Colón, un Don Qui­jo­te que lle­gó a amé­ri­ca desa­fian­do la geo­gra­fia y la his­tó­ria- Miguel Urbano

Leí unos cuan­tos libros dedi­ca­dos a Cris­tó­bal Colón. Sobre él, auto­res de muchos paí­ses, his­to­ria­do­res, ensa­yis­tas, cineas­tas, nove­lis­tas, perio­dis­tas, aven­tu­re­ros de las letras escri­bie­ron obras de valor muy des­igual. La mino­ría serias, la mayo­ría tex­tos sensacionalistas.

Está hoy pro­ba­do que Cris­to­fo­ro Colom­bo, su nom­bre de pila, nació en Géno­va en 1451. Si no hay dudas en cuan­to al año, las hay sobre el mes y el día. Ado­les­cen­te, fue teje­dor como el padre y el abuelo.

La polé­mi­ca sobre su nacio­na­li­dad es absur­da pero per­sis­te. Auto­res en bus­ca de fama afir­man que nació en Por­tu­gal; para otros era cata­lán, cor­so, inglés, sui­zo o has­ta pola­co. Un escri­tor por­tu­gués, de esca­so talen­to pero tra­du­ci­do a más de diez idio­mas, reto­mó en una nove­la (que ins­pi­ró una pelí­cu­la) la tesis de su ori­gen lusitano.

Qui­nien­tos años trans­cu­rri­dos de su muer­te, los actos y la per­so­na­li­dad de Colón, lejos de sus­ci­tar con­sen­so, gene­ran polé­mi­cas. Cier­tos perio­dos de su vida están bien ilu­mi­na­dos, alter­nan­do con otros oscu­re­ci­dos por den­sa neblina.

Se sabe por su corres­pon­den­cia ‑escri­bió miles de car­tas- y por tex­tos de Fer­nan­do Colón, su hijo ile­gi­ti­mo y bió­gra­fo, que a los 22 años optó por ser marino. Pri­me­ro en el Medi­te­rrá­neo, des­pués en el Atlán­ti­co. Su pasión por la aven­tu­ra nació de la pasión por la his­to­ria y la geo­gra­fía, deformándolas.

La Biblia fue su refe­ren­cia des­de la juven­tud y la fas­ci­na­ción por los pro­fe­tas del Anti­guo Tes­ta­men­to lo acom­pa­ñó toda la vida.

Las con­cep­cio­nes geo­grá­fi­cas de Pto­lomeo habían ya per­di­do cre­di­bi­li­dad, des­men­ti­das por los mate­má­ti­cos y car­tó­gra­fos ita­lia­nos y por­tu­gue­ses, pero no para Colón. Una rara fusión de pro­fe­cías hebreas y de opi­nio­nes fan­ta­sio­sas de Pto­lomeo con­tri­bu­yó a dar gra­dual­men­te for­ma a una idea absur­da. Acre­di­tó que, nave­gan­do hacia Occi­den­te era posi­ble lle­gar a Catay (Chi­na) y Cipan­go (Japón). Esa con­vic­ción adqui­rió carác­ter obse­si­vo duran­te los años de resi­den­cia en Por­tu­gal, sobre­to­do en Por­to San­to y Madei­ra. Fue el ori­gen de un pro­yec­to alocado.

Uno de los bió­gra­fos serios de Colón, el his­to­ria­dor sovié­ti­co Iakov Svet, dedi­ca aten­ción a un tema con­tro­ver­ti­do: su saber náutico.

Colón apren­dió mucho con los por­tu­gue­ses. Via­jó a Gui­nea, a Ingla­te­rra e Irlan­da. Pero no hay prue­bas de que haya visi­ta­do Islan­dia y nave­ga­do por el Océano Árti­co. Lo que escri­bió al res­pec­to care­ce de credibilidad.

Regís­tre­se que los vikin­gos habían lle­ga­do al con­ti­nen­te ame­ri­cano en el siglo X. De esa aven­tu­ra res­tan los ves­ti­gios de un pue­blo en L ‘Anse aux Mea­dows, en la Tie­rra Nue­va, patri­mo­nio de la humanidad.

Como marino, Colón tenia intui­ción; cono­cía el régi­men de los vien­tos atlán­ti­cos y de las corrien­tes oceá­ni­cas. Pero mane­ja­ba mal dos ins­tru­men­tos náu­ti­cos de la épo­ca; no tenia noción de las dis­tan­cias. Mar­tín Pin­zón, su inme­dia­to en el pri­mer via­je, coman­dan­te de la Pin­ta, marino vete­rano, le lla­mó des­en­ca­mi­na­dor de lati­tu­des y longitudes.

