La Unión Euro­pea según las FARC-EP

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A menu­do escu­cha­mos que la Unión Euro­pea (UE) es una libre aso­cia­ción polí­ti­ca y eco­nó­mi­ca de dere­cho entre paí­ses sobe­ra­nos. Tam­bién nos la han pre­sen­ta­do como la mate­ria­li­za­ción del sue­ño euro­peis­ta, pari­do des­pués de la Segun­da Gue­rra Mun­dial con la aglu­ti­na­ción, entre 1952 y 1973, del núcleo duro de la OTAN: Ale­ma­nia, Fran­cia, Ita­lia, Paí­ses Bajos, Bél­gi­ca y Rei­no Uni­do, entre otros, a los cua­les se suman en 1986 el Esta­do español.

En este artícu­lo brin­da­re­mos algu­nos ele­men­tos para enten­der, a mane­ra de apro­xi­ma­ción, qué es lo que se escon­de detrás de la mam­pa­ra del dis­cur­so euro-ofi­cia­lis­ta, y cuál es el papel estra­té­gi­co de los mal lla­ma­dos Esta­dos Uni­dos de Euro­pa en la cri­sis estruc­tu­ral, sis­té­mi­ca y de civi­li­za­ción que sacu­de al glo­bo terráqueo.

De entra­da es pre­ci­so des­men­tir la ver­sión según la cual la Unión Euro­pea, sur­gi­da for­mal­men­te el 7 febre­ro de 1992 con el Tra­ta­do de Maas­tricht, será sim­ple y lla­na­men­te la natu­ral evo­lu­ción de sus ante­ce­den­tes, es decir la Comu­ni­dad Euro­pea del Car­bón y del Ace­ro (CECA, 1951), y la Comu­ni­dad Eco­nó­mi­ca Euro­pea (CEE, 1957). En reali­dad, el sur­gi­mien­to de la UE y la con­fi­gu­ra­ción anti­de­mo­crá­ti­ca de sus pre­rro­ga­ti­vas, obje­ti­vos y alcan­ce, son ante todo el pro­duc­to de una nece­si­dad polí­ti­ca y eco­nó­mi­ca para las cla­ses domi­nan­tes euro­peas, en una eta­pa his­tó­ri­ca en la cual la supera­ción del for­dis­mo y del neo-key­ne­sia­nis­mo por un lado, con el ascen­so del neo­li­be­ra­lis­mo y el derrum­be del socia­lis­mo real por el otro, han mar­ca­do un cam­bio epo­cal en la com­po­si­ción del capital.

Sin duda un pro­ce­so his­tó­ri­co, el de la uni­fi­ca­ción euro­pea, pero que con la UE da un sal­to cua­li­ta­ti­vo que no hubie­ra sido posi­ble sin el con­sen­ti­mien­to de la poten­cia impe­ria­lis­ta loco­mo­to­ra de la OTAN, es decir los Esta­dos Uni­dos de Nor­te­amé­ri­ca. Aquí pode­mos enton­ces sacar una pri­me­ra con­clu­sión: si bien es cier­to que en las oli­gar­quías euro­peas, con par­ti­cu­lar refe­ren­cia a las fran­co-ale­ma­nas, hay ten­den­cias que apues­tan a dispu­tar­les mer­ca­dos y tran­sac­cio­nes a los grin­gos, la UE como estruc­tu­ra supra­na­cio­nal se supe­di­ta en su con­jun­to a los Esta­dos Uni­dos. Los cua­les, no casual­men­te, per­mi­tie­ron la con­for­ma­ción de la euro­zo­na, o sea un área de 16 paí­ses de los 28 que con­for­man la Unión con una mone­da úni­ca, menos com­pe­ti­ti­va fren­te al dolar en tér­mi­nos de expor­ta­cio­nes y estruc­tu­ral­men­te inade­cua­da e inca­paz de con­ten­der por la hege­mo­nía en los mer­ca­dos finan­cie­ros globales.

