Las vías para la revo­lu­ción y el socia­lis­mo aún siguen sien­do exploradas

En un inten­to extre­ma­da­men­te sin­té­ti­co, dadas las limi­ta­cio­nes de este espa­cio, podría­mos reu­nir en fór­mu­las sen­ci­llas las prin­ci­pa­les crí­ti­cas que des­de la izquier­da más radi­cal se lan­zan con­tra el pro­ce­so de paz de La Haba­na y con­tra las mis­mas FARC, en la idea de ubi­car su gra­do de vali­dez y per­ti­nen­cia. Al pare­cer, para algu­nos sec­to­res, hemos pasa­do de ser los ada­li­des de la insur­gen­cia arma­da y la revo­lu­ción vio­len­ta, a sim­ples social­de­mó­cra­tas refor­mis­tas y traidores.

Empe­ce­mos por su apre­cia­ción gene­ral del mun­do y la lucha de cla­ses. En su cri­te­rio aquél se halla divi­di­do en dos gran­des ban­dos cla­ra­men­te dis­tin­gui­bles, el impe­ria­lis­mo y sus laca­yos por un lado, y por el otro los pue­blos en pie de lucha por la mate­ria­li­za­ción de la revo­lu­ción y el socia­lis­mo. Si estos últi­mos no han sido capa­ces de triun­far, ha sido fun­da­men­tal­men­te por­que no han apli­ca­do la línea correc­ta tra­za­da por el mar­xis­mo leninismo.

O por­que se han des­via­do de ella lue­go de haber coro­na­do la toma del poder. La línea es cla­ra, la revo­lu­ción es un cho­que vio­len­to pro­mo­vi­do por una van­guar­dia obre­ro cam­pe­si­na que arre­ba­ta el poder a la cla­se capi­ta­lis­ta median­te una insu­rrec­ción arma­da. Esta últi­ma es pro­duc­to de la madu­ra­ción de con­di­cio­nes obje­ti­vas y sub­je­ti­vas. Las pri­me­ras son un hecho tan­gi­ble en todas las socie­da­des actua­les, las segun­das patri­mo­nio de los más fie­les segui­do­res del marxismo.

Este últi­mo se halla reve­la­do en las obras de Car­los Marx, Fede­ri­co Engels y Vla­di­mir Lenin, y com­pren­de un con­jun­to de prin­ci­pios inmu­ta­bles que deben ser apli­ca­dos sin varia­ción algu­na. El capi­ta­lis­mo es un sis­te­ma deca­den­te que está a pun­to de derrum­bar­se y por lo tan­to su caí­da depen­de tan solo de la auda­cia y con­se­cuen­cia del par­ti­do de van­guar­dia. La revo­lu­ción ha esta­do siem­pre a la vuel­ta de la esqui­na y sólo la han impe­di­do las direc­cio­nes vacilantes.

Estas son las que dudan de la dis­po­si­ción per­ma­nen­te de las masas para lan­zar­se a la bata­lla defi­ni­ti­va, las que necia­men­te con­ci­ben vías dis­tin­tas al alza­mien­to arma­do, las que inven­tan diver­sas eta­pas para acce­der al socia­lis­mo, las que ima­gi­nan que pue­den con­quis­tar­se espa­cios demo­crá­ti­cos en el mun­do del capi­tal, las que con­fían inge­nua­men­te en que el impe­ria­lis­mo y la bur­gue­sía van a com­par­tir de algún modo su Esta­do con las cla­ses explotadas.

Las que en lugar de poner­se al fren­te de la insu­rrec­ción por la que cla­man en coro los opri­mi­dos, se incli­nan por con­ver­sar y pac­tar fór­mu­las de con­vi­ven­cia con las cla­ses domi­nan­tes. Las que se atre­ven a con­ce­bir absur­das recon­ci­lia­cio­nes entre explo­ta­do­res y explo­ta­dos, las que inclu­so en aras de esa alu­ci­na­ción son capa­ces de disol­ver un ejér­ci­to revo­lu­cio­na­rio a pun­to de triun­far, las que fir­man acuer­dos de paz en lugar de lle­var la gue­rra has­ta las últi­mas consecuencias.

