Ley mor­da­za, esta­do de excep­ción- Iña­ki Egaña

Entre el hedo­nis­mo cul­tu­ral que nos inva­de, la des­apa­ri­ción de la infor­ma­ción sus­ti­tui­da por la pro­pa­gan­da, y la jus­ti­fi­ca­ción de los medios por un supues­to y supe­rior fin, las socie­da­des occi­den­ta­les han entra­do en ese cubícu­lo ade­lan­ta­do ya por Geor­ges Orwell o Ray Brad­bury. Las seña­les del tota­li­ta­ris­mo son cada vez más visibles.

Siem­pre hay una excu­sa para dar una vuel­ta más a los gri­lle­tes. Hace tiem­po era la maso­ne­ría, lue­go la sub­ver­sión, la inter­na­cio­nal comu­nis­ta, la migra­ción, el yiha­dis­mo. El lobby arma­men­tís­ti­co, el de segu­ri­dad, con­tro­la el mun­do y, de paso, lo hace más cons­tre­ñi­do. Hace años que demo­cra­cia es sinó­ni­mo de recortes.

Así, el cer­co se estre­cha, como si todos fué­ra­mos delin­cuen­tes. Hay que demos­trar la adhe­sión a los prin­ci­pios del movi­mien­to, la soli­da­ri­dad con los pre­cep­tos del neo­li­be­ra­lis­mo, el aplau­so has­ta el vómi­to a los eje­cu­to­res de las leyes, a los ver­du­gos y mer­ce­na­rios. Hay que esce­ni­fi­car leal­tad para ser ciu­da­dano con derechos.

La invo­lu­ción con­ti­nua­da ha rege­ne­ra­do el escu­do para la cla­se social diri­gen­te. Aun­que ten­gan suel­dos de lum­pen, aun­que den­tro de unos meses les exi­jan el bachi­lle­ra­to, el sis­te­ma les ha aupa­do a pro­ta­go­nis­tas. «A qué enviar ase­si­nos a suel­do, si bas­ta ya con los algua­ci­les», escri­bía con su afi­la­da plu­ma Ber­tolt Brecht.

La nue­va ley de Segu­ri­dad Ciu­da­da­na, engen­dro de eufe­mis­mo, comien­za pre­ci­sa­men­te por ele­var a la cate­go­ría infa­li­ble a quie­nes han sido tra­di­cio­nal­men­te fuen­tes con­ta­mi­na­das: «Las denun­cias, ates­ta­dos o actas for­mu­la­dos por los agen­tes de la auto­ri­dad en ejer­ci­cio de sus fun­cio­nes que hubie­sen pre­sen­cia­do los hechos, cons­ti­tui­rán base sufi­cien­te para adop­tar la reso­lu­ción que pro­ce­daÇ. Entre noso­tros… ¡cuán­tas ver­sio­nes fal­sas, cuán­tos sapos!

No hace fal­ta ser exper­to para poder traer al esca­pa­ra­te del escri­to­rio ejem­plos de cual­quier tipo. Uno, al azar. Manuel Sán­chez Cor­bi, capi­tán de la Guar­dia Civil, con­de­na­do a cua­tro años por tor­tu­rar a Kepa Urra. La pena del agen­te fue reba­ja­da por el Supre­mo espa­ñol y al año siguien­te, el Gobierno de Madrid le indul­tó y ascen­dió a coman­dan­te. Fue con­de­co­ra­do con cua­tro dis­tin­cio­nes, dos de ellas que aca­rrea­ban pen­sio­nes vita­li­cias. Fue res­pon­sa­ble del segui­mien­to des­de Pau de los refu­gia­dos vas­cos en el Esta­do francés.

Otro ejem­plo que me atra­pa, por su cer­ca­nía. Joxi Lasa y Josean Zaba­la fue­ron ente­rra­dos en cal viva. Des­apa­re­cie­ron tras ser secues­tra­dos por agen­tes del cuar­tel de Intxau­rron­do. Mikel Zubi­men­di, sien­do par­la­men­ta­rio en Gas­teiz, echó al asien­to vacío del socia­lis­ta Ramón Jau­re­gi un saco de cal viva. Un símbolo.

