despilfarrar. Pero tampoco los persas eran más respetuosos con las mujeres. Cuando por fin entraron en Babilonia, y tras empalar a 3.000 babilonios principales, Darío ordenó a los pueblos cercanos que aportaran parte de sus propias mujeres, hasta un total de 50.000 según Herodoto Herodoto: Los nueve libros de la historia, op. cit., p. 196.. Y los pueblos cercanos entregaron esas mujeres a los persas para repoblar una Babilonia definitivamente sometida con una nueva población pasiva y acobardada por el pánico de la represión, y desarraigada por el origen multiétnico al ser el resultado del cruce de los hombres babilónicos derrotados con las mujeres de otras etnias.

Las mujeres, la infancia y las personas ancianas han sido consideradas un estorbo improductivo en los momentos especialmente críticos. Es muy conocida la decisión de Julio César de dejar morir de sed y hambre a decenas de miles de mujeres, viejos y niños fuera de las empalizadas de Alesia, cuando tenía cercado al ejército galo dirigido por Vercingetorix. Pero es bastante menos conocido lo que nos explica R. Osborne sobre el comportamiento del rey Enrique durante la Guerra de los Cien Años:

«Entre 1418 y 1419, en el sitio de Rouen, dejó que doce mil mujeres y niños franceses murieran de hambre y frío a los pies de las murallas de la ciudad, atrapados por el ejército atacante. A pesar de que eran sus súbditos, para la guarnición sitiada tan sólo significaban bocas que alimentar, así que los dejaron morir» Roger Osborne: Civilización, Crítica, Barcelona 2007, p. 259..

Cuando un instrumento de producción no sirve, se destruye o abandona a su suerte, con la confianza de que hay disponibles otros instrumentos idénticos o mejores. En estos casos, más mujeres que pueden encontrarse o comprarse en otros sitios.

Terror y logos masculino

Según Mosterín, los indoeuropeos que invadieron la India no tenían la capacidad cultural y productiva de los nativos del país que ocuparon, Harappa, pero sí tenían una superioridad militar en armas y herramientas, tampoco conocían el dinero ni había entre ellos comerciantes profesionales porque su economía era de trueque y la vaca era la unidad de valor, lo que ahora denominamos «moneda». Más precisamente:

«La riqueza de la tribu se medía por el número de sus vacas. Esto conducía a constantes reyertas entre las tribus arias, que se acusaban mutuamente de robarse las vacas o que se disputaban los pastos y los terrenos. Pero a pesar de estas escaramuzas intertribales, todas las tribus arias eran solidarias en su lucha contra los dasas (los indígenas y supervivientes de Harappa) de piel oscura, de labios gruesos y nariz achatada. Ya entonces dasi (femenino de dasa) pasó a significar “esclava” y más tarde, en sánscrito clásico, dasa pasaría a significar “esclavo”, en general» Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid 2006, pp. 230-231..

J. Attali, que no puede ser definido como investigador verdaderamente crítico, reconoce que:

«La apropiación de mujeres, como cualquier otra forma de posesión, no siempre se realiza respetando un ritual, sino que se hace a menudo por la guerra y por la fuerza. Así, a finales del IV milenio a.C., cuando los proto-indio-arios, expulsados por la invasión de los mongoles nómadas, se organizan en pueblos poderosos que tienen algo que defender, y que seguramente fueron los primeros en dotarse de carros de combate y escudos. Casi por todas partes, las jefaturas guerreras afirman la superioridad de los hombres y se apoderan de las mujeres de otros clanes que se convierten en cosas, en bienes muebles, en objetos de tráfico y de acumulación. Por eso, en sánscrito, la palabra vivâha, que significa “matrimonio”, deriva de vivah, que significa “raptar”» Jacques Attali: Historia de la propiedad, Planeta, Barcelona 1989, p. 46..

Veamos cuatro ejemplos más sobre lo que estamos diciendo, expuestos cronológicamente. El primero muestra el método otomano durante el saqueo de Bizancio en 1453: «Aquí y allá son reunidas las mujeres y los niños en rebaños miserables destinados a la esclavitud» Philippe Conrad: «Los jenízaros», en Los grandes cuerpos militares del pasado, A.T.E., Barcelona 1980, p. 135.. El segundo, muestra cómo dos culturas tan diferentes como la puritana europea de la segunda mitad del siglo XVII y la bantú africana de esa misma época trataban a las mujeres de pueblos que nosotros llamamos bosquimanos y pigmeos. En efecto, mientras que los invasores europeos avanzaban desde el sur, desde las tierras de ciudad El Cabo, fundada en 1652, hacia el norte, los bantúes avanzaban desde sus tierras del norte hacia las del sur. En el medio se encontraban los pigmeos y bosquimanos, cogidos entre dos invasores sin escrúpulos pues «unos y otros daban muerte a los hombres y se quedaban con las mujeres» Rafael Sánchez Mantero: La civilización africana, en «El siglo XIX», Historia de la Humanidad, Arlanza Ediciones, Madrid 2001, tomo 25, p. 126.. Todavía a los esclavistas europeos y a los bantúes no les interesaban los hombres bosquimanos y pigmeos, pero sí necesitaban ese especial «instrumento de producción» que es la mujer, por eso la dejaban viva mientras mataban a los hombres.

El tercero, el método de terrorismo sexual deliberadamente planificado y ejecutado por Japón en 1931, pero sobre todo desde 1937 hasta 1945, contra no menos de 200.000 mujeres coreanas, chinas, filipinas, indonesias y australianas, denominadas «mujeres del placer» http://www.abc.es, 20 de febrero de 2007., reducidas a esclavas sexuales de las tropas japonesas, que debieron sentir auténtico pavor a manos de sus continuos violadores, terrorismo que los sucesivos gobiernos «democráticos» japoneses tardaron más de sesenta años en reconocer, condenar y pedir perdón. El cuarto, y último, es del presente, de la actualidad más inmediata, y hace referencia a la creciente cantidad de denuncias de violaciones de mujeres niñas, jóvenes y adultas por las llamadas «tropas de protección internacional», «cascos azules» y de «ayuda humanitaria» que violan y aterrorizan con impunidad, llevando a cabo verdaderos «crímenes sin castigo» http://www.jornada.unam.mx, 4 de julio de 2008., casi siempre bajo el estandarte de la ONU Estitxu Martínez de Guevara: La ONU oculta los datos de la violencia sexual de sus Cascos Azules, http://www.rebelion.org, 2 de octubre de 2008., terrorismo tanto más destructivo cuanto que, se supone, estas tropas deben proteger a las mujeres de la práctica masiva de las violaciones en las guerras del siglo XXI David Rosen: La violación como un intrumento de guerra total en el siglo XXI, http://www.boltxe.info, 6 de junio de 2008.. La violación es una de las formas extremas del terror patriarcal, por lo que volveremos a ella al final de este capítulo.

Pero la mujer es un instrumento de producción con tanta trascendencia material y simbólica que modeló el propio lenguaje en algo tan decisivo como la axiología de sexo-género utilizada en situaciones militares, como las críticas machistas hechas en los Anales hititas a la cobardía de un mando militar en el asalto a la ciudad de Warsuwa o Ursu en lengua acadia: «Te has comportado como una mujer» Trevor Bryce: El reino de los hititas, op. cit., p. 103.. Otros pueblos, como el asirio y el babilónico, coinciden en dar predominancia a los guerreros muertos en combate que tienen más posibilidades que los civiles a la hora de gozar de alguna relativa consideración en la «Casa de las Tinieblas» Joseph M. Walker: Próximo Oriente, DM, Madrid 1996, p. 118.. Quiere esto decir que, al margen de otras cuestiones, la guerra y por tanto la superioridad masculina en la vida, garantizaba en parte su continuidad tras la muerte. Estos valores aluden directamente a los atributos guerreros del patriarcado, a los valores que los hombres desarrollaron como sexo-género dominante necesarios para sus guerras externas pero también para su dominación interna sobre sus mujeres.

Tardaron tiempo en imponerse sobre las formas sociales comunales, sobre los mitos de la lucha inicial contra el poder del monstruo o fiera maligna y sobre el papel dominante de las mujeres. Pero lo consiguieron, y el ejemplo que pone Mosterín es significativo: «La diosa Imanna (o Ishtar) fue primero la diosa del almacén comunal, en el que se guarda el grano, los dátiles y el resto de las cosechas. Más tarde fue identificada también con el planeta Venus, con las relaciones sexuales y con la guerra» Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid 2006, p. 98.. Se trata de un proceso de cambio y adaptación a las nuevas exigencias económicas y militares, y al progresivo poder de los hombres como efectos de tales cambios.

Homero nos ofrece en La Iliada una descripción muy aproximada de lo que era el sentimiento machista griego durante el asalto a Troya: «¡Oh amigos! Sed hombres y mostrad que tenéis un corazón pundonoroso ante los demás varones. Acordaos de los hijos, de las esposas, de los bienes y de los padres, vivan aún o hayan fallecido. En nombre de estos ausentes os suplico que resistáis firmemente y no os entreguéis a la fuga» Homero: La Ilíada, Alba, Madrid 1985, p. 172.. Homero define muy precisamente lo esencial del excedente material, sexual, afectivo, simbólico, etcétera, acumulado por el pueblo de Néstor, y la necesidad de sus hombres de morir en su defensa si fuera necesario. Hace tiempo, Lafargue había constatado que esta unión entre lo militar y lo económico determinaba que los latinos identificaran la virtud moral con la fuerza física y el valor en el combate, y que «en la Antigüedad el valor era toda la virtud: la cobardía debió ser, necesariamente, el vicio. Así las palabras kakos y malus, que en griego y latín significan cobarde, quieren decir el mal, el vicio» Pablo Lafarque: Idea de la justicia y el bien, en Textos Escogidos, Ciencias Sociales, La Habana 2007, p. 244..

Spirkin lo dice de forma directa: «No es por casualidad que los latinos, que con la palabra virtus designaban la fuerza física y el denuedo, comenzaron más adelante a designar también la “virtud”; análogamente, la palabra bonus significaba “fuerte y valiente”, y bonum, el bien. En griego, la palabra agathos significa “fuerte”, “intrépido” y también “noble”, “virtuoso”. La palabra rusa nravstvennost (moral) en el sistema de lenguas indoeuropeas, remonta a “hombre” y “valentía”. En gran parte, la virtud del hombre primitivo consistía en la fuerza y el coraje» A. Spirkin: El origen de la conciencia humana, op. cit., p. 180.. Durante los siglos transcurridos desde entonces, según la cronología occidental, estas palabras han conservado un valor referencial en todo sentimiento de pertenencia en sociedades con propiedad privada patriarcal, en las que los bienes, las mujeres y las sucesivas instituciones familiares son inseparables de la explotación sexo-económica y de la exigencia hecha a los hombres para comportarse como tales «ante los demás varones».

Éstas y otras muchas citas de las obras clásicas nos traen a colación también la práctica de la homosexualidad y su relación subterránea y negada con la identidad colectiva de los pueblos, tema al que volveremos al estudiar las relaciones entre la represión o admisión de la homosexualidad en el terrorismo militar grecorromano. Por no extendernos, recordemos que los romanos se llevaban las manos a los testículos –testes– cuando juraban o prometían decir la verdad, cuando testificaban que era cierto lo que decían. Y que virtud viene de la virilidad demostrada en el combate. Más aún, «piedad, al igual que virtud, describía cualidades en el fondo asociadas con el arte militar: devoción, lealtad y confianza, observancia de las leyes de la comunidad y voluntad de sacrificar la propia vida por el bien común. El hombre verdaderamente piadoso era, por necesidad, un guerrero. “Hombre distinguido en las armas y en la piedad”, tal como introduce Virgilio al héroe Eneas, fundador de Roma, en la Eneida» Anthony Pagden: Pueblos e imperios, Mondadori, Barcelona 2000, p. 88..

C. Leduc ha estudiado el proceso de reformas globales de Solón (-594/-593), Clístenes (-508/-507) y Pericles (-451), reformas que culminaron en la creación de la ciudadanía política para los hombres libres y poseedores de propiedad privada pero negada a las mujeres, que eran propiedad de esos hombres, evolución que acabó con el papel de la «casa» de los grupos gentilicios Claude Leduc: «¿Cómo darla en matrimonio?», en Historia de las mujeres, Taurus, 2000, vol. 1, pp.271-336.. Fue una estrategia de expropiación y explotación sistemáticamente aplicada durante mucho tiempo, estrategia machista y sexista deliberadamente impuesta desde lo más nuclear y decisorio de las primeras reformas democrático-patriarcales. F. Bourriot nos recuerda en su obligado y clásico estudio, las profundas reformas sociales, económicas y políticas de Solón, y precisa que: «Prohibió a los hombres ejercer el oficio de mercaderes de perfumes, para luchar contra el lujo y los gustos afeminados de un pueblo laborioso» Félix Borriot: El trabajo en el mundo helénico, Grijalbo, 1975, p. 80.. S. B. Pomeroy afirma que las medidas de Solón en lo concerniente a las mujeres tuvieron como objetivo acabar con las permanentes disputas entre hombres por el control de las mujeres. Y la solución impuesta fue mantenerlas apartadas y limitar su influencia: «institucionalizó la distinción entre mujeres decentes y rameras. Abolió toda forma de venta de sí mismo y de venta de niños en esclavitud, salvo una: el derecho del hombre a vender una mujer soltera que hubiera perdido su virginidad […] Estableció también burdeles propiedad del Estado, regentados por esclavos, e hizo atractiva Atenas para los extranjeros que querían hacer dinero, incluyendo artesanos, comerciantes y prostitutas» Sarah B. Pomeroy: Diosas, rameras, esposas y esclavas, Akal, Madrid 1987, p. 73..

Sabemos que de entre todos los mecanismos de represión y control patriarcal sobre la mujer hubo y sigue habiendo tres fundamentales: el rechazo y repudio de la menstruación en su función clave dentro de la mujer con la naturaleza, la imposición de la virginidad y la práctica de la violación, por este orden. Desde el advenimiento del patriarcado, los hombres se han ensalzado a sí mismos como el principio activo, y han reducido a las mujeres al papel pasivo, como hemos visto arriba, y en esta jerarquización el repudio de la menstruación ha significado y significa uno de los puntos clave de todo el sistema patriarcal porque, ante el imaginario masculino, la sangre menstrual sintetiza todo lo que no puede tener, toda la fuerza creativa de la mujer, todo el misterio profundo de la vida y toda su conexión con la naturaleza. Y la mejor forma de intentar controlar ese misterio irresoluble es negarlo, condenarlo y reprimirlo Simone de Beauvoir: El segundo sexo, Edic. Siglo Veinte, Buenos Aires 1972, tomo I, pp. 190-195..

En este contexto, según V. Sau: «El concepto de virginidad femenina y el tratamiento cultural de que ha sido y es objeto no puede entenderse si no es en relación a cómo los hombres se distribuyen entre sí a las mujeres como mercancías o bienes muebles: unas para la prostitución, otras para el matrimonio y otras para la “soltería controlada” […] La virginidad […] es una explicitación de cómo él se la ha apropiado como medio de reproducción, así como a todo el fruto que pueda dar su vientre» Victoria Sau: «Virginidad», en Diccionario ideológico feminista, Icaria, 1990, p. 277.. La importancia de la virginidad y su imposible coexistencia con el proceso biológico de la fecundación y nacimiento de los dioses, este problema irresoluble que las religiones pretenden resolver como «milagroso» Pierre Saintyves: Las madres vírgenes y los embarazos milagrosos, Akal, 1985., es una de las raíces irracionales del tronco común del que se separan luego como ramas las religiones monoteístas, tan obsesionadas ahora como antes en seguir manteniendo ese mito anticientífico y reaccionario.

La virginidad ha sido utilizada por el patriarcado de una manera u otra en todas partes del mundo, especialmente en las culturas griega, romana, hebrea, celta y germánica B. S. Anderson y J. P. Zinsser: Historia de las mujeres: una historia propia, Crítica, 1991, tomo 1, p. 57., decisivas para la actual cosmovisión eurocéntrica y occidentalista dominante a escala planetaria, sobre todo a partir del reforzamiento de la virginidad por el cristianismo Elaine Pagels: Adán, Eva y la serpiente, Crítica, 1990, pp. 119-142.. Más aún, el mito de la Virgen María ha sido y es un componente esencial en la justificación de toda serie de genocidios, atrocidades militares y crímenes políticos desde, como mínimo, el año 431 Karlheinz Deschner: «Antes del crimen, invóquese el dulce nombre de María», en Opus diaboli, Yalde, 1990, p. 261.. Es de aquí de donde surge, por simple lógica de necesidad, otra práctica brutal permanente, desde el surgimiento del patriarcado como es la violación, con su innegable significado de ataque por parte de unos hombres a la propiedad privada de las mujeres por otros hombres.

De este modo, la construcción social de las identidades colectivas, la de la mujer en concreto y después de ella la de los pueblos esclavizados, se realizó forzada por la explotación y el terror. Además, estos mismos atributos de hombría, valentía, fortaleza, intrepidez, etcétera, eran vitales para la guerra y por tanto y en buena medida para el surgimiento de la propiedad privada ya que, como indica J. Kuczinski: «la propiedad privada tuvo su origen sobre todo en la parte especial del botín asignada al comandante de guerra» Jürgen Kuczonski: Breve historia de la economía, Castellote Editor, Madrid 1976, p. 47.. Dado que solamente luchaban los hombres, sólo éstos podían acumular riquezas más allá de la pequeña acumulación lograda con el trabajo civil, si es que lo lograban. Recordemos que los primeros himnos rigvédicos de la antigua cultura de la India cuentan la historia de Indra, dios guerrero, destruyendo las fortificaciones de las potencias enemigas Donald Kagan: Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz, Turner, FCE, Madrid 2003, p. 19., con el aumento correspondiente de sus propiedades. Por otra parte, abundan las referencias directas en todas las «culturas guerreras» a disputas entre la tropa y los jefes en el momento del reparto del botín, pues la tropa exige métodos más equitativos y «democráticos» de reparto, mientras que los jefes apuntalan la tendencia al acaparamiento del botín, en el que las mujeres conquistadas juegan un papel central.

Ese especial y único «instrumento de producción» que es la mujer, capaz de producir vida o dicho de manera directa, de producir carne de cañón, fuerza de trabajo y objetos sexuales, ha sido valorado en su justo precio en plena Edad Media europea. G. Duby ha estudiado la nueva cristalización del patriarcado gracias a la imposición del matrimonio como sacramento oficial sosteniendo que: «Durante un siglo, el XI, el del endurecimiento, la forma de producción señorial se impuso difícilmente en los tumultos, en la disputa encarnizada por el poder. Conservar éste, extenderlo, imponía la concentración. El grupo de los guerreros cristalizó en linajes, aferrados a la tierra, al derecho de mandar, de castigar, de explotar al pueblo campesino. Para resistir a las agresiones de lo temporal, la Iglesia se cristalizó en el rigor de sus principios. El matrimonio es un instrumento de control, y los dirigentes de la Iglesia lo utilizaron para enfrentarse a los laicos con la esperanza de subyugarlos. Los dirigentes de los linajes lo utilizaron de otra manera para mantener intacto su poder” George Duby: El caballero, la mujer y el cura, Taurus, Madrid 1982, p. 241.. Poco después en el siglo XIII se constata que “no era inusual que se repudiara a una mujer por haber permanecido estéril durante un cierto número de años de vida conyugal” Claudia Opitz: «La vida cotidiana de las mujeres en la baja Edad Media (1250-1500)», en Historia de las mujeres, Taurus 2000, tomo 2, p. 365.. Luego, sobre esta base previa, se desarrollaba otro de los objetivos cruciales del poder machista, a saber, la propiedad masculina de la reproducción de hombres y luego, en segundo lugar, de mujeres. M. McLaughlin ha estudiado cómo los sistemas reprimidos y clandestinos pero frecuentes de infanticidio, aborto, etcétera, en una sociedad que “a menudo vivía en el límite de la subsistencia”, tendía a operar “en detrimento de las niñas, a las que no se daba gran valor en una sociedad predominantemente militar y agrícola» Mary Martin McLaughlin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al siglo XIII», en Historia de la infancia, Lloyd deMause, Alianza Editorial, Madrid 1991, p. 155 y ss.. En el sistema patriarco-burgués, este problema no ha desaparecido, simplemente ha sido adaptado a las nuevas condiciones de la acumulación de capital.

Podemos ahora avanzar con más seguridad y comprender que la importancia de la crítica feminista al «logos falocéntrico» radica en que, junto con el marxismo, niega la pretensión objetivista y no valorativa del pensamiento dominante, del positivismo en todas sus formas. C. Martínez Pulido, en un texto de obligado estudio, razona que: «La afirmación acerca de la no neutralidad valorativa de la ciencia afecta a la distinción entre valores cognitivos y no cognitivos, pues hace hincapié en el carácter social de los valores epistémicos a la vez que presenta la posibilidad de identificar ciertos aspectos cognitivos en algunos no epistémicos. Por ejemplo, los valores contextuales pueden determinar qué preguntar y qué ignorar acerca de un fenómeno dado […] Del mismo modo, los valores contextuales también pueden afectar a la descripción de los datos, esto es, se pueden utilizar términos cargados de valores a la hora de describir observaciones y experimentos y los valores pueden influir en la selección de los datos o en los tipos de fenómenos que hay que investigar» Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, p. 29..

Otras investigadoras han profundizado en esta imprescindible crítica:

«El análisis de las metáforas sexuadas en el discurso científico ha ofrecido los mejores ejemplos de cómo funciona el lenguaje modelando la actividad cotidiana de los científicos. En la medida en que estos ejemplos muestran que el lenguaje trasmite, en las producciones científicas, valores culturales específicos, establecen precedentes importantes para cualquiera que se interese en el lenguaje y en la ciencia. Pero pueden ser considerados inoportunos a los ojos de los científicos, que continúan acariciando el sueño de una ciencia independiente del lenguaje y de la cultura. Sin embargo, trabajos importantes en el campo de la historia y de la filosofía de las ciencias han revelado actualmente que ese sueño era sólo apenas un sueño; puede expresar una aspiración o un deseo, pero no puede ya ser tomado por una descripción de la ciencia, lo sabemos» Evelyn Fox Keller: «Lenguaje científico (sexación del)», en Diccionario crítico de feminismo, Edit. Síntesis, Madrid 2002, p. 138..

Por su parte, D. Sánchez también ha mostrado cómo el poder androcéntrico controla la producción científica mediante la utilización de todos los métodos, desde la inicial marginación de las mujeres en su infancia, hasta el control social en los lugares de producción científica, pasando por el funcionamiento de la censura y del silencio de unos discursos, los críticos, y la potenciación e impulso a los que defienden el sistema patriarcal, sin olvidar, ni mucho menos el léxico machista y los valores que impone Dolores Sánchez: «Andropocentrismo en la ciencia. Una perspectiva desde el análisis crítica del discurso», en Interacciones ciencia y género, Icaria, Barcelona 1999, pp. 161-184..

Terror y resistencia femenina

Pero la victoria del patriarcado no fue instantánea sino que requirió mucho tiempo, encontrando más resistencia de las mujeres de lo que reconoce la bibliografía machista. Evans-Pritchard nos ha dejado una comparación relativamente valiosa entre las formas de vida de las mujeres en las sociedades primitivas, generalmente en África, y las mujeres occidentales, especialmente las inglesas de mediados del siglo XX. Esta antropólogo comienza afirmando que:

«Los informes más fiables de los pueblos primitivos en los últimos años tienden a señalar la influencia de las mujeres, su habilidad para mantener su propiedad, la estima en que se las tiene y sus importantes funciones en la vida social», y a continuación sintetiza ocho grandes diferencias: una, en los pueblos primitivos no hay mujeres adultas solteras; dos, quieren tener tantos hijos como sea posible; tres, apenas existe el amor romántico occidental e incluso no existe en muchos sitios; cuatro, a partir de una determinada edad, los hijos pasan bajo la tutela de los padres y las hijas de las madres; cinco, el sistema de parentesco reduce la intensidad de la vida familiar, compensada con la alta vida comunal; seis, fuera de la casa no se inmiscuyen en las vidas de unos con otras, existiendo muchos espacios de libertad; siete, dentro de la casa familiar, los hombres ostentan la autoridad invariablemente, y ocho: «la mujer primitiva se quejará abiertamente y hará la vida imposible a su marido y a los demás si los derechos y privilegios de su estatus no se respetan, no siente sin embargo que su estatus como tal tenga que ser cambiado». Y define así la forma de vida de las mujeres occidentales: «imposibilidad de casarse, desarreglos psicológicos en la vida familiar que, al no funcionar los lazos de parentesco, ha de soportar una carga emocional demasiado pesada; la inseguridad del estatus con la confusión y el choque que origina; el hastío, etcétera. Podría añadir la gazmoñería y la prostitución […] en último término, la más eficiente guardiana de la virtud» E. E. Evans-Pritchard: La mujer en las sociedades primitivas, Península, Barcelona 1975, nº 84, pp. 35-55..

M. Godelier, en una investigación sobre el origen de la opresión de la mujer, afirma con razón que:

«Es falso y peligroso creer que en todas las sociedades en que reina la dominación masculina no hay o no ha habido resistencia femenina. En todas partes el observador encuentra formas individuales y colectivas de resistencia […] Negarse a cocinar, a hacer el amor, divorciarse, oponerse, físicamente incluso y hasta por medio del asesinato, a la autoridad masculina, son formas habituales de resistencias que se pueden observar en el mundo. Pero no se trata de una oposición estática, pues la oposición de las mujeres provoca en todas partes formas variadas de represión masculina» Maurice Godelier: «Las relaciones hombres/mujer: el problema de la dominación masculina», en En Teoría, Madrid 1980, nº 5, pp. 26-27..

Al margen de cómo quiera o se atreva Godelier a definir a cada una de las dos violencias, la de los hombres –¿o violencia injusta, de ataque, ofensiva?– y la de los «asesinatos» cometidos por las mujeres –¿o violencia justa, de respuesta, defensiva?–, al margen de este silencio, lo cierto es que la cita de Godelier nos introduce de lleno en el problema que estamos analizando, a saber, que el miedo oficial introducido en las mujeres por el patriarcado mediante su sistema pedagógico global, que abarca toda la vida de las mujeres, no anula del todo la capacidad de resistencia femenina. Sin embargo, una cosa es que logre impedir esas luchas, pero otra es que sí logra sumergirlas en la oscuridad del silencio, sí la oculta, sí logra imponer la sensación de que no existen las resistencias reforzando el mito reaccionario de que la mujer es «pacífica por naturaleza». Por esto es siempre necesario recurrir a la historia crítica, por ejemplo, a la impresionante denuncia teórica realizada por Christine de Pisan nada menos que a comienzos del siglo XV, cuando en 1405 publica su Libro de la ciudad de las damas, en el que arremete contra la violencia masculina, contra las muy frecuentes violaciones de mujeres por hombres, contra la creencia machista de que las mujeres gozaban con la violación, contra las duras condiciones de explotación doméstica entonces existentes B. S. Anderson y J. P. Zinsser: Historia de las mujeres, Crítica, Barcelona 1991, vol. II, p. 387 y ss.; pero sobre todo a las formas de resistencia cotidiana de las mujeres contra las disciplinas patriarcales, contra la sexualidad impuesta, contra los embarazos no deseados, en la práctica de las sexualidades prohibidas, reprimidas y declaradas pecado por la Iglesia, o sea, lo que N. Castan ha definido como «la criminal» en su interesante estudio sobre la represión y las resistencias de este tipo entre los siglos XVI y XVIII en Europa occidental Nicole Castan: «La criminal», en Historia de las mujeres, Taurus, Madrid 2000, tomo III, pp. 510-524..

Si seguimos tanto el orden cronológico como el temático, si pasamos de las formas de resistencia no legal, «criminal», en las opresiones cotidianas que atañen a las prácticas más comunes, desde las sexuales hasta las económicas y costumbristas, a las formas de resistencia a las opresiones que atañen más pública y notoriamente a lo político, a la injusticia social y de sexo-género, a la explotación económica asalariada, etcétera, entonces la historia crítica vuelve a aportarnos datos imprescindibles. Por ejemplo, por seguir el orden cronológico, en el caso de China, en donde la mujer mantuvo mal que bien sus libertades hasta la dinastía de los Song del Sur (1127-1279) cuando se comenzó a vendar los pies de las bailarinas, atrocidad que se fue extendiendo a las niñas de las clases ricas y medias, excepto en las más pobres. Hasta entonces las mujeres cabalgaban, viajaban solas, tenían negocios y eran monjas taoístas AA.VV.: «La mujer en China», en Historia de la humanidad, Arlanza Ediciones, Madrid 2000, volumen 14, p. 50.. Su resistencia a la creciente represión patriarcal fue grande y lo atestigua su práctica revolucionaria, pues todavía en 1420, dirigidas por Tang Sai’er, constituyeron el grueso del hasta entonces mayor y más duro levantamiento campesino, siendo los más importantes los de 1370, 1381 y 1385. Su organización fue apreciable porque la represión no detuvo a Tang Sai’er pese a «arrestar a varias decenas de miles de monjas» Bai Shouyi y otros: Breve historia de China desde la antigüedad hasta 1919, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, R.P. China 1984, p. 326. taoístas que, en lo socioeconómico, se distanciaban de su burocracia oficial.

Si de China volvemos a Europa occidental un poco más tarde, en las luchas sociales inglesas, francesas y holandesas en los siglos XVI y XVIII, comprendemos que, según palabras de A. Farge: «No debe subestimarse la disidencia femenina, aun sin armas ni violencia […] para comprender las múltiples y sutiles formas que adoptan las mujeres para resistir a las prescripciones de las autoridades civiles y religiosas» Arlette Farge: «La amotinada», en Historia de las mujeres, Taurus, Madrid 2000, tomo III, pp. 528-529.. Pero siendo esto importante, más lo es el análisis que esta investigadora hace del comportamiento de los hombres explotados cuando «sus» mujeres no solamente participan en motines y en revueltas, en sublevaciones revolucionarias, sino que además son ellas y no ellos las que las inician, las que prenden la mecha del estallido social con su valentía: en un primer momento, los hombres explotados ceden el puesto director a la iniciativa de las mujeres explotadas, y los explotadores incluso retroceden ante el avance de ellas, de las mujeres oprimidas, que, como en París en 1725 se lanzan contra las autoridades y las panaderías por el encarecimiento de este producto vital, asaltando almacenes y tiendas, practicando la violencia justa porque «la sublevación y el pillaje de las panaderías son expresión legítima del rechazo de una situación pública injusta» Arlette Farge: «La amotinada», en Historia de las mujeres, op. cit., p. 533..

Pero, a la vez o muy poco después, los hombres explotados y oprimidos, reaccionan contra «sus» mujeres según los tópicos y normas machistas, patriarcales, criticándolas y ridiculizándolas como «locas», «histéricas», «poco femeninas», masculinizadas y muchos otros insultos. Sin embargo, muchas de estas mujeres no se arredran y llegan a participar en las guerras de liberación de sus pueblos camufladas con ropas de hombres, actuando contra las mujeres que asumen la explotación de su pueblo, que colaboran con el invasor, con el ocupante, sobre todo en las llamadas «guerras de religión» en las que la liberación nacional se expresaba en protestantismo y la opresión nacional a través del catolicismo del imperio español Arlette Farge: «La amotinada», en Historia de las mujeres, op. cit., pp. 537-541..

La antropóloga H. L. Moore sostiene que: «Uno de los aspectos más relevantes de las formas de resistencia “cotidiana” de la mujer es que, si confinamos el estudio de su actividad política a los grupos de mujeres –oficiales o no oficiales–, existe el riesgo de pasar por alto una importante dimensión de las estrategias políticas feministas. Estas “formas de resistencia cotidiana” no son, por supuesto, exclusivas de la mujer; sino que caracterizan así mismo la actividad política de los grupos oprimidos, pobres y marginados. Es, sin embargo, sumamente difícil encontrar formas satisfactorias de analizar los acontecimientos políticos que en realidad no son acontecimientos, las protestas que nunca se expresan abiertamente, las manifestaciones de solidaridad que nunca parecen aplicarse a un grupo definido» Henrietta L. Moore: Antropología y feminismo, Feminismos, Madrid 1991, p. 213.. Por su parte, C. Alemany, en el texto ya visto, sostiene también que se oculta las violencias que pueden desarrollar las mujeres, silencio mantenido también por determinadas feministas que han aceptado la tesis del pacifismo «natural» y «biológico» de las mujeres, y concluye: «A diferencia de la violencia masculina, la violencia de las mujeres no se aprende ni se legitima socialmente. Además, se califican como “violentos” comportamientos sobre todo verbales, que se considerarían anodinos en los hombres» y continúa mostrando casos concretos de participación de las mujeres en las violencias sociales de su época Carmen Alemany: «Violencias», en Diccionario Crítico del Feminismo, Edit. Síntesis, Madrid 2002, p. 295..

Pero llegados a este punto hemos de detenernos en el terrorismo inquisitorial contra la denominada «brujería» en el medioevo europeo. En su exhaustivo estudio sobre la brujería, B. P. Levack muestra que la razón fundamental de la persecución y represión de las brujas, habiendo otras menores, fue en realidad «el miedo a la rebelión, la sedición y el desorden» que azotó a las clases dominantes en aquellos siglos, y que «tampoco es una coincidencia que la creencia culta en la brujería organizada se extendiese por Europa durante un período de profunda inestabilidad y rebelión crónica. La era de la gran caza de brujas fue la gran época de la rebelión popular de la historia europea, siglos que fueron testigos de incontables jacqueries campesinas, guerras civiles religiosas y, en fin, las primeras revoluciones nacionales del mundo moderno. Estos trastornos aterraron a los miembros de las clases dominantes de toda Europa y sus miedos se reflejaron en la imaginería del aquelarre» Brian P. Levack: La caza de brujas en la Europa Moderna, Altaya, Barcelona 1997, pp. 95-96.. Desde esta perspectiva de fondo, es decir, desde la visión de los conflictos sociales que cuestionaban el dogma de la propiedad privada y de la dominación de los pueblos por fuerzas extranjeras, como fue el caso citado por Levack de la acusación española contra las mujeres indias en el Perú de que incitaban a desobedecer al poder Brian P. Levack: La caza de brujas en la Europa Moderna, op. cit., p. 200., desde aquí es perfectamente comprensible la brutalidad terrorífica de la quema de brujas vivas después de haberlas torturado. Pero el estudio de Levack tiene además la virtud de poner el dedo en la llaga aún más profunda del machismo, del sistema patriarco-burgués que se estaba implantando entonces y que era cuestionado por las brujas rebeldes e inconformistas que defendían un modelo sexual incompatible con «el ideal de buena mujer cristiana y madre» Brian P. Levack: La caza de brujas en la Europa Moderna, op. cit., p. 202.. E. González Duro también es de la opinión de Levack coincidiendo con él prácticamente en todo menos en que no cita el «problema nacional» tal como se vivía en la Edad Media. La gente amedrentada por las hambrunas, las pestes, las guerras constantes y las revueltas populares tendía a culpar a las mujeres acusándolas de brujería Enrique González Duro: Biografía del miedo, Edit. Debate, Barcelona 2007, p. 47., descargando en ellas sus miedos, frustraciones e iras.

Un ejemplo de participación de las mujeres en la violencia dominante es el de Dahomey, actual Estado de Benin. Recordemos un poco la historia de este país para contextualizar la participación de las mujeres en su ejército. Dahomey era uno de los países más poderosos y expansivos al inicio del siglo XVIII, con un Estado centralizado, fuertes medidas proteccionistas contra la penetración de mercancías europeas y con el cuasimonopolio estatal del muy rentable tráfico de esclavos, todo lo cual hizo que se convirtiera en un «Estado poderoso» Anthony Pagden: Pueblos e imperios, Mondadori, Barcelona 2002, p.134.. Durante este proceso el Estado de Dahomey fue ocupando pueblos que integraba en su estructura de poder, o que destruía esclavizándolos; pero se encontró con la tenaz resistencia de otros pueblos, entre los que destacó el pequeño reino de Jacquin que, consciente de su inferioridad militar, se refugió en los islotes y lagunas costeras, sabedor de que el ejército de Dahomey no quería atravesar el agua para invadirles porque así lo prohibía el vodun o fetiche personal, llamado Kini-Kini o León, del rey de Dahomey Rafael L. López Valdés: Componentes africanos en el etnos cubano, Ciencias Sociales, La Habana 1985, p. 59..

La razón última del debilitamiento de Dahomey y del resto de Estados predadores y esclavistas, fue el auge del comercio del aceite de palma, unido a la caída del mercado internacional de esclavos. La producción de aceite de palma terminó superando a estos Estados, incapaces de competir con la planificación estratégica del capitalismo europeo Eric R. Wolf: Europa y la gente sin historia, FCE, México 1994, pp. 400-402.. La pérdida del comercio exterior obligó a la apertura mercantil, facilitando la lenta pero imparable penetración de comerciantes franceses desde 1843, con las fricciones crecientes que llevaron a la guerra de resistencia a partir de 1890 y la rendición del rey Behanzin en 1894. La invasión francesa Mauro Olmeda: El desarrollo de la sociedad, Edit. Ayuso, Madrid 1973, tomo III, pp. 186-188. de Dahomey no fue fácil y el imperialismo de París debió hacer un especial esfuerzo militar en 1892 al movilizar nada menos que 3.450 soldados más un destacamento de la Legión, reforzándolos en 1893 con otros 397 militares y 700 porteadores Richard Holmes: Atlas historique de la guerre, Éditions Jean Claude Lattes, París 1989, p. 122., lo que da una idea de la resistencia africana. El empobrecimiento generalizado causado por la ocupación francesa no desunió del todo al país, ya que éste recuperó su independencia en 1960 y logró recomponer las divisiones étnicas AA.VV.: La enciclopedia, Salvat, Madrid 2003, tomo 3, p. 1.726..

La resistencia armada de Dahomey se realizaba en base a un efectivo ejército de aproximadamente 20.000 soldados, de los cuales 5.000 eran mujeres, como explica M. Harris:

«Muchas de ellas no iban armadas y desempeñaban funciones no tanto de combatientes directos como de exploradores, porteadores, tambores y portaliteras. La elite de la fuerza militar femenina –integrada por unas 1.000 a 2.000 mujeres– vivía dentro del recinto real y actuaba como guardia de corps del monarca. Según parece, en varias batallas documentadas, este cuerpo femenino se batió con tanto arrojo y eficacia como los hombres. Pero sus principales armas eran mosquetes y trabucos, no lanzas ni arcos y flechas, con lo que se reducían al mínimo las diferencias físicas entre ellas y sus adversarios. El rey de Dahomey consideraba el embarazo de sus soldados de sexo femenino como una seria amenaza para su seguridad. Técnicamente, sus guerreras se hallaban casadas con él, aunque el rey no mantenía relaciones sexuales con ellas. Las que quedaban embarazadas eran acusadas de adulterio y ejecutadas» Marvin Harris: Nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid 2004, pp. 263-264..

Terrorismo patriarco-burgués

La civilización burguesa eurocéntrica ha ocultado la sangrante historia de la represión de las mujeres y de las revolucionarias en concreto. Con la excusa del denominado «machismo islamista», el sistema patriarco-burgués eurocéntrico ha silenciado sus atrocidades recientes, sin las cuales la actualidad, el hoy y el ahora, muy probablemente sería otra, mejor. Según se aprecia en la secuencia histórica, la burguesía fue consciente de la necesidad de masacrar primero a las mujeres revolucionarias dirigentes de movimientos reivindicativos que desbordaban el sistema patriarco-burgués, y después a las conservadoras y reaccionarias. Todo ello mientras se iniciaba un esfuerzo estratégico destinado a domeñarlas y formarlas para que fueran eficaces instrumentos de producción de fuerza de trabajo alienada y sumisa tanto en el trabajo asalariado como en el trabajo militar. Es por esto que la represión se cebó casi de inmediato contra las dirigentes revolucionarias. Nos limitaremos a enumerar la siniestra lista de fechas compilada por P-M. Duhet: 14 de julio de 1789, toma de la Bastilla tras fuertes motines propiciados e impulsados por las mujeres populares; 22 de diciembre de ese año las mujeres son excluidas del derecho a voto; segunda mitad de abril de 1791, detención de la dirigente feminista Th. de Méricourt; 17 de julio, orden de arresto de las dirigentes feministas Etta Palm y Olympe de Gouges; 24 de junio de 1793, las mujeres son excluidas de los derechos políticos; 20 de octubre, disolución de los clubs femeninos; noviembre del mismo año, ejecución de Olympe de Gouges y de Mme Roland; abril de 1794, detención de Claire Lacombe, y 24 de mayo, prohibición a las mujeres de acudir a las asambleas políticas Paule-Marie Duhet: Las mujeres y la revolución 1789-1794, Ediciones Bolsillo, Barcelona 1974, pp. 223-225..

No hace falta decir que esta represión fue unida a una fuerte presión social machista contra las libertades concretas, pero manteniendo una clara autonomía relativa en cuanto reacción patriarcal por debajo del ascenso lento pero imparable de la contrarrevolución burguesa. El impacto deslegitimador total que la represión patriarco-burguesa hace al mito francés es tal que se ha pretendido ocultarlo como hace, entre muchas «feministas», E. G. Sledziewski Elisabeth G. Sledziewski: «Revolución francesa. El giro», en Historia de las mujeres, op. cit., tomo IV, pp. 53-70..

La represión iba unida a un proceso de creación de una institución familiar acorde a las necesidades capitalistas entonces existentes, que a su vez conllevaba la creación del mito del «instinto maternal», mito desarrollado por la burguesía ascendente e imprescindible para el andamiaje ideológico del sistema patriarco-burgués. E. Badinter ha demostrado entre otras cosas que la «indiferencia maternal» era una realidad constante y con fuertes arraigos asentados de las penosas condiciones de vida y crianza de la prole, y también ha demostrado por qué y cómo la burguesía necesitaba urgentemente asegurar la reproducción de fuerza de trabajo y de carne de cañón para lo cual necesitaba crear el citado «instinto maternal» Elisabet Badinter: ¿Existe el instinto maternal?, Paidós-Pomaire, Barcelona 1981, p. 65 y ss.. Todo este proceso se expresa en el plano artístico y simbólico en el célebre cuadro de St. Croix: La libertad guiando al pueblo, pero también, aunque menos conocido, en un cuadro de autor anónimo en el que se ve a dos jóvenes mujeres que representan a Gran Bretaña y al Estado español frente a Napoleón Pelai Pagès Blanch: Las claves del Nacionalismo y el Imperialismo 1848-1914, Planeta, 1991, p. 19.. En realidad, la trascendencia de esta época de revolución burguesa, en el tema que nos afecta, radica en que es entonces cuando se sientan las bases de la actual estructura patriarco-burguesa del Estado capitalista, sobre todo, en lo esencial de la ley y del Estado, como ha analizado muy correctamente C. A. MacKinnon Catharine A. MacKinnon: Hacia una teoría feminista del Estado, Feminismos, nº 27, 1995, pp. 305-327..

Ambos procesos los ha sintetizado E. Morin de esta forma:

«La nación, de sustancia femenina, conlleva en sí las cualidades de la tierra-madre (madre patria), del hogar (home, heimat), y suscita, en los momentos comunitarios, los sentimientos de amor que experimenta la madre de forma natural. El Estado, a su vez, es de sustancia paterna. Dispone de la autoridad absoluta e incondicional del padre-patriarca y se le debe obediencia absoluta. La relación matripatriótica con el Estado-nación suscita, frente al enemigo, el sentimiento de fraternidad mítica de los “hijos de la patria”» Edgard Morin: «El Estado-nación», en Teorías del nacionalismo, Paidós, Barcelona 1993, p. 455..

La definición de E. Morin, aun siendo válida en su sentido general, no sirve para expresar la rica complejidad de las contradicciones entre la creciente irrupción de las mujeres en las luchas nacionales –aportando una visión no machista extremadamente interesante y decisiva a la larga– de la época que tratamos. En este sentido, es necesario recurrir a M. Perrot para conocer las experiencias de las mujeres en las luchas nacionales desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XX. Una presencia práctica incuestionable y hasta decisiva en determinados momentos críticos, como el caso de la guerra de liberación griega; otras veces, más frecuentemente, menos pública y más centrada en lo que se denomina «retaguardia», pero siempre imprescindible pese a su oscuridad e invisibilidad. Y, lo que es decisivo, siempre recortada y controlada, cuando no reprimida, por el poder patriarcal como fue la amarga experiencia irlandesa, una más entre muchas. Al final, la lección es aplastante: «Las luchas de independencia nacional no modifican las relaciones entre sexos: nos lo dice también el siglo XX. Sin embargo, estas mujeres que se encontraron a sí mismas, no tienen ningún interés en volver lisa y llanamente a sus casas. La generación alemana de 1813 ha soltado las amarras del plano privado. Las norteamericanas de la Guerra de Secesión vuelcan en la filantropía y el feminismo la energía desplegada en la lucha contra la abolición de la esclavitud» Michelle Perrot: «La Madre Patria: guerras y luchas de independencia nacional», en Historia de las mujeres, op. cit., tomo IV, p. 518.. Estas derrotas colectivas y resistencias heroicas pero aisladas se produjeron en un siglo en el que «una de las características de los códigos civiles de la Europa burguesa y liberal del siglo XIX fue el reforzamiento del “patriarcado”, el control del hombre sobre la esposa y el hijo […] en la necesidad de reconstruir la jerarquía en una sociedad democrática, y de fomentar el desarrollo económico por la afirmación de los derechos absolutos de propiedad» James Casey: Historia de la familia, Espasa Calpe, Madrid 1990, p. 160..

La victoria del sistema patriarco-burgués se consumó con «el fracaso del pacifismo femenino» Françoise Thébaud: «La Primera Guerra Mundial: ¿la era de la mujer o el triunfo de la diferencia sexual?», en Historia de la familia, op. cit., tomo V, pp. 87-91. para presentar una alternativa práctica eficaz contra la explosión de violencias múltiples a comienzos del siglo XX, violencias que tenían su origen en la agudización de las contradicciones sociales producida en el tránsito de la fase colonialista a la fase imperialista del capitalismo. Será la revolución bolchevique de octubre de 1917 la que, por primera vez en la historia, realice conquistas radicales contra el terrorismo patriarcal. Lenin ofrece una definición exacta de lo que entonces eran los nuevos derechos logrados por el bolchevismo y garantizados por la dictadura del proletariado: «la única revolución consecuentemente democrática respecto a cuestiones como las del matrimonio, el divorcio y la situación de los hijos naturales es, precisamente, la revolución bolchevique. Y ésta es una cuestión que atañe del modo más directo a los intereses de más de la mitad de la población de cualquier país. Sólo la revolución bolchevique por primera vez, a pesar de la infinidad de revoluciones burguesas que la precedieron y que se llamaban democráticas, ha llevado a cabo una lucha decidida en dicho sentido, tanto contra la reacción y el feudalismo como contra la hipocresía habitual de las clases pudientes y gobernantes» Lenin: El significado del materialismo militante, Obras Completas, Edit. Progreso, Moscú 1984, tomo 45, p. 33.. A. Kollontai realizó en 1921 un estudio aún más profundo y completo que el de Lenin sobre los avances cualitativos realizados por el bolchevismo por primera vez en la historia humana en lo que se refiere a «la revolución de las costumbres» y a las opresiones machistas Alexandra Kollontai: Sobre la libertad de la mujer, Fontamara, Barcelona 1979, p. 255 y ss..

