Dos años sin Chá­vez- Hugo Montero

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Resu­men Latinoamericano/​Hugo Montero/​Revista Sudes­ta­da, 5 de mar­zo de 2015 – 1. El cie­lo de Cara­cas se des­plo­ma. Un agua­ce­ro irrum­pe en esce­na, y la fuer­za de la llu­via pare­ce capaz de pos­ter­gar­lo todo. Pero no. Ahí está. Sale Chá­vez a la tari­ma, al final de la ave­ni­da Bolí­var, y salu­da. Empa­pa­do, solo, son­ríe. Salu­da a la mul­ti­tud. Abre los bra­zos. Gri­ta: “¡Viva la revo­lu­ción! ¡Viva el socia­lis­mo! ¡Viva Vene­zue­la Libre! ¡Viva Bolí­var! ¡Viva la juven­tud! ¡Viva la llu­via! ¡Lle­gó la ava­lan­cha boli­va­ria­na a Caracas!”.

Es jue­ves, y es 4 de octu­bre, y es el cie­rre de la cam­pa­ña elec­to­ral. Tam­po­co esa tor­men­ta tro­pi­cal podría con él. Algu­na vez un adver­sa­rio de Mariano Moreno dijo aque­llo de se nece­si­tó tan­ta agua para apa­gar tan­to fue­go. Esta vez, no. No hay for­ma. El fue­go encien­de todo. No hay llu­via que pue­da con­tra él. “Las cir­cuns­tan­cias me obli­gan a ser bre­ve”, advier­te con una son­ri­sa iró­ni­ca, bus­can­do la com­pli­ci­dad de miles. Nin­guno de los allí pre­sen­tes igno­ra el tras­fon­do de esa fra­se. Ahí está Chá­vez, como pue­de. Ahí está Chá­vez, echan­do el res­to. Ahí va, has­ta el final. No hay tiem­po que per­der, aun­que siem­pre que­de tiem­po para feli­ci­tar a un batea­dor vene­zo­lano que la rom­pe en las Gran­des Ligas, para recor­dar aque­lla otra Vene­zue­la, la del ham­bre y la exclu­sión, la que sepul­ta­ron a fuer­za de una revo­lu­ción imper­fec­ta, des­pro­li­ja, con­tra­dic­to­ria, pero tre­men­da­men­te popu­lar, pro­fun­da­men­te entra­ña­ble, negra y pobre. “En ape­nas diez años hemos baja­do la pobre­za a más de la mitad. Pero en los pró­xi­mos seis años en la patria de Bolí­var debe­mos lle­var la mise­ria a cero. Y eso se debe a las polí­ti­cas del gobierno revo­lu­cio­na­rio y al tra­ba­jo de todo el pue­blo”, expli­ca. Y con la mano inten­ta secar­se el ros­tro, que empa­pa la llu­via impia­do­sa. Ahí va Chá­vez, no pue­de más con su alma, pero sigue en pie. “Chá­vez no le falla­rá a la juven­tud vene­zo­la­na. Yo sin duda he come­ti­do erro­res. ¿Quién no los come­te? ¿Aca­so les falló Chá­vez el 4 de febre­ro [de 1992]? ¿Aca­so Chá­vez se rin­dió a la bur­gue­sía? ¿Aca­so Chá­vez se dejó doble­gar por el impe­ria­lis­mo?, y saben que varias veces he esta­do a pun­to de morir por ser fiel al pue­blo vene­zo­lano… Ese es mi camino. Yo no les falla­ré”. La mul­ti­tud, empa­pa­da igual que él, deli­ra de ale­gría. Ahí va Chá­vez, a dejar en el sue­lo de su patria la con­sig­na más poten­te de su revo­lu­ción: “¡Chá­vez es uste­des, mucha­chos! ¡Chá­vez es el futuro!”.

Ya no hay for­ma. No hay quien no vea esa lucha épi­ca sobre el esce­na­rio. Una lucha entre un cuer­po que no pue­de más, y el fue­go que lo con­su­me. “Todos somos Chá­vez”, repi­te la mul­ti­tud que escu­cha, y gri­ta, y levan­ta los bra­zos, y rom­pe la llu­via con una ale­gría extra­ña, man­cha­da de tris­te­za y de preo­cu­pa­ción, urdi­da por la espe­ran­za y la ter­nu­ra infinita.

Arri­ba, Chá­vez salu­da con lo que le que­da. El fue­go lo consume.

