Dis­cur­so de J. Sta­lin: “Lenin: El águi­la de las montañas”

Dis­cur­so ante la Escue­la Mili­tar del Krem­lin, el 28 de enero de 1924

LENIN(2)(3)(4)Cama­ra­das: Me han comu­ni­ca­do que habéis orga­ni­za­do un home­na­je dedi­ca­do a la memo­ria de Lenin, y que yo era uno de los ora­do­res invi­ta­dos. Creo que no es menes­ter hacer una expo­si­ción sis­te­ma­ti­za­da de las acti­vi­da­des de Lenin. Entien­do pre­fe­ri­ble limi­tar­me a una serie de hechos que hagan resal­tar cier­tas pecu­lia­ri­da­des de Lenin como hom­bre y como polí­ti­co. Qui­zás no exis­te una rela­ción inter­na entre estos hechos, mas esto no pue­de tener una impor­tan­cia deci­si­va para quien se quie­ra for­mar una idea gene­ral sobre Lenin. En cual­quier caso, pocas posi­bi­li­da­des ten­go, en este momen­to, de daros más de lo que aca­bo de prometer.

El águi­la de las montañas

Cono­cí a Lenin por vez pri­me­ra en 1903. Cier­ta­men­te, este cono­ci­mien­to no fue per­so­nal, sino por corres­pon­den­cia. Dejó en mi, por aquel enton­ces, una mar­ca inde­le­ble que no se apa­gó en todo el tiem­po que ven­go tra­ba­jan­do en el Par­ti­do. Me encon­tra­ba enton­ces en Sibe­ria, depor­ta­do. Al cono­cer el tra­ba­jo revo­lu­cio­na­rio de Lenin en los últi­mos años del siglo XIX y, sobre todo, des­pués de 1901, tras la publi­ca­ción de Iskra, me con­ven­cí de que tenía­mos en Lenin un hom­bre extra­or­di­na­rio. No era enton­ces, a mi pare­cer, un sim­ple jefe de Par­ti­do; era un ver­da­de­ro crea­dor, por­que solo él com­pren­día la pro­pia natu­ra­le­za y las nece­si­da­des urgen­tes de nues­tro Par­ti­do. Cuan­do lo com­pa­ra­ba con los otros jefes de nues­tro Par­ti­do, pen­sa­ba siem­pre que los com­pa­ñe­ros de lucha de Lenin –Ple­ja­nov, Már­tov, Axel­rod y otros- esta­ban muy por deba­jo de él; que Lenin, en com­pa­ra­ción con ellos, no era sim­ple­men­te uno de los diri­gen­tes, sino un jefe de tipo supe­rior, un águi­la de las mon­ta­ñas, sin mie­do en la lucha y con­du­cien­do audaz­men­te el Par­ti­do hacia ade­lan­te, por el camino enton­ces inex­plo­ra­do del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio ruso. Esta impre­sión aca­bó por pene­trar tan pro­fun­da­men­te en mi espí­ri­tu, que sen­tí la nece­si­dad de escri­bir sobre esto a un ínti­mo ami­go mío, emi­gra­do en el extran­je­ro, pidién­do­le su opi­nión. Al cabo de algún tiem­po, cuan­do ya esta­ba depor­ta­do en Sibe­ria –a fina­les de 1903- reci­bí una res­pues­ta entu­sias­ta de mi ami­go, una car­ta sim­ple pero pro­fun­da, escri­ta por Lenin, a quien mi ami­go mos­tró mi pro­pia car­ta. La misi­va de Lenin era rela­ti­va­men­te cor­ta, pero con­te­nía una crí­ti­ca audaz y valien­te de las acti­vi­da­des prác­ti­cas de nues­tro Par­ti­do, así como una expo­si­ción mag­ní­fi­ca­men­te cla­ra y con­ci­sa de todo el plan de tra­ba­jo del Par­ti­do para el futu­ro pró­xi­mo. Solo Lenin sabía escri­bir sobre las cues­tio­nes más com­ple­jas con tan­ta sim­pli­ci­dad y cla­ri­dad, con­ci­sión y auda­cia, que sus fra­ses no pare­cían que habla­ban, sino que dis­pa­ra­ban. Esta peque­ña car­ta, cla­ra y audaz, me con­ven­ció toda­vía más de que tenia­mos en Lenin al águi­la de las mon­ta­ñas de nues­tro Par­ti­do. No pue­do per­do­nar­me tener que haber que­ma­do aque­lla car­ta de Lenin, así como muchas otras, siguien­do la cos­tum­bre del vie­jo mili­tan­te en la ilegalidad.