El ejem­plo per­fec­to, la guía que todo movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio debe seguir, se halla en la revo­lu­ción bol­che­vi­que de 1917. Fue median­te un levan­ta­mien­to arma­do que el pue­blo ruso sepul­tó al zaris­mo en febre­ro de ese año, impo­nien­do un bre­ve perío­do repu­bli­cano en el que los soviets com­par­tie­ron el poder con la bur­gue­sía, para hacer­se defi­ni­ti­va­men­te a todo el poder por medio de otra insu­rrec­ción en el mes de octu­bre. Apren­dan cómo se hace, pon­ti­fi­can los críticos.

Así que sobe­ra­na­men­te aver­gon­za­dos y agra­de­ci­dos, las FARC debe­mos man­dar la Mesa de Con­ver­sa­cio­nes y los acuer­dos fir­ma­dos al dia­blo, para pasar a hacer un lla­ma­do al levan­ta­mien­to gene­ral de la pobla­ción, al tiem­po que regre­sa­mos al com­ba­te con la dis­po­si­ción total de cum­plir de una vez por todas con nues­tro plan estra­té­gi­co. La gen­te está lis­ta en Colom­bia para salir a blo­quear carre­te­ras y ciu­da­des, para asal­tar el poder local, para el triun­fo revolucionario.

Y si por una des­gra­cia o por obra de algún albur lle­gá­se­mos a ser ven­ci­dos en el inten­to, habría­mos pere­ci­do como los gran­des, en el cam­po de bata­lla, con­ver­ti­dos en los héroes de las gene­ra­cio­nes futu­ras, y por tan­to en los ins­pi­ra­do­res del triun­fo final que se pro­du­ci­rá inevi­ta­ble­men­te, como con­se­cuen­cia de las ense­ñan­zas que nues­tro sacri­fi­co depa­ra­rá para quie­nes se lan­za­rán entu­sias­ma­dos a reco­ger nues­tras banderas.

Eso sí sería com­por­tar­se como autén­ti­cos revo­lu­cio­na­rios, la prue­ba irre­fu­ta­ble de nues­tra fide­li­dad a la línea, la reafir­ma­ción con nues­tra san­gre de su jus­te­za y vali­dez abso­lu­ta. Los que aho­ra nos cri­ti­can serían los pri­me­ros en salir a pro­cla­mar­lo en sus colum­nas por la web, los encar­ga­dos de levan­tar los monu­men­tos en nues­tra memo­ria, los que se pon­drían fir­mes y lívi­dos cada vez que con­sa­gren antes de sus reunio­nes el minu­to de silen­cio en nues­tro honor.

Con todo el res­pe­to que pue­dan mere­cer esos crí­ti­cos tene­mos que decir­les que están pro­fun­da­men­te equi­vo­ca­dos. La revo­lu­ción, al igual que cual­quier otra acti­vi­dad huma­na vin­cu­la­da a la dispu­ta por del poder del Esta­do, es fun­da­men­tal­men­te y antes que nada un hecho polí­ti­co. Y la polí­ti­ca no con­sis­te en otra cosa que en ganar el res­pal­do de otros para la pro­pia pro­pues­ta. Polí­ti­co vic­to­rio­so es aquel que con­si­gue un núme­ro aplas­tan­te de seguidores.

Por ende sólo será triun­fan­te una revo­lu­ción, cuan­do las gran­des masas no figu­ren en la men­te de los ela­bo­ra­do­res de sue­ños sino en la reali­dad de la lucha. Podrá decir­se todo cuan­to se quie­ra del odia­do impe­ria­lis­mo y la mal­va­da bur­gue­sía, pero mien­tras cuen­ten con la aquies­cen­cia de unas mayo­rías que, por la razón que sea, pre­fie­ran aco­ger­se a su som­bra en lugar de com­ba­tir­los, por fuer­te que gri­ten los rebel­des o por rui­do­sos que sean sus dis­pa­ros, será impo­si­ble vencerlos.

