Sexua­li­dad femi­nis­ta y libe­ra­ción social

La sexua­li­dad que tene­mos es, como todo, una cons­truc­ción social. Se ha con­fi­gu­ra­do en torno a un mode­lo hete­ro­se­xual, occi­den­tal y patriar­cal. En ese mode­lo, el pla­cer, sobre todo el de las muje­res, se invi­si­bi­li­za y se pre­sen­ta como cons­trui­do para otros. Des­de la infan­cia se impo­ne un úni­co mode­lo de sexua­li­dad: falo­cén­tri­co y este­reo­ti­pa­do, don­de el suje­to del dis­cur­so es el varón, lo masculino.
El cuer­po de las muje­res es el lugar des­de el que se teje la mara­ña de repre­sión patriar­cal en la que todas las per­so­nas están, en mayor o menor medi­da, atra­pa­das des­de su naci­mien­to. Los man­da­tos socia­les más des­truc­ti­vos se han cons­trui­do a par­tir de dos ele­men­tos esen­cia­les: la repre­sión y la hiper­se­xua­ción del cuer­po de las muje­res. La moral repre­si­va, en nues­tro con­tex­to cató­li­ca, se ha des­car­ga­do fun­da­men­tal­men­te sobre las muje­res, tan­to invi­si­bi­li­zan­do y anu­lan­do – con fre­cuen­cia con vio­len­cia – su sexua­li­dad acti­va, como cons­tru­yen­do y exa­cer­ban­do su poten­cial ero­ti­zan­te al ser­vi­cio del pla­cer del hom­bre hete­ro­se­xual. Se ha cons­trui­do un mode­lo tre­men­da­men­te útil: muje­res des­ti­na­das de for­ma supues­ta­men­te natu­ral a repro­du­cir­se para el sis­te­ma y ser al mis­mo tiem­po suje­tos pasi­vos hiper­se­xua­dos con la fun­ción social de garan­ti­zar satis­fac­ción y pla­cer a otros. El tra­ba­jo repro­duc­ti­vo tra­di­cio­nal­men­te asig­na­do a las muje­res – el de cui­da­dos afec­ti­vos, mate­ria­les, pero tam­bién sexua­les, en la ins­ti­tu­ción fami­liar y en todos los gru­pos socia­les – es uno de los ele­men­tos cla­ve que per­mi­ten expli­car la con­so­li­da­ción del engra­na­je de explo­ta­ción capitalista.
Y en este entra­ma­do tan con­ve­nien­te, la reli­gión ha sabi­do acti­var siem­pre meca­nis­mos de cas­ti­go y recom­pen­sa, con el mie­do y el olvi­do pro­gra­ma­do como gran­des cata­li­za­do­res de obe­dien­cia y paz social. El ejem­plo para­dig­má­ti­co es la ter­gi­ver­sa­ción e invi­si­bi­li­za­ción de la caza de bru­jas en los libros de his­to­ria, que ha supues­to borrar uno de los focos de resis­ten­cia más impor­tan­tes de la tran­si­ción del Feu­da­lis­mo al capi­ta­lis­mo. Dos­cien­tos años de eje­cu­cio­nes y tor­tu­ras que con­de­na­ron a miles de muje­res a una muer­te terri­ble fue­ron eli­mi­na­dos de la His­to­ria ofi­cial y redu­ci­dos a algo per­te­ne­cien­te al fol­clo­re (1).
Con la adap­ta­ción de las nor­mas patriar­ca­les al con­tex­to capi­ta­lis­ta toma fuer­za un ter­cer ele­men­to: el espe­jis­mo de la libe­ra­ción. Los avan­ces for­ma­les hacia la igual­dad de géne­ro, limi­ta­dos en su alcan­ce tan­to en con­te­ni­do como geo­grá­fi­ca­men­te, fun­cio­nan como la rama que no deja ver el bos­que. Si el pac­tis­mo sin­di­cal y el Par­la­men­ta­ris­mo com­pra­ron el silen­cio y la paz social de la mayor par­te de sin­di­ca­tos, los avan­ces for­ma­les en mate­ria de igual­dad – y las sub­ven­cio­nes que el poder da con la otra mano – se han hecho median­te la eli­mi­na­ción de la esen­cia anti­sis­te­ma de bue­na par­te del movi­mien­to femi­nis­ta. Así, la opre­sión de géne­ro per­ma­ne­ce casi intac­ta pero se expan­de la sen­sa­ción fic­ti­cia de trans­for­ma­ción profunda.
En este con­tex­to, per­sis­te el cues­tio­na­mien­to gene­ral de pau­tas sexua­les real­men­te libres. Aun hoy, salir­se de la nor­ma de géne­ro, de los már­ge­nes estre­chos de los este­reo­ti­pos hete­ro­pa­triar­ca­les – del man­da­to sobre lo que es mas­cu­lino y feme­nino, lo deco­ro­so y lo trans­gre­sor, lo acep­ta­ble y lo inacep­ta­ble – sue­le ser muy dolo­ro­so. Esta­mos atra­pa­das en com­par­ti­men­tos estan­cos afec­ti­vos, socia­les, sexua­les, que limi­tan des­de el naci­mien­to a todas las per­so­nas, pero muti­la de mil for­mas a todas las muje­res sin excepción.