En 2015, sin embar­go, esa pro­pa­gan­da eter­na que jus­ti­fi­ca la espa­ño­li­dad de un tro­zo de tie­rra a gol­pe, si hace fal­ta de sable, trae a cola­ción la acción de Zubi­men­di, para evi­tar que par­ti­ci­pe en un deba­te tele­vi­si­vo, obvian­do la mayor, la de Busot. Cal viva, la del sím­bo­lo, no la real.

No son los par­ti­dos o los agen­tes polí­ti­cos quie­nes impo­nen esas leyes, sino los que man­dan de ver­dad, los que ate­rro­ri­zan con su alien­to a quie­nes se apar­tan unos cen­tí­me­tros de la fila. Hoy ha sido el PP, en el Gobierno de Madrid, quien ha apro­ba­do la lla­ma­da Ley Mor­da­za, una ley anti­sub­ver­sión de las de la épo­ca de Meli­tón Man­za­nas o Billy el Niño. Antes, sin embar­go, fue­ron otros, inclui­do el PSOE y el PNV.

Habría que recor­dar que hace 25 años, cuan­do Feli­pe Gon­zá­lez era el pre­si­den­te de ese Gobierno espa­ñol, lan­zó otra ley simi­lar, la lla­ma­da Cor­cue­ra, por el nom­bre del minis­tro del Inte­rior de turno. Unas nor­mas que la lle­va­ron a ser cono­ci­da como la ley de la «pata­da en la puerta».

La Ley Cor­cue­ra ins­ti­tu­cio­na­li­za­ba diver­sos aspec­tos pro­pios de un Esta­do poli­cial anta­gó­ni­co del de dere­cho. Des­de la deten­ción tem­po­ral, sin nece­si­dad de pre­sen­tar car­gos, has­ta el alla­na­mien­to de mora­da sin man­da­mien­to judi­cial que­da­ron lega­li­za­dos. Estas medi­das fue­ron con­si­de­ra­das lógi­cas por un Esta­do que, en ese nivel, guar­da­ba las for­mas demo­crá­ti­cas en signo de caren­cias. En noviem­bre de 1993 algún aspec­to de aque­lla ley fue con­si­de­ra­do, por el tri­bu­nal com­pe­ten­te, incons­ti­tu­cio­nal. Y el minis­tro dimitió.

Por cier­to, la de Cor­cue­ra, tan con­tes­ta­da por la izquier­da, sím­bo­lo de toda una gene­ra­ción que salió a la calle para denun­ciar­la, fue apo­ya­da de for­ma explí­ci­ta, con sus votos inclu­so en el Con­gre­so de Madrid, por el PNV, enton­ces visi­ble con su lehen­da­ka­ri José Anto­nio Ardan­za, por si no lo recuer­dan, el Ber­tín Osbor­ne de Urdaibai.

La de aho­ra, la Mor­da­za, ha sido cri­ti­ca­da por el PSOE por eso que está en la opo­si­ción, como si no hubie­ra pues­to, cuan­do ha teni­do oca­sión, el lis­tón tan alto. No deja de ser una bro­ma de muy muy mal gus­to que el por­ta­voz socia­lis­ta en hablar de los dere­chos piso­tea­dos por la Mor­da­za haya sido pre­ci­sa­men­te un anti­guo minis­tro de Jus­ti­cia, López Agui­lar, impu­tado aho­ra por vio­len­cia de género.

Tan­to una como otra, la Cor­cue­ra como la Mor­da­za, han sido y son amplia­cio­nes de una excep­cio­na­li­dad vivi­da en Eus­kal Herria des­de que tene­mos uso de razón. Pero como apun­ta­ba al comien­zo, el fin jus­ti­fi­ca­ba los medios y unos y otros mira­ban hacia un lado, has­ta la tor­tí­co­lis más extre­ma. Como todo lo vas­co era sus­cep­ti­ble de ser ETA la con­cul­ca­ción de los dere­chos huma­nos esta­ba justificada.

