¿Femi­nis­mo mar­xis­ta o suce­dá­neos idelistas?

Ines­sa Armand, la pri­me­ra diri­gen­te del Depar­ta­men­to de la Mujer en la Revo­lu­ción Rusa de 1917, hizo la siguien­te obser­va­ción: «Si la libe­ra­ción de la mujer es impen­sa­ble sin el comu­nis­mo, el comu­nis­mo es tam­bién impen­sa­ble sin la libe­ra­ción de la mujer». Esta afir­ma­ción es un per­fec­to resu­men de la rela­ción entre la lucha por el socia­lis­mo y la lucha por la libe­ra­ción de la mujer: no es posi­ble una sin la otra.

Las mar­xis­tas tene­mos cla­ro que que­re­mos cons­truir el comu­nis­mo des­de la igual­dad, don­de todas las per­so­nas sean libres sin dis­tin­ción de sexo, raza o nacio­na­li­dad. Y sien­do el mar­xis­mo un méto­do cien­tí­fi­co que va más allá de la orga­ni­za­ción eco­nó­mi­ca, debe estar sus­ten­ta­do en valo­res nece­sa­rios y con­cre­tos para que se dé de una for­ma lógi­ca y fac­ti­ble: los valo­res feministas.

No es posi­ble avan­zar hacia una socie­dad comu­nis­ta, libe­rar a la huma­ni­dad, sin teo­ría ni prác­ti­ca feminista.

Pode­mos cam­biar el sis­te­ma eco­nó­mi­co, inclu­so la estruc­tu­ra social, pero si no exis­te una ver­da­de­ra revo­lu­ción sexual y de gene­ro, si no des­truí­mos los roles machis­tas y los mode­los de rela­ción que con­lle­van, el patriar­ca­do segui­rá resi­tien­do y explo­tan­do a la mitad de la pobla­ción: las mujeres.

El capi­ta­lis­mo y el patriar­ca­do son sis­te­mas fle­xi­bles, cam­bian­tes, no exis­te capi­ta­lis­mo o patriar­ca­do puro; hay socie­da­des que inclu­so avan­zan­do hacia el socia­lis­mo siguen sien­do patriar­ca­les. Con el desa­rro­llo de la pro­pie­dad pri­va­da y más con­cre­ta­men­te del capi­ta­lis­mo, apa­re­ce la jerear­quía entre la cla­se obre­ra, en la que el repar­to de tra­ba­jo es des­igual, una par­te de la cla­se tra­ba­ja­do­ra tie­ne mejo­res pues­tos de tra­ba­jo que la otra, y esto sólo se pue­de expli­car a tra­vés del ana­li­sis que hace el femi­nis­mo mar­xis­ta y anti­im­pe­ria­lis­ta: la jerar­quía de sexo y raza. Por lo tan­to, aque­llos tra­ba­jos que nadie quie­re, aca­ban sien­do rea­li­za­dos por la inmi­gra­ción, es más, por la mujer inmigrante.

El patriar­ca­do ha ido cam­bian­do a lo lar­go de la his­to­ria tan­to en for­ma como en inten­si­dad para adap­tar­se a los dife­ren­tes sis­te­mas jerár­qui­cos (escla­vis­mo, feu­da­lis­mo, capi­ta­lis­mo…) de mane­ra que ele­men­tos como cla­se, raza, opción sexual o edad estén extre­cha­men­te rela­cio­na­dos. En este sis­te­ma capi­ta­lis­ta y patriar­cal, las carac­te­rís­ti­cas «idea­les» (rol mas­cu­lino) de los hom­bres y las que exal­ta el capi­ta­lis­mo son prác­ti­ca­men­te las mis­mas: com­pe­ti­ti­vi­dad, efec­ti­vi­dad, auto­ri­dad, domi­na­ción… otor­gan­do así a quie­nes tie­nen estas carac­te­rís­ti­cas, ven­ta­jas y pri­vi­le­gios. Es decir, nues­tra socie­dad está cons­truí­da a tra­vés de roles de gene­ro en la que la mujer debe ser irra­cio­nal y emo­cio­nal, y el hom­bre racio­nal y pragmático.

