La defen­sa «por izquier­da» de De Vido y un tex­to de Víc­tor Serge

En los últi­mos días, y a raíz del deba­te sobre el des­afue­ro de De Vido, dipu­tados del FIT dije­ron que vota­ban en con­tra de la expul­sión por­que la mis­ma era con­tra­ria al orden cons­ti­tu­cio­nal, y por­que crea­ba un pre­ce­den­te para que en el futu­ro se expul­sa­ra a repre­sen­tan­tes de la izquier­da de la Cáma­ra. Se sos­tu­vo tam­bién que al no mediar con­de­na de la Jus­ti­cia, el des­afue­ro era una espe­cie de «gol­pe par­la­men­ta­rio», anti-cons­ti­tu­cio­nal; que la izquier­da esta­ba defen­dien­do los dere­chos polí­ti­cos de De Vido; y que esa defen­sa for­ma­ba par­te de la pelea con­tra los gol­pes par­la­men­ta­rios al esti­lo Temer-Bra­sil. Tam­bién se dijo que la dis­cu­sión sobre corrup­ción y el caso De Vido era una manio­bra dis­trac­cio­nis­ta de Cam­bie­mos, para no deba­tir las polí­ti­cas de ajus­te en cur­so. Todos argu­men­tos que enca­ja­ron muy bien en el dis­cur­so que des­ple­gó el kirch­ne­ris­mo en defen­sa del corrup­to ex ministro.

Indu­da­ble­men­te, esta posi­ción de la izquier­da hay que enmar­car­la en la idea de que, de algu­na mane­ra, el kirch­ne­ris­mo (o el PT y Lula), sería pro­gre­si­vo en rela­ción a Cam­bie­mos (o Temer y el PMBD). El razo­na­mien­to es que todos son «enemi­gos de los tra­ba­ja­do­res», pero unos son peo­res que otros. Para bajar­lo a tie­rra, algo así como que lo que hizo el kirch­ne­ris­mo en San­ta Cruz es mejor que lo que hizo el macris­mo en la ciu­dad de Bue­nos Aires (o que el ajus­te de Dil­ma era más pro­gre­si­vo que el ajus­te de Temer). En cual­quier caso, este enfo­que expli­ca el temor de bue­na par­te de la izquier­da de ser acu­sa­da por la mili­tan­cia K «de ser fun­cio­nal a la derecha».

En otras notas del blog expli­qué por qué con­si­de­ro que ese aná­li­sis es equi­vo­ca­do, y no voy a repe­tir aquí mis argu­men­tos. Sin embar­go, a esa dife­ren­cia de aná­li­sis se suma aho­ra una más fun­da­men­tal, refe­ri­da a la acti­tud hacia el orden cons­ti­tu­cio­nal bur­gués. En otras notas ya hablé de cre­ti­nis­mo par­la­men­ta­rio, en crí­ti­ca a la creen­cia de que votan­do una ley se pudie­ra parar la des­ocu­pa­ción en el capi­ta­lis­mo. Pero ese cre­ti­nis­mo se poten­cia cuan­do se mis­ti­fi­ca a la Jus­ti­cia bur­gue­sa y el orden cons­ti­tu­cio­nal bur­gués. En este res­pec­to, una cosa es que los mar­xis­tas no renun­cien a los bene­fi­cios de la lega­li­dad bur­gue­sa, y otra muy dis­tin­ta es que se pon­gan en defen­so­res del orden bur­gués. O que entro­ni­cen a la Jus­ti­cia como la úni­ca fuen­te de «legi­ti­mi­dad» para expul­sar a un corrup­to de la Cáma­ra de dipu­tados (¿y si maña­na la Jus­ti­cia con­de­na a los dipu­tados de izquier­da?); o que con­vier­tan en un feti­che «los pre­ce­den­tes jurí­di­cos o cons­ti­tu­cio­na­les» de una vota­ción par­la­men­ta­ria (¿no se dan cuen­ta de que esos «pre­ce­den­tes» son papel moja­do en la reali­dad de la lucha de cla­ses?). Agre­gan­do que es absur­do (en reali­dad, una men­ti­ra para enga­ñar y con­fun­dir), adu­cir que hoy está en jue­go una defen­sa de liber­ta­des demo­crá­ti­cas con­tra un supues­to «gol­pe de Esta­do». Se tra­ta de una vie­ja y repe­ti­da tapa­de­ra de los que se pos­tran, «por izquier­da», ante el lega­lis­mo burgués.