En esa jus­ti­fi­ca­ción hemos vivi­do en un esta­do de excep­ción per­ma­nen­te. Una excep­cio­na­li­dad, no les voy a con­tar algo que no sepan, que ha ido refle­ján­do­se en las dis­tin­tas modi­fi­ca­cio­nes del códi­go penal. Cada vez que lle­ga­ba una vuel­ta de tuer­ca, una con­trac­ción de los dere­chos civi­les, la excu­sa podía ser cual­quie­ra. La ver­da­de­ra la cono­cía­mos de sobra, atar a la disi­den­cia vasca.

Val­ga como mues­tra de esta excep­cio­na­li­dad vas­ca dos suce­sos deter­mi­na­dos en el tiem­po por unos días, cer­ca­dos en un esce­na­rio simi­lar. En febre­ro de este año, la jus­ti­cia ita­lia­na ha con­de­na­do a Fran­ces­co Schet­tino, capi­tán del cru­ce­ro Cos­ta Con­cor­dia que nau­fra­gó en enero de 2012, a 16 años de pri­sión, como cul­pa­ble de un sinies­tro en el que murie­ron 32 personas.

Ese mis­mo mes era dete­ni­do en Roma el andoain­da­rra Car­los Gar­cía Pre­cia­do. Lle­va­ba hui­do quin­ce años, tras haber sido con­de­na­do a 16 años de cár­cel por el lan­za­mien­to de un cóc­tel molo­tov a una enti­dad ban­ca­ria. No hubo heri­dos, úni­ca­men­te daños mate­ria­les. Die­ci­séis años por ata­car un ban­co en Andoain, die­ci­séis años por 32 homicidios.

La opi­nión públi­ca ita­lia­na se pre­gun­ta­ba si el cas­ti­go a Schet­tino no era exce­si­vo. La espa­ño­la en cam­bio, al menos sus medios de pro­pa­gan­da, jalea­ba la deten­ción de Gar­cía Pre­cia­do como si estu­vie­ran asis­tien­do a un com­ba­te de boxeo.

La nue­va Ley de Segu­ri­dad Ciu­da­da­na aprue­ba, dicen los exper­tos, las devo­lu­cio­nes en «calien­te». ¿Nove­dad? Nin­gu­na. Des­de 1986, más de 300 vas­cos fue­ron entre­ga­dos por la poli­cía fran­ce­sa a la espa­ño­la (y otros 29 por la mexi­ca­na), en «calien­te», sin nin­gún tipo de inter­ven­ción judicial.

La mayo­ría de estos entre­ga­dos denun­cia­ron tor­tu­ras. Y lo que es más extra­or­di­na­rio en un esta­do de dere­cho (en este caso dos, Espa­ña y Fran­cia), cuan­do los entre­ga­dos en «calien­te» dela­ta­ron ante un juez lo ile­gal de su situa­ción, un tri­bu­nal anu­ló el pro­ce­so. A pos­te­rio­ri. Pero para enton­ces, el impli­ca­do (vas­co) ya había pasa­do por un cuar­tel poli­cial o mili­tar. Ima­gi­nen el resto.

La Ley Mor­da­za cas­ti­ga­rá, por lo que nos cuen­tan, las fal­tas de res­pe­to a la auto­ri­dad repre­sen­ta­da en sus agen­tes, los escra­ches, las ocu­pa­cio­nes, las mani­fes­ta­cio­nes «ile­ga­les»… Nada que no sepa­mos al nor­te del Ebro, al sur del Adur. Y segui­rá ampa­ran­do una impu­ni­dad legen­da­ria, la de quie­nes eje­cu­tan las nor­mas de su perpetuación.

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