El mun­do ente­ro habla de noso­tras: Las muje­res kurdas

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Todo el mun­do está hablan­do de noso­tras, las muje­res kur­das. Ya es común encon­trar noti­cias sobre las muje­res com­ba­tien­tes en revis­tas, perió­di­cos y agen­cias. La tele­vi­sión, los sitios de noti­cias y los medios de comu­ni­ca­ción social están lle­nos de pala­bras de elo­gio. Toman fotos de estas muje­res de mira­das radian­tes de espe­ran­za. Para ellos, nues­tra arrai­ga­da tra­di­ción es una reali­dad de la que sólo recien­te­men­te han comen­za­ron a saber. Están impre­sio­na­dos con todo.
La risa de las muje­res, su natu­ra­li­dad y tren­zas lar­gas, y los deta­lles de sus vidas jóve­nes son como manos ten­di­das a los que luchan en el mar de deses­pe­ra­ción. Inclu­so hay algu­nos tan ins­pi­ra­dos por la ropa que usan estas muje­res, ¡que quie­ren lan­zar una nue­va ten­den­cia en la moda!
Están sor­pren­di­dos por estas muje­res, que luchan con­tra hom­bres que quie­ren pin­tar de negro los colo­res de Orien­te Medio, y se pre­gun­tan de dón­de sacan su valen­tía, cómo pue­den reír con tan­ta sin­ce­ri­dad. Y yo me pre­gun­to acer­ca de ellos.
Estoy sor­pren­di­da por la for­ma en que nos vie­ron tan tar­de, en que nun­ca has­ta aho­ra supie­ron de noso­tras. Me pre­gun­to cómo tar­da­ron tan­to en escu­char las voces de las muchas muje­res valien­tes que pasa­ron las fron­te­ras del cora­je, la fe, la pacien­cia, la espe­ran­za y la belle­za. No quie­ro que­jar­me dema­sia­do. Qui­zás nues­tras eras sim­ple­men­te no coinciden.
Sólo ten­go unas pocas pala­bras para decir a los que sólo aho­ra comien­zan a fijar­se en noso­tras, eso es todo
Hoy, la mitad de noso­tras ya no está
Sin pasa­do ni futu­ro en tu entorno, te sen­ti­rías un soni­do, un emer­ger que se pier­de en los agu­je­ros negros del uni­ver­so. La emo­ción y la belle­za de hoy día sólo pue­de medir­se por aque­llos que fue­ron capa­ces de traer este día y su capa­ci­dad de ir más lejos hacia el futuro.
En el gri­to de Zilan (Zey­nep Kina­ci), que se voló a sí mis­ma en 1996, es el alien­to de Besê, que se tiró al acan­ti­la­do en el levan­ta­mien­to de Der­sim en la déca­da de 1930 dicien­do “No me atra­pa­rás con vida”, y el de Beri­tan que no entre­gó ni su cuer­po ni su arma al enemi­go cuan­do se tiró de la mon­ta­ña en 1992. Es la razón por la cual la com­ba­tien­te del YPJ [Uni­da­des de Pro­tec­ción Popu­lar, mili­cia volun­ta­ria del Kur­dis­tán] Arin Mir­kan hizo soplar un vien­to de mon­ta­ña a tra­vés de una ciu­dad del desier­to al deto­nar­se a sí mis­ma en lugar de ren­dir­se al ISIS, para cubrir a sus cama­ra­das en reti­ra­da en Koba­nê este mes de octubre.
Son los cora­zo­nes de las muje­res yazi­díes, que toman las armas en con­tra de hom­bres de ban­de­ra negra, es la nos­tal­gia de Binevs Agal, una mujer yazi­dí [ànti­gua reli­gión pre­is­lá­mi­ca mono­teís­ta de Meso­po­ta­mia], que se unió a la gue­rri­lla en Ale­ma­nia en la déca­da de 1980 y cru­zó con­ti­nen­tes para regre­sar a su país. Son las pala­bras de Ayse Efen­di, co-pre­si­den­te de la asam­blea popu­lar Koba­nê: “Voy a morir en mi patria”, se escon­de la furia [“odin” el ori­gi­nal] rebel­de de Zari­fe, que luchó en el levan­ta­mien­to Dersim.
