En diciembre de 1978 se aprobó la actual Constitución española. Se cerraba así un primer tramo de la transición, de apenas tres años, en el que se concentraron algunos hechos y acontecimientos de importancia decisiva para el futuro de Euskadi. Tras la muerte de Franco, y fracasado el primer intento de continuismo con Arias Navarro, Suárez fue designado nuevo presidente en julio de 1976. Fecha que se considera inicio de la reforma. Para entonces ya se conocía la alternativa táctica KAS. Una oferta de negociación con el Estado, apoyada por las fuerzas de la izquierda abertzale, con las dos ramas de ETA incluidas. También se había promulgado una amnistía de alcance limitado, después de una intensa y dura campaña popular, con muertos, herido, detenidos etc. Del mismo talante fueron las primeras elecciones generales, las del 15‑J. Que en vascongadas ganó el PNV y en Nafarroa, UCD y el PSOE. Con estos mimbres Suárez consigue la aprobación de su reforma, por parte de la oposición, con los llamados Pactos de la Moncloa. Paso previo para la redacción y aprobación de la Constitución, con el posterior desarrollo autonómico.
Telesforo Monzón conoce estos acontecimientos desde una posición de privilegio. Su situación política, cercana a la izquierda aberzale y su experiencia anterior como dirigente del PNV, le permitían tener a mano un excelente método de comparación. En un escenario en el que además volvía a ser protagonista, como en los años treinta. 1978 es, en este aspecto, una fecha notable. Se producen numerosos enfrentamientos armados entre ETA y las FOP. Se constituye Herri Batasuna, con la participación activa del propio Monzón. Se forma un Consejo General Vasco, preautonómico. Se convoca un Aberri Eguna en las cuatro capitales del sur, que reune a más de 200.000 personas. Salen los diarios Deia y Egin, representantes de la pujanza nacionalista vasca. Y finalmente, en diciembre, la Constitución es rechazada en los territorios vascos por un 63% del censo. Aunque se aprueba en España, por algo menos del 60%. En 1979, Monzón, Ortzi y Solabarria son elegidos diputados. Pero no acudirán al congreso español, participando del rechazo independentistas a las instituciones españolas. Francisco Letamendia Ortzi
ya había sido diputado electo en 1977, por EIA. Participó en el periodo constitucional con intervenciones críticas y voto no a la Constitución. Poco después, abandonaba su puesto de diputado en Madrid, al que no volvería a acudir.
En todo este marco de intensa actividad política, Monzón publicó en Egin, en julio de 1978, un importante artículo de opinión Paz igual a reconocimiento de soberanía
, en el que exponía una serie de criterios de actuación, en aquel momento en que se abrían ciertas oportunidades, antes deconocidas en la vida política vasca. Para el autor, en este escenario el primer dogma
debía de ser la unidad, porque presentarnos los abertzales desunidos y en posiciones abiertamente opuestas (..) sería pura y símplemente un caso de suicidio nacional
. Otro principio es, para Monzón, tomarse en serio lo no ser ni españoles ni franceses
. Ya que esta idea constituye, pura y simplemente, la base misma de nuestra filosofía política
. Y si esta idea encierra una verdad profunda, dice, por qué no la tomamos en serio y la proclamamos y aplicamos en todas sus consecuencias? ¡Si precisamente en esta frase radica toda nuestra fuerza!
.
Después afirma:
Yo también fui diputado en Madrid. (Se refiere a los años treinta). Por eso no volveré a serlo. Porque ya lo fui una vez. Y no olvidaré nunca aquella terrible improvisación que quedó para siempre en mis oídos:
pero, bueno ¿son o no son españolas sus Señorías? Si lo son –y se consideran demócratas– por qué no han de someterse como los demás a lo que acuerde la mayoría de los españoles, y si no lo son, quieren decirnos qué hacen aquí.Esa misma frase, la tuvieron que oír, antes que nosotros, los defensores de los Fueros Vascos anteriores a Sabino Arana. Y esa misma frase – se pronuncie o no se pronuncie – se halla hoy en la conciencia de todos y cada uno de los diputados y senadores de las Cortes españolas. Porque si se tratara de una Constitución confederal que partiera del derecho de todo pájaro a volar libremente, nuestra presencia allí tendría sentido, pero en unas cortes centralistas para quienes la única fuente de soberanía proviene de la jaula, nuestra participación en la forma de fabricarla no tiene razón de ser.