La impo­si­ción del Euro en 2002 ha más bien ace­le­ra­do la pér­di­da del poder adqui­si­ti­vo de las masas tra­ba­ja­do­ras euro­peas, acom­pa­ña­da de un pro­ce­so infla­cio­na­rio real que ha ele­va­do el cos­to de la vida; y se ha con­ver­ti­do en un man­tra, esgri­mi­do de mane­ra rít­mi­ca y repe­ti­ti­va por los tec­no­bu­ro­cra­tas de Bru­se­las, para jus­ti­fi­car tra­ta­dos y ajus­tes estruc­tu­ra­les que han lle­va­do sufri­mien­to y deses­pe­ra­ción a millo­nes de hoga­res, endeu­da­dos y cata­pul­ta­dos hacia una iné­di­ta con­di­ción de pobre­za y exclu­sión social. Lo demues­tran el casi colap­so grie­go, la rece­sión con­so­li­da­da de Ita­lia, Espa­ña, Por­tu­gal e Irlan­da, y las mal dis­fra­za­das difi­cul­ta­des que expe­ri­men­tan pases como Fran­cia y Gran Bre­ta­ña, entre otros.

Lejos de ser una herra­mien­ta para vehi­cu­li­zar una sín­te­sis supe­rior de inte­gra­ción y coope­ra­ción entre nacio­nes y pue­blos, la euro­zo­na es una cami­sa de fuer­za que los opri­me, y un dis­po­si­ti­vo de con­ten­ción eco­nó­mi­co-finan­cie­ra fren­te a Rusia y Chi­na, enmar­ca­do en la manio­bra esta­dou­ni­den­se de cer­co y debi­li­ta­mien­to de sus adver­sa­rios estra­té­gi­cos. En nom­bre de la defen­sa del Euro se ha imple­men­ta­do la polí­ti­ca dra­co­nia­na del equi­li­brio de pre­su­pues­to, que impo­ne a los Esta­dos miem­bros la apli­ca­ción de des­me­di­dos recor­tes del gas­to social en aras de garan­ti­zar una rela­ción déficit/​PIB infe­rior al 3%, so pena de seve­ras san­cio­nes. Y se han imple­men­ta­do medi­das como el Pac­to Fis­cal Euro­peo y el Meca­nis­mo Euro­peo de Esta­bi­li­dad, ver­da­de­ras san­gui­jue­las que for­ta­le­cen la dimen­sión supra­na­cio­nal de los pará­me­tros tri­bu­ta­rios y finan­cie­ros a apli­car a nivel nacional.

Y aquí va la segun­da con­clu­sión: las tan cacarea­das moder­ni­za­ción y efi­cien­cia de las eco­no­mías, supues­ta­men­te deri­va­das del ingre­so a la euro­zo­na, y los pro­me­ti­dos bien­es­tar y opor­tu­ni­da­des para todos, no han pasa­do de ser una qui­me­ra. Ade­más, todos los pla­nes de sal­va­ta­je o res­ca­te finan­cie­ro, que han bene­fi­cia­do a los ban­cos y a los espe­cu­la­do­res de la bol­sa, han fra­ca­sa­do pues­to que no van más allá de repro­du­cir las con­di­cio­nes macro­eco­nó­mi­cas que deto­na­ron la cri­sis. Los paí­ses euro­peos, con la excep­ción de la loco­mo­to­ra ale­ma­na, han cedi­do cuo­tas enor­mes de su sobe­ra­nía nacio­nal en lo polí­ti­co, eco­nó­mi­co y mili­tar. No han des­pla­za­do el lugar de la toma de deci­sio­nes de los legis­la­ti­vos inter­nos (ya de por sí con­ver­ti­dos en rei­nos de lobbys de fili­bus­te­ros y mer­ca­de­res) al Par­la­men­to de Estras­bur­go, que cum­ple el paté­ti­co papel de refren­dar y legi­ti­mar las deter­mi­na­cio­nes de los pode­ro­sos con leyes ela­bo­ra­das de ante­mano, sino que han entre­ga­do dichas facul­ta­des a la lla­ma­da troi­ka, con­for­ma­da por el Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal, la Ban­ca Cen­tral Euro­pea y la Comi­sión Europea.