2. “O inven­ta­mos o erra­mos”. La cita, de Simón Rodrí­guez, le fas­ci­na­ba a Chá­vez. La repe­tía en cuan­ta opor­tu­ni­dad se pre­sen­ta­ba. Sus cator­ce años de ges­tión no han sido otra cosa que una con­ti­nui­dad de aque­lla fra­se del maes­tro de Simón Bolí­var. Ahí está Chá­vez. El hom­bre que reins­ta­ló la idea de socia­lis­mo en todo el mun­do, cuan­do el socia­lis­mo pare­cía con­de­na­do para siem­pre a las pági­nas gri­ses de una his­to­ria frus­tra­da (con la úni­ca excep­ción de Cuba, un fós­fo­ro en la noche cerra­da), de un pro­yec­to incom­ple­to, de un sue­ño demo­ni­za­do. Socia­lis­mo boli­va­riano, socia­lis­mo del siglo XXI, socia­lis­mo que “no es ni cal­co, ni copia, sino crea­ción heroi­ca”, como sen­ten­ció Mariá­te­gui. Pero un socia­lis­mo con la par­ti­cu­la­ri­dad de estar estre­cha­men­te vin­cu­la­do a lo popu­lar, ajeno a una matriz de pen­sa­mien­to ata­da a las éli­tes inte­lec­tua­les. No, Chá­vez metió la idea de socia­lis­mo en el pue­blo, bien aba­jo: lo fusio­nó para siem­pre con la noción de poder popu­lar. Inten­tó des­de su ges­tión avan­zar en ese trán­si­to rum­bo a ese faro estra­té­gi­co. Con suer­te dis­par, con tro­pie­zos y con erro­res, pero con la con­vic­ción de haber recu­pe­ra­do la úni­ca herra­mien­ta capaz de cons­truir una alter­na­ti­va real al capi­ta­lis­mo. Bien atrás se que­dan los que tibia­men­te se ani­man hoy a susu­rrar un vue­lo bajo de “moder­ni­za­ción demo­crá­ti­ca”, de “neo­de­sa­rro­llis­mo” o –peor aún– de “capi­ta­lis­mo en serio”. No, Chá­vez que­ría el socia­lis­mo para su Vene­zue­la. Y un socia­lis­mo dis­tin­to ger­mi­na allí; impu­ro dirán los vee­do­res de revo­lu­cio­nes aje­nas que nun­ca se equi­vo­can, que esque­ma­ti­zan al socia­lis­mo y no lo ima­gi­nan un trán­si­to com­ple­jo, arduo y no exen­to de pasos atrás y nue­vos comien­zos. En Vene­zue­la avan­za, con las difi­cul­ta­des dia­rias de un pue­blo en lucha, un socia­lis­mo nue­vo, don­de Marx y Bolí­var cami­nan jun­tos, don­de el Che y Cris­to se entre­cru­zan en el ima­gi­na­rio colec­ti­vo, don­de Mar­tí y Grams­ci con­ver­san de madru­ga­da y una mul­ti­tud toma nota con aten­ción. Y una bur­gue­sía pode­ro­sa se retuer­ce del odio, que es mie­do también.

Su extra­or­di­na­ria capa­ci­dad de dia­lo­gar con las masas no regis­tra ante­ce­den­tes pró­xi­mos. Pero no fue sólo caris­ma o talen­to ora­to­rio; del otro lado había un pue­blo movi­li­za­do que que­ría escu­char y apren­der. Que no creía en las solu­cio­nes “des­de arri­ba” miran­do la his­to­ria por tele­vi­sión o espe­ran­do pasi­vo el momen­to de las urnas, sino que bajó de los cerros y salió a defen­der su revo­lu­ción (“pací­fi­ca, pero no des­ar­ma­da”, como pre­ci­só Chá­vez tan­tas veces) ante cada ame­na­za. Y cuan­do temió por la vida de un líder que jamás nego­ció y nun­ca se rin­dió ante los gol­pis­tas, fue a bus­car­lo has­ta arre­ba­tar­lo de las garras de sus cap­to­res para, dis­pues­to a todo, repo­si­cio­nar­lo en Mira­flo­res. Y des­pués de aque­llo, ya no retro­ce­dió: ocu­pó un rol pro­ta­gó­ni­co en la dispu­ta coti­dia­na. Por eso pudo derro­tar al apa­ra­to mediá­ti­co con­cen­tra­do más pode­ro­so de la región, el úni­co capaz de orga­ni­zar y asu­mir una feroz opo­si­ción a su gobierno: por­que en ese diá­lo­go entre Chá­vez y el pue­blo, sobra­ban los demás. Los empre­sa­rios del pri­vi­le­gio no le die­ron tre­gua, él tam­po­co la pidió. Por eso no dudó en some­ter su pro­yec­to y sus ideas a la volun­tad popu­lar una y otra vez, has­ta alcan­zar la cifra de 16 con­tien­das elec­to­ra­les. Ganó 15. No pudie­ron ni con las armas, ni con la espe­cu­la­ción finan­cie­ra, ni con el sabo­ta­je petro­le­ro, ni con el resen­ti­mien­to y el racis­mo. El pro­yec­to cha­vis­ta hoy gobier­na en 20 de los 23 esta­dos vene­zo­la­nos. Por eso, y más allá de lo que suce­da de aquí en ade­lan­te, no será sen­ci­llo rom­per ese víncu­lo entra­ña­ble. No habrá for­ma de arre­ba­tar­les a los pobres de la Vene­zue­la pro­fun­da el coti­diano diá­lo­go con su Presidente.