El sis­te­ma actual nos pre­ten­de ven­der que hoy día vivi­mos en igual­dad de géne­ro, y nada más lejos de la reali­dad. Pre­ten­den hacer­nos creer que con la incor­po­ra­ción de la mujer al mer­ca­do labo­ral somos igua­les, cuan­do aún la res­pon­sa­bi­li­dad repro­duc­ti­va social es de la mujer y por lo tan­to al acce­der al mer­ca­do labo­ral tie­nen doble car­ga sobre sus hom­bros: el empleo y las labo­res domés­ti­cas y de cuidados.

La rela­ción entre la pare­ja, la fami­lia y el esta­do es impres­cin­di­ble para sos­te­ner este sis­te­ma, y para ello pro­mue­ve el mode­lo de pare­ja hete­ro­se­xual y monó­ga­ma enca­mi­na­da a la repro­duc­ción, y no cual­quier otro.

Des­de la niñez nos ense­ñan a bus­car esa pare­ja hom­bre o mujer que nos «com­ple­men­te» y así for­mar la fami­lia nuclear a tra­vés de la cons­truc­ción del amor román­ti­co que todo lo justifica.

Así, esta fami­lia será la ins­ti­tu­ción bási­ca para la trans­mi­sión de la ideo­lo­gía hege­mó­ni­ca, don­de nos ense­ñan «la escla­vi­tud domés­ti­ca» como la lla­ma­ba Lenin.

De hecho, ya en El ori­gen de la fami­la, la pro­pie­dad pri­va­da y el esta­do, es nota­ble la cui­da­do­sa aten­ción que Engels dedi­ca a los aspec­tos per­so­na­les de la opre­sión de las muje­res den­tro del mar­co fami­liar, inclu­yen­do la extre­ma degra­da­ción sufri­da por las muje­res a manos de sus mari­dos, con un gra­do de des­igual­dad des­co­no­ci­da en las socie­da­des ante­rio­res. Engels cali­fi­ca el sur­gi­mien­to de la fami­lia nuclear como la derro­ta his­tó­ri­ca del sexo feme­nino a nivel mun­dial y sos­tie­ne explí­ci­ta­men­te que la vio­la­ción y la vio­len­cia con­tra las muje­res se ini­cia­ron den­tro de la fami­lia, en sus mis­mos orígenes:

El hom­bre tomó el man­do tam­bién en el hogar; la mujer fue degra­da­da y redu­ci­da a la ser­vi­dum­bre; se con­vir­tió en la escla­va de su luju­ria y en un mero ins­tru­men­to para la pro­duc­ción de hijos. Para ase­gu­rar la fide­li­dad de su mujer y por tan­to, la pater­ni­dad de sus hijos, es entre­ga­da sin con­di­cio­nes al poder del mari­do; si él la mata, solo está ejer­cien­do sus derechos.

Engels tam­bién expli­có cómo el ideal de la fami­lia monó­ga­ma en la socie­dad de cla­ses se basa en una hipo­cre­sía fun­da­men­tal: «Des­de sus ini­cios, la fami­lia ha esta­do mar­ca­da por el carác­ter espe­cí­fi­co de la mono­ga­mia solo para la mujer, pero no para el hom­bre. Mien­tras que los actos de infi­de­li­dad de las muje­res, son dura­men­te con­de­na­dos, sin embar­go, se con­si­de­ran hono­ra­bles en el hom­bre o, en el peor de los casos, un leve peca­di­llo con­tra la moral que se pue­de asu­mir alegremente.»

Huel­ga decir que la mujer era enton­ces pro­pie­dad pri­va­da de su hom­bre, una herra­mien­ta huma­na, algo así como una «incu­ba­do­ra par­lan­chi­na» como las deno­mi­na­ban muy acer­tá­da­men­te nues­tras cama­ra­das del PTS y Pan y Rosas lati­no­ame­ri­ca­nas; y que debía ser­vir para crear y pre­pa­rar futu­ras gene­ra­cio­nes de obre­ras y obre­ros al ser­vi­vio de la pro­pie­dad pri­va­da, el capi­tal, la burguesía.

