Ya han pasado 36 años desde que el sociólogo francés Pierre Bourdieu publicó su libro La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Sin duda no es una lectura ligera, ni que llame mucho la atención de las grandes masas, después de todo no es una novela llena de emociones y aventuras, sino más bien un estudio minucioso y detallado, lleno de explicaciones metodológicas, teóricas y de conjeturas revolucionarias. Lo que pasa entre las líneas de este denso material, sin embargo, forma parte de cada uno de nosotros; de hecho, tan íntimamente que se hace prácticamente imposible no sentirse señalado por el autor al leerle.
El estudio de Bourdieu se ha hecho referencia sociológica a nivel mundial para el estudio de las clases sociales, y considerando que la organización de la sociedad en los modelos político-económicos vinculados al capitalismo se da en torno a las clases, empieza a parecer cada vez más conveniente echar una mirada a este estudio.
Tomando en cuenta que las clases son los grupos conformados no sólo por los individuos que en ellas hacen vida, sino también por las relaciones de estos individuos entre ellos mismos, y de cada clase con las otras, analógicamente, el tejido de la tela de araña representaría las relaciones, dónde las conexiones son cercanas a lo incontable, mientras que los organismos que hacen vida en ella son las clases. Entonces, el mínimo movimiento o acción de una clase hace que a través de la red de relaciones afecte a otras, como el más mínimo movimiento de una presa se transmite a través de la tela de la araña y advierte al depredador de su existencia.
En resumidas cuentas, lo que Pierre Bourdieu ha hecho es abrir los ojos ante un fenómeno social en plena efervescencia en la sociedad contemporánea, y es que el francés explica como las clases dominantes crean mecanismos para distinguirse de las masas, de lo popular. Los venezolanos no somos ajenos a esto. Generaciones completas han visto la evolución del lenguaje, del arte, la gastronomía, la moda, los estudios, y un sinfín de aspectos de la vida cotidiana que tienen como propósito distinguir a las clases dominantes de la clase popular.
Es en la distinción donde comienza el clasismo, fenómeno al que los venezolanos –insisto- no somos ajenos. Y es que expresiones como «niche», «chabacano», «ordinario», y más recientemente «tierruo», apuntan a nada más y nada menos que a lo popular. De ahí deriva toda una terminología asociada a lo popular, de la que todo aquel que es «alguien en la vida» se quiere separar. Es tanto el esfuerzo que no basta con distinguirse, sino que es necesario iniciar una campaña de desprecio y desdén, de odio, y eventualmente de miedo hacia lo popular. Progresa la distinción, comienza la persecución, ya no se habla de los excluidos, se habla de los marginales. Resulta pues cada vez más evidente la presencia del clasismo, que comienza a través del lenguaje y que se permea en aspectos cada vez más íntimos de la vida.
La burguesía como clase dominante por antonomasia, es la responsable de crear estos artificios que segregan a la sociedad. Un curioso ejemplo: a través de los estudios se segrega al «ignorante» del «versado», pero, ¿quién dice que aquel con un título universitario es, sólo por esto, un versado? Y, ¿quién dice que una persona que abandonó los estudios básicos o intermedios es, sólo por esto, un ignorante? Las clases dominantes valoran el conocimiento académico, pues les provee de un mecanismo de distinción; sin embargo, cuando el acceso a la educación se profundiza, como es el caso venezolano, entran otras cuestiones en juego, aún dentro del mismo tema. Así pues, al aplanarse las diferencias sobre las titulaciones académicas, la distinción vendrá dada por la casa de estudios que otorga el título. Y es que, siempre que la exclusión esté presente, la burguesía generará mecanismos de distinción.
Estos son los casos más sencillos y más visibles que se pueden conseguir, sin embargo, como decía anteriormente, la hegemonía cultural, económica y hasta política que detentó en algún momento la burguesía venezolana, ha sido sujeta a cambios y transformaciones necesarias para ajustarse a los tiempos modernos, a las nuevas realidades de un país en un proceso de profunda transformación política, económica y social.
La gastronomía es otro elemento interesante de analizar, y es que con la transculturización y la introducción de nuevas formas de expresión culinaria, de nuevos platos traídos de horizontes que anteriormente eran completamente ajenos a los venezolanos, se puede observar nuevamente el cambio de «lo refinado» o distinguido, para la segregación social. El fenómeno de la comida rápida permeó a la sociedad venezolana casi por completo, es difícil pasar por alguna zona de la capital sin ver al menos un «perrocalentero». Sin embargo, y para comenzar a valorar las sutilezas de la distinción, no es lo mismo comer en el carrito de la esquina de la casa que ir a una de las grandes franquicias internacionales, a pesar de que venden el mismo producto. Y con este último ejemplo apenas si se roza la superficie de la distinción.
Si nos proponemos hablar de elementos que distinguen con mayor fuerza, entonces no hablemos de la comida chatarra, hablemos de la fina gastronomía internacional. Un ejemplo muy claro es el sushi, bastante costoso, con una difusión mediática importante, lleno de ese elemento exótico que atrae a los «atrevidos». Sin embargo, se puede decir que está bastante masificado, y, ¿podemos decir lo mismo de la comida francesa? , también bastante costosa, con el mismo elemento exótico, pero ¿cuántos restaurantes de comida francesa se encuentran en los centros comerciales del país? Aquí entra la distinción en otras categorías, aquí se separa a losconocedores de la gastronomía de los fanáticos de la comida. Son sutiles las diferencias, ya no es la segregación de la burguesía con la clase popular, es la segregación de la burguesía tradicional consolidada con las clases intermedias.
De éste último elemento de distinción parte una nueva forma de exclusión. Se habla entonces de la alcurnia o del abolengo, de «las familias de bien», y se les separa de «los nuevos ricos» de los que el mismo Bourdieu llamó «pretendientes pretenciosos», aquellos que liberados del yugo de la satisfacción de las necesidades básicas apuestan a la distinción, pero por no ser parte de la burguesía tradicional consolidada, y no tener el capital (ni económico, ni cultural, ni social) de éstos, raya (para la clase dominante) en el absurdo, persiguiendo siempre la última vanguardia, pero estando uno o dos pasos más atrás, y sin embargo, alardeando de sus gustos y hábitos refinados.
La distinción termina siendo un elemento de importancia en la lucha de clases, mueve fuerzas y genera distorsión en las relaciones de aquellos que son aparentemente semejantes, desiguala y sobretodo denigra. Negar como individuos que participamos en la lógica de la distinción es inútil. Ahora, hacer un esfuerzo consciente por desprenderse de ésta lógica supone un ejercicio sumamente complejo, lleno de retos y marcado por la necesidad de continuar y profundizar el proceso de transformación, de abrir los sentidos a nuevas experiencias sin los prejuicios de lo refinado o de lo popular, unir, a final de cuentas.
Vicente García, investigador
Fuente: http://www.gisxxi.org/
12 de julio de 2015