Por­que ade­más, y sólo un faná­ti­co podría negar­lo, cuen­tan con enor­mes apa­ra­tos mili­ta­res y repre­si­vos que no vaci­lan en usar, suje­tan las rien­das de la edu­ca­ción for­mal y son due­ños de los gran­des medios de comu­ni­ca­ción dedi­ca­dos a mol­dear la opi­nión de la gen­te. Como si fue­ra poco, son pro­pie­ta­rios del cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co y tec­no­ló­gi­co, y en vir­tud de todo lo ante­rior son capa­ces de impo­ner una hege­mo­nía cul­tu­ral que atra­pa y mano­sea las conciencias.

Con­si­de­ra­mos supe­ra­do el vie­jo deba­te sobre el dog­ma mar­xis­ta. Para todos es cla­ro que como valio­sa fuen­te del cono­ci­mien­to eco­nó­mi­co y social, su inva­lo­ra­ble heren­cia dia­léc­ti­ca impo­ne con­si­de­rar­lo como una guía y no como un decá­lo­go de man­da­mien­tos. Abraham Lin­coln gus­ta­ba de repe­tir que una brú­ju­la nos seña­la­ba don­de esta­ba el nor­te y la direc­ción que que­ría­mos seguir, pero no nos mos­tra­ba los abis­mos, los desier­tos, ni los loda­za­les del camino.

Es el aná­li­sis con­cre­to de la reali­dad con­cre­ta el que nos indi­ca cuán­do debe­mos dar un rodeo, cuan­do es con­ve­nien­te ele­var un puen­te pri­me­ro, cuan­do es mejor espe­rar que pase la cre­cien­te antes de lan­zar­se al río. Seguir inva­ria­ble­men­te en línea rec­ta hacia ade­lan­te, por muy correc­to que sea el azi­mut, muy fácil­men­te con­du­ce a pere­cer en el inten­to. Con el per­dón de nues­tros crí­ti­cos, más de medio siglo como gue­rri­lle­ros nos ha ense­ña­do algo de eso.

En polí­ti­ca nun­ca será sufi­cien­te con­si­de­rar que la razón está del lado pro­pio, por más que sea eso lo que nos impul­sa a seguir ade­lan­te. Siem­pre se nece­si­ta­rá el apo­yo masi­vo de otros y ese no se pro­du­ce por gene­ra­ción espon­tá­nea. Menos en las des­igua­les con­di­cio­nes en que el movi­mien­to popu­lar enfren­ta el poder de las cla­ses domi­nan­tes. Ganar éste impo­ne crear las con­di­cio­nes que per­mi­tan lle­gar a la gen­te, hablar­le, crear­le con­cien­cia, orga­ni­zar­la y movilizarla.

En 1917, sal­vo la trá­gi­ca expe­rien­cia de la Comu­na de París, ni las cla­ses domi­nan­tes ni las opri­mi­das tenían un cono­ci­mien­to cier­to de cómo se rea­li­za­ba una revo­lu­ción. Pero a par­tir de la lle­ga­da al poder de los bol­che­vi­ques y la difu­sión mun­dial de sus ideas y plan­tea­mien­tos, la cues­tión adqui­rió inclu­so un talan­te cien­tí­fi­co. Mien­tras los de aba­jo obtu­vie­ron un ejem­plo for­mi­da­ble a seguir, los de arri­ba tuvie­ron cla­ro qué debían hacer para aplastarla.

Las con­di­cio­nes espe­cí­fi­cas de la Rusia zaris­ta fue­ron jui­cio­sa­men­te estu­dia­das por Lenin para con­ce­bir su tác­ti­ca, basán­do­se en expe­rien­cias pasa­das, como la de la revo­lu­ción fran­ce­sa, pero dise­ñan­do su pro­pia línea de acción, creán­do­la, no copian­do mecá­ni­ca­men­te otras. Todas las revo­lu­cio­nes socia­lis­tas que triun­fa­ron des­pués ten­drían ese refe­ren­te, pero nin­gu­na fue su repe­ti­ción o cal­co. Sólo logra­rían sos­te­ner­se con el tiem­po las ver­da­de­ra­men­te auténticas.