Muchas historiadoras feministas reconocen los logros de la revolución bolchevique, pero también la capacidad de recuperación y de adaptación del sistema patriarcal a las nuevas condiciones:

«A diferencia de las revoluciones anteriores, el nuevo gobierno bolchevique instauró activamente una legislación encaminada a transformar la vida de las mujeres. En 1918, una nueva ley matrimonial daba carácter civil al matrimonio y facilitaba la obtención del divorcio […] Los intentos para revolucionar la familia y el trabajo del hogar terminaron después de 1922: Kollontai perdió influencia. Lenin murió y, a finales de la década de 1920, las prioridades de los gobiernos eran el aumento de la productividad y la industrialización. Las asociaciones independientes de mujeres fueron abolidas: el Secretariado Internacional de las Mujeres, en 1926, y la misma Zhendtel, en 1930. A las mujeres las retiraron de sus puestos en el Ejército Rojo y fueron reemplazadas por hombres; los escalafones más altos del Partido Comunista siguieron estando ocupados por una arrolladora mayoría masculina. Las principales mejoras para las mujeres estuvieron en el campo educativo, puesto que se abrieron guarderías, se llevó a cabo una alfabetización general y se preparó a las jóvenes para desempeñar nuevos tipos de trabajos» B. S, Anderson y J. P. Zinsser: Historia de las mujeres, Crítica, Barcelona 1991, vol. II, pp. 343-344..

No merece la pena exponer la contrarrevolución patriarcal inseparable a las contrarrevoluciones militaristas, fascista, nazi y franquista, y al activismo machista de las iglesias cristianas en estos años. Sí debemos detenernos en el agudo retroceso en las libertades sexuales, en el sentido amplio, acaecido en la URSS durante su degeneración burocrática. Trotsky critica minuciosamente el retroceso en los derechos de la mujer en el hogar y en la familia, en el derecho al aborto, en el derecho al divorcio, en la paralización de la crítica a la religión y en la formación y educación atea, extendiendo su denuncia al retroceso en las condiciones de vida de la infancia y de la juventud en la década de 1930, en un análisis que sería confirmado con el tiempo Trotsky: La revolución traicionada, Edit. Fontamara, Barcelona 1977, p. 149 y ss.. Ahora bien, pese a semejante retroceso en los derechos conquistados en 1917, aún así, en comparación con los Estados capitalistas, fueran nazi-fascistas, militaristas o democrático-burgueses, la situación de la mujer en estos años treinta del siglo XX sigue siendo superior: «La URSS sigue siendo un país de vanguardia: escuelas mixtas, matrimonio civil, mayoría de edad a los dieciocho años, amplio abanico de oficios […] la mujer soviética está económicamente emancipada» Françoise Navailh: «El modelo soviético», en Historia de las mujeres, op. cit., tomo V, p. 305.. Sin embargo, el retroceso en estas libertades decisivas dejó intactas estructuras fundamentales del patriarcado.

W. Reich realizó una lúcida crítica de la involución sexual en la URSS, resaltando una cuestión que pensamos que es importante recordar aquí:

«La revolución sexual en la Unión Soviética comenzó con la disolución de la familia. La familia se desintegró radicalmente en todos los estratos de la población, con mayor o menor celeridad. Este proceso fue doloroso y caótico; engendró terror y confusión. Fue la prueba objetiva de la exactitud en la teoría de la economía sexual sobre la naturaleza y función de la familia coercitiva. La familia patriarcal es el lugar de reproducción de estructuras e ideología de todo el orden social fundado sobre los principios autoritarios. La abolición de estos principios desintegraba automáticamente la institución de la familia […] Pero si la sociedad no consigue, junto con la restauración de la sociedad autorregulada y democrática del trabajo, fijar sus anclas en la estructura psíquica del hombre; si, por consiguiente, continúan vivas las emociones familiares, aparecerá más y más enconada la contradicción entre el progreso económico y el progreso cultural de una sociedad democrática del trabajo. La revolución en la superestructura cultural no se afianza porque el portador y guardián de esta revolución, la estructura psíquica de los seres humanos, no ha cambiado» Wilhelm Reich: La revolución sexual, Ruedo Ibérico, Francia 1970, pp. 177-187..

A la larga, esta premonitoria advertencia de W. Reich, sumada al acierto de la crítica de Trotsky y de otros revolucionarios y revolucionarias, sería una de las causas de la total deslegitimación del «socialismo» en la URSS y con ella, de la indiferencia y pasividad política de muy amplios sectores sociales que no movieron un dedo por defender el «sistema socialista» en el momento de la reinstauración de un capitalismo especialmente salvaje y autoritario, sobre todo contra las mujeres. Para comienzos de los años noventa en la ex URSS «las mujeres recibían un 70% del sueldo de los hombres, ahora la cifra es del 40%. Mantener una familia con un solo sueldo ya era difícil en la URSS, ahora con el dramático aumento de la pobreza es imposible. Las mujeres son las principales víctimas de este régimen reaccionario, la prostitución ha aumentado enormemente, las mujeres tratan de sobrevivir vendiendo sus cuerpos a aquellos que tienen dinero, principalmente, a los despreciables “nuevos ricos” y extranjeros. Incluso aquí caen bajo las garras de la mafia que les exige al menos el 20% de sus ingresos. […] El 10 de febrero de 1993, el por aquel entonces ministro de Trabajo, J. Melikyan, anunció la solución del gobierno para el problema del desempleo, con un lenguaje propio de cualquier político burgués occidental de derechas dijo que no veía la necesidad de ningún programa especial que ayudara a las mujeres a volver al trabajo: “¿Por qué deberíamos intentar encontrar empleos para las mujeres cuando los hombres están ociosos y cobrando el subsidio de desempleo? Dejemos que los hombres trabajen y que las mujeres cuiden los hogares y de sus hijos”. Tales palabras que en el pasado hubieran resultados impensables, ahora son consideradas como algo normal y aceptable. Aquí, más claramente que en cualquier otra parte, vemos la cara real de la cruda, brutal e ignorante contrarrevolución capitalista que supone un monstruoso retroceso a los días de la esclavitud zarista, en los que se permitía a cada esclavo ser dueño y señor de su mujer y sus hijos en compensación a su propia condición degradante» Ana Muñoz y Alan Woods: El Marxismo y la cuestión de la mujer, http://www.elmilitante.org, 8 de marzo de 2001..

Pero el reforzamiento del patriarcado en la ex URSS y en su antigua área de influencia, estaba precedido por la contraofensiva de la rama más autoritaria y reaccionaria del sistema patriarco-burgués en el corazón del imperialismo mundial, en Estados Unidos. S. Faludi siguió esta reacción machista no declarada contra la mujer moderna desde mediados de los años ochenta, simultánea a la victoria del neoliberalismo de Reagan en Estados Unidos y de Thatcher en Gran Bretaña. La burguesía neoliberal no necesitó de una contrarrevolución en toda regla, con su violencia terrorista como en la ex URSS para reducir drásticamente los derechos de las mujeres. La investigadora en la que ahora nos basamos explica cómo el patriarcado logró movilizar la psicología popular para, en una primera fase, aplicar la «terapia del amansamiento de las feministas», lo que facilitó que se extendiera entre las mujeres la consigna de «consigue el “poder” “aceptando” y “acatando” hasta los más ínfimos deseos de tu hombre» Susan Faludi: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, Anagrama, Barcelona 1993, p. 412 y ss.. Buena parte de la movilización machista se había logrado gracias al control de la prensa, del sistema educativo e ideológico por el sistema patriarco-burgués, de modo que entre 1986, 1988 y 1990 diversas encuestas y sondeos demostraron el ascenso de las opiniones machistas tradicionales entre los hombres: «la inquina de los hombres contra el feminismo no había remitido, sino que incluso “silenciosamente había crecido y se había hecho más profunda”» Susan Faludi: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, op. cit., p. 95..

El neoliberalismo es ferozmente sexista y machista. La ideología patriarcal del hombre-cazador, activo y dominante, individualista y predador, es consustancial al mito del libre mercado en el que solamente sobrevive el más fuerte. En Estados Unidos la «era Clinton» no ha recuperado todos los derechos perdidos por las mujeres en la «era Reagan», y la «era Bush» ha fortalecido el sistema patriarco-burgués. S. Faludi habla varias veces de las formas de manipulación psicológica de las mujeres mediante la provocación de la belleza y del culto al cuerpo, demostrando la profunda conexión entre «la belleza y la reacción» Susan Faludi: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, op. cit., p. 254 y ss.. Recientemente hemos sabido que sólo un 16% de las mujeres del Estado español están satisfechas con su cuerpo http://www.iniciativacomunista.org, 22 de junio de 2009., lo que nos da una idea sobrecogedora de la magnitud del terrorismo simbólico y estético, del terror a la «mala imagen», que atenaza psicológica, emocional y sexualmente a las mujeres. Semejante terrorismo psicológico estremecedor, peor aún por su directa materialidad, es el resultado nefasto sobre las vidas de mujeres y niñas de las catástrofes socioeconómicas provocadas conscientemente por el neoliberalismo. N. Klein aporta datos abrumadores por su crudeza sobre la devastación neoliberal de los derechos y condiciones de vida de las mujeres, como es el caso de muchos países asiáticos tras la crisis provocada por el imperialismo en 1997 llevando al extremo los efectos de la debacle financiera e industrial Naomi Klein: La doctrina del shock, Paidós, Barcelona 2007, p. 368.. La industria del sexo, la prostitución de niñas y jóvenes, las delincuencias y el envalentonamiento machista son efectos directos del neoliberalismo.

Tenemos a nuestra disposición una «forma pura» del terrorismo actual, es decir, los métodos del imperialismo sexual del sistema patriarco-nurgués aplicados ahora mismo en Iraq. Debemos decir que prácticamente desde el primer instante de la derrota del régimen de Saddam Hussein empezaron a multiplicarse las violaciones sistemáticas de mujeres y niñas, una práctica común que ha sido ocultada Anna Badkhem: Violadas en Iraq, un crimen ocultad, http://www.rebelion.org, 5 de junio de 2009. por las nuevas autoridades y silenciada por su prensa, pese a lo abrumador de las pruebas que lo demuestran: «Un testigo relata el calvario de una mujer violada diecisiete veces por policías iraquíes ante soldados estadounidenses. Otro cuenta que una mujer fue violada varias veces por soldados estadounidenses ante su marido atado en una celda. Liberada, esta madre de cuatro hijos obtuvo la ayuda de su hermana para suicidarse. Un camarógrafo de la cadena Al Jazeera, detenido durante 74 días, asistió, si no a violaciones de niños, al menos a suplicios especialmente odiosos» D. Bleitrach, V. Dedal y M. Vivas: Estados Unidos o el imperio del mal en peor, Edit. José Martí, La Habana, Cuba 2006, p. 115.. En un artículo ya citado, cuando hemos hablado de las mentiras y silencios de la Administración Bush, se dice que según The Independent del Reino Unido, George Bush es responsable de una red de prostitución en la que han quedado atrapadas hasta 50.000 mujeres y niñas iraquíes. Las prostitutas, algunas de tan sólo 13 años, se encuentran entre los 1,2 millones de iraquíes que tuvieron que huir desesperadamente hacia Siria tras la invasión de Iraq por Bush en 2003 Bob Fertik: ¿De cuántas mujeres y niñas prostituidas es responsable Bush?, http://www.rebelion.org, 25 de marzo de 2008.. Para comienzos de 2006, se estimaba que al menos dos mil mujeres jóvenes iraquíes habían sido raptadas y vendidas Brian Bennett: Las muchachas iraquíes desaparecidas, http://www.rebelion.org, 12 de mayo de 2006. como esclavas sexuales por organizaciones dedicadas a este lucrativo negocio, un promedio de alrededor 700 mujeres jóvenes al año desde el comienzo de la invasión en 2003.

El problema es más grave que todo esto, aun siéndolo y mucho, ya que en realidad hay que hablar de la «prostitución militarizada», de la prostitución organizada alrededor de los ejércitos imperialistas para satisfacer las «necesidades» de sus tropas. D. McNutt ha escrito que: «la prostitución militarizada existe en los alrededores de las bases de Estados Unidos en Filipinas, Corea del Sur, Tailandia y otros países desde hace mucho tiempo. Pero desde que Estados Unidos comenzó a desplegar fuerzas en muchos países musulmanes, ya no puede permitir la prostitución para su personal de manera tan abierta», por lo que ha de camuflarla e impedir que transciendan sus horrorosas consecuencias. Han sido las necesidades tácticas las que han obligado a Estados Unidos a controlar en algunos países árabes estratégicos como aliados la prostitución militarizada, como en Arabia Saudí, pero la siguen aceptando tranquilamente en muchos otros.

Pero el supuesto «problema de las necesidades sexuales» de los invasores en Iraq se ha resuelto mediante los ejércitos mercenarios, los contratistas privados y las agencias internacionales de servicios y aprovisionamiento, que gozan de una impunidad casi total en todos los sentidos. Como resultado:

«El miedo creado por el renacimiento de la prostitución ha permeado a toda la sociedad iraquí. Las familias no dejan que las chicas salgan a la calle, no sólo para evitar que sean atacadas o asesinadas, sino para impedir que sean secuestradas por redes organizadas de prostitución. Estas redes también obligan a algunas familias a vender a sus hijos para convertirlos en esclavos sexuales. La guerra ha dejado sin casa a una enorme cantidad de chicas y chicos, que son muy vulnerables al comercio sexual. También ha producido una gran cantidad de refugiadas que tratan de huir del peligro pero que (por desesperación económica) terminan prostituyéndose en Jordania, Siria, Yemen o los Emiratos Árabes Unidos. Nuestra ocupación no sólo ataca a las mujeres físicamente, sino también espiritualmente, hasta que no queda nada más por destruir» Debra McNutt: La prostitución militarizada y la ocupación de Irak, http://www.kaosenlared.net, 25 de noviembre de 2007..

Pero lo peor está por llegar si no lo detenemos. Todos los estudios científico-críticos actuales muestran que la crisis capitalista actual está destrozando los pocos derechos de las mujeres que habían resistido hasta ahora Andrea D’Atri: El feminismo y la crisis mundial. La encrucijada de las mujeres: socialismo o barbarie, http://www.kaosenlared.net, 26 de junio de 2009.. Leamos estas impresionantes palabras:

«La violencia directamente infringida cobra múltiples facetas, sobre todo cuando es destinada a la mujer. La realidad económica de las jefas de hogar, sometidas a la explotación laboral, o a la expropiación de su dignidad. El vaciamiento subjetivo. Y puntualmente la violencia sexual, aquella de la que todos sabemos, pero que sólo recordamos cuando algo de ella sale por televisión. […] La violencia simbólica con que esta sociedad azota a la mujer que se lo busca, que si demuestra sensualidad no tiene derecho alguno a reclamar respecto de lo que los demás hagan o no con su cuerpo. ¿Es realmente su cuerpo? Las mujeres están sujetas al doble discurso de lo que es deseable ser y los efectos que en la realidad de una bailanta en Jujuy (o en cualquier otro contexto) tiene esto. El precio de la belleza exigida, de la sensualidad, es la expropiación de los derechos sobre el propio cuerpo, que a partir de ese momento es patrimonio de aquel que se sitúe en posición de merecerlo: otro producto más para aprehender y consumir. La violación es mucho más que aquello jurídicamente demostrable. […] la relevancia del factor provocación por parte de la denunciante, de la posibilidad de comprobar fehacientemente que el atacante realmente la-a-ta-có; parámetros (de más está decir) tamizados por una moral propia del oscurantismo, en la que se identifica a la mujer con lo demoníaco y lo impuro, y por exención se establece un a priori de culpabilidad de la que demanda. Violación es transgredir la integridad físico-psíquica del prójimo. Las mujeres hemos desarrollado una alta tolerancia a la violencia sexual y mucho de eso se lo debemos a la misma buena voluntad de otras mujeres que consideraron una victoria amoldarse a los modelos de producción machistas capitalistas y popularizar el ideal» Dulce María: Violencia: real y simbólica, http://www.corrientepraxis.org.ar, 24 de marzo de 2006..

El Informe Salud y Género – 2006, del Ministerio de Sanidad y Consumo, conocido hace poco muestra cómo la denominada «doble jornada» daña seriamente la salud psicosomática de las mujeres, que son las que mayoritariamente cargan con esta doble tarea, especialmente las de 45-55 años son las más vulnerables al exceso de tareas:

«El impacto negativo es mayor cuando se cuida a ancianos o personas enfermas […] A las clásicas cefaleas y dolores músculo-esqueléticos, los estudios añaden ahora trastornos de salud relacionados con el estrés, como mal estado de salud general, pocas horas de sueño, disfunciones afectivas como la ansiedad y la depresión, mal control de enfermedades crónicas, uso de analgésicos y ansiolíticos, etcétera. […] casi el 100% de las mujeres de 45 a 64 años dedica casi seis horas diarias a las actividades relacionadas con el cuidado de los demás, sólo lo hace el 71% de los hombres de esta edad, y su dedicación no llega a dos horas y media. Pero las superwomen no siempre van con traje chaqueta a la oficina: son abuelas-madres y madres-hijas, de clase media-baja, que trabajan a la vez que cuidan de una red familiar que, con el progresivo envejecimiento de la población, se ha convertido en intergeneracional. El precio que paga su salud es siempre alto, pero la edad y la clase social son decisivas. […] las mujeres de clases más bajas que cuidaban a una persona mayor o con discapacidad presentaron un riesgo de mala salud del 60% más elevado que las mujeres que no cuidaban, un riesgo que no presentaban las mujeres de clases privilegiadas. […] para estas mujeres, tener un empleo fue un factor protector, y no de riesgo […] Las empleadas tienen mejor salud que las que trabajan sólo como amas de casa, ya que el empleo proporciona mayor autonomía e independencia económica, extiende las relaciones sociales, proporciona apoyo social y refuerza la autoestima […] el 75% de consumidores de somníferos o tranquilizantes son mujeres y el 70% de las mujeres españolas han consumido alguna vez este tipo de medicación» Marta Espar: La sobrecarga genera estrés, depresión y otros trastorno, http://www.elpais.com, 15 de abril de 2008..

Para concluir este capítulo debemos denunciar el terrorismo patriarcal sistemática e impunemente practicado en la ciudad mexicana de Juárez, la ciudad «donde terminan los sueños» Blanche Petrich: «Las muertas de Juárez», en La violencia nuestra de cada día, PyV Editores, México 2007, pp. 191-200.. Durante muchos años, decenas de mujeres pobres, jóvenes, y hasta niñas, trabajadoras, han sido raptadas, torturadas, violadas, asesinadas y desaparecidas en medio de la indiferencia generalizada del sistema patriarco-burgués mexicano. En palabras de L. Castro: «“Somos mujeres humildes que vivimos en colonias populares de Ciudad Juárez y Chihuahua; usamos el transporte público; somos trabajadoras que percibimos menos de dos salarios mínimos; la mayoría sólo estudiamos la primaria. Somos madres de jóvenes desaparecidas; algunas de nosotras finalmente encontramos a nuestras hijas: violadas, asesinadas y tiradas en cualquier lugar, otras continuamos buscándolas”. Somos, con nuestras hijas, las nuevas crucificadas de la tierra y queremos justicia […] La jerarquía de la Iglesia católica en México ha permanecido sorda y muda a los problemas de violencia que enfrentamos las mujeres. Con una estructura patriarcal que refuerza desde el púlpito la sumisión de las mujeres, ha sido una jerarquía que se arroga el derecho exclusivo de interpretar la palabra de dios. Para la Iglesia, las mujeres continúan recibiendo un estatus de menores, con una doble moral que justifica los feminicidios por el tamaño de la falda o del escote» Lucha Castro: Feminicidios en Ciudad Juárez y Chihuahua. Las nuevas crucificadas de la tierra, http://www.boltxe.info, 13 de abril de 2009..

Terrorismo asirio

Territorio e identidad

C. Martínez Pulido ha escrito en su imprescindible libro que «tras varios años de observaciones, Janes Goodall comprobó que los chimpancés no eran sólo los pacíficos y amables animales que en un principio creyó. También se organizan en “comunidades guerreras” de cazadores cooperativos de carne, e incluso pueden actuar como asesinos caníbales de criaturas […] localizó tres comunidades de unos ciento cincuenta individuos cada una. De seis a diez eran machos; las hembras les doblaban en número. Cada grupo ocupaba unos 50 km2 y sus relaciones con las comunidades vecinas eran hostiles. Los machos patrullaban a veces la “frontera” en silencio y podían atacar a sus vecinos, matando a todos los machos y crías. En este caso, las hembras entraban a formar parte del grupo merodeador y todas se emparejaban con los vencedores y engendraban nuevas crías». De todos modos, la autora sigue aportando pruebas irrefutables sobre la dialéctica entre la cooperación, la ayuda, los afectos, etcétera, y la violencia, la agresividad, etcétera, en chimpancés, gorilas y orangutanes Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, pp. 231-248., como es el caso de los chimpancés pigmeos que viven en colectividades donde «la cooperación y la coexistencia pacífica constituían la norma, y la cópula era un episodio de notable frecuencia. Los chimpancés pigmeos sugerían un atractivo punto de partida para hipotetizar sobre las prácticas sociales de los homínidos primitivos (no olvidemos que esa especie está considerada como la más cercana al Homo sapiens Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, op. cit., p. 486..

La autora citada desautoriza así los errores de la sociobiología más reaccionaria y los tópicos basados en la mecánica trasplantación de la etología de las especies animales a la sociabilidad de la especie animal humana. Además de otras muchas investigaciones posteriores que confirman estas conclusiones Luís Miguel Ariza: Nobles, crueles o vengativos, http://www.elpais.com, 8 de noviembre de 2009., debemos reconocer el mérito de estudios anteriores a estos avances recientes como es el caso de A. Langaney que ha ayudado a hundir definitivamente los reaccionarios tópicos de la sociobiología sobre la supuesta identidad de fondo entre la violencia instintiva y sexual del macho humano, que lucha por su riqueza y su territorio de procreación, con la misma violencia en el resto de las especies animales. Ocurre justo lo contrario, este autor en sus estudios sobre las relaciones entre competencia sexual y territorio que mantienen muchas especies animales, incluidos los insectos y los crustáceos, excepto los seres humanos actuales, se caracterizan por una amplísima gama de variaciones en las que está presente algún nivel de agresión no humana. Ahora bien, afirma que a pesar de esa amplísima gama hay tres límites para la agresión: uno, «no debe ejercerse sobre las hembras»; dos, «no debe ser sistemáticamente mortal» ya que pondría en peligro la demografía de esa población; y, tres, «la agresión no constituye necesariamente una ventaja para quien la ejerce» André Langeney: Sexo e innovación, Colección Plural, Ciencia Abierta, J. Gránica Edic., Barcelona 1985, pp. 75-76.. Veremos que la violencia humana en su forma absoluta, el terrorismo, se caracteriza por transgredir premeditadamente ese triple límite: una, las mujeres son violadas y asesinadas; dos, la violencia llega a ser sistemáticamente mortal cuando está en juego la propiedad privada, llegando al extermino demográfico; y, tres, la violencia opresora busca siempre ser una ventaja y un beneficio para el opresor.

Solamente planteamos la reflexión sobre dos cuestiones, una, que la especie humana es una especie socializada en la que la conciencia juega un papel cualitativo y, otra, que el problema de la territorialidad, de la violencia, de la obtención de la energía y del papel de las hembras es, en el fondo, el mismo a lo largo de la autogénesis humana hasta el presente, pero variando a lo largo de los modos de producción sucesivos. S. Martí y A. Pestaña han delimitado muy bien las diferencias que separaban a los grandes monos de los primeros humanos: una, el humano es un primate bípedo que transporta lo básico para su supervivencia, lo que no hace ningún otro primate; dos, la especie humana recurre a la cooperación sistemática para obtener energía mientras que esto apenas se produce en los primates superiores, excepto cuando se alimentan de carne, situación en la que se tolera una especie de «mendicidad», pero nunca con vegetales; tres, en todos los grupos humanos siempre existe un territorio de referencia, «hogar» permanente o móvil, al que siempre se vuelve tras el merodeo para obtener alimentos; cuatro, los grupos humanos dedican más tiempo que otros primates a la búsqueda de alimentos hiperproteínicos y, cinco, las agrupaciones humanas consumen la mayor parte de los alimentos tras su vuelta al «hogar», retrasando su ingenta para hacerla de forma colectiva, mientras que este consumo diferido es muy poco frecuente en los grandes monos Sacramento Martí y Ángel Pestaña: Sexo: naturaleza y poder, Edit. Nuestra Cultura, Madrid 1983, pp. 30-31..

Para lo que nos interesa en nuestra investigación sobre las violencias y el terrorismo, la quíntuple diferencia nos permite avanzar en dos hipótesis: una, la importancia del «hogar», del territorio en el que se come y se vive en los momentos de recomposición de las fuerzas, al que se vuelve después de las incertidumbres del día y, dos, la práctica del consumo diferido, que implica además un dominio del tiempo, así como un dominio de las necesidades primarias del hambre, posponiendo su satisfacción, pero sobre todo implica una valoración de la solidaridad colectiva para repartir la comida con el resto del grupo. Insistimos en estas dos hipótesis porque son la base que nos explica cómo pudo darse la autogénesis humana teniendo en cuenta que era una especie débil e indefensa comparada con los depredadores del entorno.

U. Melotti había sintetizado con mucha precisión las investigaciones sobre la territorialidad en los primates, simios y grandes simios, y en la especie humana, elaboradas hasta los años setenta, demostrando la enorme variabilidad de los hábitos de territorialización dependiendo no de las especies sino de los entornos y de las particulares necesidades energéticas y de defensa que éstos imponían. Variabilidad que se muestra desde el rigor defensivo extremo de tribus aborígenes australianas hasta la extrema laxitud en la fijación de sus territorios móviles por algunas tribus de las praderas de lo que actualmente es Estados Unidos. Sin embargo, tras su minucioso rastreo llegó a la conclusión de que «en realidad, la defensa del territorio de caza por parte de los grupos que viven fundamentalmente de esa actividad, así como la defensa de la tierra por parte del campesino dispuesto a empuñar el horcón o la escopeta contra los extraños, e incluso la defensa, a menudo ritualizada, de la vivienda, presente de diversas formas en casi todas las poblaciones humanas […] parecen estar de alguna manera relacionados aunque sea a través de complejas relaciones, con el territorialismo prehumano» Umberto Melotti: El hombre entre la naturaleza y la historia, Edic. Península, Barcelona 1981, pp. 309-310..

Tras dejar constancia de que prácticamente todas las especies animales tienen algún sentido de la territorialidad, más o menos extenso según los casos, así como otro sentido de identificación de grupo aunque sea durante un corto pero vital espacio de tiempo, I. Eibl-Eibesfeldt sostiene que «los seres humanos también ocupan y defienden territorios desde el nivel de los cazadores y recolectores. Ya en este nivel, el hogar de una familia es respetado por otros como propiedad suya […] por encima de estos terrenos, los cazadores y recolectores poseen también territorios grupales. […] Los llamados lugares sagrados, señalados por marcas llamativas, e interpretados como vestigios de los antepasados, son el centro simbólico de los territorios y absolutamente tabús para los extraños, a los que les ocurriría una desgracia si osaran hollarlos. Además de usar la amenaza para mantener alejados a los extraños, los australianos desarrollaron en este contexto un sistema cooperativo. […] Además de la territorialidad, los seres humanos muestran también una clara cohesión de grupo» I. Eibl-Eibesfeldt: La sociedad de la desconfianza, Herder, Barcelona 1996, p. 97-98..

La defensa del «hogar» es tan común y constante a lo largo de la historia porque, como se ha visto, es el territorio material y simbólico en el que se vive la hominización como proceso permanente, evolución que continúa en la actualidad aunque en condiciones muy diferentes a las originarias. Tiene razón la investigadora B. Ehrenreich cuando critica la total ignorancia actual de las extremas condiciones de supervivencia del pasado, mostrando cómo la especie humana no pudo desarrollar sistemas defensivos ante los depredadores hasta muy tarde en su historia. Esta investigadora muestra que los humanos eran siempre «presas potenciales», viviendo entre «miedos y perpetua vigilancia» de modo que la autogénesis humana se produjo interactuando dos exigencias objetivas e ineludibles: la alimentación y la defensa frente a los depredadores, de manera que tanto el fuego como el lenguaje respondieron no sólo a las necesidades productivas sino también a las necesidades defensivas Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, Espasa Calpe, Madrid 2000, pp. 78-94..

Los estudios más recientes sobre las relaciones entre lenguaje, sociabilidad y obtención de energía, confirman esta tesis, pero también confirman que la defensa frente a los riesgos y peligros exteriores es un factor igualmente importante en el desarrollo del lenguaje y del conocimiento. Por ejemplo, los cercopitecos, simios africanos actuales, son capaces de transmitir veintidós mensajes distintos, de los cuales tres indican peligros provenientes de serpientes, aves de presa y predadores terrestres Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid 2006, p. 32.. Investigaciones posteriores amplían estos descubrimientos al confirmar el uso por los monos de Campbell, o Cercopithecus Campbell, de un cierto «protolenguaje» con sonidos específicos para avisar de peligros tales como leopardos y águilas, para las relaciones sociales, para fijar los límites territoriales, para indicar donde hay comida, etcétera, se articulan con suficiente efectividad para asegurar la supervivencia, y también se están estudiando estos «protolenguajes» en otras especies animales, como aves y cetáceos Javier Sampedro: El habla de los monos, http://www.elpais.com, 27 de diciembre de 2009.. Más adelante volveremos a esta cuestión al estudiar la interacción entre lenguaje y propiedad colectiva.

B. Ehrenreich propone una hipótesis muy sugestiva, que debemos considerar, sobre el terror humano y la guerra. Se trata de un terror más concreto que el «miedo cósmico» pero muy anterior al «miedo oficial», sobre los que volveremos en su momentos: se trata del «estigma de la bestia», es decir, del terror primigenio, ancestral y permanente hacia los depredadores, las fieras y bestias que devoraban a los humanos, terror pánico que padeció la especie humana y que le condujo a desarrollar, junto a la cooperación para encontrar alimentos, también la cooperación para defenderse de los depredadores. De este modo, humanización y autodefensa ante el terror exterior fueron la misma cosa. Pero lo más interesante de esta hipótesis es que la humanidad comprendió que «vencer a la bestia» era su única alternativa de desarrollo. Por esto, la autora sostiene que: «La transformación de la presa en predador, llevada a cabo merced a la rebelión del débil contra el fuerte, es el “argumento” principal de las primeras narraciones humanas» Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, Espasa Calpe, Madrid 2000, p. 130.. Podríamos basar en esta hipótesis el hecho de que el grueso de las primeras tradiciones humanas nos remite a un acto liberador, a una superación de una forma de vida condicionada por un poder externo amenazante, terrorista.

La vida durante el Paleolítico y en buena medida durante el Mesolítico estuvo determinada por esta lucha contra el terror, el miedo y la angustia causados por la presencia amenazante de las fieras devoradoras de seres humanos. Incluso semejantes temores se han prolongado hasta el presente en las ya casi extinguidas agrupaciones humanas que viven integradas en la naturaleza. Debemos partir de esta situación para comprender el primer apego humano hacia el «hogar» colectivo, hacia el territorio del entorno en el cual podía sentirse mínimamente seguro. Además, al ser el sitio en el que se socializaba la comida, se dormía y se descansaba, se cuidaba la salud y se pasaba el tiempo de las relaciones interpersonales, teniendo todo esto en cuenta, no debe sorprender a nadie la carga sentimental y referencial que iba adquiriendo el espacio circundante al «hogar», el territorio, como espacio de referencia material y simbólica, de relativa seguridad frente a los peligros, de tranquilidad y de placer y, con el tiempo, de recuerdo a los antepasados, a las personas queridas muertas.

Con todas las precauciones metodológicas podemos hacernos una idea aproximada sobre el contenido referencial del territorio, del «hogar», para aquellas comunidades humanas leyendo a D. Rodríguez cuando estudia la importancia del territorio en las identidades de los pueblos patagones, agredidos por las sucesivas invasiones:

«para los integrantes del pueblo mapuche, como sucede con otros pueblos indígenas de Argentina y América, el vocablo “tierra” no guarda el mismo contenido que para el hombre winca o blanco. Para este último, un simple pedazo de campo no suele ser más que un bien susceptible de un valor económico y, como tal, intercambiable por otros bienes o por dinero. Los mapuches, en cambio, hayan más representado su sentir en el término “territorio”, puesto que el mismo corresponde al espacio necesario y esencial para el desarrollo y transmisión de su cultura ancestral. Allí es donde se encuentran sus raíces (tuwún) y donde toman sentido sus celebraciones religiosas. Allí también se encuentra su kupalme o linaje familiar en función de que se hallen los chenques (sepulturas) de sus antepasados, razón por la cual es el sitio señalado por su cultura para su desarrollo personal y espiritual. Estos elementos hacen que la tierra tenga, para la cosmovisión mapuche, una connotación de enorme relevancia, puesto que sin tierra no hay cultura, sin cultura no hay identidad y sin identidad la existencia carece de sentido» Darío Rodríguez Duch: «Los conflictos territoriales de los pueblos indígenas en la Patagonia», en Memoria, nº 167, enero de 2003..

P. Mamani Rodríguez ha escrito que: «La tierra y el territorio son los espacios vitales de la vida social de cualquier hombre-mujer indígena o no indígena. Es parte fundamental de un determinado tiempo recorrido y una realidad presente. Toda sociedad y pueblo escribe y reproduce en ella sus huellas, sus imaginarios simbólicos (Prada, 1996), su materialidad, o las memorias recorridas y por recorrerse. Así es parte de la vida social, económica, cultural, política de todo hombre-mujer y de toda sociedad humana y del animal. Para los indígenas originarios específicamente, tierra-territorio es la vida misma porque en ella se resume su recorrido y su devenir histórico en el tiempo. Se diría que es la genealogía civilizatoria de toda una sociedad y, a la vez, parte de los cuerpos individuales que habitan en ella. En ella escriben el paisaje de los cuerpos, de los pueblos que luchan, es parte de sus memorias y también de sus olvidos. Ello implica que la tierra-territorio es parte de la memoria colectiva y de la vida individual-familiar. Lo que es la tenencia o posesión material y a la vez la soberanía y dignidad de los pueblos. Se expresa en ella la pertenencia y la forma de afirmar un tiempo-espacio de la vida y de la muerte» Pablo Mamani Rodríguez: Tierra-territorio y el poder indígena-popular en Bolivia, http://www.rcci.net/globalizacion, noviembre de 2009.. Pensamos que los cambios en la estructura social, en los modos de producción y en las formaciones económico-sociales no anulan la base cierta de estas palabras, aunque transformen sus formas externas de materialización.

La importancia del territorio era sin embargo menospreciada por las «ciencias sociales» hasta que las movilizaciones de todo tipo han demostrado su valor. En este sentido, empiezan a aparecer algunas ideas que con el lenguaje abstracto e interclasista de las «ciencias sociales» se acercan al problema. L. Martínez ha escrito que:

«Una conceptualización del territorio que incluya la noción de campo social, permite […] una lectura más objetiva de los procesos que se han consolidado en el territorio, de aquellos que se frustraron y de aquellos que tienen una potencialidad futura. Muchos territorios se han construido con un denominador común basado en el conflicto, mientras que otros lo han hecho en base a procesos de cooperación entre actores. […] se pueden visualizar las estrategias desplegadas no sólo por los actores exitosos sino también por aquellos que no lo son. No hay que olvidar igualmente que la posición de los actores en el campo social es dinámica y que puede cambiar cuando las condiciones sobre las que se han construido determinados procesos, también cambien. […] se visualizan los conflictos sociales que pueden generarse en diversos subcampos (cultural, étnico, económico, etcétera) lo que permite también explicar la naturaleza del conflicto y su posible salida. […] permite captar la dinámica de los procesos de innovación que se desarrollan en el territorio, esto es, si se trata de procesos endógenos que son impulsados por actores locales, aprovechando recursos locales, en base a procesos de cooperación o de generación de empleo local, con una identidad territorial bien definida; o al contrario, se trata de procesos impulsados por actores locales o externos vinculados a estrategias de acumulación foráneas que valorizan solo los aspectos económicos (como sucede, por ejemplo, con las empresas mineras en varias zonas de América Latina)» Luciano Martínez: La dimensión social del territorio, http://www.rebelion.org, 14 de septiembre de 2009..

Por otra parte, desde la psicología política también se están realizando avances significativos en la revalorización del territorio como espacio de socialización y desarrollo psíquico humano. T. Jordan sostiene que el territorio es básico para la psicología y la personalidad humana, aunque depende de las relaciones sociohistóricas concretas que exista una «territorialidad benigna o maligna» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», en Psicología Política, Valencia, nº 13, noviembre de 1996, p. 29.. La primera es la que no se basa en la explotación y la segunda la que además de basarse en ésta también y obligatoriamente sirve para desarrollar personalidades autoritarias. Este autor sostiene que:

«Los territorios son básicamente construcciones cognitivas. En el mundo físico solamente son percibidos por medio de las señales utilizadas por los pueblos para delimitarlos e identificarlos. El carácter subjetivo de los territorios es evidente desde el momento en que el significado atribuido a una unidad territorial específica varía enormemente cuando los individuos se mueven de un contexto a otro. Una identidad regional con una significación irrelevante en la vida diaria puede llegar a estar fuertemente cargada de significados y emociones en un conflicto armado repentino» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., p. 33..

Continúa afirmando que:

«El aspecto psicológico de la territorialidad está estrechamente relacionada con la necesidad humana de mantener una identidad estable. Desde una perspectiva fenomenológica, para el individuo preservar su identidad es tan importante como lo es conservar la vida en un sentido biológico. En algunas circunstancias, incluso puede ser más importante conservar la identidad que la supervivencia física, tristemente ilustrado por aquellos que eligen el suicido para hacer frente a una crisis grave de identidad. La defensa de una identidad coherente es por tanto un aspecto central de la motivación de cada persona y, en consecuencia, una variable importante para comprender la acción social» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., p. 34.

Hemos visto anteriormente cómo el «hogar» ha jugado un papel decisivo en la humanización, y esta misma opinión la defiende T. Jordan al responder a la pregunta de «¿uso progresista de la territorialidad?»:

«El experimentar el mundo vital como un espacio seguro es una condición previa importante para el desarrollo y la realización personal. Incluso es más fácil manejar los conflictos de forma constructiva si la situación no se percibe como una amenaza inmediata a nuestra propia identidad. Un aspecto central de la experiencia adulta del espacio seguro es la sensación de tener cierto control sobre nuestro propio destino. Este sentimiento de control depende parcialmente de la ausencia de amenazas sutiles a nuestra existencia (seguridad física, confianza en que las necesidades psicológicas serán satisfechas, etcétera) y, en parte, de la capacidad de acción creativa y significativa en el mundo vital» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., p. 48..

En situaciones de crisis social profunda, de guerras e invasiones, de catástrofes y de caos, sigue el autor, el territorio aparece como el lugar material y simbólico seguro en el que reorganizarse y recuperarse tras las hecatombes:

«Durante la crisis, aparece una fuerte tendencia a reforzar la identificación de grupo. Una fuente de esto es la percepción exacerbada del individuo de su propia vulnerabilidad e impotencia en un mundo vital turbulento y amenazante. En virtud de la mayor identificación con la colectividad, el individuo no es tanto un individuo distinto como una parte de una colectividad» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., p. 51..

En síntesis, los aspectos positivos de la territorialidad consisten en que garantiza la seguridad personal; garantiza el control de la economía propia; garantiza la reproducción de la cultura propia; garantiza la estabilización de la identidad coherente tanto en lo individual como en lo colectivo, a lo largo de un proceso que permite superar la fragilidad de todo lo identitario, y en palabras del autor:

«La territorialidad apoya los sistemas de identidad:

  • contribuyendo a la definición de una identidad específica (colectiva);
  • ofreciendo fronteras claras que facilitan la proyección de elementos psíquicos que no pueden ser integrados y
  • contribuyendo al sentimiento de disponer de un espacio seguro» Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., pp. 53-54..
  • Pero además de esto, que es mucho, hay otra cuestión implícita en lo ya visto pero que necesitamos destacar porque es decisiva para nuestra investigación sobre el terrorismo. Nos referimos a la importancia de las relaciones entre el territorio material y simbólico y la formación de la identidad colectiva, nacional o como queramos definirla, desde la infancia. T. Jordan no aborda explícitamente esta temática, aunque sí lo hace de forma indirecta pero decisiva al estudiar la influencia del territorio en la socialización de la psicología y de la personalidad infantil, sobre todo cuando insiste en la responsabilidad de los padres, de la familia, en lograr que la infancia disponga de un «espacio seguro» libre de peligros, amenazas e incertidumbres en el que desarrollar su identidad en un contexto de autoconfianza suficiente para satisfacer dos necesidades básicas para el ser humano: la de disponer de una identidad estable, y la de no sufrir el miedo a no lograrlo Thomas Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», op. cit., p. 39..

    Una de las obsesiones de la pedagogía del miedo, del terror calculado y del terrorismo en sí, es la de impedir que las generaciones jóvenes de los pueblos oprimidos, mujeres y clases explotadas reproduzcan y amplíen las identidades resistentes de sus antepasados. Desarraigar a la infancia de su contexto lingüístico-cultural, de sus referentes históricos y simbólicos, cortar sus raíces territoriales, todo esto es –y lo sabemos– imprescindible para la continuidad de la dominación. Una persona, una clase y un pueblo, con identidad débil, desorientada y desarraigada tienden siempre a la búsqueda de un poder autoritario superior que le proteja y guíe. Incluso allí donde no exista opresión nacional pero sí patriarcal y de clase, el poder explotador busca siempre que las masas oprimidas no desarrollen su propia identidad opuesta a la de la clase dominante. Recurrimos aquí al concepto de «herencia psíquica» aplicado por P. Fürstenau en su estudio del nazismo Peter Fürstenau: «Repercusiones psicológicas del nacionalsocialismo», en Capital monopolista y sociedad autoritaria, Edit. Libros de Confrontación, Barcelona 1973, p. 193. para comprender mejor los efectos paralizantes por el miedo generado en las personas a las que el pasado ha impedido desarrollar identidades progresistas, sólidas y críticas, condenándolas a sufrir los temores ante la posibilidad de que vuelva a instaurarse la opresión sufrida en el pasado y que tanta huella nefasta ha dejado en su estructura psíquica.

    Pues bien, una infancia desarraigada de su territorialidad material y simbólica, de sus referentes espaciales, está condenada a malvivir con las presiones de una «herencia psíquica» cargada de miedos y culpabilidades por no haber satisfecho la necesidad psicológica arriba descrita por T. Jordan. Y esto mismo es lo que teoriza X. Palacios en su estudio sobre la psicología de Piaget y la formación de la identidad nacional a lo largo de varios años. En contra de lo que se pensaba, la identidad nacional se forma «relativamente tarde en la vida del niño», necesitando de tres fases de crecimiento para concluir su formación. La psicosociología de Piaget, según X. Palacios, demostró que las tres fases formativas son inherentes a la especie humana, y van de la primera que dura hasta los 7-8 años, a la segunda que llega con los 10-11, para formarse definitivamente a partir de la tercera, de los 11 años en adelante Xabier Palacios: «El nacionalismo como norma de coordinación de valores desde la epistemología genética», en Poder y democracia, IENC, Vitoria 1993, p. 225 y ss.. Si estas fases son truncadas por las razones que fueran, la identidad no terminará de formarse o lo hará de otro modo. Los descubrimientos de Piaget han dado cuerpo teórico a la larga experiencia empírica acumulada durante siglos antes.

    Fueron los otomanos quienes en el primer tercio del siglo XIV dieron un salto enorme en esta experiencia empírica al sistematizarla decretando la realización de «cosechas» y «recolecciones», o devchurmé Philippe Conrad: «Los jenízaros», en Los grandes cuerpos militares del pasado, A.T.E., Barcelona 1980. en lengua turca, de muy jóvenes niños cristianos, raptados a sus familias de origen en las invasiones y correrías, y sometidos a una práctica sistemática de lavado de su «herencia psíquica» anterior para imponerles otra nueva, musulmana y militar de muy alta calificación. Habían surgido los jenízaros, soldados especializados, fanáticos en su religión y en su mentalidad militar, que habían olvidado definitivamente sus débiles recuerdos cristianos, si es que llegaron a tenerlos. Trasladados de sus países y culturas de origen, arrancados brusca y violentamente de sus territorios y ubicados en otros totalmente diferentes, fueron sometidos a una intensa impregnación en otra identidad, por utilizar aquí con todas las precauciones necesarias el concepto empleado por la etología que hace referencia a la fijación maternal o sexual del individuo AA.VV.: La Enciclopedia, Edit. Salvat-El Pais, Madrid 2003, tomo 10, p. 7.963.. La impregnación desde los primeros días será más adelante reinstaurada en otros contextos, como veremos. El desarraigo territorial es así una de las peores formas de terrorismo imaginables.

    Por tanto, la tendencia latente a la «defensa del territorio» se activa cuando el pueblo que en él vive es sometido a tales agresiones que toma conciencia del inminente peligro de perderlo todo, hasta el exterminio de la colectividad. Cuando, en suma, es la totalidad de la existencia psicofísica la que está en peligro mortal, sobre todo si previamente ya se ha sufrido esa situación extrema e inmediatamente después se ha gozado de la libertad e independencia. Además, teniendo en cuenta que por «territorio» debemos entender también todos aquellos espacios materiales o simbólicos en los que las personas o colectivos desarrollan creativamente su identidad e interrelaciones en un marco de seguridad afectiva y emocional, considerando esta realidad incuestionable, comprendemos mucho más fácilmente la fiereza con la que los colectivos y las personas pueden llegar a defender sus «territorios» respectivos como si fueran partes esenciales de su vida misma. Veamos algunos ejemplos:

    Los pueblos de Nubia siempre se habían defendido de los ataques imperialistas egipcios, que terminaron dominándoles. Recuperaron su libertad gracias al desplome egipcio al ser éstos invadidos por los hicsos en el siglo -XVII. Pero Nubia y en especial su zona de Kerma, que sería la capital del reino de Kush, muy rica en oro, siendo por tanto una de las zonas más apetecidas por el imperialismo egipcio que, por eso, no tardó apenas tiempo en volver a invadirla tras expulsar a los hicsos A. E. Benítez Fleites/J. L. Moreno García: Los Pueblos de África, Edimat Libros, Madrid 2006, pp. 14-18.. Los pueblos de Cush o Kush se sublevaban siempre que podían pese a su desventaja militar, cortando el flujo del oro con el que Egipto pagaba buena parte de sus invasiones expansivas en el Levante, obligándoles a detenerse y a enviar tropas a África, a la tierra de Cush, para restablecer los suministros del imprescindible oro David O’Connor: «El Imperio Nuevo y el Tercer Período Intermedio, 1552-664 a.C.», en Historia del Egipto antiguo, Crítica, Barcelona 1997, p. 317..

    Avanzando mucho en el tiempo, vemos que la ferocidad implacable en la represión material y religiosa, y en el saqueo sistemático practicado por los españoles en las tierras de la pampa, fueron las causas por las que desde el norte al sur una y otra vez resurgieran las luchas de resistencia. Incluso pueblos indígenas como los huarpes, ya en el sur, que habían recibido muy bien a los españoles mandados por Pedro del Castillo, y que padecieron tan mansamente sus casi inmediatos atropellos y vejaciones que los españoles decían de ellos que eran «mui quitados de cosas de guerra», se sublevaron en 1632 en alianza con otras tribus; lo volvieron a hacer en 1661 en alianza con puelches, pehuenches y mapuches, y también en 1667 cuando cercaron la importante ciudad de Mendoza que tuvo que fortificarse y se salvó a costa de grandes bajas entre los defensores; y volvieron a la guerra en 1712 en unión con los pehuenches, saqueando y destruyendo la ciudad de San Luís: «El poco brío se había transformado en ferocidad» Pacho O’Donnell: El Rey Blanco. La historia argentina que no nos contaron, Edit. Bolsillo, Buenos Aires 1999, pp. 80-81.. Clanes y tribus relativamente pacíficos, que vivían de forma itinerante con territorios amplios y poco delimitados por la abundancia de espacios vírgenes, se vieron en la necesidad de estrechar sus relaciones intertribales y desarrollar una ferocidad guerrera que apenas habían necesitado, para defenderse del imperialismo español.

