Las cosas no serán como sue­ña la oli­gar­quía- Timo­león Jiménez

En el país se con­fi­gu­ra cada día con mayor fuer­za un amplio movi­mien­to social y polí­ti­co que tra­ba­ja por una paz muy dis­tin­ta a la que pien­sa el régimen.

La tro­pa de los gru­pos nar­co para­mi­li­ta­res per­te­ne­cía al pue­blo raso. Y su misión era des­tri­par seres huma­nos, cap­tu­rar com­pa­trio­tas incon­for­mes para arro­jar­los a los fosos de cai­ma­nes o des­pe­da­zar­los con moto­sie­rras, ase­si­nar a sus víc­ti­mas con armas de fue­go para lue­go cer­ce­nar­les la cabe­za y fijar­la en varas expues­tas al paso de otros pobla­do­res, saquear sus bie­nes e incen­diar sus pro­pie­da­des, des­te­rrar­los a fuer­za de come­ter las más espan­to­sas atrocidades.
Actua­ban cre­yen­do ser los bue­nos. Fuer­zas arma­das, orga­nis­mos de inte­li­gen­cia, per­so­na­jes de gran pres­tan­cia social, des­ta­ca­dos colum­nis­tas de la gran pren­sa, figu­ras polí­ti­cas reco­no­ci­das, perio­dis­tas estre­lla de la radio y la tele­vi­sión, todos se unían para expre­sar la nece­si­dad de reco­no­cer la jus­ti­cia de las razo­nes del para­mi­li­ta­ris­mo y la urgen­cia de otor­gar­le reco­no­ci­mien­to polí­ti­co. Así la masa san­gui­na­ria que ate­rro­ri­za­ba bue­na par­te del país se sen­tía redentora.
El esfuer­zo con­jun­to del Esta­ble­ci­mien­to pro­du­jo sus efec­tos y las posi­cio­nes afi­nes al exter­mi­nio adqui­rie­ron car­ta de pre­sen­ta­ción social, se tor­na­ron de buen reci­bo. No fue­ron solo los miem­bros de base de los gru­pos para­mi­li­ta­res, los que sobre­vi­vien­do en con­di­cio­nes difí­ci­les resul­ta­ron envuel­tos en el engra­na­je del terror. Tam­bién una con­si­de­ra­ble masa de colom­bia­nos rasos, sobre todo de las gran­des ciu­da­des, ter­mi­nó sedu­ci­da por el dis­cur­so de la segu­ri­dad y la guerra.
De la sola­pa­da acti­tud mili­ta­ris­ta de Andrés Pas­tra­na se pasó al des­en­fa­da­do tota­li­ta­ris­mo de Álva­ro Uri­be, en hom­bros del agru­pa­mien­to nacio­nal de la ultra­de­re­cha triun­fan­te en las elec­cio­nes. Las fuer­zas mili­ta­res y de poli­cía, con­du­ci­das ya sin disi­mu­lo alguno des­de Washing­ton por los estra­te­gas del Pen­tá­gono, la CIA y la DEA, pasa­ron a tomar el con­trol del país por medio de la vio­len­cia bru­tal de sus ope­ra­cio­nes, y ter­mi­na­ron ele­va­das a la cate­go­ría de héroes de la patria.
Se refor­za­ron a nive­les impen­sa­bles su pre­su­pues­to y pie de fuer­za, al tiem­po que la tec­no­lo­gía y el apo­yo de USA, Gran Bre­ta­ña e Israel apun­ta­ron a pre­sen­tar­las como inven­ci­bles, inclu­so en el con­cier­to regio­nal. Todo eso, suma­do a la apo­teo­sis del para­mi­li­ta­ris­mo y la embes­ti­da mediá­ti­ca gene­ra­li­za­da a favor del odio, impri­mió en bue­na par­te de los colom­bia­nos una men­ta­li­dad agre­si­va e into­le­ran­te. Ejem­plo de ello las recien­tes decla­ra­cio­nes del hac­ker Sepúlveda.