Es decir, las sos­te­ni­das por la fuer­za de las masas popu­la­res cons­cien­tes y orga­ni­za­das. Si la revo­lu­ción cuba­na no se vino al sue­lo tras el desas­tre que impli­có para su eco­no­mía y su nivel social la des­apa­ri­ción de la Unión Sovié­ti­ca, fue por el extra­or­di­na­rio apo­yo que con­si­guió Fidel de la inmen­sa mayo­ría del pue­blo cubano. Y sólo este impre­sio­nan­te apo­yo expli­ca por qué ni siquie­ra Reagan o Bush se atre­vie­ron a ensa­yar una inva­sión a la isla que odiaban.

Segui­mos vivien­do en el mis­mo sis­te­ma capi­ta­lis­ta de 1917, pero resul­ta des­acer­ta­do con­si­de­rar que las situa­cio­nes de un siglo des­pués, deben ser exa­mi­na­das con el mis­mo cri­te­rio que Lenin empleó para su épo­ca y país. El sis­te­ma se ha desa­rro­lla­do muchí­si­mo más, el mun­do actual es a todas luces más com­ple­jo que enton­ces, las cla­ses domi­nan­tes tam­bién poseen su pro­pia expe­rien­cia con­tra­rre­vo­lu­cio­na­ria, has­ta el pro­le­ta­ria­do es cua­li­ta­ti­va­men­te distinto.

Lenin no cono­ció el fas­cis­mo ni la doc­tri­na de la segu­ri­dad nacio­nal, no pudo teo­ri­zar sobre la cri­sis eco­nó­mi­ca de 1929 ni la capa­ci­dad del capi­tal para repro­du­cir­se y con­cen­trar­se aún más como con­se­cuen­cia de ella. En el año 2008 tuvo lugar la más recien­te cri­sis mun­dial del capi­tal, pero pese a su pro­fun­di­dad y alcan­ce, al con­tra­rio de lo pre­vis­to por los clá­si­cos, estu­vo aún muy lejos de repre­sen­tar el quie­bre del sis­te­ma. El vie­jo edi­fi­cio toda­vía pare­ce firme.

Y eso no pue­de lla­mar­se derro­tis­mo. Los revo­lu­cio­na­rios esta­mos obli­ga­dos a reco­no­cer la reali­dad para tra­zar nues­tra línea de acuer­do con ella. No esta­mos vivien­do una épo­ca de auge del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio, como la pro­du­ci­da en el pla­ne­ta des­pués de la segun­da gue­rra mun­dial y el apo­geo de la Unión Sovié­ti­ca tras su vic­to­ria. Éste sig­ni­fi­có una olea­da de luchas por la inde­pen­den­cia de los pue­blos, por su demo­cra­ti­za­ción, por la revo­lu­ción y el socialismo.

Vivi­mos en el perío­do his­tó­ri­co que siguió al derrum­be de la URSS y el socia­lis­mo en Euro­pa del Este, que abrió las puer­tas a la mun­dia­li­za­ción del capi­tal y a sus polí­ti­cas neo­li­be­ra­les. Vivi­mos en un momen­to de arro­gan­cia abso­lu­ta del impe­ria­lis­mo. La capa­ci­dad y la rapa­ci­dad que éste ha demos­tra­do para sojuz­gar a los pue­blos no pue­den ser igno­ra­das. Esta­mos obli­ga­dos a reco­no­cer la des­ban­da­da, el reflu­jo del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio en que nos ha toca­do actuar.

Lo cual no pue­de inter­pre­tar­se como el reco­no­ci­mien­to de estar ven­ci­dos, como pien­san muchos de los que avi­zo­ran para ya una revo­lu­ción anti­ca­pi­ta­lis­ta mun­dial. Por for­tu­na, en todas par­tes del mun­do sobre­vi­ven gen­tes y orga­ni­za­cio­nes dis­pues­tas a no dejar morir la espe­ran­za, empe­ña­das en sos­te­ner la vigen­cia de las cau­sas de la revo­lu­ción y el socia­lis­mo. Pero que por su pro­pia expe­rien­cia entien­den la nece­si­dad de encon­trar cami­nos dis­tin­tos a los empleados.