Lo que yo digo, prosigue Monzón, es que, si a pesar de los esfuerzos de los parlamentarios abertzales de todo color en las Cortes españolas actuales, la soberanía de Euskadi y el derecho de autodeterminación de nuestro pueblo no quedan rotundamente reconocidos, los diputados y senadores patriotas vascos, llegado el momento, deben levantarse todos a un tiempo de esos escaños y retirarse juntos de las Cortes.
Naturalmente esta apelación se hace no a los diputados independentistas, a los que él mismo pertenece, sino en especial al grueso de los diputados nacionalistas vascos. A los integrados en el PNV.
E insiste el autor:
¿Para qué retirarse? ¿Para hacer qué? Pues sencillamente – si fuera necesario y no hubiera otros medios de lucha, a la resistencia pasiva y a la desobediencia civil en Euskadi. Hasta llegar a negociar el problema vasco con la otra parte, frente a frente y en torno a una mesa, como han sabido y logrado negociar tantos otros pueblos que, habiendo acabado por obtener que esa soberanía fuera reconocida, hoy son libres […].
La evolución institucional del nacionalismo
Si el comportamiento político del nacionalismo vasco hubiera seguido los consejos de Monzón, es obvio que hubiera habido menos presencia y participación institucional. Y más desobediencia y rebeldía social o política. También es posible que, si esta rebeldía hubiera sido firme y amplia, los réditos nacionales fuesen más importantes que la exigüa dependencia autonómica actual. Y el mero reconocimiento estatutario, para la división vasca (Euskadi-Nafarroa), a duras penas reconocida por Madrid, a los vascos como colaboradores secundarios del Estado de las autonomías.
Pero, como es sabido la llamada de Monzón a la retirada de las instituciones españolas y a ofrecer al ocupante, en lugar de cobertura institucional, un verdadero frente civil de desobediencia y resistencia política, no ha sido atendida por los aludidos. Salvo por la coalición HB, en sus primeras fases. Por el contrario, la evolución de la estrategia nacionalista en general ha ido a peor desde aquel 1978, del artículo. Y, lo que es peor, en ambos lados del espectro vasco.
Por parte del PNV, la implicación de sus diputados españoles en los asuntos del Estado ha sido siempre notable. A veces bochornosa. Amparado en dos supuestos, que no pueden ser más falaces. Ni menos sostenibles. El primero reza que hay que estar allí donde se tratan los problemas vascos
. Aunque todos sabemos que los problemas vascos donde deben tratarse y resolverse es aquí. Mejor que en ningún otro sitio. El otro supuesto, defendido entre otros por el diputado y senador español Anasagasti, afirma de manera gratuita que si Arana hubiera vivido hoy, hubiera sido diputado español. Y hubiera ido a Madrid, para defender los intereses vascos frente a Cánovas, Sagasta, Moret, Romanones y Maura
. Suposición harto temeraria, a mi modo de ver.
Se le olvida a Anasagasti suponer, o imaginar al menos, que el Arana que conocemos por sus textos y actitudes, jamás hubiera aceptado ser diputado español. Y mucho menos, ir a Madrid en calidad de colaborador secundario. O sea, que estaría más cerca de Monzón que de Arzallus o él mismo. Sin embargo, de este modo, el PNV convencido
de la bondad de su táctica colaboracionista, lleva cuarenta años retorciendo incluso el pensamiento de su fundador, y traicionando la actitud y principios de los refundadores de 1921 (PNV Aberri). Haciendo pasar por nacionalismo aranista lo que es, en realidad, autonomismo sotista. Y, lo más grave, convenciendo a sus militantes y electores de que hace lo mejor posible. Y, que es además, para tranquilidad de los más creyentes, lo mismo que hubiera hecho Arana. Lo de Sota, el cupo, las relaciones económicas, las inversiones en el mercado español, las relaciones y compromisos con España, el papel secundario pero colaboracionista que juegan se lo callan inteligentemete.
Se puede encontrar en muchos sitios relación sobre esta participación del PNV. Pero hay una que, por su directa implicación es más que interesante. Está en el blog de Erkoreka (agosto 2008). En ella se publica un extenso y, en muchos aspectos bien documentado, relato sobre la evolución del interés institucional del sotismo peneuvista. Hay algunos errores, a mi modo de ver, pero queda claro cómo el partido (Comunión Nacionalista Vasca entre 1916 – 1930), que empezaba a tener problemas con sus juventudes (Aberri), decidió en 1918 seducir a sus confundidos simpatizantes con argumentos sobre la conveniencia de acudir y estar permanentemente en Madrid.
