En una nota que escribí en septiembre de 2011, referida al trabajo de Reinhart y Rogoff This Time is Different. A Panoramic View of Eight Centuries of Financial Crisis (NBER, 2008), apuntaba:
«Reinhart y Rongoff encuentran que históricamente olas significativas de incrementada movilidad de capitales son seguidas, a menudo, por serie de crisis bancarias domésticas. Esto se debe a que las fases alcistas son seguidas por crisis de sobreproducción, con violentas caídas de los precios y los valores. La acumulación de deudas por parte de los gobiernos, y su posterior liquidación violenta, no es ajena a esta dinámica. Es que los defaults de las deudas externas de los gobiernos forman parte de las desvalorizaciones de capitales, que acompañan toda crisis (lo que Marx llamaba las “revoluciones de los valores”). El repudio de las deudas o su pago con moneda envilecida, son las vías por medio de las cuales se realizan esas desvalorizaciones. Por esto también, en determinado punto, los representantes del establishment económico admiten que la única salida para restablecer la acumulación del capital pasa por el default y la reestructuración de las deudas. Sucedió en Argentina en 2001 (en EEUU y otros centros había consenso de que no había otra salida) y es lo que se baraja hoy para Grecia»¹.
El acuerdo que la Cumbre Europea acaba de imponer a Grecia desmiente, en principio, la especulación que hacía en 2011 con respecto a la deuda griega, y que también consideré en una nota reciente. Las condiciones impuestas por Alemania, secundada por Finlandia, Holanda y otros países, son extremadamente duras. Pero por eso mismo han generado resistencias en buena parte de las «altas finanzas», y de otros gobiernos europeos. En particular, el FMI está planteando que es imposible que Grecia pueda cumplir lo que se le ha impuesto.
Efectivamente, el FMI publicó ayer un informe² en el que plantea que, debido al deterioro de la economía griega, agravada por el cierre de los bancos y los controles de capitales, las necesidades de financiamiento, hasta 2018, se elevaron a 86.000 millones de euros, esto es, 25.000 millones más de lo que se había previsto hace dos semanas.
Por lo tanto, y previendo un cierto crecimiento de la economía, la deuda aumentaría al 200% del PBI en los próximos dos años, y sería del 170% en 2022. En este marco, las necesidades de financiamiento bruto (o sea, pago de intereses y devolución de capital) se ubicarían por encima del 15% del PBI, y seguirían creciendo en el largo plazo. Estas proyecciones, además, son pasibles de revisión y podrían empeorar: a Grecia se le exige que mantenga un superávit primario del 3,5% del PBI por varios años, algo que prácticamente ningún país ha logrado; el Gobierno no podría resistir las presiones políticas para sostener semejante superávit. Además, la economía no podrá pasar en pocos años a tener alta productividad, y los bancos seguramente necesitarán más inyecciones de capital. Dada este dramático deterioro de la sustentabilidad de la deuda, el FMI plantea que es necesaria una reestructuración de la misma en gran escala. Una posibilidad es que se otorgue a Grecia un período de gracia por 30 años sobre el total del stock de deuda, incluyendo asistencia financiera; sería la manera de evitar una rebaja del stock de deuda. La otra alternativa es que se reduzca la deuda.
La postura del FMI sería coincidente con la de Washington, y algunos gobiernos europeos, el de Francia en primer lugar. Algunos pueden pensar que el FMI y Obama pasaron a militar del lado del «progresista» del capital. Pero la realidad es que son conscientes de que la única forma que Grecia pague es si se reanuda la producción de valor y plusvalor, y con ella la acumulación. Y para esto es necesario asumir una masiva desvalorización del capital (la desvalorización de capital también se produciría si Grecia abandona el euro y vuelve al dracma). No hay otra forma. Las diferencias con Merkel, y los otros «duros», giran en torno a esta cuestión. Todo hace suponer, además, que Syriza se adaptaría perfectamente a un programa como el que propone el FMI. Nada revolucionario ni «del otro mundo» entonces; son los marcos en los que se mueve el «socialismo burgués» en los tiempos de la globalización del capital.
Rolando Astarita
15 de julio de 2015