Gobier­nos pro­gre­sis­tas y movi­mien­tos anti­sis­té­mi­cos- Raúl Zibechi

Piqueteros

Raúl Zibe­chi

Polí­ti­cas socia­les, gobier­nos pro­gre­sis­tas y movi­mien­tos anti­sis­té­mi­cos en Amé­ri­ca latina

Olea­das de acti­vis­mo social modi­fi­ca­ron la rela­ción de fuer­zas en Amé­ri­ca Lati­na y tuvie­ron como con­se­cuen­cia indi­rec­ta la ins­ta­la­ción de un con­jun­to de gobier­nos pro­gre­sis­tas y de izquier­da en la mayor par­te de los paí­ses de Suda­mé­ri­ca. La acción colec­ti­va can­ce­ló el perío­do neo­li­be­ral carac­te­ri­za­do por las pri­va­ti­za­cio­nes, la des­re­gu­la­ción y la aper­tu­ra de las cono­mías, y abrió una eta­pa más com­ple­ja en la que con­vi­ven ras­gos del mis­mo mode­lo con bús­que­das de cami­nos basa­dos en un mayor pro­ta­go­nis­mo de los esta­dos y la cons­truc­ción de la inte­gra­ción regio­nal. El pro­ta­go­nis­mo de los movi­mien­tos socia­les fue deci­si­vo al con­fi­gu­rar situa­cio­nes de cri­sis don­de la inci­den­cia de los suje­tos popu­la­res resul­tó deter­mi­nan­te a la hora de cerrar una eta­pa en rela­ción a las polí­ti­cas socia­les. A su vez, las res­pues­tas dadas por los esta­dos en las situa­cio­nes de mayor emer­gen­cia social, habi­li­ta­ron el naci­mien­to de una segun­da gene­ra­ción de polí­ti­cas socia­les que de algún modo sus­ti­tu­yen las polí­ti­cas foca­li­za­das y com­pen­sa­to­rias del perío­do neo­li­be­ral (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006). Esta nue­va gama de polí­ti­cas no sólo extien­de sino que pro­fun­di­za las diver­sas pres­ta­cio­nes ya exis­ten­tes, esta­ble­cien­do nue­vos modos de rela­ción socie­dad-Esta­do que influ­yen en el tipo de gober­na­bi­li­dad que, de algún modo, inau­gu­ran los gobier­nos lla­ma­dos pro­gre­sis­tas de la región. Las nue­vas for­mas de gober­nar, en las que las polí­ti­cas socia­les jue­gan un papel des­ta­ca­do, se rela­cio­nan y res­pon­den, a la vez, a las carac­te­rís­ti­cas de los movi­mien­tos naci­dos en esta eta­pa, que se dife­ren­cian de los del perío­do ante­rior en el cual los sin­di­ca­tos ocu­pa­ban el lugar cen­tral. Los movi­mien­tos que pro­ta­go­ni­za­ron la déca­da de 1990 son de base terri­to­rial, repre­sen­tan a los exclui­dos por el neo­li­be­ra­lis­mo, a los des­ocu­pa­dos, los sin techo, sin tie­rra y sin dere­chos, en suma a los que habi­tan el sótano de las socie­da­des, tie­nen una fuer­te impron­ta cul­tu­ral e iden­ti­ta­ria, y un papel pro­ta­gó­ni­co de las muje­res y las fami­lias (Zibe­chi, 2003).

Esos movi­mien­tos nacie­ron en un mar­co de acu­mu­la­ción por des­po­se­sión (Har­vey, 2003), y encar­na­ron la opo­si­ción al nue­vo patrón adop­ta­do por el capi­tal que pue­de sin­te­ti­zar­se en los pos­tu­la­dos del Con­sen­so de Washing­ton: libe­ra­li­za­ción de los movi­mien­tos de capi­ta­les, des­re­gu­la­cio­nes, aper­tu­ra eco­nó­mi­ca, ajus­te fis­cal y pri­va­ti­za­cio­nes. La nove­dad prin­ci­pal de la nue­va coyun­tu­ra regio­nal, con­sis­te a mi modo de ver en que el Con­sen­so de Washing­ton fue des­le­gi­ti­ma­do pero el neo­li­be­ra­lis­mo no fue derro­ta­do. Por el con­tra­rio, la acu­mu­la­ción por des­po­se­sión –ancla­da en el mode­lo extrac­ti­vis­ta- se sigue pro­fun­di­zan­do en esta eta­pa a tra­vés de la mine­ría trans­na­cio­nal a cie­lo abier­to, los mono­cul­ti­vos de soja, caña de azú­car y pal­ma, y del com­ple­jo fores­ta­ción- celu­lo­sa. Estos empren­di­mien­tos, con­du­ci­dos siem­pre por gran­des mul­ti­na­cio­na­les, se apro­pian de los bie­nes comu­nes ‑en par­ti­cu­lar agua y terri­to­rios- para con­ver­tir la natu­ra­le­za en mer­can­cías (com­mo­di­ties) expor­ta­das a los paí­ses cen­tra­les o emer­gen­tes como Chi­na e India.

La pri­va­ti­za­ción, con­clu­ye Roy, con­sis­te esen­cial­men­te en “la trans­fe­ren­cia de acti­vos públi­cos pro­duc­ti­vos a empre­sas pri­va­das. Entre estos acti­vos pro­duc­ti­vos se encuen­tran los recur­sos natu­ra­les: tie­rra, bos­ques, agua, aire. Estos son acti­vos que el Esta­do posee en nom­bre del pue­blo al que repre­sen­ta (…). Arre­ba­tár­se­los para ven­der­los a empre­sas pri­va­das repre­sen­ta un pro­ce­so de des­po­se­sión bár­ba­ro, a una esca­la sin pre­ce­den­tes en la his­to­ria” (Har­vey, 2003, 127).

Una segun­da carac­te­rís­ti­ca de la nue­va gober­na­bi­li­dad es que la acu­mu­la­ción por des­po­se­sión debe ser com­pen­sa­da, nece­sa­ria­men­te, por polí­ti­cas socia­les, por­que estruc­tu­ral­men­te la hege­mo­nía del capi­tal finan­cie­ro gene­ra exclu­sión y mar­gi­na­li­za­ción de la fuer­za de tra­ba­jo. Los empren­di­mien­tos mine­ros andi­nos, las cin­cuen­ta millo­nes de hec­tá­reas sem­bra­das con soja y los cul­ti­vos fores­ta­les, casi no nece­si­tan mano de obra, pero sí mucha agua que es devuel­ta con­ta­mi­na­da con mer­cu­rio y agro­tó­xi­cos. El mode­lo extrac­ti­vis­ta, a dife­ren­cia del mode­lo indus­trial que nece­si­ta obre­ros en la pro­duc­ción y obre­ros en el con­su­mo (o sea en la pro­duc­ción y en la rea­li­za­ción del plus­va­lor), pue­de fun­cio­nar con máqui­nas auto­ma­ti­za­das y robots, y no nece­si­ta con­su­mi­do­res ya que las com­mo­di­ties se ven­den en paí­ses remotos.