    Bastante más al norte, en tierras de lo que ahora es Estados Unidos, por lo general, las bandas indias «defendían celosamente su independencia», y aunque podían federarse en tribus con un consejo tribal, tenían el derecho de abandonar la tribu sin cumplir lo decidido por el consejo. Hay que decir que los invasores blancos se encontraron ante una «resistencia enormemente tenaz» por parte de los pueblos indios, resistencia que sería una de las razones por la que los blancos recurrieron a la importación de esclavos africanos M. A. Dynnik et alii: Historia de la Filosofía, Grijalbo, México 1960, tomo I, p. 516.. C. Wissler ha definido este sistema organizativo como «Estado social y político fluido e informe», y concluye: «En ciertas ocasiones, la presión de las bandas hostiles obligaba a las aldeas a unirse para ofrecer al enemigo una resistencia común. Ciertos jefes ambiciosos reunían a varias tribus para construir un frente unificado contra los blancos, pero por lo general se trataba de alianzas temporales y poco sólidas. Sin embargo, hubo algunas que tuvieron considerable duración; la liga iroquesa, la confederación creek y la república pauni fueron el embrión de lo que podría haberse convertido en una nación india si los blancos hubieran permanecido en Europa» Clark Wissler: Los indios de los Estados Unidos de América, Paidós, Barcelona 1993, p. 309..

    Según la evolución concreta de cada pueblo, las relaciones entre sus diversos clanes en lo referente al territorio eran más o menos flexibles o estrictas. Por ejemplo, y pasando por el Océano Pacífico desde las Américas hacia Asia, en el pueblo ainu que vivía en la isla de Hokkaido, al norte de Japón, los territorios de cada clan eran relativamente flexibles y negociables dependiendo de las reservas alimentarias, de la cantidad de recursos y del movimiento de los animales de caza; las fricciones que surgían entre los clanes ainus cuando tenían que trasladarse se resolvían negociando, pero cuando los ainus comprendieron que el avance japonés en su isla ponía en peligro su forma de vida y su independencia como pueblo formado por clanes, se unieron para la guerra defensiva, guerra perdida en 1669 y de la que nunca se recuperó el pueblo ainu David Day: Conquista, Crítica, Barcelona 2006, pp. 154-155.. Si bajamos al sur del Océano Pacífico y nos detenemos en las llamadas «islas paradisíacas» donde vivían los «felices polinesios», siempre según la visión eurocéntrica, los invasores occidentales apenas encontraron resistencias y frecuentemente eran bien recibidos al principio, pero más tarde eran conminados a marcharse inmediatamente Anthony Pagden: Pueblos e Imperios, Mondadori, Barcelona 2002, p. 18.. Los tahitianos, por su parte, terminaron sublevándose al cabo del tiempo, hartos de los atropellos occidentales Anthony Pagden: Pueblos e Imperios, op. cit., p. 148..

    El pueblo de Tasmania defendió «con uñas y dientes» David Day: Conquista op. cit., p. 124. su territorio a comienzos del siglo XIX, pero sus pocas e imprecisas lanzas no podían matar a todos los invasores. Los occidentales llegaron a Tasmania en 1803 y al año siguiente realizaron la primera masacre: se quedaron con las mujeres y a los hombres los asaron vivos en una parrilla o los echaron a los perros como carnaza. Para 1825 la rebelión de los aborígenes era seria, y los blancos empezaron a asesinar a seis tasmanios por cada occidental muerto, subiendo en algunos casos hasta setenta por cada uno. Las mujeres y los niños eran recluidos en cuevas y masacrados. Los invasores armaron a convictos sacados de la cárcel, pagándoles cinco libras por cada nativo. En 1830 se lanzó una gran ofensiva con 5.000 soldados contra el último reducto tasmanio, en esos momentos había 300 sobrevivientes Sven Lindqvist: Exterminad a todos los salvajes, Turner, Madrid 2004, pp. 161-162.. Los maoríes en Nueva Zelanda, que antes de la llegada de los británicos luchaban ferozmente entre sí, se unieron para intentar repeler la ocupación extranjera. Aunque pareció que al firmar el acuerdo de Waitangi de 1840 los maoríes aceptaban la administración británica, la imparable ocupación de sus tierras por los blancos tuvo como respuesta sucesivas insurrecciones, siendo la más importante la de 1843-1846. Tras otro acuerdo roto por los colonos, los maoríes se sublevaron de nuevo en 1860, causándoles grandes bajas: «Pero poco podían las hachas de piedra contra el fusil» Alfonso Lázaro Díaz: La expansión colonial, en «El Siglo XIX», en Historia de la Humanidad, Arlanza Ediciones, Madrid 2000, p. 174., y las postreras rebeliones de 1883 y 1886 no sirvieron de nada porque eran sociedades«de la edad de piedra» resistiendo al capitalismo industrial que estaba dando el salto a su fase imperialista.

    Si de Oceanía saltamos a África vemos que la expansión capitalista, facilitada a partir de 1880 por el ferrocarril y otros avances militares y sanitarios, permitió que una masa de «soldados, comerciantes y misioneros» fueran inundándolo todo como una nueva plaga bíblica, lo que «provocó fuertes estallidos de guerra y violencia, así como migraciones de trabajadores forzados, y los indígenas se vieron expuestos a enfermedades a las que no eran inmunes, de modo que su número disminuyó tal vez en una cuarta parte» J. R. McNeill y William H. McNeill: Las redes humanas, Crítica, Barcelona 2004, p. 243.. Éste fue el caso, entre otros muchos, de la célebre Columna de Pioneros de Rhodes que partieron de El Cabo en 1890 y, tras apropiarse de los rebaños y tierras de los naturales de los países que iban ocupando, fundaron lo que luego sería Rhodesia del Sur, pero para ello tuvieron que aplastar sin compasión dos sublevaciones nativas, primero, la de los ndebele en 1893-1894 y luego la de los ndebele y los shona en 1896-1897 Anthony Pagden: Pueblos e imperios, Mondadori, Barcelona 2002, pp. 184-185.. Fue en la primera de estas guerras de invasión, la de 1893-1894 también denominada como de Matabele, cuando el imperialismo británico utilizó por primera vez la ametralladora Maxim de 7,7 mm. Cincuenta soldados de la Rhodesian Charter Company derrotaron con cuatro ametralladoras Maxim a 5.000 guerreros nativos William Reid: Histoire des armes, Edit. Gründ, Paris 1995, p. 231.. Previamente a estas guerras, en algunos casos los británicos habían intentado dividir a las naciones africanas, negociando con sus castas dirigentes. Especialmente en el extenso e incontrolado imperio portugués debilitado en extremo a finales del siglo XIX, Gran Bretaña despreciaba a la administración portuguesa e intentaba negociaciones directas con los jefes locales reconociéndoles su soberanía nacional David Day: Conquista, Libros de Historia, Crítica, Barcelona 2006, p. 158..

    El imperialismo alemán también se expandió en este continente, encontrando una resistencia tenaz por parte de «duros adversarios como las tribus nómadas herero de África del Sudoeste o los fanáticos mai-mai en la zona de los Grandes Lagos» Antonio Martínez Teixidó (direc.): Enciclopedia del Arte de la Guerra, Planeta, Barcelona 2001, p. 248.. Definir como «fanáticos» a unos resistentes que se defendían de la dura dominación alemana indica la ideología occidentalista del autor del texto, pero también la decisión de lucha del pueblo invadido. Los herero eran ganaderos de Namibia que en 1904 se enfrentaron a los agricultores alemanes que les estaban quitando sus territorios de pasto. El ejército alemán enviado para aplastar la resistencia herero estaba al mando de un «carnicero uniformado» que tras ametrallar y bombardear a los guerreros, confinó en el desierto a los pocos supervivientes, a las mujeres y a los niños. De los ochenta mil herero que se calcula había al comienzo de la guerra sobrevivieron sólo veinte mil David Day: Conquista, Libros de Historia, Crítica, Barcelona 2006, pp. 216-217..

    Las tácticas de guerra empleadas por el capitalismo consistían, según Montgomery, en: «atacar los centros de refugio y abastecimiento del enemigo. La devastación de sus cosechas y aldeas, y el embargo de sus ganados y almacenes, eran medidas eficaces» Montgomery: Historia del arte de la guerra, Madrid 1969, p. 448.. D. S. Headrick resume así el método occidental de guerra: «buscar al enemigo en su propio territorio, destruir sus fuerzas y su gobierno, y copar su tierra» Daniel R. Headrick: Los instrumentos del imperio, Altaya, Madrid 1997, p. 108.. Hemos seguido este orden, de lo táctico a lo estratégico, porque la devastación de las tierras, almacenes y ganados, si bien hacían mucho daño a las sociedades comunales, agrarias y tributarias, perdían efectividad si esos pueblos disponían de más territorios a los que desplazarse en su retirada y, sobre todo, de algún gobierno más o menos centralizado que dirigiese la recuperación de lo destruido. Además, Montgomery y Headrick nos han definido perfectamente el método de guerra inventado por la cultura grecorromana que analizaremos en su momento por su decisiva importancia en lo que sería el salto del terrorismo de la economía mercantil al terrorismo capitalista.

    Si de África pasamos a Europa, vemos cómo las diferentes tribus celtas que luchaban entre sí, se aliaban en un período para enfrentarse en el siguiente, estableciéndose y rompiéndose sucesivas jerarquías de poder intertribal, de modo que tribus poderosas en un momento terminaban incluso siendo pequeños grupos a las órdenes de otras tribus que anteriormente habían sido débiles, de modo que los romanos pudieron basarse en los profundos odios intertribales para obtener aliados y terminar venciendo con menos tropas a ejércitos superiores; y concluye: «Aparte de estas alianzas militares, hay testimonios entre los celtas de una conciencia étnica. Esto se ve no sólo en el mencionado mito de su procedencia y en la asamblea de los druidas, sino también, por ejemplo, en la cohesión entre los celtas del sur de la Galia y los de la Italia superior, donde apelar al parentesco daba resultado, sobre todo si se acompañaba de regalos. Un intento serio de agrupar a los celtas al menos a los de la Galia lo hizo, poco antes de la victoria de César, Vercingetorix […] El intento de unificación llegó demasiado tarde, y cabe suponer que tampoco sería duradero, como lo demuestran otras formaciones estatales efímeras, como los reinos del dacio Burebistas (-44) en Hungría o del marcomano Marbodio (19) en Bohemia» Alexander Demandt: Los celtas, Acento, Madrid 2003, p. 78..

    Otro tanto podemos decir de la experiencia germana durante la sublevación dirigida por Arminio porque «ciertas disposiciones acerca del pago del tributo en oro y plata originaron una revuelta de los germanos», que terminó en la aplastante derrota en el bosque de Teuteburgo de nueve de las legiones dirigidas por Publio Quintilio Varo Antonio Martínez Teixidó (direct.): Enciclopedia del Arte de la Guerra, Planeta, Barcelona 2001, p. 84.. La victoria germana, si bien contuvo las ansias romanas de saqueo, apenas supuso un avance en la centralización de las tribus germanas más allá del nivel alcanzado puntualmente para esa batalla.

    En la Europa altomedieval vemos que, aunque los procesos son muy diferentes según los casos, en determinadas circunstancias favorables y ante determinadas presiones externas e internas, algunas agrupaciones tribales pertenecientes al mismo tronco etno-cultural lograron avanzar hasta la creación de un Estado propio. Polonia, por ejemplo, pudo constituirse en Estado gracias a que, de un lado, disponía de una clase social cohesionada en su eslavismo; por otro, empezaba a aprovecharse de la economía dineraria y del comercio entre determinadas tribus hermanas y de éstas con los mercados circundantes y, por último, todos ellos tenían miedo al expansionismo alemán de los otónidas. En estas circunstancias, hacia 960-965, el rey Micislao dio el salto cualitativo de crear un Estado unificado y relativamente sólido económica, militar y nacionalmente, sobre todo cuando se abandonó oficialmente el paganismo y se adoptó –se impuso– el cristianismo en alianza con Roma para encontrar aliados que defendieran al joven Estado polaco del expansionismo alemán Lucien Musset: Las invasiones, Nueva Clío, Barcelona 1982, tomo II, pp. 47-50.. Uno de los efectos de esta primera aparición de un Estado polaco, desde que tenemos datos escritos, es que probablemente sirviera para aumentar un sentimiento colectivo que hoy denominaríamos «conciencia nacional» que iría creciendo con el tiempo, lo que explicaría el orgullo del primer cronista nativo, el obispo Vicente de Cracovia, que en torno al 1200 se vanagloriaba de que Roma nunca pudo conquistar Polonia J. Lukowsky y H. Zawadski: Historia de Polonia, Cambridge 2002, p. 17..

    Esos pueblos, y otros más que se encontraban en similar evolución social, tendían a unirse ante la agresión exterior por lo general en relación directamente proporcional a la gravedad del ataque. Sin embargo, otros pueblos no lograban llegar a esas iniciales alianzas contra el invasor. Este segundo caso es el de Irlanda desde el primer ataque vikingo en el 795, que se encontraron –¿o ya lo sabían?– con un pueblo dividido entre dos grandes familias clánicas, los Ui Nell y los Eoganachta, y otras muchas más pequeñas. Durante dos siglos los invasores disfrutaron de las inestimables ventajas de la desunión de los invadidos John O’Beirne Ranelagh: Historia de Irlanda, Cambridge, 1998, p. 37.. El pueblo irlandés pagó durante mucho tiempo los efectos desastrosos de aquella incapacidad inicial. Por su parte, los escoceses sí fueron capaces de responder a las agresiones escandinavas. La unificación de las diferentes tribus y pueblos que ocupaban Alba, denominación gaélica de Escocia, había empezado a darse desde el siglo VII con la definitiva cristianización, pero su homogeneización definitiva, sobretodo de los escoceses y pictos, se produjo en el siglo IX cuando soldaron definitivamente los componentes de un Estado militar para defenderse de los ataques vikingos. El año 843 puede ser designado como la fecha oficial del nacimiento político-militar de Escocia cuando se proclamó rey Kennnth MacAlpin Luis Moreno: Escocia, nación y razón, CSIC, Madrid 1995, p. 10.. La identidad y el sentimiento escoceses debían ser muy sólidos en estos tiempos porque al final del siglo XI, y tras resistir nuevamente a los normandos, los escoceses se sublevaron contra su casa real, dirigida por el rey Malcom III y su esposa Margarita, inglesa, contrariados por la creciente influencia inglesa en Escocia, y ejecutaron al rey AA.VV.: «Escocia», en La Enciclopedia, Salvat, Madrid 2003, tomo 7, p. 5.357..

    Para concluir esta reducida lista de ejemplos, saltamos hasta México donde nos encontramos que, tras la ocupación española, los mayas del Yucatán tenían que hacer algunos trabajos para los conquistadores y pagar algunos impuestos. Pero con la independencia criolla, el nuevo poder mexicano aumentó los impuestos directos e indirectos; las leyes de todo tipo y especialmente las que controlaban los matrimonios y bautizos, aumentando sus costos económicos; el derecho de los ganaderos a que su ganado pastase en algunos campos de maíz, etcétera. Todo esto fue aumentando el malestar indio sobre todo en el Yucatán: «Pero el descontento indígena surgió sobre todo de la imposición de la autoridad de los blancos y de la amenaza que ello implicaba para su modo de vida. Así, con la agresión a los campos de maíz se atacaba una necesidad tanto económica como religiosa de los mayas. Es necesario recordar que para este pueblo el maíz no era sólo un ingrediente básico de su dieta (con él elaboraban algunas de sus comidas más apreciadas como tortillas de maíz, tamales, atole…) sino también un obsequio de los dioses, lo que convertía su cultivo en un deber sagrado para el pueblo. Por otra parte, el aislamiento en que tradicionalmente habían vivido estas comunidades fomentaba su espíritu de independencia y su resistencia al cambio. Otra medida que la población indígena percibió como una amenaza fue el reclutamiento forzoso de sus varones para el ejército y las milicias mexicanas». Bajo estas condiciones se creó un sentimiento de solidaridad entre las comunidades indias y, por fin, tras un proceso ascendentes de tensiones y conflictos, en 1847, estalló una gran contienda armada que duró hasta 1855. Los indios fueron ayudados por mestizos y mulatos, y «los insurrectos tomaban su desquite contra el clero y la aristocracia locales». Aunque los mexicanos lograron impedir la secesión del Yucatán, los independentistas indios, mestizos y mulatos gozaban «del apoyo de toda la comunidad y podían aguantar grandes pérdidas en el combate, así como el hambre o la enfermedad». Lograron algunas reivindicaciones, como la reducción de impuestos y mantener en su propiedad la parte oriental de la selva, pero no otras como las reclamaciones de tierras AA.VV.: «La lucha de los mayas», Historia Universal, Salvat, Madrid 2004, tomo 18, pp. 112-113..

    Lengua y propiedad colectiva

    Los ejemplos citados abarcan desde resistencias de pueblos paleolíticos y neolíticos hasta otras de pueblos que ya estaban en contacto estrecho con lo más tecnificado del capitalismo colonialista de finales del siglo XIX. Siguiendo con el método dialéctico, debemos buscar lo constante que recorre a la rica variedad de experiencias de violencia defensiva y justa sostenidas a lo largo de diversos modos de producción, por lo que el camino más directo no es otro que pedir ayuda a Marx. Desde el comienzo de la segunda mitad del siglo XIX Marx empezó un estudio exhaustivo de las comunidades precapitalistas, estudio que profundizaría durante el resto de su vida, sobre todo en sus últimos años al dedicarse casi en exclusividad a leer con su rigor típico todo lo publicado sobre etnología. En los citados pero poco estudiados Formen, Marx escribió que: «Una vez que los hombres se establecen, la modificación de esta comunidad primitiva dependerá, en cuanto a su forma, de diversas condiciones externas a ella, tales como las climáticas, geográficas, físicas, etcétera, así como de su constitución natural especial, es decir, su carácter tribal. La comunidad tribal, espontáneamente desarrollada, o, si se prefiere, la horda (lazos comunes de sangre, lenguaje, costumbres, entre otras relaciones) es la primera condición previa para la apropiación de las primeras condiciones objetivas de vida» Karl Marx: Formaciones económicas precapitalistas, Talleres Gráficos, Madrid 1967, p. 117..

    El lenguaje tiene un papel clave en este proceso ya que «el lenguaje mismo es tan producto de una comunidad como, en otro sentido, lo es la existencia de la comunidad misma. Es, por así decirlo, el ser comunal que habla por sí mismo» K. Marx: Formaciones económicas precapitalistas, op. cit., p. 140.. O sea, no es algo secundario, de la «superestructura», sino que es nada menos que el ser comunal que habla por sí mismo. En la medida en que la larga formación de los grupos humanos ha sido inseparable de la autodefensa ante los peligros externos, además de la obtención de comida, en esta medida el lenguaje y la cultura de un grupo forman parte de su sistema de autodefensa. Marx continúa diciendo que los pueblos nómadas consideran las tierras de pastos como «su propiedad, si bien, en ningún caso fijan sus límites […] la tribu considera una cierta región como territorio suyo, defendiéndolo por la fuerza frente a otras tribus, o bien trata de expulsar a otras tribus del territorio que lo reclama» K. Marx: Formaciones económicas precapitalistas, op. cit., p. 141.; y hablando sobre los «pueblos colonizadores» afirma que «la guerra es, por tanto, una de las primeras ocupaciones de toda comunidad primitiva de este tipo, tanto para la conservación como para la adquisición de su propiedad» K. Marx: Formaciones económicas precapitalistas, op. cit., p. 141..

    Las investigaciones posteriores han confirmado esta tesis de mitad del siglo XIX. Se ha descubierto, por ejemplo, que «un hito importante de este proceso evolutivo fue la invención del canto y la danza, porque cuando los grupos humanos flexionan sus grandes músculos y se mantienen juntos moviéndose y voceando rítmicamente despiertan una cálida sensación de solidaridad emocional que hace que la cooperación y el apoyo mutuos en situaciones de peligro sean mucho más firmes que antes» J.R. McNeill y William H. McNeill: Las redes humanas, Crítica, Barcelona 2004, p. 12 y ss.. La danza y el canto son inseparables de la lengua y de la cultura, de los valores de solidaridad emocional como fuerza cohesionadora de la vida colectiva frente a los peligros externos y a las tensiones internas. Los movimientos rítmicos refuerzan las sensaciones primarias de unidad colectiva, de identidad grupal y de solidez defensiva frente a lo exterior. De este modo, arte, cultura, lengua e identidad se van desarrollando simultáneamente a la solidaridad y al apoyo mutuo en las situaciones de peligro.

    Según Mosterín, en las sociedades clánicas existía la división sexual de trabajo; la caza no se consumía individualmente sino que se llevaba al campamento y se repartía según normas colectivas relativamente complicadas. Además «no existía la propiedad privada […] Sin embargo, se considera que cada clan tiene especiales derechos sobre ciertas zonas o rutas, que constituyen su territorio». Tampoco existen autoridades ni jefes oficiales, ni justicia penal ni nada parecido a un Estado, pero hay ceremonias, danzas rituales y tradiciones comunes que ayudan a mantener la cohesión grupal Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid 2006, p. 42.. Además, dice otro autor refiriéndose a una fase más evolucionada: «Entre los pueblos primitivos la moneda es más apreciada por el prestigio social que confiere que por su valor económico. Por este motivo es realmente difícil trazar una línea divisoria precisa entre la moneda primitiva y otras formas de riqueza de aquellos grupos humanos. Así, un hombre se hace poderoso mediante la acumulación de riqueza, en tanto que un pobre tal vez no puede entrar en una sociedad secreta o adquirir una esposa. Sin embargo, el miembro más indigente de una comunidad primitiva no está necesariamente condenado a morir de hambre como en nuestra sociedad contemporánea. Porque en todas las comunidades tribales la ley de la solidaridad que une a los parientes más próximos rige entre los miembros del clan, los más ricos de los cuales deben atender a las necesidades de asistencia de los más indigentes» Mauro Olmeda: El desarrollo de la sociedad, Edit. Ayuso, Madrid 1971, tomo II, p. 236..

    Spirkin sostiene que «la tribu descansaba sobre la comunidad de procedencia, de territorio, lenguaje, hábitos y costumbres», y además de otras pruebas, resume las investigaciones de A. Elkin sobre la territorialidad entre las tribus aborígenes australianas: «Los límites territoriales de la tribu están habitualmente marcados con bastante precisión y coinciden con los límites naturales» A. Spirkin: El origen de la conciencia humana, Grijalbo, México, p. 112.. Y otras investigaciones insisten en la territorialidad como requisito necesario para la producción y sus relaciones con la cultura André Langaney: Sexo e innovación, Edic. Colección Plural, Ciencia Abierta, Barcelona 1985, especialmente pp. 75-90..

    Pero el análisis realizado por Marx no se limita a constatar la historia remota sino que en lo relacionado con la tierra, con su propiedad y con la lengua y cultura del pueblo que la ocupa, pone el dedo en la llaga, y lo hace en tres fases, en la primera descubre la contradicción irreconciliable que, dialécticamente, engloba el complejo lingüístico-cultural con la tierra, su productividad y su propiedad. Esta visión también ha sido confirmada por las investigaciones posteriores, ya que el desarrollo económico iba muy unido desde el mismo inicio del Neolítico al desarrollo de las protecciones defensivas, es decir, de la inversión de fuerza de trabajo humana no directamente para la producción sino para proteger las condiciones de producción, las fuerzas productivas y el excedente acumulado. La defensa pasiva en cualquiera de sus formas fue tan necesaria como la posesión de un buen terreno de caza y recolección estable, agua abundante e inicio de la agricultura estacionaria Arther Ferril: Los orígenes de la guerra, Ediciones Ejército, 1987, pp. 33-49.. Simultáneamente a la creación de esta base comunitaria defensiva con sus desarrollos etnoculturales Boris Frolov: Prehistoria de la ciencia: aspecto etnocultural, AC de la URSS, 1988, nº 1, pp. 91-108 propios, se fueron estableciendo relaciones comerciales y, junto a ellas, el inicio y desarrollo del alfabeto en las zonas del planeta con mayor desarrollo comercial que buscaba facilitarlo entre los diferentes grupos lingüísticos J. Burke y R. Ornstein: Del hacha al chip, Planeta, 2001, p. 87, por lo que con el tiempo se desarrollaron las llamadas «lenguas comerciales», incluidas las de los gestos con las manos. Ahora bien, precisamente ocurre que ya en estos tempranos inicios de las relaciones comerciales simples y todavía muy difíciles de separar de las muchas formas de trueque y reciprocidad, pese a esto, ocurre que: «En algunos casos el lenguaje de una tribu predominante sirve como medio de comunicación para todas las tribus de una región» Mauro Olmeda: El desarrollo de la sociedad, Edit. Ayuso, Madrid 1975, tomo II, p. 226.. Y la pregunta lógica y necesaria es: ¿podía beneficiarse de algún modo en el intercambio comercial la tribu «propietaria» del lenguaje comercial dominante?

    La respuesta debe ser afirmativa, lo que nos lleva a las otras dos fases implícitas en la tesis de Marx. La segunda, hace referencia a la dinámica de dominación económica y lingüístico-cultural de la tribu más rica sobre las restantes, que poco a poco caen en el agujero negro de la dependencia absoluta y de la explotación económica y cultural a no ser que tomen conciencia y se resistan, lo que activa o acelera la dinámica de respuesta de la tribu poderosa o confederación de tribus, que dependiendo de los avatares del conflicto puede con la aplicación del terrorismo en cuanto «fuerza bruta» contra las tribus o colectivos más débiles, exterminándolos o esclavizándolos. Multitud de lenguas y culturas han sido destruidas por la violencia física o por la violencia económica soterrada, que liquida lenta o rápidamente el saber técnico y la conciencia productiva de un pueblo, haciéndole dependiente de los conocimientos externos y de la lengua y cultura en la que éstos se expresan. No hace falta decir que con el modo de producción capitalista la destrucción lingüístico-cultural está llegando a niveles aterradores, especialmente en aquellos sitios donde las transnacionales de la industria cultural, y los Estados imperialistas que les protegen, tienen un interés político-económico por arrasar la cultura popular resistente y creativa, no solamente en los países empobrecidos del llamado Tercer Mundo, sino también en los países metropolitanos periféricos como los de Europa del Sur y Europa Oriental, según demuestra G. Yúdice George Yúdice: El recurso de la cultura, Ciencias Sociales, La Habana 2006, p. 420..

    La tercera vía de análisis que emerge de la tesis de Marx parte de las dos anteriores y corresponde a la dinámica antagónica contra el «derecho natural de la propiedad privada», que no es otra que la práctica colectiva, revolucionaria, de recuperar la propiedad colectiva privatizada por la «fuerza bruta», por el terrorismo en acción, o por la fuerza económica: «La propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y se ha convertido en el gran problema de cuya solución depende el porvenir de la clase obrera. Sin plantearme la tarea de examinar aquí todos los argumentos de los defensores de la propiedad privada sobre la tierra –jurisconsultos, filósofos y economistas–, me limitaré nada más a constatar, en primer lugar, que han hecho no pocos esfuerzos para disimular el hecho inicial de la conquista al amparo del derecho natural. Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado. En el curso de la historia, los conquistadores han estimado conveniente dar a su derecho inicial, que se desprendía de la fuerza bruta, cierta estabilidad social mediante leyes impuestas por ellos mismos. Luego viene el filósofo y muestra que estas leyes implican y expresan el consentimiento universal de la humanidad. Si, en efecto, la propiedad privada sobre la tierra se basa en semejante consentimiento universal, debe, indudablemente, desaparecer en el momento en que la mayoría de la sociedad no quiera reconocerla más» K. Marx: La nacionalización de la tierra, Obras Escogidas, Edit. Progreso, Moscú 1976, tomo II, pp. 305-306..

    La tercera fase, la que acabamos de ver, es todavía más directa y contundente, es revolucionaria en su sentido estricto porque ya no estudia las propiedades colectivas de los territorios concretos, sino que ataca al principio burgués del derecho de propiedad en su sentido permanente, futuro y eterno: «Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias y a trasmitirla mejorada a las futuras generaciones» K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, vol. III, p. 720.. Hasta ahora, la propiedad de la tierra vista en su sentido total, económica y lingüístico-cultural, política y ética o de «derecho natural», como la critica Marx, se había centrado en las parcelas concretas, más o menos amplias e incluso de continentes enteros. Más aún, con el imperialismo de comienzos del siglo XXI, la propiedad capitalista del planeta Tierra parece que está a punto de completarse definitivamente si son vencidos los pueblos rebeldes e invadidos sus territorios liberados, subsumidos luego en la acumulación planetaria del capital. Pero es precisamente aquí donde interviene Marx afirmando que la Tierra no pertenece a las generaciones actuales, sino a las futuras, es decir, que nunca nadie debe ser propietario siquiera transitorio de la Tierra sino, a lo sumo, su usufructuario. La radicalidad ecologista de este planteamiento es innegable, pero más lo es su esencia comunista, que es de lo que se trata.

    S. Linddqvist ha sintetizado de la siguiente forma lo que hemos visto hasta ahora en este capítulo:

    «El modo de vida de los pueblos naturales está tan adaptado al clima y a la naturaleza que un súbito cambio, por más inocente y útil que pudiese ser, se convierte en fatídico.

    »Grandes cambios, como las privatizaciones de los terrenos que anteriormente habían sido propiedad común, conmueven todo el fundamento de un estilo de vida.

    »Los europeos han destruido, por rapacidad o imprudencia, el fundamento de todo lo que los nativos pensaban, conocían, sentían y creían. Cuando la vida ha perdido sentido para ellos, sucumben.

    »La violencia física es la causa más clara y concreta de la aniquilación. Las acciones sanguinarias de los blancos son aún más atroces porque las practican hombres de un alto desarrollo intelectual. No se puede decir que la violencia sea ejercida por personas aisladas, que podrían ser hechas responsables individualmente. No» Sven Lindqvist: Exterminad a todos los salvajes, Turner, Madrid 2004, p. 190..

    Hasta ahora hemos visto cómo fluctúa al son de las contradicciones sociales la extensión territorial del «hogar» en el que buscaban protección relativa las primeras agrupaciones humanas. Hemos visto que la tendencia a la territorialidad y a su defensa aumenta conforme transcurre el tiempo, y la razón es debida a que el aumento del excedente social acumulado depende del aumento del territorio y a la vez exige más recursos para defender lo acumulado, lo que acelera la tendencia expansiva de la territorialización o bien la tendencia a su explotación intensiva, o ambas a la vez. En las dos el riesgo de guerra y violencias también aumenta en su doble forma de violencia interna al escindirse la sociedad en dos clases antagónicas, y de violencia externa al defenderse de un ataque invasor o al atacar el territorio de otro pueblo. Pero antes de estudiar esta dinámica que nos lleva directamente al terrorismo del pueblo invasor contra el invadido, o al terrorismo de la clase explotadora interna contra las clases explotadas del mismo pueblo, antes de esto, debemos examinar una violencia anterior, fundante y que estructura internamente a todos los modos de producción habidos desde entonces, hablamos del terrorismo patriarcal.

    Primeras violencias

    Durante los siglos transcurridos entre el inicio de la autogénesis humana, mucho antes del Neanderthal, y la escisión social entre el sexo-género masculino dominante y el sexo-género femenino dominado, durante este tiempo no hay rastros de violencia humana, e incluso la prueba reciente de canibalismo que data de hace 1,3 millones de años descubierta en Atapuerca http://www.elmundo.es, 15 de julio de 2009. no confirma que hubiera habido violencia mortal previa, pudo tratarse también de una persona muerta por enfermedad o accidente. El célebre historiador militar A. Ferrill afirma que apenas hay datos que sugieran la existencia de violencia entre humanos antes del Paleolítico, aunque recoge una referencia que habla de que un esqueleto neanderthal «revela un orificio en la pelvis que parece haber sido hecho con una lanza» Arther Ferrill: Los orígenes de la guerra, Edic. Ejército, Madrid 1987, p. 32.. Dos investigadores de la talla de Guilaine y Zammit, después de hablar sobre la práctica del canibalismo en la época Neanderthal Jean Guilaine-Jean Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, Ariel, Barcelona 2002, p. 62 y ss., se preguntan sobre si «¿eran los cromañones inofensivos?» y responden categóricamente que no, que han dejado pruebas contundentes sobre su recurso a la violencia y al «asesinato», afirmación sostenida en el hecho de que el llamado «niño de Grimaldi, atribuido al Gravetiense, hacia el -25000/-22000, llevaba clavado en la columna vertebral el extremo de un proyectil. En la cueva de San Teodoro (Sicilia), una punta de sílex se hallaba alojada en el lado derecho de la pelvis de una joven del -12000.», así como en la cantidad de pinturas rupestres con escenas de caza o guerra y de sacrificio o tortura, etcétera Jean Guilaine-Jean Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, op. cit., p. 71 y ss..

    Hay además restos humanos y líticos encontrados en Djebel-Sahaba, Sudán, de entre -12000/-10000, que corresponden a lo que, hasta ahora, puede considerarse como primera «situación conflictiva» en la historia. Fue una carnicería en la que «una gran parte de la población abatida del “yacimiento 117” fue masacrada y presentaba rastros de impactos y traumatismos» producidos en un conflicto por «territorios codiciados […] con un potencial de recursos (peces, animales acuáticos, mamíferos que frecuentaban el ecosistema de la ribera) importante. […] Es evidente que los espacios privilegiados en número de especies vegetales y animales que permitían satisfacer las necesidades alimenticias de los grupos humanos, fueron objeto de una mayor codicia. Podemos hablar de territorialización y división del espacio en la medida que las comunidades se fueron estableciendo» Jean Guilaine-Jean Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, op. cit., p. 88 y ss..

    Ferrill sostiene que en el Mesolítico, período situado entre el Paleolítico y el Neolítico, entre -12000 y -8000, se produjo una «revolución» en las armas sin parangón hasta el presente: aparecieron cuatro nuevas armas de «extraordinaria potencia» como fueron el arco, la onda, la espada corta y la maza, que junto a la lanza crearon una panoplia de alta letalidad. Poco después, al comienzo del Neolítico surgieron las primeras tácticas militares, como sugieren las pinturas rupestres en las que los «cazadores» se mueven en columna y en línea, e incluso una de ellas tiene imágenes que muestran una maniobra de flanqueo y envolvimiento realizado por unos arqueros contra otros. El autor sostiene que «es creencia general, probablemente correcta, que la estrategia y la táctica en la guerra surgieron de los complejos esquemas de caza del hombre del Paleolítico». Poco más adelante, hace una descripción detallada de las heridas mortales encontradas en los esqueletos del citado «yacimiento 117», descripción que ahorramos a los lectores y lectoras por su dureza, pero que muestra la ferocidad del atacante: «Puede que el ensañamiento sea un concepto moderno, pero como práctica es antiguo» Arther Ferrill: Los orígenes de la guerra, op. cit., pp. 34-39.. También están los restos de un conflicto armado bastante posterior, en el Eneolítico, en la zona de Biasteri, Euskal Herria, con restos de unos trescientos individuos Xavier Peñalver: Orígenes, Txalaparta, Tafalla 2005, pp. 145-146. de una ferocidad que no tiene nada que envidiar a la desatada en Sudán.

    ¿Por qué estallaron éstos y otros conflictos de los que no han quedado rastro alguno? La razón más aceptada por los especialistas y estudioso se centra en el agotamiento de los recursos, el aumento de la población, el miedo de las castas y familias dirigentes, no de las clases dominantes pues aún no se habían formado, a las revueltas de las castas trabajadoras y, por último, la competitividad entre los grupos de guerreros que buscaban su gloria personal y colectiva. Pero antes de llegar a este debate, tenemos que estudiar qué violencia existía en las sociedades no rotas internamente por la explotación de sexo-género y por la explotación social. M. D. Sahlins ha estudiado cómo los códigos de solidaridad, trueque, etcétera, cambian según aumentan las distancias y se difuminan los límites territoriales propios para ir apareciendo cada vez más precisos los límites de otros territorios ajenos:

    «Las armas de contienda tienen generalmente cálculo segmentario, cuidadosamente graduado en capacidad mortífera, proporcional a la distancia sectorial. Las cosas no deben ir más allá de palabras acaloradas cuando se trata de disputas de familia, y si bien los puños pueden actuar en riñas pueblerinas y las lanzas levantarse en querellas entre aldeas, la fatal flecha envenenada se reserva para los enemigos de la tribu. Inversamente, la compulsión a negociar es mayor allí donde es más estrecho el sector social de la disputa. Dentro de la comunidad hogareña, y nada digamos de la familia, el conflicto debe dirimirse rápidamente so pena de que se rompa el grupo. Dentro de la tribu las desavenencias deben arreglarse y los agravios repararse más tarde o más temprano. Pero la enemistad hacia otras tribus puede ser eterna» Marshall D. Sahlins: Las sociedades tribales, Labor, Barcelona 1977, p. 36..

    Podemos hacernos una idea algo aproximada sobre cómo debían ser las normas de orden y de evitación de la violencia hasta un determinado límite si leemos la descripción de las reglas de control de la violencia intracomunitaria que han sobrevivido durante siglos en zonas andinas peruanas pese a todas las agresiones criollas. Antes de la pasada guerra contrarrevolucionaria «matar era excepcional […] un lema en el campo era “castigar pero no matar” […] la sanción límite era la expulsión de la comunidad y la pérdida de estatus del “comunero”. Sin embargo, aunque el matar era excepcional antes del conflicto armado, había algunos casos en los que se aplicó la “pena de muerte”. Por ejemplo, en Carhuahurán, en 1975 o 1976, mataron a una familia de abigeos que había ignorado las múltiples advertencias de las autoridades comunales para que cesaran de robar ganado y se desplazaran hacia otra zona. Siguiendo un patrón común, las autoridades les habían dado tres castigos y oportunidades de dejar de robar antes de tomar esa fatal decisión» Kimberly Theidon: «Los encapuchados: encarándose con el pasado en el Perú», en Miedos y memorias, Comunicarte, Córdoba, Argentina 2006, p. 101..

    Nos imaginamos las condiciones del pasado, teniendo en cuenta lo que hemos leído, al saber que para las comunidades con poca independencia productiva el ostracismo, la expulsión de la colectividad, de la comuna, de la horda o de la tribu era un castigo tan severo en aquellas situaciones que, por ejemplo en los siux, se permitía que al condenado le acompañasen sus familiares si así lo querían e incluso todos aquellos que no estaban de acuerdo con la decisión del consejo por entenderla injusta Mari Sandoz: Así eran los siux, Hesperus, Barcelona 1996, pp. 36-37.. El tiempo de expulsión podía variar, desde un año o dos, hasta cuatro, u otros períodos. Pero resulta muy ilustrativo para nuestro estudio saber que los griegos ampliaron el período a diez años AA.VV.: «Ostracismo», en La Enciclopedia, Salvat, Madrid 2004, tomo 15, p. 11472., y más tarde otros poderes impusieron el destierro perpetuo, lo que muestra que conforme la propiedad privada aumenta su poder, también aumentan los castigos, condenas y penas, hasta llegar a la violencia física incluida la muerte, como es el caso visto del Perú. Con el triunfo definitivo de la propiedad privada burguesa el ostracismo ha adquirido formas de aplicación científica en las cárceles de exterminio.

    Los grupos humanos de esta larga fase inicial tenían determinados criterios básicos para su regulación interna: «Las afrentas más graves son las que afectan a la comunidad por poner en peligro la existencia de la sociedad. Los tres crímenes que más universalmente se encuentran en los pueblos primitivos son: la traición, el incesto y la hechicería, que pueden exponer el grupo al peligro. En cambio, la muerte de una persona no era considerada tan grave, pues la vida del hombre no tenía gran valor para la colectividad» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho I, La Habana 1990, primera parte, p. 69.. Se aprecia fácilmente que la conexión interna de los tres crímenes es la prioridad de la supervivencia colectiva antes que la individual. La traición interna debilita el grupo y refuerza al enemigo externo. El incesto debilita el grupo a la larga al procrear descendientes no aptos para la defensa, idiotas e improductivos. La hechicería crea tensiones interpersonales y debilita la confianza colectiva.

    J. Keegan ha estudiado las formas de guerrear de varios pueblos «primitivos» y no pretende construir un modelo único de «guerra primitiva» sino que reconoce la existencia de costumbres diferentes. Pero también llega a la siguiente conclusión: «Suele aceptarse como criterio generalizado que el combate entre pueblos primitivos es fundamentalmente ritual, pero, aunque es bastante cierto, hay que entenderlo con gran reserva. No obstante, la violencia entre los yanomano de la Amazonía tiende a seguir una escala rigurosamente graduada, cuyas fases principales son el duelo a puñetazos en el pecho, el combate con porra, la lucha con lanza y la incursión entre aldeas». Tenemos que aclarar que el pueblo yanomano es considerado como uno de los más belicosos y violentos de entre los pueblos «primitivos», lo que indica que incluso este pueblo llamado como «la gente feroz» por los pueblos que le circundan, toma medidas que regulan y restringen en lo posible la letalidad de sus guerras, buscando alternativas de salida. También estudia a los maring, a los maoríes y a los aztecas John Keegan: Historia de la guerra, Planeta, 1995, pp. 127-151., y en otro momento estudia las primeras formas de guerra de los zulúes que practicaron el método del desplazamiento de los pueblos vencidos que luego analizaremos y que llegaron a ser una de las naciones más organizadas militarmente de África, y las conclusiones son esencialmente las mismas: las formas iniciales de guerra tenían regulaciones sociales tendentes a evitar los baños de sangre.

    Pero estas medidas de control social de la violencia, primero, no surgen de una especie de «bondad» inherente a la especie, al estilo roussoniano, sino, como se ha visto, de la necesidad de garantizar la vida colectiva en condiciones tan peligrosas e inciertas. Y segundo, como indica M. Harris: «Existen pruebas fehacientes que demuestran que el equilibrio entre población y recursos reside, en realidad, en la guerra grupal y aldeana y que el origen de este azote surge de la incapacidad de los pueblos preindustriales para desarrollar un medio menos costoso o más benigno de lograr baja densidad de población y alta tasa de crecimiento» Marvin Harris: Caníbales y reyes, Salvat, Barcelona 1988, p. 41.. Este autor, que ha insistido siempre en que los argumentos estrictamente culturalistas, psicologicistas, subjetivistas, etcétera, no sirven para explicar las causas de las guerras primitivas, pues éstas responden a necesidades materiales de subsistencia, aunque sí explican consecuencias posteriores a los choques mortales, critica otras cuatro hipótesis diferentes a la suya sobre el surgimiento de la guerra –la guerra como solidaridad, como juego, como naturaleza humana y como política– para insistir en que la creación de «tierras de nadie» por la guerra al expulsar de ellas a otras poblaciones y dejando el espacio libre para la recuperación de sus recursos naturales, esta dinámica garantiza que las poblaciones vencedoras dispongan de nuevos espacios de caza, pesca, recolección, etcétera Marvin Harris: Caníbales y reyes, op. cit., p. 45 y ss., mientras que las vencidas pueden sobrevivir aunque sea con menos recursos, pero sobrevivir.

    De entre los muchos casos que validan esta teoría vamos a recurrir solamente a tres, expuestos cronológicamente. El primero es el de las formas de vida y organización de las hordas según las describe J. Diamond: grupos muy reducidos que como máximo llegan a ochenta personas emparentadas entre sí, sin residencia permanente aunque «propietarios» de un territorio utilizado por todo el grupo en vez de estar repartido entre subgrupos o individuos. Toda la horda trabaja en la recogida de alimentos y no existen especializaciones. La vida es «igualitaria» en el sentido de que la propiedad es común, tampoco existen castas ni clases y «cualquier “liderazgo” de la horda es informal y ha sido adquirido mediante cualidades como la personalidad, la fuerza, la inteligencia y las habilidades guerreras» Pared Diamond: Armas, gérmenes y acero, Edit. Científico-Técnica, La Habana, Cuba 2005, p. 264.. Por tanto, estas comunidades pueden perfectamente evitar conflictos violentos destructivos, marchando de un lugar para otro, estableciendo alianzas y pactos, buscando nuevas tierras en la medida de lo posible y, en el caso extremo, reglamentando la violencia para evitar que la muerte o las heridas de uno o varios miembros de un grupo tan reducido agote su capacidad de producción de alimentos y de defensa frente a las fieras y la adversidad.

    Para comprender mejor lo que queremos decir leamos a E. R. Service que insiste en una cuestión muy importante para el tema que aquí tratamos, como el del papel del individuo dentro de la identidad colectiva:

    «Estas características de falta de especialización de la sociedad primitiva denotan un contraste especialmente importante con la civilización moderna, ya que ello significa que en la sociedad primitiva el individuo adulto participa más plenamente de cada aspecto de la cultura que los individuos de las sociedades más complicadas. Así resulta que la personalidad humana, a causa del contexto social íntimo en que todo se lleva a cabo, se halla altamente individualizada en la sociedad primitiva. Parece paradójico decir, como hemos hecho a menudo, que las sociedades de bandas son fuertemente igualitarias, y recalcar ahora la individualización de sus componentes. Cuando decimos que una sociedad primitiva es igualitaria, queremos decir que se resiste fuertemente a ser dirigida por un poder autoritario de cualquier clase. Pero dentro de estas sociedades las personas no son iguales en el sentido de ser similares unas a otras. Cada persona es diferente de todas las demás en lo que se refiere a las características personales físicas y psicológicas, del mismo modo que en edad, sexo, estado marital, etcétera. Incluso en la vida económica no hay clases o categorías de ricos y pobres, señores y obreros, personas eficientes o no. Cada persona es lo que ella es, eficiente en una tarea particular, poco eficiente en otra, o lo que sea» Elman R. Service: Los cazadores, Labor, Barcelona 1984, p. 100..

    El segundo ejemplo es el de las guerras nómadas:

    «La guerra tuvo una importancia primordial entre los nómadas de la estepa, como he dicho. Se trata de sociedades en las que el saber vivir tenía como corolario el saber morir. En efecto, la muerte heroica en combate se presentaba como un ideal. A partir de la más tierna edad, no había nada que no preparara al nómada de la estepa para la guerra, comenzando por la caza. Por supuesto, los conflictos variaban en intensidad y, la mayoría de las veces, se trataba de breves combates entre tribus por motivos generalmente ligados al recorrido del ganado, aunque también se podía desembocar en la guerra total, expulsando definitivamente a los vencidos o aniquilándolos. El fenómeno más frecuente era el de la huida de un grupo determinado por la presión de otro, y que, en su huida, obligaba a otro adversario más débil a marcharse a su vez para ocupar su lugar» Gérard Chaliand: Guerras y civilizaciones, Paidós, Barcelona 2006, p. 159.. Según las circunstancias, los nómadas saqueaban las ciudades para robarles sus excedentes y conseguir esclavos. Su forma de guerra estaba adaptada a la movilidad y a la falta de recursos para largos conflictos, y «algunas tropas, cuando eran capitaneadas por un jefe de valía, llegaron incluso a plegarse a una disciplina y a crear una cohesión de grupo, hecho excepcional en este tipo de sociedades» Gérard Chaliand: Guerras y civilizaciones, op. cit., p. 160..