Datan de aquel momen­to mis rela­cio­nes con Lenin.

La modes­tia

Me encon­tré por vez pri­me­ra con Lenin en diciem­bre de 1905, en la Con­fe­ren­cia bol­che­vi­que de Tamer­fors (Fin­lan­dia). Aguar­da­ba ver al águi­la de nues­tro Par­ti­do, el gran hom­bre, gran­de no solo des­de el pun­to de vis­ta polí­ti­co, sino tam­bién, des­de el pun­to de vis­ta físi­co, por­que ima­gi­na­ba a Lenin como un gigan­te de pos­tu­ra impo­nen­te y majes­tuo­sa. Fue muy gran­de mi decep­ción cuan­do vi a un hom­bre com­ple­ta­men­te común, de esta­tu­ra menor que la media, y que no se dife­ren­cia­ba en nada, abso­lu­ta­men­te en nada, de los demás mortales …

La cos­tum­bre dice que ‘un gran hom­bre’ debe lle­gar tar­de a las reunio­nes, mien­tras los asis­ten­tes aguar­dan su apa­ri­ción con cora­zón ansio­so; que cuan­do el gran hom­bre va a apa­re­cer, los miem­bros de la reu­nión avi­san: pss …, ¡silen­cio, ya vie­ne! Sabía que este cere­mo­nial no era super­fluo, que ins­pi­ra­ba res­pe­to. Fue muy gran­de mi decep­ción cuan­do des­cu­bro que Lenin lle­ga­rá a la reu­nión antes que los dele­ga­dos y que, pasi­vo, enta­bló, sin nin­gu­na afec­ta­ción, la más banal de las char­las con los dele­ga­dos más modes­tos de la Con­fe­ren­cia. No nie­go que esto me pare­ció enton­ces una cier­ta vio­la­ción de algu­nas nor­mas imprescindibles.

Solo más tar­de com­pren­dí que esta sin­ce­ri­dad y esta modes­tia de Lenin, que este deseo de pasar des­aper­ci­bi­do, o, en todo caso, de no lla­mar la aten­ción, de no des­hon­rar su alta posi­ción, eran tra­zos que cons­ti­tuían uno de los pun­tos más fuer­tes de Lenin, como nue­vo jefe de las nue­vas masas, de las masas sin­ce­ras y comu­nes de las cama­das más bajas y pro­fun­das de la Humanidad.

La fuer­za de la lógica

Mag­ní­fi­cos fue­ron los dis­cur­sos que Lenin pro­nun­ció en esta Con­fe­ren­cia: sobre los pro­ble­mas del mun­do y sobre la cues­tión agraria.

Infe­liz­men­te, no fue­ron con­ser­va­dos. Fue­ron dis­cur­sos ins­pi­ra­dos, que encen­die­ron un cla­mo­ro­so entu­sias­mo en toda la Con­fe­ren­cia. La extra­or­di­na­ria fuer­za de con­vic­ción, la sin­ce­ri­dad y cla­ri­dad de los argu­men­tos, las fra­ses bre­ves e inte­li­gi­bles para todos, la fal­ta de osten­ta­ción, de ges­tos tea­tra­les y de fra­ses rim­bom­ban­tes dichas para pro­du­cir impre­sión; todo eso dis­tin­guía favo­ra­ble­men­te los dis­cur­sos de Lenin de los dis­cur­sos de los ora­do­res ‘par­la­men­ta­res’ comunes.

Pero no fue este aspec­to de los dis­cur­sos de Lenin el que más me impre­sio­nó enton­ces, sino la fuer­za inven­ci­ble de su lógi­ca, que, dicho cla­ra­men­te, se apro­pia­ba del audi­to­rio, elec­tri­zán­do­lo poco a poco para, ense­gui­da, aca­bar cau­ti­ván­do­lo, como se dice, sin reser­vas. Recuer­do que muchos dele­ga­dos decían: «La lógi­ca de los dis­cur­sos de Lenin es como ten­tácu­los pode­ro­sos que envuel­ven a la gen­te por todos los lados y de los cua­les no hay modo de esca­par: es mejor ren­dir­se que sufrir un com­ple­to fracaso».