Por esta razón, una vez des­le­gi­ti­ma­da la era de las pri­va­ti­za­cio­nes, el mode­lo extrac­ti­vis­ta debe ser pilo­ta­do por gobier­nos pro­gre­sis­tas, que son los más aptos para lidiar con la resis­ten­cia social ya que pro­vie­nen de ella. Har­vey seña­la, con total acier­to, que los movi­mien­tos que se levan­ta­ron con­tra la acu­mu­la­ción por des­po­se­sión “empren­die­ron por lo gene­ral una vía polí­ti­ca pro­pia, en algu­nos casos muy hos­til a la polí­ti­ca socia­lis­ta” (Har­vey, 2003, 130). Pero no nos dice qué suce­de con los movi­mien­tos socia­les cuan­do el mis­mo mode­lo es diri­gi­do por una par­te de la coa­li­ción que enca­be­zó las revuel­tas. Cuan­do se dice que Amé­ri­ca Lati­na es un labo­ra­to­rio de resis­ten­cias socia­les, debe­ría no olvi­dar­se que, en para­le­lo, es tam­bién un ban­co de ensa­yo de pro­gra­mas para apla­car las insur­gen­cias socia­les. Como las nece­si­da­des de los más pobres no se cal­man con dis­cur­sos, por más radi­ca­les que sean, pare­ce nece­sa­rio inda­gar cómo se fue­ron cons­tru­yen­do los meca­nis­mos capa­ces de apla­car la con­flic­ti­vi­dad social de carác­ter terri­to­rial, cla­ve para lubri­car las nue­vas gobernabilidades.

Polí­ti­cas socia­les para garan­ti­zar la estabilidad

Pese a la varie­dad y diver­si­dad de situa­cio­nes, una pri­me­ra cons­ta­ta­ción es la amplia­ción cuan­ti­ta­ti­va de bene­fi­cia­rios de las polí­ti­cas socia­les. En Bra­sil el Plan Bol­sa Fami­lia alcan­za a casi 50 millo­nes de per­so­nas, un 30% de la pobla­ción, mien­tras que en algu­nos esta­dos del nor­des­te los bene­fi­cia­rios alcan­zan al 65% de los habi­tan­tes. Aun­que Bra­sil es el país don­de la cober­tu­ra tie­ne mayor ampli­tud, en nin­gún caso las cifras bajan del 15 – 20% de pobla­ción total que es asis­ti­da por polí­ti­cas socia­les. En toda la región los bene­fi­cia­rios son más de cien millo­nes de pobres que, por un lado, han mejo­ra­do su situa­ción mate­rial, pero tie­nen aho­ra menos moti­vos para orga­ni­zar­se en movi­mien­tos sociales.

Sin embar­go, lo más des­ta­ca­ble son los cam­bios intro­du­ci­dos res­pec­to a la pri­me­ra gene­ra­ción de polí­ti­cas socia­les, pre­ci­sa­men­te por la mag­ni­tud de la pro­ble­má­ti­ca que se pre­ten­de abor­dar. Uno de los más des­ta­ca­dos teó­ri­cos lati­no­ame­ri­ca­nos sobre el tema sin­te­ti­za­ba años atrás la nece­si­dad intro­du­cir cam­bios de fon­do en las polí­ti­cas foca­li­za­das y com­pen­sa­to­rias hacia la pobre­za, hege­mó­ni­cas en ese perío­do: “La masi­vi­dad de la exclu­sión y degra­da­ción del tra­ba­jo asa­la­ria­do y por cuen­ta pro­pia exis­ten­te requie­re un cam­bio de visión. La polí­ti­ca social asis­ten­cia­lis­ta diri­gi­da a com­pen­sar los estra­gos que gene­ra la eco­no­mía es inefi­caz y repro­du­ce e ins­ti­tu­cio­na­li­za la pobre­za” (Corag­gio, 2004, 318).

La pro­pues­ta tie­ne una doble dimen­sión: a esca­la gene­ral rom­per con las polí­ti­cas pri­va­ti­za­do­ras y de reti­ra­da de los esta­dos que carac­te­ri­za­ron la déca­da de 1990, y a esca­la local y terri­to­rial, espa­cios don­de las polí­ti­cas socia­les se plas­man en inter­ven­cio­nes con­cre­tas, “pro­mo­ver no la pasi­vi­dad sino la acti­vi­dad de la gen­te” (Corag­gio, 2004, 319), para que se inte­gre o pon­ga en pie ini­cia­ti­vas que redun­den en un aumen­to de sus ingre­sos. La deman­da de acti­vis­mo social, indi­vi­dual y colec­ti­vo, supo­ne un giro radi­cal res­pec­to al ante­rior con­cep­to del “bene­fi­cia­rio” como obje­to pasi­vo de polí­ti­cas com­pen­sa­to­rias ancla­das en las trans­fe­ren­cias mone­ta­rias. De ese modo, la nue­va gene­ra­ción de polí­ti­cas socia­les entron­ca con la olea­da de movi­li­za­cio­nes que fue el signo carac­te­rís­ti­co de los 90 en la región, apro­ve­chan­do y sumán­do­se al uni­ver­so de orga­ni­za­cio­nes y movi­mien­tos socia­les para inte­grar­los a las nue­vas políticas.

Por cier­to, este pro­ce­so no fue gra­dual ni uni­for­me, y no se regis­tró en todos los paí­ses con idén­ti­ca inten­si­dad. Pre­ten­do ras­trear el caso del apo­yo esta­tal a los pro­yec­tos socio-pro­duc­ti­vos, o eco­no­mía soli­da­ria, por con­si­de­rar que se tra­ta de uno de los vira­jes más pro­fun­dos en mate­ria de polí­ti­cas socia­les que afec­tan –o pre­ten­den hacer­lo- a la gober­na­bi­li­dad, al esta­ble­cer nue­vas rela­cio­nes sociedad-Estado.