    Además, y sobre todo en el caso de las grandes estepas asiáticas en donde el nomadismo sólo empezó a decaer militarmente con la aparición de los fusiles y cañones modernos, desde el siglo XVII, según muchos autores, los pueblos nómadas se desentendían del problema de la propiedad de la tierra para el uso privado agrícola, preocupándose sólo por la regulación de los derechos de pasto del ganado. En la medida en que carecían de organización estatal estable, tampoco tenían mayores problemas con las disputas de soberanía y jurisdicción. Dado que la dialéctica entre lo individual y lo colectivo no se regía por las normas sociales de la economía privada, sino por la del nomadismo en territorios comunes, tampoco existían los problemas de regular las contradicciones entre los derechos y deberes individuales y colectivos, y cuando en situaciones especiales se imponía un código de conducta obligatorio, como las leyes de Gengis Khan, era gracias a complejos equilibrios entre la fuerza militar de la tribu más poderosa y las fidelidades siempre inseguras de las más débiles, de manera que la tiranía de la más poderosa «debió ser refrenada por las costumbres y la fuerza de los sentimientos del clan, que se establecerían a través de graduaciones en la jerarquía social, y el poder estaría también moderado por el temor de que se produjeran sublevaciones» Gavin Hambly (compilador): Asia Central, Siglo XXI, Madrid 1972, p. 91..

    El tercer y último ejemplo es el de los zulúes en su primera fase, cuando su forma pacífica y hasta cortés de existencia daba paso a luchas ritualizadas y socialmente controladas, empezando éstas con insultos y terminando cuando se llegaba a un límite de bajas reglamentado por negociaciones sociales: «el vencido acababa en una tierra nueva más pobre. Como es clásico entre pueblos primitivos que viven en países poco poblados, el resultado no era la matanza sino el desplazamiento» John Keegan: Historia de la guerra, Planeta, Barcelona 1995, p. 51.. Ahora bien, en un modo de producción en el que no existe aún el Estado, es decir, en una sociedad pre-estatal, las poblaciones deben desarrollar sistemas de control y administración alternativos que garanticen en lo posible la pervivencia de los recursos del territorio propio y de las «tierras de nadie», y la solución más importante es el control poblacional, básicamente el infanticidio y también la eutanasia de las personas que por su vejez se han vuelto improductivas, es decir una carga crítica en momentos de aguda hambruna. Pero sobre todo, el infanticidio femenino, matar a un número variable de niñas recién nacidas según las reservas alimentarias del momento para poder alimentar a todos los niños porque son necesarios para la guerra, menos los que nacen con malformaciones y taras, que también son muertos por representar un desgaste de recursos imposible de satisfacer. De cualquier modo, estas prácticas plantean el problema de su valoración moral, tema al que volveremos cuando hayamos analizado más detenidamente el problema de la «guerra primitiva».

    Las complejas interacciones de factores naturales objetivos, desde sequías hasta inundaciones, pasando por plagas e incendios fortuitos, así como factores sociales específicos de cada colectividad humana originaria, estas circunstancias llevaron a la utilización de toda serie de métodos por brutales que fueran en los momentos desesperados, como la creación de normas de prevención y castigo. I. Diákonov afirma que: «inclusive en la sociedad primitiva existen costumbres que revisten carácter jurídico, porque ninguna colectividad social puede existir sin ciertas reglas obligatorias, que regulen la vida social. Ya los australianos que vivieron en la sociedad mesolítica o en la neolítica inferior sabían que por el rapto de mujeres de una tribu ajena correspondía matar a uno o dos miembros de la tribu de los raptores, y en una sociedad preestatal posterior (por ejemplo, entre los islandeses antiguos) la costumbre imponía con exactitud las normas de la multa por haber matado a personas que ocuparan en la tribu alguna posición social, por hurto de ganado, etcétera» Igor Diákonov: «El Estado y el Derecho en el Oriente Antiguo», AA.VV., en Ciencias Sociales, de la A. C. de la URSS, Moscú 1985, nº 3, p. 198.. Los dos ejemplos puestos por el autor nos remiten a cuatro situaciones decisivas para el estudio de las violencias: los primeros pasos en la opresión de las mujeres al raptarlas; los primeros pasos en la opresión de los pueblos al raptar mujeres de otras tribus; los primeros pasos de guerras intertribales –«internacionales»– y de formas de justicia paliativa para impedir esas guerras mediante ejecuciones de hombres de la tribu agresora y, por último, los primeros pasos de tensiones sociales internas a sociedades preestatales al constatarse la existencia de robos y de ataques a la autoridad incluso preestatal.

    Por tanto, no debe sorprendernos que ya en épocas tan tempranas la violencia fuera una realidad más o menos controlada y, además, que también fuera una realidad en ascenso la especialización de partes de las poblaciones para defender a la tribu de ataques exteriores, o para atacar a otras tribus. Aun así, habiendo incluso un germen de especialización para la defensa y el ataque, no podemos denominar guerra a los conflictos en aquella época, ni a los conflictos entre tribus, ni a los «asesinatos y torturas rituales que constituyen un medio indirecto de apaciguar el terror que inspiran las fuerzas naturales desconocidas y todopoderosas» Gilbery Mury: Teoría marxista de la violencia, Edit. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires 1973, p. 55.. Más adelante, cuando comparemos la tortura antigua, la centrada en la violencia y el sacrificio ritualizado, con la tortura en el capitalismo nos acordaremos de esta crucial diferencia. En las sociedades «primitivas», el pánico a la naturaleza incontrolable exigía una serie de rituales religiosos en los que no se buscaba el dolor y el sufrimiento premeditado de la víctima propiciatoria, sino el aplacamiento de la irascible e incontrolable voluntad de los dioses. Veremos que la tortura, el terror y las violencias capitalistas no tienen nada que ver con esto.

    Estas sociedades no podían desarrollar la guerra en el sentido «moderno», y con ella el terrorismo sistemático que le es inherente, porque eran incapaces de producir personas especializadas para causar la muerte de otras personas, aunque dicha especialización durase unos pocos años, como era el caso de los hoplitas griegos y más tarde de los legionarios romanos. Es cierto que, como hemos visto, ya en el tránsito del Mesolítico al Neolítico se dieron casos de una brutalidad inhumana tremenda, y los autores Guilaine y Zammit nos ofrecen abundantes ejemplos al respecto, como el de la macabra perfección técnica de los «ingenios de muerte eficaces» Jean Guilaine-Jean Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, op. cit., p. 153 y ss., esas sesenta y tres puntas líticas de flechas especialmente construidas para perforar hasta el hueso buscando hacer el máximo daño en animales y humanos, ingenios que denotan una deliberada perfección técnica empírica elaborada meticulosamente con el objetivo de maximizar la mortandad con el mínimo costo posible de trabajo y energía humanas, es decir, con una mentalidad que sin saberlo recurre al uso de la ley del mínimo esfuerzo y máxima rentabilidad, y a la ley de la productividad del trabajo tal y como podía operar en aquellas condiciones. Los «ingenios de muerte eficaces» de aquellas sociedades estaban limitados por la imposibilidad objetiva de especialización del proceso productivo, sin la cual el terrorismo aplicado en Sudán, en Biasteri y en otros sitios carece de sistematicidad y de proyección a largo plazo dentro de una visión de máximo beneficio sostenible.

    Tenemos aquí expuestas las razones básicas que explican la imposibilidad de estos colectivos para pasar de la «guerra simple» a la «guerra compleja», de la «guerra primitiva» a la «guerra moderna», o pasar el «umbral de la guerra», por utilizar diversos calificativos demarcadores empleados por diferentes historiadores e investigadores. La «guerra compleja» y «moderna» exigen especialistas, personas cada vez más preparadas física, mental y técnicamente en la violencia, y eso requiere que otras personas trabajen más o que su trabajo rinda más para, así, acumular un excedente social que permita que una parte de la población se especialice en la violencia. Las sociedades a las que se refieren Service, las cazadoras, solamente podían preparar gente cazadora y recolectora, con el dominio de la violencia inherente a la caza y a la recolección, pero apenas más. La ausencia de especialización parte de la falta de excedente e imposibilita además la especialización militar.

    También es decisiva la práctica del igualitarismo social asumido hasta el punto de rechazar la acumulación de riqueza individual, lo que explica que esas agrupaciones humanas fueran a la vez practicantes del armamento colectivo no especializado para impedir el monopolio de la violencia por parte de la minoría enriquecida. En este sentido, eran sociedades eminentemente pacíficas aunque no pacifistas, y menos en el sentido actual, en el cínico pacifismo burgués. Superar el «umbral de la guerra» exige, como veremos al estudiar el salto realizado en Grecia y Roma, superar definitivamente la economía de trueque no regida del todo por el valor de cambio y entrar en la economía mercantil aunque sea precapitalista pero existiendo ya un embrión de capital financiero.

    Además, tenemos que tener en cuenta la advertencia de que en modo alguno podemos trasladar nuestras estructuras mentales y conceptuales actuales a situaciones tan diferentes. Es verdad, empero, que la explotación total de la mujer por el hombre viene de esta época y que, desde entonces, el machismo ha mantenido lo esencial de su ideología, pero en el específico tema del desarrollo de la mentalidad mercantil el problema es cualitativamente diferente, como bien insiste V. Yakobsón:

    «El problema terminológico es sumamente serio. Basta recordar la discusión en torno a si existía o no en Oriente Antiguo el concepto de “libertad”. En efecto, al parecer no existía la palabra con este significado exacto, al menos todavía en los textos de escritura cuneiforme. ¿Puede de esto deducirse, acaso, que no existía este concepto? Simplemente estaba incluido en la semántica más amplia de otras palabras (“hombre”, “noble”, “dos veces nacido”, “nuestro-no nuestro”, etcétera). Lo mismo puede decirse de la “propiedad” (en muchas lenguas antiguas no existe esta palabra)» Vladimir Yakobson: «El Estado y el Derecho en Oriente Antiguo», AA.VV., en Ciencias Sociales, de A.C. de la URSS, Moscú 1985, nº 3, p. 194..

    El autor advierte que no debemos subestimar la coherencia interna del pensamiento antiguo, creyendo que era desordenado, heterogéneo, de carácter disímil y con considerables lagunas, sino que, en realidad, tras tomar las precauciones científicas necesarias, muestra ser un sistema de «rarísima plenitud», y pone como ejemplo el Código de Hammurabi. Naturalmente, se trata de una plenitud inserta en un contexto muy diferente al nuestro, integrada en la lógica del modo tributario de producción. Partiendo de aquí, no debe sorprender a nadie que, en aquellas situaciones, las luchas de los pueblos también se libraran dentro de reivindicaciones plenamente racionalizadas a pesar de que ahora despreciamos por ser supuestamente pre-nacionales en el sentido burgués.

    Civilización y guerra

    Teniendo todo esto en cuenta, podemos decir que la evolución hacia la «guerra compleja» afectó a las sociedades en todos los aspectos, hasta el punto de cambiarlas completamente. No podemos realizar aquí un seguimiento pormenorizado de tal «ascenso» al terror y al terrorismo más planificado, como es el asirio según veremos, partiendo de la inicial «guerra simple» que también tenía su componente de terror y terrorismo. Dividiremos la exposición en tres partes. La mejor forma de empezar la primera, la dedicada al tránsito de la violencia tribal del Mesolítico a la violencia organizada del Neolítico es citando un valioso texto colectivo:

    «La guerra se trata frecuentemente como una forma de caza, dentro de la cual las incursiones para conseguir ganado o mujeres, o simplemente por el placer del combate, conforman el tipo más común de la guerra tribal; tampoco son desconocidas las prácticas de conquista o exterminio de tribus enemigas […] Sin embargo, a partir del año -9000, con la aparición de los Estados agrícolas sedentarios, la guerra cambió de forma, con Estados jerárquicos y disciplinados que alumbraron ejércitos igualmente disciplinados y jerárquicos. Por otra parte, la posesión de territorios permanentes que defender o conquistar conllevó la necesidad de batallas a mayor escala en las que el ejército derrotado era destruido para asegurar el dominio del territorio en disputa» AA.VV.: Técnicas bélicas del Mundo Antiguo 3000 a.C-500 d.C., Libsa, Madrid 2006, pp. 8-9..

    Por su parte, G. Chaliand ha resumido así el secreto de la violencia explotadora definitivamente establecida a partir de esta época: «Los propósitos principales de las guerras antiguas fueron la reducción a la esclavitud de los vencidos y el tributo anual pagado por las regiones recientemente ocupadas. Al lado de estos dos objetivos, el botín inmediato era la efímera recompensa del combate victorioso. El vencedor tenía que adueñarse de la fuerza de trabajo de los esclavos y de una parte a menudo importante de las riquezas producidas por los vencidos» Gérard Chaliand: Guerras y civilizaciones, Paidós, Barcelona 2006, p. 71.. La «esclavización de los vencidos» era especialmente dura para las mujeres, como venimos diciendo. No hay duda de la existencia de un terrorismo machista contra las mujeres raptadas en las expediciones de saqueo, o esclavizadas masivamente por la tribu vencedora en el exterminio de la vencida; como tampoco hay duda del terror que debieron sentir las personas ancianas vencidas y los adultos que sobrevivieron al combate sabedores de su muerte inmediata a manos de los vencedores.

    Varias novedades fueron decisivas en este tránsito que analizamos, además de la agricultura sedentaria y la explotación de la mujer a ella unida: la «creación» del caballo a partir de una selección sistemática exigida sobre todo por las crecientes necesidades de la guerra, la invención de nuevas armas y el amurallamiento de las ciudades. La bibliografía oficial ha minusvalorado el carácter sistémico de esta evolución global hacia la «guerra moderna» y hacia un nuevo terrorismo. A. Ferrill, por ejemplo, protesta por la nula atención dedicada por la arqueología a las influencias militares de la revolución neolítica y a la «desgana generalizada de los especialistas» a tratar la guerra, e insiste en el hecho de que el contenido defensivo-militar de la arquitectura urbana neolítica, que era más complejo y amplio que las simples murallas, como se aprecia en Jericó y en otra construcciones Arther Ferrill: Los orígenes de la guerra, op. cit., p. 45 y ss.. Jericó se construyó casi como una fortaleza para proteger el excedente social acumulado por su población, excedente codiciado por pueblos menos desarrollados pero decididos a quedarse con él. La primera base de la muralla de Jericó se construyó al comienzo del Neolítico, con instrumentos de piedra, y fue luego asaltada y tomada varias veces por sucesivos pueblos, hasta que fue destruida hasta su raíz. Sin embargo, Jericó era una ciudad-fortaleza pequeña, porque alrededor del -3000 empezaron a construirse bastante más grandes, como la de Ur AA.VV.: Técnicas bélicas del Mundo Antiguo 3000 a.C-500 d.C., op. cit., p. 183..

    Llegamos así a la segunda parte, la del asentamiento definitivo de las novedades alrededor del siglo -III, fecha aproximada que coincide con el resto de las investigaciones, siglo arriba siglo abajo. Fue desde principios del tercer milenio de nuestra era cuando la monarquía, que hasta entonces había sido un poder transitorio y de emergencia, empezó a hacerse hereditaria y permanente Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, op. cit., p. 87. porque, fundamentalmente, en ese mismo milenio «las gentes empezaron a temer el ataque armado de bandidos o enemigos tanto o más que las catástrofes naturales» Jesús Mosterín: El pensamiento arcaico, op. cit., p. 103.. Dos violencias terroristas son las que más nos interesan ahora: la patriarcal y la de la opresión de los pueblos. Sobre la primera fue en el período -3500 y -2000 cuando se impuso la denominada «inversión de símbolos», la virilidad se superpuso a la feminidad Jean Guilaine-Jean Zammit: El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria, op. cit., pp. 201-203., y el hombre aparece ya como guerrero, activo, con iniciativa de dominación y exploración, creador e inteligente, que domina y vence a la naturaleza y a sus peligros, entre los que destacan los otros pueblos, mientras que la mujer queda reducida a simple subordinada al hombre. Hemos estudiado ya el terrorismo patriarcal así que no nos repetiremos ahora.

    Sobre la segunda, la de la opresión de los pueblos, Oppenheim sostiene que «desde la mitad del tercer milenio en adelante, época del rey medio mítico sumerio Lugalannemundu, la conquista, o mejor, las invasiones por botín contra los vecinos más débiles forma parte inherente de la política exterior de cada reino, dentro y alrededor de Mesopotamia […] El palacio del rey consumía la mayor parte del botín, recogido a base de campañas institucionalizadas anualmente, pero subsistía básicamente con inversiones en la tierra labrada por prisioneros de guerra y deportados, complementadas por nuevas entregas de mercancías de las naciones sometidas, aliadas, o bien amigas, llamadas “tributo”» A. Oppenheim: «Comentario», en Estado y clases en las sociedades antiguas, AA.VV., Akal, Madrid 1982, p. 46.. La cuna misma de la que se define como «primera civilización», la sumeria, vivió un momento crítico a partir del cual la guerra condicionó toda su naturaleza:

    «Entre el -3000 y el -2300 la guerra fue el elemento dominante en la vida sumeria, acabando por suplantar a los sacerdotes-reyes por jefes guerreros, y la especialización bélica, el acelerado desarrollo de la metalurgia y las armas, y probablemente, la intensificación del combate llegaron hasta un extremo en el que podemos comenzar a hablar de “batalla” […] De particular importancia es la evidencia sobre la infiltración de pueblos semitas por el norte, los acadios, primeros en fundar ciudades propias en la llanura, las cuales, finalmente, tras varios siglos de conflicto con los sumerios, dieron el primer emperador de la historia: Sargón de Acad» John Keegan: Historia de la guerra, op. cit., p. 172..

    Estos conflictos se produjeron en un contexto evolutivo en el que también destacan transformaciones de igual trascendencia en la historia humana, la de las leyes, penas y condenas por las faltas cometidas. Aquí debemos recordar lo dicho por Pasukanis sobre el tránsito de la venganza en sangre a la venganza económica. Conforme se avanzaba en la guerra «moderna», más exterminadora y letal, también se avanzaba en el contenido mayormente económico de las penas y condenas impuestas por los sistemas jurídicos que crecían al calor de las exigencias de la economía dineraria en aumento, de la mercantilización y de la privatización. Korosec, citado por P. Garelli, ha establecido cuatro fases sucesivas en este proceso en la cultura hitita: la primera es la ley bruta, la venganza del ojo por ojo que llega al descuartizamiento en vivo de la persona culpable, o llevada a la total ruina económica. La segunda, el descuartizamiento en vivo es desplazado por las ofrendas expiatorias. La tercera, se establecen multas económicas muy elevadas y, la cuarta y última, se suavizaron en algo las cantidades económicas pero se fusionaron y reglamentaron las diversas leyes y penas, y se extendieron las responsabilidades a los esclavos Paul Garelli: El próximo Oriente asiático, Nueva Clío, Barcelona 1982, p. 268.. La extensión del dinero como unificador de los valores, tema al que volveremos al estudiar el terrorismo grecorromano, está en el fondo de esta dinámica: las ciudades-Estado necesitaban cada vez más recursos económicos, lo que unido al efecto de la abstracción-mercancía, explica la mercantilización de los valores, de la axiología.

    Debemos insistir en este desarrollo crucial porque sienta la base de la unidad genético-estructural del terrorismo a lo largo de la historia humana rota por la explotación de la fuerza de trabajo. La extensión de la propiedad privada de la tierra a costa de la cada vez más debilitada propiedad colectiva y comunal fue unida a la mercantilización y a la generalización del uso del dinero, que permitió a la minoría que lo poseía imponer su voluntad a la mayoría: «Lo que esto significa se lo enseñó el dinero, descubierto al mismo tiempo que advenía la propiedad privada de la tierra. El suelo podía ahora convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida o pignorada. Apenas se introdujo la propiedad privada de la tierra, se inventó la hipoteca» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho, La Habana 1990, primera parte, p. 51.. Al margen de la época histórica de la que se trate, una persona hipotecada por una deuda es una persona atada a una fuerza externa que le esclaviza no mediante el látigo de piel de hipopótamo, como en Roma, sino mediante el látigo del miedo al desahucio. Una de las primeras formas de esclavitud es la impuesta por no pagar las deudas o los intereses. Las hipotecas atan a las personas hipotecadas con cadenas más fuertes que las argollas de los esclavos y esclavas. El terrorismo económico tiene en la hipoteca una de sus expresiones más brutales.

    Según Ch. L. Redman desde el tercer milenio antes de nuestra era se acelera la confluencia de diversas tendencias socioeconómicas que darán vida a lo que ahora definimos como Estado. Redman ha resumido las tesis de los más serios investigadores del tema y ha encontrado cuatro factores que se fusionan durante este largo período: uno, centralización del poder económico y político; dos, organización basada en demarcaciones políticas y territoriales; tres, acceso jerarquizado y diferenciado a los recursos básicos y, cuatro, monopolio de la fuerza Charles L. Redman: Los orígenes de la civilización, Crítica, Barcelona 1990, p. 358.. Simultáneamente a la formación de los primeros Estados y a la jerarquización social se produce la pérdida de poder de la denominada «democracia primitiva» sumeria y mesopotámica, «democracia» que no debe ser nunca entendida en el sentido esclavista y senatorial grecorromano, en el sentido comunal medieval, en el sentido burgués, ni en el socialista, sino más bien en cuanto «asambleas representativas» en las que participaban más o menos sectores sociales según los temas a debate, con bastantes poderes en lo judicial y administrativo, aunque posiblemente casi nulos en política exterior Paul Garelli: El próximo Oriente asiático, op. cit., pp. 202-205.. No deben extrañarnos las crecientes limitaciones de las «asambleas representativas» en la política exterior porque en la historia de Sumeria, los conflictos entre Estados se remontan a casi su comienzo. Existen datos sobre guerras en el -2700 entre dos potencias de la zona, Kish y Elam, que se mantuvieron hasta el final de la Historia antigua. Un desencadenante de los conflictos era, obviamente, el acceso al agua como recurso vital y a otros recursos necesarios. En -2550 hubo un serio «conflicto internacional» entre Estados por el control del agua para los campos de cereales Federico Lara Peinado: «La Civilización Sumeria», Historia 16, Madrid 1999, pp. 41-44., que se resolvió mediante lo que hoy denominaríamos «diplomacia a tres bandas».

    J. Burke y R. Ornstein han analizado este mismo proceso de centralización estatal pero investigando a la vez la creación y posterior evolución de la escritura como instrumento de orden y control en manos de la minoría rica James Burke y Robert Ornstein: Del hacha al chip, Planeta, Barcelona 2001, p. 77., evolución inseparable del abandono de las viejas leyes violentas y de su reemplazo por las penas económicas. La cultura oral no sirve para hacer permanente de manera detallada la complejidad creciente de las transacciones económicas, del control de las mercancías y su almacenaje, de las nuevas penas y condenas, de sus cumplimientos, etcétera. Sostienen que «un temprano desplazamiento de la propiedad pública» en beneficio de la privada acaecido en Mesopotamia –«hace unos 4.500 años, sus tablillas de arcilla ya recogían detalles de las transacciones privadas y acuerdos contractuales»– antes que en otras culturas como la china, la india y la egipcia, obligó a un desarrollo de la escritura también más rápido.

    El código legal más antiguo conocido data de entre -2112 y -2095, y muestra ya la tendencia a la uniformación de las unidades de medida, a la centralización administrativa, etcétera: «El proceso de estandarización de las mercancías y de la conducta se iba haciendo poco a poco incontenible» James Burke y Robert Ornstein: Del hacha al chip, op. cit., pp. 80-81.. En -1792 se elabora el Código de Hammurabi instaurando la centralización administrativa, cultural y económica de Babilonia, en el que se mantiene la pena de muerte para determinados casos:

    «La preocupación babilónica por la continuidad del orden social, asegurada por la rígida codificación de los derechos y deberes individuales en las leyes, ha construido el núcleo de todo el pensamiento occidental posterior, especialmente como sustento de la división de la sociedad en clases bajo un monarca supremo, que gobierna por derecho divino» James Burke y Robert Ornstein: Del hacha al chip, op. cit., p. 82.. Fue durante este período, concretamente entre -2093 y -2046, cuando los escribas de Ur III inventaron una forma de contabilidad que ahorraba trabajo en el momento de la suma total de superávit o de déficit AA.VV.: Los imperios del antiguo oriente, Siglo XXI, Madrid 1971, tomo I, p. 121., al igual que es entre -2036 y -2028 cuando tras una guerra: «grandes cargas de oro fueron llevadas a Nippur. El carácter político-comercial de las campañas es evidente. Por primera vez recibimos noticia de deportaciones de poblaciones extranjeras. Así surgió en las proximidades de Nippur una colonia de prisioneros, cuyos habitantes seguramente trabajaban en las obras públicas» AA.VV.: Los imperios del antiguo oriente, op. cit., p. 116..

    Que la «primera civilización» nació y floreció en un contexto de violencias de todo tipo, desde las injustas y explotadoras hasta las justas y defensivas, es algo demostrado. Violencia y civilización, en general, son la unidad de contrarios en lucha permanente a lo largo de la dialéctica de la historia desde que ésta se rompió por el surgimiento de la explotación. F. J. Presedo sostiene que una lectura seria de las Admoniciones de Ipwer como la Profecía de Nefertiti, de finales del imperio antiguo egipcio (dinastía III-VI, c. -2664 a -2181) puede sustentar la inferencia de que en ambos textos se describe «quizá por primera vez en la historia» y desde posturas conservadoras un período de cambio de estructuras económicas y sociopolíticas de manera progresista, desde un contexto anquilosado y estático hacia un «Egipto más justo». Son papiros de un realismo significativo que desde su perspectiva reaccionaria expresan la realidad de una guerra civil entre fuerzas ascendentes y fuerzas conservadoras: «se destruyen los archivos en una oleada de subversión social, que se manifiesta en el asalto de los de abajo a los puestos superiores» Francisco José Presedo: El imperio antiguo, en GHU CIL, Madrid 1986, tomo 3, pp. 166-168..

    Que las tensiones sociales aquí descritas eran ya patentes en esa época ha sido demostrado por otros autores. Durante la dinastía VI entre -2345 y -2173 fueron los pequeños propietarios los que no pudieron responder a las sucesivas subidas de impuestos, luego se empobreció el pueblo y por fin el rey y el Estado, mientras se enriquecían los nobles. Simultáneamente se hundía la legitimidad del poder y de la religión por los abusos de la monarquía y la ineficiencia de la casta religiosa. Según el texto Lamentaciones de Ipur-ur –Ipu el Príncipe–, escrito al final de esta época, fue la primera revolución conocida de la historia. Antes de seguir, hay que decir que no estamos ante lo que ahora entendemos por revolución social M. I. Finley: «La revolución en la antigüedad», en La revolución en la historia, AA.VV., Crítica, Barcelona 1990, pp. 71-87. sino ante otro concepto meramente geométrico de dar vueltas alrededor de un eje «como el torno del alfarero», aunque la violencia fuera muy dura, según dice textualmente el documento de las Lamentaciones. Aun así la experiencia histórica es incontrovertible: «los dirigentes revolucionarios depusieron al rey y abolieron la monarquía […] los pobres saquearon las casas de los ricos, les desposeyeron de sus bienes y mataron a sus hijos […] los campesinos no se atrevían a arar la tierra, y si lo hacían iban armados por terror a las bandas de malhechores». El Príncipe da una versión pesimista y alarmista, derrotista, de la intervención de las masas contra los ricos y sus bienes, contra los archivos y tumbas reales; se queja del ateísmo y de que se hagan públicos los secretos religiosos entre el pueblo y la invasión extranjera que se produce al calor de la debilidad interna egipcia antes de la dinastía VII y VIII entre -2173 y -2160 B. G. Trigger: «Los comienzos de la civilización egipcia», en Historia del Egipto Antiguo, AA.VV., Crítica, Barcelona 1997, pp. 170-172..

    Otros autores también sostienen que «hacia el -II, Egipto se convirtió en campo de encarnizadas batallas de clase, que con frecuencia se transformaban en francas insurrecciones de los pobres y esclavos contra el poder de los faraones y de la nobleza esclavista». Estas contradicciones terminaron por reflejarse directamente en el panorama ideológico, religioso, cultural y filosófico, como se comprueba ya en La canción del arpista, y en muchas de las obras llamadas Instrucciones, que expresan en buena medida la ideología reaccionaria de las clases dirigentes contra las sublevaciones sociales, justificando la necesidad del orden establecido. Especial importancia tiene por su contenido crítico el papiro Diálogo de un desengañado con su alma, en el que se constata y se denuncia que «la violencia se ha instalado por todas partes», y que «los corazones son duros y cada hombre quita las cosas a su propio hermano» M. A. Dynnik et alii: Historia de la filosofía, Grijalbo, México 1960, tomo I, p. 38 y ss.. Es decir, estamos ya ante los primeros datos incuestionables de la lucha social interna en una época que será decisiva para el futuro de Egipto, como es la determinada por la invasión de los hicsos y la larga guerra posterior. El que esta guerra se librase en un contexto de lucha de clases interna le otorga aún más valor teórico porque sintetiza así todas las contradicciones «modernas» del llamado «problema nacional».

    F. Lara Peinado nos ofrece una descripción sintética tanto del estado de casi permanente inseguridad política interna de los poderes sumerios, desde la sublevación de Sargón (-2350 a -2300) contra el rey legítimo Ur-Zababa, derrotándolo, como del estado de guerra casi permanente contra otros pueblos y también contra sus reiteradas sublevaciones por la opresión que sufrían, existiendo algunos especialmente fanáticos de su independencia y libertad como los misteriosos qutu: «un pueblo que no toleraba control alguno» Federico Lara Peinado: «Mesopotamia», Historia de la Humanidad, Arlanza Ediciones, Madrid 2000, tomo 3, p. 31.. Este mismo autor habla de una «revolución interna» durante el reinado de Enmetema entre -2404 y -2375, rey que realizó reformas internas como la liberación de esclavos y remisión de las deudas públicas y privadas, y redactó el que puede ser considerado como el primer documento diplomático de la humanidad. También habla este autor de un «golpe de Estado» en -2352 llevado a cabo por el sector anticlerical y de «reformas sociales» en beneficio de las «clases medias» Federico Lara Peinado: «La Civilización Sumeria», Historia 16, Madrid 1999, pp. 50-52. de la época para reinstaurar las costumbres originarias. Las luchas de los grupos étnicos, por denominarlos de algún modo, para defender su libertad o para recuperarla no desaparecieron nunca del todo, y llegó un momento en el que jugaron un papel crucial. En otro texto diferente al antes citado, el mismo investigador afirma que: «Los movimientos de estos pueblos, unidos al malestar general de las ciudades sumerias, causado por las reformas acadias y por problemas religiosos que provocaron levantamientos independentistas (caso de Uruk con su IV dinastía) motivaron la definitiva caída del imperio acadio» Federico Lara Peinado: «La Civilización Sumeria», Historia 16, Madrid 1999, p. 78.. Pero la libertad también era buscada por los esclavos que se daban a la huida: en el Museo Británico «se conserva el primer anuncio que hace 3.000 años se originó en Tebas para buscar a un esclavo perdido o huido» Eulalio Ferrer Rodríguez: De la lucha de clases a la lucha de frases, Taurus, México 1995, p. 317..

    Por su parte, P. Reader ha investigado en los archivos del Museo Británico de Londres, leyendo múltiples tablillas cuneiformes de la época del máximo esplendor mesopotámico, descubriendo textos que dicen lo siguiente sobre los objetivos, estrategias y tácticas de Sargón:

    «El rey vencedor instala su trono a las puertas de la gran ciudad y hace que todos los prisioneros vayan desfilando ante él. Al rey de la ciudad vencida se le reservan los peores suplicios: se le arrancan los ojos y se le enjaula hasta el día en que el monarca asirio decida poner fin a su agonía.

    »Sargón, el vencedor del rey de Damasco, mandó despellejar vivo a éste y en su presencia. Mientras que a las hijas del rey vencido se las encadenó para ser conducidas a su harén de Asiria. Las otras mujeres, por orden suya, fueron convertidas en esclavas.

    »Mientras tanto, todos los soldados se dedicaron a matar y decapitar a todos sus enemigos, llevando justa cuenta de tales hechos los escribas. Sin embargo, no todos los prisioneros fueron ejecutados, pues Sargón ordenó que los niños y gentes de oficio se dedicaran a la cautividad quedando, por ello, sujetos a los más duros trabajos en las construcciones reales. Lugares donde la mortandad era enorme debido a los abundantes pantanos que asolaban aquella región de Mesopotamia.

    »Gran cantidad de prisioneros fueron degollados ante las puertas de la ciudad, y otro gran número se vio conducido al otro extremo del imperio. Esta última práctica estaba destinada a repoblar territorios deshabitados y a evitar, también, posibles rebeliones, pues las poblaciones autóctonas jamás apoyaban a los cautivos extranjeros.

    »Tras la victoria se elevaba una acción de gracias en la que se ofrecían sacrificios a los dioses y una parte del botín conseguido. La matanza de prisioneros también tenía carácter de ofrenda y resultaba una práctica de origen religioso» Paul Reader: Cárceles, verdugos, torturas, Seuba Ediciones, Barcelona 1997, pp. 9-10..

    Una de las enseñanzas permanentes de las guerras en esta época es que los Estados participantes eran ya muy conscientes de la dependencia que tenían hacia los recursos energéticos y materiales en todos los sentidos. Las estrategias se ideaban en base a los recursos disponibles propios y ajenos, sobre todo teniendo en cuenta los grandes ejes de comunicaciones que conectaban las zonas de producción de bienes imprescindibles. Las guerras entre Babilonia y Asiria alrededor del -1300 estuvieron en buena medida condicionadas por estos problemas de abastecimiento de recursos materiales producidos en otras regiones, intentando ambos contendientes asfixiar económicamente a su enemigo cortándole sus vías de transporte Paul Garelli: El Próximo Oriente asiático, op. cit., p. 162.. Algo más tarde, en -1249, Asiria lanzó una ofensiva para aplastar a los diversos pueblos del Zagros, viéndose en la necesidad de renovarla regularmente por las tenaces resistencias que surgían una y otra vez. Dos fueron los métodos y objetivos buscados: uno, imponer el terror, colmar los valles de cadáveres amontonados en las ciudades destruidas para «descorazonar toda veleidad de revuelta» y saquear todo lo posible, de modo que «la guerra se convirtió a la vez en una forma de recaudación de impuestos y en una forma de comercio de Estado» Paul Garelli: El Próximo Oriente asiático, op. cit., p. 163., costumbre que no volvió a perderse nunca, hasta la destrucción de Asiria.

    Pero además de los impuestos, Asiria buscó también quedarse con los hijos de los reyes vencidos, reeducándolos en las costumbres asirias para convertirlos en los mejores defensores del imperio que había exterminado a sus familiares. Este método fue aplicado posteriormente por casi todos los imperios, Roma incluida, aunque serían los turcos en el siglo XIV, como veremos, quienes lo sistematizaron. La época de los «grandes conquistadores» asirios AA.VV.: Los imperios del antiguo oriente II, Siglo XXI, Madrid 1992, p. 64 y ss., a partir del -1300, se caracterizó además por sentar las bases para tres constantes que se acrecentarían con el tiempo hasta la destrucción del imperio: una, masificar el terror como arma de paralización del vencido, como cuando sacaron los ojos a 14.000 soldados enemigos en la guerra contra Khanigalbat; dos, justificar sus atrocidades bajo la supuesta voluntad divina, la de su dios-nacional, creando una única explicación en la que se juntaba la economía, el terrorismo y la religión, iniciando una costumbre típica de los imperialismos que se mantiene hasta ahora; y, tres, reiniciar cada poco tiempo nuevos ataques contra pueblos vencidos anteriormente, pero que volvían a la lucha mientras siguieran vivos. Como veremos, a la larga, esta capacidad de resistencia nacional a la opresión extranjera fue la causa de la destrucción de Nínive y de Asiria. De hecho, los habitantes de los pueblos atacados huían para volver más tarde AA.VV.: Los imperios del antiguo oriente II, op. cit., p. 68 y ss., de manera que los asirios no tardaron en cerciorarse de que estaban entrampados en una guerra permanente en la que aumentaban los enemigos y disminuían las ganancias y las fuerzas propias.

    C. Moreu ha investigado lo que define como «la gran conflagración de -1200», una verdadera «guerra mundial» dentro del amplio marco geográfico formado por el Mediterráneo oriental y el occidente de Asia. Diferentes problemas y tensiones de todo tipo fueron confluyendo en esta área hasta que se concretaron en una pugna abierta por el control de las zonas productivas de cobre y de otros materiales estratégicos, por el control de las vías del creciente comercio de mercancías y por el control de los pueblos y Estados más débiles. Una guerra internacional que terminó en «una victoriosa campaña llevada a cabo por los aqueos o micénicos con el fin de recuperar el control sobre sus rutas comerciales» Carlos Moreu: La guerra de Troya, Oyeron, Madrid 2005, p. 168., anteriormente cortadas en buena medida por el bando enemigo, liderado por el imperio hitita. La chispa que desató la gran conflagración se puede datar hacia -1240, cuando los hititas tuvieron que ocupar Chipre para asegurarse el suministro del imprescindible mineral de cobre, además de las otras riquezas de esta isla codiciada por todas las potencias del momento. Los hititas se lanzaron sobre Chipre debido a que antes habían perdido las minas de cobre del este de Anatolia por una invasión de los asirios que también necesitaban con la misma o mayor urgencia este metal estratégico. A la vez, el imperio hitita decretó un bloqueo comercial total contra el imperio asirio, ordenando al rey de Amurru, Sausgamuwa, lo siguiente: «Que tus mercaderes no vayan a Asiria y no admitas a sus mercaderes en tu país. Que ni siquiera transiten. Si alguno va, a pesar de todo, debes detenerlo y enviármelo» Carlos Moreu: La guerra de Troya, op. cit., p. 156..

    La importancia de la investigación de C. Moreu para nuestro estudio proviene de dos hechos: uno, que demuestra que las bases últimas del terror y del terrorismo que se desencadenaron en aquella guerra, con la destrucción de ciudades enteras, entre las que Troya es solamente una y precisamente no de las más ricas y poderosas, no provienen de la supuesta maldad genérica humana, sino de los intereses socioeconómicos. Imaginémonos las situaciones de pavor y espanto al leer que «todas estas invasiones y destrucciones causaron una considerable ola de refugiados» Carlos Moreu: La guerra de Troya, op. cit., p. 168. que se trasladaban de un lugar a otro huyendo de masacres y esclavizaciones. Una inscripción egipcia de la época se refiere así a los llamados «pueblos del mar», que eran una de las confederaciones de pueblos que participaron en la conflagración: «Los pueblos que venían desde sus islas en medio del mar avanzaron hacia Egipto, con los corazones confiados en sus armas» Carlos Moreu: La guerra de Troya, op. cit., p. 134..

    El texto hace referencia a pueblos migrantes enteros, con sus mujeres y niños, que no provenían sólo de «islas» sino de más allá del mar, porque el término egipcio de «isla» se refiere también a las zonas costeras. Por «los corazones confiados en sus armas» debemos entender la angustiada certeza egipcia de que tales invasores fusionaban en su cultura la guerra y los sentimientos como una unidad vital. Aunque Egipto terminó sobreviviendo a la guerra muy debilitada, las palabras citadas traslucen un miedo de fondo. Y el segundo hecho importante para nosotros es la afirmación de que: «Esta cadena de conflictos alteró completamente el desarrollo de los países del Mediterráneo oriental, provocando su posterior transición a la Edad del Hierro» Carlos Moreu: La guerra de Troya, op. cit., p. 169., con lo que se confirma una de las tesis centrales del materialismo histórico según la cual las grandes guerras internacionales y todo lo que tiene implicación en los sentimientos y en la vida humana pueden llegar a ser una de las causas decisivas en el desencadenamiento del salto de una fase histórica a otra, en este caso de la Edad de Bronce a la Edad de Hierro.

    Saqueo y terror calculado

    Para hacernos una idea más exacta de lo aquí visto, podemos leer la siguiente descripción de los objetivos últimos del imperialismo egipcio:

    «Enormes cantidades de mano de obra se empleaban en trabajos forzados dentro de la misma provincia y se deportaban esclavos y esclavas como propiedad de los templos, del palacio real o de los altos funcionarios. Anualmente se recogían tributos en especie, lo que nos da una imagen clara de los productos de Siria y Palestina. En primer lugar había que entregar productos agrarios (trigo, aceite, especias) y, en segundo, madera del Líbano, metales, sobre todo grandes cantidades de cobre, piedras semipreciosas, objetos artísticos y suntuarios y, naturalmente, armas. Aparte de esto, se transportaba a Egipto ganado en grandes cantidades, especialmente caballos, en cuya cría destacaban las regiones periféricas de Siria y Palestina. Incluso animales exóticos de esos países, como el oso y el elefante de Siria septentrional, y diversas clases de plantas desconocidas en Egipto pasaron a los jardines zoológicos y botánicos reales para realzar el prestigio de los faraones y subrayar las dimensiones ilimitadas de su poder».

    Viendo la magnitud del expolio comprendemos tanto la magnitud de las resistencias al imperialismo egipcio, como la táctica de control, terror y desnacionalización de los ocupados empleada por Tuthmosis III consistente en mantener en sus puestos a los soberanos que se rendían sin batalla, pasando a ser vasallos, pero teniéndoles cogidos en lo que más querían: sus hermanos e hijos vivían como rehenes en Egipto para que no se sublevaran sus familiares, con lo que, con el tiempo: «Palestina y Siria vivieron intensamente la influencia egipcia» AA.VV.: Los imperios del antiguo Oriente II, Siglo XXI, Madrid 1992, pp. 158-161..

    Llegamos a la tercera fase, la que más nos interesa ahora, la de Asiria que puede ser considerada como el primer imperio que «industrializó» todo lo relacionado con la guerra, con el ejército, con sus infraestructuras y fabricación de las armas más modernas, sofisticadas y letales de su época, muy conscientes de los efectos paralizantes del «síndrome del terror» Gérard Chaliand: Guerras y civilizaciones, Paidós, Barcelona 2006, p. 75., al decir de G. Chaliand. Los asirios fueron expertos en la pedagogía del miedo: «Como otros, antes y después que ellos, pero con más crueldad que la mayoría, los asirios emplearon en sus campañas un terror calculado. Para no encontrar resistencia, especialmente durante los asedios que podían resultar largos y costosos, tenían que hacer saber que las consecuencias de la derrota serían tan terribles que era preferible rendirse. Ser convertidos en esclavos era un mal menor frente al asesinato tras ser torturados. A modo de ejemplo, los asirios se tomaron el cuidado de exponer los cuerpos mutilados o desmembrados, con la piel hinchada de aire que se balanceaban al viento, al tiempo que sus viviendas eran arrasadas y los campos sembrados con sal. La deportación de poblaciones vencidas se volvió sistemática con la consolidación del imperio, por la necesidad que había de mano de obra. Se calcula que, durante los tres siglos que duró el imperio, habría habido más de cuatro millones de deportados hacia los centros asirios, ya para repoblar los nuevas ciudades, ya para absorber las poblaciones de las que no se estaba seguro en la periferia. Por otra parte, de forma clásica, el imperio seleccionaba a los artesanos que necesitaba. Así, una parte de la población judía de Samaria, por ejemplo, fue deportada a los montes Zagros, al este del núcleo central de Asiria» Gérard Chaliand: Guerras y civilizaciones, op. cit., pp. 71-72..

    Se ha definido el método de guerra y de poder asirio como basado «en un terror puro y total. La política asiria reclamaba siempre adoptar acciones ejemplarizantes con quienes se les resistieran; ello incluía deportaciones de pueblos enteros y pavorosos castigos físicos […] “Construí un pilar en la puerta de la ciudad, y desollé a todos los jefes de la revuelta, y cubrí el pilar con su piel; a algunos los emparedé, a otros los empalé con estacas” […] métodos de asedio y horror; tecnología y terror». La destrucción de la ciudad sublevada de Laquis en el -701 y de Jerusalén en el -684, por poner solamente dos ejemplos, nos ilustran tanto de su capacidad estatal, económica y militar, como del papel del «terror calculado» antes de empezar los asedios y del terrorismo atroz una vez conquistadas las ciudades, saqueadas y destruidas. Las gentes sitiadas por los asirios, veían desde sus murallas a sus personas queridas degolladas, troceadas e hinchadas, y sus ojos les mostraban que rindiéndose al menos seguirían vivos como esclavos, pero vivos. ¿Para qué calculaban las dosis de terrorismo los asirios? Para obtener esclavos antes que muertos, es decir, fuerza de trabajo viva y productiva, mujeres, braceros y artesanos, antes que cadáveres inservibles excepto para los carroñeros; porque necesitaban repoblar áreas, hacerlas productivas aumentando así las riquezas del imperio. Carecía de sentido malgastar fuerzas en un ataque masivo a las murallas cuando los sitiados podían rendirse aterrorizados por las torturas que les esperaban tras ser vencidos, y por ello los asirios preferían ahorrar torturando a unos pocos al principio, ya que las ganancias serían mucho mayores si su pedagogía del miedo rendía efectos: muchas esclavas y esclavos vivos y ningún soldado propio muerto.

    Herodoto afirmó casi al comienzo de su primer libro de historia, Clío, que «los hombres dan menos crédito a los oídos que a los ojos» Herodoto: Los nueve libros de la Historia, Edit. Euroliber, Madrid 1990, p. 14.. No estaba diciendo que los hombres no den créditos a los oídos, porque afirmarlo sería negar la evidencia, sino que el crédito mayor se lo dan a lo que ven con sus ojos, directamente: «ver para creer», y en cierta forma ésta es una de las bases del método científico-crítico. De hecho, Herodoto vuelve más adelante sobre este particular cuando en el Libro Cuarto, Melpómene, explica la táctica de los escitas para domeñar por el terror a los esclavos sublevados simplemente avanzando contra ellos con los látigos en la mano Herodoto: Los nueve libros de la Historia, op. cit., p. 202.. Es por esto que, en primer lugar, la censura, la amenaza y la intimidación, el terror y la represión busquen siempre ser directamente visuales, golpear o prohibir con métodos y efectos apreciables «a simple vista», y ya después, en un segundo nivel y tras asegurar el primero, el poder hace intervenir otros sistemas basados en el oído, en el «se dice, se comenta, se rumorea…». Es por esto que el miedo oficial y su pedagogía se basen siempre en una especie de impronta física gravada en la persona y en el colectivo, una especie de impacto doloroso vivido en primera persona o visto impactar sobre las personas allegadas. Después, asegurada esta «memoria vívida» del dolor propio y ajeno, sobre ella se desarrollarán el resto de tácticas de intimidación basadas en el oído antes que en la vista. Herodoto, además de sentar la base materialista de su visión del mundo, también estaba sentado la base materialista de la pedagogía del miedo.

    Herodoto nos ofrece tal vez el primer ejemplo de la efectividad del terror calculado registrado por la historia escrita y trata sobre cómo los lidios dirigidos por Aliates Herodoto: Los nueve libros de la Historia, op. cit., p. 18. aplicaban la pedagogía del miedo sabiamente dosificada: poco antes de recoger la cosecha, el ejército lidio atacaba Milesia «avisando» de su llegada con instrumentos agudos y graves. Los milesios se hacían a la mar abandonando su tierra al libre saqueo lidio. Los lidios se llevaban lo que encontraban pero no destruían las casas y los instrumentos de trabajo permitiendo así a los milesios volver a producir rápidamente y almacenar un sobrante hasta la siguiente invasión. Tras varias invasiones anteriores, con sus secuelas de destrucción, saqueo y terror, los milesios aprendieron a refugiarse rápidamente en el mar, donde no podían ser exterminados, para volver luego a sus tierras y empezar de nuevo. Por su parte, los lidios habían comprendido que les resultaba más productivo avisar de su llegada para encontrarse en el país vacío, pudiendo saquearlo sin encontrar resistencias que matarían a algunas tropas propias reduciendo así el beneficio obtenido.