Así mis­mo, mien­tras que la fami­lia de las cla­ses domi­nan­tes ha fun­cio­na­do his­tó­ri­ca­men­te como una ins­ti­tu­ción a tra­vés de la que trans­mi­tir la heren­cia entre gene­ra­cio­nes, con el sur­gi­mien­to del capi­ta­lis­mo, la fami­lia de la cla­se obre­ra asu­mió la fun­ción de pro­por­cio­nar al sis­te­ma una ofer­ta abun­dan­te de mano de obra.

El sur­gi­mien­to de la fami­lia de la cla­se obre­ra tam­bién comen­zó a dife­ren­ciar cla­ra­men­te el carác­ter de la opre­sión que sufren las muje­res de dis­tin­tas cla­ses: el papel de las muje­res de cla­se alta es pro­du­cir des­cen­den­cia para here­dar la rique­za de la fami­lia, mien­tras que la fun­ción de las muje­res de la cla­se obre­ra es man­te­ner las gene­ra­cio­nes de tra­ba­ja­do­res para hoy y maña­na den­tro de su pro­pia fami­lia; esto es, la repro­duc­ción de la fuer­za de tra­ba­jo para el sistema.

Los líde­res de la Revo­lu­ción Rusa de 1917 com­pren­die­ron no solo el papel cen­tral de la fami­lia en la raíz de la opre­sión de las muje­res, sino tam­bién que las difi­cul­ta­des para lograr la igual­dad de géne­ro den­tro de la fami­lia con­di­cio­na­ban la libe­ra­ción de la mujer en el con­jun­to de la socie­dad. Ale­xan­dra Kollon­tai escri­bió ya entonces:

Hay algo que no se pue­de negar, y es el hecho de que ha lle­ga­do su hora al vie­jo tipo de fami­lia. No tie­ne de ello la cul­pa el comu­nis­mo: es el resul­ta­do del cam­bio expe­ri­men­ta­do por la con­di­cio­nes de vida. La fami­lia ha deja­do de ser una nece­si­dad para el Esta­do como ocu­rría en el pasado.

Todo lo con­tra­rio, resul­ta algo peor que inú­til, pues­to que sin nece­si­dad impi­de que las muje­res de la cla­se tra­ba­ja­do­ra pue­dan rea­li­zar un tra­ba­jo mucho más pro­duc­ti­vo y mucho más impor­tan­te. Tam­po­co es ya nece­sa­ria la fami­lia a los miem­bros de ella, pues­to que la tarea de criar a los hijos, que antes le per­te­ne­cía por com­ple­to, pasa cada vez más a manos de la colectividad.

Sobre las rui­nas de la vie­ja vida fami­liar, vere­mos pron­to resur­gir una nue­va for­ma de fami­lia que supon­drá rela­cio­nes com­ple­ta­men­te dife­ren­tes entre el hom­bre y la mujer, basa­das en una unión de afec­tos y cama­ra­de­ría, en una unión de dos per­so­nas igua­les en la Socie­dad Comu­nis­ta, las dos libres, las dos inde­pen­dien­tes, las dos obre­ras. ¡No más «sevi­dum­bre» domés­ti­ca para la mujer! ¡No más des­igual­dad en el seno mis­mo de la fami­lia! ¡No más temor por par­te de la mujer de que­dar­se sin sos­tén y ayu­da si el mari­do la abandona!

La mujer, en la Socie­dad Comu­nis­ta, no depen­de­rá de su mari­do, sino que sus robus­tos bra­zos serán los que la pro­por­cio­nen el sus­ten­to. Se aca­ba­rá con la incer­ti­dum­bre sobre la suer­te que pue­dan correr los hijos. El Esta­do comu­nis­ta asu­mi­rá todas estas res­pon­sa­bi­li­da­des. El matri­mo­nio que­da­rá puri­fi­ca­do de todos sus ele­men­tos mate­ria­les, de todos los cálcu­los de dine­ro que cons­ti­tu­yen la repug­nan­te man­cha de la vida fami­liar de nues­tro tiem­po. El matri­mo­nio se trans­for­ma­rá des­de aho­ra en ade­lan­te en la unión subli­me de dos almas que se aman, que se pro­fe­sen fe mutua; una unión de este tipo pro­me­te a todo obre­ro, a toda obre­ra, la más com­ple­ta feli­ci­dad, el máxi­mo de la satis­fac­ción que les pue­de caber a cria­tu­ras cons­cien­tes de sí mis­mas y de la vida que les rodea.