Estos orga­nis­mos son los que tra­zan las polí­ti­cas y pla­nes que reper­cu­ten sobre la vida de cen­te­na­res de millo­nes de per­so­nas, y que los gobier­nos nacio­na­les de turno deben eje­cu­tar indefectiblemente.

Ter­ce­ra con­clu­sión: los casi 500 millo­nes de euro­peos no par­ti­ci­pan en la cons­truc­ción de su pre­sen­te y futu­ro eli­gien­do tal o cual par­ti­do, este o aquel euro­dipu­tado. Detrás del mal­tre­cho espe­jis­mo del ejer­ci­cio demo­crá­ti­co, son piso­tea­dos dia­ria­men­te por una ros­ca de clep­tó­cra­tas que hipo­te­can el des­tino de pue­blos ente­ros. La Unión Euro­pea es un com­pen­dio dic­ta­to­rial al ser­vi­cio del gran capi­tal finan­cie­ro trans­na­cio­na­li­za­do, con voca­ción impe­ria­lis­ta y gue­rre­ris­ta, como lo rati­fi­can sus inter­ven­cio­nes de dis­tin­to tipo en Áfri­ca, Medio Orien­te, Amé­ri­ca Lati­na y Este europeo.

Tra­ba­ja­do­res, des­em­plea­dos, estu­dian­tes, cam­pe­si­nos, migran­tes, movi­mien­tos socia­les y amplios sec­to­res de cla­se media pau­pe­ri­za­da se movi­li­zan y luchan cada día más con­tra la heca­tom­be social a la que la euro­dic­ta­du­ra los quie­re con­de­nar. Lo hacen muchas veces de mane­ra des­or­ga­ni­za­da, no coor­di­na­da, pre-polí­ti­ca, sin un pro­yec­to revo­lu­cio­na­rio cla­ro y com­par­ti­do y sin las herra­mien­tas nece­sa­rias para des­ple­gar­lo. Esas pro­tes­tas y resis­ten­cias, que ade­más se desa­rro­llan en esce­na­rios nacio­na­les y terri­to­ria­les bas­tan­te hete­ro­gé­neos, sufren toda­vía el cli­ma de ambi­gue­dad ideo­ló­gi­ca con res­pec­to a la supues­ta posi­bi­li­dad de refor­mar y huma­ni­zar el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, lo que en la situa­ción con­cre­ta de la que esta­mos escri­bien­do se tra­du­ce en la ilu­sión de poder demo­cra­ti­zar en sen­ti­do pro­gre­sis­ta a la UE, decli­nán­do­la a par­tir de una mayor pre­sen­cia de la izquier­da en el europarlamento.

No obs­tan­te, cre­ce la per­cep­ción de que para no caer en el abis­mo hay que dar un paso al fren­te, cues­tio­nan­do a la Unión Euro­pea, no para endul­zar­la, sino para des­ar­ti­cu­lar­la a par­tir de la recu­pe­ra­ción de la sobe­ra­na nacio­nal y popu­lar, el no pago de la deu­da median­te el default y la nacio­na­li­za­ción de ban­cos y empre­sas estra­té­gi­cas para poner­los a fun­cio­nar en bene­fi­cio del pue­blo tra­ba­ja­dor. Imple­men­tan­do algu­nas medi­das de emer­gen­cia como las men­cio­na­das, por par­te de gobier­nos de blo­que popu­lar, pue­de ser posi­ble sen­tar las bases de la lucha, ardua y titá­ni­ca pero más nece­sa­ria que nun­ca, por el socialismo

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