Nos reco­no­ce­mos como par­te de esta ola que requie­re for­ta­le­cer­se y avan­zar. En el mis­mo momen­to del des­ma­dre revo­lu­cio­na­rio que siguió a la caí­da de la Unión Sovié­ti­ca, la Octa­va Con­fe­ren­cia Nacio­nal de las FARC-EP lan­zó al país su pro­pues­ta de recon­ci­lia­ción y recons­truc­ción nacio­nal, que pre­sen­ta­ba en for­ma más ela­bo­ra­da nues­tro vie­jo plan­tea­mien­to de solu­ción polí­ti­ca al con­flic­to, en el mar­co de unas pro­pues­tas demo­crá­ti­cas y antineoliberales.

A sabien­das de que los nues­tros no serían los plan­tea­mien­tos inme­dia­tos de revo­lu­ción y socia­lis­mo, en un momen­to en el que tales pala­bras eran con­ver­ti­das por las cla­ses domi­nan­tes del mun­do ente­ro, y en gran medi­da asi­mi­la­das así por los pue­blos, como expe­rien­cias dolo­ro­sas y fra­ca­sa­das de las que era mejor olvi­dar­se para siem­pre. Los revo­lu­cio­na­rios está­ba­mos obli­ga­dos a sobre­vi­vir y para ello era indis­pen­sa­ble encon­trar un dis­cur­so que tuvie­ra eco en las masas.

La gen­te veía la caí­da del socia­lis­mo de esa mane­ra, pero lo que vivía en sus pro­pios paí­ses capi­ta­lis­tas era el fin del mode­lo de bien­es­tar social, el cie­rre de una fábri­ca tras otra y su tras­la­do al lejano orien­te, la marea de des­pi­dos, la pri­va­ti­za­ción de los ser­vi­cios bási­cos antes en manos del Esta­do, la pre­ca­ri­za­ción de sus con­di­cio­nes de tra­ba­jo, la quie­bra de sus empre­sas ante la com­pe­ten­cia extran­je­ra libe­ra­li­za­da, su des­cen­so social, una inse­gu­ri­dad abrumadora.

Para no hablar de Colom­bia, en don­de ade­más de esas nefas­tas con­se­cuen­cias del mode­lo, los agen­tes de la eco­no­mía sub­te­rrá­nea del nar­co­trá­fi­co se apo­de­ra­ban veloz­men­te del Esta­do, e ini­cia­ban en alian­za con impor­tan­tes sec­to­res de los par­ti­dos tra­di­cio­na­les, una vio­len­ta arre­me­ti­da con­tra quien se opu­sie­ra a sus pla­nes. El pro­pio Esta­do no tar­da­ría en aliar­se con ellos para com­ba­tir la insur­gen­cia, otor­gan­do esta­tus legal y social al paramilitarismo.

Éste, a su vez, resul­ta­ría más que fun­cio­nal para los pro­yec­to de inver­sión finan­cie­ra tras­na­cio­nal en mate­ria de obras de infra­es­truc­tu­ra, mega mine­ría y agri­cul­tu­ra para la expor­ta­ción, con­vir­tién­do­se en eje­cu­tor de la más sal­va­je con­tra refor­ma agra­ria, des­po­jan­do de la tie­rra median­te el cri­men atroz a millo­nes de cam­pe­si­nos bajo el plau­si­ble pre­tex­to de que se tra­ta­ban de cola­bo­ra­do­res de las gue­rri­llas ante­di­lu­via­nas que se nega­ban a rendirse.

Una orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­ria tan expe­ri­men­ta­da y res­pon­sa­ble como las FARC-EP com­pren­dió que lo que corres­pon­día al momen­to, era for­mu­lar pro­pues­tas acor­des con la trá­gi­ca reali­dad que vivían los colom­bia­nos, antes que enzar­zar­se en aca­lo­ra­dos deba­tes acer­ca de la vigen­cia de la revo­lu­ción y el socia­lis­mo. Aquí se per­ci­bió que lo que lle­na­ría de pue­blo la lucha por las más hon­das trans­for­ma­cio­nes era la inter­pre­ta­ción ade­cua­da de sus más pro­fun­dos anhelos.