Lamen­ta­ble­men­te, no todo mar­xis­ta, ni en todo momen­to, com­pren­dió la nece­si­dad de defen­der el femi­nis­mo y de valo­rar los enor­mes logros del movi­mien­to de muje­res, cayen­do en teo­rías o corrien­tes que ale­jan con­tan­te­men­te el obje­ti­vo feminista.

EL REDUCCIONISMO: En su for­ma más pura, el reduc­cio­nis­mo supo­ne que la lucha de cla­ses resol­ve­rá el pro­ble­ma del sexis­mo por si mis­ma, al reve­lar los ver­da­de­ros intere­ses de cla­se en opo­si­ción a la fal­sa con­cien­cia. Este enfo­que redu­ce los pro­ble­mas de opre­sión a una cues­tión de cla­se. Tam­bién se acom­pa­ña, gene­ral­men­te, de una reite­ra­ción del carác­ter obje­ti­vo de cla­se del inte­rés de los hom­bres en aca­bar con la opre­sión de la mujer, sin asu­mir la pre­gun­ta más difí­cil: ¿cómo enfren­tar el sexis­mo den­tro de la cla­se obrera?

El Par­ti­do Bol­che­vi­que, tan­to antes como des­pués de la Revo­lu­ción, dedi­có con­si­de­ra­bles recur­sos a la divul­ga­ción y la edu­ca­ción de las muje­res tra­ba­ja­do­ras y cam­pe­si­nas, a tra­vés de su Depar­ta­men­to de la Mujer, mien­tras que, al mis­mo tiem­po, argu­men­ta­ba en con­tra de las acti­tu­des sexis­tas de los hom­bres de la cla­se obrera.

Kollon­tai recuerda:

Los tra­ba­ja­do­res con con­cien­cia de cla­se deben enten­der que el valor del tra­ba­jo mas­cu­lino depen­de del valor del tra­ba­jo feme­nino y que, con la ame­na­za de sus­ti­tuir la mano de obra mas­cu­li­na por mano de obra feme­ni­na más bara­ta, el capi­ta­lis­ta pue­de pre­sio­nar sobre el nivel sala­rial de los hom­bres. Sola la fal­ta de com­pren­sión pue­de lle­var a ver este tema como una mera cues­tión de la mujer.

O el mis­mo Lenin en con­ver­sa­cio­nes con la revo­lu­cio­na­ria femi­nis­ta ale­ma­na Cla­ra zet­kin apuntaba:

¿Podría haber una prue­ba más pal­pa­ble (de la con­ti­nua opre­sión de las muje­res) que la de la visión corrien­te de un hom­bre obser­van­do, tran­qui­la­men­te, como una mujer se ago­ta con un tra­ba­jo tri­vial y monó­tono, tra­ba­jo que con­su­me mucha fuer­za y mucho tiem­po, como es el domés­ti­co y vien­do, en ella, como su espí­ri­tu se enco­je, su men­te ensor­de­ce, su cora­zón se debi­li­ta y su volun­tad languidece?…muy pocos mari­dos, ni siquie­ra los pro­le­ta­rios, pien­san en lo mucho que podrían ali­viar las car­gas y preo­cu­pa­cio­nes de sus muje­res o, inclu­so, eli­mi­nar­las por com­ple­to, si les echa­ran una mano en ese tra­ba­jo de muje­res. Pero no, eso iría con­tra el pri­vi­le­gio y la dig­ni­dad del hom­bre. Él exi­ge su como­di­dad y su descanso.Debemos erra­di­car el vie­jo pun­to de vis­ta de amo del escla­vo, tan­to en el par­ti­do como en las masas. Es una de nues­tras tareas polí­ti­cas, una tarea tan urgen­te y nece­sa­ria como es la for­ma­ción de un núcleo de cama­ra­das, hom­bres y muje­res, con una sóli­da pre­pa­ra­ción, teó­ri­ca y prác­ti­ca, para el tra­ba­jo del Par­ti­do entre las muje­res trabajadoras.