Debe com­pren­der­se que no se tra­ta, sola­men­te, de una cues­tión cuan­ti­ta­ti­va res­pec­to a los recur­sos, sino de “redi­rec­cio­na­mien­to de los recur­sos de las polí­ti­cas socia­les” (Corag­gio, 2004, 314), en el con­ven­ci­mien­to de que la rein­ser­ción social de los exclui­dos deman­da un lar­go pro­ce­so de inten­so tra­ba­jo (que Corag­gio esti­ma en un míni­mo de una déca­da) pero sobre todo de com­pro­bar los lími­tes del asis­ten­cia­lis­mo como ele­men­to de supera­ción de la exclu­sión. En suma, el cómo tie­ne tan­ta o mayor impor­tan­cia que lo que se quie­re hacer. De ahí la pro­pues­ta de “’meter­se’ con la eco­no­mía para cam­bar la situa­ción actual” (Corag­gio, 2004, 319). En este pun­to se desa­rro­lla una pro­pues­ta que no pre­ten­de inven­tar sino apro­ve­char el impul­so de los movi­mien­tos socia­les para encau­zar un con­jun­to de ener­gías que, sobre la base del acti­vis­mo que gene­ró miles de empren­di­mien­tos pro­duc­ti­vos para paliar la mise­ria, per­mi­ta pro­fun­di­zar y mejo­rar esas ini­cia­ti­vas para encau­zar­las en el doble sen­ti­do de inte­gra­ción social y desa­rro­llo nacional.

En esa direc­ción, los gobier­nos pro­gre­sis­tas del Cono Sur supie­ron com­pren­der el fenó­meno e inter­pre­ta­ron con auda­cia teó­ri­ca y prác­ti­cas nove­do­sas, las rup­tu­ras implí­ci­tas en la nue­va gene­ra­ción de movi­mien­tos, en gran medi­da por­que sus cua­dros y admi­nis­tra­do­res pro­vie­nen del cora­zón de ese nue­vo acti­vis­mo de base, de fuer­te impron­ta terri­to­rial. La expe­rien­cia de la emer­gen­cia social de 1989 a raíz de la hiper­in­fla­ción en Argen­ti­na, per­mi­tió leer la res­pues­ta de los muni­ci­pios duran­te la emer­gen­cia de 2001 de un modo más com­ple­jo. El pun­to de par­ti­da pue­de haber sido simi­lar, en el sen­ti­do de que “los muni­ci­pios argen­ti­nos vol­vie­ron a lan­zar ráfa­gas de len­te­jas, polen­ta y leche en pol­vo, evi­tan­do el esta­lli­do social y pro­te­gien­do nues­tra demo­cra­cia” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 9). Pero cuan­do se posa la mira­da en lo suce­di­do en el terri­to­rio, se colo­ca el énfa­sis en el “aná­li­sis de los víncu­los, con­flic­ti­vos y coope­ra­ti­vos, que se esta­ble­cie­ron en la cri­sis entre los gobier­nos loca­les y las orga­ni­za­cio­nes socia­les- espe­cial­men­te aque­llas sur­gi­das en la pro­tes­ta social de los noven­ta” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 11).

Pese a la inten­si­dad de la cri­sis (la pobre­za en Argen­ti­na alcan­zó al 54,3% y la indi­gen­cia al 27,7% de la pobla­ción) y la poten­cia del con­flic­to (diez mil de cor­tes de rutas y calles en 2002, asal­to a super­mer­ca­dos y dece­nas de muer­tos en 2001), se com­pren­dió que la dis­rup­ción fue una opor­tu­ni­dad para gene­rar nue­vos cana­les para aten­der deman­das socia­les insa­tis­fe­chas. La cri­sis y la emer­gen­cia social, ade­más de un amplio movi­mien­to social terri­to­rial de los des­ocu­pa­dos, acti­va­ron nue­vas capa­ci­da­des: de gene­rar con­sen­so, de orga­ni­za­ción social y de con­ten­ción de las fami­lias. “La ges­tión de emer­gen­cia pone en jue­go y/​o incen­ti­va el desa­rro­llo de dife­ren­tes capa­ci­da­des que, si bien son pro­pias de la ges­tión públi­ca, no es habi­tual ver­las en con­jun­to des­ple­ga­das en el cam­po de la polí­ti­ca social” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 92).

El no haber nega­do o repri­mi­do el con­flic­to, el empe­ño en pro­ce­sar­lo y cana­li­zar­lo para man­te­ner la gober­na­bi­li­dad, lle­vó a una cama­da de pro­fe­sio­na­les –una par­te de los cua­les ocu­pa­ron lue­go car­gos des­ta­ca­dos en minis­te­rios de desa­rro­llo social- a com­pren­der la nece­si­dad de con­tar con los movi­mien­tos para –pre­ci­sa­men­te- ase­gu­rar esa gober­na­bi­li­dad que pare­cía esca­par­se de sus manos en los momen­tos álgi­dos de la cri­sis. Por eso exis­te cier­to con­sen­so en que la cri­sis fue la par­te­ra de la nue­va gene­ra­ción de polí­ti­cas socia­les. Entre las capa­ci­da­des que acti­va la cri­sis, apa­re­ce la fuer­te inter­ac­ción entre orga­ni­za­cio­nes socia­les y Esta­do, que con­vir­tió a las pri­me­ras, más allá de su pro­pia volun­tad, “en una exten­sión ope­ra­ti­va de las polí­ti­cas muni­ci­pa­les des­ti­na­das a paliar la cri­sis” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 97). Dicho de otro modo, la movi­li­za­ción social abre las puer­tas a nue­vas arti­cu­la­cio­nes terri­to­ria­les para plas­mar polí­ti­cas socia­les, en las que des­ta­can los muni­ci­pios, las igle­sias, las orga­ni­za­cio­nes empre­sa­ria­les, las orga­ni­za­cio­nes socia­les tra­di­cio­na­les (sin­di­ca­tos, aso­cia­cio­nes de fomen­to, coope­ra­ti­vas) y los nue­vos movi­mien­tos (pique­te­ros, asam­bleas barriales).

La movi­li­za­ción social pasa de ser con­si­de­ra­da un pro­ble­ma a visua­li­zar­se como una opor­tu­ni­dad. Jun­to a la lógi­ca ascen­den­te de la deman­da social, apa­re­ce una inver­sa –pero com­ple­men­ta­ria- cuyo suje­to es el Esta­do pero aho­ra com­par­ti­da con los acto­res terri­to­ria­les: “Al mis­mo tiem­po se gene­ra des­de el poder local una lógi­ca des­cen­den­te en don­de la exis­ten­cia de estas orga­ni­za­cio­nes cons­ti­tu­yen cana­les para la asis­ten­cia social del Esta­do y el pun­to más pró­xi­mo para la lle­ga­da de polí­ti­cas socia­les foca­li­za­das terri­to­rial­men­te a las fami­lias bene­fi­cia­rias” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 57).