Un pue­blo ase­dia­do por la vio­len­cia esta­tal y para­mi­li­tar, víc­ti­ma de los aten­ta­dos terro­ris­tas eje­cu­ta­dos por las mafias nar­co­tra­fi­can­tes, ame­na­za­do a dia­rio en las calles de pue­blos y ciu­da­des por los sica­rios, aco­sa­do por las inci­den­cias de una lar­ga gue­rra inter­na de las que muchas veces resul­ta­ba afec­ta­do, y de rema­te actor pasi­vo de las cruel­da­des de un mode­lo eco­nó­mi­co anti­so­cial, tenía que aspi­rar hon­da­men­te a la paz y a un cam­bio a su favor en el país.

Las FARC tuvi­mos cla­ro que esas eran las ban­de­ras a levan­tar en la Colom­bia azo­ta­da por el terro­ris­mo esta­tal, paz, demo­cra­cia y jus­ti­cia social. Debía­mos impri­mir un enor­me dina­mis­mo a los cla­mo­res del pue­blo colom­biano por dete­ner el terror de Esta­do, por abrir espa­cios que per­mi­tie­ran el ejer­ci­cio polí­ti­co a los de aba­jo, pri­va­dos de sus garan­tías des­de siem­pre por cau­sa de la vio­len­cia ofi­cial. Gene­rar una con­cien­cia gene­ral con­tra el neo­li­be­ra­lis­mo y su injusticia.

No eran pro­pia­men­te las con­sig­nas de la revo­lu­ción y el socia­lis­mo, pero estu­vo cla­ro para noso­tros que de lograr­se mate­ria­li­zar, ellas gene­ra­rían un inmen­so pro­ta­go­nis­mo polí­ti­co y social a las víc­ti­mas del capi­tal, les abri­rían la posi­bi­li­dad de orga­ni­zar­se y avan­zar, de con­quis­tar dere­chos y pro­fun­di­zar la lucha por ampliar­los. Las con­sig­nas de la vida, la tran­qui­li­dad, las liber­ta­des polí­ti­cas, la tie­rra, el apo­yo del Esta­do y demás, ter­mi­na­rían por con­ver­tir­se en un huracán.

Pero no lo diji­mos sola­men­te en pro­cla­mas y con­fe­ren­cias. Lo defen­di­mos con la fuer­za de las armas. En el momen­to his­tó­ri­co en que todas las voces del Esta­ble­ci­mien­to y de sec­to­res sig­ni­fi­ca­ti­vos de izquier­da se empe­ña­ron en con­ven­cer­nos de la de nece­si­dad de des­mo­vi­li­zar­nos, las FARC asu­mi­mos en su gra­do más inten­so la con­fron­ta­ción mili­tar, com­ba­ti­mos sin vaci­la­cio­nes al Esta­do y el para­mi­li­ta­ris­mo, derra­ma­mos nues­tra san­gre y entre­ga­mos muchas vidas valiosas.

Fue ese heroi­co accio­nar el que con­si­guió arran­car al Esta­ble­ci­mien­to las con­ver­sa­cio­nes de paz del Caguán. Las mis­mas que el impe­ria­lis­mo y la oli­gar­quía colom­bia­na emplea­ron como un com­pás de espe­ra para su rear­me y cua­li­fi­ca­ción mili­tar, a obje­to de lan­zar la más impre­sio­nan­te ofen­si­va de ani­qui­la­mien­to con­tra noso­tros. Y así lo hicie­ron, apro­ve­chán­do­se del anhe­lo de paz de un pue­blo vic­ti­mi­za­do has­ta el lími­te. Una tenaz cam­pa­ña de difa­ma­ción acom­pa­ñó sus planes.

Enton­ces se sobre­vi­nie­ron los diez años más incruen­tos de la gue­rra inter­na en Colom­bia. Nor­te­ame­ri­ca­nos, israe­líes y bri­tá­ni­cos ase­so­ra­ron y apo­ya­ron con recur­sos, tec­no­lo­gía y ayu­da mili­tar al Esta­do colom­biano. El para­mi­li­ta­ris­mo se con­vir­tió en un mons­truo des­pia­da­do con igual pro­pó­si­to. Nun­ca antes llo­vie­ron sobre las FARC tan­tas bom­bas y fue­go, tan­ta sin­di­ca­ción vene­no­sa, tan­ta mani­pu­la­ción inter­na­cio­nal. Sin con­se­guir ven­cer­nos pese a los gol­pes recibidos.