La sexua­li­dad que tene­mos es, como todo, una cons­truc­ción social. Se ha con­fi­gu­ra­do en torno a un mode­lo hete­ro­se­xual, occi­den­tal y patriar­cal. En ese mode­lo, el pla­cer, sobre todo el de las muje­res, se invi­si­bi­li­za y se pre­sen­ta como cons­trui­do para otros. Des­de la infan­cia se impo­ne un úni­co mode­lo de sexua­li­dad: falo­cén­tri­co y este­reo­ti­pa­do, don­de el suje­to del dis­cur­so es el varón, lo masculino.
La moral repre­si­va afec­ta a todo el mun­do, pero no por igual. La mayo­ría de los niños pue­den encon­trar­la, aun­que dis­tor­sio­na­da, a tra­vés del humor o las imá­ge­nes. En el caso de las niñas has­ta la vul­va es inter­na, difí­cil de cono­cer de un vistazo.
Cre­cen para ser lim­pias, coque­tas, dis­cre­tas, lle­var ropa incó­mo­da, y es posi­ble que pasen muchos años antes de que sepan qué for­ma tie­ne su vul­va. Su pla­cer, si exis­te, es invi­si­ble e inconcebible.
En nues­tro país no ha habi­do nun­ca un pro­gra­ma de edu­ca­ción sexual inte­gra­do en sis­te­ma edu­ca­ti­vo, exis­tien­do, en el mejor de los casos, sesio­nes ais­la­das que depen­den del per­fil del AMPA o del Con­se­jo Esco­lar. Esto supo­ne en la prác­ti­ca per­pe­tuar en una socie­dad la igno­ran­cia del pro­pio cuer­po y, en un Esta­do fal­sa­men­te acon­fe­sio­nal, ins­ti­tu­cio­na­li­zar pau­tas de com­por­ta­mien­to atra­ve­sa­das por la repre­sión, la alie­na­ción y el moralismo.
El apren­di­za­je de cues­tio­nes tan bási­cas como la auto­ex­plo­ra­ción, el reco­no­ci­mien­to de las muchas fuen­tes de pla­cer o la fun­ción del orgas­mo son aje­nas al pro­ce­so edu­ca­ti­vo habi­tual y por supues­to al fami­liar, con rarí­si­mas excepciones.
Son cues­tio­nes que tam­po­co han preo­cu­pa­do a las orga­ni­za­cio­nes de izquier­das. Si el femi­nis­mo de cla­se ha sido un com­po­nen­te invi­si­ble – y a menu­do sos­pe­cho­so de “refor­mis­mo” – para la mayor par­te de las luchas socia­les y obre­ras, el tra­ba­jo de una sexua­li­dad femi­nis­ta ha sido ya prác­ti­ca­men­te inexis­ten­te. La agen­da femi­nis­ta de la izquier­da se ha limi­ta­do has­ta aho­ra, con dema­sia­da fre­cuen­cia, a la lucha por el dere­cho al abor­to. Y si bien es cier­to que luchar por la mater­ni­dad como opción y no como man­da­to es un con­cep­to trans­for­ma­dor en sí mis­mo, el dere­cho a deci­dir sobre el pro­pio cuer­po es algo mucho más amplio. Abar­ca ele­men­tos esen­cia­les como el dere­cho al pla­cer y a desa­rro­llar una iden­ti­dad sexual y de géne­ro ple­na y auto­de­ter­mi­na­da. Aun­que sabe­mos que esa sexua­li­dad esen­cial­men­te libre no es posi­ble en el con­tex­to capi­ta­lis­ta, la crí­ti­ca al patrón sexual machis­ta y hete­ro­cen­tra­do deben estar en la agen­da y for­mar par­te de un pro­ce­so cons­tan­te de autocrítica.
El tra­ba­jo de estas cues­tio­nes debe­ría abor­dar­se liga­do a las cues­tio­nes de salud men­tal y tener siem­pre en cuen­ta los efec­tos devas­ta­do­res de la moral repre­si­va, la frus­tra­ción, la ansie­dad y la angus­tia en las per­so­nas que nos rodean. Avan­zar en el tra­ba­jo de géne­ro y en la nor­ma­li­za­ción de la sexua­li­dad femi­nis­ta en la acti­vi­dad dia­ria es una cues­tión de super­vi­ven­cia, muchas veces en sen­ti­do estricto.
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1. Cali­bán y la bru­ja. Muje­res, cuer­po y acu­mu­la­ción pri­mi­ti­va. Sil­via Fede­ri­ci. 2004. http://​www​.lahai​ne​.org/​c​a​l​i​b​a​n​-​y​-​l​a​-​b​r​uja
Artícu­lo publi­ca­do en la Revis­ta Espi­ne­ta amb Cara­go­lins nº 13.

Tex­to com­ple­to en: http://​www​.lahai​ne​.org/​s​e​x​u​a​l​i​d​a​d​-​f​e​m​i​n​i​s​t​a​-​y​-​l​i​b​e​r​a​c​i​o​n​-​s​o​c​ial

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