Así que nues­tra pra­xis debe­ría estar más en con­so­nan­cia con la teo­ría y la prác­ti­ca de los bol­che­vi­ques, no solo en cuan­to a no mini­mi­zar el gra­do de opre­sión al que se enfren­tan las muje­res, o cual­quier gru­po opri­mi­do, den­tro de la cla­se obre­ra, sino ade­más, en rea­li­zar un serio esfuer­zo, en todos los fren­tes, para combatirlo.

Cons­truir un mode­lo de paja con el femi­nis­mo, basán­do­lo en sus for­mas más bur­gue­sas, para lue­go tum­bar­lo y final­men­te pen­sar que ya hemos hecho nues­tro tra­ba­jo inte­lec­tual, hace un fla­co ser­vi­cio a la lucha con­tra la opre­sión de las muje­res. Hay impor­tan­tes deba­tes entre las femi­nis­tas a los que hemos per­ma­ne­ci­do igno­ran­tes en gran par­te y que pue­den jugar un gran papel para avan­zar en nues­tra com­pren­sión tan­to de la opre­sión de las muje­res como del mar­xis­mo mismo.

EL FEMINISMO BURGUÉS: Las muje­res de la cla­se domi­nan­te se enfren­tan a la opre­sión, pero eso no sig­ni­fi­ca que poda­mos con­fiar en que pue­dan seguir una estra­te­gia que las lle­ve a abor­dar el sufri­mien­to de la vas­ta mayo­ría de las muje­res que están en la cla­se obrera.

Debe­mos enten­der el naci­mien­to de los pri­me­ros movi­mien­tos de muje­res antes de 1789, como fru­to del aumen­to de muje­res del pue­blo en la pro­duc­ción y no de la mano del femi­nis­mo bur­gués. Los estu­dios bur­gue­ses inten­tan demos­trar la pro­li­fe­ra­ción de los pri­me­ros movi­mien­tos femi­nis­tas gra­cias a las rei­vin­di­ca­cio­nes de pode­ro­sas muje­res como fue­ron Abi­gail Smith Adams, segun­da pri­me­ra dama de EE.UU., o la reco­no­ci­da Olim­pia de Gou­ges, pro­pul­so­ra de la Decla­ra­ción de los Dere­chos de la Mujer y la Ciu­da­da­na. Ellas real­men­te no supie­ron acer­car sus rei­vin­di­ca­cio­nes al con­jun­to de las tra­ba­ja­do­ras ni ligar estas a la lucha del pro­le­ta­ria­do, bus­can­do equi­pa­rar sus pri­vi­le­gios a los poseí­dos por los hom­bres capitalistas.

Este femi­nis­mo bur­gués, cuyas prin­ci­pa­les luchas son por la igual­dad de dere­chos polí­ti­cos y la opor­tu­ni­dad de acce­so al tra­ba­jo para la mujer, cree haber con­se­gui­do que algu­nos paí­ses capi­ta­lis­tas atien­dan sus reivindicaciones.

Así, la mujer tie­ne dere­cho a voto, a par­ti­ci­pa­ción en la esfe­ra públi­ca, a una teó­ri­ca liber­tad de acce­so a todos los empleos y pro­fe­sio­nes, a reci­bir ayu­da para la mater­ni­dad, con­ce­sio­nes que par­ten del res­pe­to que se han gana­do las tra­ba­ja­do­ras al con­ver­tir­se en una fuer­za de tra­ba­jo fun­da­men­tal para la socie­dad, y que, ade­más, no han con­se­gui­do la eli­mi­na­ción de la pro­ble­má­ti­ca de la mujer.

Ade­más, los estu­dios bur­gue­ses cen­tra­dos en el femi­nis­mo ponen su foco de aten­ción en la cues­tión de la supe­rio­ri­dad de un sexo sobre otro, en la nega­ción de las dife­ren­cias bio­ló­gi­cas o en la abo­li­ción del género.