En abier­ta coin­ci­den­cia con nues­tra lucha, se pro­du­jo el des­per­tar de bue­na par­te del pue­blo de Lati­noa­mé­ri­ca y el Cari­be. Sor­pre­si­vos y entu­sias­tas movi­mien­tos de masas se fue­ron agru­pan­do y con­quis­tan­do gobier­nos en paí­ses del vecin­da­rio. Chá­vez, Evo, Correa, los Kirch­ner, Lula, Lugo, Orte­ga, Zela­ya, Funes sim­bo­li­za­ron y encar­na­ron la res­pues­ta de los pue­blos del con­ti­nen­te a las polí­ti­cas neo­li­be­ra­les y a las impo­si­cio­nes por la fuer­za del imperio.

Unos más radi­ca­les que otros, unos más com­pro­me­ti­dos que otros con los sec­to­res des­va­li­dos, todos ellos con­for­ma­rían una ola sor­pren­den­te en medio de la sober­bia impe­ria­lis­ta del gran capi­tal que inva­día y des­truía paí­ses y cul­tu­ras ente­ras para garan­ti­zar sus recur­sos y ganan­cias. Con­sig­nas y tác­ti­cas nue­vas, fun­da­das en el accio­nar mul­ti­tu­di­na­rio de las masas, nos ayu­da­ron a rati­fi­car que está­ba­mos en lo cier­to, las revo­lu­cio­nes no vol­ve­rían a tener los mol­des clásicos.

El gol­pe del 11 de abril, fra­gua­do en ofi­ci­nas del impe­rio y pla­ni­fi­ca­do has­ta en su más míni­ma per­ver­si­dad en con­jun­ción con los sec­to­res reac­cio­na­rios de Vene­zue­la, apo­ya­do de inme­dia­to por toda la dere­cha con­ti­nen­tal, se hun­dió ante los ojos de sus hace­do­res por obra de una espon­tá­nea y aplas­tan­te actua­ción popu­lar que regre­só al poder al Pre­si­den­te Chá­vez. Si se lo mira bien esa fue una revo­lu­ción que lle­vó al pue­blo al poder, más que las elec­cio­nes de unos años atrás.

Ha sido nues­tra resis­ten­cia arma­da, uni­da al cla­mor de millo­nes de colom­bia­nos por la paz y el fin de las polí­ti­cas neo­li­be­ra­les que ame­na­zan has­ta la exis­ten­cia mis­ma de la espe­cie huma­na, la que con­quis­tó el espa­cio de la Mesa de Con­ver­sa­cio­nes de La Haba­na. Y en ella hemos libra­do una bata­lla polí­ti­ca de dimen­sio­nes his­tó­ri­cas en aras de hacer valer nues­tra idea de paz con jus­ti­cia social y demo­cra­cia. Los acuer­dos fir­ma­dos dan cuen­ta de ello.

Des­de el comien­zo del gobierno de Beli­sa­rio Betan­cur las FARC-EP hemos tra­ba­ja­do de modo incan­sa­ble por la con­se­cu­ción de una sali­da polí­ti­ca al con­flic­to arma­do interno, a fin de demo­cra­ti­zar la vida nacio­nal, derro­tar el terro­ris­mo de Esta­do y enrum­bar nues­tro país hacia un des­tino dis­tin­to al impues­to por el capi­ta­lis­mo sal­va­je. Han sido 34 años de inten­sa con­fron­ta­ción mili­tar y polí­ti­ca, en prue­ba incon­tras­ta­ble de nues­tra con­di­ción de revo­lu­cio­na­rios consecuentes.