“Los que quie­ran patria, ven­gan con­mi­go”, dijo esa tar­de, bajo la llu­via, en Cara­cas. Millo­nes de almas, del otro lado del tiem­po, jura­ron defen­der esa con­sig­na. El men­sa­je había sido com­pren­di­do. “Todos somos Chá­vez”, gri­ta­ron entonces.

3. Es el 7 de diciem­bre de 2012. De fren­te a la cáma­ra, Chá­vez anun­cia en cade­na nacio­nal su par­ti­da a La Haba­na para una nue­va inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca. Esta vez, el tono es som­brío: sub­ra­ya algu­nas pala­bras, se afe­rra a la Cons­ti­tu­ción en la mano, expli­ca cada paso seria­men­te. A su mira­da can­sa­da le fal­ta luz, pero no hay ni ras­tro de la menor vaci­la­ción cuan­do advier­te lo pro­ba­ble, lo inmi­nen­te: “Si se pre­sen­ta­ra algu­na cir­cuns­tan­cia sobre­ve­ni­da que a mí me inha­bi­li­te –oíga­se­me bien– para con­ti­nuar al fren­te de la Pre­si­den­cia de la Repú­bli­ca, bien sea para ter­mi­nar los pocos días que que­dan –un mes– y, sobre todo, para asu­mir el nue­vo perío­do para el cual fui elec­to por la gran mayo­ría de uste­des, Nico­lás Madu­ro no sólo debe con­cluir el perío­do, sino que mi opi­nión fir­me, ple­na como la luna lle­na, irre­vo­ca­ble, abso­lu­ta y total es que en ese esce­na­rio, que obli­ga­ría a con­vo­car a elec­cio­nes pre­si­den­cia­les como man­da la Cons­ti­tu­ción, uste­des eli­jan a Nico­lás Madu­ro como Pre­si­den­te de la Repú­bli­ca Boli­va­ria­na de Vene­zue­la. Yo se los pido des­de mi corazón”.

El plano cam­bia de inme­dia­to y enfo­ca el ros­tro de Nico­lás Madu­ro. Su cara lo dice todo. Como si una mochi­la de dos tone­la­das aca­ba­ra de ser col­ga­da de sus hom­bros, Madu­ro tra­ga sali­va. Chá­vez sigue hablan­do, pero se res­pi­ra en esa ima­gen un vien­to de incer­ti­dum­bre, de intrin­ca­do enig­ma, de com­ple­jo desa­fío. Esa es la ima­gen del futu­ro de Venezuela.