    La ferocidad exterminadora de los asirios era tal que talaban los bosques y árboles frutales para condenar a hambre durante generaciones a los pueblos que se les habían resistido. Podemos leer en el Deuteronomio, el último de los libros del Pentateuco escrito al final de la dominación asiria, en el siglo -VII, cómo se prohibía talar los árboles frutales en caso de guerra, porque de ellos dependía buena parte de la alimentación del pueblo mediante las frutas secas. La prohibición buscaba garantizar que la gente pudiera comer algo tras la devastación militar, y el hecho de que se tuviera que prohibir esa práctica indica su alta frecuencia. Pero, como es de suponer, su prohibición religiosa no garantizaba en modo alguno que se dejara de talar los árboles frutales, práctica común en las devastaciones romanas posteriores. Tiene razón M. Walzer cuando detalla la larga lista de estrategias de arrasamiento de los recursos de los pueblos invadidos para someterlos a tales condiciones de penuria que anulen todo deseo de resistencia Michael Walzer: Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos, Piados, Barcelona 2001, pp. 236-237.. Llegamos aquí a un punto crucial en el problema del terrorismo: los límites de la política del terror masivo y permanente, el hecho constatado muy frecuentemente de que pasado un umbral de terrorismo aplastante, pueden reactivarse mecanismos de resistencia y de lucha que terminen sorprendiendo al poder terrorista, al Estado de clase y nacionalmente opresor. También tiene razón S. McGlynn cuando dice que parece abrumadora y desconcertante «la calculada crueldad de que hacían gala los comandantes medievales» Sean McGlynn: A hierro y fuego, Edit. Crítica. Barcelona 2009, p. 315. cuando planificaban sus campañas.

    Los límites del terror calculado y del terrorismo se ejemplarizan en la propia historia de Asiria: «Como consecuencia del inmenso aborrecimiento que los pueblos sentían hacia los asirios, las primeras grietas aparecidas se aprovecharon a toda prisa, y el final fue bruscamente veloz. En el último cuarto del siglo -VII, casi todo el imperio se encontraba en rebelión; no eran sólo luchas por la libertad, sino guerras de venganza. En el año -612, una coalición de rebeldes tomó la capital del imperio, Nínive, y la incendió hasta los cimientos» AA.VV.: Técnicas bélicas del Mundo Antiguo 3000 a.C-500 d.C., op. cit., pp. 185-188.. Fue debido a este terrorismo inhumano aplicado con frialdad ejemplarizante tras el fracaso del previo «terror calculado», que los pueblos se fueron reorganizando, perdiendo el miedo y esperando la mejor oportunidad para sublevarse de nuevo iniciando la «guerra nacional» de resistencia como lo hicieron, por ejemplo, las tribus arameas o de los babilonios contra los asirios P. Garelli y S. Sauneron: El Trabajo bajo los primeros Estados, Grijalbo, 1974, p. 76.. Pese a ser los asirios un «pueblo guerrero», sus «guerras destructivas acabaron con las riquezas de los países conquistados, induciéndolos a constantes revueltas, que hicieron necesaria una inmensa red de guarniciones, y a la larga, sus dominios imperiales excedieron a su capacidad para conservarlos» J. F. C.: Fuller: Batallas decisivas, RBA, Madrid 2006, tomo 1, pp. 20-21..

    El terrorismo permitió al pueblo asirio y especialmente a su clase dirigente vivir por encima de sus capacidades productivas reales durante el tiempo en el que los costos militares fueron inferiores a las ganancias obtenidas mediante el terror. Se trataba de un imperialismo precapitalista que, empero, tenía una unión de fondo con el imperialismo actual: la explotación de los pueblos mediante la violencia. El imperialismo capitalista recurre al terrorismo cuando le fallan las tácticas de control económico e intimidación política anteriores, cuando falla el «terror calculado» moderno, que se ejerce mediante chantajes y amenazas de todo tipo. De la misma forma en que los asirios sabían contener su terror físico a la espera de que la dosificación del terror ejemplarizante paralizara todo deseo de resistencia en el pueblo amenazado, también hace lo mismo el imperialismo capitalista. Y también aprendió a hacer lo mismo el terror mongol visto antes. Igualmente hay una lección recurrente a lo largo de los tres terrorismos, el asirio, el mongol y el capitalista, y es la tendencia de los pueblos oprimidos a sublevarse contra el imperialismo de turno, contra su terror y terrorismo. Las restricciones económicas impuestas por los mongoles a los chinos, especialmente las relacionadas con los precios de venta de los caballos, mercado decisivo para el ejército mongol y por eso controlado estatalmente, terminaron por minar los apoyos chinos al régimen extranjero. Los mongoles tomaron precauciones para impedir que el pueblo chino desarrollara una fuerza militar propia y debilitase desde dentro el ejército ocupante: ningún chino alcanzó un puesto relevante en las administraciones militar y civil mongola mientras que, por el contrario, la guardia personal establecida por Kublai que defendía con su vida al emperador mongol estaba compuesta por 30.000 alanos cristianos, pero por ningún chino AA.VV.: Técnicas bélicas del mundo oriental 1200-1860, Edit. LIBSA, Madrid, 2009, p. 83.. Pero a pesar de estas medidas tomadas porque el ocupante no se fiaba de los sentimientos del ocupado, los mongoles fueron derrotados por la sublevación nacional del pueblo chino a lo largo de una serie de rebeliones y guerras campesinas y urbanas que tomaron su impulso definitivo entre 1352 y 1356, en las que la lucha de clases y la lucha de independencia nacional estaba fusionada en el movimiento revolucionario denominado Ejército de Pañuelos Rojos, uno de cuyos lemas era «desposeer a los ricos para beneficiar a los pobres» Bai Shouyi (coord): Breve historia de China, Edic. en Lenguas Extranjeras, Beijing 1984, pp. 297-299., liberando a China de la ocupación mongola.

    Otro ejemplo de los límites de la política terrorista extrema nos lo muestra la heroica lucha de resistencia nacional coreana contra la invasión japonesa iniciada en mayo de 1592. La ciudad portuaria de Pusan resistió hasta la desesperación, pero al final fue conquistada y sometida a una «matanza implacable». Yoshino escribió: «Tanto hombres como mujeres e incluso perros y gatos fueron decapitados y se vieron 30.000 cabezas». Pero «las atrocidades japonesas produjeron un movimiento de resistencia popular, los llamados ejércitos honrados de guerrilleros». Otras ciudades siguieron resistiendo, especialmente la estratégica de Chinju: «Se dice que las mujeres coreanas dieron su propio cabello como material de repuesto cuando las cuerdas de los arcos se rompían por el constante uso». Al caer Chinju «la matanza fue terrible, ya que era costumbre que los samuráis ganaran prestigio reuniendo cabezas. Al menos 25.000 coreanos murieron en este holocausto. Miles de cadáveres sin cabeza flotaban en el agua, a los que se unieron quienes se suicidaron o se ahogaron tratando huir» AA.VV.: Técnicas bélicas del mundo oriental 1200-1860, Edit. LIBSA, Madrid 2009, pp. 201-205.. La guerrilla popular más la disciplina militar coreana fueron dos de los secretos que explican la tenaz resistencia al invasor. El almirante coreano Yi Sun-Sin escribió que «de los capitanes de esta flota se espera que obedezcan mis órdenes al pie de la letra; si no lo hacen, no mostraré indulgencia con los errores más nimios, y la rigurosa pena del reglamento militar caerá sobre ellos» AA.VV.: Técnicas bélicas de la guerra naval 1190 a. C-Presente, Edit. LIBSA, Madrid 2005, p. 101.. Logró así una disciplina imprescindible para vencer a la armada japonesa en julio de 1592, aunque las disensiones internas en la corte coreana terminaron por arruinar este logro.

    Terrorismo esclavista

    Mercado y violencias

    Mientras que en las sociedades tributarias de Mesopotamia, Egipto, India y China, las violencias estaban constreñidas pese a su extrema brutalidad a los límites insalvables impuestos por la economía de trueque, de tributo en especias y de poco desarrollo de la forma-dinero, es decir, donde el valor de cambio no se había impuesto definitivamente, en Grecia empezaba una transformación interna que generaría efectos cualitativos en el tema que tratamos, el del terrorismo. Hemos dicho que las primeras agrupaciones humanas carecían de la especialización suficiente para formar individuos dedicados exclusiva o mayormente al ejercicio de la violencia. La razón no es otra que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas impedía la suficiente acumulación de recursos sobrantes, de excedentes que alimentaran a las personas que por dedicarse casi totalmente a la violencia dejaban de ser productivas en otras cuestiones; lo mismo sucedió en lo referente al conocimiento especializado en la agricultura, ganadería, irrigación, construcción, conservación de los alimentos, etcétera.

    En la medida en que aumentaba el excedente acumulado se incrementaban los recursos que podían mantener más personas sin trabajar pero aprendiendo en su especialización, en nuestro caso en el de la violencia, y en la medida en que ese excedente era producido por una mayoría social pero administrado por una minoría especializada, ésta iba acumulando más poder hasta terminar apropiándose de las fuerzas productivas. Surgieron primero las jefaturas transitorias, luego los cacicazgos y las familias dominantes, más tarde las castas y por fin las clases sociales propietarias de las fuerzas productivas. La especialización y el monopolio de la violencia fue avanzando a la vez que esta escisión social interna como la otra cara de la misma moneda, y la opresión de la mujer por el hombre fue el primer experimento con éxito en esta privatización de la violencia explotadora y del terrorismo.

    Estudiando el desarrollo de las fuerzas productivas y la consiguiente acumulación de excedente hasta que las sociedades estuvieron en condiciones de dar un paso más en la especialización militar, Y. Garlan dice que:

    «En Grecia era cosa hecha desde mediados del segundo milenio y en Italia antes de la primera mitad del I milenio, es decir, en ambos casos, al comienzo de la época histórica. Por entonces, la división del trabajo, inseparable del progreso de las fuerzas productivas, había dado lugar a la aparición de un proceso de diferenciación social consagrado por la instauración de relaciones de explotación. Naturalmente, éstas estaban basadas en el uso de la fuerza, el acaparamiento del producto o en la esclavización del productor, que eran los únicos modos capaces de asegurar un excedente, dada la escasa rentabilidad del trabajo humano» Yvon Garlan: La Guerra en la Antigüedad, Aldebarán, Madrid 2003, p. 177..

    Con el desarrollo socioeconómico posterior fue creciendo una dinámica expansiva en la que tuvieron decisiva importancia dos grandes bloques de fuerzas en interacción permanente: el uso del alfabeto y de la escritura, con la democratización de la cultura, y la relativa resistencia de la democracia comunal de los campesinos libres, con las consiguientes luchas en defensa de sus derechos y con las dificultades de la clase más rica, la oligarquía, para mantener su poder. G. Novack nos ofrece esta interesante descripción: «Lo característico de la sociedad ateniense no era la calma, sino la lucha. Las prolongadas y victoriosas guerras de defensa nacional elevaron el orgullo, la confianza en sí mismos y la autoestima de los atenienses; las intrigas y las guerras imperialistas con las ciudades-Estado rivales les impulsaron a aprovechar, cuando no a agotar, todas sus energías; las vastas ramificaciones de sus empresas comerciales y colonizadoras, las disputas de los litigantes ante los tribunales, las contiendas electorales, las luchas fraccionales y las revueltas civiles, significaban una convulsión constante. Un mensajero de los corintios decía a los lacedemonios que los atenienses “llegaban al mundo y no se concedían ningún descanso a sí mismos ni se lo concedían a los demás”» George Novack: Los orígenes del materialismo, Pluma, Bogotá 1977, pp. 157-158..

    Pensamos que este proceso fue debido a la interacción de, al menos, tres procesos estrechamente unidos a la extensión de la economía dineraria, de las primeras redes de comercio extenso basadas en el uso del dinero, de la moneda acuñada por las ciudades-Estado. Uno de ellos fue el desarrollo del alfabeto. Entre muchos otros investigadores, Burke y Ornstein, anteriormente citados, también resaltan las novedosas vías abiertas por la socialización del alfabeto entre las clases ricas griegas que, a diferencia de otras formas de escritura, estimula el tratamiento del lenguaje y acelera su interacción con la mano y el cerebro. La mayor facilidad para aprender el alfabeto en comparación al resto de escrituras entonces existentes, democratizó el conocimiento, aunque seguía controlado por una minoría, pero a pesar de esto «con la lectura alfabética, la capacidad para representar el mundo de manera abstracta y de combinar y recombinar elementos abstractos se convirtió en parte consustancial de la didáctica con que se nos enseñaba a pensar» James Burkey Robert Ornstein: Del hacha al chip, Planeta, Barcelona 2001, pp. 99-100.. Tales capacidades fueron sometidas a prueba y a crecientes exigencias por el expansivo comercio griego y por las presiones del tercer factor: el precio del hierro suficientemente bajo para permitir armar a los campesinos, artesanos y comerciantes libres con armas mejores y más baratas, lo que aceleraba la espiral de demandas intelectuales a un método de pensamiento sometido a fuertes presiones prácticas.

    Bajo este contexto y «quizá porque esa capacidad acrecentada de dividir y controlar el pensamiento, los primeros intelectuales griegos se sentían en gran medida libres del respeto reverencial hacia las religiones que había impregnado la casi totalidad del pensamiento anterior. La filosofía, tal como la conocemos, había comenzado a desarrollarse un siglo antes, y por primera vez en la historia planteaba preguntas acerca de la naturaleza del propio saber, de los aspectos prácticos del dominio de la ley y de las convenciones sociales. Los pensadores de Mileto, en el siglo -VI, fueron de los primeros en ocuparse de tales cuestiones. Todos ellos eran hombres prácticos, implicados en la política y el comercio de su ciudad, entendidos en aritmética y geometría. Fueron los primeros en dar explicaciones puramente naturales del origen del mundo, desprovistas de ingredientes mitológicos. Normalmente tendían a hacer grandes generalizaciones sobre la base de observaciones restringidas pero meticulosamente seleccionadas» James Burkey Robert Ornstein: Del hacha al chip, op. cit., pp. 100-101..

    Peter Jay ha explicado muy bien esta dialéctica de factores en cuatro densas y apretadas páginas que no podemos reproducir aquí al completo. No duda en citar a otros investigadores aceptando que: «acuñar moneda con el distintivo de la ciudad equivalía a proclamar su propia independencia política», y añadiendo que: «la íntima y necesaria conexión entre la identidad política y la monetaria se hizo aún más fuerte cuando los Estados descubrieron que podían beneficiarse de la emisión de monedas que necesitaba la sociedad para lubricar sus negocios y su comercio cotidianos». Más adelante escribe:

    «Grecia estableció a la sazón lo que se ha convertido en una de las conexiones más sólidas de toda la historia de la economía: la existente entre la soberanía política y el ámbito de aceptación de una moneda. Ésta era efectiva en ambos sentidos: los Estados emitían moneda porque resultaba rentable y porque servía para proclamar su poder e independencia, mientras que la fabricación de las propias monedas les daba libertad para financiar el comercio y la defensa necesaria para respaldar su prosperidad y libertad».

    Aunque no llegaron a desarrollar un concepto capitalista de actividad bancaria, desconociendo los cheques y las letras de cambio, sí avanzaron en cuestiones directamente relacionadas con el crédito que afectan a temas fundamentales de la vida y conciencia colectivas, como la existencia de un sistema judicial adecuado:

    «Se reconocieron así mismo los acuerdos escritos, y la idea de que la justicia debía ser expeditiva al tiempo que justa tomó cuerpo en una ley que establecía que los casos comerciales habían de dirimirse dentro del plazo de un mes, de tal manera que los mercaderes pudiesen salir a navegar conforme a sus necesidades (una idea que parece haber descuidado el mundo moderno)» Peter Jay: La riqueza del hombre, Crítica, Barcelona 2002, pp. 56-59..

    La moneda acuñada abrió un universo nuevo e inexplorado al pensamiento humano, obligándole a enfrentarse a lo no material que existe en algo material como es la mercancía. Es el problema del valor y de las contradicciones antitéticas que el dinero tiene con el mundo de los sentidos, y a pesar de ello, como dice A. S. Rethel, su intrínseca referencia a éste. La búsqueda de soluciones a estas contradicciones «ocupó a la larga lista de filósofos que va desde Tales hasta Aristóteles durante trescientos años de sorprendente esfuerzo intelectual. Lo que apareció entonces fue la capacidad de razonar conceptualmente en términos de universales abstractos, una capacidad que establecería la total independencia del trabajo intelectual del trabajo manual» Alfred Sohn Rethel: Trabajo intelectual y trabajo manual, El Viejo Topo, Barcelona 1979, p. 61 y ss.. S. Rethel plantea una reflexión decisiva que atañe no sólo a la teoría del conocimiento sino también a la práctica social, según la cual el impacto de la economía mercantil y dineraria tuvo efectos cualitativos sobre la forma anterior del conocimiento basado en el trueque y la reciprocidad fuera del mercado. Su teoría de la «falsa conciencia necesaria» Alfred Sohn Rethel: Trabajo intelectual y trabajo manuall, El Viejo Topo, Barcelona 1979, p. 61 y ss. permite explicar por qué el conocimiento puede conocer la realidad y transformarla según las necesidades humanas aunque sea un conocimiento tergiversado y limitado por la dictadura de la mercancía y del dinero, de la «abstracción mercancía».

    Esto se comprueba en Pericles, en la literatura de Sófocles, en los análisis estratégicos de los militares griegos, desde Brásidas hasta Jenofonte y, por no extendernos, en los textos «prácticos» de Aristóteles, o simplemente leyendo a Tucídides. Pero antes de todo esto, y dando la razón a A. S. Rethel, nos encontramos con que ya en el siglo -VI el sabio Tales de Mileto, iniciador de la ciencia presocrática y uno de los primeros, si no el primero, en fusionar el método de pensamiento racional y científico con la ganancia económica, había lanzado la idea de que la única forma que tenían los griegos, divididos en débiles ciudades-Estados, para resistir a la uniforme y cohesionada agresión persa era la de crear un auténtico Estado federal con el consejo en Teos Anthony Pagden: Pueblos e imperios, Mondadori, Barcelona 2000, p. 33..

    Por no extendernos, nos limitamos a un único ejemplo más sobre las perspectivas abiertas por la irrupción de la economía mercantil liberada de las trabas de los imperios premercantiles: «En el año -399 Dionisio el Viejo, que reinaba en la ciudad griega de Siracusa, se preparó para una guerra con los cartagineses y decidió poner en marcha un programa de investigación militar. Utilizó técnicas que hoy en día nos resultarían familiares, como la reunión de grandes equipos de especialistas, la división del trabajo y los incentivos económicos. Con todo ello consiguió diseñar las primeras catapultas […] Las catapultas alteraron de forma decisiva la conducción de la guerra» Víctor Barreiro Rubín: La Guerra en el Mundo Antiguo, Almena, Madrid 2004, p. 55.. Con el tiempo, la vía abierta por este protocomplejo industrial-militar sería decisiva para el avance científico mediante el estudio de la balística, química, metalurgia, etcétera. Otras culturas también desarrollaron estas cuestiones, pero, como veremos, fue en Europa en donde más se investigaron las interrelaciones profundas entre guerra y ciencia, de modo que «el arte de matar a distancia se convirtió, muy tempranamente, en una especialidad europea» Sven Lindqvist: Exterminad a todos los salvajes, Turner, Madrid 2004, p. 73..

    Es por esto por lo que hay que insistir en que la historia griega, y el terrorismo militar que inaugura, no se entiende si no se parte de la interacción entre la economía mercantil, la defensa de la soberanía de las ciudades-Estado y su conexión con una totalidad interestatal superior siempre móvil y con alianzas que se tejían y rompían sucesivamente, contexto amplio en el que los griegos desarrollaron su imperialismo y sus alianzas complejas que se ramificaban a terceros aliados, de modo que a veces se hacía muy difícil precisar las respectivas obligaciones, lo que facilitaba la marrullería y la reavivación de viejas afrentas que alimentaba odios inveterados entre Estados, como el que enfrentaba a los eginetas con los atenienses Herodoto: Los nueve libros de la historia, op. cit., p. 255.. Una idea muy aproximada de qué era y cómo se expresaba esa complejidad de alianzas dentro de la concepción general de vida, la obtendremos leyendo la versión que ofrece Tucídides del célebre discurso fúnebre de Pericles a los pocos años de Platea, en el que juegos, fiestas, hermosas casas particulares, etcétera, están perfectamente integradas en el alejamiento de las preocupaciones y fatigas, en el disfrute de alimentos de otros países y, sobre todo, en la necesidad de mantener a Atenas fuerte, unida y consciente de su identidad colectiva para mantener su ejército prácticamente invencible Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, Akal Clásica, 1989, pp. 149-155.. Lo que se esconde debajo del discurso es la astuta brutalidad terrorista que era capaz de aplicar Atenas cuando veía en peligro su poder hegemónico.

    A partir de un momento determinado tanto por la escisión sexual producida por la opresión de la mujer en una sociedad tan machista como la griega, a la que de Ste. Croix dedica todo un apartado para hablar de esta crucial injusticia De St. Croix: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Crítica, Barcelona 1988, pp. 122-136. en su texto de obligado estudio, como por la escisión clasista, las luchas colectivas, etno-culturales, «nacionales», o como queramos definirlas ahora sin mayores precisiones, son inseparables de las luchas clasistas y de las alianzas internacionales, como muestra Tucídides en múltiples situaciones que no podemos exponer aquí más que en dos casos, al comienzo y al final de su libro Historia de la guerra del Peloponeso. La primera situación es su narración de la lucha de clases en la ciudad de Epidamno, en la que el partido popular venció a los aristócratas y oligarcas, que reaccionaron pidiendo apoyo a los pueblos «bárbaros», extranjeros, para recuperar el poder en una ciudad revolucionaria que sabedora de sus limitaciones militares pidió ayuda a la ciudad de Corcira Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, op. cit., p. 62 y ss.. Tomando como eje de reflexión a Corcira y a las luchas sociales de su entorno y época, Bowra sostiene que «la lucha de clases en Grecia podía alimentar una brutalidad sangrienta, y las atrocidades de Corcira no fueron, en modo alguno, únicas. Interesaba a los demócratas evitar cualquier cosa de este tipo, y la violencia que les mostraron sus adversarios indica cuánto les temían y lo fuertemente que se les suponía atrincherados en el poder. Atenas dio a las masas un sentido de sus derechos y de su dignidad por el que estaban dispuestas a luchar, no sólo contra enemigos inmediatos en el interior, sino contra Esparta u otros enemigos que encarnasen los sentimientos que ellos rechazaban» C. M. Bowra: La Atenas de Pericles, Altaya, Barcelona 1996, pp. 84-96..

    La segunda narra la experiencia de Samos, ciudad en la que la independencia estaba unida a la victoria de los demócratas sobre la oligarquía aristocrática, instaurando una dictadura de la mayoría sobre la minoría que afectaba incluso a los matrimonios interclasistas buscando aislar a la aristocracia impidiendo su recuperación mediante el mercado matrimonial, en el que las mujeres eran simples instrumentos de alianzas familiares; y a las reacciones de la oligarquía para retomar el poder de clase en su Estado, siempre con las respectivas alianzas internacionales: «Por aquella época, aproximadamente, se rebeló en Samos el partido popular contra los aristócratas con la ayuda de los atenienses que se encontraban todavía allí con tres barcos. Los demócratas de Samos mataron en total a unos doscientos aristócratas y condenaron al destierro a cuatrocientos, cuyas tierras y casas administraron ellos mismos. Como los atenienses después de esto decretaron su independencia, teniéndolos ya por aliados seguros, llevaron en lo sucesivo el gobierno de la ciudad y privaron a los terratenientes de cualquier derecho: no era lícito, por ejemplo, que nadie del partido popular tomara de ellos mujer o entregara su hija a uno de ellos» Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, op. cit., pp. 551-552..

    La base social de la forma de vida expuesta por Pericles era el ciudadano-soldado. La sociedad griega clásica fusionaba en una sola visión lo que la burguesía divide en dos, los derechos y los deberes. Para el ciudadano-soldado griego derechos y deberes eran una unidad por la que había que matar y morir, explotar a las mujeres y esclavos, despreciar a los extranjeros y aplastar a los pueblos que rechazaban la supremacía ateniense. Según Garlan, en la Grecia clásica «un ciudadano es, por definición, un soldado»; «el buen soldado es propietario de tierras»; «el buen soldado era también padre de familia»; y «el soldado tiende, por definición, a comportarse como ciudadano» Yvon Garlan: La Guerra en la Antigüedad, Alderabán, Madrid 2003, pp. 61-63.. Sin embargo, este autor hace bien en advertirnos que pese a todo lo visto, en los ejércitos griegos sólo las clases dominantes tenían derecho a dirigir la guerra: «El reclutamiento seguía teniendo una base censitaria: los estrategas debían pertenecer a la clase superior, la de los pentacosiomedimnos, y ser propietarios de tierras» Yvon Garlan: La Guerra en la Antigüedad, op. cit., p. 156.. Por tanto, dado que el buen soldado es propietario de tierras está interesado en protegerlas y en ampliarlas, y en practicar una forma de violencia que exprese ese criterio de propiedad. Volveremos a esta cuestión porque es decisiva.

    Es igualmente decisivo para el estudio del nuevo terrorismo el hecho de que Grecia siempre sufrió una angustiosa carencia de tropas sobre todo cuando se enfrentó a las dos invasiones persas y cuando, para empeorarlo, desconfiaba con mucha razón de la fidelidad de las clases ricas oligárquicas dispuestas a negociar con los atacantes para recuperar su poder interno. Hay que tener el cuenta que en la primera fase de la guerra jónica, el avance persa sobre las ciudades jónicas resistentes en el -497, y en los años siguientes, fue en extremos brutal y exterminador: «ciudades y santuarios reducidos a cenizas, hombres asesinados, muchachas deportadas a los harenes orientales, muchachos castrados y convertidos en sirvientes eunucos, mujeres y niños vendidos como esclavos» Philip de Souza: De Maratón a Platea, Osprey, Madrid 2008, p. 17.. Los griegos sabían qué futuro les esperaba si perdían la guerra contra Persia. El bloque defensor de la independencia de Atenas estaba dirigido, entre otros, por Milcíades «jefe del partido patriótico» AA.VV.: «Milcíades», La Enciclopedia, Salvat, Madrid 2003, tomo 13, p. 10208., que el día de la batalla estuvo al mando del ejército griego.

    La batalla de Maratón, -490, librada cerca de Atenas, ofrece dos lecciones. La primera, la militar, muestra la superioridad táctica, técnica y psicológica griega sobre el ejército persa, superior en masa pero inferior en calidad. La segunda lección es estratégica en dos sentidos relacionados ya que, por un lado, derrotó el desembarco persa y, por otro lado, impidió la conquista de Atenas por los invasores facilitada desde dentro por una «quinta columna» Emile Wanty: La historia de la humanidad a través de las guerras, Edic. Aura, Barcelona 1972, tomo I, p. 11.. Al terminar la batalla, Milcíades mandó al soldado Filípides que fuera corriendo a Atenas para dar cuenta de la victoria con el fin de aumentar la moral del pueblo demócrata y atemorizar a la minoría oligárquica que había pactado con Darío las condiciones para recuperar su poder de clase en Atenas bajo la nueva ocupación persa. Mientras Filípides corría los 42 kilómetros el ejército volvía rápidamente a Atenas. Filípides murió nada más comunicar la victoria, y Atenas siguió siendo demócrata-esclavista.

    Esta lección estratégica confirma la interacción entre luchas clasistas internas, luchas etno-nacionales entre dos modelos opuestos de comunidad nacional e invasiones externas en apoyo a las clases explotadoras. No era nada nuevo la existencia de una fuerza clasista dispuesta a pactar con el invasor persa. La cultura griega llevaba mucho tiempo dejando constancia del poder corruptor del «oro persa» entre las clases ricas, dispuestas a pasarse al invasor con tal de mantener parte de su poder. Incluso entre los espartanos, que eran tan propensos como los demás a dejarse corromper por el dinero Antonio Escohotado: «Democracia y demagogia», en Lo que hacen los sociólogos, CIS, Madrid 2007, p. 148., se dieron casos de colaboracionismo con los invasores por parte de desterrados ricos muy conservadores que habían sido bien recibidos y tratados por los persas, recibiendo tierras y riquezas a cambio de sus consejos. Persia sabía que necesitaba de estos colaboracionistas para ponerlos al mando de las ciudades griegas Philip de Souza: De Maratón a Platea, Osprey, Madrid 2008, p. 85. que iba a conquistar, lo que le facilitaría el control interno y reduciría la posibilidad de revueltas de liberación nacional. Veremos que los romanos siglos después también aplicarán este método persa.

    Grecia era una sociedad militar y, al igual que Roma, ambas eran «sociedades guerreras» en las que el papel de las mujeres era el de «criadoras de futuros soldados» Sarah B. Pomeroy: Diosas, rameras, esposas y esclavas, Akal, 1987, p. 252.. De igual modo, ambas eran esclavistas hasta grados criminales cuando se trataba de mantener y aumentar su poder. J. M. Blázquez ofrece un listado estremecedor de las atrocidades realizadas por el imperialismo griego y cartaginés en su apogeo, de sus masacres sistemáticas de poblaciones enteras, incluidas las mujeres y los niños cuando no necesitaban más fuerza de trabajo esclava J. M. Blázquez: «Problemas económicos y sociales de los siglos V y IV a. C. en Diodoro de Sicilia», en Clases y conflictos sociales en la Historia, Cátedra, Madrid 1977, pp. 32-34.. Cuando hablamos de la famosa «ciudadanía grecorromana» tendemos a olvidar estas dos realidades, la explotación de la mujer y de masas impresionantes de esclavas y esclavos, así como el desprecio al extranjero y la imposición de leoninos tributos a los pueblos débiles. Este segundo componente imprescindible para satisfacer los «derechos ciudadanos». Antes de seguir con el problema de la esclavitud, hay que partir de la denuncia crítica realizada por M. Lengellé en el sentido de que el «silencio de los esclavos», es decir, el desconocimiento profundo de la historia de la esclavitud, de sus luchas y de sus reivindicaciones, es debido a la voluntad de las «clases poseedoras» Maurice Lengellé: La esclavitud, Oikos-Tau, Barcelona 1971, p. 49. de todos los tiempos de ocultar esta forma inhumana de explotación. En la Grecia clásica, la vida de algunos pocos esclavos fue mejorando dentro de lo posible, pero siempre estuvieron bajo la voluble voluntad del amo, y aunque las luchas sociales abiertas o soterradas que libraron no les devolvió la libertad, sí les alivió un poco su situación Ettore Ciccotti: La esclavitud en Grecia, Roma y el mundo cristiano, Círculo Latino, Barcelona 2006, p. 118., que frecuentemente era infrahumana. En Roma, «la hostilidad de los amos hacia sus esclavos se descubre apenas se rasca un poco en la superficie de la civilización romana» Keith Hopkins: Conquistadores y esclavos, Edic. Península, Barcelona 1981, p. 149 y ss.. Como veremos luego, las luchas esclavas afectaban al corazón del sistema y el terrorismo grecorromano tuvo como uno de sus tres objetivos vitales acabar con ellas.

    Es la dialéctica entre explotación, guerra y cultura la que nos explica otro «logro» de la civilización helénica: el de idear una de las primeras doctrinas de contrainsurgencia, uno de los primeros sistemas represivos de los que tenemos datos fiables en la historia, si no el primero. Recordemos que los espartanos aniquilaban periódicamente a un número de esclavos ilotas para advertir así a los demás que su vida dependía de los amos. Pero llegó el momento en que esas represiones preventivas dejaron de surtir efecto, y ante la resistencia del pueblo ilota, pueblo autóctono invadido y esclavizado por los espartanos cuando llegaron a Grecia, los espartanos idearon una estratagema aplicada con posterioridad por muchas clases y naciones dominantes. Según Tucídides:

    «Con los atenienses amenazando el Peloponeso y en especial su país, cifraban sus mayores esperanzas de alejarlos en molestarlos a su vez con el envío de un ejército hacia sus aliados, máxime cuando éstos estaban dispuestos a mantenerlos y los habían llamado con intenciones de rebelarse. Al mismo tiempo, estaban deseando disponer de un pretexto para enviar fuera a los ilotas, para evitar su posible sublevación ante el hecho de la toma de Pilos. Pues por temor a su ardor y a su número (en efecto, casi todas las disposiciones de los lacedemonios respecto a los ilotas trataron siempre fundamentalmente de su vigilancia) en cierta ocasión habían hecho lo siguiente: hicieron saber que cuantos ilotas consideraran haberse comportado con mayor valor ante el enemigo en beneficio de Esparta se sometieran a una investigación, cuyo resultado podría ser la libertad. Con ello hacían sólo una prueba, convencidos de que los que por orgullo se consideraran dignos de obtener la libertad en primer lugar serían precisamente los mismos capaces de rebelarse contra ellos. Eligieron, pues, unos dos mil, quienes, adornados con coronas, rodearon los templos, como si fueran hombres liberados; pero poco después los espartanos los hicieron desaparecer y nadie sabe cómo murió cada uno» Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, Akal, Madrid 1989, p. 310..

    Los espartanos tenían que recurrir a éste y a otros métodos de exterminio porque vivían en «constante temor» por la latente posibilidad de sublevaciones de los esclavos, por lo que organizaban expediciones de castigo, criptias, en las que mataban a los esclavos más fuertes AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho I, La Habana 1990, primera parte, p. 134.. Otro método era el de que cada joven espartano matara una noche a un esclavo, para mantener a éstos en el terror paralizante. No tenían apenas otro remedio que recurrir al terrorismo institucionalizado si querían seguir gozando de sus derechos a la propiedad de la tierra conquistada a los ilotas. En sus momentos de gloria, en Laconia vivían, aproximadamente, sólo 5.000 espartanos con plenos derechos de decisión en las asambleas de la democracia esclavista impuesta por ellos y en la que sólo ellos podían decidir. Existían además unos 50.000 periecos con libertades económicas pero no políticas, que podían llevar las armas de apoyo a los soldados espartanos, pero que no podían decidir absolutamente nada por no ser ciudadanos. Y por fin, todo el edificio se sustentaba sobre la explotación de unos 250.000 esclavos ilotas Dominique Venner: «En un principio fue Esparta», en Los grandes cuerpos militares del pasado, A.T.E., Barcelona 1980, pp. 16-17. sometidos a crueles condiciones de malvivencia. Naturalmente, las mujeres no contaban en absoluto.

    Guerra feroz, atroz y breve

    El exterminio salvaje de las revueltas esclavas hubiera sido imposible de no haberse creado antes una máquina militar, una mentalidad y una doctrina bélica, desconocidas hasta entonces y que fueron perfeccionándose respondiendo a las urgencias de la explotación interna y del imperialismo externo. Para comprender este proceso debemos volver a lo arriba dicho sobre el papel del ciudadano-soldado primero en Grecia y después en Roma. Tenemos que empezar por Grecia porque fue de ahí de donde aprendieron los romanos. En la época de gloria, la base de los ejércitos griegos eran los pequeños campesinos libres, los «ciudadano-soldados», conscientes de la importancia de las campañas militares cortas y contundentes, pues las tareas agrarias exigían la mayor parte del tiempo. No eran muchos, tenían que trabajar la tierra, vigilar a los esclavos y a las mujeres, y participar en la res publica, en la política. Así que inventaron algo desconocido hasta entonces, la disciplina.

    J. Keegan ha resumido las diversas teorías que explican por qué los griegos fueron los primeros en desarrollar una forma de guerra «feroz, atroz y breve» destinada a producir el máximo daño posible en el adversario en el menor tiempo posible y con las mínimas bajas posibles. Una forma de guerra que si bien seguía respondiendo, al menos en sus principios históricos, a razones como el honor, la venganza de linaje y la síntesis de ambas cuando de por medio estaba el rapto de mujeres propias por otros enemigos, siendo esto verdad aunque de forma decreciente, lo decisivo llegó a ser el interés económico en su sentido mercantil. Fueron los persas los primeros en sufrir de manera impactante e incomprensible para su mentalidad guerrera la «locura destructiva» griega, su manera directa de atacar a fondo, hasta el corazón del adversario, sin rodeos ni ceremonias, sin piedad John Keegan: Historia de la guerra, Planeta, Barcelona 1995, pp. 300-311.. La narración que hace Herodoto de la batalla de Maratón es totalmente esclarecedora del nuevo sistema de guerra ateniense, que sorprendió a los persas, derrotándolos y persiguiéndolos hasta la orilla del mar en su retirada «haciéndoles pedazos» Herodoto: Los nueve libros de la historia, Euroliber, 1990, p. 282..

    Según G. Parker, la disciplina es la principal ventaja y característica de los ejércitos occidentales, que hacen una guerra feroz e implacable, a diferencia de la de otros muchos pueblos. Además de la disciplina, también jugaron a favor de los griegos, y de occidente en general, la tecnología, la agresividad, la innovación y la financiación Geoffrey Parker: «Implacables y feroces», en Historia 16, nº 250, febrero 1997, p. 66.. Pero era una disciplina consciente en el sentido más pleno de la palabra, y como ejemplo basta decir que los remeros de la marina de guerra occidental en la Antigüedad eran voluntarios, ciudadanos libres que asumían conscientemente los riesgos de la batalla y los rigores de unos entrenamientos severos y estrictos, los únicos que garantizaban la exactitud y el ritmo de las paladas. Y los pocos esclavos que remaban lo hacían para liberarse mediante el cobro de una recompensa. Más aún, en contra de lo que se cree, jamás se usó el látigo en las galeras occidentales de la Antigüedad Víctor Barreiro Ribín: La guerra en el mundo antiguo, Almena Ediciones, Madrid 2004, p. 69., porque participar en la defensa colectiva era tanto un deber como un derecho y, viceversa, al menos durante la fase ascendente y expansiva.

    Los remeros voluntarios sabían que no podían entrar en combate en una batalla marítima porque no tenían los medios económicos necesarios para pagarse sus armas, porque pertenecían a las clases pobres libres de Grecia y Roma, pero sobre todo sabían que su forma de vida, sus lujos y la explotación de los esclavos y esclavas dependía también, en buena medida, de su disciplinada forma de remar en la galera. Asumían su lugar como un tornero de una fábrica de tanques en la Alemania nazi asumía el suyo, o como lo asume un obrero de una transnacional monopolística norteamericana que sabe, o intuye, que su forma de vida depende del saqueo de medio mundo, por no hablar de los soldados de los grandes portaaviones de las flotas imperialistas que nunca van a tripular un avión que extermina población indefensa, pero que son imprescindibles para que ese avión vuele, como los remeros grecorromanos lo eran para los crímenes masivos de sus respectivos imperialismos.

    Los remeros-soldados sabían perfectamente lo que se jugaban, lo que podían perder y lo que podían ganar. Mientras que el terrorismo asirio y mongol buscaba la acumulación de riquezas en manos de un emperador que les representaba y al que se sentían unidos, el terrorismo griego se manifestaba en esos remeros voluntarios que buscaban asegurar y ampliar su propiedad privada, sus esclavos, fueran dos, tres o cuatro, y la esposa e hijas explotadas que trabajaban casi como esclavas, y buscaban además que Atenas, o su ciudad-Estado, tuviera grandes edificios y sobre todo la riqueza económica y la fuerza militar suficientes para garantizar los recursos alimentarios en las malas épocas, en las sequías y en las guerras. Tales objetivos provenían de la mentalidad social creada por la generalización de la economía mercantil y monetaria arriba vista.

    Cuando esta economía entró en decadencia irreversible, buena parte del campesinado empobrecido y de las masas urbanas hambrientas empezó a multiplicarse el número de griegos que se dedicaron a vender su eficacia militar al mejor postor, es decir, que comercializaron la guerra como mercenarios, desde una perspectiva protoempresarial muy clara y con muy claros objetivos de enriquecimiento personal o al menos de lograr una estabilidad económica en su vejez de la que no había disfrutado en su infancia y adolescencia. Antes de la derrota de Grecia ante Macedonia, la crisis socioeconómica, política y cultural ya estaba propiciando el crecimiento del número de mercenarios griegos, desde luego sí de esos 13.000 que se pusieron a las órdenes de Ciro el Joven en su guerra civil contra su hermano Artajerjes II. La derrota de Ciro en Cunaxas en -401 fue debido a la incapacidad persa, mientras que los griegos se salvaron debido a su «impresionante disciplina» J. M. González Cremona y N. Antón Serrano: Diccionario universal de batallas, Edit. Mitre, Barcelona 1990, p. 44..

    Graham Shipley nos ofrece una idea muy exacta de las motivaciones del mercenario griego: «Las ambiciones de estos miles de hombres –muchos de los cuales habrían experimentado una relativa pobreza en sus ciudades natales– puede haber proporcionado algo de la motivación para las conquistas iniciales de Alejandro y las luchas territoriales de los diadocos. Para los soldados las principales recompensas del servicio militar estaban en el saqueo, el botín y, en el fondo, en la tierra, de modo que –dejando de lado los riesgos de la vida y de pérdida de miembros– era importante continuar en la campaña» Gram. Shipley: El mundo griego después de Alejandro 323-30 a.C., Crítica, Barcelona 2001, p. 83.. Leyendo a Jenofonte nos cercioramos de esto y de más cosas, como cuando explica cómo los griegos conservaban vivos a muchos prisioneros para venderlos a buen precio Jenofonte: Anábasis, Sarpe, Madrid 1985, p. 161., cómo estuvieron a punto de saquear Bizancio pero se abstuvieron tras un estudio de las consecuencias desastrosas que ello les acarrearía a medio plazo Jenofonte: Anábasis, op. cit., p. 215 y ss., o la costumbre de degollar a los prisioneros que no les daban información Jenofonte: Anábasis, op. cit., p. 121., etcétera, y sobre todo cuando transcribe la contundente tesis de Clearco según la cual «el soldado tenía que temer más al jefe que al enemigo; únicamente así podía lograrse que vigilara con atención, no saqueara los países amigos y avanzara intrépido contra el enemigo» Jenofonte: Anábasis, op. cit., p. 86.. Recordemos estas últimas palabras porque volveremos a ellas cuando estudiemos el papel de la «figura del Amo», del miedo al superior, etcétera, en el proceso de formación de torturadores que realiza el Estado y de la personalidad de las tropas que aplican el terrorismo contra su propio pueblo en defensa de la clase dominante.

    Cuando los macedonios se incorporaron a esta civilización militar asumieron como propios sus valores y los perfeccionaron aún más, tal y como lo hicieron luego los romanos, según veremos. Uno de los secretos de las victorias de Alejandro Magno radicó precisamente en que llevó el implacable método de guerra griego a sus últimas consecuencias en los momentos críticos y decisivos, sin posibilidad de vuelta atrás, como en la batalla de Gaugamela en la que derrotó a Darío Anthony Livesey: Grandes jefes militares y sus batallas, Edic. Folio, Barcelona 1996, pp. 8-19.. Alejandro, al que Aristóteles enseñó la mentalidad militar griega, superó a sus maestros, de modo que cuando abandonó Persépolis dejó tras de sí una ciudad absolutamente esquilmada, despojada de cualquier cosa que tuviera un mínimo valor. Se propagó tan rápidamente su obsesión por la riqueza y su falta de escrúpulos para obtenerla, aun a costa de decenas de miles de personas civiles asesinadas, que muy pronto la gente abandonaba sus casas y ciudades antes de su llegada.

    En otros casos:

    «Muchos residentes preferían saltar de los muros con sus esposas e hijos o quemar sus propias casas y familias a ser destripados en las calles. El suicidio en masa es raro entre las poblaciones europeas, pero es más común entre las víctimas de los ejércitos occidentales. Los pueblos no europeos, cuando se enfrentan a la desesperanza que supone resistir a los ejércitos occidentales, sean éstos los Diez Mil de Jenofonte, las legiones romanas en Tierra Santa o los norteamericanos en Okinawa, con frecuencia prefieren una muerte voluntaria y en grupo» Victor Davis Hanson: Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental, Turner-FCE, México 2004, p. 109..

    La forma grecomacedónica y luego grecorromana de hacer la guerra, forma que sería retomada posteriormente por el capitalismo europeo desde el siglo XVI en adelante, parte de un principio elemental contenido en la esencia misma del comercio mercantil, el del aplastamiento de la competencia contraria, el de la victoria en el mercado destruyendo la producción enemiga, sea agraria, artesana o fabril. En el plano militar, esta necesidad ciega se expresa en que los occidentales «prefieren una guerra de aniquilación –para barrer a los melios del mapa del Egeo, sembrar de sal el suelo de Cartago, convertir Irlanda en una tierra casi baldía, destruir Jerusalén antes de reocuparla, confinar a toda una cultura, la de los nativos norteamericanos, a las reservas, reducir a las cenizas las ciudades japonesas– y son adversarios mucho más duros que los autócratas o los monarcas militaristas» Victor Davis Hanson: Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental, op. cit., p. 402.. Cuando las falanges griegas, menores en número pero superiores en armamento, disciplina y estrategia, cargaban a paso ligero contra las tropas orientales llevando sobre sí un equipo de alrededor de 30 kilogramos de peso, y cuando metros antes del choque la carga se convertía en una carrera animada con gritos unísonos, que no rompía pese a ello la sólida compactación de la falange, entonces, los orientales echaban a correr hacia atrás desquiciados no sólo por el pánico, sino sobre todo por la incapacidad racional de entender qué y por qué hacían lo que hacían aquellos enemigos inferiores en número.

    Lo mismo les ocurrió después y durante muchos siglos a las naciones «bárbaras» que no pudieron vencer a las legiones romanas siempre inferiores en número pero superiores en su voluntad de causar terror y muerte, y de aplicar el terrorismo más planificado contra las poblaciones civiles desarmadas e indefensas, a las que exterminaban sin remordimientos. R. Osborne ha expresado así la expansión de la sociedad europea occidental una vez recuperada de la implosión del imperio romano de occidente, cuando las cruzadas empezaron a sembrar el terror por donde pasaban: tras explicar que los cruzados europeos «saquearon y mataron sin freno» la cristiana Constantinopla en 1204, añade que «la guerra de agresión que practicaban sin parar los occidentales era una idea desconocida para algunas de las poblaciones que las sufrían […] La población del Mediterráneo oriental observaba esta dinámica con alarma […] Los francos sabían cómo utilizar el terror para convencer a la población local, y cuando tropezaban con resistencia organizada o rebelión, como le pasó a Guillermo en el norte de Inglaterra, optaban por destruirlo todo» Roger Osborne: Civilización, Crítica, Barcelona 2007, p. 173..

    Más adelante, este mismo historiador insistirá en la superioridad cualitativa de la ferocidad europea, desconocida e incomprensible para otros muchos pueblos, como los de las Américas, cuya forma de guerra era «limitada, involucraba a pequeños grupos y estaba muy ritualizada, y consistía en violencia coreografiada en la que se infligía daño al menor número posible de individuos» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 290., justo todo lo contrario de la «brutalidad de los soldados europeos» que atacaban con «fuerza sanguinaria» para destrozar al enemigo. ¿El objetivo? Saquear y expropiar al pueblo vencido, como hicieron los ingleses en Irlanda y como volverían a hacerlo en América del Norte. En ambos sitios, los soldados invasores buscaban convertirse en propietarios de tierras, en terratenientes, y algunos llegaron a ser grandes latifundistas Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 295..