Debe­mos reco­no­cer, efec­ti­va­men­te, que la polí­ti­ca del terror ter­mi­nó por hacer­se a un lugar en el áni­mo de bue­na par­te de nues­tro pue­blo. Muchos lo deno­mi­na­ron dere­chi­za­ción del país. La facha­da demo­crá­ti­ca de la ins­ti­tu­cio­na­li­dad colom­bia­na no alcan­za a disi­mu­lar la reali­dad domi­nan­te de la vio­len­cia y el mie­do. La oli­gar­quía sabe que resul­ta impo­si­ble domi­nar toda la pobla­ción por la fuer­za, hay que ganar­se par­te de ella, y dedi­ca muchos recur­sos a eso.
Se habla del par­ti­do polí­ti­co de las fuer­zas arma­das. Su medio millón de inte­gran­tes, pri­vi­le­gia­dos en muchos aspec­tos, en com­pa­ra­ción con el res­to de la pobla­ción tra­ba­ja­do­ra, no sólo es adoc­tri­na­do en sus escue­las de for­ma­ción y prác­ti­ca coti­dia­na, sino que gira alre­de­dor de un gran entorno ideo­ló­gi­co que envuel­ve a sus fami­lias, amis­ta­des más cer­ca­nas y a miles de jubi­la­dos y sus alle­ga­dos. Hacen polí­ti­ca dia­ria­men­te con sus emi­so­ras y ope­ra­cio­nes cívi­co militares.
Si los nazis seña­la­ron como res­pon­sa­bles de la tra­ge­dia eco­nó­mi­ca y social de Ale­ma­nia a los judíos bol­che­vi­ques, la dere­cha colom­bia­na hizo lo pro­pio con los que lla­ma­ron terro­ris­tas de las FAR y sus cóm­pli­ces. El ambien­te sico­ló­gi­co crea­do des­de la Pre­si­den­cia y refor­za­do por los medios, las fuer­zas arma­das, los empre­sa­rios, la cla­se polí­ti­ca, los gru­pos nar­co para­mi­li­ta­res y sus finan­cia­do­res, entre otros, indu­je­ron al país a la cegue­ra y la indiferencia.
Los ase­si­na­tos, las masa­cres, los horro­res de la vio­len­cia mili­tar y nar­co para­mi­li­tar fue­ron per­dien­do su dimen­sión de espan­to. Si aca­so pasa­ron a ser tris­tes epi­so­dios ais­la­dos. En cam­bio todos tenían que estre­me­cer­se por la bar­ba­rie del accio­nar gue­rri­lle­ro y el gra­do de inhu­ma­ni­dad de sus coman­dan­tes. En esa direc­ción apun­tó la estra­te­gia polí­ti­ca de las cla­ses en el poder: borrar o mini­mi­zar el horror ofi­cial y nar­co para­mi­li­tar con el pre­sun­to horror guerrillero.
El nar­co para­mi­li­ta­ris­mo podía ser con­ver­ti­do en movi­mien­to polí­ti­co con garan­tía de impu­ni­dad. Las refor­za­das fuer­zas arma­das podrían cum­plir el vacío deja­do por aquél. Así sobre­vino el pro­ce­so con los pri­me­ros, la lla­ma­da ley de jus­ti­cia y paz y la far­sa de su des­mo­vi­li­za­ción, mien­tras que para las segun­das se imple­men­ta­ron el Plan Patrio­ta y sus com­ple­men­tos, al tiem­po que se ins­ti­tu­cio­na­li­za­ban los fal­sos posi­ti­vos y se pro­mo­cio­na­ron sus fre­cuen­tes matanzas.