En aquellas fechas, muerto Sabino Arana y expulsado Luis del partido, y con los aberri todavía en minoría de edad, se prometió a los electores la presencia en el hemiciclo español como mandatarios en un organismo extraño
. Poco menos que embajadores en otro país, portando en exclusiva las reivindicaciones vascas. Podríamos conceder veracidad a estas buenas intenciones iniciales, si no fuera porque ocultaban peores planes. Poco a poco, el sotismo le fue cogiendo gusto al escaño. Y lo que se prometió circunstancial y reivindicativo, se convirtió en fijo y contemportizador. Ya en los años treinta, la presencia institucional vasca en Madrid, casi no se discutía. O solo lo hacían unos pocos. Apenas Luis Arana y Eli Gallastegi se opusieron a las primeras elecciones constituyentes republicanas (1931) reclamando que, al menos, los diputados nacionalistas no intervinieran en asuntos, comisiones o debates, que no fueran de estricto interés vasco.
En este aspecto, parecía que las ideas estaban bastante claras porque, según Erkoreka afirma, incluso Leizola recibió un requerimiento (una riña amistosa
) de los afiliados de Abando, cuando se extralimitó en su papel, poniendo excesivo interés en un debate sobre los presupuestos españoles. Claro que los ejemplos más notables y bochornosos estaban por llegar. El peor quizá, fue el de Manuel Irujo, aceptando ser ministro de España de 1937 a 1947. Otra pifia mayúscula, puede ser la reunión de Aguirre, Galindez e Irala con el secretario general de la ONU (1946)… !como representantes españoles¡ Claro que algunos dirán que de otro modo no les hubieran recibido.
En general, toda la actuación política de Aguirre puede pasar a la historia de España, como un ejemplo de consideración con el estado ocupante y sus problemas. Lo mismo en Madrid, como parlamentario español, que luego como lendakari. Su artículo en el Euzkadi
, en vísperas del 18 de julio y tras el atentado contra Calvo Sotelo, pidiendo a los vascos que comprendieran las dificultades por las que atravesaba España y supieran tener paciencia en sus reivindicaciones autonómicas, es antológico.
Después de Franco, las aportaciones colaboracionistas no cesan, ni mucho menos. Aumentan y se refinan. Hagamos salvedad de la labor meritoria
de Arzallus en la Comisión constitucional, que se vendió como imprescindible, para evitar un mayor desaguisado contra Euskadi. Pero, para mi, el espejo de todas es la del parlamentario Jauregi, como miembro de la Comisión de Defensa del parlamento. ¡Nada menos, que un nacionalista vasco, ayudando a reestructurar el ejército español postfranquista¡. Esto, citado de memoria, puede ser más que suficiente. Aunque seguro, que mirando por ahí, podríamos encontrar más y más sonrojantes ayuditas vascas a la unidad y supervivencia de España. Qué no hubieran tragado estos benditos, si llegan a hacer la paz por separado con los franquistas, antes de 1937, como quería el Vaticano.
¿Qué hacer?
Como bien recuerda Erkoreka, las cortes españolas, a las que él mismo ha pertenecido, representan al pueblo español
(art. 66.1 Constitución). Nada menos y nada más. Y poco más se necesita. Solo leer este artículo califica el triste papel de los nacionalistas vascos en semejante institución. Por lo que es más doloroso, comprobar que no solo es el PNV, quien malgasta en Madrid principios y mandatos, sino también los nuestros. Porque en el lado que nos toca más de cerca, la izquierda abertzale, las cosas tampoco han evolucionado según la línea Monzón, Solabarría, Ortzi…Y eso nos preocupa más.
Al contrario de lo que se podía esperar, a la primera época de actuación con sillas vacías ha seguido la participación institucional completa. Acompañada de algunas formas y tics
protocolarios, con intervenciones y entusiasmos, que preocupan mucho a quienes hemos creído siempre lo contrario que defiende el partido de Sota. De aquel puño en alto, de Ortzi, en la tribuna de oradores, gritando !Gora Euskadi Askatuta¡ Gora Euskadi Sozialista¡ (1978), al
Estamos condenados a entendernos, sr. Rajoy
de Iñaki Antiguedad (2011). Del sonoro rechazo a Juan Carlos en las Juntas de Gernika (1981) de los electos de HB, pasando por la corbata de Jon Idígoras trajeado para pisar la moqueta real (1993), al cuasi
abrazo del diputado Errekondo (2011). ¿Cuántas renuncias nos contemplan?