En la son­ri­sa de la mili­cia­na del YPJ que posa con su hijo mien­tras por­ta un rifle, es la espe­ran­za de Mer­yem Colak, un psi­có­lo­ga que eli­gió luchar en las mon­ta­ñas y que a menu­do com­par­tió con noso­tros el anhe­lo por la hija que había deja­do atrás.
Es Deniz Firat, perio­dis­ta de Firat News ase­si­na­da por ISIS en Makh­mur en agos­to bus­can­do la ver­dad, es Gur­be­te­lli Ersöz, perio­dis­ta y lucha­do­ra gue­rri­lle­ra que murió en los enfren­ta­mien­tos en 1997. Sema Yüce (Serhil­dan), que se pren­dió fue­go en señal de pro­tes­ta en una pri­sión tur­ca en 1992, son los secre­tos que el fue­go susu­rró a Ley­la Wali Hus­sein (Viyan Soran), que se auto-inmo­ló en 2006 para lla­mar la aten­ción sobre la situa­ción de Abdu­llah Öcalan.
Los que hoy se extra­ñan de por qué iría a las mon­ta­ñas la “Niña con el pañue­lo rojo”, una chi­ca tur­ca des­ilu­sio­na­da del Esta­do des­pués de las pro­tes­tas en Gezi-Park, habrían teni­do la res­pues­ta si hubie­ran sabi­do sobre Ekin Cerén Dogruak (Ama­ra), una mujer revo­lu­cio­na­ria tur­ca del PKK cuya lápi­da dice “la chi­ca de la mar que se ena­mo­ró de las mon­ta­ñas” y sobre Hüs­ne Akgül (Miz­gin), una gue­rri­lle­ra tur­ca del PKK que murió en 1995. los sor­pren­di­dos por­que nor­te­ame­ri­ca­nos esta­dou­ni­den­ses y cana­dien­ses se unie­sen al YPG son aque­llos que no cono­cen a Andrea Wolf, una inter­na­cio­na­lis­ta ale­ma­na en el PKK, que fue ase­si­na­da en 1998, cuyos hue­sos fue­ron arro­ja­dos a una fosa común por­que su memo­ria no podía ser tole­ra­da por el Estado.
Nues­tro calen­da­rio no corrió para­le­lo al calen­da­rio del mun­do. La mira­da de estas muje­res se cen­tró en las pro­fun­di­da­des de la dis­tan­cia, sus pasos eran rápi­dos. A fin de que el futu­ro fue­se cer­cano, esta­ban tan impa­cien­tes que no dejan un solo puen­te atrás. Estas razo­nes nos man­tu­vie­ron al mar­gen de las reali­da­des del mundo.
Es por eso que aho­ra el mun­do sabe de las muje­res en las mon­ta­ñas, dece­nas, lue­go cien­tos y des­pués miles, duran­te todo ese tiempo.
Aho­ra es el momen­to de coor­di­nar los calen­da­rios, de sin­cro­ni­zar los relo­jes. Es hora de con­tar las his­to­rias de vida de estas muje­res que se balan­cea­ban entre el sue­ño y la reali­dad, sus momen­tos feli­ces que sue­nan a cuen­tos de hadas, las for­mas en que la pér­di­da ha demos­tra­do ser nues­tra maes­tra más noto­ria en la bús­que­da de la ver­dad. Aho­ra es el momen­to per­fec­to para con­fiar­les lo que yo era capaz de lle­var des­de el pasa­do al día de hoy. Para unir­se calen­da­rio del mun­do, voy a unir nues­tro pasa­do con el pre­sen­te. Que mi pasa­do sea tu presente.
Me des­pier­to en una fría maña­na pri­ma­ve­ral de 1997 en Cirav. Tiro el nylon, hume­de­ci­do por la noche hela­da, y veo fren­te a mí una cara dife­ren­te de las de las gue­rre­ras de tez more­na. Como si el sol se hubie­se irra­dia­do sólo lige­ra­men­te en esta cara. Como si sus manos y su son­ri­sa des­cri­bie­sen ele­gan­cia y nobleza.