El femi­nis­mo bur­gués no es nada nue­vo y el pun­to de vis­ta sobre él de los bol­che­vi­ques es muy ins­truc­ti­vo para noso­tros, hoy en día. Una vez más, Ale­xan­dra Kollon­tai nos pre­sen­ta un enfo­que apli­ca­ble a la situa­ción actual. En un pan­fle­to de 1909, titu­la­do: Los fun­da­men­tos socia­lis­tas de la Cues­tión de la Mujer, expli­ca­ba por qué no pue­de dar­se una alian­za entre la cla­se obre­ra y las muje­res de la cla­se domi­nan­te, a pesar de algu­nos aspec­tos de su opre­sión compartida:

«El mun­do de las muje­res se divi­de, como el mun­do de los hom­bres, en dos ban­dos: los intere­ses y las aspi­ra­cio­nes de una par­te la acer­can hacia la cla­se bur­gue­sa, mien­tras que la otra esta en estre­cha rela­ción con el pro­le­ta­ria­do y su pro­pues­ta liber­ta­do­ra inclu­ye una solu­ción com­ple­ta de la cues­tión de la mujer. Así pues, aun­que ambas par­tes per­si­gan en gene­ral la libe­ra­ción de la mujer, sus obje­ti­vos e intere­ses son dis­tin­tos. Cada una de las par­tes, incons­cien­te­men­te, esta­ble­ce sus pro­pues­tas ini­cia­les a par­tir de los intere­ses y aspi­ra­cio­nes de su pro­pia cla­se, lo que dota de un color espe­cí­fi­co de cla­se a los obje­ti­vos y tareas que esta­ble­cen para si mismas.

A pesar de la apa­ren­te radi­ca­li­dad de las deman­das de las femi­nis­tas bur­gue­sas, no hay que per­der de vis­ta el hecho de que no pue­den, en razón de su posi­ción de cla­se, luchar por la trans­for­ma­ción fun­da­men­tal de la socie­dad, sin la que la libe­ra­ción de la mujer no podrá ser completa.»

EL SEGREGACIONISMO: Hay otra corrien­te del femi­nis­mo que los mar­xis­tas y las femi­nis­tas socia­lis­tas deben recha­zar de plano, aun­que des­de los años 70 no se haya des­ta­ca­do: el segre­ga­cio­nis­mo, que insis­te en que todos los hom­bres de la cla­se obre­ra com­par­ten con todos los hom­bres de la cla­se domi­nan­te el sis­te­ma de patriar­ca­do que opri­me a las mujeres.

En con­tras­te con el uso actual del tér­mino patriar­ca­do, que se limi­ta a des­cri­bir un sis­te­ma sexis­ta, el segre­ga­cio­nis­mo prio­ri­zó la opre­sión de las muje­res sobre todas las demás for­mas de opre­sión, inclui­do el racismo.

Como ejem­plo, en el aná­li­sis que sobre la vio­la­ción rea­li­za Susan Brown­mi­ller, en su libro publi­ca­do en 1975 Agains our Will: Men, Women and Rape(Con­tra nues­tra volun­tad: hom­bres, muje­res y vio­la­ción), lle­gó a con­clu­sio­nes abier­ta­men­te racis­tas en su rela­to del lin­cha­mien­to, en 1955, de Emmett Till.

Till, un joven de color, tenia 14 años cuan­do, duran­te una visi­ta vera­nie­ga a su fami­lia de Jin Crow, en Mis­si­si­pi, come­tió el «cri­men» de sil­bar al paso de una mujer blan­ca casa­da, lla­ma­da Carolyn Bryat. Una mera tra­ve­su­ra ado­les­cen­te, por la que Till fue tor­tu­ra­do y tiro­tea­do antes de que su joven cuer­po fue­ra arro­ja­do al río Tallahatchie.

A pesar del cruel lin­cha­mien­to de Till, Brown­mi­ller des­cri­be al joven negro y a su ase­sino como si com­par­tie­ran el mis­mo poder, usan­do un plan­tea­mien­to abier­ta­men­te racis­ta: rara vez un solo caso, como el de Till, sir­ve para expo­ner, con tan­ta cla­ri­dad, los anta­go­nis­mos sub­ya­cen­tes en el gru­po social mas­cu­lino por el acce­so a las muje­res. En tér­mi­nos con­cre­tos, la acce­si­bi­li­dad a todas las muje­res blan­cas esta­ba en discusión.