Coin­ci­do en que esta par­ti­cu­la­ri­dad de los dis­cur­sos de Lenin es el aspec­to más fuer­te de su oratoria.

Sin llo­ri­queos

Encon­tré a Lenin por segun­da vez en 1904, en Esto­col­mo, en el Con­gre­so de nues­tro Par­ti­do. Se sabe que en este Con­gre­so los bol­che­vi­ques que­da­ron en mino­ría y sufrie­ron una derro­ta. Por vez pri­me­ra vi a Lenin en el papel de derro­ta­do. No se pare­cían en nada a esos jefes que, des­pués de una derro­ta, llo­ri­quean y pier­den los ner­vios. Al con­tra­rio, la derro­ta hizo que Lenin cen­tu­pli­ca­se su ener­gía. Ani­man­do a sus par­ti­da­rios para nue­vos com­ba­tes, para la vic­to­ria futu­ra. Hablo de la derro­ta de Lenin. Pero ¿cuál era su derro­ta? Era pre­ci­so ver a los adver­sa­rios de Lenin, los ven­ce­do­res del Con­gre­so de Esto­col­mo, Ple­ja­nov, Axel­rod, Mar­tov y los demás: no eran, ni de lejos, ver­da­de­ros ven­ce­do­res, por­que Lenin, con su crí­ti­ca impla­ca­ble del men­che­vis­mo, no les dejó, como se acos­tum­bra a decir, ni un hue­so ente­ro. Recuer­do como noso­tros, dele­ga­dos bol­che­vi­ques, des­pués de reu­nir­nos en un gru­po com­pac­to, obser­vá­ba­mos a Lenin pidién­do­le que nos acon­se­ja­se. En los dis­cur­sos de algu­nos dele­ga­dos se nota­ba el can­san­cio, el des­áni­mo. Recuer­do como Lenin, con­tes­tan­do aque­llos dis­cur­sos, mur­mu­ró entre dien­tes y en tono mordaz:

«No llo­ri­queen, cama­ra­das, ven­ce­re­mos sin duda algu­na por­que tene­mos razón».

El odio a los inte­lec­tua­les llo­ro­nes, la fe en las pro­pias fuer­zas, la fe en la vic­to­ria, de todo esto nos habla­ba enton­ces Lenin. Se per­ci­bía que la derro­ta de los bol­che­vi­ques era pasa­je­ra, que los bol­che­vi­ques ven­ce­rían en un futu­ro muy próximo.

«No llo­ri­queen en caso de derro­ta». Es pre­ci­sa­men­te este el aspec­to par­ti­cu­lar de la acti­vi­dad de Lenin que per­mi­tió agru­par a su alre­de­dor a un ejér­ci­to dedi­ca­do a la cau­sa has­ta el fin y hen­chi­do de fe en sus pro­pias fuerzas.

Sin pre­sun­ción

En el siguien­te Con­gre­so, en 1907, en Lon­dres, fue­ron los bol­che­vi­ques quie­nes obtu­vie­ron la vic­to­ria. Vi enton­ces a Lenin por pri­me­ra vez en el papel de ven­ce­dor. Gene­ral­men­te, la vic­to­ria embria­ga a cier­ta cla­se de jefes, hen­chi­dos de vani­dad, se vuel­ven pre­sun­tuo­sos. En la mayo­ría de estos casos, se ponen a can­tar vic­to­ria y a dor­mir en los lau­re­les. Pero Lenin no se ase­me­ja­ba en nada a esta cla­se de jefes. Al con­tra­rio, era pre­ci­sa­men­te tras la vic­to­ria cuan­do man­te­nía una vigi­lan­cia par­ti­cu­lar y per­ma­ne­cía en guar­dia. Recuer­do que Lenin repe­tía con insis­ten­cia a los delegados:

«Pri­me­ro, no dejar­se embria­gar por la vic­to­ria, ni tam­po­co enva­len­to­nar­se, segun­do, con­so­li­dar el éxi­to obte­ni­do; ter­ce­ro, aca­bar con el enemi­go, por­que solo está ven­ci­do, pero aun no está aniquilado».