Éste ida y vuel­ta fue cap­ta­do por las auto­ri­da­des del área social como una opor­tu­ni­dad para modi­fi­car la pri­me­ra gene­ra­ción de polí­ti­cas socia­les, que en los hechos habían sido des­bor­da­das por la feno­me­nal deman­da pro­vo­ca­da por la cri­sis de 2001. Pero para dar ese paso hacía fal­ta con­tar con las orga­ni­za­cio­nes, no en el sen­ti­do de usar­las como apo­yo o vehícu­lo de las polí­ti­cas socia­les sino para poder co-cons­truir esas polí­ti­cas de modo que tuvie­ran mayor legi­ti­mi­dad y más pro­fun­di­dad en el terri­to­rio. Pue­de decir­se que se actuó con prag­ma­tis­mo, pero lo cier­to es que una cama­da de ana­lis­tas y ges­to­res fue­ron capa­ces de ver la opor­tu­ni­dad que se pre­sen­ta­ba ya que “en el terri­to­rio se tejió lo que podría­mos gra­fi­car como un amplio teji­do de con­ten­ción al que se suma­ron pro­gre­si­va­men­te acto­res socia­les has­ta el momen­to ausen­tes, como los empre­sa­rios y los gre­mios, y otros que esta­ban actuan­do des­de la pro­tes­ta, como el movi­mien­to de des­ocu­pa­dos” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 86).

En este pun­to ope­ran como míni­mo dos ele­men­tos adi­cio­na­les, ambos vin­cu­la­dos a una nue­va com­pren­sión de los cam­bios intro­du­ci­dos por el mode­lo neo­li­be­ral. Por un lado, los efec­tos de la cri­sis de la socie­dad sala­rial y los pro­ble­mas estruc­tu­ra­les del mer­ca­do de tra­ba­jo, que lle­van a los exclui­dos a la bús­que­da de for­mas de auto­em­pleo “que se evi­den­cian en la gene­ra­ción de micro­em­pre­sas, empre­sas recu­pe­ra­das, empren­di­mien­tos fami­lia­res, ferias socia­les, redes de true­que, de comer­cio jus­to y de micro cré­di­to” (Arro­yo, 2009, 88). El Esta­do recons­trui­do lue­go del esta­lli­do social de 2001, ve en la con­so­li­da­ción de la eco­no­mía social un actor para gene­rar polí­ti­cas de desa­rro­llo con inte­gra­ción. Eso expli­ca el inte­rés del Esta­do, no sólo en Argen­ti­na sino de modo muy des­ta­ca­do en Bra­sil y Uru­guay, entre otros, por for­ta­le­cer un sec­tor que abre la posi­bi­li­dad de pro­mo­ver desa­rro­llo eco­nó­mi­co en direc­cio­nes dife­ren­tes a las que pre­go­na la eco­no­mía de mercado.

En segun­do lugar, se bus­ca supe­rar la pobre­za con medi­das que apun­tan, ade­más de hacia una nue­va eco­no­mía, hacia un con­cep­to más diná­mi­co de ciu­da­da­nía y menos ata­do a una mira­da reduc­cio­nis­ta que cosi­fi­ca a los pobres como “bene­fi­cia­rios”. Daniel Arro­yo, ex minis­tro de Desa­rro­llo Social de la pro­vin­cia de Bue­nos Aires y ex secre­ta­rio de Polí­ti­cas Socia­les del Minis­te­rio de Desa­rro­llo Social, apun­ta en esa dirección:

No se logra la inte­gra­ción social garan­ti­zan­do la super­vi­ven­cia de las per­so­nas, sino que se afir­ma en el dere­cho de todos a vivir dig­na­men­te en una socie­dad sin exclui­dos y la inclu­sión depen­de sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te de la par­ti­ci­pa­ción popu­lar en la vida comu­ni­ta­ria en un ejer­ci­cio pleno y acti­vo de la ciu­da­da­nía (Arro­yo, 2009, 125).

Estas for­mas de enca­rar la supera­ción de la pobre­za lle­va­ron a las auto­ri­da­des minis­te­ria­les a pres­tar espe­cial aten­ción a la eco­no­mía social o soli­da­ria. Mien­tras el con­tra­to social que dio ori­gen al wel­fa­re, de espe­cial impor­tan­cia en Argen­ti­na y Uru­guay, que se resu­mía en ries­go para el capi­tal y segu­ri­dad para el tra­ba­jo, el mode­lo des­re­gu­la­dor invir­tió la ecua­ción hacien­do que “la inse­gu­ri­dad sea par­te de la vida coti­dia­na de los tra­ba­ja­do­res y la segu­ri­dad figu­re como atri­bu­to exclu­si­vo del capi­tal” (Arro­yo, 2009, 127). Para modi­fi­car esta ecua­ción, sin crear páni­co en los capi­ta­lis­tas, se pro­po­ne en sin­to­nía con Pie­rre Rosan­va­llon, “la pro­mo­ción de empleos de pro­xi­mi­dad y el apro­ve­cha­mien­to de las redes terri­to­ria­les para la gene­ra­ción de empleo y la rede­fi­ni­ción de los segu­ros socia­les” (Arro­yo, 2009, 126).

Los pro­yec­tos socio-pro­duc­ti­vos o la gober­na­bi­li­dad a esca­la micro

Exis­te cier­to con­sen­so en que los lla­ma­dos pro­yec­tos socio-pro­duc­ti­vos, la eco­no­mía social o eco­no­mía soli­da­ria, han veni­do cre­cien­do des­de la imple­men­ta­ción del mode­lo neo­li­be­ral y que es una de las prin­ci­pa­les deri­va­cio­nes de la cri­sis de ese mode­lo entre 1998 y 2002. En Bra­sil la eco­no­mía soli­da­ria ocu­pa un papel des­ta­ca­do al pun­to que mere­ció la crea­ción de una Secre­ta­ría Nacio­nal (SENAES) en el Minis­te­rio de Tra­ba­jo enca­be­za­da por el eco­no­mis­ta Paul Sin­ger. El I Con­gre­so Nacio­nal de Eco­no­mía Soli­da­ria, cele­bra­do en 2006, fue con­vo­ca­do por los minis­te­rios de Tra­ba­jo, Desa­rro­llo Social y Desa­rro­llo Agra­rio. El regla­men­to de la con­fe­ren­cia esta­ble­ció que se eli­gie­ran más de mil dele­ga­dos en las con­fe­ren­cias esta­ta­les, de los cua­les la mitad repre­sen­ta­ron a los empren­di­mien­tos de eco­no­mía soli­da­ria, una cuar­ta par­te a órga­nos del poder esta­tal y la otra cuar­ta par­te a enti­da­des de la socie­dad civil (Minis­te­rio de Tra­balho e Empre­go, 2006). Un movi­mien­to que cuen­ta con 15 mil empren­di­mien­tos eco­nó­mi­cos de base y 1.200.000 aso­cia­dos fue ins­ti­tu­cio­na­li­za­do, al pun­to de inte­grar­se a las polí­ti­cas de desa­rro­llo del gobierno federal.