Gran lec­tor de obras seu­do cien­tí­fi­cas, su libro de cabe­ce­ra fue el Ima­go Mun­di, de Petros de Alia­co, un geó­gra­fo ita­liano que afir­ma­ba como Pto­lomeo que la super­fi­cie de los mares del pla­ne­ta era muy infe­rior a la masa con­ti­nen­tal euro­asiá­ti­ca y africana.

Colón –que cono­cía el libro de Mar­co Polo- saca­ba de tal hipó­te­sis la con­clu­sión de que la dis­tan­cia a nave­gar para lle­gar a Chi­na e India era muchí­si­mo menor de lo que afir­ma­ban los car­tó­gra­fos portugueses.

Los cálcu­los que some­tió a Juan II de Por­tu­gal, con la espe­ran­za de que el monar­ca finan­cia­se su pro­yec­to, pade­cían obvia­men­te de un error de milla­res de millas marí­ti­mas como demos­tró el via­je de cir­cun­na­ve­ga­ción de la Tie­rra (1519 /​1522) de Fer­não de Magalhães.

La Jun­ta de Mate­má­ti­cos del rey con­clu­yó que el pro­yec­to care­cía de base cien­tí­fi­ca; fue recha­za­do. Colón inten­tó enton­ces obte­ner en Espa­ña lo que no había con­se­gui­do en Portugal.

Duran­te sie­te anos de pere­gri­na­ción por Cas­ti­lla acom­pa­ñó la cor­te de los Reyes Cató­li­cos. Tenaz, aca­bó por ser reci­bi­do en audien­cia por Isa­bel des­pués de la con­quis­ta de Granada.

La suer­te final­men­te lo favo­re­ció. Pre­sen­tó su pro­yec­to y la rei­na lo apro­bó. Salió de Palos en Anda­lu­cía con dos cara­be­las y una nao, rum­bo a Occidente.

Qui­zá por ser escép­ti­ca en cuan­to al éxi­to de Colón, Isa­bel acep­tó sus enor­mes exi­gen­cias. Lo nom­bró Almi­ran­te de la Mar Océa­na y vice rey de las tie­rras a des­cu­brir, con dere­cho a colo­sa­les recom­pen­sas futuras.

Isa­bel era tan igno­ran­te en his­to­ria como el audaz geno­vés. Aten­dien­do a una suge­ren­cia suya escri­bió una car­ta al Gran Khan. Ambos des­co­no­cían que el impe­rio edi­fi­ca­do por Gen­gis Khan se había des­mo­ro­na­do hacía más de un siglo y que el últi­mo empe­ra­dor mon­gol había sido derro­ca­do en Chi­na en 1368.

Sobre el pri­mer via­je de Colón han sido escri­tas miles de pági­nas. El ori­gi­nal de su Dia­rio de Bor­do se extra­vió así como even­tua­les copias. Fray Bar­to­lo­mé de las Casas publi­có una ver­sión déca­das des­pués de su muer­te, pero intro­du­jo alte­ra­cio­nes en el manus­cri­to del almirante.

La tra­ve­sía del Atlán­ti­co fue rápi­da. La flo­ti­lla salió de Espa­ña el 3 de Agos­to, se detu­vo en Cana­rias y lle­gó a Gua­nahai­ni, en las Baha­mas, el 12 de Octubre.

La bre­ve­dad del via­je con­tri­bu­yó a que Colón insis­tie­ra en una mun­di­vi­den­cia naci­da de tre­men­dos erro­res geo­grá­fi­cos. Reafir­mó que aque­llas tie­rras esta­ban muy cer­ca de India y China.

No hesi­tó en lla­mar indios a los indí­ge­nas des­nu­dos que encon­tró en Baha­mas, Cuba y La Espa­ño­la (actual Hai­tí y Repú­bli­ca Dominicana).
La pala­bra per­ma­ne­ció y las islas des­cu­bier­tas pasa­ron a lla­mar­se Indias Occidentales.

Pero esas tie­rras, en vez de pro­por­cio­nar a la Coro­na espa­ño­la oro y otras rique­zas, han sido para ella (has­ta la con­quis­ta de Méxi­co y del impe­rio incai­co )un sumi­de­ro de dine­ro y túmu­lo de sol­da­dos y marineros.