Se bur­la­ba mor­daz­men­te de los dele­ga­dos que afir­ma­ban a la lige­ra que «se aca­bó para siem­pre con los men­che­vi­ques». No le era difí­cil demos­trar que los men­che­vi­ques tenían toda­vía raí­ces en el movi­mien­to obre­ro y que se debía com­ba­tir­los con habi­li­dad, evi­tan­do sobres­ti­mar las pro­pias fuer­zas y, sobre todo, menos­pre­ciar las del enemigo.

«No enva­len­to­nar­se con la vito­ria». Es este pre­ci­sa­men­te el tra­zo par­ti­cu­lar del cama­ra­da Lenin que le per­mi­tía obser­var con luci­dez las fuer­zas del enemi­go y ase­gu­rar al Par­ti­do con­tra cual­quier sorpresa.

Fide­li­dad a los principios

Los jefes de un par­ti­do no pue­den dejar de valo­rar la opi­nión de la mayo­ría de su par­ti­do. La mayo­ría es una fuer­za con la que un jefe no pue­de dejar de con­tar. Lenin lo com­pren­día tan bien como cual­quier otro diri­gen­te del Par­ti­do. Pero Lenin nun­ca fue pri­sio­ne­ro de la mayo­ría, sobre todo cuan­do esa mayo­ría no se apo­ya­ba sobre una base de prin­ci­pios. Hubo momen­tos en la his­to­ria de nues­tro Par­ti­do en los que la opi­nión de la mayo­ría o los intere­ses momen­tá­neos del Par­ti­do cho­ca­ban cn los intere­ses fun­da­men­ta­les del proletariado.

En estos casos, Lenin, sin vaci­lar, se ponía del lado de los prin­ci­pios con­tra la mayo­ría del Par­ti­do. Toda­vía más, no temía en casos seme­jan­tes inter­ve­nir lite­ral­men­te solo con­tra todos, pen­san­do, como decía a menu­do, que «una polí­ti­ca de prin­ci­pios es una polí­ti­ca cierta».

Los dos hechos siguien­tes son par­ti­cu­lar­men­te carac­te­rís­ti­cos en este sentido:

Pri­mer hecho: Fue duran­te el perío­do entre 1909 y 1911, cuan­do el Par­ti­do, des­he­cho por la con­tra­rre­vo­lu­ción, esta­ba en ple­na des­com­po­si­ción. Era el perío­do en el que nadie tenía fe en el Par­ti­do, en que no solo los inte­lec­tua­les, sino bue­na par­te de los obre­ros, deser­ta­ban en masa del Par­ti­do; perío­do en el que se repe­lía toda acti­vi­dad clan­des­ti­na, perío­do de liqui­da­cio­nis­mo y eli­mi­na­mien­to. No solo los men­che­vi­ques, tam­bién los bol­che­vi­ques esta­ban divi­di­dos enton­ces en una serie de frac­cio­nes y dis­tin­tas corrien­tes, des­li­ga­das en su mayo­ría del movi­mien­to obre­ro. Se sabe que fue pre­ci­sa­men­te en aquel perío­do can­do nació la idea de liqui­dar total­men­te las acti­vi­da­des clan­des­ti­nas del Par­ti­do, de orga­ni­zar a los obre­ros en un par­ti­do legal, liberal.

Lenin fue enton­ces el úni­co que no se dejó enga­ñar por el con­ta­gio y que man­tu­vo en alto la ban­de­ra del Par­ti­do, reu­nien­do, con una pacien­cia asom­bro­sa, con una ten­sión sin pre­ce­den­tes, las fuer­zas del Par­ti­do dis­per­sas y des­he­chas, com­ba­tien­do en el inte­rior del movi­mien­to obre­ro todas las ten­den­cias hos­ti­les al Par­ti­do, defen­dien­do el prin­ci­pio del Par­ti­do como un valor extra­or­di­na­rio y una per­se­ve­ran­cia increíble.

Se sabe que, más tar­de, Lenin salió ven­ce­dor de aque­lla lucha por el man­te­ni­mien­to del prin­ci­pio del Partido.