Se tra­ta de un movi­mien­to social naci­do con­tra el mode­lo, que aho­ra es pro­mo­vi­do como estra­te­gia y polí­ti­ca de desa­rro­llo. Paul Sin­ger sos­tu­vo, en el mar­co de la I Con­fe­ren­cia, que la eco­no­mía soli­da­ria “revier­te la lógi­ca capi­ta­lis­ta al opo­ner­se a la explo­ta­ción del tra­ba­jo y de los recur­sos natu­ra­les, median­te la emer­gen­cia de un nue­vo actor social”, que en su opi­nión pue­de “supe­rar las con­tra­dic­cio­nes pro­pias del capi­ta­lis­mo, lo que carac­te­ri­za su actua­ción como un pro­ce­so revo­lu­cio­na­rio” (Minis­te­rio de Tra­balho e Empre­go, 2006, 11). Lle­ga más lejos al defi­nir, en con­so­nan­cia con el gobierno de Lula, a la eco­no­mía soli­da­ria como “here­de­ra de las más remo­tas luchas de eman­ci­pa­ción popu­lar”, y des­ta­car su capa­ci­dad para “cons­truir una socie­dad sin cla­ses, la socie­dad socia­lis­ta” (Minis­te­rio de Tra­balho e Empre­go, 2006, 11). Por dis­cu­ti­ble que pue­da pare­cer la posi­ción ofi­cia­lis­ta, lla­ma la aten­ción que en el mis­mo tex­to Sin­ger sos­ten­ga que ese poten­cial eman­ci­pa­to­rio no pue­de rea­li­zar­se sin la inter­ven­ción del Esta­do a tra­vés de sus polí­ti­cas sociales:

Como el desa­rro­llo soli­da­rio es pro­mo­vi­do por comu­ni­da­des pobres, nece­si­tan del apo­yo de los órga­nos guber­na­men­ta­les, de los ban­cos públi­cos, ONGs, uni­ver­si­da­des y orga­ni­za­cio­nes autó­no­mas de fomen­to para iden­ti­fi­car y desa­rro­llar sus poten­cia­li­da­des socio­eco­nó­mi­cas, étni­cas y cul­tu­ra­les. Un desa­rro­llo sus­ten­ta­ble con dis­tri­bu­ción de ren­ta, median­te un cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co con pro­tec­ción de los eco­sis­te­mas, requie­re alian­zas entre las orga­ni­za­cio­nes soli­da­rias del cam­po y de la ciu­dad con los pode­res públi­cos en las tres áreas de gobierno (Minis­te­rio de Tra­balho e Empre­go, 2006, 11).

En el caso argen­tino la inten­cio­na­li­dad esta­tal es simi­lar. Se hace un para­le­lis­mo entre la hiper­in­fla­ción de 1989 y la deva­lua­ción de 2001. Mien­tras la pri­me­ra “ins­ta­ló las ollas popu­la­res como base de lo que lue­go serían los come­do­res comu­ni­ta­rios, la deva­lua­ción impul­sa las estra­te­gias de la eco­no­mía social como bús­que­da de res­pues­tas a la fal­ta de ingre­sos” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 131). La línea de tra­ba­jo con­sis­te en “cons­truir con” ya que la defi­ni­ción uni­la­te­ral por el Esta­do de las polí­ti­cas socia­les ha demos­tra­do que pre­sen­ta lími­tes insu­pe­ra­bles. Se pro­ce­de a una suer­te de divi­sión del tra­ba­jo: el Esta­do apor­ta recur­sos y per­so­nal espe­cia­li­za­do en tan­to las orga­ni­za­cio­nes de base apor­tan el cono­ci­mien­to terri­to­rial y las rela­cio­nes cara a cara con otros des­po­seí­dos con los que tie­nen víncu­los hori­zon­ta­les y de confianza.

En esta nue­va fase, las polí­ti­cas socia­les deben ser par­ti­ci­pa­ti­vas y por tan­to reva­lo­ri­zan el com­po­nen­te de coope­ra­ción y aso­cia­ti­vi­dad como ele­men­tos cla­ves para gene­rar redes de con­ten­ción de las per­so­nas des­ocu­pa­das. “A más par­ti­ci­pa­ción y movi­li­za­ción de los sec­to­res afec­ta­dos, más posi­bi­li­dad de refe­ren­ciar el pro­ble­ma de la des­ocu­pa­ción como un pro­ble­ma social y no como défi­cit per­so­nal, lec­tu­ra que favo­re­ce el desa­rro­llo de las ini­cia­ti­vas socio­pro­duc­ti­vas como una estra­te­gia de las orga­ni­za­cio­nes del pro­pio sec­tor afec­ta­do” (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 135).

Des­de el pun­to de vis­ta estric­ta­men­te téc­ni­co, se pro­du­ce un cam­bio nota­ble: la aso­cia­ti­vi­dad, la capa­ci­dad de orga­ni­zar­se y movi­li­zar­se, empa­ta con la nece­si­dad de las polí­ti­cas socia­les de res­ti­tuir las per­di­das capa­ci­da­des para el tra­ba­jo y la coope­ra­ción entre diver­sos suje­tos y dife­ren­tes acto­res en la socie­dad. Esas capa­ci­da­des son, pre­ci­sa­men­te, las que desa­rro­llan los pobres orga­ni­za­dos en movi­mien­tos y las que los minis­te­rios de Desa­rro­llo Social nece­si­tan poten­ciar para que los recur­sos que vuel­can hacia los terri­to­rios de la pobre­za no sean dila­pi­da­das por prác­ti­cas clien­te­la­res, corrup­ción o sim­ple inefi­cien­cia buro­crá­ti­ca. Quie­ro insis­tir en que apo­yar al movi­mien­to social no es sólo una opción polí­ti­ca para los gobier­nos pro­gre­sis­tas del Cono Sur, sino el mejor modo de inver­tir con efi­cien­cia y más pro­ba­ble retorno los recur­sos siem­pre esca­sos con los que cuen­tan. Haber­lo com­pren­di­do es una de las rup­tu­ras más nota­bles que pro­du­jo la segun­da gene­ra­ción de polí­ti­cas sociales.