Con la muer­te de Chá­vez, se abre una nue­va eta­pa en la his­to­ria de ese país. Aho­ra será tiem­po de con­je­tu­ras y espe­cu­la­cio­nes. Más allá de la exis­ten­cia del Plan Socia­lis­ta de la Nación como guía de acción pre­vis­ta has­ta 2019, la ausen­cia del líder pone en pri­mer plano el pro­ble­ma de la uni­dad como fac­tor deter­mi­nan­te del rum­bo a seguir por la revo­lu­ción. No en vano, la exi­gen­cia de uni­dad mono­po­li­zó cada una de sus últi­mas apa­ri­cio­nes públi­cas. Y no habrá mar­gen para cami­nos inter­me­dios: o se pro­fun­di­za o se retro­ce­de. O irrum­pen en la super­fi­cie las con­tra­dic­cio­nes de un pre­sen­te mar­ca­do por los con­flic­tos eco­nó­mi­cos (una deva­lua­ción recien­te, una fuga de capi­ta­les que no se detie­ne) y el sur­gi­mien­to como actor polí­ti­co pro­ta­gó­ni­co de esa nue­va frac­ción social, la lla­ma­da “boli­bur­gue­sía”, bene­fi­cia­da por la espe­cu­la­ción y el nego­cio de la ren­ta petro­le­ra; o dan un paso hacia ade­lan­te las cien­tos de orga­ni­za­cio­nes de diver­sas ideo­lo­gías que con­flu­yen hoy en el Par­ti­do Socia­lis­ta Uni­do de Vene­zue­la (PSUV) y que empu­ja­ron duran­te 2012 un cam­bio de eta­pa que Chá­vez bau­ti­zó con el nom­bre de “gol­pe de timón”. En el dis­cur­so pos­te­rior al triun­fo elec­to­ral del 7 de octu­bre, y des­pués de citar al Che Gue­va­ra por aque­llo de “No se pue­de cons­truir el socia­lis­mo con las armas mella­das del capi­ta­lis­mo” y tam­bién a Marx (“La teo­ría se trans­for­ma en fuer­za mate­rial cuan­do se apo­de­ra de las masas”), Chá­vez anun­ció que se ave­ci­na­ba un perío­do de pro­fun­da revi­sión: “Se impo­ne una reno­va­ción en el pro­yec­to socia­lis­ta, reno­ván­do­lo, aireán­do­lo, for­ta­le­cién­do­lo, auto­cri­ti­cán­do­lo, corri­gien­do. Hay que corre­gir muchas cosas. Quie­ro con­ver­tir­me en el gran correc­tor de la comar­ca. Lla­mo a todos a ser correc­to­res, nece­si­ta­mos corre­gir muchas cosas, reno­var, reim­pul­sar, reani­mar, para dar­le más fuer­za y más vida al pro­yec­to patrio, al pro­yec­to socia­lis­ta”. Ahí esta­ba el siguien­te paso de la revo­lu­ción, el nue­vo esca­lón a supe­rar en ese trán­si­to rum­bo al socia­lis­mo. Ahí sigue pre­sen­te el plan de acción para quie­nes debe­rán garan­ti­zar la con­ti­nui­dad del pro­yec­to cha­vis­ta, cons­cien­tes de los enor­mes ries­gos pero tam­bién del desa­fío his­tó­ri­co: o se impo­nen los buró­cra­tas y corrup­tos con dis­fraz boli­va­riano y avan­zan los espe­cu­la­do­res de la dere­cha en su tarea de ero­sio­nar lo con­quis­ta­do, o toman la ini­cia­ti­va aque­llos que real­men­te com­pren­den hoy la poten­cia de la fra­se “Todos somos Chá­vez”; sin duda la con­sig­na más crea­ti­va y ori­gi­nal que se recuer­de des­de los años de “Sere­mos como el Che”, pro­nun­cia­do por Fidel Cas­tro, en La Habana.

Es cier­to: Chá­vez ha mar­ca­do un antes y des­pués en este siglo nue­vo, y su lugar en el mapa regio­nal es irrem­pla­za­ble. Tam­bién es ver­dad que no hay mane­ra sen­ci­lla de arre­ba­tar­le al pue­blo humil­de y tra­ba­ja­dor de Vene­zue­la cada una de las con­quis­tas alcan­za­das duran­te todos estos años, pero el cam­bio de eta­pa supo­ne tam­bién un pai­sa­je de peli­gro­sa incertidumbre.

Aho­ra comien­za el desa­fío que debe­rá resol­ver el pue­blo vene­zo­lano. Cuen­ta con una ven­ta­ja: el abri­go de la som­bra de Chá­vez, com­pa­ñe­ro a cada paso, corri­gien­do cada tro­pie­zo y empu­jan­do cuan­do todo parez­ca impo­si­ble. Por­que si es ver­dad, si ese “Todos somos Chá­vez” echa raí­ces fir­mes y comien­za a cre­cer, si la pesa­da som­bra del Coman­dan­te no obtu­ra la crí­ti­ca ni anu­la la chan­ce de corre­gir los erro­res, si es real que un poco de Chá­vez hoy ger­mi­na en cada uno de los tra­ba­ja­do­res y estu­dian­tes de su patria, enton­ces ten­drá la dere­cha que, de una vez por todas, com­pren­der que no hay nada que hacer­le: que al fin de cuen­tas, no es Chá­vez y nun­ca fue Chá­vez el motor prin­ci­pal de esta his­to­ria, sino un pue­blo ente­ro el que empu­ja a Vene­zue­la hacia el socialismo.

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