Segun­do hecho: Fue en el perío­do de 1914 a 1917, en ple­na gue­rra impe­ria­lis­ta, en el momen­to en el que todos los social­de­mó­cra­tas e socia­lis­tas, o casi todos, lle­va­dos por el deli­rio patrió­ti­co gene­ral, se pusie­ran al ser­vi­cio del impe­ria­lis­mo de sus paí­ses. Era el perío­do en el que la Segun­da Inter­na­cio­nal incli­na­ba sus ban­de­ras ante el Capi­tal, en el que inclu­si­ve hom­bres como Ple­ja­nov, Kauts­ki, Gues­de, etc., no resis­tie­ron ante la ola de chau­vi­nis­mo; Lenin fue enton­ces el úni­co hom­bre, o casi el úni­co, que empren­dió deci­si­va­men­te la lucha con­tra el social­cho­vi­nis­mo y el social­pa­ci­fis­mo, evi­den­ció la trai­ción de los Gues­de y de los Kauts­ki y estig­ma­ti­zó la inde­ci­sión de los ‘revo­lu­cio­na­rios’ que nada­ban entre dos aguas. Lenin com­pren­día que era segui­do por una insig­ni­fi­can­te mino­ría, pero para el águi­la no tenía una impor­tan­cia deci­si­va, por­que sabía que la úni­ca polí­ti­ca cier­ta, de cara al futu­ro, era la del inter­na­cio­na­lis­mo con­se­cuen­te; por­que sabía que la polí­ti­ca de prin­ci­pios era la úni­ca polí­ti­ca acertada.

Se sabe que en aque­lla lucha por una nue­va Inter­na­cio­nal, Lenin tam­bién salió vencedor.

«Una polí­ti­ca de prin­ci­pios es la úni­ca polí­ti­ca cier­ta». Tal era pre­ci­sa­men­te la fór­mu­la con la ayu­da de la cual Lenin asal­ta­ba las nue­vas posi­cio­nes ‘inex­pug­na­bles’, ganan­do para el mar­xis­mo revo­lu­cio­na­rio a los mejo­res ele­men­tos del proletariado.

La fe en las masas

Los teó­ri­cos y los jefes de par­ti­dos que conoz­can la his­to­ria de los pue­blos y que estu­dia­ron el méto­do, de prin­ci­pio a fin, de las revo­lu­cio­nes, algu­nas veces pade­cen una enfer­me­dad inde­co­ro­sa. Esta enfer­me­dad es el temor a las masas, la fal­ta de fe en el poder crea­dor de las masas, lo que, algu­nas veces, ori­gi­na en los jefes cier­to aris­to­cra­tis­mo en rela­ción a las masas poco ini­cia­das en la his­to­ria de las revo­lu­cio­nes, mas des­ti­na­das a des­truir lo vie­jo y cons­truir lo nue­vo. El temor de que los ele­men­tos se des­en­ca­de­nen, de que las masas ‘pue­dan demo­ler de más’, el deseo de repre­sen­tar el papel de amos, esfor­zán­do­se en ins­truir a las masas por medio de libros, pero sin el deseo de ins­truir­se jun­to a estas masas, este es el futu­ro de tal aristocratismo.

Lenin era com­ple­ta­men­te opues­to a seme­jan­tes jefes. No conoz­co nin­gún revo­lu­cio­na­rio que tuvie­ra una fe tan pro­fun­da como Lenin en las fuer­zas crea­do­ras del pro­le­ta­ria­do y en el acier­to revo­lu­cio­na­rio de su ins­tin­to de cla­se; no conoz­co nin­gún revo­lu­cio­na­rio que supie­ra como Lenin fla­ge­lar tan impla­ca­ble­men­te a los crí­ti­cos ultra­pe­dan­tes del ‘caos de la revo­lu­ción’ y de la ‘baca­nal de los actos espon­tá­neos de las masas’. Recuer­do como, duran­te una con­ver­sa­ción, Lenin repli­có sar­cás­ti­ca­men­te a un cama­ra­da que dijo que «des­pués de la revo­lu­ción debía esta­ble­cer­se un orden normal»:

«Es una des­gra­cia que los que desean ser revo­lu­cio­na­rios olvi­den que el orden más nor­mal en la his­to­ria es el de la revolución».

Por eso su des­pre­cio para con todos los que se com­por­ta­ban de un modo alti­vo con las masas e inten­ta­ban ins­truir­las por medio de libros. Es por esto por lo que Lenin repe­tía incan­sa­bel­men­te que era pre­ci­so apren­der con las masas, com­pren­der el sen­ti­do de sus accio­nes, estu­diar aten­ta­men­te la expe­rien­cia prác­ti­ca de su lucha.