Por el tipo de arti­cu­la­ción, cen­tra­da en la pro­duc­ción y no en el con­su­mo de sub­sis­ten­cia, la rela­ción de los bene­fi­cia­rios con el Esta­do en estos pro­yec­tos tam­bién pue­de ser menos asi­mé­tri­ca. Final­men­te, la posi­bi­li­dad de res­ta­ble­cer sabe­res rela­cio­na­dos con el tra­ba­jo (espe­cial­men­te ofi­cios), que vuel­ven a ser social­men­te valo­ra­dos, tam­bién con­tri­bu­ye a la cons­truc­ción de cana­les de inte­gra­ción social (Cle­men­te, 2006, 136).

El apo­yo a los pro­yec­tos socio­pro­duc­ti­vos, hijos de los miles de empren­di­mien­tos crea­dos por los pique­te­ros para mul­ti­pli­car los esca­sos recur­sos que apor­ta­ba el Esta­do duran­te la emer­gen­cia social, tie­ne lec­tu­ras y deri­va­cio­nes diver­sas. El Esta­do fue modi­fi­ca­do por la cri­sis pero tam­bién lo fue­ron las orga­ni­za­cio­nes socia­les. En mar­zo de 2005, el pro­gra­ma esta­tal Manos a la Obra del Minis­te­rio de Desa­rro­llo Social lle­gó a finan­ciar 33.861 uni­da­des pro­duc­ti­vas lle­gan­do a un total de 425.670 peque­ños pro­duc­to­res (Cle­men­te; Giro­la­mi, 2006, 125). Una inter­ven­ción tan vas­ta no pudo menos que influir seria­men­te en el micro-rela­cio­na­mien­to interno en los empren­di­mien­tos. Estos gana­ron en esta­bi­li­dad, mejo­ra­ron con­si­de­ra­ble­men­te los ingre­sos de sus par­ti­ci­pan­tes y per­mi­tie­ron for­jar rela­cio­nes de con­fian­za con las ins­ti­tu­cio­nes. En suma, lubri­ca­ron la gobernabilidad.

Desa­fíos de los movi­mien­tos ante las polí­ti­cas sociales

En esta nue­va fase son los movi­mien­tos los que enfren­tan un pro­ble­ma nue­vo, para el que no esta­ban pre­pa­ra­dos. La gober­na­bi­li­dad en el esce­na­rio nacio­nal, o regio­nal, está ancla­da, y pre­fi­gu­ra­da, en miles de micro­es­pa­cios, y la una no podrá com­pren­der­se sin la otra. La rela­ción entre los gobier­nos pro­gre­sis­tas de la región sud­ame­ri­ca­na y los movi­mien­tos socia­les de nue­vo cuño, pasa nece­sa­ria­men­te por esos espa­cios y esos terri­to­rios don­de el mode­lo ins­pi­ra­do en el Con­sen­so de Washing­ton resul­tó depre­da­dor del víncu­lo social. Por­que la legi­ti­mi­dad de los gobier­nos no se jue­ga prin­ci­pal­men­te en el terreno de las polí­ti­cas macro, menos aún en el de los dere­chos uni­ver­sa­les, sino en su papel como pro­vee­dor de bien­es­tar de la pobla­ción (Chat­ter­jee, 2007). Fue pre­ci­sa­men­te en el perío­do de la emer­gen­cia, al mos­trar­se capaz de garan­ti­zar por lo menos la ali­men­ta­ción bási­ca dia­ria de millo­nes de pobres y empo­bre­ci­dos, cuan­do el Esta­do argen­tino comen­zó a remon­tar la agu­da des­le­gi­ti­ma­ción pro­vo­ca­da por la últi­ma dic­ta­du­ra mili­tar (1976−1982) y por una déca­da de neo­li­be­ra­lis­mo depre­da­dor (1990−2000). Otros esta­dos cose­chan su legi­ti­mi­dad, en gran medi­da, tam­bién por los resul­ta­dos de sus polí­ti­cas sociales.

El pro­ble­ma mayor que enfren­tan los movi­mien­tos naci­dos en la últi­ma déca­da, es que el mode­lo neo­li­be­ral, o más pre­ci­sa­men­te la acu­mu­la­ción por des­po­se­sión y el extrac­ti­vis­mo, está lejos de haber sido supe­ra­do. En toda la región este mode­lo se ha pro­fun­di­za­do agra­van­do las con­tra­dic­cio­nes socia­les y ambien­ta­les, gene­ran­do lo que el soció­lo­go bra­si­le­ño Fran­cis­co de Oli­vei­ra defi­ne como “hege­mo­nía al revés” (De Oli­vei­ra, 2007). En su opi­nión, lejos de aco­tar la auto­no­mía del mer­ca­do, el gobierno Lula siguió la sen­da abier­ta por los pre­si­den­tes Fer­nan­do Collor (1990−1992) y Fer­nan­do Hen­ri­que Car­do­so (1995- 2003), ya que “sólo ha aumen­ta­do la auto­no­mía del capi­tal, reti­ran­do a las cla­ses tra­ba­ja­do­ra y a la polí­ti­ca cual­quier posi­bi­li­dad de dis­mi­nuir al des­igual­dad social y aumen­tar la par­ti­ci­pa­ción demo­crá­ti­ca” (De Oli­vei­ra, 2009). El mode­lo neo­li­be­ral sigue fun­cio­nan­do pero ya no gira en torno a las pri­va­ti­za­cio­nes, la aper­tu­ra eco­nó­mi­ca y las des­re­gu­la­cio­nes, sino que se ha vol­ca­do en la apro­pia­ción de los bie­nes comu­nes. En todo caso, la des­igual­dad sigue cre­cien­do pese a las polí­ti­cas socia­les (que en Bra­sil repre­sen­tan ape­nas el 1% del PIB), los ban­cos tie­nen las mayo­res ganan­cias de su his­to­ria y el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co se basa en expor­ta­cio­nes de com­mo­di­ties agro­pe­cua­rias y mine­ral de hie­rro, en una suer­te de repri­ma­ri­za­ción de la estruc­tu­ra pro­duc­ti­va del país. Es el camino que siguen los paí­ses de la región, más allá de las fuer­zas polí­ti­cas encar­ga­das de admi­nis­trar el gobierno.