Desde el telegrama de Arana, al presidente de Estados Unidos felicitándole por la independencia de Cuba (arrebatada a España a cañonazos), que le costó la cárcel (1902) y el apedreo de su casa por la turba españolista, hasta la nota de Beitialarrangoitia a la embajada Estados Unidos, saludando la elección de Trump (2016), que le ha costado el pitorreo general… ¿Que otras renuncias escondidas no sabemos y nos esperan todavía?
La izquierda abertzale, representada por HB, empezó aplicando una participación de silla vacía. Como pedía Monzón. Y él mismo hizo. Es decir, presentación a elecciones y negativa a aceptar los cargos de parlamentario español. Sin asistir a las sesiones del congreso, ni participar de ningún modo en el trabajo parlamentario español. Después de Franco, cuando el PNV de Arzalluz y Garaikoetxea, se avalanzaba sobre los escaños madrileños, la izquierda abertzale tenía todavía claro el modelo que defendían Monzón y los suyos. Desde sus orígenes, HB sostuvo esta coherencia de boicot al parlamento español, mientras al mismo tiempo ocupaba los puestos municipales y vascongados. Así lo hizo, de una u otra manera, Sin embargo, en un momento crucial (1989) apareció aquel invento del imperativo legal
, de Txema Montero. Y todo empezó a diluirse. Con el desgraciado infortunio de que los primeros electos que fueron a Madrid a recoger las credenciales, con esta fórmula, fueron recibidos literalmente a tiros. Y Josu Muguruza cayó abatido por disparos de un grupo de extrema derecha.
Después, la ilegalización y la psicosis de marginación, impuso un apreciable giro hacia una mayor participación. De modo que a los castigos y amenazas represivas, se respondió con más obediencia y más presencia institucional. En lugar de con más desobediencia y radicalidad política, como tal vez esperaban muchos militantes, ahora decepcionados. El colofón de todo fue la desaparición de ETA, sin haber sido sustituida por un espacio político radical. El paso de una situación a otra ha supuesto un importante shock para muchos militantes. Se ha creado un vacío histórico. Y, como consecuencia, después de los primeros momentos reflejos de unidad y de la llamada acumulación de fuerzas, han venido los malos resultados electorales, algunos abandonos, el reblandecido de LAB y una división galopante entre los presos, sus familiares y las estrategias en torno a su liberación.
Junto a todo esto, se produce la aparición (o reaparición?) de nuevas opiniones y propuestas, diferencias de táctica y estrategia, desafecto hacia medios de comunicación propios, como GARA, enfrentamientos algo más que verbales (como los del Antiguo) y presentación de nuevos grupos y plataformas que pretenden recuperar el fondo estratégico de la izquierda abertzale histórica. Son pruebas alarmantes que demuestran que hay una grieta de fondo, abierta desde 2011, que no hace más que agrandarse poco a poco.
¿Qué posibilidades hay, en este panorama, para reconstruir al menos la unidad de acción? Dado que son más las cosas que nos unen, que las que nos separan. Si, como decía Monzón (refiriéndose al PNV y a HB) las cuestiones básicas, y las ideas claras, son las mismas: No reconocerse españoles ni franceses. Reivindicar la soberanía o la independencia. Aunque sea mediante la alternativa táctica de la autodeterminación. La necesidad de que a los presos se les conceda una amnistía y no solo sus derechos elementales. El rechazo a la Constitución mentirosa y a sus cortes repletas de corruptos y malversadores del voto popular. Avanzar hacia un socialismo efectivo y una sociedad igualitaria… Y un largo etcétera, que no es necesario recordar. Porque están en todos los programas.
¿Pudiera ser que lo que separa hoy a la izquierda abertzale, a los antiguos nacionalistas revolucionarios entre sí, sea algo más que un malentendido y algo menos que un defecto de forma ? ¿Sería muy difícil, leer a Monzón, releer a Egin, y ponerse a hablar de ello?
Josemari Lorenzo Espinosa
2 de marzo de 2017