    Es cierto que Sun Tzu escribió que «la victoria es el principal objetivo de la guerra. Si tarda demasiado en llegar, las armas se embotan y la moral decae […] Si el ejército emprende campañas prolongadas, los recursos del Estado no alcanzarán» Sun Tzu: El arte de la guerra, Edit. Fundamentos, Madrid 1974, p. 58.. Ésta y otras tesis totalmente válidas –«todo el arte de la guerra está basado en el engaño» Sun Tzu: El arte de la guerra, op., cit., p. 49.– del arte militar que se practicaba en China entre el -400 y el -320, coinciden totalmente con el arte militar griego. Además de los condicionantes históricos objetivos que limitan la duración de toda guerra y de la simple lógica, ya que resulta difícil de comprender que alguien inicie una guerra sin el objetivo de ganarla al menos políticamente, hay otra razón que explica esta «coincidencia» entre ambos modelos tan lejanos geográfica y culturalmente: el desarrollo de la economía dineraria y mercantil en Grecia y en China. Pero con el tiempo, en China la economía mercantil terminó estando supeditada al control político del Estado, lo que a su vez terminó descomponiendo la disciplina militar, facilitando el mercenariado y la corrupción, y en síntesis el fácil desmembramiento de los ejércitos chinos debido, entre otros factores, a que los mandos se apropiaban de los recursos estatales. Estas limitaciones inconcebibles en la época de Sun Tzu se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX AA.VV.: Técnicas bélicas del mundo oriental 1200-1860, Edit. LIBSA, Madrid 2009, pp. 10-11..

    La forma de guerra azteca es parte, en lo genético-estructural, de la violencia del modo de producción tributario, con sus formas histórico-genéticas propias de las Américas. A diferencia del modo de producción capitalista, el tributario se caracteriza porque el valor de uso no está dominado por el valor de cambio, por la producción de mercancías, lo que determina todos los aspectos de la vida social, sobre todo la violencia. Esto no quiere decir que en el modo tributario ésta no existiese, sino que adquiría otras formas, tenía otra axiología y respondía a otros intereses, aún sin mercantilizar. El azteca era un imperio agresor y militarista, que vivía de sus propios recursos productivos y del tributo impuesto a los pueblos que oprimía, pero no en el sentido capitalista. En estas condiciones, uno de los objetivos de esta educación era el de crear buenos soldados, tarea que se iniciaba en las escuelas en donde niños y adolescentes eran entrenados en artes marciales Manuel Lucena: Así vivían los aztecas, Anaya, Madrid 1992, p. 87.. Luego, este objetivo era reforzado por un sistema punitivo también muy duro y efectivo ya que, de los delitos castigados en el imperio azteca, el peor era el de traición al Estado, el de comunicar al enemigo del pueblo azteca secretos que ponían en peligro la independencia del país. El acusado de traición era sometido a tortura, se le cortaba la nariz, la lengua, las orejas, etcétera, y después era ejecutado. Sus miembros descuartizados eran repartidos en los barrios y en las unidades militares si era soldado. Y sus familiares eran encollerados hasta la cuarta generación Mauro Olmeda: El desarrollo de la sociedad, Edit. Ayuso, Madrid 1971, tomo II, p. 363..

    Pero este severo y efectivo sistema militar tenía cuatro grandes limitaciones que lo hacían incapaz de resistir a los invasores españoles: las dos primeras no eran otras que la colaboración con el invasor de pueblos oprimidos por los aztecas y los efectos terribles de la viruela David Day: Conquista, Libros de Historia, Crítica, Barcelona 2006, p. 123.. La tercera era común a todos los ejércitos basados en el lealismo y en la fidelidad al jefe, pues cuando éste cae muerto las tropas tienden a desbandarse, a huir sin ninguna disciplina. Esta limitación histórica salvó la vida a los invasores más de una vez, por ejemplo en la decisiva batalla de Otumba del 8 de julio de 1521 cuando estando a punto de ser aplastados, los invasores atacaron al general azteca y a su portaestandarte matándolos y desorganizando todo su ejército Antonio Martínez Teixidó (direc.): Enciclopedia del Arte de la Guerra, Planeta, Barcelona 2001, p. 171.. La cuarta limitación consistía en que los aztecas no buscaban matar al enemigo sino apresarlo y atarlo para, en su momento, ser sacrificado a sus dioses. Para los aztecas «un enemigo muerto no tenía ningún valor» Manuel Lucena: Así vivían los aztecas. op. cit., p. 88., por lo que todo su esquema militar estaba pensado en función de hacer el mayor número de prisioneros, de futuras víctimas en sus sacrificios, lo que facilitó en extremo las victorias españolas pese al desesperado heroísmo de la gran mayoría de los combatientes. Un enemigo muerto no tenía ningún valor porque la esclavitud azteca no era como la grecorromana, centrada en la máxima explotación de su fuerza de trabajo. La esclavitud azteca estaba supeditada a la importancia central de la religión, lo que limitaba sobremanera la función del dinero y del valor de cambio. Cuando analicemos las diferencias cualitativas entre la tortura antigua y la tortura burguesa, volveremos a la violencia azteca como punto de comparación con la violencia capitalista.

    Para no extendernos en esta cuestión, vamos a concluir recurriendo a la ayuda de R. Cassá, que ha estudiado el proceso de desestructuración interna de los pueblos y naciones del Caribe y las Antillas bajo los impactos externos de la invasión española desde finales del siglo XV. Estos pueblos resistieron en diversas fases hasta bien entrado el siglo XVIII. Al principio se enfrentaron a los españoles, pero éstos disponían de recursos cada vez más abundantes transportados por mar, y del olfato de los perros que no tardaban en localizar a los indios huidos, que eran exterminados sin piedad. Así:

    «Poco a poco, grandes contingentes de indios fueron cayendo en un cuadro depresivo. Además de la presión irresoluble que comportaba el tributo, incidía la proliferación de la mortandad, así como las variantes de abusos, como palizas, violaciones de mujeres y hurto de bienes, los cuales vulneraban los principios éticos en que fundamentaban su existencia […] Frente al espanto en que quedaban sumidos, se manifestaron actitudes suicidas; comunidades enteras decidieron autoaniquilarse en suicidios colectivos revestidos de ceremonial, a través de la ingestión del jugo venenoso de la yuca. Otros consideraron indigno tener descendencia, por lo que las relaciones matrimoniales entraron en un impasse al tiempo que las mujeres se dedicaron a abortar» Roberto Cassá: Los indios de las Antillas, Colec. Mapfre, Madrid 1992, pp. 193-194..

    En su lucha contra los franceses en otras zonas de las Antillas: «Esta capacidad de supervivencia de los caribes se debe atribuir, sobre todo, a sus dotes guerreras, que incluían una decidida resolución a la resistencia contra cada escalada de la penetración europea. Supieron defenderse y, para ello, el conjunto de sus componentes culturales resultó de ayuda decisiva […] En un principio, como conservaban la memoria centrada contra los españoles, acogieron amistosamente a otros navegantes europeos. Luego, cuando éstos trataban de instalarse como dominadores, sobrevenía el conflicto. Aunque accedían a la paz cuando veían que no podían resistir más, e incluso tendieron a establecer alianzas con los franceses, nunca abandonaron un rencor profundo hacia la totalidad de los europeos. Atribuían el dominio de éstos a una venganza de Maboya. Esta actitud se manifestó en la resistencia a la evangelización, tarea que siempre fracasó, a pesar de los esfuerzos de los misioneros franceses» Roberto Cassá: Los indios de las Antillas, op. cit., pp. 261-162.. Y por fin contra los ingleses hasta sucumbir.

    L. Beltrán Acosta es autor de una de las mejores investigaciones sobre las formas de resistencia de los pueblos americanos a la invasión española mostrando cómo aprendieron a avanzar desde la guerra de guerrillas defensiva a la guerra general de los pueblos indígenas:

    «Los esquemas operativos variaban, según la calidad de las fuerzas enemigas enfrentadas y la tipografía de la región. Pero la disciplina y distribución de los efectivos se realizaba de acuerdo a la especialización técnica-militar. La Junta Superior o Estado Mayor de Caciques o Jefes, dirigían la guerra. En vista de que el ejército estaba constituido por soldados de diferentes comunidades, los mandos se repartían de acuerdo al rango o veteranidad alcanzada por los caciques o jefes locales dentro de la disciplina general del ejército. Al liberarse el territorio de la presencia invasora, transitoriamente, el ejército se descentralizaba, pasando sus efectivos a desarrollar su vida en comunidad. Pero manteniendo siempre, unidades militares operando y un sistema comunicacional de enlace entre pueblos y comunidades de toda la región» Luís Beltrán Acosta: La Verdadera Resistencia Indígena Contra la Corona Española, Edic. Akurima, Caracas 2009, pp. 197-198..

    Los datos ofrecidos por este investigador muestran que los pueblos indios desarrollaron un arte de la guerra bastante efectivo, al menos hasta que los invasores no poseyeron una ventaja militar cualitativa y cuantitativa aplastante. Ésta y no otra fue la causa de la derrota del pueblo araucano. Sólo cuando se multiplicó la población blanca y, en especial, cuando ésta dispuso de «las armas de ánima rayada, los navíos de casco metálico y grandes carros de llanta de acero», sólo entonces los araucanos empezaron a perder su celosa independencia AA.VV.: «Conquista de América», en Historia Universal, Salvat, Madrid 2004, tomo 14, pp. 239-242.. Y otro tanto sucedió en África, en donde los pueblos resistieron muy eficazmente hasta finales del siglo XIX con la irrupción de la ametralladora y el desarrollo de la química por parte de los invasores europeos.

    Este repaso sucinto sobre los logros militares de pueblos tan diferentes al europeo nos ha servido para comprender mejor las razones de la victoria histórica, hasta ahora, del colonialismo capitalista, victoria basada en la conjunción del arte del exterminio terrorista inventado por los griegos unido al crecimiento de la economía mercantil, con el posterior desarrollo del capitalismo comercial a partir de los siglos XVI-XVII. Semejante desarrollo económico-militar se muestra en las identidades y diferencias entre la forma-falange y la forma-legión, que no podemos exponer ahora en detalle. De alguna forma, los espartanos habían intentado superar esas diferencias con su impresionante movilidad táctica y de orden de combate, pero fueron desbordados por la forma-legión desarrollada por Roma.

    Salvando ahora todas las diferencias secundarias y superficiales entre la forma-legión y la forma-falange, diferencias que en alguna forma los espartanos ya habían intentado resolver con su enorme capacidad de maniobra táctica, lo decisivo para lo que ahora nos interesa es que las culturas no formadas alrededor del valor de cambio y del dictado de la mercancía fueron incapaces de encontrar en poco tiempo un antídoto a la forma de guerra basada en la disciplina militar que en última instancia se remite a la disciplina de acción frente al azar incontrolable del mercado. Había un abismo de civilizaciones que no podía ser superado por el heroísmo del guerrero individual por mucho que hubiera logrado desarrollar niveles de disciplina y orden desconocidos por otros pueblos por él sometidos. De hecho, los pueblos que tuvieron la desgracia de sufrir el ataque de Occidente, es decir, de la economía mercantil, carecían de respuestas materiales y morales contra la forma de guerra occidental que, salvando las distancias, había recuperado el espíritu de la falange griega y de la legión romana con el nuevo espíritu de la bayoneta: «La eficacia de la bayoneta residía en la disciplina. La visión de una formación cerrada erizada de bayonetas resultaba terrible para los guerreros africanos y asiáticos, más acostumbrados a buscar el combate individual e incluso a no matar a su oponente, sino a esclavizarlo o utilizarlo como rehén» Antonio Martínez Teixidó (direc.): Enciclopedia del Arte de la Guerra, Planeta, Barcelona 2001, p. 250..

    Y de la misma manera en que Alejandro Magno había superado a los griegos, los romanos superaron a los dos, pero conservando el mismo modelo. Kagan explica con estas palabras la superioridad de Roma sobre las sociedades de cultura helenística, en los temas que ahora tratamos: «Los romanos tenían todavía menos dudas sobre la conveniencia del poder y de la naturalidad de la guerra que los griegos. Su cultura veneraba las virtudes militares, un mundo de campesinos, que estaban acostumbrados al trabajo duro, las privaciones y la subordinación a la autoridad. Era una sociedad que valoraba el poder, la gloria y la responsabilidad del liderazgo, incluso de la dominación, sin que eso les causara vergüenza. El esfuerzo que se necesitaba para preservar todo esto podía darse por sentado; estaba en la naturaleza de las cosas y era parte de la condición humana» Donald Kagan: Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz, Turner FCE, Madrid 2003, p. 496.. Hay que decir que la astucia pérfida y multifacética de los grecomacedonios no fue superada en lo esencial por la pérfida astucia romana, sino que, dentro del mismo patrón, los romanos superaron con creces el terrorismo y el terror calculado de sus maestros. Además, con respecto al control y vigilancia en los extensos y casi inabarcables territorios extranjeros conquistados, los romanos aprendieron rápidamente que no servía de mucho desarmar totalmente a la población invadida excepto durante los primeros tiempos de la ocupación. Luego, dependiendo de las circunstancias, Roma permitía que las clases ricas de los pueblos ocupados poseyeran grupos armados encargados de la vigilancia inmediata de sus propios territorios y de las primeras represiones, a la espera de que, si los compatriotas aumentaban su resistencia a la explotación, intervinieran las legiones romanas Ste. Croix: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, op. cit., p. 311..

    Conquista y esclavismo

    Ahora bien, una vez que Roma conquistaba un territorio, los pueblos que lo habitaban no tenían más remedio que aceptar la ocupación por dura que fuera o morir matando, porque «los romanos jamás abandonaban los territorios en los que ponían los pies» Víctor Berreiro Rubín: La Guerra en el Mundo Antiguo, Edit. Almena, Madrid 2004, p. 195.. Recordemos a Virgilio: «Tenéis el deber de gobernar a las naciones con talante imperial… de imponer la paz, perdonar a los humildes y someter a los soberbios» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 10.. Según esto, los humildes son los que aceptan el «talante imperial» de la paz impuesta por el imperialismo y los soberbios son los que se resisten a la paz. ¿No apreciamos una directa conexión entre estas palabras y el discurso del imperialismo actual, sobre todo del yanqui, conexión establecida mediante la ideología cristiana de la virtud de la humildad y del pecado de la soberbia? Más adelante dedicaremos un capítulo a la crítica de la sociología y de otras «ciencias sociales» como la antropología, del eurocentrismo en general, como expresiones del complejo político-ideológico de legitimación del terrorismo en su forma actual, la capitalista, pero a la vez como forma histórico-genética del terrorismo genético-estructural aparecido con la propiedad privada de las fuerzas productivas y funcional a ésta.

    Roma, o cualquier otra potencia en aquella época, conquistaba un territorio por múltiples y variadas razones que, según F. Gracia, podemos dividirlas en dos grandes bloques. Uno, destruir o debilitar seriamente a un poder enemigo mediante los siguientes efectos: destruir su independencia política, destruir sus ciudades, destruir sus recursos económicos y destruir su sistema demográfico. Y otro, conseguir ganancias como la exigencia de rehenes y la esclavización de los vencidos, exigir contribuciones y tributos, y exigir tropas para las guerras iniciadas por la potencia vencedora en otros territorios Francisco Gracia Alonso: La guerra en la Protohistoria, Ariel, Barcelona 2003, pp. 135-162.. Fernández Bulté explica que la expansión romana se vuelve cruel precisamente para saquear lo más posible. Analiza la extrema crueldad romana en Macedonia: «El país fue dividido en cuatro repúblicas independientes, totalmente aisladas, y por primera vez sale de Roma una medida tan severa como la prohibición de relaciones entre los habitantes de esas cuatro regiones o repúblicas: la prohibición de que se concertaran matrimonios entre ellos y pudieran comerciar recíprocamente. Al frente de cada una de estas repúblicas se coloca, artificialmente, una aristocracia reaccionaria, francamente filorromana. Más interesante aún, se establece la prohibición de que los macedonios extrajeran minerales de oro y plata, exportaran maderas para construcciones e importaran sal; su población fue desarmada y los sistemas de defensa desarticulados». No nos extendemos en transcribir las cifras de decenas de miles de personas esclavizadas en Macedonia, Grecia, etcétera, y vendidas en Roma, así como el hecho de que fue tan inmenso el botín saqueado de Épiro que Roma pudo exonerar de impuestos a su población durante varios años Julio Fernández Bulté: Historia de las ideas políticas y jurídicas (Roma), Edit. Pueblo y Educación, La Habana 1984, p. 67..

    En su cenit Roma aplicaba una política de triple intervencionismo estatal: prohibía la exportación de productos entonces estratégicos como hierro, armas, vino, aceites y cereales; imponía gravámenes aduaneros a muchos productos de otras zonas; y «el Senado no vaciló en decretar que determinadas ciudades modificasen sus tarifas en favor de los ciudadanos romanos», lo que hizo que «las excepciones de todas clases» que el Senado concedió a los comerciantes romanos les permitieron acaparar prácticamente todo el comercio. Las decisiones del Senado se tomaban tras serios debates de informes internos y de los realizados por comerciantes que se arriesgaban a visitar pueblos todavía libres, independientes, analizando sus posibilidades económicas. Muchos eran tomados por lo que eran, espías, y ejecutados, pero otros retornaban a Roma donde informaban de los resultados de sus expediciones. Luego, inmediatamente detrás de las legiones, volvían a esos países cuando ya habían sido invadidos tras masacres terribles, por ejemplo en Delos, en Ponto, en la Galia, etcétera. Ya ocupados, los comerciantes y las legiones imponían las condiciones de Roma Mauro Olmeda: El desarrollo de la sociedad, Edit. Ayuso, Madrid 1973, tomo III, p. 350. que debían ser satisfechas sin excusa alguna en los plazos estipulados.

    Simultáneamente, los comerciantes imponían leyes que les beneficiaban netamente como clase y que discriminaban negativamente a los romanos libres pero pobres, como las que se impusieron en el -123 en aspectos muy importantes como el procesamiento en juicios y derechos de monopolio económico Juan Francisco Rodríguez Neila: Economía y sociedad durante la época republicana, en GHU, op. cit., tomo 9, p. 195.. Como se aprecia, llevar estos objetivos a su expresión máxima requería si no el exterminio de toda resistencia, sí la aplicación de un terror controlado y de una violencia preventiva tan ejemplarizante que, al menos, una parte de la población atacada desistiera de toda resistencia, aunque, como veremos, Roma buscaba muchas veces el colaboracionismo de las clases dominantes, de las castas ricas y de los grandes clanes y familias dirigentes, así como de los sacerdotes y druidas.

    Semejante terror calculado no respondía a un humanismo altruista sino a un frío cálculo de rentabilidad y productividad última por cada unidad económica invertida en la campaña invasora. Pero, lo decisivo era la mentalidad imperialista y terrorista de Roma, tan terrorista que V. Davis Hanson habla de «los ciudadanos como asesinos», y tras explicar que, a veces, los adversarios a los que se enfrentaron estos «ciudadanos asesinos» romanos eran más aguerridos que ellos y que en muchas ocasiones luchaban por mejor causa que los romanos que «invadían su país, esclavizaban sin piedad a su gente, mataban mujeres y niños y rapiñaban sus riquezas» Victor Davis Hanson: Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental, op. cit., p. 155., pese a suceder esto, al final se imponía la superioridad estratégica de los «ciudadanos asesinos» aunque carecieran de la razón histórica y ético-moral.

    La vida de Julio César nos ofrece aterradores ejemplos de la astucia feroz romana en la aplicación del terror calculado. G. Walter ha sacado al descubierto su habilidad para dosificar el terror físico con el terror moral, para anunciar mediante incendios masivos que se vieran a distancia que sus legiones avanzaban destruyéndolo todo a su paso, de modo que los pueblos galos que se le resistiesen serían aplastados sin piedad, derrota seguida luego por una «caza del hombre larga y laboriosa». Aun así, sigue explicando G. Walter, continuaban las luchas de muchos pueblos galos que no se arredraban por la suerte sufrida por los otros pueblos hermanos aplastados por el terrorismo romano. Éste es el caso de los eburones, que no se dejaron impresionar por la derrota de los belovacos y continuaron con su lucha «violenta, tenaz, implacable; los hombres abandonaban las ciudades, desertaban los campos, se agrupaban en cuerpos francos y libraban contra los romanos una guerra de guerrillas». César, impotente, decidió destruir todo, hacer del país insurrecto un desierto, exterminar hombres, casas, ganado, de modo que cundiera el terror y el pánico en un sector del pueblo, logrando así que dejase de apoyar a su ejército guerrillero dirigido por Ambiórige que se movía como «un guerrero fantasma, huidizo» apoyado por la «complicidad unánime de su pueblo». Desechando otras sublevaciones galas simultáneas, Julio César decidió volverse contra los eburones, cuyo país fue «invadido de nuevo, saqueado, masacrado, incendiado, reinando la desolación por todas partes» Gérard Walter: César, Edit. Ciencias Sociales, La Habana, Cuba 2001, pp. 284-289..

    Pero nuestro estudio del terrorismo esclavista sería parcial si no tocamos otros dos problemas importantes. Uno de ellos es el de la extensión del terror sexual más allá de la opresión de las mujeres para extenderse al de la opresión de la homosexualidad. A la cultura grecorromana se le debe aplicar las palabras de M. Harris: «Desde los puntos de vista histórico y etnográfico, la forma más frecuente de relación homosexual institucionalizada se da entre hombres instruidos no para ser peluqueros ni decoradores, sino guerreros», y tras esta afirmación dice que «los soldados griegos solían salir para el combate acompañados por jóvenes muchachos que les prestaban servicios como parejas sexuales y compañeros de cama a cambio de instrucción en las artes marciales. Tebas, antigua ciudad-Estado al norte de Atenas, disponía de una tropa de elite denominada el Batallón Sagrado, cuya reputación de valor invencible reposaba en la unión y devoción mutua de sus parejas de guerreros». Y sentencia: «Los antropólogos han encontrado formas parecidas de homosexualidad militar en muchas partes del mundo» Marvin Harris: Nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid 2004, p. 222.. Los historiadores no han tenido más remedio que reconocer la homosexualidad institucionalizada en la Grecia clásica en lo referente a los grandes sabios y, a regañadientes, en Alejandro Magno, pero esta afirmación de M. Harris, saca al descubierto, además de otras cuestiones en las que no podemos extendernos, también algo importante para el tema de nuestra investigación como es la relación entre la misoginia machista, el mito de la virginidad de la mujer santa y la homosexualidad militar en la formación de las identidades colectivas, étnicas, nacionales, etcétera, en toda sociedad basada de algún modo en la explotación humana.

    Para concluir estas reflexiones imprescindibles conviene volver a M. Harris sabiendo que cuando habla de Grecia también lo hace de Roma, aunque no la cite, y de una larga tradición cultural que pervive: «Lo mismo que en China, Bizancio y la Persia medieval, en Grecia la homosexualidad se concentraba principalmente en la expropiación de los cuerpos de individuos de rango inferior, es decir, esclavos y plebeyos de ambos sexos, por parte de las poderosas y androcéntricas clases gobernantes de los imperios antiguos. Los varones aristocráticos podían entregarse a cualquier forma de entretenimiento hedonista con que se encaprichara su mudable imaginación. Así, cuando estaban hartos de esposas, concubinas y esclavas, probaban con muchachos como solución temporal y si alguien estimaba que estas debilidades merecían algún comentario, en todo caso se lo reservó para sí» Marvin Harris: Nuestra especie, op. cit., p. 225..

    En los ejércitos grecorromanos, con su mentalidad machista y sus códigos de honor, estas costumbres se veían como normales, planteadas incluso mediante un lenguaje que podríamos definir como «sugerente». Por ejemplo, Anón decía claramente que «el general debe ser viril en sus actitudes» AA.VV.: Técnicas bélicas en el mundo antiguo 3000 a. C-500 d. C, Edit. LIBSA, Madrid 2006, p. 153., mientras que Onasandro sostenía que «un general sabio dispone en las filas a hermanos con hermanos, amigos con amigos… el (soldado) luchará con arrojo por el hombre que tiene al lado» AA.VV.: Técnicas bélicas en el mundo antiguo 3000 a. C-500 d. C., op. cit., p. 72.. La célebre Legión Tebana, que derrotó a los espartanos, estaba compuesta por «amigos» que se sacrificaban cada uno por su pareja debido a sus relaciones amorosas y sentimentales.

    La expropiación de los cuerpos de personas de las clases explotadas era una demostración del poder de las clases dominantes cuyos miembros se identificaban a sí mismos como los dirigentes de la sociedad, mientras que los miembros violados eran pasivos, dominados, objetos para utilizar y abandonar. La actividad homosexual no era mal vista siempre que fuera dominante, pero era despreciada cuando era pasiva, receptora y sumisa. P. Viene afirma que el dicho «Yo te someto» o te paedico, irrumo era la injuria más popular entre los muchachos romanos: «La moral que se practicaba era obsesivamente viril» Paul Viene: «Familia y amor durante el alto Imperio Romano», en Amor, familia, sexualidad, AA.VV., Argot, Barcelona 1984, pp. 15-57.. Además de las prácticas homosexuales en los ejércitos y otras instituciones estrictamente masculinas, y entrando en otra problemática más compleja pero muy significativa, ocurría y ocurre que la violación de las mujeres de los pueblos invadidos, o de las mujeres de las clases trabajadoras, campesinas u obreras, tenía y tiene además de su contenido machista también un contenido homosexual latente o descarado por parte del violador con respecto al hombre propietario de la mujer violada.

    Un contenido, una carga, que pretende simbolizar también o sólo la violación simbólica del hombre mediante la violación real, material, de la mujer. En muchas torturas se amenaza con violar físicamente al detenido, o se le viola de hecho con un palo u otro objeto, o directamente por el o los torturadores según sean los casos. Éstas y otras vejaciones tienen un contenido explícito de violación simbólica del pueblo ocupado, o de la clase trabajadora, que es reducido bien al estatus inferior de mujer violable o bien al estatus inferior de pueblo afeminado violado.

    E. Ciccotti ha estudiado en profundidad el «sistema atroz» del esclavismo europeo, de la servidumbre esclava, y sostiene que «las tradiciones más antiguas ya nos dicen que los siervos eran casi considerados como un peligro permanente, prontos a servir de instrumento en manos de ambiciosos y rebeldes y dispuestos a auxiliar al enemigo en caso de asalto. Y cuando más aumentaban en número y se reunían en grandes masas, el espíritu de rebeldía y el propósito de emancipación se excitaban y crecían» Ettore Ciccotti: La esclavitud en Grecia, Roma y el Mundo cristiano, Edit. Reeditar Libros, Barcelona 2006, p. 190.. Tras repasar algunas de las conspiraciones, revueltas y guerras serviles, aporta algunas cifras sobre la represión de los esclavistas romanos: «En -133 fueron decapitados en Roma ciento cincuenta esclavos, cuatrocientos cincuenta en Minturnio y cuatro mil en Sinuesio; y en aquella misma época estallaban revueltas de importancia en Delo, en las minas de Ática y en el reino de Pérgamo. Más tarde tenían lugar otras en Nuceria Capua y en el Brucio, y debió causar gran sensación ver a la cabeza de los esclavos a Vecio, caballero romano, contra el cual tuvo que salir un cónsul con una legión. Las conjuras y rebeliones tomaban grandes proporciones, como lo demuestran las guerras serviles de Sicilia y la de los gladiadores en Italia» Ettore Ciccotti: La esclavitud en Grecia, Roma y el Mundo cristiano, op. cit., p. 191..

    El autor establece dos niveles de resistencia de las masas esclavas, una es la abierta, violenta y militar, la de las grandes rebeliones, y otra es la resistencia lenta, pasiva, inercial y permanente, con engaños y mentiras al amo, que si era descubierta y vencida no tardaba en expresarse incluso con formas más tensas. Contra esta resistencia invisible pero real, los esclavistas introducen la delación, la traición y el chivatazo Ettore Ciccotti: La esclavitud en Grecia, Roma y el Mundo cristiano, op. cit., pp. 193-194., además de otros sistemas que serán retomados por los esclavistas burgueses como veremos en su momento. Más aún, reducidos a simple «instrumento ciego en manos de un amo malo, caprichoso y disoluto» los esclavos terminan haciendo de la mentira un arte y una necesidad, una necesidad artística para eludir la represión, la tortura y la muerte: «Era un heroísmo vuelto del revés; la extrema degradación que lindaba con la extrema dignidad; el extremo servilismo que reivindicaba la libertad; la más baja abyección que humillaba al despotismo. Una divergente adaptación había reemplazado, andando el tiempo, a Enno, Atenion y Espartaco, con aquella otra forma de rebeldía cuya acción era más lenta, pero más segura» Ettore Ciccotti: La esclavitud en Grecia, Roma y el Mundo cristiano, op. cit., pp. 195-197.. El esclavismo desarrolló un sistema represivo basado en tres niveles: uno, la libertad casi absoluta del amo para hacer lo que quisiera con sus esclavos; otro, consistente en que «en tiempo normal, las medidas policíacas aplicadas con mano dura conseguían mantener a raya una agitación siempre latente: de ellas se encargaban las autoridades locales apoyadas por los magistrados si era necesario» A. Aymard y J. Auboyer: Roma y su Imperio, Destino Libro, Barcelona 1980, tomo 1, p. 252.; y, el tercero y definitivo, la masacre militar. En los tres, el terror jugaba un papel decisivo. Nos hacemos una idea del trato dado a los esclavos leyendo a J. P. Forner sobre la tortura, al decir que se consideraba al esclavo persona «vilísima y despreciable» Juan Pablo Forner: Discurso sobre la tortura, Crítica, Barcelona 1990, p. 155. a la que sólo se le otorgaba alguna credibilidad tras haber sido sometida a toda serie de tormentos.

    El otro aspecto que no podemos dejar de investigar es el del terrorismo contra las sublevaciones esclavas y contra las luchas de los pueblos que se enfrentaron a Roma. Antes de seguir, debemos saber que los romanos, los griegos y todos los esclavistas, eran muy conscientes de las ventajas de orden político que obtenían con la esclavitud, aunque también supieran que debían dedicar grandes recursos al control, vigilancia y represión de las masas esclavizadas. K. Hopkins, en un estudio que se extiende también a Atenas, sostiene al respecto que «la esclavitud permitió a los ricos gozar de los frutos de la conquista mediante la explotación de los extranjeros en lugar de los connacionales, con lo que ahorraban una quiebra grande en la cultura política» Keith Hopkins: Conquistadores y esclavos, Península, Barcelona 1981, p. 144.. Los romanos ricos, como los atenienses ricos, buscaron no romper la cohesión colectiva aumentando la explotación de los romanos pobres –y de los atenienses pobres– mientras que pudieron basar sus ganancias en la esclavitud. De este modo, las masas libres explotadas por su clase dominante no mostraban una mayor resistencia al no superar la explotación grados insoportables, grados que sí recaían sobre los esclavos. Sin embargo, ello no demuestra la inexistencia de una expresión propia del sentimiento de las masas libres explotadas, sentimiento identitario diferente al de las clases dominantes pero perteneciente también a la superior identidad romana.

    Además de esto, los esclavistas eran muy conscientes de la importancia de conocer el lugar de origen de los esclavos para prever posibles resistencias, revueltas y sublevaciones. En el mercado de esclavos estaba estipulado por ley que «el vendedor manifestase la nación a la que pertenecía el esclavo, pues este conocimiento daba un indicio de su carácter e influía en la decisión del comprador. Creíase que los dálmatas eran feroces; los cretenses embusteros; los misios, sirios, bitinios y capadocios robustos […] A pesar de todas las precauciones de la ley, el vendedor la eludía a veces astutamente» Jose Antonio Saco: Historia de la esclavitud, Biblioteca Júcar, Madrid 1974, p. 63.. La precaución de los compradores de esclavos no era infundada y aunque muchas de las características atribuidas a los diversos pueblos tenían mucho de tópicos y creencias sin bases, no era menos cierto que la experiencia había enseñado a los dueños de esclavos que debía existir alguna relación entre el «origen nacional» de los esclavos y sus formas de reaccionar, aceptar la injusticia, padecer los castigos, etcétera. Lo cierto es que, al margen de lo acertado que estuvieran los amos, la primera rebelión seria de la que se tiene constancia histórica no se produjo en Roma, sino en Sicilia en -396 a raíz de la derrota de los cartagineses y de los acontecimientos posteriores, surgiendo una poderosa sublevación que, según fuentes de la época, llegaron a 200.000 esclavos. Poco más tarde, en el -356 otra sublevación esclava se organizó en forma de «confederación» en Lucania, formando un ejército de «excelentes combatientes» que se autodenominó «brucios» o «esclavos fugitivos» J. M. Blázquez: «Problemas económicos y sociales de los siglos V y IV a. C. en Diodoro de Sicilia», en Clases y conflictos sociales en la Historia, Cátedra, Madrid 1977, p. 35.. La primera sublevación contra el esclavismo romano se produjo en -187 en Apulia y fue reprimida con 7.000 esclavos crucificados. La segunda rebelión importante estalló entre -134 y -132 en Sicilia bajo las órdenes del macedonio Cleón y el sirio Enno, que movilizaron un ejército de hasta 70.000 esclavos durante dos años de implacable guerra. Solamente con la muerte de ambos dirigentes pudo Roma vencer a los sobrevivientes agotados por el hambre, que pagaron su osadía con 20.000 crucificados Max Beer: Historia general del socialismo y de la lucha de clases, Siglo Veinte, Buenos Aires 1973, p. 54-55..

    La tercera rebelión estalló también en Sicilia entre -104 y -101. ¿Por qué de nuevo en Sicilia? Por que era una isla en la que los grandes latifundios cerealísticos habían concentrado grandes masas de esclavos que malvivían hacinados en condiciones muy duras, un trato «tremendamente cruel». Además, al ser una isla dificultaba la rápida llegada de legiones romanas, pese a su proverbial rapidez de movimiento y el pequeño trozo de agua que le separa de Italia. Lo cierto es que otra vez fue un líder sirio, Salvio y, ahora, otro cilicio, Athenión, los que dirigieron a los esclavos. Pero lo significativo y lo que preocupó más a Roma fue que en esta rebelión participaron «numerosos elementos del campesinado» libre. Además, coincidió con otras rebeliones simultáneas en las minas áticas de Laurión y en el reino del Bósforo Mauricio Pastor: La crisis social de la República romana: II. Mario y Sila (121-79 a. de C.), GHU CIL, Madrid 1986, p. 128.. Aunque se desconoce si hubo alguna conexión entre estas luchas, y lo más probable es que no existiera ninguna, lo cierto es que, por un lado, muchos campesinos se unieron a los esclavos y, por otro, que estallaron varias a la vez, una de ellas localizada en un contexto netamente diferenciado en lo étnico-nacional de la época como era la zona del Bósforo, todo esto muestra el dramático empeoramiento de las condiciones sociales, de la explotación esclava y etno-nacional.

    La cuarta y más importante de todas las rebeliones se inició en -73 cuando un grupo de 200 esclavos gladiadores organizaron una sublevación en Capua, pero fueron descubiertos y sólo lograron escaparse setenta dirigidos por Espartaco, tracio oriundo de una horda nómada. Inmediatamente empezaron a sumarse esclavos de todas partes y naciones, pero también campesinos pobres, mendigos, artesanos arruinados y hasta soldados licenciados y sin trabajo. Las informaciones sobre la odisea de las decenas de miles de esclavos es bastante conocida debido a los historiadores romanos, pero existen dos grandes tesis sobre los proyectos de Espartaco y de buena parte de los rebeldes. Una es la tesis que sostiene que «no pretendió subvertir la situación social existente, pues ello no era posible en la época; aspiraba a huir de Italia con sus hombres para volver a la vida de libertad que llevaban en sus países de origen» AA.VV.: «Roma», en Historia Universal, Salvat, Madrid 2004, tomo 6, pp. 194-195., y que «nunca se puso en entredicho la legitimidad de la esclavitud, en tanto que institución social. Los compañeros de Espartaco y él mismo soñaban en primer lugar con regresar a sus países de origen y para eso agruparon a su alrededor a todos los descontentos. Pero apenas se observa el rastro de una ideología precisa» Claude Mossé: «Los orígenes del socialismo en la antigüedad», en Historia General del Socialismo, Edic. Destino, Barcelona 1976, tomo I, pp. 80-81.. A favor de esta tesis está la inmensa mayoría de las revueltas sociales, en general, que se dieron en los modos de producción tributario y esclavista, en las que resultaba imposible elaborar un programa reivindicativo que superara los límites de la utopía.

    Otra tesis sostiene, sin embargo, que: «Según ciertos indicios, parece que Espartaco había abrigado el plan de fundar en la Baja Italia un Estado organizado con arreglo al modelo de la Esparta de Licurgo. Suprimió el uso del oro y de la plata, dictó precios moderados para todos los artículos de consumición, implantó el género de vida sencilla de los espartanos, agrupó en una vasta asociación a los fugitivos de diferentes países, que vivían bajo su protección y les enseñó el arte militar» Max Beer: Historia general del socialismo y de la lucha de clases, Edic. Siglo Veinte, Buenos Aires 1973, p. 59.. Esta tesis está avalada por el prestigio de Esparta como sociedad esclavista igualitaria para las personas libres y de Licurgo, al igual que Solón y otros, como un reformador en beneficio de los pobres; además, eran frecuentes las críticas al oro y a la plata como causantes directos del empobrecimiento. Lo cierto es que chocaban dos poderes antagónicos, aunque uno de ellos, los esclavos sublevados, no tuvieran una concepción acabada ni unitaria de su proyecto.

    Sin embargo, los esclavos tenían dos desventajas insuperables y desastrosas al final: fueron incapaces de elaborar un plan estratégico que guiara su deambular frecuentemente errático por Italia y fueron incapaces de encontrar una unidad «internacionalista» entre ellos mismos por encima de los diversos intereses etno-nacionales de galos, germanos, sirios, macedonios y de otros pueblos. Pese a esto, su efectividad militar era tanta que el ejército romano instauró el atroz castigo de diezmar a las unidades que habían mostrado cobardía frente a los esclavos: tras la batalla uno de cada diez supervivientes era ejecutado delante del resto Angel Montenegro: La lucha por el poder personal: el principado de Pompeyo (79-60 a. de C.), en GHU, op. cit., tomo 9, pp. 148-149.. Al final fueron vencidos, en marzo de -71, por la superior planificación romana dejando una estela de miles de crucificados y sin que apareciera el cadáver de Espartaco. Fue una «extraordinaria y trágica epopeya, horriblemente sangrienta y brutal, puntuada por episodios en los que las acciones llenas de bajeza se codeaban con los actos más heroicos», en la que Roma tuvo que movilizar todos sus recursos militares, aplicando una estrategia de «despiadado terror» A. Aymard y J. Auboyer: Roma y su Imperio, Edic. Destino, Barcelona 1980, tomo 1, pp. 253-254.. Desde entonces su memoria y la epopeya de los esclavos sublevados ha permanecido como algo más que un recuerdo histórico, sobre todo como un ejemplo ético-moral y sociopolítico válido para todos los modos de producción basados en la explotación humana, tal es el secreto de la admiración y reivindicación que Marx tenía hacia Espartaco Jean Elleinstein: Marx, su vida, su obra, Argos Vergara, Barcelona 1985, p. 285..

    Pero las luchas de los esclavos no se redujeron sólo, por un lado, a la resistencia pasiva, al sabotaje encubierto, a la ejecución individual del amo por algún esclavo o incluso por una pequeña confabulación de varios de ellos, y, por otro, a las sublevaciones masivas vistas y a otras de menor importancia que debieron producirse con más insistencia que la admitida por los historiadores griegos y romanos. También hubo casos de fugas más o menos considerables de esclavos que volvían a su país huyendo de la explotación que sufrían.

    Un caso excepcional por sus directas conexiones con una nítida «conciencia étnica» en proceso de avance a la conciencia nacional-esclavista de pueblo oprimido, es el de la fuga de «no pocos de los cántabros que servían como esclavos en la Galia, tras asesinar a sus dueños» para sumarse a la resistencia antirromana. Éstos habían sido apresados tras la invasión del norte de la Península Ibérica en el -25, por un ejército de 70.000 soldados y una fuerte escuadra. La invasión se hizo con meticulosidad romana, pues ya antes, desde el -38 habían empezado la ocupación de Aquitania y otros territorios, en -29 habían realizado el primer ataque a zonas limítrofes de Cantabria y Asturias. Sobre estas bases, en -25 Roma lanzó la ofensiva final que chocó con una «resistencia feroz» que sólo fue vencida, en un principio, deportando a poblados enteros a las zonas llanas para asfixiar la lucha guerrillera y llevando a muchos como esclavos a las Galias. Son éstos los que, tras ejecutar a sus amos, volvieron a su país para sumarse a las luchas que siguieron en las montañas. En -19 Agrippa lanzó el último ataque practicando «un auténtico genocidio frente a la desesperada resistencia cántabra» Angel Montenegro: Augusto y su tiempo (44 a. de C.-14 d. de C.), op. cit., tomo 9, p. 224.. En el fondo, la razón del ataque romano no fue otra que la de explotar las minas y los recursos de la tierra en la que «la insumisión y la libertad de movimiento de los pueblos en la zona hacía difícil un aprovechamiento adecuado de estos yacimientos» AA.VV.: «Las guerras cántabras», Historia 16, Madrid 1985, nº 58, p. 19..

    Sin embargo, una vez más la «conciencia étnica» de los pueblos cántabros y astures, como la de todos los pueblos ya en esta época, estaba minada por las contradicciones sociales internas y, en especial, por el poder alienador de la economía dineraria que ya estaba disolviendo la unidad colectiva anterior a la irrupción del dinero. Como hemos visto antes, al analizar las resistencias de los íberos y celtas a las invasiones cartaginesas y romanas de la Península Ibérica, se rompieron las alianzas defensivas de las confederaciones tribales por una serie de factores de poder, de miedo, o por efecto de las ofertas de dinero, privilegios o tierras hechas por el invasor a los jefes tribales, etcétera. En las guerras cántabras se dio el caso de la traición del jefe tribal Corocota: «jefe cántabro que lideró una de las últimas resistencias a la conquista romana. Ante su contumaz rebeldía, Augusto había ofrecido una recompensa de 250.000 sestercios a quien trajese su cabeza. Pues bien, el valeroso guerrero, al conocer la recompensa que daban por él, y sin importarle un pimiento la causa de la libertad y la sangre vertida por sus hombres, o el verse acusado de cobardía, se presentó ante los romanos y reclamó tal cantidad como precio a su rendición y sumisión, lo que Augusto pagó con gusto. Puede suponerse que la práctica del soborno a cambio de la rendición de los jefes, conocida en este caso, fue una práctica muy común entre los conquistadores, pues les ahorraba vidas, esfuerzos, tiempo y gastos, a la larga, mucho más considerables» Juan Carlos Losada: Los mitos militares en España, Biblioteca Nueva, Madrid 2005, pp. 35-36..

    Terror y colaboracionismo

    Sobre estos cimientos y durante varios siglos, Roma invadió pueblos, controló y reprimió las sublevaciones y guerras etno-nacionales de resistencia al expolio, utilizando además de la espantosa brutalidad represiva, su superioridad económica aplastante lo que le permitía, en algunos casos, facilitar la integración de las clases o castas ricas de esos pueblos resistentes, dividiéndolos, pero, en otros casos, lo que buscaba era su total exterminio genocida. R. Auguet sostiene que la crueldad romana, además de no poder ser analizada desde la axiología actual sino contextualizándola en su época, en el papel central de la esclavitud Roland Auguet: Crueldad y civilización: los juegos romanos, Orbis, Madrid 1985, p. 167, sostiene también que no era gratuita ni caprichosa. La crueldad romana era parte de una concepción vital en la que el objetivo consistía en explotar durante el mayor tiempo posible a los pueblos que dominaba: «Trataban generalmente al vencido con una generosidad cuidadosamente calculada; así evitaban atizar un deseo de desquite más o menos latente y preservaban un territorio que para ellos se había convertido en un capital. El aniquilamiento, la matanza despiadada era para ellos el último recurso frente al adversario irreductible; tal fue el caso de Cartago, o de las hordas bretonas que fueron exterminadas en masa en los anfiteatros porque eran demasiado indómitas para ser aprovechadas como soldados, y demasiado salvajes para servir de esclavos: únicamente eran buenos como enemigo. El realismo y la prudencia imponían entonces el recurso a las violencias extremas» Roland Auguet: Crueldad y civilización: los juegos romanos, op. cit., p. 12..

    Frente a la gran mayoría de los pueblos, Roma tenía por lo general la ventaja de su superior centralización identitaria, cultural y estatal, que le permitía prolongados esfuerzos políticos, económicos y militares sin que azuzasen peligrosas tensiones internas. En síntesis, estas razones explican el devenir de las complejas, tensas y violentas relaciones greco-romanas, imprescindibles para entender la civilización occidental, hasta concluir en las sucesivas oleadas invasoras latinas, las resistencias desesperadas griegas y, por fin, el colaboracionismo de las clases dirigentes helenas con el ocupante ya que, como afirma de Ste. Croix, en su texto: «Roma se aseguró que Grecia se mantuviera “en calma” y amistad con ella cuando vio que las ciudades se hallaban controladas por la clase de los ricos, que para entonces habían abandonando toda idea de resistencia al gobierno de Roma y, de hecho, lo habían aceptado, al parecer, en su mayor parte del mejor grado imaginable, para sentirse seguros frente a los movimientos populares que pudieran surgir desde las bases» De Ste. Croix: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, op. cit., p. 403.. La colaboración de las clases ricas griegas con el ocupante romano explica, por un lado, las impresionantes sobreganancias obtenidas por el saqueo y la rapiña de Roma, parte de las cuales iban al bolsillo de los colaboracionistas, y, por otro lado, las dificultades de la resistencia griega.

    En Grecia, como en todas partes, los romanos aplicaron lo que se ha definido como la «romanización», que en palabras de A. Santosuosso quiere decir: «[Romanización] entendida como la asimilación de la cultura y de la cosmovisión política romana por parte de los pueblos conquistados. Los conquistados se volvían socios en la conducción del imperio. Se trataba de un proceso selectivo que se aplicaba directamente sobre los sectores altos de las sociedades sometidas pero afectaba a todas las clases, con beneficios para algunas y consecuencias negativas para otras […] La supremacía romana estaba basada en la combinación magistral de violencia y persuasión psicológica –los castigos más duros para aquellos que la desafiaban, la percepción de que su poder no conocía límites, y los premios reservados sólo para aquellos que se conformaban» Citado por Leo Panitch y Sam Gindin (edit) en «Capitalismo global e imperialismo norteamericano», en El nuevo desafío imperial, Clacso, Argentina 2005, p. 20.. El que estas palabras las hayamos extraído de un texto que analiza el imperialismo capitalista a comienzos del siglo XXI, indica que los autores de este texto ven, como nosotros, una continuidad interna en los objetivos y métodos entre el imperialismo romano y el capitalista, aunque se trate de dos modos de producción diferentes. Lo que les une es la lógica subyacente de la economía dineraria y mercantil precapitalista y la necesidad consiguiente del uso del terrorismo en los momentos en los que ha fallado el colaboracionismo comprado con «los premios reservados sólo para aquellos que se conformaban».