La fe en las fuer­zas crea­do­ras de las masas: tal es el aspec­to par­ti­cu­lar de la acti­vi­dad de Lenin que le daba la posi­bi­li­dad de com­pren­der la sig­ni­fi­ca­ción del movi­mien­to espon­tá­neo de las masas y de orien­tar­lo por el camino de la revo­lu­ción proletaria.

El genio de la revolución

Lenin nació para la revo­lu­ción. Fue real­men­te el genio de las explo­sio­nes revo­lu­cio­na­rias y el gran maes­tro del arte de diri­gir las revo­lu­cio­nes. Nun­ca se sen­tía tan a gus­to, tan feliz como en la épo­ca de las con­mo­cio­nes revo­lu­cio­na­rias. Pero esto no quie­re decir, de nin­gún modo, que Lenin apro­ba­ra en la mis­ma medi­da toda con­mo­ción revo­lu­cio­na­ria, ni tan poco que se pro­nun­cia­ra siem­pre en cual­quier cir­cuns­tan­cia a favor de las explo­sio­nes revo­lu­cio­na­rias. De nin­gún modo.

Tan solo quie­re decir que la pers­pi­ca­cia genial de Lenin nun­ca se mani­fes­ta­ba con tan­ta ple­ni­tud, con tan­ta pre­ci­sión, como en los momen­tos de explo­sio­nes revo­lu­cio­na­rias. En los días de accio­nes revo­lu­cio­na­rias flo­re­cía lite­ral­men­te, adqui­ría el don de la doble visión, adi­vi­na­ba con anti­ci­pa­ción el movi­mien­to de las cla­ses y los vai­ve­nes de la revo­lu­ción como si los tuvie­se en la pal­ma de la mano. Se decía en el Par­ti­do con razón: «Ilitch sabe nadar en las ondas de la revo­lu­ción como pez en el agua».

Por eso la cla­ri­dad ‘asom­bro­sa’ de las pala­bras de orden tác­ti­cas de Lenin y la auda­cia ‘ver­ti­gi­no­sa’ de sus pla­nes revolucionarios.

Me vie­nen aho­ra a la memo­ria dos hechos par­ti­cu­lar­men­te carac­te­rís­ti­cos y que des­ta­can aque­lla par­ti­cu­la­ri­dad de Lenin.

Pri­mer hecho: Era la vís­pe­ra de la Revo­lu­ción de Octu­bre, cuan­do millo­nes de obre­ros, cam­pe­si­nos y sol­da­dos, empu­ja­dos por la cri­sis en la reta­guar­dia y en el fren­te, exi­gían la paz y la liber­tad; cuan­do los gene­ra­les de la bur­gue­sía pre­pa­ra­ban la ins­tau­ra­ción de una dic­ta­du­ra mili­tar, con el obje­ti­vo de lle­var la gue­rra ‘has­ta el fin’; cuan­do toda la supues­ta ‘opi­nión públi­ca’ y todos los supues­tos ‘par­ti­dos socia­lis­tas’ eran hos­ti­les a los bol­che­vi­ques y los cali­fi­ca­ban de ‘espías ale­ma­nes’; cuan­do Kerensky ten­ta­ba hun­dir al Par­ti­do de los bol­che­vi­ques en la ile­ga­li­dad y ya lo con­si­guió en par­te; cuan­do los ejér­ci­tos, toda­vía pode­ro­sos y dis­ci­pli­na­dos, de la coa­li­ción aus­tro-ale­ma­na, se erguían ante nues­tros ejér­ci­tos can­si­nos y en esta­do de des­com­po­si­ción, y los ‘socia­lis­tas’ de Euro­pa occi­den­tal con­ti­nua­ban man­ten­do tran­qui­la­men­te el blo­que con sus gobier­nos, con el obje­ti­vo de pro­se­guir ‘la gue­rra has­ta la vic­to­ria completa’…

¿Qué sig­ni­fi­ca­ba des­en­ca­de­nar una insu­rrec­ción en aquel momento?

Des­en­ca­de­nar una insu­rrec­ción en esas con­di­cio­nes era arries­gar todo. Mas Lenin no temía arries­gar­lo, por­que sabía y veía con su ojear cla­ri­vi­den­te que la insu­rrec­ción era inevi­ta­ble, que la insu­rrec­ción ven­ce­ría, que la insu­rrec­ción en Rusia pre­pa­ra­ría el fin de la gue­rra impe­ria­lis­ta, que la insu­rrec­ción en Rusia pon­dría de pie a las masas ago­ta­das de Occi­den­te, que la insu­rrec­ción en Rusia trans­for­ma­ría la gue­rra impe­ria­lis­ta en gue­rra civil, que de esta insu­rrec­ción nace­ría la Repú­bli­ca de los Soviets, que la Repú­bli­ca de los Soviets ser­vi­ría de baluar­te al movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio del mun­do entero.

