El amor color de un arcoí­ris- Ilka Oli­va Corado

Un día yen­do de com­pras en un cen­tro comer­cial, con mi her­ma­na, me detu­ve en un ana­quel lleno de revis­tas de moda y la lla­mé, seña­lé una revis­ta y le dije: esa mujer me vuel­ve loca. Era Julian­ne Moo­re. Y ella me dijo, ¿no es que Queen Lati­fah? Y comen­zó a reír. Bueno, le dije, es que me gus­tan todas. Y es cier­to, las muje­res me gus­tan todas. Con algu­nas excep­cio­nes que tie­nen que ver con la arro­gan­cia, la apa­tía y la dis­cri­mi­na­ción. Mi her­ma­na cuan­do está cam­bian­do canal en la tele­vi­sión y apa­re­ce Meryl Streep me dice, ¡Negra encon­tré una pelí­cu­la de tu amor! ¿La que­rés ver? Como ser humano y actriz me fas­ci­na Audrey Hep­burn. Aun­que mi amor de amo­res siem­pre será la Vio­le­ta Parra​.Me suce­de que cuan­do voy a un tea­tro, a un res­tau­ran­te, a un museo o esté den­tro de cual­quier recin­to, apa­re­ce una mujer que se con­vier­te en la musa, en el aire que res­pi­ro, me suce­de tam­bién con hom­bres, a veces son ambos un hom­bre y una mujer, com­ple­ta­men­te extra­ños, a quie­nes nun­ca he vis­to en mi vida pero que en ese ins­tan­te lo son todo. Des­pier­tan mis infier­nos y tam­bién con­tra­dic­to­ria­men­te cal­man mis ansie­da­des. Y no les hablo, ni siquie­ra tie­nen que estar cer­ca, pero son esas almas diá­fa­nas que se con­vier­ten en nie­bla. Un alma así es la de Ange­li­na Jolie que tras­pa­sa las pan­ta­llas, su esen­cia huma­na va más allá. Ale­jan­dra Pizar­nik y Maya Ange­lou. Susan Son­tag y Fede­ri­co Gar­cía Lorca.
Con mis aman­tes hom­bres, cuan­do vamos cami­nan­do por la calle y me deten­go a admi­rar la belle­za de las muje­res, de pron­to me paro en seco y los jalo del bra­zo y les digo: ¡mirá esa her­mo­su­ra de mujer! Y ellos bien tran­qui­los con­tes­tan: sí, está sim­pá­ti­ca. ¿Sim­pá­ti­ca? Es un muje­rón, no jodás, mirá esas pier­nas bien tra­ba­ja­das, esa mira­da que lo dice todo. Y ellos comien­zan a reír a car­ca­ja­das. Saben mi mal. Tam­bién me suce­de con los hom­bres, que les digo: qué man­go de hom­bre. Y ellos con­tes­tan: sí, está galán. ¿Galán? Mirá qué bar­ba tan espe­sa, qué altu­ra. Y se doblan de la risa. Mi fas­ci­na­ción siem­pre han sido los hom­bres atlé­ti­cos, altos, con bar­ba espe­sa y cabe­llo cano. Y las muje­res me enlo­que­cen feme­ni­nas a morir. Esas que des­ti­lan sen­sua­li­dad con un solo ges­to, con una mira­da. Me fas­ci­nan mayo­res, míni­mo que me lle­ven 20 años de edad. Con las muje­res tam­bién, vamos por la calle y veo otras Venus recién apea­das de saber qué Olim­po y sien­to taqui­car­dia en el cora­zón, una espe­cie de batu­ca­da que bien o me encien­de en lla­mas de pasión o hace aflo­rar la suti­le­za y me que­do embe­le­sa­da con­te­nien­do el aire.
Des­de siem­pre he sido así, me da exac­ta­men­te igual lo de los géne­ros y sus patro­nes patriar­ca­les. Me encan­tan los hom­bres finos, esos que son más sen­sua­les que las muje­res. Me encan­ta que se atre­van a ser. Me encan­tan las muje­res que por den­tro de sien­ten hom­bres, que se atre­van a vivir lo que sien­ten. Me fas­ci­nan las per­so­nas tran­se­xua­les, ellas van más allá de lo que sig­ni­fi­ca ser recha­za­da, barren con todo, son todo o nada. Esa acti­tud me col­ma. Una admi­ra­ción pro­fun­da pro­fe­so por las que rom­pen el mol­de. Por aque­llas que no se sien­ten de nin­gún géne­ro. Me fas­ci­nan las que aman en lugar de odiar.
De pron­to ver a dos hom­bres toma­dos de la mano en ple­na vía públi­ca, o besán­do­se en un res­tau­ran­te, como cual­quier pare­ja hete­ro­se­xual. Ver a dos muje­res que son pare­ja y mamás. A dos hom­bres que son padres. Eso col­ma. Col­ma que las per­so­nas vivan lo que son y lo que sien­ten. Que nadie los seña­le y los discrimine.
Soña­do es que todos ten­ga­mos los mis­mos dere­chos sin que nues­tra iden­ti­dad sexual sea un refe­ren­te o con­tra­tiem­po. Soña­do es aca­bar con ese odio. Con la dis­cri­mi­na­ción. Con la homo­fo­bia. Soña­do es que abra­mos los bra­zos y apren­da­mos que las dife­ren­cias nos engrandecen.
Apren­da­mos que los géne­ros no nos deben limi­tar, que el amor humano no entien­de de razas, colo­res, idio­mas, fron­te­ras. Oja­lá que la pala­bra jus­ti­cia tam­bién nos lle­gue al cere­bro y reapren­da­mos y ter­mi­ne­mos con los este­reo­ti­pos y los pre­jui­cios. El amor no tie­ne color, pero si insis­ti­mos es del color del arcoíris.
En el Día Inter­na­cio­nal Con­tra la Homo­fo­bia. Sea­mos todos par­te del cambio.

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