    V. Barreiro nos cuenta que «para Roma varios años sin guerra podían generar graves desórdenes sociales al privar a campesinos y gente humilde de la salida militar a su pobreza» Víctor Barreiro Rubín: La Guerra en el Mundo Antiguo, Almena, Madrid 2004. p. 147 y ss.. Este autor nos explica cómo la política romana de «saqueo sistemático» facilitaba la entrada de masas de esclavos en los mercados, cómo los esclavos viejos, enfermos e improductivos se convirtieron en un estorbo tan grande que Catón propuso que se eliminaran los cuidados que recibían para dejarlos morir cuanto antes, ya que era más barato y productivo reemplazarlos por nuevos esclavos. Más adelante nos explica cómo la política exterior también estaba regida por el mismo criterio básico consistente en dosificar el terror en todas sus formas, estableciendo diversos niveles de sumisión de los pueblos vencidos militar o económicamente, desde los aliados, hasta los súbditos pasando por las colonias. Unos, los aliados, tenían algunos derechos pero muchas obligaciones, especialmente la de mantener tropas que tenían que luchar por Roma, además de pagar tributos, etcétera; pero otros, los súbditos, por ejemplo, no tenían más que obligaciones y deberes, no pudiendo disponer de armas ni tropas, aceptando su absoluta indefensión. Roma buscaba asegurarse el colaboracionismo de las clases ricas de los pueblos vencidos «para poder apoyarse en ellas en caso de necesidad», pero en el momento crítico en el que su poder explotador se ponía en riesgo ascendía en los niveles de la pedagogía del miedo, provocando el «temor a las represalias, que generalmente consistían en el exterminio puro y simple de los rebeldes» Víctor Barreiro Rubín: La Guerra en el Mundo Antiguo, op. cit., p. 151..

    Otro historiador ha escrito: «En Grecia estallaron conflictos esclavistas del -134 al -133 y en los últimos años del siglo -II, pero no significaron una amenaza para el statu quo vigente. En su guerra contra Roma, Mitrídates VI Eupator se presentó como el libertador de Asia, imprimiendo a su lucha un fuerte carácter social de liberación frente al yugo romano. El rey del Ponto concedió la libertad a la mayor parte de los esclavos, pero cualquier intento de levantar a las masas frente al invasor romano fue en vano: los ejércitos de Roma, victoriosos, aplastaron toda expectativa y aseguraron la defensa de sus intereses en Grecia y en Asia Menor. A pesar de los desastres de la guerra mitridática, surgió en las ciudades de tradición griega en Asia Menor una oligarquía de griegos ricos que habían sido fieles a los planes de Roma y que en poco tiempo consiguieron aumentar sus riquezas e influencia» José Blázquez Martínez: Vida económica y social, en «Grecia Helenística», Historia de la Humanidad, Arlanza Ediciones, Madrid 2000, tomo 9, pp. 68-69.. Todo indica, según lo visto, que estamos ante una guerra de resistencia nacional y social al mismo tiempo, en la que las diferentes clases sociales se aliaron y se enfrentaron defendiendo sus intereses globales, que, en el caso de las masas trabajadores y esclavas, pasaba por defender su independencia nacional preburguesa. Por esas mismas fechas se produjo la tenaz resistencia colectiva del reino de Pérgamo en -132 y -130, con la ayuda directa e indirecta de otras zonas de casi todas las ciudades griegas de Asia Menor. Debido a una serie de acontecimientos concernientes a la suerte de la tiranía criminal del reino de Pérgamo, de clara opción filoromana, a la muerte del rey Atalo Roma exigió la sumisión de este pueblo. La masiva respuesta de las clases populares y de los esclavos, dirigida por Aristónico, ofreció una desesperada resistencia «anticolonial» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho, Universidad de La Habana, 1990, tomo 1, parte primera, pp. 238-243. de las clases trabajadoras y los esclavos que levantó grandes movimientos de solidaridad de otros pueblos de la zona.

    De entre las causas principales que precipitaron la caída del imperio romano de Occidente, hay que reseñar en especial, por un lado y fundamentalmente, la irrecuperable crisis económica, que siempre es objeto de un debate en el que no nos vamos a extender AA.VV.: «Roma», en Historia Universal, Salvat, Madrid 2004, tomo 6, pp. 495-512., y, por otro lado y muy relacionado con el anterior, los efectos socioeconómicos y políticos causados por las luchas desesperadas de los esclavos y, cada vez más, de las masas empobrecidas, con sus limitaciones estructurales Charles Parain: «Los caracteres específicos de la lucha de clases en la Antigüedad clásica», en El modo de producción esclavista, AA.VV., Akal, Madrid 1978, pp. 257-287.. A lo largo de esta decadencia acelerada, en la que la ciudad de Roma perdió su antiguo peso decisivo en todos los sentidos cediendo ante las fuerzas centrífugas incontenibles, ocurrió que muchos grandes propietarios de tierras no arriesgaron sus inmensas fortunas en la defensa del imperio, en la defensa de una lejana ciudad de Roma que apenas conocían, o en la que no habían estado nunca.

    Musset hace un repaso del comportamiento de los aproximadamente 3.000 miembros del ordo senatorius residentes en la Galia, mostrando no sólo cómo permanecieron pasivos ante las invasiones sino que encima se enriquecieron todavía más al poco tiempo Lucien Musset: Las invasiones, op. cit., pp. 121-123., precipitando la práctica desaparición de la base social del imperio y, sobre todo, de su ejército, como era la clase de pequeños campesinos libres, así como la crisis fiscal del Estado, incapaz de mantener la preparación del ejército para enfrentarse a nuevos peligros. Además, tampoco hay que olvidar el colaboracionismo explícito e implícito con los bárbaros de las masas oprimidas aunque fueran campesinos formalmente libres pero sobreexplotados, de las masas de esclavos, de los pueblos oprimidos, etcétera, al menos desde mediados del siglo II, cuando empezaron a empeorar estas condiciones estructurales. Para el siglo III la colaboración popular con los atacantes bárbaros era ya una práctica asumida incluso por los cristianos, de manera que hacia 255, san Gregorio Taumaturgo les reprendió muy severamente en su Epístola canónica por colaborar con los ataques godos, por indicarles a éstos las casas que merecía la pena saquear y los ciudadanos ricos que debían ser ejecutados por los godos. El bandolerismo social, las alianzas locales de las masas explotadas con los grupos bandoleros y con las pequeñas invasiones bárbaras en áreas restringidas, éstas y otras resistencias Julio Fernández Bulté: Historia de las ideas políticas y jurídicas (Roma), Edit. Pueblo y Educación, La Habana 1984, p. 214. minaron también de manera importante las defensas de un imperio ya muy debilitado.

    Para esta época la piratería era una forma de resistencia realizada intermitentemente por pueblos y pequeños reinos que burlaban la dominación romana. La crisis del poder central también se agravó con el aumento del bandolerismo en las zonas montañosas «débilmente romanizadas, y las franjas desérticas e inhospitalarias del limes, en donde el descontento podía adoptar una forma política más o menos elaborada, ya fuera por la reactivación de las tradiciones nacionales o en colaboración con los invasores bárbaros. A partir del siglo III, los movimientos de los bagaudas en la Galia y de los circunceliones en África, con unos objetivos particularmente complejos, alcanzaron unas proporciones alarmantes y llegaron incluso a amenazar la unidad del imperio» Yvon Garlan: La Guerra en la Antigüedad, Alderabán, Madrid 2003, p. 25.. A la vez, y en contra de lo que se puede creer leyendo superficialmente a ciertos autores como, entre otros, P. Jay Pater Jay: La riqueza del hombre, Crítica, Barcelona 2002, p. 63., el desarrollo del comercio a larga distancia durante la época del imperio, que llega a ser intenso en muchos productos y entre muchas zonas antes del inicio de la crisis, no supone una «desnacionalización» de los pueblos sometidos, sino al contrario. Como han estudiado J. Carpentier y F. Lebrun: «permitió una toma de conciencia más fuerte de pertenecer a una comunidad» Jean Carpentier y François Lebrun (dirs): Breve historia de Europa, Alianza Editorial, nº 1676, Madrid 1994, p. 114. de muchos de esos pueblos. Más aún, a partir del siglo IV se va imponiendo «el gusto por todo lo indígena y un sentimiento de afirmación de las nacionalidades» Raquel López: La sucesión de Teodosio y el fin del imperio de Occidente (395-476 d. de C.), op. cit., tomo 10, p. 150.. J. Kuczinski habla de una dialéctica entre factores externos determinantes, como las invasiones germanas, y factores internos que ayudan al hundimiento, como «numerosas sublevaciones en el interior» y precisa que las invasiones externas pudieron tener éxito «a causa de las sublevaciones internas que socavan los cimientos del imperio» Jürgen Kuczinski: Breve historia de la economía, Castellote Editor, Madrid 1976, p. 101..

    Otros muchos investigadores insisten en la importancia de las resistencias nacionales a la ocupación romana como una de las causas fundamentales de la implosión de este imperio, reforzando así la tesis que hemos expuesto anteriormente sobre el hecho de que en determinadas circunstancias emergen a la superficie realidades populares de larga duración que no han sido derrotadas pese a las violencias terroristas sufridas y que resurgen en nuevas condiciones, pero con cambios adaptativos. Pues bien, tenemos que concluir este capítulo sobre el terrorismo esclavista estudiando cómo uno de los últimos intentos de la clase explotadora para mantenerse en el poder alargando la vida del imperio romano fue la de recurrir al cristianismo como arma de centralización imperial e imperialista. P. Jonson lo dice de forma indirecta aunque clara: «El imperio abrazó el cristianismo con el propósito de renovar su propia fuerza mediante la incorporación de una religión oficial dinámica» Paul Johnson: La historia del cristianismo, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, Argentina 1989, p. 108.. Otros autores sostienen también que «Constantino, para ser consecuente con el carácter y la naturaleza del poder autocrático sobre el que erigía su monarquía oriental, requería que ésta fuera santificada por la gracia divina. Este apoyo religioso, totalizador, no le podía ser dado por el antiguo panteón del antiguo paganismo localista. Constantino supo advertir que el soporte religioso que requería, tenía que encontrarlo, como lo encontró, únicamente en el cristianismo» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho I, La Habana 1990, primera parte, pp. 313-314..

    La aceptación oficial del cristianismo estuvo facilitada por la pérdida de la concepción positiva de la vida que había caracterizado a la filosofía presocrática, pesimismo que se aprecia en germen en la obra intelectual del emperador Marco Aurelio, en su estoicismo que admite el suicidio cuando al sabio le resulta ya imposible alcanzar la bondad y el virtuosismo en un mundo que le supera AA.VV.: «Marco Aurelio y los deberes de emperador», en Historia de la filosofía, Siglo XXI, Madrid 1972, vol. 3, p. 79.. MacIntyre ha dejado escrito en su imprescindible obra sobre la ética que: «Al leer los testimonios de la filosofía posterior a Sócrates que sobrevive en escritores como Diógenes Laercio y Cicerón, se percibe el sentimiento de un mundo social desintegrado en el que los gobernantes se encuentran más perplejos que nunca, y la situación de los esclavos y de los no propietarios no ha cambiado casi nada, pero en el que para muchos más miembros de la clase media, la inseguridad y la falta de esperanza son los rasgos centrales de la vida» A. MacIntyre: Historia de la ética, Paidós, Barcelona 1982, p. 105..

    En semejante contexto no es extraño que, como salida alternativa, surgiera el militarismo y junto con él la visión pesimista y autoritaria que Agustín hizo del cristianismo occidental. Una opinión esencialmente idéntica a la de MacIntyre sostiene R. Osborne cuando dice que «la nueva fe resultaba extremadamente atractiva para los herederos espirituales de Sócrates, pues eran tiempos de confusión moral» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 131.. Este autor sigue analizando el aumento de las contradicciones en el imperio y creciente velocidad de su descomposición durante la crisis del siglo III, y su súbita recuperación en el siglo IV gracias a una serie de emperadores militares que intervinieron con planificada contundencia de modo que mucha gente comprendió que el imperio ya no estaba amenazado internamente por los cristianos sino que la nueva contradicción mortal no era otra que el choque entre el imperio y los bárbaros que lo amenazaban desde fuera, de modo que en esta nueva realidad «lejos de ser el “enemigo interior”, el cristianismo empezó a configurarse como una herramienta fundamental para la conservación del imperio» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 136..

    Más aún, este autor prosigue explicando que «Constantino se sirvió de la Iglesia cristiana para conquistar y utilizar el poder político: la Iglesia le apoyó frente a su rival Licinio y él utilizó a los obispos y a la comunidad cristiana como red de espionaje que le tenía informado de los acontecimientos políticos que se producían y de las opiniones que circulaban en todas las poblaciones del imperio. A cambio, Constantino, a semejanza de Pablo, se esforzó por unificar la fe cristiana bajo una sola institución. Hizo que la gente corriente simpatizara con el cristianismo declarando día festivo el sabbat cristiano e integrando las celebraciones paganas en el calendario cristiano. La crucifixión, las luchas de gladiadores y los sacrificios de animales fueron prohibidos en todo el imperio» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 139.. Es innegable que el papel delator realizado por el cristianismo ayudó de algún modo a la conquista de esos tres logros progresistas, pero las nefastas consecuencias globales se verían poco después.

    K. Deschner ha explicado sin ambages la putrefacción del pacifismo en el militarismo cristiano: «Hasta finales del siglo II ni siquiera se planteó la cuestión de si un cristiano podía ser soldado. En el siglo IV eso era ya algo incuestionable. Mientras que en el siglo III los cristianos hacían sólo excepcionalmente el servicio militar, en el siglo IV eso se convirtió en norma para ellos. Si hasta el año 313 los obispos excluían del seno de la Iglesia a los soldados que no desertaban en caso de guerra, con posterioridad a esa fecha los excomulgados eran los desertores. Si anteriormente hubo objetores de conciencia que sufrieron el martirio, ahora sus nombres fueron rápidamente tachados del martirologio. Había pasado ya la hora de los soldados mártires y llegaba la de los obispos castrenses» Karlheinz Deschner: Opus Diaboli, Yalde, Zaragoza 1987, p. 89.. Semejante evolución no debe llevarnos a escándalo porque la doble moral con respecto a la violencia estaba ya expuesta en los textos del Antiguo Testamento, y durante la escrituración del Nuevo Testamento se recoge esta misma doble moral, la que defiende, por un lado el derecho al uso de la violencia defensiva de los pobres contra los explotadores, y la que defiende la sumisión incondicional y pasiva de los explotados frente a la violencia de los explotadores. Lo que ocurrió y se sigue manteniendo desde entonces es que las presiones de la clase dominante romana hicieron que fuera la segunda corriente la que triunfase oficialmente como la «palabra de dios».

    Terrorismo medieval

    Violencias y cristianismo

    Hemos terminado el capítulo anterior, dedicado a las violencias y al terrorismo en el modo de producción esclavista, exponiendo el papel del cristianismo en el intento de salvaguardar la unidad del imperio romano de Occidente, porque buena parte del problema del miedo y del terrorismo en el modo de producción feudal surge precisamente de aquí, de la fuerza política adquirida por la versión oficial del cristianismo triunfante tras la decidida intervención del poder romano. Debemos empezar diciendo que la violencia medieval no tuvo su primera y única causa en el cristianismo, ya que, en realidad, esta sociedad «era una sociedad violenta y estaba organizada para la guerra […] No toda la sociedad estaba militarizada, pero las cuestiones militares afectaban a la totalidad de los aspectos sociales» Sean McGlynn: A hierro y fuego, Edit. Crítica, Barcelona 2009, pp. 32-33.. Es sobre esta base estructural que fusiona la economía con la guerra sobre la que debemos entender el papel del cristianismo en la violencia medieval. El cristianismo occidental reelaborado por Agustín buscaba conseguir que una «religión basada en la aceptación de un Dios omnipotente y vengativo pudiera ser obedecida por personas que no eran merecedoras de Su amor […] el pesimismo del resultado fue escalofriante: el papel del verdadero cristiano era temer a Dios, sufrir y esperar el juicio» Roger Osborne: Civilización, op. cit., pp. 146-147.. La versión agustiniana, y especialmente su insistencia en el temor y miedo al castigo divino, no se impuso de inmediato, necesitó un tiempo para desplazar a otras versiones y sectas cristianas, pero fue tomando fuerza en la medida en que las condiciones sociales volvían a empeorar a partir de las crisis posteriores al siglo XII. Pero no hay duda de que el autoritarismo agustiniano sería una de las fuerzas más poderosas para el desarrollo de la ferocidad exterminadora del catolicismo occidental, si la comparamos con la superior permisividad del cristianismo ortodoxo bizantino. Es indudable que un cierto humanismo y concepto de libertad, ambos preburgueses, anidaban en muchos momentos de la astuta política bizantina, aunque ello no niega las opresiones internas y masacres externas. G. Holmes ha dicho que: «La idea de que la matanza o la conversión de los infieles era un hecho particularmente meritorio siguió siendo una idea profundamente importante para los cristianos latinos que les distinguía radicalmente de los cristianos griegos» Georges Holmes: Europa: jerarquía y revuelta 1320-1450, Siglo XXI, Madrid 1984, p. 278..

    En Europa, durante los siglos V y VI, se vivió una impresionante dinámica de desaparición y extinción, cuando no destrucción, de tribus enteras, así como de formación de otras nuevas mediante alianzas entre las ya existentes o con restos a la deriva de las extinguidas, sobre todo en los grandes territorios del este europeo, entre los eslavos, tanto por el vacío dejado por el hundimiento de Roma como por las presiones más o menos implacables de pueblos nómadas llegados del este Boris Ribakov: Kiev en los albores de su historia, A.C. de la URSS, Moscú 1983, nº3, p. 21.. Por ejemplo, en el siglo V el armenio Eznik Kojbtsi escribió Refutación de las sectas, obra en la que «reflejaba la lucha tenaz y prolongada del pueblo armenio contra la expansión de los Estados extranjeros, Irán y Bizancio» M. A. Dynnik et alii: Historia de la filosofía, Grijalbo, México 1960, tomo I, pp. 225-226..

    Los pueblos germánicos si bien eran celosamente defensores de sus diferencias tribales propias, especialmente mostradas en las guerras en las que, como dice Ph. Contamine, «debían respetarse las diferencias étnicas» de modo que conservaran su «coherencia y homogeneidad» Philippe Contamine: La guerra en la Edad Media, Nueva Clío, 1984, p. 23., también tenían cierto sentido de su identidad básica común que les diferenciaba sustancialmente de la identidad romana ya que si bien muchos germanos se pusieron a las órdenes romanas y algunos llegaron a ser generales fieles a Roma, sin embargo y por ello mismo fueron rechazados como traidores por la mayoría de sus pueblos: «muchos germanos no guardaban ninguna consideración con aquellos compatriotas que se habían pasado a los romanos» Ste. Croix: La lucha de clases en mundo griego antiguo, op. cit., p. 565.. De hecho, ésta fue una de las razones decisivas que hicieron fracasar el proyecto de Teodorico de acercar progresivamente a ostrogodos, otros germanos y romanos. Este proyecto se hundió a los pocos años de la muerte de su impulsor, en 526 Lucien Musset: Las invasiones, op. cit., pp. 44-48.. Sin embargo, tales diferencias no negaban la conciencia de identidad propia de los germanos.

    Muchos poderes germanos quisieron mantener sus señas de identidad etno-cultural diferenciada del universalismo católico dominante, aunque tal defensa supusiera el debilitamiento de la unidad pangermánica superior, y hasta el aumento de las dificultades de supervivencia. Un ejemplo de la decisión común de los pueblos germanos por mantener sus identidades particulares, despreocupándose por avanzar en una construcción pangermánica superior, lo tenemos en la tajante decisión de los veinte mil sajones que ayudaron a los longobardos a ocupar amplias zonas de Italia; cuando éstos pretendieron que los sajones abandonaran su identidad y costumbres propias y aceptaran las longobardas, los sajones se negaron radicalmente y dejaron las comodidades italianas para volver a las incomodidades del norte de Europa AA.VV.: El auge del cristianismo, op. cit., p. 345.. Otros, como los lombardos «durante unos dos siglos, habían conservado sus usos, tradiciones e idioma tribales», trasladándose luego a las ciudades, aprendiendo el latín e iniciando las bodas mixtas, pero aún así insistían en que los nativos italianos adoptaran la indumentaria lombarda de pantalones y manto, con flequillo, barba larga y nuca afeitada Harold Lamb: Carlomagno, Edhasa, Barcelona 2004, pp. 83-84..

    Pero otros pueblos nórdicos y del tronco germano no aceptaron el cristianismo y siguieron defendiendo sus respectivas religiones e independencias contra el mayor poder que entonces existía, el de Carlomagno. Este rey franco había heredado el sistema de poder creado por los linajes dominantes que se aglutinaron alrededor de su abuelo, Carlos Martel, y de su padre, Pipino. Los linajes más poderosos se aliaron bajo la dirección de Carlos Martel que creó «un ejército formidable, dispuesto a utilizar toda clase de medios para meter en cintura a su propia población y a la de los territorios adyacentes» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 162 y ss.. Con este instrumento en sus manos, la aristocracia franca aplicó «un sistema político de servicios, tributos y sumisión, gobernado por una corte centralizada, cristiana y culta», que no permitió ninguna costumbre pagana o cristiana no aceptada por el dogma, condenando a muerte a paganos e infieles que no se convirtieran, a la vez que explotaba sin miramientos a las masas campesinas. Las resistencias de los pueblos paganos, especialmente de los sajones, fueron tenaces. Dirigidos por Widukindo, aproximadamente desde 772, los sajones luchaban a la desesperada, con altibajos en una larga guerra caracterizada por su extremo salvajismo, como la ejecución masiva de 4.500 sajones que se negaron a traicionar a sus caudillos en 783.

    Éstas y otras brutalidades realizadas por tropas cristianas invasoras hicieron que muchos pueblos sajones, oficialmente cristianizados y pacificados, se sublevaran y de nuevo abrazasen su religión pagana, inseparable de su independencia nacional. El hecho es que para derrotar la invasión cristiana estaban aliándose daneses, sajones y eslavos de más allá del Elba, todos paganos. Carlomagno, viendo que militarmente no podía vencer a esta alianza y que tan larga y destructora guerra estaba matando por hambre a los pueblos resistentes, cambió totalmente de estrategia, declaró que había concluido la guerra e invitó a Widukindo y otros jefes a una fiesta con sobreabundancia de comida y regalos. Prometió que no atacaría más a los sajones y que podían comer todo lo que quisieran, con la única exigencia de que Widukindo se bautizara. Así lo hizo el Sachsenführer sajón y Carlomagno le llenó de oro y de ropas muy caras, y después de que hubieran comido hasta hartarse les puso una guardia de honor que les acompañó sanos y salvos a sus tierras independientes. Pero «después de humillarse ante el franco, Widukindo no pudo convencer nunca más a otro sajón para que desenvainara la espada contra Carlomagno y cayó en tal deshonor que ni siquiera quedó constancia de su muerte» Harold Lamb: Carlomagno, Edhasa, Barcelona 2004, pp. 193-208..

    La expansión del cristianismo se basó en el terror y en el terrorismo: «En la paz a la que se llegó finalmente, y en palabras de Eguinardo, secretario y biógrafo de Carlomagno, “los sajones tuvieron que renunciar a sus creencias paganas y a las ceremonias religiosas de sus padres, y aceptar los artículos de la fe y la práctica cristianas; y, unificados con los francos, tuvieron que formar con ellos un solo pueblo”. Las mismas condiciones tuvieron que afrontar casi todas las poblaciones occidentales del continente que encontraron a su paso los ejércitos de Carlomagno, mientras avanzaban por Germania y llegaban por el este hasta el janato ávaro de Hungría y por el sur obligaban a los árabes a retroceder hasta el río Ebro. Las tradiciones religiosas locales, fuesen paganas o cristianas, quedaron abolidas y se castigó duramente toda desviación de la fe católica, como dice expresamente la Capitulatio de Carlomagno sobre los sajones: “Quien practicare ritos paganos o fuere infiel a nuestro señor el rey, sea reo de muerte”» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 164..

    Una de las razones de la conquista de Sajonia por el ejército de Carlomagno radica en que la clase senatorial sajona aceptó la dominación carolingia sin grandes problemas, mientras que las clases inferiores resistieron a la invasión extranjera Philippe Contamine: La guerra en la Edad Media, op. cit., p. 27.. En otros pueblos no sucedió lo mismo, o con tanta nitidez, sino en medio de contradicciones internas más agudas. Por ejemplo, frente a la tranquilidad de Carlomagno a la hora de organizar la invasión de Euskal Herria y del reino musulmán de Zaragoza, Guillermo de Toulouse desconfiaba porque los vascos y gascones eran «salvajes como cabras montesas y no ofrecían lealtad a príncipe alguno» Harold Lamb: Carlomagno, op. cit., p. 126.. Las contradicciones de clase dentro de los pueblos atacados no anulaban, empero, los esfuerzos de algunos «intelectuales» de la época por definir qué era una nación tal como se vivía en el tránsito de la Alta a la Baja Edad Media. Así, hacia el año 900, según el canonista Reginon de Prüm: «Las diversas naciones difieren en ascendencia, costumbres, lenguas y leyes» Robert Bartlett: La formación de Europa, PUV, Madrid. 2003, p. 263.. Este autor se refiere aquí, muy probablemente, a las «naciones» ya constituidas, porque en el este de Europa se estaban formando los cimientos de otras naciones mediante fusiones y agregaciones de diversas tribus del mismo tronco etno-cultural. Éste es el caso, por ejemplo, de la nación que ahora llamamos Hungría desde que diversas tribus asociadas se asentaron en las tierras actualmente húngaras y nombraron como jefe colectivo a Árpád, de la tribu de los magiares, la más poderosa. La fusión progresiva de esas tribus alrededor de los magiares se realizó por las necesidades de centralización estato-militar impuestas por las permanentes correrías y saqueos que realizaban contra los pueblos circundantes, hasta que fueron tan aplastantemente derrotados por el germano Otón I en el río Lech en 955 que iniciaron un proceso de sedentarización. La unificación definitiva de las tribus la realizó el magiar Géza; su hijo Esteban aceptó el cristianismo y fue coronado rey de Hungría en el año 1000 AA.VV.: «Hungría», La Enciclopedia, Salvat, Madrid 2003, tomo 10, p. 7.853..

    En cuanto a la evolución del tema que tratamos en la Europa oriental, tal «despertar» venía impulsado, además de por otros factores, por la necesidad de resistir al expansionismo germano que se hacía bajo la bandera de la cristianización de los paganos eslavos. Pero por debajo de la excusa germana en el sentido de propagar el cristianismo entre los paganos, lo que existía era un crudo interés material en el sentido de quedarse con las tierras y riquezas eslavas y, a la vez, esclavizar a sus habitantes. La esclavización de los eslavos apresados vivos fue tan sistemática e implacable, arrancándoles la dentadura si desobedecían determinadas leyes cristianas como comer carne después de la Septuagésima, por ejemplo, que la palabra «esclavo» proviene de una germanización de «eslavo» Jose Antonio Saco: Historia de la esclavitud, Biblioteca Júcar, Madrid 1974, p. 94.. Según H. Focillon: «Los pioneros del cristianismo en los países eslavos limítrofes del imperio habían trabajado al mismo tiempo por la expansión de Alemania». Esto explica que las resistencias eslavas fueran además de etno-nacionales también religiosas en dos sentidos, el de defender en la medida de lo posible su religión pagana y si no era posible hacerlo, bien negociar la aceptación del cristianismo romano e imponerlo oficialmente para no dar excusas intervencionistas a los alemanes, bien negociar con Bizancio para aceptar el cristianismo ortodoxo, con el objetivo de evitar invasiones, además de centralizar el poder de las clases propietarias en ascenso.

    Pero no sólo existían las resistencias eslavas y de otros pueblos, sino que a comienzos del año 1001 en Roma se produjo un estallido de lucha de clases entre el pueblo contra sus señores en el barrio de Tívoli que, por diversos motivos, terminó en una insurrección contra los alemanes, masacrándolos y poniendo cerco al palacio en el que estaba el emperador Oton III Henri Focillon: El año mil, Altaya, Barcelona 1997, nº 34, pp. 217-231.. Pero incluso en las concepciones feudales romano-germánicas en esta misma época existían fuertes discrepancias etno-culturales transmitidas desde el pasado. Hablamos de las tensiones entre el imperio germánico de los otones y la resistencia de la Iglesia romana. Así el papa Nicolás II decretó en 1059 que sólo Roma podía nombrar papas, intentando cercenar las ingerencias de los poderes imperiales. Pero, y esto es lo que más nos interesa, en su resistencia al expansionismo germano Roma no dudó en utilizar a su favor «la vieja oposición italiana al dominio del rey alemán» AA.VV.: «La Edad Media», en Historia universal, Salvat, Madrid 2004, tomo 10, p. 208..

    E. H. Chamberlin ha descrito cómo era el ejército alemán que se presentó en Roma; cómo los romanos habían olvidado las artes de la guerra a campo abierto, pero cómo dominaban perfectamente la guerra en las callejuelas enrevesadas y estrechas en las que no podía desplegarse el ejército alemán que poco antes había aplastado a los hunos hasta entonces invencibles. Lo que pudo haber terminado en una feroz batalla urbana entre el pueblo invadido que conocía sus callejuelas y el ejército invasor no preparado para esas luchas, terminó en trifulcas porque el conflicto no les interesaba ni al papado ni al emperador Otón. Las convulsiones sociales en la Roma de este tiempo nos dan una idea muy aproximada del fundamental papel jugado por la violencia y el terror de las diversas fracciones de las clases dominantes, porque Chamberlin denomina «jóvenes camorristas» a la corte de un papa veinteañero engreído e ignorante E. R. Chamberlin: Los papas malos, Orbis, Barcelona 1985, p. 60..

    Un caso típico de fusión del terrorismo aplicado masivamente y de control exhaustivo desarrollado mediante un método de censo social, lo tenemos en la decisión de Guillermo I, rey normando que invadió Inglaterra, venció al ejército del rey Harold en la batalla de Hastings en 1066. La invasión respondió a la simple y fría ganancia económica que los normandos esperaban obtener con su victoria. Como sostiene Macaulay, Inglaterra no se había constituido aún en «nación» debido a las grandes diferencias entre sus respectivos poderes regionales, que volvieron a imponer su ley al nombrar a Harold y no al príncipe Edgard, heredero más próximo del fallecido Eduard. Sin entrar al análisis de la decisiva batalla de Hasting, en la que vencieron con muchos apuros los invasores, lo cierto es que el desarrollo posterior de la ocupación, el hecho de que las diferentes regiones de Inglaterra no pudieran ofrecer una resistencia planificada sino descoordinada, e incluso con rendiciones sin luchar de algunas de ellas, como la propia Londres, así como el hecho de que sólo 5.000 caballeros feudales invasores lograsen repartirse, dominar y explotar a una población de un millón y medio de personas, éstos y otros datos indican que la Inglaterra anterior a Hasting aún no se había centralizado como «nación» a principios del siglo XI George Macaulay Trevelyan: Historia política de Inglaterra, FCE, México 1984, pp. 89-102..

    Sí hay que decir, para comprender mejor este proceso, que el ejército inglés adolecía de todas las limitaciones de las formas feudales iniciales, limitado a disponer de tropas sólo durante los pocos meses en los que los campesinos libres podían dejar el trabajo agrícola, en concreto entre julio y agosto, de modo que para comienzos de septiembre John Macdonald: «Hasting», en Grandes Batallas de la Historia, Edit. Folio, Barcelona 2002, pp. 14-17. el rey Harold no tenía ningún recurso legal para obligar a los campesinos libres a luchar contra los invasores, quienes sí tenían un ejército permanente. Este dato aplastante sugiere con bastante verosimilitud que al grueso del campesinado no le preocupaba mucho, en ese momento, que cambiara la minoría en el poder.

    Pero hay que decir también que el implacable terrorismo normando tuvo efectos en la pasividad cobarde de algunas de las ciudades inglesas. De entrada, Guillermo forzó a Harold a recorrer muy rápidamente alrededor de 300 kilómetros para plantarle batalla en respuesta a las masacres premeditadas que los normandos hacían contra la población civil desarmada e indefensa. Harold acaba de vencer a un enemigo interno y no pudo dar un tiempo vital de descanso y recomposición a su ejército, sino al contrario. Ésta fue una de las razones de su derrota ante un atacante descansado y fresco.

    La velocidad del avance normando inmediatamente después de la batalla así como su brutalidad exterminadora, explican también las dificultades inglesas para defenderse con un plan común. Una vez seguros de su victoria, los normandos se dedicaron a expropiar a las clases dominantes inglesas de sus propiedades, que no fueron devueltas a las masas trabajadoras autóctonas, sino que se concentraron en una nueva clase dominante extranjera y aún más reducida, pero más sanguinaria en su violencia. Para controlar mejor al pueblo invadido y para conocer sus recursos y riquezas, los normandos investigaron todas las propiedades escribiéndolas en los dos volúmenes del Domesday Book García de Cortazar y Valdeón Varuque: Las monarquías feudales, GHU CIL, Madrid 1986, tomo 12, pp. 152-154.. Un precioso instrumento de conocimiento y poder que sólo pudo hacerse tras dos décadas de sofocante política de terror calculado, de rotura de la identidad inglesa y de imposición por la fuerza bruta de estructuras sociales que alteraron profundamente Inglaterra.

    Cultura del miedo

    Newark describe así el clima de miedo e intriga en las cortes medievales: «El caudillo mantiene su poder mediante la amenaza de muerte y destrucción […]. Sobrevivir y triunfar en la corte de un caudillo significa competir en un ruedo de terror perpetuo. Se necesita ser una persona extraordinaria. Algunos son inteligentes, algunos son duros y algunos están locos» AA.VV.: Técnicas bélicas del mundo medieval. 500 a.C-1500 d.C., Libsa, Madrid 2007, p. 160.. Pero aún más espeluznante es esta descripción: «En las costumbres medievales eran corrientes los castigos corporales horrorosos. Procedían de la tradición germana y romana, y fueron reforzados por la poca frecuencia del encarcelamiento a principios de la Edad Media, y por la amplia publicidad que se daba a las ejecuciones públicas como medio para reprimir el crimen» John H. Mundy: Europa en la Alta Edad Media 1150-1309, Aguilar, Madrid 1980, p. 518.. Se sabe que «se pagaba dinero para contar con bandidos a los que poder descuartizar y sacrificar ante una turba local expectante, como una especie de transferencia mercantil aplicada al ámbito de las ejecuciones» Sean McGlynn: A hierro y fuego, Edit. Crítica, Barcelona 2009, p. 35.. Fue sobre esta costumbre de horrorosos castigos corporales sobre la que se levantó en los siglos XI y XII la «cultura del miedo» al infierno, a Satán, que apenas existía con anterioridad: «Satán apenas aparecía en el arte cristiano primitivo, y los frescos de las catacumbas lo han obviado. Una de las representaciones más antiguas data del siglo VI y lo muestra con los rasgos de un ángel, caído sin duda y con las uñas engarfiadas, pero sin fealdad y con una sonrisa algo irónica […] en los siglos XI y XII se produce en Occidente la primera “explosión diabólica”, que ilustra a Satán con los ojos rojos, cabello negro y alas de fuego, el diablo devorador de hombres” y esta creación de miedo por parte del poder se intensifica a partir del siglo XIV con “una agresiva invasión demoníaca”» Enrique González Duro: Biografía del miedo, Edit. Debate, Barcelona 2007, pp. 48-49..

    Como reacción popular a la territorialización aristocrática, empiezan a elaborarse de nuevo, tras el hundimiento romano-occidental y las vicisitudes posteriores entre las que destaca por su importancia global la pervivencia del imperio bizantino, las normas sociales de admisión y expulsión de las personas o de grupos enteros dentro de las comunidades, es decir, se precisa el criterio demarcador de dentro/fuera que delimita a todo colectivo, proceso unido al problema de la propiedad comunal, privada o eclesiástica de las tierras que se van ganando a las grandes selvas y de los bosques circundantes a esas tierras, y también unido al de la defensa de dicha propiedad frente a los ataques «para robar animales, grano, raptar muchachas, sorprender una torre, destrozar un molino» Rober Fossier: La infancia de Europa, Nueva Clío, 1984, p. 298.. Tenemos que tener en cuenta que ya desde el siglo X el saqueo, el bandidaje y la razzia a corta escala es uno de los principales métodos de enriquecimiento de los señores; y que precisamente desde el siglo XI se da el salto a la esquilmación a gran escala de ciudades y reinos enteros, que se convierte en una gran empresa J-L. Gombeaud/M. Décaillot: El regreso de la gran depresión, Edit. El Viejo Topo, Barcelona 2000, pp. 66-67., sobre todo si son paganas e infieles, o si han sido excomulgadas por Roma. Semejante violencia generalizada, que frecuentemente culminaba en el terrorismo más espantoso, afectó especialmente a la mujer.

    G. Duby ha estudiado la nueva cristalización del patriarcado en esta época gracias a la imposición del matrimonio como sacramento oficial sosteniendo que:

    «Durante un siglo, el once, el del endurecimiento, la forma de producción señorial se impuso difícilmente en los tumultos, en la disputa encarnizada por el poder. Conservar éste, extenderlo, imponía la concentración. El grupo de los guerreros cristalizó en linajes, aferrados a la tierra, al derecho de mandar, de castigar, de explotar al pueblo campesino. Para resistir a las agresiones de lo temporal, la Iglesia se cristalizó en el rigor de sus principios. El matrimonio es un instrumento de control, y los dirigentes de la Iglesia lo utilizaron para enfrentarse a los laicos con la esperanza de subyugarlos. Los dirigentes de los linajes lo utilizaron de otra manera para mantener intacto su poder» George Duby: El caballero, la mujer y el cura, Taurus, Madrid 1982, p. 241..

    Éste es el contexto en el que la Iglesia impone una medida represiva que ha sido silenciada por la historiografía oficial pero que resulta estremecedora por sus efectos en las condiciones de vida de las masas explotadas y por su reforzamiento del terrorismo feudal. En el II Concilio de Letrán, celebrado en 1139, la Iglesia amenazó con excomunión Vicente Segrelles: Armas que conmovieron al mundo, Edic. AFHA, Barcelona 1973, p. 40. a quienes utilizasen la efectiva y democrática ballesta contra otras personas que no fuera infieles. La ballesta era un arma capaz de matar a soldados acorazados, fueran de infantería o de caballería. La ballesta era lo que se define como «arma democrática» porque costaba poco dinero, era fácil de construir y de manejar, y su letalidad causaba pavor en los señores feudales que temían que con esas armas las masas campesinas y urbanas les desbancaran del poder. A diferencia del arco, que exigía una preparación de años, el uso de la ballesta podía aprenderse en cuestión de minutos y una mínima colaboración entre un herrero, un carpintero y un cordelero servía para fabricarlas en poco tiempo. Lógicamente, la amenaza de excomunión no sirvió de nada y en el siglo XIII la Carta Magna inglesa volvió a prohibir su uso. La decisión eclesiástica a buen seguro causaría zozobra y terror moral en muchas personas pobres machacadas y explotadas, pero que al ser cristianas no podrían defenderse de las agresiones y violencias de todo tipo, mayormente causadas por la nobleza, por miedo a la condenación eterna por excomunión.

    Mientras que la nobleza sí tenía permiso eclesiástico para armarse hasta los dientes con equipamientos muy caros, el pueblo trabajador sufría la más terrorífica de las indefensiones por la amenaza eclesiástica de excomunión si usaban ballestas, la única arma que podía protegerle de la iniquidad. El terrorismo moral y físico causado por la Iglesia con esta ley es inhumano. Conviene recordar que en estos siglos la seguridad física, tanto en los campos como en las ciudades, era una prioridad vital para las clases trabajadoras y explotadas, indefensas en todos los sentidos, pero también para las clases artesanales que ya empezaban a acumular algunos capitales y para la recién aparecida burguesía urbana que comerciaba, viajaba y necesitaba lugares seguros para sus negocios y reuniones. Pero ocurría que «en la mayor parte de las ciudades, cualquier miembro de la nobleza podía matar a un plebeyo sin miedo al castigo, mientras que los matones a sueldo intimidaban a todo el que se entrometía en los asuntos o en el territorio del amo» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 207.. ¿Cómo defenderse y prosperar en este contexto?

    Desde los siglos XII-XIII, a las fuerzas de cohesión grupal, con sus correspondientes efectos de diferenciación de y hacia otros grupos, se une la creciente homogeneización lingüístico-cultural de los pueblos, que van superando el latín dominante hasta el milenio, que va cediendo desde el siglo XII ante la escriturización de otras lenguas gracias a la poesía épica, a la cortesana y al incipiente teatro. En el siglo XIII este proceso está ya asegurado y, lo que es más importante, determinados dialectos pertenecientes a troncos lingüísticos se van convirtiendo en la base de la evolución posterior de esas lenguas Jean Carpentier y François Lebrun: Breve historia de Europa, op. cit., pp. 224-225.. Además, según J. H. Mundy: «Como en la aldea, en la ciudad medieval se desarrolló un sentimiento de comunidad que le capacitó para movilizar sus fuerzas contra sus enemigos. El proceso fue en parte un fenómeno de unificación territorial. […] No fue una simple cuestión de autodeterminación. Los príncipes locales, seculares o eclesiásticos, también fomentaron e incluso forzaron esta unificación, a fin de destruir enclaves de autoridad señorial independiente. Sin embargo, tan pronto como se desarrollaba un vigoroso sentimiento de comunidad capaz de promover sus propios intereses, los príncipes ya no consideraban conveniente apoyar su unificación». Mundy insiste en que este proceso generó «una cierta igualdad y solidaridad» asentada, al principio, «en una asociación revolucionaria juramentada» y, más tarde, en una prueba de ciudadanía consistentes en «el nacimiento, la residencia legal en la comunidad y la participación en las cargas comunes de defensa y tributo». Los extranjeros debían cumplir como mínimo un año de prueba para ser aceptados como miembros de la comunidad con todos sus derechos y deberes. Sin embargo, el desarrollo de este sentimiento colectivo rara vez, o nunca, fue completo por las limitaciones objetivas del medioevo John H. Mundy: Europa en la Alta Edad Media 1150-1309, Aguilar, 1980, pp. 225-236..

    La urgencia por definir los contrarios dentro/fuera, amigo/enemigo, conocido/extraño y seguro/inseguro en un mundo incierto y peligroso, la defensa armada, si es preciso, de los instrumentos de producción y bienes acumulados, el desarrollo de la economía dineraria y de un pequeño pero creciente mercado en esta época, llevan a que cobren especial importancia la seguridad, la paz y la estabilidad en los colectivos que se van formando: «Protegidos en su persona y en su actividad, los miembros del grupo quieren, además, permanecer entre ellos. El conservadurismo social que soporta todo el mundo medieval se desarrolla aquí plenamente: el feriante, el forastero, el extranjero de paso, en particular, es sospechoso y se le aparta de las estructuras de sociabilidad común». Aunque las personas se mueven en grupos de acá para allá: «conservan un vínculo con su célula de origen», vínculo que se sustenta en cuatro grandes fuerzas cohesionadoras y creadoras de identidad colectiva como son, uno, la importancia dada a la residencia, al «marco material del hábitat»; otro, la «responsabilidad colectiva» del grupo que ocupa ese hábitat; además, la definición jurídica de los «bienes comunes del grupo» y, por último, existan o no éstos, la reivindicación obstinada y hasta violenta de «los usos» de las tierras Rober Fossier: La infancia de Europa, op. cit., pp. 359-369..

    Las personas ajenas, exteriores, de otras culturas, son vistas con recelo o preocupación en este contexto de inseguridad y miedo, lo que tiene sus repercusiones negativas además de en los extranjeros, sobre todo en las mujeres las que, por un lado, aguantaban sobre sus espaldas toda la estructura social y, por otro lado, sintetizaban material y simbólicamente el conjunto de contradicciones e injusticias, sobre todo la violencia. D. Nirenberg ha estudiado las razones de la violencia entre grupos etnoculturales en esta época y ha llegado a la conclusión de que:

    «El malestar y la violencia se generaban sobre todo por otro tipo de transgresiones: las relaciones sexuales entre miembros de diferentes grupos religiosos. De todos los límites entre comunidades, éste era quizá el más candente, tanto por su capacidad para provocar arrebatos ciegos de violencia como porque era la acusación que con más frecuencia aprovechaban los individuos para acusar a alguien ante la ley» David Nirenberg: Comunidades de violencia. La persecución de las minorías en la Edad Media, Península, 2001, p. 185..

    El movimiento comunal es de una importancia decisiva porque asegura las bases del crecimiento burgués y de las primeras clases asalariadas urbanas, con todas sus dificultades, derrotas y retrocesos, pero con su lenta tendencia a la recuperación. Muchas veces, las pequeñas ciudades y villas aparecen como lugares de seguridad relativa para un campesinado cada vez más golpeado por todas partes. Leamos la definición que ofrece G. Novack: «Las comunas aparecieron en primer lugar en los centros comerciales de Italia, tales como Venecia, Génova y Pisa, que llegaron a ser independientes antes del siglo XI. Tenían amplios derechos de autogobierno. La comuna era una asociación de vecinos nobles y plebeyos dentro de los muros de la ciudad, juramentados para sostener sus instituciones y extender sus libertades colectivas. Al igual que las democracias griegas, surgieron, por lo general, como una organización revolucionaria que había arrancado su libertad al príncipe u obispo gobernante con métodos de insurrección». Y para que nos hagamos una idea lo más exacta de aquella realidad, Novack recurre al estudio de J. W. Thompson sobre la comuna de Laon en 1112, en el norte del Estado francés: «Un populacho siempre preparado para la lucha, obispos siempre usurpando los derechos reales por un lado y las libertades de la comuna por otro; una gran y sangrienta insurrección, una venganza más sangrienta por parte de los nobles; una gran conflagración; una gran masacre –tales son, en resumen, los anales de Laon. El obispo de Laon, Grandi, mal sucesor de una línea de malos obispos, que juró observar la carta que había vendido cara a los ciudadanos, la violó tan pronto como pudo y de todas las formas posibles, y fue degollado en recompensa» George Novack: Democracia y revolución, Fontamara, Barcelona 1977, p. 49..

    J. Le Goff aporta estas fechas significativas sobre el crecimiento urbano en el que la lucha de clases entre burguesía y proletariado comienza a insinuarse: alrededor de 1030, principio del movimiento comunal en Italia, en Cremona; 1069 manifestación «comunal» en Mans; 1062, aparición del contrato de colleganza en Venecia; 1081, «cónsules» burgueses en Pisa; desde 1088 se empieza a enseñar Derecho romano en Bolonia; 1099, fundación de la Compagna Communis por los comerciantes de Génova; alrededor de 1100 desecación del pantano de Flandes; 1112, revolución comunal en Laon, con la muerte del conde-obispo, revolución a la que luego volveremos; 1120-1150, primeros estatutos de oficio en Occidente; 1127, las ciudades flamencas obtienen cartas de franquicia; 1154, Federico Barbarroja concede privilegios a los maestros y estudiantes de Bolonia; después de 1175, aparición del contrato de «comanda» en Génova; 1183, Paz de Constanza, Barbarroja reconoce la libertad de las ciudades lombardas; 1214, primeros privilegios concedidos a la Universidad de Oxford; 1215, fundación de la Universidad de París; 1229-1231, huelga en la Universidad de París; 1252, acuñación de florines de oro en Génova y Florencia; 1280, oleada de huelgas y motines urbanos en Brujas, Douai, Tournai, Provins, Rouen, Caen, Orleáns, Béziers; 1281, fusión de las hansas colonesas, hamburguesas y lubeckenses; 1284, se acuña el dorado de oro en Venecia, y principios del siglo XIV, difusión de la letra de cambio en Italia Jacques Le Goff: ¿Nació Europa en la Edad Media?, Crítica, Barcelona 2003, pp. 179-181..