Se sabe que aque­lla pre­vi­sión revo­lu­cio­na­ria de Lenin fue des­pués cum­pli­da con una pre­ci­sión sin par.

Segun­do hecho: Fue en los pri­me­ros días que siguie­ron a la Revo­lu­ción de Octu­bre cuan­do el Con­se­jo de los Comi­sa­rios del Pue­blo inten­ta­ba obli­gar al gene­ral rebel­de Duko­nin, gene­ra­lí­si­mo de los ejér­ci­tos rusos, a sus­pen­der las hos­ti­li­da­des y a enta­blar con­ver­sa­cio­nes con los ale­ma­nes bus­can­do un armis­ti­cio. Recuer­do como Lenin, Kry­len­ko (el futu­ro jefe supre­mo) y yo fui­mos al Esta­do Mayor Cen­tral de Petro­gra­do para poner­nos en con­tac­to con Duko­nin por radio. Era un momen­to angus­tio­so. Duko­nin y el Gran Cuar­tel Gene­ral se negarpm cate­gó­ri­ca­men­te a cum­plir la orden del Con­se­jo de Comi­sa­rios del Pue­blo. Los man­dos del ejér­ci­to esta­ban ente­ra­men­te en las manos del Gran Cuar­tel Gene­ral. En lo tocan­te a los sol­da­dos, se igno­ra­ba lo que diría aquel ejér­ci­to de 12 millo­nes de hom­bres, some­ti­do a las lla­ma­das orga­ni­za­cio­nes del ejér­ci­to, que eran hos­ti­les al Poder de los Soviets. En Petro­gra­do mis­mo, como se sabe, tuvo lugar enton­ces la insu­rrec­ción de los alum­nos de las aca­de­mias mili­ta­res. Mien­tras, Keresnky avan­za­ba en el tren de la gue­rra sobre Petro­gra­do. Recuer­do que, des­pués de un momen­to de silen­cio jun­to al apa­re­jo, el ros­tro de Lenin fue ilu­mi­na­do por no se que luz extra­or­di­na­ria. Se veía que Lenin ya tomó una decisión:

«Fui­mos a la esta­ción de radio, dijo Lenin, en ella pres­ta­re­mos un buen ser­vi­cio; des­ti­tui­re­mos, por orden espe­cial, al gene­ral Duko­nin; en su lugar nom­bra­re­mos al cama­ra­da Kry­len­ko jefe supre­mo, diri­gién­do­nos a los sol­da­dos por enci­ma de las cabe­zas del coman­do, ani­mán­do­los a des­obe­de­cer a los gene­ra­les, cesar las hos­ti­li­da­des, entrar en con­tac­to con los sol­da­dos aus­tro-ale­ma­nes y tomar la cau­sa da paz en sus pro­pias manos».

Era un ‘sal­to des­co­no­ci­do’. Pero Lenin no tenía mie­do de aquel ‘sal­to’; al con­tra­rio, se anti­ci­pa­ba a el, por­que sabía que el ejér­ci­to que­ría la paz y que la con­quis­ta­ría barrien­do todos los obs­tácu­los pues­tos en su camino, por­que sabía que aquel medio de esta­ble­cer la paz ten­dría reper­cu­sión sobre los sol­da­dos aus­tro-ale­ma­nes y reavi­va­ría el deseo de paz en todos los fren­tes sin excepción.

Es sabi­do que tam­bién aque­lla pre­vi­sión revo­lu­cio­na­ria de Lenin fue cum­pli­da más tar­de de modo exacto.

Una pers­pi­ca­cia genial, una facul­tad de com­pren­sión, de adi­vi­nar, tales eran pre­ci­sa­men­te las cua­li­da­des pro­pias de Lenin que le per­mi­tían ela­bo­rar una estra­te­gia cier­ta y una línea de con­duc­ta cla­ra en los vira­jes del movi­mien­to revolucionario.

J. Sta­lin.

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