Otras corrien­tes del femi­nis­mo tie­nen un his­to­rial ambi­guo, que en los años 90, des­po­ja­ron a la teo­ría del patriar­ca­do de su pri­ma­cía, en un esfuer­zo cons­cien­te por dar la mis­ma prio­ri­dad a la lucha con­tra el racis­mo y por los dere­chos LGTBI, lo que supu­so un enor­me paso ade­lan­te. Pero, al mis­mo tiem­po, los segui­do­res de esta corrien­te, caye­ron en la tram­pa post­mo­der­nis­ta del indi­vi­dua­lis­mo y se reti­ra­ron de la lucha colec­ti­va, prio­ri­zan­do los cam­bios en el esti­lo de vida y el len­gua­je a la cons­truc­ción de un movi­mien­to que podría desa­fiar el sistema.

Final­men­te, mere­ce la pena enfa­ti­zar que nece­si­ta­mos, no solo una teo­ría mar­xis­ta y femi­nis­ta, sino tam­bién una prác­ti­ca del femi­nis­mo mar­xis­ta en la lucha por la libe­ra­ción de la mujer.

Aun­que el éxi­to de la revo­lu­ción socia­lis­ta no garan­ti­za auto­má­ti­ca­men­te la libe­ra­ción de las muje­res, si que crea las con­di­cio­nes mate­ria­les para ello.

Y es a tra­vés del pro­ce­so revo­lu­cio­na­rio, en todas sus eta­pas, des­de la pri­me­ra a la últi­ma, don­de la mili­tan­cia revo­lu­cio­na­ria tie­ne un papel cru­cial que desem­pe­ñar com­ba­tien­do toda for­ma de opre­sión, no solo des­de arri­ba, sino tam­bién des­de el inte­rior de la cla­se obre­ra. No hay sus­ti­tu­to posi­ble en ese pro­ce­so. Marx lo dejo bien cla­ro cuan­do sostuvo:

La revo­lu­ción es nece­sa­ria, por tan­to, no solo por­que la cla­se domi­nan­te no pue­da ser derro­ca­da de otra mane­ra, sino por­que la cla­se que la derro­ca solo pue­de alcan­zar el éxi­to en la revo­lu­ción si se des­em­ba­ra­za, ella mis­ma, de toda esa vie­ja basu­ra y se mues­tra capaz de cons­truir una nue­va sociedad.

Si no mini­mi­za­mos los desa­fíos a los que nos enfren­ta­mos en la lucha con­tra el sexis­mo, den­tro de la cla­se obre­ra, si los reco­no­ce­mos y, sobre estas bases, somos capa­ces de desa­rro­llar una estra­te­gia que ten­ga como obje­ti­vo movi­li­zar al con­jun­to de la cla­se obre­ra, con­se­gui­re­mos la libe­ra­ción de la mujer.

Cual­quier cam­bio social comien­za dan­do peque­ños cam­bios per­so­na­les. Dichos cam­bios, en vez de dar­se de una mera for­ma ais­la­da, y tenien­do en cuen­ta que tie­nen lógi­ca y obje­ti­vos colec­ti­vos, son los pri­me­ros pasos para cual­quier revo­lu­ción social. «La revo­lu­ción empie­za por lo per­so­nal, eli­mi­nan­do acti­tu­des reac­cio­na­rias para con las muje­res y cons­tru­yen­do femi­nis­mo en todos los fren­tes: en casa, en la calle, en el pues­to de tra­ba­jo, de fies­ta, en la militancia…

Muchas femi­nis­tas, hacien­do peque­ñas cosas femi­nis­tas supo­nen avan­ces impor­tan­tes para la colec­ti­vi­dad, pero sin olvi­dar que debe­mos tener en cuen­ta todo el pro­ce­so y no sola­men­te su final (repa­ran­do en lo que pasa tan­to en el espa­cio públi­co como en el pri­va­do). Por­que dema­sia­das veces pone­mos nues­tras prio­ri­da­des en el espa­cio «macro­po­lí­ti­co», es decir, en el espa­cio de las gran­des teo­rías, que­dan­dó­se éstas en meros esló­ga­nes, y olvi­dan­do la praxis.

Irai­de Aurre­koetxea Urrutia

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