El femi­ci­dio: ¿qué mue­ve al agre­sor a qui­tar­nos la vida?- Eli­da Apon­te Sánchez

Lo que mue­ve al suje­to agre­sor a segar­le o qui­tar­le la vida a la mujer víc­ti­ma, en el caso del femi­ci­dio, es el odio. El ase­sino odia a la mujer. Dicho en otras pala­bras, lo que nutre al femi­ci­da para eje­cu­tar su acto cri­mi­nal es el odio naci­do de la miso­gi­nia. El tér­mino miso­gi­nia está for­ma­do por la raíz grie­ga miseo, que sig­ni­fi­ca odiar y gyne, cuya tra­duc­ción seria mujer. De tal mane­ra que la miso­gi­nia es la acti­tud, el com­por­ta­mien­to de odio, de aver­sión y de des­pre­cio de algu­nos hom­bres hacia las mujeres.
El odio más lar­go de la his­to­ria, el más mile­na­rio, inclu­so, el más pla­ne­ta­rio es el odio a las muje­res. Tal vez varíe en sus for­mas, modas y cir­cuns­tan­cias, se verá for­ta­le­ci­do por las reli­gio­nes y las ideo­lo­gías pero se ha man­te­ni­do en la suce­sión de los tiem­pos argu­yen­do siem­pre la supues­ta infe­rio­ri­dad del ser feme­nino y ali­men­tán­do­se de una tra­di­ción de cul­tu­ra pre­sen­te en orien­te y en occi­den­te, en todos los sis­te­mas polí­ti­cos y en todos los tiem­pos. En este pun­to, es nece­sa­rio adver­tir que en algu­nos paí­ses el odio hacia las muje­res bien pue­de deno­mi­nar­se terro­ris­mo sexis­ta. Y en esa bar­ba­rie que se posi­cio­na con fuer­za sobre la faz de la tie­rra, todas las muje­res pode­mos ser víc­ti­mas, sin dife­ren­cia de edad, ideo­lo­gía polí­ti­ca, mili­tan­cia par­ti­dis­ta, con­di­ción social o eco­nó­mi­ca, ads­crip­ción reli­gio­sa y nacionalidad. 
El odio hacia la mujer que mue­ve al suje­to agre­sor en cual­quie­ra de sus moda­li­da­des y tam­bién, al femi­ci­da, no se detie­ne. Es un pro­ce­so que tal vez comen­zó con una mira­da de des­pre­cio o con una fra­se apa­ren­te­men­te sin tras­cen­den­cia como aque­lla de: «que estú­pi­da eres» y que fue toman­do cuer­po, al pun­to que ni la razón ni los esme­ra­dos com­por­ta­mien­tos pudie­ron modi­fi­car­lo. Sólo la ley y 1a actua­ción opor­tu­na y efi­cien­te de la socie­dad, de las ins­ti­tu­cio­nes y del Esta­do mis­mo, com­pro­me­ti­dos a fon­do con la pre­ven­ción, la san­ción, 1a eli­mi­na­ción y la erradicaci6n de la vio­len­cia machis­ta pue­den evi­tar el des­en­la­ce fatal que no es otro que el ase­si­na­to de esa mujer. Por­que para el suje­to agre­sor la mujer no es una per­so­na, no es un ser humano, es una COSA, un OBJETO del cua1 él pue­de dis­po­ner a su anto­jo. Por eso la des­ca­li­fi­ca, la insul­ta, la veja, la des­acre­di­ta, la aco­sa, la tra­fi­ca, la pros­ti­tu­ye, la vio­la, la inju­ria, la difa­ma, la calum­nia, la muti­la, la gol­pea, la ridi­cu­li­za, la ven­de y has­ta la mata.