La glo­ria del almi­ran­te de la Mar Océa­na duró poco. El balan­ce del segun­do via­je fue peor que el del pri­me­ro. No des­cu­brió minas de oro o pla­ta y de los 39 com­pa­ñe­ros que habían per­ma­ne­ci­do en el fuer­te cons­trui­do en la Espa­ño­la no encon­tró vivo a nin­guno al regreso.
La rei­na lo reci­bió con frialdad.

El ter­cer via­je fue desas­tro­so. Prin­ci­pió bien. Se detu­vo en el estua­rio del Ori­no­co, en la actual Vene­zue­la, sin per­ci­bir que lle­ga­ba a tie­rras con­ti­nen­ta­les. El agua des­pe­ja­da por el rio era dul­ce en pleno mar. Con­clu­yó que había lle­ga­do al Paraí­so, cuna según la Biblia de los gran­des ríos.

En car­ta a los Reyes Cató­li­cos cita una vez más Pto­lomeo para quien el hemis­fe­rio occi­den­tal podía tener la for­ma de pedúncu­lo de una pera.

Al lle­ga­ra la Espa­ño­la, Boba­di­lla, un juez envia­do por Isa­bel, lo acu­só de abu­so de poder y corrup­ción y de escla­vi­zar a los indios no res­pe­tan­do ins­truc­cio­nes de la Rei­na. Vol­vió a Espa­ña en 1500, pre­so, con cade­nas en los pies.

En Euro­pa se sabia que Vas­co da Gama, por la ruta del Índi­co, había lle­ga­do a Cali­cut. Las arma­das por­tu­gue­sas regre­sa­ban de India car­ga­das de espe­cias. Pedro Alva­res Cabral lle­gó a Bra­sil y por el Tra­ta­do de Tor­de­si­llas una par­te del con­ti­nen­te sur­ame­ri­cano per­te­ne­cía a Portugal.

El rum­bo de la His­to­ria des­men­tía y ridi­cu­li­za­ba las con­cep­cio­nes geo­grá­fi­cas de Colón. Sin embar­go, des­pres­ti­gia­do, anu­la­dos sus pri­vi­le­gios ‑excep­to el titu­lo de almi­ran­te- insis­tía en afir­mar, desa­fian­do a la cien­cia, que las tie­rras del Atlán­ti­co occi­den­tal eran veci­nas de India.

Vivió en Cas­ti­lla modes­ta­men­te duran­te casi dos anos. Fue enton­ces que escri­bió El Libro de las Pro­fe­cías. El ori­gi­nal de la obra se per­dió como su Dia­rio.

Cayó en un mis­ti­cis­mo atí­pi­co. Recu­rría a los pro­fe­tas bíbli­cos y a Pto­lomeo en una ten­ta­ti­va de jus­ti­fi­car sus teo­rías sobre el Nue­vo Mun­do. Ins­pi­ra­do por la San­tí­si­ma Tri­ni­dad, Colón atri­buía a los Reyes Cató­li­cos la misión divi­na de recon­quis­tar Jerusalén.

Soña­ba con un nue­vo via­je para lle­gar, decía, al Quer­so­ne­so Áureo (colo­nia de la Gre­cia anti­gua en Cri­mea) a Cali­cut y a la Ara­bia Feliz (Yemen). Ese dis­pa­ra­te es, como otros, escla­re­ce­dor de su igno­ran­cia de la la his­to­ria y de la geografía.

Pre­gun­tan los his­to­ria­do­res por­qué habrá deci­di­do la rei­na con­fiar­le cua­tro bar­cos para un cuar­to via­je. Miles de espa­ño­les habían emi­gra­do ya en esa épo­ca para la Espa­ño­la y Cuba. Deja­ban Espa­ña empo­bre­ci­da por un futu­ro de aven­tu­ra. La rei­na admi­tía qui­zá que en las tie­rras del Atlán­ti­co occi­den­tal, que per­te­ne­cían a la coro­na de Cas­ti­lla, las rique­zas aca­ba­rían por aparecer.

Pero la tarea de Colón, en su últi­mo via­je, era muy modes­ta. Sola­men­te iba orde­na­do de rea­li­zar nue­vos des­cu­bri­mien­tos. Le prohi­bie­ron entrar en aguas de La Espa­ño­la, excep­to en caso de fuer­za mayor.