Las polí­ti­cas socia­les acom­pa­ñan y “com­pen­san” la pro­fun­di­za­ción del mode­lo neo­li­be­ral. Han con­se­gui­do la prác­ti­ca des­apa­ri­ción de los movi­mien­tos socia­les pero, por sobre todo, con­si­guen des­po­li­ti­zar la pobre­za y la des­igual­dad al trans­for­mar­las “en pro­ble­mas de admi­nis­tra­ción” (De Oli­vei­ra, 2007). Los deba­tes en torno a la pobre­za demues­tran la jus­te­za de esta apre­cia­ción, ya que apa­re­cen cen­tra­dos en cues­tio­nes téc­ni­cas y ope­ra­ti­vas en las que se eva­po­ran los con­cep­tos de opre­sión y explo­ta­ción y las cau­sas estruc­tu­ra­les de la des­igual­dad. La simul­tá­nea pro­fun­di­za­ción del mode­lo neo­li­be­ral y la exten­sión de pro­gra­mas socia­les como Bol­sa Fami­lia, nos colo­ca fren­te a un fenó­meno nue­vo, que exi­ge nue­vas refle­xio­nes. De Oli­vei­ra sos­tie­ne que los pro­gra­mas socia­les no están inte­gran­do a las cla­ses domi­na­das, como sos­tie­nen muchos ana­lis­tas, sino ape­nas mejo­ran­do sus ingre­sos. El nue­vo esce­na­rio, des­de el triun­fo elec­to­ral de Lula en 2002, impo­ne repen­sar el arse­nal teó­ri­co con el que se abor­da la realidad.

Sos­tie­ne que las cla­ses domi­na­das han con­se­gui­do la direc­ción de la socie­dad, pero al pre­cio de legi­ti­mar el capi­ta­lis­mo salvaje:

Esta­mos fren­te a una nue­va domi­na­ción: los domi­na­dos rea­li­zan la “revo­lu­ción moral” –derro­ta del apartheid en Sudá­fri­ca; elec­ción de Lula y Bol­sa Fami­lia en Bra­sil- que se trans­for­ma, y se defor­ma, en capi­tu­la­ción ante la explo­ta­ción desen­fre­na­da. En los tér­mi­nos de Marx y Engels, de la ecua­ción “fuerza+consentimiento” que con­for­ma la hege­mo­nía, des­apa­re­ce el ele­men­to “fuer­za”. Y el con­sen­ti­mien­to se trans­for­ma en su con­tra­rio: no son más los domi­na­dos los que con­sien­ten su pro­pia explo­ta­ción. Son los domi­nan­tes –los capi­ta­lis­tas y el capi­tal- quie­nes con­sien­ten en ser polí­ti­ca­men­te con­du­ci­dos por los domi­na­dos, a con­di­ción de que la “direc­ción moral” no cues­tio­ne la for­ma de explo­ta­ción capi­ta­lis­ta. Es una revo­lu­ción epis­te­mo­ló­gi­ca para la cual aún no tene­mos la herra­mien­ta teó­ri­ca ade­cua­da. Nues­tra heren­cia mar­xis­ta grams­cia­na pue­de ser el pun­to de par­ti­da, pero ya no es el pun­to de lle­ga­da (De Oli­vei­ra, 2007).

Para los movi­mien­tos es el peor esce­na­rio ima­gi­na­ble, si se pien­sa en tér­mi­nos de lar­ga dura­ción y de eman­ci­pa­ción. Que las cla­ses domi­nan­tes acep­ten ser gober­na­das por quie­nes se pro­cla­man como repre­sen­tan­tes de los de aba­jo, es, por un lado, el pre­cio que debie­ron pagar ante la irrup­ción masi­va de ese aba­jo orga­ni­za­do en movimientos21. Supo­ne, en para­le­lo, un cam­bio cul­tu­ral de lar­ga dura­ción en la rela­ción entre domi­nan­tes y domi­na­dos, sobre todo en aque­llos paí­ses –la mayor par­te de los de la región- don­de ha gober­na­do una oli­gar­quía for­ma­da duran­te el perío­do colo­nial que ha mos­tra­do hon­do des­pre­cio por los sec­to­res populares.

Has­ta el momen­to exis­ten esca­sos deba­tes sobre esta nue­va reali­dad. La mayor par­te de los movi­mien­tos y de los inte­lec­tua­les de izquier­da siguen empe­ña­dos en visua­li­zar a los gobier­nos pro­gre­sis­tas como el mal menor, ante el temor de la res­tau­ra­ción de las dere­chas con­ser­va­do­ras, con las cua­les algu­nas izquier­das tie­nen cada vez menos dife­ren­cias. El pro­ble­ma podría for­mu­lar­se, como lo hace el Gru­po Acon­te­ci­mien­to, de la siguien­te mane­ra: “¿Cómo ope­rar en el inte­rior de un cam­po en el que con­vi­ven el deseo de inven­tar ‑aquí y aho­ra- una nue­va radi­ca­li­dad polí­ti­ca y, al mis­mo tiem­po, ver­nos cons­tan­te­men­te obli­ga­dos a que­dar por fue­ra de los pro­ce­sos que se nos plan­tean día a día?” (Gru­po Acon­te­ci­mien­to, 2009, 7).

Para supe­rar esta difí­cil situa­ción, que algu­nos cali­fi­can como “impas­se” (Colec­ti­vo Situa­cio­nes, 2009), los movi­mien­tos y el pen­sa­mien­to crí­ti­co debe­rían enca­rar cua­tro desa­fíos inelu­di­bles, que paso a comentar.

1) El tipo de régi­men polí­ti­co que corres­pon­de a un perío­do sig­na­do por la acu­mu­la­ción por des­po­se­sión y el mode­lo extrac­ti­vis­ta no es el mis­mo que corres­pon­dió al perío­do de sus­ti­tu­ción de impor­ta­cio­nes y al desa­rro­llo indus­trial que per­mi­tie­ron cons­truir un Esta­do del Bien­es­tar, aún con todas las limi­ta­cio­nes que tuvo en Amé­ri­ca Lati­na. Vivi­mos bajo regí­me­nes elec­to­ra­les que per­mi­ten la rota­ción de los equi­pos diri­gen­tes pero blo­quean cam­bios estruc­tu­ra­les, sal­vo que exis­tan des­bor­des des­de aba­jo que impon­gan la bús­que­da de nue­vos mode­los. En suma, demo­cra­cias res­trin­gi­das, tute­la­das por el poder blan­do de los medios masi­vos de comu­ni­ca­ción que con­di­cio­nan y aco­tan la agen­da polí­ti­ca, y el poder duro del impe­rio, el capi­tal finan­cie­ro y las mul­ti­na­cio­na­les, que ame­na­zan con des­es­ta­bi­li­zar los gobier­nos que bus­can imple­men­tar cam­bios de fon­do. El Esta­do no podrá ser, por tan­to, la palan­ca prin­ci­pal de los cam­bios nece­sa­rios. Para que sean posi­bles, resul­ta indis­pen­sa­ble la irrup­ción de los sec­to­res popu­la­res orga­ni­za­dos en movimientos.