Dicha solu­ción polí­ti­ca requie­re una dosis sufi­cien­te de rea­lis­mo polí­ti­co. De mar­xis­mo apli­ca­do a las con­di­cio­nes colom­bia­nas en el momen­to pre­sen­te. For­ma­li­za­das las garan­tías para el ejer­ci­cio polí­ti­co pleno, no sólo para noso­tros sino para los movi­mien­tos polí­ti­cos y socia­les de opo­si­ción, com­pro­me­ti­do el Esta­do a una cam­pa­ña a fon­do para la erra­di­ca­ción del para­mi­li­ta­ris­mo y sus ins­pi­ra­do­res en la eco­no­mía y la polí­ti­ca, acor­da­da una refor­ma rural inte­gral, ¿qué sigue?

Ya se alcan­zó un impor­tan­tí­si­mo acuer­do tam­bién en mate­ria de víc­ti­mas, con un ori­gi­nal sis­te­ma inte­gral de ver­dad, jus­ti­cia, repa­ra­ción y no repe­ti­ción, inclui­da una Juris­dic­ción Espe­cial para la Paz elo­gia­da por toda cla­se de exper­tos en el plano inter­na­cio­nal. La ONU, su Con­se­jo de Segu­ri­dad, la Unión Euro­pea, UNASUR, la CELAC, el Vati­cano y en gene­ral la comu­ni­dad inter­na­cio­nal apo­yan lo pac­ta­do y están dis­pues­tos a cola­bo­rar para garan­ti­zar su cumplimiento.

Las FARC nos trans­for­ma­re­mos en un movi­mien­to polí­ti­co legal, con­ser­van­do nues­tra cohe­sión y uni­dad his­tó­ri­cas, con todo el pro­pó­si­to de tra­ba­jar de mane­ra amplia con las masas de incon­for­mes en Colom­bia, por el cum­pli­mien­to de todo lo acor­da­do en la Mesa de Con­ver­sa­cio­nes y al mis­mo tiem­po por su pro­fun­di­za­ción. No hemos aban­do­na­do ni aban­do­na­re­mos nues­tras con­vic­cio­nes ideo­ló­gi­cas y polí­ti­cas por la revo­lu­ción y el socialismo.

Sólo que tra­ba­ja­re­mos por estos últi­mos de mane­ra acor­de con el con­tex­to del mun­do con­tem­po­rá­neo, exten­dien­do nues­tro abra­zo soli­da­rio a todos los par­ti­dos y movi­mien­tos revo­lu­cio­na­rios del mun­do. Resul­ta impo­si­ble, dada la obje­ti­va corre­la­ción de fuer­zas, pen­sar en seguir sos­te­nien­do nues­tra lucha arma­da en las nue­vas con­di­cio­nes de lega­li­dad y garan­tías. La deja­ción de armas es la con­clu­sión final de todo lo con­quis­ta­do por ellas y la fuer­za de masas.

Enten­de­mos la incon­for­mi­dad expre­sa­da por algu­nos sec­to­res radi­ca­les, pero no la com­par­ti­mos. No somos de los que pen­sa­mos que la revo­lu­ción cuba­na ha entre­ga­do sus ban­de­ras y su mode­lo socia­lis­ta en aras de la nor­ma­li­za­ción de las rela­cio­nes con los Esta­dos Uni­dos. Con­fia­mos en ella, en su pue­blo y en su his­to­ria. Los tiem­pos y las con­di­cio­nes cam­bian y es nece­sa­rio actuar en con­so­nan­cia con ellos y los pue­blos. Como bue­nos comu­nis­tas, Cuba y noso­tros lo sabemos.

Las vías para la revo­lu­ción y el socia­lis­mo siguen aún sien­do explo­ra­das por los revo­lu­cio­na­rios de hoy. La his­to­ria no se detie­ne por­que la lucha de cla­ses late en su inte­rior con más fuer­za que nun­ca. Es cier­to que David logró ven­cer a Goliat con una sim­ple hon­da, pero no pue­de olvi­dar­se que aque­llo no es más que un mito reli­gio­so, que detrás de cada uno de ellos había gran­des pue­blos y que sólo el movi­mien­to correc­to de ellos pudo haber ori­gi­na­do la victoria.

Gabriel Angel

La Haba­na, 5 de julio de 2016.

Fuen­te: abpno­ti­cias

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