Al papa Ale­jan­dro VI envió antes de par­tir una car­ta que, por la insen­sa­tez, trae a la memo­ria dis­cur­sos del Qui­jo­te diri­gi­dos a San­cho. «Gané –escri­bió- mil y cua­tro­cien­tas islas y tre­cien­tos y trein­ta leguas de tie­rra fir­me en Asia ( se refe­ría a Cuba ), sin con­tar otras famo­sí­si­mas, gran­des y nume­ro­sas, situa­das a este de la Espa­ño­la. Estas islas son Tár­sis, Cethia, Ofir, Ono­fray y Cipan­go». Espan­to­sa con­fu­sión. Colo­ca­ba al lado de la Espa­ño­la cua­tro legen­da­rios paí­ses bíbli­cos y el Japón de Mar­co Polo.

En ese ulti­mo via­je, Colón creía que iría atra­ve­sar mares que que baña­ban Etio­pía e India, regio­nes que ade­más se situa­ban en la zona de expan­sión atri­bui­da a Por­tu­gal por Tor­de­si­llas. Mitó­mano, espe­ra­ba regre­sar a Espa­ña por el Índi­co, dan­do la vuel­ta al mundo.

La tra­ve­sía fue rápi­da. Bar­to­lo­mé, el her­mano, y Fer­nan­do, el hijo bas­tar­do, inte­gra­ban la expe­di­ción. Dos meses des­pués de zar­par de Sevi­lla, la flo­ti­lla lle­gó a la Mar­ti­ni­ca. Y, des­obe­de­cien­do a las orde­nes reales, pidió per­mi­so a Oban­do, al tiem­po gober­na­dor de la Espa­ño­la, para entrar en San­to Domin­go, la nue­va capi­tal de la isla.

La peti­ción fue recha­za­da, pero, pese a ello, atras­có la flo­ti­lla cer­ca de la ciu­dad, para evi­tar un hura­cán. Nave­gó des­pués por el lito­ral de Cuba y siguió para el sur­es­te. A 30 de Julio la flo­ta se detu­vo fren­te a una sie­rra, en tie­rras des­co­no­ci­das. Se encon­tra­ba en las actua­les Hon­du­ras, pero no per­ci­bió que aque­lla tie­rra era par­te de un con­ti­nen­te al sur de la penín­su­la de Yucatán.

La suer­te le fue adver­sa. Si hubie­ra pro­se­gui­do via­je hacia el Nor­te hubie­ra lle­ga­do a regio­nes habi­ta­das por los mayas y entra­do en con­tac­to con una de las gran­des civi­li­za­cio­nes del con­ti­nen­te casi un cuar­to de siglo antes que Juan de Gri­jal­ba y Her­nán Cor­tés. Pero cam­bió de rum­bo y nave­gó hacia el sur acom­pa­ñan­do el lito­ral de Nica­ra­gua, Cos­ta Rica y Panamá.

En una car­ta a los Reyes Cató­li­cos infor­mó qué según los indios de Cigua­re (Pana­má) ese lugar esta­ba a «diez jor­na­das del rio Gan­ges». El enor­me dis­pa­ra­te tie­ne una expli­ca­ción. El inter­pre­te hon­du­re­ño había aban­do­na­do la expe­di­ción y Colón se enten­día con los indios por ges­tos, inven­tan­do lo que no comprendía.

Pasó algu­nos días tran­qui­los en la bahía de Nom­bre de Dios. A par­tir de enton­ces la expe­di­ción asu­mió un carác­ter de pesa­di­lla. Las cara­be­las se encon­tra­ban en pési­mo esta­do. Las tripulaciones(casi 150 hom­bres) sufrían de múl­ti­ples enfer­me­da­des. La ham­bru­na era tan­ta que comían las lar­vas que infes­ta­ban el biz­co­cho podrido.

Los bar­cos per­ma­ne­cie­ron en el estua­rio del rio Belén duran­te cien días. Colón, muy debi­li­ta­do por la gota y las fie­bres, tenia extra­ñas visio­nes. En un tex­to que le sobre­vi­vió rela­ta sus monó­lo­gos con Dios, cita a Moi­sés, David, Abraham e Isaac.

Des­man­te­la­ron uno de los navíos. Colón siguió con los otros tres hacia Jamai­ca y lle­gó a la isla el 16 de Abril de 1503. Su mala suer­te per­sis­tió. Las cara­be­las podri­das no se encon­tra­ban en con­di­cio­nes de hacer las 108 millas que sepa­ra­ban la flo­ta de la Espa­ño­la. Una par­te de las tri­pu­la­cio­nes, lide­ra­da por Die­go Porras, se amo­ti­nó y ata­có a Colón y a los mari­nos que le obedecían.