21 Exclu­yo los casos de Boli­via y Vene­zue­la don­de las cla­ses domi­nan­tes están vien­do afec­ta­dos sus intereses.

2) En la coyun­tu­ra actual, en sen­ti­do rigu­ro­so no pode­mos ya seguir hablan­do de movi­mien­tos socia­les sino de orga­ni­za­cio­nes socia­les. Estas se carac­te­ri­zan por la exis­ten­cia de jerar­quías inter­nas y divi­sión del tra­ba­jo entre quie­nes toman deci­sio­nes y los que las eje­cu­tan, que vie­nen a sus­ti­tuir los meca­nis­mos de demo­cra­cia direc­ta que carac­te­ri­zan a los movi­mien­tos. Estas orga­ni­za­cio­nes tie­nen ade­más pre­su­pues­tos fijos, fuen­tes de recur­sos regu­la­res, for­ma­ción polí­ti­ca y téc­ni­ca pro­pia, equi­pa­mien­tos y sec­tor admi­nis­tra­ti­vo, como par­te de la esta­ti­za­ción de la socie­dad civil (Ins­ti­tu­to Huma­ni­tas Uni­si­nos, 2009). Muchos movi­mien­tos que han sido for­ma­tea­dos por la coope­ra­ción inter­na­cio­nal y las polí­ti­cas socia­les pre­sen­tan un per­fil muy simi­lar, si no idén­ti­co, al de las ONGs con las que man­tie­nen flui­dos lazos y rela­cio­nes de depen­den­cia eco­nó­mi­ca e inte­lec­tual. Una de las con­se­cuen­cias es la pro­fe­sio­na­li­za­ción de los equi­pos diri­gen­tes de los movimientos.

No será posi­ble recu­pe­rar el pro­ta­go­nis­mo de los movi­mien­tos socia­les sin el retorno a las prác­ti­cas de base y una cla­ri­fi­ca­ción con­cep­tual que lle­ve a dese­char ideas inse­ri­das en el cuer­po social por la coope­ra­ción. O sea, el retorno al con­flic­to como eje estruc­tu­ra­dor de los movi­mien­tos y de su aná­li­sis y com­pren­sión de la reali­dad. El con­cep­to de socie­dad civil, a tra­vés del cual se tras­mi­te la pro­pues­ta polí­ti­ca de tra­ba­jar por una socie­dad armó­ni­ca inte­gra­da por acto­res que bus­can el con­sen­so y ope­ran a tra­vés de él, es uno de los varios lega­dos de la coope­ra­ción (Pérez Bal­to­dano, 2006).

3) Es nece­sa­rio com­pren­der las polí­ti­cas socia­les no como “con­quis­tas” sino como la for­ma de gober­nar y con­te­ner a los pobres para per­mi­tir la pri­va­ti­za­ción de los bie­nes comu­nes. El actual mode­lo extrac­ti­vis­ta no es sos­te­ni­ble sin polí­ti­cas socia­les por­que inhi­be la dis­tri­bu­ción de ren­ta, exclu­ye a amplios sec­to­res de la pobla­ción ya que no nece­si­ta ni tra­ba­ja­do­res ni con­su­mi­do­res, es pola­ri­za­dor y fomen­ta la mili­ta­ri­za­ción de los espa­cios que con­tro­la. Pro­pon­go que las polí­ti­cas socia­les sean enten­di­das como un nue­vo pan­óp­ti­co, como el modo de con­trol y dis­ci­pli­na­mien­to a cie­lo abier­to de las muche­dum­bres que se api­ñan en las peri­fe­rias urba­nas. El pro­ble­ma más gra­ve, que a menu­do obtu­ra la com­pren­sión del dis­po­si­ti­vo, es que las mallas de la domi­na­ción están teji­das aho­ra con las mis­mas hebras que sus­ten­ta­ron la resis­ten­cia: los movi­mien­tos tro­que­la­dos como organizaciones.

4) El pun­to final, el más com­ple­jo y polé­mi­co, es el que deri­va del aná­li­sis que hace De Oli­vei­ra: la polí­ti­ca es sus­ti­tui­da por la admi­nis­tra­ción, el con­flic­to por el con­sen­so, dis­mi­nu­ye la par­ti­ci­pa­ción demo­crá­ti­ca pero aumen­ta la auto­no­mía del capi­tal. “El lulis­mo es una regre­sión polí­ti­ca, la van­guar­dia del atra­so y el atra­so de la van­guar­dia” (De Oli­vei­ra, 2009). Exclu­yen­do una vez más los casos de Boli­via y Vene­zue­la, resul­ta impe­rio­so cla­ri­fi­car de qué se tra­ta, des­de una mira­da de lar­ga dura­ción y des­de la ten­sión por la eman­ci­pa­ción social, este con­jun­to de pro­ce­sos que hemos deno­mi­na­do como “gobier­nos pro­gre­sis­tas”. Si mira­mos la reali­dad des­de las urgen­cias de los más pobres y des­de las rela­cio­nes inter­es­ta­ta­les, con espe­cial aten­ción en la rela­ción con Esta­dos Uni­dos, no cabe duda que estos gobier­nos son un paso ade­lan­te. Pero si los obser­va­mos en pers­pec­ti­va, posan­do la mira­da en la con­ti­nui­dad de un mode­lo que pri­va­ti­za los bie­nes comu­nes y pola­ri­za las socie­da­des pro­fun­di­zan­do la exclu­sión, el resul­ta­do apa­re­ce mucho menos claro.

Peor aún si nos fija­mos en la pér­di­da de poder de los opri­mi­dos, que en estos años han vis­to eva­po­rar­se la poten­cia de sus orga­ni­za­cio­nes y son cada vez más depen­dien­tes de las ayu­das esta­ta­les para sobre­vi­vir, por­que sus terri­to­rios –rura­les y urba­nos- han sido ocu­pa­dos por el capi­tal finan­cie­ro en las diver­sas for­mas que asu­me de espe­cu­la­ción inmo­bi­lia­ria, apro­pia­ción y des­truc­ción de la natu­ra­le­za. En el hori­zon­te, no apa­re­cen aún sig­nos de reac­ti­va­ción del con­flic­to como señal de que los de aba­jo están recu­pe­ran­do su capa­ci­dad de actuar políticamente.

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