Con el fin de apor­tar ele­men­tos para el aná­li­sis, en lo que sigue com­par­to con los lec­to­res del blog este pasa­je de Víc­tor Ser­ge, toma­do de Lo que todo revo­lu­cio­na­rio debe saber sobre la repre­sión (Méxi­co, Era, 1972; los énfa­sis son agre­ga­dos míos). Es par­te del esfuer­zo por res­ca­tar las mejo­res tra­di­cio­nes del socia­lis­mo revo­lu­cio­na­rio. Escri­bía Serge:

El feti­chis­mo de la lega­li­dad fue y sigue sien­do uno de los ras­gos carac­te­rís­ti­cos del socia­lis­mo favo­ra­ble a la cola­bo­ra­ción de cla­ses. Lo cual con­lle­va la creen­cia en la posi­bi­li­dad de trans­for­mar el orden capi­ta­lis­ta sin entrar en con­flic­to con sus pri­vi­le­gia­dos. Pero esto más que indi­cio de un can­dor poco com­pa­ti­ble con la men­ta­li­dad de los polí­ti­cos, lo es de la corrup­ción de los líde­res. Ins­ta­la­dos en una socie­dad que fin­gen com­ba­tir, reco­mien­dan res­pe­to a las reglas del jue­go. La cla­se obre­ra no pue­de res­pe­tar la lega­li­dad bur­gue­sa, sal­vo que igno­re el ver­da­de­ro papel del Esta­do, el carác­ter enga­ño­so de la demo­cra­cia; en pocas pala­bras, los prin­ci­pios bási­cos de la lucha de cla­ses.

Si el tra­ba­ja­dor sabe que el Esta­do es un haz de ins­ti­tu­cio­nes des­ti­na­das a defen­der los intere­ses de los pro­pie­ta­rios con­tra los no-pro­pie­ta­rios, es decir, a man­te­ner la explo­ta­ción del tra­ba­jo; que la ley, siem­pre pro­mul­ga­da por los ricos en con­tra de los pobres, es apli­ca­da por magis­tra­dos inva­ria­ble­men­te toma­dos de la cla­se domi­nan­te; que inva­ria­ble­men­te la ley es apli­ca­da con un rigu­ro­so espí­ri­tu de cla­se; que la coer­ción ‑que comien­za con la pací­fi­ca orden del agen­te de poli­cía y ter­mi­na con el gol­pe de la gui­llo­ti­na, pasan­do por pre­si­dios y peni­ten­cia­rías- es el ejer­ci­cio sis­te­má­ti­co de la vio­len­cia legal con­tra los explo­ta­dos, ese tra­ba­ja­dor no pue­de ya con­si­de­rar la lega­li­dad más que como un hecho, del cual se deben cono­cer los diver­sos aspec­tos, sus diver­sas apli­ca­cio­nes, las tram­pas, las con­se­cuen­cias ‑y tam­bién las ven­ta­jas- de las cua­les debe­rá sacar par­ti­do algu­na vez, pero que no debe ser fren­te a su cla­se más que un obs­tácu­lo pura­men­te material. (…)

En todos los paí­ses, el movi­mien­to obre­ro ha debi­do con­quis­tar, a fuer­za de com­ba­tes pro­lon­ga­dos por más de medio siglo, el dere­cho de aso­cia­ción y de huel­ga. (…) En los con­flic­tos entre el capi­tal y el tra­ba­jo, el ejér­ci­to siem­pre ha inter­ve­ni­do con­tra el tra­ba­jo; nun­ca con­tra el capi­tal. En los tri­bu­na­les, la defen­sa de los pobres es poco menos que impo­si­ble, a cau­sa de los gas­tos de toda acción judi­cial; en reali­dad, un obre­ro no pue­de ni inten­tar ni sos­te­ner un pro­ce­so. La inmen­sa mayo­ría de deli­tos y crí­me­nes tie­nen por cau­sa direc­ta la mise­ria y entra en la cate­go­ría de aten­ta­dos a la propiedad.

Las pri­sio­nes están pobla­das de una inmen­sa mayo­ría de pobres. (…) Res­pe­tar esta lega­li­dad es cosa de ton­tos. Sin embar­go, des­de­ñar­la no sería menos funes­to. Sus ven­ta­jas para el movi­mien­to obre­ro son tan­to más reales cuan­to menos inge­nuo se es. El dere­cho a la exis­ten­cia y a la acción legal es, para las orga­ni­za­cio­nes del pro­le­ta­ria­do, algo que se debe recon­quis­tar y ampliar cons­tan­te­men­te. Lo sub­ra­ya­mos por­que la incli­na­ción opues­ta al feti­chis­mo de la lega­li­dad se mani­fies­ta a veces entre los bue­nos revo­lu­cio­na­rios, incli­na­dos ‑por una espe­cie de ten­den­cia al menor esfuer­zo en polí­ti­ca (es más fácil cons­pi­rar que diri­gir una acción de masas)- a cier­to des­dén por la acción legal. Nos pare­ce que, en los paí­ses don­de la reac­ción toda­vía no ha triun­fa­do des­tru­yen­do las con­quis­tas demo­crá­ti­cas del pasa­do, los tra­ba­ja­do­res debe­rán defen­der fir­me­men­te su situa­ción legal, y en los otros paí­ses luchar por con­quis­tar­las (pp. 31 – 32).

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