La fre­né­ti­ca obse­sión de Adol­fo Hitler ter­mi­nó por con­du­cir al mun­do a la Segun­da Gue­rra Mun­dial y a Ale­ma­nia a su des­truc­ción total. Las cla­ses en el poder apren­den las lec­cio­nes, así que con todo y agra­de­cer su ges­tión al Pre­si­den­te Uri­be, con­vi­nie­ron en la nece­si­dad de reem­pla­zar­lo antes que ter­mi­na­ra por incen­diar el con­ti­nen­te con su vis­ce­ral odio a las FARC, Vene­zue­la y Cuba. En hom­bros de la ultra­de­re­cha, lle­gó un más mode­ra­do San­tos a cul­mi­nar la obra.
Los diá­lo­gos de paz, como está más que demos­tra­do, no fue­ron una con­ce­sión suya. Uri­be ya los había pro­pues­to, aun­que se indig­ne al recor­dar­lo. Para el pro­yec­to de la ultra­de­re­cha siem­pre estu­vo cla­ro que tras la reduc­ción mili­tar de las FARC y su rui­na polí­ti­ca por cuen­ta de la gigan­tes­ca cam­pa­ña mediá­ti­ca de des­cré­di­to, había que abrir una mesa de con­ver­sa­cio­nes con el pro­pó­si­to de con­se­guir la fir­ma de su ren­di­ción. Es su mane­ra de enten­der la paz.
Por eso no nos sor­pren­de el modo como pre­ten­den supe­rar el tema de víc­ti­mas en dis­cu­sión en la Mesa de La Haba­na. Bus­can que los sis­te­má­ti­cos crí­me­nes de las fuer­zas arma­das y el nar­co para­mi­li­ta­ris­mo no ten­gan cabi­da allí. En su pare­cer, eso ya fue solu­cio­na­do, el gobierno expi­dió una ley para esas víc­ti­mas, lo que hay que tra­tar y cas­ti­gar son nues­tros pre­sun­tos crí­me­nes. Ade­más de cíni­ca, la oli­gar­quía colom­bia­na se equi­vo­ca otra vez con nosotros.
Como insur­gen­cia revo­lu­cio­na­ria recha­za­mos fron­tal­men­te cual­quier impu­tación cri­mi­nal. Los alza­dos en armas, defi­ni­ti­va­men­te, no somos delin­cuen­tes. Al dar cara a las víc­ti­mas reco­no­ce­mos que en el ejer­ci­cio de nues­tro accio­nar se han suce­di­do erro­res, impon­de­ra­bles que lamen­ta­mos pro­fun­da­men­te. Los que esta­mos dis­pues­tos a reco­no­cer y expli­car. Pero noso­tros no ele­gi­mos el alza­mien­to arma­do, fui­mos obli­ga­dos a él por la furia ase­si­na de la oli­gar­quía libe­ral conservadora.
Es ella la lla­ma­da a res­pon­der por esta gue­rra, sus con­se­cuen­cias y sus millo­nes de atro­ci­da­des. Aun­que aún cuen­te con par­te del pue­blo: el par­ti­do de las fuer­zas arma­das y el nar­co­trá­fi­co, las hues­tes del gamo­na­lis­mo y los bene­fi­cia­rios de la limos­na social, las clien­te­las par­ti­da­rias y los que ven­den el voto. Pero el grue­so de la opi­nión que antes cre­yó en su pro­pa­gan­da, se encuen­tra des­en­can­ta­do por la reali­dad en que vive. Los años de gue­rra total agra­va­ron sus problemas.
En el país se con­fi­gu­ra cada día con mayor fuer­za, por enci­ma del silen­cio mediá­ti­co, un amplio movi­mien­to social y polí­ti­co que tra­ba­ja por una paz muy dis­tin­ta a la que pien­sa el régi­men. Esa lógi­ca impe­ria­lis­ta de la fuer­za bru­ta, tan del gus­to de la cla­se domi­nan­te colom­bia­na, que otor­ga un supues­to dere­cho a hacer lo que sea en defen­sa de sus intere­ses, des­pier­ta un pro­fun­do recha­zo en todos los pue­blos del mun­do. Es ella la lla­ma­da al basu­re­ro de la historia.
Mon­ta­ñas de Colom­bia, 16 de octu­bre de 2014

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