Estoy feliz de que una gue­rre­ra más nue­va que yo haya lle­ga­do, que me con­vier­ta en poqui­to vie­ja. Más tar­de me ente­ro de que tenía fren­te a mí a una gue­rri­llea de cin­co años de lucha. En ese momen­to sólo cono­cí su nom­bre de gue­rra; Zinarîn…
Si no fue­ra por los hilos blan­cos en su pelo o la for­ma en que a veces la tris­te­za lle­ga­ba su son­ri­sa des­de la dis­tan­cia, no enten­de­ría que hubie­se sido gue­rri­lle­ra duran­te cin­co años. Soy cons­cien­te de los dolo­res que expe­ri­men­tó, los sacri­fi­cios que hizo en su bús­que­da de la verdad.
Me pon­go loca de curio­si­dad acer­ca de lo que está escri­bien­do en su cua­derno, mien­tras se refu­gia bajo la som­bra de un árbol. Los sen­ti­mien­tos que se sen­tía en la cor­ta vida que com­par­tí con ella, los leí más tar­de en el dia­rio de Zina­rîn lue­go de su martirio.
Estoy en el oto­ño de 1997. Un día en el que los pies can­sa­dos del oto­ño tra­tan de arras­trar­nos hacia el invierno. Un día en el que el dolor por no con­quis­tar Haf­ta­nin pesa en nues­tros cora­zo­nes. Me ente­ro del mar­ti­rio de Zina­rîn des­pués de meses. Sigo sien­do vul­ne­ra­ble al dolor de per­der­la. Como doy vuel­tas con rabia des­en­ca­de­na­da, Mer­yem Colak lee en mi cara como hier­ve mi alma de dolor. Como dejé de hablar con nadie sobre la muer­te de Zina­rîn, pre­gun­ta “¿Estás eno­ja­da?” y res­pon­de ella mis­ma la pre­gun­ta a sí mis­ma “No te eno­jes en noso­tras, eno­ja­te con el enemigo”.
Des­de ese día, mi inmu­ni­dad a la pér­di­da aumen­ta. Unos meses más tar­de me ente­ro de que Mer­yem Colak, cuan­do se diri­gía hacia Meti­na para salir del cam­po de bata­lla jun­to con un gru­po de muje­res, fue ase­si­na­da por un tan­que en una embos­ca­da. Me ente­ro por los tes­ti­gos que usó su últi­mo alien­to no para enviar un salu­do a su hija, sino en enco­men­dar a sus com­pa­ñe­ros su arma, car­tu­che­ra y libro de códigos.
Es 1999. Estoy en las mon­ta­ñas de Zagros, que no per­mi­tie­ron el paso del ejér­ci­to de Ale­jan­dro, pero don­de la gue­rri­lla logró abrir­se camino. Esta­mos a medio camino en un lar­go via­je que dura­ría un mes. Con­mi­go está Sorx­wîn (Özgür Kaya), de 22 años. Nues­tra Sorx­wîn, que le per­mi­te a las con­di­cio­nes de la mon­ta­ña gober­nar sobre su cuer­po, pero que no per­mi­ti­rá que el cora­zón de su hijo sea some­ti­do a las leyes de la guerra.
Una coman­dan­te, un com­pa­ñe­ra, una mujer y una niña. Cada una de sus iden­ti­da­des le aña­de una belle­za dife­ren­te. La mejor par­te de ese lar­go y arduo via­je de un mes, es ella nos ani­mán­do­nos a seguir marchando.
Por supues­to, fue esta niña lla­ma­da Sorx­wîn que inven­tó los jue­gos infan­ti­les que nos die­ron fuer­za. Con risa mali­cio­sa, dice: “Esto no es nada. Pue­do lle­var un BKC con 400 balas en la espal­da, así que voy a subir esta coli­na en cua­tro horas sin nin­gún descanso”.
Estas muje­res no podían acom­pa­sar­se a nues­tro tiem­po, por­que corrían hacia el fue­go como mari­po­sas. Pero han esta­do vivien­do duran­te tres gene­ra­cio­nes. Tres gene­ra­cio­nes cre­cen con sus his­to­rias, lle­van sus nom­bres, escu­chan las can­cio­nes ardien­tes dedi­ca­das a ellos.
Reco­gen los rifles que estas muje­res deja­ron atrás y cap­tu­ran Shen­gal, Koba­nê, Botan, Serhat. Vie­nen a traer luz al mun­do que los hom­bres de ban­de­ra negra quie­ren oscu­re­cer. Y sus nom­bres son Zina­rîn, Beri­tan, Zilan, Mer­yem, Sorx­wîn, Arjin, Ama­ra, Viyan, Sara… 

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