Un ami­go del geno­vés envia­do en una cha­lu­pa a San­to Domin­go en bus­ca de ayu­da, regre­so con una cara­be­la en la que embar­ca­ron el almi­ran­te y sus com­pa­ñe­ros, inclu­yen­do los hom­bres de Porras. La tra­ve­sía, per­ju­di­ca­da por tor­men­tas, duró seis semanas.

Colón fue mal reci­bi­do por el gober­na­dor Ovan­do, que libe­ró a los par­ti­ci­pan­tes del motín y negó al almi­ran­te bar­cos para regre­sar a Cas­ti­lla. El almi­ran­te con­si­guió final­men­te alqui­lar a su cos­ta una cara­be­la, pero el buque era tan peque­ño que sola­men­te pudie­ron embar­car para el lar­go via­je 20 hom­bres; los res­tan­tes que­da­ron en San­to Domingo.

La cara­be­la lle­gó a San Lucar de Barra­me­da el 7 de noviem­bre de 1504. Dos años, cin­co meses y vein­tio­cho días duró la expe­di­ción que tuvo face­tas de tra­ge­dia grie­ga. La rei­na Isa­bel falle­ció dos sema­nas des­pués de su regre­so a Espa­ña. Fer­nan­do, que asu­mió la regen­cia de Cas­ti­lla, menos­pre­cia­ba a Colón. Le con­ce­dió una pen­sión humi­llan­te e igno­ró sus rei­vin­di­ca­cio­nes por deu­das de la coro­na rela­ti­vas a sus servicios.

Murió en Valla­do­lid en mayo de 1506, amar­ga­do pero con­ven­ci­do de que había lle­ga­do muy cer­ca de Chi­na e India. El rey no se hizo repre­sen­tar en su dis­cre­to sepelio.

***

Trans­cu­rri­dos cin­co siglos, la cele­bri­dad que le nega­ron en su épo­ca es hoy uni­ver­sal. Sobre el almi­ran­te han sido escri­tos doce­nas de libros. Pero no hay con­sen­so en las opi­nio­nes sobre el hom­bre y el nave­ga­dor. Para unos fue un genio mere­ce­dor de la admi­ra­ción de la Huma­ni­dad; para otros un aven­tu­re­ro ambi­cio­so favo­re­ci­do por la suerte.

Inde­pen­dien­te­men­te de su igno­ran­cia de la geo­gra­fía y de la cien­cia náu­ti­ca y de su absur­da insis­ten­cia en invo­car a la Biblia y a Pto­lomeo en defen­sa de un pro­yec­to irres­pon­sa­ble, su lle­ga­da a un Nue­vo Mun­do alte­ró pro­fun­da­men­te la his­to­ria de la humanidad.

Absur­da­men­te, el nom­bre por el cual es cono­ci­do el con­ti­nen­te fron­te­ro a Euro­pa no es el suyo. Fue un obs­cu­ro escri­tor de Lore­na, Mar­tín Wald­see­mu­ller, quien al leer una car­ta de Amé­ri­co Ves­pu­cio le dio el nom­bre de Amé­ri­ca «en honor del sabio que la des­cu­brió». Doble y lamen­ta­ble enga­ño. El marino flo­ren­tino no fue un sabio y se limi­tó a nave­gar, al ser­vi­cio de Espa­ña y Por­tu­gal, por el lito­ral del con­ti­nen­te. La car­ta era ade­más una fal­si­fi­ca­ción. Pero la pala­bra Amé­ri­ca pasó a correr por el mun­do y quedó.

El nom­bre de Colón (Colom­bo en ita­liano) es hoy sola­men­te el de un país de Amé­ri­ca Lati­na, de una pro­vin­cial de Cana­dá y de la capi­tal de Sri Lanka.

No es fácil juz­gar al hom­bre naci­do Cris­to­fo­ro Colom­bo. Veo en ese caba­lle­ro de la uto­pía un ser fas­ci­nan­te y con­tra­dic­to­rio que me recuer­da a Don Qui­jo­te de la Man­cha, el héroe de Cervantes.

Ser­pa e Vila Nova de Gaia, Febre­ro de 2015
www​.odia​rio​.info

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