    La necesidad de la violencia defensiva aparece nítidamente demostrada en la historia de Venecia y de otras ciudades-Estados del norte de Italia ante las invasiones alemanas. Leamos lo que sigue:

    «Cuando Federico cruzó los Alpes para ser coronado emperador, en 1154, vio cosas que le turbaron. La riqueza y el poder militar de aquellas ciudades súbditas eran un peligro y una tentación, y al cabo de cuatro años volvió al frente de un ejército alemán con la intención de imponer su autoridad. […] ocupó Milán sin problemas, pero varias ciudades del norte, capitaneadas por Venecia (que siempre había estado fuera del imperio), formaron una liga contra el emperador. Tras una serie de campañas, la liga derrotó a Federico en 1176, en Legnano. En la Paz de Constanza de 1183, el emperador concedió a las ciudades el derecho de gobernarse, dictar leyes y elegir cónsules, a cambio de pagar al emperador un impuesto… que dejó de pagarse muy pronto. Desde 1183 tuvieron libertad para gobernarse y este estado de cosas duró trescientos años» Roger Osborne: Civilización, op. cit., pp. 205-206..

    Como hemos dicho antes, la cooperación defensiva de las gentes en sus aldeas, pueblos y villas no era sino una necesidad ante una realidad en la que las violencias se multiplicaban por todas partes, sobre todo la violencia opresora de papas, obispos, emperadores, reyes y nobles locales, necesitados todos ellos de explotar a las ricas ciudades, comunas y pueblos, o de negociar con ellas tributos e impuestos, amenazas en aumento a la vez que despegaba la economía dineraria desde el siglo XII en adelante. Era en las villas en donde, pese a las prohibiciones eclesiásticas y feudales, los maestros artesanos investigaban mejoras en los armamentos, en las ballestas y en otras armas muy eficaces contra las corazas de los nobles. Pero estos técnicos estaban sometidos a presiones crecientes de los poderes establecidos en lo que respecta a la relación entre técnica y guerra. Precisamente en esta época se aceleraba el proceso de financiarización de la guerra:

    «El dinero es el intermediario casi obligado entre el poder y los guerreros. Según el testimonio de los propios contemporáneos, este fenómeno se fue acelerando a partir de mediados del siglo XII […] Esta irrupción del dinero debe relacionarse, sin duda, con el fenómeno que se ha denominado “revolución comercial” […] a la mayor abundancia de moneda se le añadió el hecho de que reyes y príncipes supieron hacer crecer a ritmo parecido, si no mayor, sus disponibilidades pecuniarias. Y lo hicieron de tres modos fundamentales: gracias a sus recursos dominiales, en plena expansión, a una fiscalidad pública que se fortalecía y se diversificaba y, finalmente, merced a las conmutaciones de los servicios militares por pagos en metálico» Philippe Contamine: La guerra en la edad media, Nueva Clio, Barcelona 1984, pp. 114-127..

    Pero en la medida en que aumentaba el poder del dinero, aumentaba a la vez el malestar social y decrecía la efectividad de las viejas disciplinas y métodos de coerción y violencia, desbordados por el auge de las burguesías comunales, por el malestar de las masas campesinas y urbanas y por la gradual toma de conciencia de los pueblos sometidos a los tributos y saqueos múltiples tanto por parte de los Estados extranjeros como por parte de la Iglesia romana, la Iglesia ortodoxa bizantina fue mucho más respetuosa con las identidades etnoculturales de los pueblos eslavos: «Bizancio derrotó a Roma en la mayor parte del mundo eslavo porque se mostró dispuesta a establecer un compromiso en relación con la cuestión cultural» Paul Johnson: La historia del cristianismo, Vergara Editor, Buenos Aires 1989, p. 215.. Aquí, por «cuestión cultural» hemos de entender la identidad étnica que, en situaciones de guerra estructural adquiría la forma de «odio étnico» en palabras de S. McGlynn. Este historiador, junto a otros más, sostiene que ya en el siglo XII existían en las islas británicas «sentimientos nacionales» y «patriotismo» en sus diversos pueblos, sentimientos que se fortalecían durante las guerras entre ellos. El odio, la devastación y el saqueo generalizado, la toma de esclavos y esclavas, y la búsqueda de botín, caracterizaron las guerras nacionales entre escoceses e ingleses en aquellos tiempos Sean McGlynn: A hierro y fuego, Edit. Crítica, Barcelona 2009, p. 348 y ss..

    La pérdida gradual y lenta, pero imparable, del poder de Roma bajo éstos y otros cambios, fue la razón que llevó al Vaticano a crear la Inquisición a lo largo de diversas medidas represivas tomadas en la primera mitad del siglo XIII. La lógica terrorista de la Inquisición y especialmente la práctica minuciosamente estudiada de la tortura, esta lógica ya está expuesta en «reflexiones sumamente esenciales» de Agustín y después en el entonces contemporáneo Tomás de Aquino. Si la tortura física era ya en sí horrorosa, no debemos menospreciar el clima de terror latente o público desencadenado por el funcionamiento inquisitorial, que engullía a una persona simplemente por una denuncia anónima y la mantenía paralizada en el pavor durante años. «El concepto mismo de herejía fue extraordinariamente movedizo e indefinido de modo que cualquier manifestación y estado de ánimo se puede, si se desea, interpretar como herético y, además de ello, a falta de tales manifestaciones se pueden también inventar. En realidad, todo hombre estaba indefenso ante el peligro de una posible acusación de herejía» A. Kryvelev: Historia atea de las religiones, Júcar, Madrid 1984, tomo 1, pp. 300-304..

    Leamos la descripción que hace J. C. Baroja del Santo Oficio: «Se fundó la Inquisición española con el objeto primordial de los judíos bautizados durante los terrores del siglo XV. Algún autor moderno parece haber confundido la actuación de los testigos y delatores en aquel momento terrible con el origen de los procedimientos del tribunal como tribunal religioso. En todo caso, el derecho inquisitorial español no difiere, en esencia, del de otros países; lo que sí cambia es la calidad y la cantidad de los procesos. El Santo Oficio fue inexorable con los judaizantes en un principio. Después de quemar a muchos, reprimió también con violencia los brotes de protestantismo. Fue severo en el siglo XVIII con los religiosos y clérigos de malas costumbres y terminó siendo una especie de tribunal de responsabilidades políticas, que asustó al mismo Fernando VII. Castigó a gentes por decir cosas que escandalizaban, y se mostró débil y obsequioso con el poder real en varios casos» Julio Caro Baroja: El señor inquisidor, Altaya, Barcelona 1997, p. 60.. Por su parte, I. Reguera ha estudiado el contenido esencialmente político a favor de la centralidad del Estado español realizado por la Inquisición, mostrando cómo la persecución implacable de las nuevas ideas religiosas, filosóficas y científicas no buscaban sólo defender el catolicismo sino muy especialmente fortalecer la unidad lingüística, cultural y política del Estado español en esos siglos Iñaki Reguera: «Estado y control ideológico en los siglos XVI al XVIII», en Conciencia y espacialidad, IENC, Vitoria 1994, pp. 113-122..

    La tortura, el terror y la cruz

    Dado que el terrorismo es la forma extrema de la violencia explotadora, dado que la Inquisición era el instrumento de las clases dominantes y dado que en el siglo XIII una parte apreciable de los beneficios de la producción agraria terminaban directa o indirectamente en las arcas de la Iglesia, queda claro que la Inquisición era el terrorismo preburgués en su máxima forma evolutiva. F. L. Beynon parte de estos intereses económicos por parte de la Iglesia para explicar el origen de la Inquisición. Este autor sostiene que no tiene mucho sentido debatir sobre la fecha exacta de aparición de este instrumento terrorista, aunque él empieza precisamente por la respuesta represiva feroz de la Iglesia contra la rebelión cátara en el Languedoc como «la causa próxima» F. L. Beynon: La muerte en nombre de Dios, Edit. Antalbe, Barcelona 1982, p. 47 y ss. de la Inquisición. Según M. Beer: «Era el Languedoc en los siglos XI y XII el país más libre y próspero de toda Europa. En él florecían la industria y el comercio, las artes y las ciencias. Narbona, Tolosa, Albi, Béziers y Carcasona eran sedes de la ciencia y la filosofía. Traductores judíos divulgaban los tesoros de la filosofía árabe. Allí encontraban asilo y protección todas las corrientes religiosas. Las ciudades gozaban de grandes libertades municipales. Los duques de Aquitania y los condes de Tolosa y Provenza defendían celosamente sus derechos contra la Iglesia y la realeza» Max Beer: Historia general del socialismo y de las luchas sociales, Siglo Veinte, Buenos Aires 1973, p. 128..

    Debemos detenernos un instante en el asalto de los cruzados a la ciudad fortificada de Béziers en verano de 1209 porque muestra el terrorismo medieval en su pleno sentido, ya que no fue una cruzada contra paganos o contra musulmanes distantes en lo geográfico y en lo cultural, sino que fue una cruzada contra cristianos y dentro de Europa. Béziers contaba entre ocho y diez mil habitantes y sólidas defensas. La ciudad se negó a entregar a los cruzados los doscientos veintidós herejes más destacados, a cambio de salvar la vida el resto de la población. Béziers «había obtenido una considerable independencia y no tenía intención de renunciar a ella y ponerse en manos de fuerzas exteriores». La cruzada había tomado la decisión de arrasar todos los castillos que no se rindiesen, con «una deliberada estrategia, la de infundir el máximo temor a los enemigos». Toda la población de Béziers fue exterminada: «Ese comportamiento despiadado demostró ser tremendamente eficaz». La «táctica de terror» facilitó que otras ciudades se rindieran a los invasores Sean McGlynn: A hierro y fuego, Edit. Crítica, Barcelona 2009, pp. 280-293..

    P. Labal habla de «guerra de liberación» occitana desde 1216, en la que la lengua de oc es el «cimiento de este patriotismo popular» que empezó a formarse desde que en la segunda mitad del siglo XII un conjunto de problemas determinaron que Occitania no pasara de ser un «Estado inacabado» cercado por los reinos de París y Castilla, con un enemigo interno, la Iglesia católica, unidos todos ellos por el objetivo común de apropiarse de sus riquezas. Tras diversos avatares, victorias fugaces, derrotas terribles y recuperaciones sorprendentes, de 1244 a 1249 se produce «el final de la independencia occitana» Paul Labal: Los cátaros, Crítica, Barcelona 2000, p. 213., lo que no impide que pervivan sentimientos subterráneos que se van mostrando periódicamente hasta la actualidad. Mitre también afirma que la destrucción de Occitania fue una invasión del norte contra un sur mucho más próspero y culto, y que la «trituración de un movimiento heterodoxo, tuvo otro significado: un jalón decisivo en el proceso de formación de la nacionalidad francesa» Emilio Mitre: Sociedad y herejía en el occidente medieval, Zero-Zix, Madrid 1971, p. 42..

    El catarismo era igualitario y no corrupto, y daba a las mujeres libertades negadas por la Iglesia. Las mujeres cátaras denominadas las «perfectas», dirigían las ceremonias si no había ningún hombre «perfecto», logro impensable en la Iglesia. Tenían también otras libertades sociales, económicas, culturales, etceera, prohibidas bajo el catolicismo. Pero: «Las cosas cambiaron especialmente para las mujeres cátaras, cuando la Cruzada albigense atacó el Sur. Esta expedición patrocinada por el papa Inocencio III tenía la intención de extirpar la herejía, pero principalmente era una fuerza política dedicada a implantar el poder del rey francés en territorios sobre los cuales no había gobernado hasta entonces. Fue un aventura cruel y brutal que echó a perder gran parte de la vida cultural y política del Sur» Margaret Wade Labarge: La mujer en la Edad Media, Nerea, Madrid 1988, p. 268..

    Inocencio IV oficializó la tortura con su bula Ad extirpanda que ampliaba las categorías de personas torturables ya que, según nos cuenta Alfonso Sastre Alfonso Sastre: «La tortura: un poco de historia», en Tortura y sociedad, Edit. Revolución, Madrid 1982, p. 136., gracias a este papa se podía ya torturar a los herejes y no solo a los ladrones y asesinos, como ocurría antes. En esa misma época, Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, puso el título «De los tormentos» a un capítulo de sus Partidas en el que se decía que era el método adecuado para conocer la verdad, que se podía aplicar a todas las personas menos a las mujeres embarazadas, a los niños de menos de 14 años y a los caballeros hidalgos y profesores de derecho, es decir, a las clases dominantes. Veremos cómo las clases dominantes han terminado torturando a mujeres preñadas y a niños y niñas menores de 14 años, del mismo modo en que el ostracismo ha ido aumentando en años al aumentar los intereses de la clase propietaria de las fuerzas productivas, otro tanto ha sucedido con la ferocidad de la tortura y con el alcance cuantitativo e intensidad cualitativa del terrorismo. Sastre cuenta que en Grecia y Roma la tortura estaba prohibida para las personas libres, y permitida contra los esclavos pero con el límite de su salud, de que no se dañase su capacidad de trabajo porque eran simples instrumentos de trabajo que debía rendir beneficios Alfonso Sastre: «La tortura: un poco de historia», op. cit., p. 136.. El capitalismo ha terminado torturando hasta la muerte a esclavos, niños, mujeres embarazadas, burgueses y expertos en leyes, respondiendo a la lógica inherente de la agudización de las contradicciones de todo tipo que frenan la acumulación de capital y el funcionamiento de la unidad entre producción y reproducción.

    Una de las mayores barbaridades y crímenes cometidos por la Iglesia católica, según muchos investigadores, fue la elaboración e imposición del Derecho Penal Canónico: «se retrocedió asombrosamente: se juzgaban los animales, los cadáveres fueron objetos también de sanciones, se juzgaba mediante un procedimiento brutal, el inquisitivo […] Se perdió el viejo concepto del carácter individual de la responsabilidad penal y se juzgó por los delitos a los familiares, a los vecinos, a los simples allegados; se sancionó de manera despiadada y brutal, con absoluta desigualdad entre nobles y plebeyos […] durante la Inquisición los locos, los enfermos, los epilépticos, todos los que hoy son indubitablemente irresponsables criminalmente, eran condenados por el único pecado de ser enfermos, lo cual hacía suponer que eran poseídos por el diablo o herejes» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho I, La Habana 1990, segunda parte, p. 129.. Más concretamente sobre las torturas:

    «Así vemos consagradas por el Derecho Penal de la Iglesia y aplicadas por tribunales inquisitoriales fórmulas brutales de producir dolor, y en nombre de una religión que se decía continuadora de la práctica de Jesús, que enseñaba el amor entre los hombres, proliferaron los desgarramientos de piel, quebrantamiento de huesos, introducción de cuerpos hirvientes en los orificios del cuerpo, se vio verter aceite hirviendo en la boca de los condenados, se presenció el descuartizamiento mediante la tracción ejercida por caballos que tiraban en direcciones opuestas y, en fin, toda una gama horripilante de medios dirigidos a producir despiadados dolores que, por demás, en la fase ordinaria de la tortura debían estar administrados con todo cuidado, a fin de que el reo sufriera mucho sin morir ni perder la lucidez. La misma pena de muerte, al aplicarse debía serlo mediante procedimientos dolorosos, mediante maneras traumatizantes» AA.VV.: Manual de Historia General del Estado y del Derecho I, op. cit., p. 125..

    Más adelante deberemos recordar estas breves pero estremecedoras descripciones sobre la tortura y el terrorismo cristiano medieval cuando comparemos la tortura antigua, representada en la violencia sacrificial azteca, con la tortura burguesa. La Inquisición fusionó el terrorismo patriarcal, el cristiano y el feudal, y la iniquidad exterminadora lanzada contra este movimiento progresista y emancipador abrió una larga época de desquiciante terrorismo preburgués que fue adaptándose a las nuevas exigencias introducidas por las nuevas necesidades de los poderes. Así, tres siglos después, la Iglesia católica con el apoyo del imperio español, puso a la Inquisición a funcionar al máximo intentando derrotar al movimiento protestante, para evitar que la alianza de príncipes, burgueses, artesanos y campesinos recuperara parte de las inmensas tierras y bienes que les había expropiado durante siglos:

    «La Inquisición y los jesuitas pasaron a ser los custodios de la fe católica, las heterodoxias, los visionarios y los profetas fueron perseguidos hasta que desaparecieron, y los católicos corrientes vivían con un miedo muy real a ser acusados de herejes» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 253..

    Pero el terrorismo cristiano no lo sufrieron únicamente los pueblos, clases y mujeres sometidos a la iniquidad inquisitorial, sino que otros pueblos geográficamente más distantes también padecieron en estos siglos XIII y XIV la ferocidad material de la cultura del miedo practicada, en este caso, por la germánica Orden Teutónica: «La cruzada organizada algunos años más tarde, en 1267, por Ottokar de Bohemia, da un nuevo dinamismo a la conquista del Este. Es una verdadera guerra de exterminio. La población masculina es sistemáticamente pasada a cuchillo. Las mujeres y los niños tendrán que dejar el campo libre y huir. Regiones enteras se convierten en desiertos. Pero los lugares vacíos serán pronto ocupados por colonos alemanes […] Por el hierro y el fuego, los teutónicos continúan asegurando el desarrollo de la economía y de la civilización de los territorios conquistados. En 1350 han fundado unos mil cuatrocientos pueblos nuevos […] Pero en estos territorios inmensos no hay nada definitivo. Los pueblos sometidos la víspera se sublevan al día siguiente. Y nunca podrán los teutónicos interrumpir su guardia vigilante» Jean-Jacques Mourreau: «Los caballeros teutónicos», en Los grandes cuerpos militares del pasado, A.T.E., Barcelona 1980, pp. 48-49..

    En los siglos XIV y XV «la guerra, la peste, las actividades depredadoras de los nobles, que esquilmaban a los campesinos, y las malas cosechas hicieron que a las ciudades llegasen oleadas de gente hambrienta y ociosa […] las revueltas populares que, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIV, asolaban la sociedad medieval» Enrique González Duro: Biografía del miedo, Edit. Debate, Barcelona 2007, pp. 43-47.. «La Europa medieval se encontró en un casi perpetuo estado de guerra» causado por el maremagnum de fricciones y choques casi permanentes entre los múltiples poderes existentes. De entre ellos, uno de los más sistemáticos en su belicismo expansivo fue el cristianismo: «La Iglesia católica, hambrienta de poder, también era una fuente importante de conflictos. Aplicaba su dominio con la espada contra los no creyentes, disidentes, libertarios y oponentes políticos» AA.VV.: Técnicas bélicas del mundo medieval. 500 a.C-1500 d.C., Libsa, Madrid 2007, p. 134.. La mejora de los sistemas burocrático-estatales de control de la población, de vigilancia de los comportamientos, de administración de los negocios estatales y privados, etcétera, esta centralización que ha sido estudiada al detalle, la realizaron los Estados en ascenso utilizando a «la Iglesia como modelo». Un instrumento decisivo que los poderes posteriores aprendieron del modelo eclesiástico fue el de la confesión, sistema estrechamente relacionado con el terrorismo simbólico y con el terror personal, que más tarde ha sido mejorado y ampliado, según explica J. Mª Arribas:

    «El poder sobre uno mismo, del que el confesor es el depositario, pasa por la obligación de vigilarse continuamente y de decir todo acerca de uno mismo. Pasa también por una relación con el juicio, con el juzgarse, puesto que establece una relación entre la subjetividad y la ley […] El sujeto confesante es atado a la ley en la misma operación en que es atado a su propia identidad. Reconoce la ley y se reconoce a sí mismo en relación con la ley. La confesión es un dispositivo que transforma a los individuos en sujetos en los dos sentidos del término: sujetos a la ley y sujetos a su propia identidad. Promueve formas de identidad que dependen de cómo el sujeto se observa, se dice y se juzga a sí mismo bajo la dirección y el control de su confesor. La secularización de la confesión en la medicina, la psicología, la pedagogía, etcétera, no cambia esencialmente, en cuanto a la forma general del dispositivo, el modo como integra la verdad, el poder y la subjetividad» Jorge Larrosa: «Tecnología del yo y educación», en Escuela, poder y subjetivación, La Piqueta, Madrid 1995, pp. 322-323..

    En el siglo XIII, por ejemplo, el papa Inocencio III se preocupó por recuperar la información de los registros oficiales, iniciando un proceso controlador que cogería impulso definitivo tras el Concilio de Trento, a partir de 1563, cuando la Iglesia católica ordenó registrar los nacimientos, matrimonios y muertes. La Inquisición fue, con mucho, el aparato represivo dedicado a obtener información, ordenarla y centralizarla. Según dice P. Burke: «El miedo creciente a la herejía, así como la mejora de la competencia en matemáticas contribuyeron al desarrollo de la estadística» Peter Burke: Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, Paidós, Barcelona 2002, pp. 159-161.. Por su parte, J. M. Arribas, sin tocar el problema de la brujería, sí se refiere directamente a la urgencia de los intereses políticos, económicos y militares de las grandes potencias al afirmar que «la estadística social tiene sus orígenes en la aritmética política iniciada a finales del siglo XVII», indicando, por ejemplo, cómo la tabla de mortalidad elaborada en 1694 por Halley buscaba mostrar la proporción de hombres aptos para la guerra en cualquier sociedad José Mª Arribas Macho: «Estadística y sociología: una reflexión histórica», en Lo que hacen los sociólogos, CIS, Madrid 2007, pp. 47-48..

    El control se realizaba sobre un fondo sociohistórico de miedo creado por el poder. Cada bloque social tiene sus propios miedos y temores, dependiendo del lugar que ocupa en la estructura de explotación, pero, como dice C. Pernasetti, la clase dominante interviene para manipular los miedos de las clases dominadas, imponerle los suyos y, así, controlarla mejor de manera que «el miedo aparece vinculado fuertemente a la necesidad de control de la sociedad, para mantenerla dentro de una normatividad funcional a las necesidades de los grupos dirigentes» Cecilia Pernasetti: «Vínculos entre los conceptos de miedo y memoria. El cine, la memoria y el miedo en la sociedad contemporánea», en Miedos y memorias, Comunicarte, Córdoba. Argentina 2006, p. 267.. La autora sigue desarrollando las tesis de Delumeau sobre cómo entre los siglos XIV al XVI la Iglesia católica hizo un gran esfuerzo para convencer a las gentes de que todas las calamidades naturales y sociales existentes eran advertencias y amenazas divinas. Guerras, carestías, pestes, lobos, etcétera, eran castigos de «un dios furioso, todopoderoso e implacable […] porque nunca antes se habían desarrollado tantas herejías y ofensas a su nombre». La quema de brujas y la sospecha sobre todas las mujeres, la persecución de judíos y de herejes, son prácticas que unen a la Reforma protestante y a la Contrarreforma católica por dentro de sus diferencias externas. Y la autora concluye: «miedos y memorias son construcciones sociales e históricas que no pueden entenderse cabalmente si no es considerándolas como parte de la lucha de unos grupos por imponerse sobre otros» Cecilia Pernasetti: «Vínculos entre los conceptos de miedo y memoria. El cine, la memoria y el miedo en la sociedad contemporánea», op. cit., pp. 267-268..

    B. Geremek muestra que el miedo de las clases ricas europeas ante los efectos desestabilizadores de la pobreza creciente a finales del siglo XV y comienzos del XVI fue uno de los factores decisivos en el momento de imponer medidas de «caridad social» sufragadas mediante el erario público más las aportaciones de la Iglesia y de otros poderes, sin olvidar las de personas con grandes propiedades. Estudiando en concreto el caso parisino, el autor dice que en los debates sostenidos entre estos poderes para decidir qué hacer y cómo controlar a las crecientes masas de empobrecidos y vagabundos «se manifiesta a menudo el miedo a reunir a los pobres en un único lugar. Incluso antes del discurso citado del preboste de los comerciantes, en el curso de la discusión sobre el estado de las fortificaciones en la ciudad, Jean Bisonte había avanzado la propuesta de emplear a los pobres en los trabajos de utilidad pública» Bronislaw Geremek: La piedad y la horca, Altaya, Barcelona 1997, pp. 144-145.. El autor sigue narrando el desarrollo del debate, la contradicción entre las necesidades de las clases ricas, las necesidades de la defensa de París, etcétera, que justificaban la aplicación de esta especie de proto-keynesianismo y, por el lado opuesto, la consciencia de la minoría propietaria que pensaba que reunir a varios centenares de empobrecidos podría generar con rapidez una afluencia de muchos otros vagabundos de las cercanías de modo que, al poco tiempo, se juntaran varios miles y saquearan París.

    Durante el final de la Baja Edad Media y sobre todo debido a las innovaciones administrativas, centralizadoras y disciplinadoras introducidas forzosamente durante la guerra de los Cien Años entre los reinos de Inglaterra y Francia, se produjo una significativa imposición del «orden y control» Christopher Allmand: La guerra de los Cien Años, Edit. Crítica, Barcelona 1989, p. 156 y ss. sobre los comportamientos sociales en los ejércitos, en los Estados y en sus administraciones aproximadamente entre los años 1300 y 1450, y a partir de aquí progresivamente en las costumbres de los pueblos afectados, hacia las exigencias racionalistas y ahorradoras unidas cada vez más a la economía mercantil. Naturalmente, las crecientes exigencias recaudatorias e impositivas decretadas por los Estados en guerra no tardaron en suscitar protestas y hasta insurrecciones populares, como la acaecida en Rouen y conocida como la Harelle, en 1382 Christopher Allmand: La guerra de los Cien Años, op. cit., p. 174..

    Una de las razones fundamentales por las que el pueblo se resistía al aumento de los impuestos es que por entonces todavía las guerras, es decir, el terror y el terrorismo de las clases dominantes, buscaban su autofinanciación mediante el saqueo, el botín, las requisas, las extorsiones impuestas a pueblos y villas, y los rescates impuestos a personas de las clases propietarias. En esta guerra, como en todas, existía todo un sistema legal que estipulaba el reparto de los beneficios obtenidos con estos métodos entre las tropas, los mandos y el rey Christopher Allmand: La guerra de los Cien Años, op. cit., p. 175.. No hace falta extendernos sobre los efectos desastrosos de estas prácticas en la población civil que vivía sometida a toda serie de peligros reales, desde el saqueo hasta la muerte pasando por la violación de mujeres y niñas por las tropas de un bando u otro. Los peligros reales eran, además, agrandados en el imaginario colectivo por los rumores, las exageraciones y las informaciones nunca verificables sobre la brutalidad militar. Si a todo ello le unimos los terrores a los castigos eternos del infierno, nos hacemos una idea muy aproximada del miedo contextual.

    Lucha de clases y lucha de los pueblos

    Resulta imposible hacer siquiera un listado mínimo de las resistencias, motines, rebeliones y guerras que las masas explotadas realizaron para defenderse de las violencias dominantes, y el papel del terrorismo feudal en el extermino de muchas de ellas. Vamos a concluir con algunos casos muy diferentes en apariencia pero que nos llevan siempre al mismo problema, el del recurso al terrorismo por parte del poder para garantizar su propiedad privada.

    El primero trata sobre las luchas revolucionarias de las masas para recuperar los espacios comunes, colectivos, en el norte de Italia durante los siglos XII y XIV. R. Osborne empieza explicando cómo en Florencia la oligarquía fue apropiándose de los espacios colectivos y públicos de las ciudades, privatizándolos, impidiendo el tránsito del pueblo, y protegiendo su nueva propiedad arrancada por la fuerza mediante enormes torres de piedra sitas en las encrucijadas de las calles, a la vez que se creaban jardines y paseos privados, exclusivos para la minoría propietaria. El autor continúa exponiendo cómo entre 1200 y 1300 las principales ciudades del norte italiano pasaron a manos del popolo, y en el caso de Florencia dice que: «no fue una rebelión espontánea, sino un movimiento continuado contra la endogámica autoridad establecida. Si los efectos políticos fueron importantes, los sociales, psicológicos y culturales fueron enormes y duraderos. Lo que el popolo proponía era una idea completa de lo que eran los pueblos y las ciudades, para qué existían, cómo debía vivirse en ellos. Se derribaron las torres y se abrieron los barrios de las grandes familias. En lo sucesivo, el espacio urbano –las calles, las plazas, las salas de reuniones, las iglesias– sería de todos. […] Durante el mandato del popolo, en el siglo XIII, las ciudades italianas conocieron un crecimiento nunca visto, de población y de actividad económica. Hubo un aumento del interés y de la actividad en educación, hacienda pública, milicias urbanas, política, arquitectura autóctona, y en artes literarias y visuales. Hacia 1300, había menos analfabetismo y la educación estaba más extendida en las ciudades italianas que en el resto de Europa» Roger Osborne: Civilización, op. cit., pp. 208-209..

    No tenemos espacio para extendernos en esta premonitora historia de lucha de clases y de independencia política de las ciudades-Estado del norte de Italia, de la que ya hemos dicho algunas cosas importantes en páginas anteriores. Solamente queremos decir que la derrota del popolo fue debido a varios factores interrelacionados, de entre los que debemos reseñar ahora mismo una constante no exclusiva del norte italiano, sino de la experiencia mundial desde la época griega clásica, sino de antes: muchas de las clases oligarcas perdedoras y vencidas, que frecuentemente tenían que vivir en el exilio, reconquistaron su poder y destrozaron las fuerzas revolucionarias gracias a sus pactos con fuerzas invasoras, mientras que otras oligarquías, envalentonadas por estas derrotas del popolo en ciudades-Estado decisivas por su poder, vencían a sus pueblos apoyándose en el miedo: «a comienzos del siglo XIV, todos los nobles desterrados de Génova, Florencia y Milán declararon la guerra a sus ciudades con ayuda de fuerzas extranjeras. Mientras unas ciudades –Milán, Ferrara, Mantua– caían en manos de una sola familia, otras adoptaron una forma colectiva de gobierno republicano» Roger Osborne: Civilización, op. cit., pp. 212-213..

    V. Rutenburg ha estudiado con especial interés la Florencia de finales del siglo XIV. Llama la atención el interés de la clase dominante para requisar las enseñas, banderas e insignias de los Ciompi, revolucionarios pertenecientes a las clases trabajadoras, prohibiendo a los artistas su reproducción bajo pena de muerte Víctor Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), Akal, Madrid 1983, p. 218.. Estamos ante una deliberada acción de guerra psicológica y propagandista, de censura política e identitaria, para impedir que las clases trabajadoras florentinas tuvieran sus propias señas de identidad, de autodefinición y de demarcación con respecto a la identidad propia de la clase dominante. Sin embargo, los Ciompi superaron esta represión haciendo otras nuevas fuera de Florencia e introduciéndolas clandestinamente en la ciudad poco antes de una nueva insurrección popular, la de julio de 1383 que terminó en trágico fracaso Víctor Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), op. cit., p. 232.. Los Ciompi habían conseguido prohibir la tortura y las detenciones arbitrarias de los afiliados a los gremios revolucionarios, reformas bancarias en la reducción de los intereses, instauración del impuesto progresivo en beneficio de quienes menos tienen, etcétera Víctor Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), op. cit., pp. 225-226., pero tras la derrota de 1383 los dirigentes revolucionarios fueron torturados, arrancándoles la carne a pedazos Víctor Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), op. cit., p. 232.. Luego, la burguesía florentina fue en auxilio de la de Siena, donde la lucha de clases estaba en su momento crítico y que había dado refugio a revolucionarios florentinos. En marzo de 1385 el gobierno popular de Pisa fue liquidado y muchos de sus seguidores asesinados. Poco antes, y en plena lucha, la burguesía de Siena había lanzado la consigna de «Viva la paz» para confundir, desorientar y debilitar la moral de lucha y radicalidad del bando popular. Como vemos, la clase dominante usó el pacifismo para preparar su ofensiva terrorista.

    El segundo ejemplo trata de la resistencia del pueblo canario a la invasión peninsular. Se trató de una tenaz resistencia sostenida desde finales del siglo XIV hasta finales del siglo XV por un conjunto de tribus unidas por una lengua y cultura común pese a habitar un archipiélago que le incomunicaba relativamente. El pueblo canario vivía de una economía pastoril con inicio de agricultura estacionaria, y con una estructura social que aún no había llegado al nivel de separación en castas y menos aún de escisión en clases sociales antagónicas. Pese a este «atraso», las diferentes tribus mantuvieron una resistencia prolongada a los invasores facilitada por cierta ayuda portuguesa para frenar la expansión castellana. También se dieron los conocidos casos de ayuda de algunas tribus a los invasores para aplastar a otras de su mismo pueblo, cambio de bando de determinados caciques tras ser vencidos para mantener sus privilegios apoyando a los invasores, sublevaciones posteriores por la dureza del trato, por la expropiación de sus tierras e incumplimiento de las promesas castellanas, etcétera AA.VV.: «La conquista de Canarias», Cuadernos Historia 16, Madrid 1985, nº 79.. Especial importancia tuvo en esta guerra de exterminio el recurso al envenenamiento colectivo por parte de los invasores.

    El tercer ejemplo es el largo conflicto sostenido en Catalunya y en concreto en Barcelona a finales del siglo XIV y mediados del XV. En 1391 estalló una revuelta que tras violencias varias se convirtió en revolución al dar el poder a los menestrales, al pueblo, que ampliaron su representación en el Consejo, investigó las cuentas del trigo y de los impuestos municipales, y pidió la reducción del sueldo de los consejeros. Pero los menestrales sólo tuvieron el poder durante cinco meses. Sesenta años más tarde, los menestrales más los mercaderes crearon la Busca, que pretendía «controlar el gobierno municipal para hacer cumplir los privilegios, libertades y costumbres de Barcelona, que para ellos se reducen a sanear la hacienda municipal, a conseguir la devaluación monetaria y con ella una más fácil salida de sus productos e implantar medidas proteccionistas para la industria y el comercio». Por el lado contrario está el bloque nobiliario organizado en la Biga que se niega a devaluar la moneda, que cobra altos sueldos por sus cargos públicos y que antepone la entrada de paños caros para el consumo de los rentistas antes que políticas de protección de la industria autóctona. La Busca supo atraerse al pueblo y tras su victoria en 1453 «fueron rebajados los salarios de los funcionarios municipales y se suprimieron algunos cargos innecesarios. Se prohibió la acumulación de cargos y se redujo la duración de los vitalicios a dos o tres años; la moneda fue devaluada; se tomaron medidas para mantener a Barcelona bien abastecida de carne y trigo. Se tomaron medidas contra los corsarios y se favoreció la construcción naval al reservar a las naves de la Corona el transporte de las mercancías nacionales. Por último, se favoreció la industria con la prohibición de importar paños de lujo y con medidas tendentes a facilitar la fabricación de este tipo de paños en la ciudad». Por una serie de razones que sería largo exponer, la experiencia acaba derrotada en 1461 con la victoria de la nobleza y la decapitación de los dirigentes más conocidos de la Busca José Luis Martín: «Conflictos sociales en la Edad Media», Historia 16, Madrid 1985, nº 158, pp. 28-32..

    El cuarto ejemplo es el de la revuelta de los irmandiños en la Galicia del siglo XV. Fue una lucha que puede definirse como intento de revolución burguesa apoyada por amplios sectores campesinos y del artesanado urbano, bajo clero y pequeña nobleza empobrecida, contra la clase feudal y la Iglesia católica. Además de las reivindicaciones de estas clases, también tuvieron mucha influencia los sentimientos de agravio acumulados por las masas, como la memoria que conservaba el pueblo de Compostela de los dos vecinos asesinados por los hombres del arzobispado, lo que aceleró el asalto a su fortaleza Carlos Barros: Mentalidad justiciera de los irmandiños, siglo XV, Siglo XXI, Barcelona 1990, p. 121.. Es muy significativa la identidad que establecieron los irmandiños entre, por un lado, la justicia, la mentalidad justiciera y, por el lado opuesto, la existencia de las fortalezas y de la clase señorial que en ellas vive protegida y protegiendo sus propiedades. La justicia es así, para el pueblo gallego, lo opuesto de las fortalezas señoriales, que expresan el poder odiado por injusto y explotador Carlos Barros: Mentalidad justiciera de los irmandiños, siglo XV, op. cit, p. 244 y ss.. Sin embargo, el sólo deseo de justicia no lleva a la victoria, pues los errores cometidos por los irmandiños fueron superiores a la cuantía de su ejército de 80.000 voluntarios que fue derrotado en 1469 por el ejército mercenario La Enciclopedia, Salvat, Madrid 2003, tomo 11, p. 8272.organizado por la aristocracia y la Iglesia.

    El quinto ejemplo trata del husismo, el «mayor movimiento herético de la Edad Media», según Granda, buscaba sus causas en la conjunción de diversos factores entre los que destaca el religioso, el social y el nacional. Por ejemplo, sostiene que en el plano social hasta el cuarenta por ciento de la población de Praga estaba formado por «desposeídos urbanos» enfrentado a un patriciado urbano en su mayoría alemán, así como la existencia de una frecuente oposición del campesinado contra las ciudades; un campesinado que aguantaba sobre sus espaldas el que la Iglesia latina fuera propietaria de un tercio de las tierras checas. En estas condiciones no es de sorprender que, además de la reivindicación de la lengua y cultura checas asumida incluso por los sectores más reformistas del husismo, sobre todo el movimiento popular y más radical, el taborita y el picardo, desarrollaran: «una organización de tipo comunal, sin propiedad privada, y subsistían de lo que tomaban a sus enemigos» Cristina Granda Gallego: El movimiento husita, en «Las herejías medievales», AA.VV., Historia 16. Madrid 1985, nº 66, pp. 26-31.. Aunque este movimiento, al decir de J. L. Martín, supo granjearse el apoyo nobiliario «mediante la secularización de los bienes eclesiásticos y su entrega a los nobles locales», no por ello abandonó las reivindicaciones sociales José Luis Martín: «Conflictos sociales en la Edad Media», Historia 16, Madrid 1985, nº 158, p. 18.. Uno de los factores que precipitaron su unidad nacional inicial fue que los ejércitos cruzados lanzados contra ellos por Roma y el imperio alemán asesinaban a todos los que oían hablar en checo, sin investigar si eran husitas o no Josef Macek: ¿Herejía o Revolución? El movimiento husita, Edit. Ciencia Nueva, 1967, p. 47..

    La parte más radical del movimiento fueron los taboritas que «también eran revolucionarios sociales […] el establecimiento de la igualdad, del comunismo incluso, y el derrocamiento del orden social establecido eran tan importantes como la reforma religiosas» George Holmes: Europa: jerarquía y revuelta 1320-1450, Siglo XXI, Madrid 1984, p. 252.. Esta dialéctica entre liberación nacional, de clase y de amplia emancipación de la mujer, dialéctica en la que también actúan las derivas de los sectores más ricos de los sublevados hacia el reformismo, primero, y después hacia la negociación con el enemigo, es la que explica hechos de extrema dureza como los narrados por F. Garrido: «Indignado el pueblo por la conducta de los senadores, los arremetió furioso en sus palacios y echó a muchos por los balcones, recibiéndolos en las picas. Once solamente se salvaron de la matanza con la fuga» Fernando Garrido: Historia de las clases trabajadoras, Zero Zyx, Madrid 1973, tomo 2, p. 214.. Interesa destacar aquí que las ideas taboritas no eran, en lo esencial, exclusivas de las masas checas, sino que formaban parte de la amplia corriente de herejía milenarista cristiana que venía de lejos, que había reaparecido en el siglo anterior y que había tenido especial fuerza en las luchas campesinas inglesas de 1381. Un investigador de la talla de N. Cohn no ha dudado en definir al movimiento checo como una lucha «anarco-comunista» dentro de un proceso más amplio relacionado con las reivindicaciones del campesinado inglés, pero con una peculiaridad específica que no era otra que la reivindicación nacional de las masas checas contra la doble alianza entre el Vaticano, poseedor de más de la mitad de las tierras y de otras ingentes riquezas, y la no menos rica minoría alemana, que controlaba buena parte del resto de las instituciones y poderes: «las quejas de los checos en contra del clero se fusionaron con las que tenían contra una minoría extranjera» Norman Cohn: En pos del Milenio, Alianza Universal, Madrid 1981, pp. 198-222.. Al final el husismo fue ahogado en un océano de sangre bajo la bendición del Vaticano.

    El sexto ejemplo se aleja de la tónica de los anteriores y muestra el terrorismo europeo en su crudeza insoportable. Leamos con detenimiento a A. Pagden en lo que sigue:

    «La esclavitud moderna […] tuvo su origen en la mañana del 8 de agosto de 1444, cuando el primer cargamento de 235 africanos capturados en lo que hoy es Senegal fue desembarcado en el puerto portugués de Lagos. En los muelles se improvisó un rudimentario mercado de esclavos, y los africanos, confusos y acobardados, tambaleándose después de semanas confinados en insanas bodegas de los pequeños barcos en que habían sido traídos, fueron reunidos en grupos de edad, sexo y estado de salud. El cronista Gomes Eannes de Zurara, quien registró el suceso, escribió lo siguiente:

    »“¿Qué corazón sería tan insensible de no sentirse traspasado por un piadoso sentimiento al contemplar esa compañía? Algunos tenían la cabeza baja, el rostro bañado en lágrimas cuando miraban a los demás; otros gemían lastimosamente mirando hacia los cielos con fijeza y gritaban con grandes alaridos, como si estuvieran invocando al padre del universo para que los socorriera. Para aumentar su angustia todavía más, llegaron entonces los encargados de las divisiones y empezaron a separarlos para formar cinco lotes iguales. Ello hizo necesario apartar a los hijos de los padres y a las madres de los esposos, y a los hermanos de sus hermanos… Y cuando los niños asignados a un grupo veían a sus padres en otro distinto daban un salto y salían corriendo hacia ellos; las madres estrechaban a sus hijos en los brazos y se tendían sobre el suelo, aceptando las heridas con desprecio del padecimiento de sus carnes con tal de que sus niños nos les fueran arrebatados”.

    »Una persona que, al parecer, permaneció completamente impasible fue el príncipe Enrique el Navegante, quien había patrocinado el viaje. Según Zurara, llegó tirando de las riendas “de un brioso caballo acompañado de su gente”. Separó, como era debido, el quinto real de las ventas –cuarenta y seis esclavos en total– y se alejó cabalgando. Acababa de empezar el tráfico del “oro negro”» Anthony Pagden: Pueblos e Imperios, Mondadori, Barcelona 2002, pp. 131-132..

    Tenemos aquí una espeluznante descripción de cómo actuaba desde su mismo inicio el terrorismo colonialista de la civilización cristiana que ya daba sus primeros pasos en la economía burguesa. Muy pocos años después, Fray Bartolomé de las Casas, la cara amable del terror cristiano, ha dejado escritas espeluznantes detalles sobre cómo los cristianos, tras ser recibidos con regalos, comida y atenciones, por los aborígenes, los masacraban sin piedad, desde niños y viejos hasta mujeres preñadas a las que despanzurraban con sus espadas y lanzas, y qué trato daban a los caciques indígenas: «Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atáñanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas» Bartolomé de las Casas, citado por R. Osborne en Civilización, op. cit., p. 281.. O de otra forma: «No existían limitaciones para esclavizar a los indios, mantener relaciones sexuales con ellos, someterlos a trabajos forzados, torturarlos o usarlos en deportes sangrientos, ni tampoco para asesinarlos o dejarlos morir de hambre; de las Casas escribió que, durante su estancia de cuatro meses en Cuba, asistió a la muerte por inanición de siete mil nativos» Roger Osborne: Civilización, op. cit., p. 283..

    Recordaremos palabras y conceptos leídos en estas citas: confusión, cobardía, cabeza baja, lágrimas, gemidos, gritos y alaridos, angustia, padecimiento, tormentos, esclavización, violaciones, fuego, hambre… porque han aparecido y aparecerán una y otra vez cuando hablemos del «terror calculado» y de la «pedagogía del miedo». Los recordaremos cuando leamos cómo actuaban los «psiquiatras de la muerte» nazis en el momento de separar brutalmente a las familias en los campos de concentración, a las madres de sus hijos: «Los psiquiatras de la muerte conocían las leyes que rigen en todos los mataderos del mundo. Ese momento de separar hijas y padres, madres e hijos, nietos y abuelas, maridos y mujeres, era uno de los más cruciales» Anthony Beevor: Un escritor en la guerra. Vasilo Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945, Crítica, Barcelona 2005, p. 358.. Grossman nos remite aquí a lo constante y esencial del terrorismo: la carnicería de personas sobrantes para el sistema, personas que pueden ser un peligro para el poder y que deben ser exterminadas, y que son tratadas con métodos que atacan a lo definitorio de la especie humana como especie genérica, aunque esta identidad genético-estructural del terror adquiera expresiones histórico-genéticas diferentes en cada modo de producción basado en la explotación de la fuerza de trabajo.

    Fijémonos en que el «oro negro» era fuerza de trabajo humana, seres humanos, mujeres, niños y hombres esclavizados y rebajados al nivel inhumano de mercancías valiosas. Fijémonos que si bien las naciones indias no pudieron ser esclavizadas al mismo nivel que las africanas, sí fueron y son explotadas con una saña especial. Intentemos imaginar qué hubiera escrito el cronista Zurara si en ese momento el grupo esclavizado hubiera recurrido a la violencia desesperada, hubiera matado a los portugueses e intentado huir. Lo más probable es que fueran aniquilados despiadadamente, y que el cronista nos dejase una descripción justificando el exterminio de los «salvajes». Ya sabemos qué han escrito otros muchos cronistas del poder sobre las revueltas y violencias africanas e indias.

    El séptimo y último ejemplo plantea una cuestión decisiva para el tema que tratamos: ¿cómo formar a un pueblo para que se defienda ante la amenaza que se avecina? ¿De qué vale el pacifismo en los momentos críticos? ¿Qué responsabilidad tiene el poder al no educar al pueblo en el derecho y necesidad de la defensa violenta ante una invasión exterminadora? ¿De qué vale el pacifismo cuando las libertades y la propiedad colectivas están mortalmente amenazadas por un invasor que busca apropiarse de todo y destruir lo que se le resiste? Se trata, ni más ni menos, que de la «cobardía colectiva» del grueso de los bizantinos en edad militar en 1453, al decir de Fuller. De los 100.000 habitantes que tenía Constantinopla al acercarse los turcos, 25.000 eran hombres en edad militar, capaces de tomar las armas en defensa de su ciudad, sus vidas y las de sus familiares de la segura aniquilación en caso de vencer los otomanos.

    Pues bien, a pesar de todo ello sólo 4.973 respondieron al llamamiento a las armas, de manera que sumando las pocas ayudas exteriores, la defensa de Constantinopla la realizaron alrededor de 8.000 combatientes contra un ejército de 140.000 soldados apoyados por varios miles más de auxiliares J. F. C. Fuller: Batallas decisivas, op. cit., pp. 148-149., dotados de la mejor artillería pesada de todo el mundo. Así que cuando poco antes de que los turcos iniciaran su ataque al grito «Yagma! Yagma! (¡Al saqueo! ¡Al saqueo!)», eran muy pocos los bizantinos que realmente creían en el juramento de «¡Muramos por la fe y por la patria!» realizado poco antes del asalto final, en medio de una guerra en la que muchos católicos occidentales deseaban fervientemente la destrucción de Constantinopla por hereje. Al final de todo, y para hacer honor al Islam turco, ni las 4.000 personas de todas las edades asesinadas, ni las 50.000 personas entre hombres, mujeres y niñas y niños vendidas como esclavos y esclavas, ni el saqueo de riqueza y la quema de libros, nada de esto superó al terror católico: «aunque la matanza fue terrible, no superó a la de 1204» realizada por los cruzados católicos en nombre de Roma J. F. C. Fuller: Batallas decisivas, op. cit., pp. 151-161..

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