Es nece­sa­rio com­pren­der empá­ti­ca­men­te. Es decir, poner­nos en el lugar de la mujer víc­ti­ma de vio­len­cia, no impor­tan­do el sitio geo­grá­fi­co don­de tales hechos se come­tan. Por­que el femi­ci­da y, en gene­ral, el hom­bre agre­sor, no le pre­gun­ta a la mujer antes de qui­tar­le la vida, si per­te­ne­ce a tal o cual par­ti­do polí­ti­co, a tal o cual ideo­lo­gía, a tal o cual cla­se social, si tie­ne o no algún títu­lo uni­ver­si­ta­rio, si es cris­tia­na, judía o musul­ma­na. Tam­po­co lo hará antes de vio­lar­la, ni de mal­tra­tar­la sico1ógica o físicamente.

Las muje­res debe­mos rei­vin­di­car nues­tra her­man­dad. Somos sores, her­ma­nas y es nece­sa­rio estar uni­das en la diver­si­dad y en la adver­si­dad. La soro­ri­dad supo­ne res­pe­tar­nos, visi­bi­li­zar­nos y reco­no­cer­nos. Este evan­ge­lio femi­nis­ta que debe amal­ga­mar al pue­blo-mujer es el len­gua­je que nos per­mi­te com­pren­der que una mujer víc­ti­ma de vio­len­cia machis­ta en Peta­re, en la Sie­rra de Peri­já, en la Gua­ji­ra, en Colom­bia, en Afga­nis­tán, en Fran­cia, en Boli­via, en Gua­te­ma­la, en Chi­na, en Pakis­tán, en Rusia, en Espa­ña, en Cuba o en Nor­te­amé­ri­ca son vic­ti­mas todas de una ideo­lo­gía uni­ver­sal: el patriar­ca­do y de sus varias mani­fes­ta­cio­nes: el machis­mo, el sexis­mo, el andro­cen­tris­mo, etc. Y noso­tras, todas noso­tras, todas las muje­res en todos los paí­ses esta­mos obli­ga­das a hacer cau­sa común, aglu­ti­nan­te, mili­tan­te y uni­ver­sal para pre­ve­nir, san­cio­nar, eli­mi­nar y erra­di­car esa gue­rra decla­ra­da con­tra noso­tras que se ha posi­cio­na­do como el pri­mer pro­ble­ma de salud públi­ca y de segu­ri­dad de nues­tros países.

La igual­dad ple­na, sus­tan­ti­va o con­cre­ta de las muje­res y los hom­bres, con su corre­la­ti­vo ines­cin­di­ble que es la erra­di­ca­ción de la dis­cri­mi­na­ción de las muje­res y de la bar­ba­rie machis­ta es el pos­tu­la­do fun­da­men­tal de la demo­cra­cia: par­ti­ci­pa­ti­va, pro­ta­gó­ni­ca y pari­ta­ria. Es lo pro­pues­to en la revo­lu­ción boli­va­ria­na y si la revo­lu­ción boli­va­ria­na fra­ca­sa en ese pro­pó­si­to, será una revo­lu­ción inau­tén­ti­ca, inaca­ba­da. Una expe­rien­cia de medio camino que his­tó­ri­ca­men­te se ha expe­ri­men­ta­do tan­to con las revo­lu­cio­nes libe­ra­les, cual fue el caso de la Revoluci6n Fran­ce­sa, como con las revo­lu­cio­nes de izquier­da (inclu­so comu­nis­tas), entre las cua­les Chi­na y la revo­lu­ción sovié­ti­ca pudie­ran ser­vir de ejemplo.

En este pro­pó­si­to, los hom­bres no agre­so­res tie­nen la mis­ma obli­ga­ción polí­ti­ca, éti­ca e his­tó­ri­ca de cons­truir con noso­tras la autén­ti­ca huma­ni­dad que recla­ma­mos. Y ello no es algo cos­mé­ti­co. No es moda ni eslo­gan, ni libre­to de algu­na esce­na tea­tral, len­gua­je polí­ti­ca­men­te correc­to, pos­tu­ra ante la cáma­ra tele­vi­si­va o pro­pa­gan­da de algu­na fran­qui­cia: Es VIDA.

Es la lucha con­jun­ta de las muje­res y los hom­bres por la ver­da­de­ra vida, por­que, ten­gá­mos­lo siem­pre pre­sen­te: “LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER, MATA”. ¿Y aca­so pue­de exis­tir la huma­ni­dad sin nosotras?.

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